A la mañana siguiente, cuando Mel se levantó, Björn había desaparecido de nuevo con su abuela. Estaba claro que, aunque estuviera de vacaciones, seguía teniendo su horario alemán.
Durante horas, ella se ocupó de su pequeña princesa. La niña sólo quería jugar y cuando se durmió agotada en sus brazos, la llevó a la cama. Después de tumbarla, se acostó a su lado y pensó en Björn. Aún tenía en la cabeza lo que le había dicho la noche anterior —él era suyo y ella de él cuando jugaban— y eso la hizo sonreír. Sin embargo, cuando recordó cómo había dicho aquello de que era su mujer, se estremeció.
En todos los años que estuvieron juntos, Mike nunca utilizó esa palabra. Nunca había sido su mujer, ni su novia. Siempre había sido «Parker» o «preciosa». Nunca hubo sentido de propiedad entre ellos, ni siquiera cuando supo que estaba embarazada.
Mel se levantó de la cama, y miró por la ventana. Björn había llegado a su vida como una tromba y se la estaba descabalando por momentos. Le gustaba sentir su protección, sus mimos, y se desesperaba al recordar que no estaba siendo justa con él.
¿Cómo podía estar fallándole a un hombre así?
Al oír el sonido de un coche, Mel miró hacia la carretera y vio que era Björn con su abuela y Ovidio. Desde la ventana, y oculta tras las cortinas, observó como él entraba en la casa y, con una grata sonrisa, asentía ante algo que su abuela decía. Eso hizo reír a Mel. Björn, sin entender nada, era capaz de comunicarse con su abuela. ¡Lo nunca visto!
Ni siquiera su padre, el Ceci, como Covadonga lo llamaba, había tenido aquel buen rollo con ella. Puesto que Sami seguía durmiendo, bajó a ayudar. Björn, al verla, sonrió y, abrazándola amoroso, la saludó:
—Buenos días, dormilona.
Mel, sin importarle las miradas de las vecinas, lo besó en los labios y lo ayudó a entrar las bolsas de la compra.
Como el día anterior, su abuela, una mujer de armas tomar, comenzó a dar instrucciones. Luján intentó que dejara a Björn en paz, pero fue imposible; la abuela lo necesitaba y los puso a todos a trabajar. Cuando Mel terminó de hacer lo que la señora Covadonga había ordenado, decidió lavar el coche. En ese instante aparecieron el vecino Ovidio y Björn con los brazos llenos de leña. Fueron hasta la leñera y Björn, tras escuchar las indicaciones que aquel anciano le daba sobre cómo manejar el hacha, comenzó a cortarla. Todos pudieron ver en seguida que no era la primera vez que él cortaba leña.
—Hermanita… —dijo Scarlett, acercándose—, este tío está buenísimo.
—Lo sé —asintió Mel con la boca seca.
Tras un silencio, Scarlett preguntó:
—He visto que no fumas, ¿lo has dejado?
Ella sonrió y respondió:
—No, pero gracias a Björn cada día fumo menos.
Scarlett soltó una carcajada y cuchicheó:
—¿Has visto cómo lo miran las vecinas? —Mel dirigió la vista hacia las vecinas de su abuela, que no le quitaban ojo; su hermana añadió—: Te digo yo que éstas esta noche tienen sueños impuros con él. Eso sí, mañana a misa a santiguarse y a rezar tres padrenuestros por lo soñado.
Mel soltó una carcajada y Scarlett continuó:
—Yo que tú lo ataba corto o… Por favorrrrrrrrrr… Qué tablita de chocolate que tieneeeeeeeeeeeee más ricaaaaaaaaa.
—No tengo que atarlo corto —rió ella al escucharla—. Él es libre.
—¿Libre?
—Sí.
—Pero ¿tú estás tonta?… El tío más bueno que he visto en años ¿y tú me dices que está libre?
—Sí…
—Pues ni se te ocurra decirlo cuando salgamos con las amigas, o más de una que tú y yo conocemos le tirará la caña.
—¿Tú crees?
Scarlett, a quien los ojos se le salían de las órbitas, asintió y dijo:
—Lo creo y lo afirmo.
Mel no pudo contestar. Con una sensualidad increíble, Björn se quitó la camiseta blanca de manga corta a cámara lenta y la tiró al suelo, quedándose sólo con el vaquero de cintura baja, que le marcaba unos excelentes oblicuos. Agarró una botella de agua que había en el suelo y, tras beber de ella, se echó el líquido sobrante por el cuerpo. Tenía calor.
—Joderrrrrrrrrrrrrr —susurró Mel.
—Virgencitaaaaaaaaaaa, qué calores me están entrando.
—Me recuerda al anuncio ese que había de la Coca-Cola —comentó Mel.
Scarlett, abanicándose con la mano, musitó:
—A mí a esa película en la que Hugh Jackman se tiraba un barreño de agua por el cuerpo. ¡Oh, Dios mío, qué morbazo!
Björn, al ver que lo miraban, sonrió. Sabía el poder de su cuerpo sobre las mujeres y le guiñó un ojo a su chica.
—Tienes razón, Scarlett…, tengo que atarlo corto. Aquí hay mucha lagarta suelta.
—¿Estáis saliendo?
—No… Sí… Bueno, no sé.
—¿Cómo que no lo sabes? —exclamó su hermana—. Te aseguro que si un tío como ése viene a la casa de mi abuela es porque entre él y yo hay algo. Por cierto, ¿qué tal si me cuentas por qué hemos tenido que quitar las fotos tuyas y de papá?
Mel miró a Björn, que seguía partiendo leña, y respondió:
—Odia a los militares americanos y creo que cuando sepa que yo lo soy directamente me va a odiar también.
—¿Y por qué los odia?
—No lo sé… creo que por algo de su padre. Nunca me lo ha contado ni yo se lo he preguntado.
—Pero, Mel…, ¿cómo puedes estar mintiéndole a un hombre así?
—No lo sé, Scarlett… No sé qué estoy haciendo.
—Te juro, chica, que no te entiendo —protestó ella—. Björn es guapo, atento, encantador, ¿y tú le mientes?
—Aiss, Scarlett, lo sé. Me siento fatal. Pero ahora no sé cómo decirle la verdad.
—¿Crees que se enfadará mucho?
Mel no tuvo que pensarlo.
—Sí. Pero espero que lo entienda.
Ensimismadas en sus pensamientos, estuvieron calladas un buen rato, hasta que Scarlett exclamó:
—La virgen, ¡qué espaldas! ¿Te has dado cuenta de cómo se parece Björn al modelazo ese que está como un tren, que se llama David Gandy?
Mel nunca lo había pensado. Pero ahora que su hermana lo decía, tenía razón; Björn y David eran el mismo tipo de hombre: altos, morenos, ojos azules, estilazo a tope y cuerpazo.
Diez minutos después, la excitación la sobrepasó. Se acercó a él, le quitó el hacha de las manos y lo besó con deseo, sin importarle lo que las vecinas de su abuela pudieran decir. Y en ese momento, oyó a Ovidio que pasaba con una caja por su lado:
—Eso es, muchacho, ponle una oreja en cada muslo y la lengua donde caiga.
—¡Será cochinoooooooo, Ovidio! —gritó Scarlett al oírlo.
Mel soltó una carcajada y Björn preguntó:
—¿Qué ha dicho?
Sin poder parar de reír, Mel le guiñó un ojo y respondió:
—¡Esta noche te lo explico!
Esa noche volvieron a salir a tomar copas con los amigos. Björn no los entendía, pero ellos lo hicieron sentir uno más y, después de cenar, Mel y él se despidieron y se marcharon al Palacio de Luces, un lujoso hotel de cinco estrellas, rodeado de un entorno natural y situado en la vertiente colunguesa del Sueve.
En el ascensor, Björn, sonriente, cogió a Mel de la cintura y, acercándola a su cuerpo, murmuró:
—Esta noche te quiero para mí solo.
—¿Sólo para ti?
Él, mirándola desde su altura, asintió y afirmó rotundo:
—Sólo para mí.
Cuando entraron en la suite, Mel sonrió al ver que su hermana había cumplido con su palabra. Cuando Björn vio los cuencos de chocolate sobre una de las mesas, preguntó:
—¿Qué pretendes hacer esta noche conmigo, señorita Melanie?
Besándolo con pasión, ella sonrió y, señalando el chocolate, respondió:
—Cuando me regalaste el colgante de la fresa, te dije que yo haría algo por ti. Pues bien, prepárate pínsipe, que esta noche te quiero agradecer tu regalo.
Entre besos y arrumacos se tumbaron en la cama, y Mel le pidió:
—Ahora necesito que me ayudes a hacer una cosa.
—Lo que quieras, preciosa.
Ella se levantó y, tirando de él, fue hasta donde estaba el plástico doblado.
—Hay que cubrir la cama con esto.
—¿Con un plástico?
Mel sonrió y lo animó:
—Sí, vamos, ayúdame.
Cuando todo estuvo como ella quería, Björn la miró y Mel dijo:
—No es época de fresas, pero como tengo la mía propia, te he traído el chocolate para que no te falte de nada.
Al entender lo que quería decir, él sonrió y, mordiéndose el labio, murmuró:
—Dios, nena…, me encanta el morbo que tienes.
—Lo sé y más te va a gustar lo que te voy a entregar.
Björn soltó una carcajada, vio que ella se desnudaba y rápidamente la siguió. Después Mel cogió los cuencos de chocolate y, subiéndose a la cama con ellos en la mano, le indicó:
—Ven, túmbate aquí.
Björn lo hizo. Ella dejó los cuencos sobre el plástico de la cama y musitó:
—Sé que te gusta el chocolate, te gustan las fresas y te gusto yo. Por lo tanto, cielo, disfrútalo.
Sin más, metió primero un pezón en uno de los cuencos y después el otro. Los mojó en el chocolate y, poniéndose a cuatro patas sobre Björn, dijo, mientras éste miraba sus pezones recubiertos:
—Puedes comenzar por el que quieras.
Enloquecido, él no lo dudó, atrajo hacia su boca uno de aquellos magníficos pezones y lo chupó.
—Delicioso.
—¿Te gusta?
Con el morbo instalado en su mirada, la excitación entre sus piernas y la boca llena de chocolate, Björn exigió:
—Dame más.
Mel llevó su pecho de nuevo a la boca de él, que lo degustó, lo disfrutó, lo estrujó y succionó y, cuando desapareció todo el chocolate, mimosa, le preguntó:
—¿Quieres más?
Björn asintió y Mel le entregó el otro pezón.
Cuando el chocolate desapareció, ella sonrió y, él, cogiéndola de la nuca, la besó. Su sabor era dulce, exquisito, maravilloso y cuando se separó, reconoció:
—Eres el mejor postre que he comido en toda mi vida y sólo de pensar que ahora me voy a comer tu maravillosa fresa con chocolate, me vuelvo loco.
Mel soltó una carcajada y preguntó:
—¿Te gusta la idea?
—Me encanta. Es más, ahora entiendo el motivo del plástico.
De nuevo se besaron y cuando el ansia se apoderó de ellos, Mel, tocando la enorme erección de él, susurró:
—Yo quiero también chupar con chocolate.
No hizo falta decir más. Björn se incorporó en la cama y metió la punta de su pene en el espeso líquido. A gatas sobre la cama, Mel fue hacia él y sacó provocativamente la lengua. Ambos sonrieron y ella empezó a lamerlo. Después, abrió la boca, deseosa de comérselo y procedió a hacerlo.
Él, con los ojos cerrados y de rodillas sobre la cama, dejó que lo volviera loco de placer. Lo que le hacía con la lengua le encantaba y cuando no pudo más, la paró y murmuró:
—Estoy hambriento de ti, cariño. Túmbate y disfrutemos los dos.
Mel se acostó. Björn volvió a mojar su pene en el chocolate y, colocándose sobre ella a cuatro patas en sentido inverso, se lo acercó a la boca y dijo, mientras cogía uno de los cuencos:
—Déjame ver mi fresa.
—¿Tu fresa? —rió ella.
Encantado al oír su risa, le dio un azote en el trasero y afirmó con rotundidad:
—Mi fresa.
Divertida y excitada al sentir su posesión, se abrió de piernas para él y preguntó:
—¿Te gusta así?
Björn asintió y mirando lo que lo volvía loco, siseó:
—Me encanta.
El morbo entre los dos estaba servido. Él le besó la cara interna de los muslos y ella tembló. Mel comenzó a chuparle el pene embadurnado de chocolate y segundos después el que tembló fue Björn.
Vibrando, dejó caer su boca sobre su monte de Venus. Lo besó. Paseó la nariz por aquel lugar que adoraba y jadeó ante el asolador ataque de ella. Cuando controló sus movimientos, cogió uno de los cuencos de chocolate y, sin decir nada, lo derramó sobre su vagina y al ver cómo chorreaba murmuró:
—Espectacular.
En un perfecto sesenta y nueve, los amantes degustaron lo que tanto deseaban, proporcionándose un placer infinito, mientras sus cuerpos, por el roce y los movimientos, se embadurnaban de chocolate, sin que a ellos les importara.
—La mejor fresa con chocolate que me he comido en mi vida.
Mel sonrió y, succionándolo con deleite, lo animó:
—Sigue… no pares. Es toda tuya.
Todo a su alrededor se llenó de chocolate. Las manos, el cuerpo, la cama, las caras… Aquel dulce líquido viscoso embadurnó sus cuerpos mientras ellos disfrutaban el uno del otro.
Cuando el ansia les pudo, Björn, que estaba sobre ella, se cambió de postura. Mel, al verle la cara manchada, soltó una carcajada y él, llevando su embadurnado pene hasta la vagina de ella, la penetró y la besó.
Sin hablar, una y otra… y otra vez se hundió en el cuerpo de Mel, que alzaba las caderas para recibirlo, mientras el chocolate se deslizaba por sus cuerpos, proporcionándoles, además de un dulce aroma, un placer y una lujuria sin igual.
Los gemidos tomaron la habitación y cuando Björn se contrajo en una última estocada, Mel se agarró a sus hombros y gritó al llegar al clímax. Agotados, se miraron y él, divertido, dijo:
—Creo que va a ser una noche muy dulce e interesante.
Con chocolate hasta las orejas, Mel sonrió y, cogiendo el móvil, propuso:
—Ven, vamos a hacernos una foto.
Divertidos, juntaron las caras manchadas y Mel la hizo.
A las cuatro de la madrugada, recogieron el plástico entre risas y se encaminaron a la ducha. Allí el agua limpió sus cuerpos de chocolate mientras ellos continuaban con sus juegos. Unos juegos de los que no se saciaban y cuando por fin lo hicieron, se acostaron y se quedaron dormidos y abrazados.
A la mañana siguiente, después de una noche en la que hicieron varias veces el amor, llamaron a la puerta y un camarero entró y les dejó una bandeja con el desayuno. Mel, al ver un donuts de chocolate, sonrió.
—No me entra un gramo más de chocolate.
Ambos rieron y tras desayunar felices, regresaron a la casa familiar, donde, al llegar, la abuela los miró de arriba abajo y negó con la cabeza. Dirigiéndose a su nieta, comentó:
—Tu madre y hermana están en la playa con la pequeña. Por cierto, ¿qué preferís que haga de comida, pantrucu o cachopo?
—A mí me da igual, abuela.
—Pregúntale al neñu —pidió la mujer a su nieta.
Mel miró a Björn, que como era lógico no había entendido nada, y dijo:
—¿Qué te apetece comer, pantrucu o cachopo?
Boquiabierto porque no había oído nunca esas palabras, preguntó:
—¿Eso son comidas?
—Sí.
—¿Y me puedes explicar qué son?
Divertida, Mel sonrió.
—El pantrucu es una masa de morcilla muy rica que hace mi abuela. La envuelve en hojas de berzas, la corta y la fríe, y el cachopo son filetes de ternera rellenos de jamón cocido y queso, que reboza y fríe. Para que me entiendas, son como san jacobos pero a lo bestia.
Tras valorar lo que ella había dicho, respondió:
—Lo segundo creo que me gustará más.
Mel miró a la mujer.
—Cachopo, abuela.
Ella asintió y, sonriendo, dijo mientras se alejaba:
—Dijolo Blasito, punto redondu.
Cuando se alejó, Mel miró a Björn con una sonrisa y preguntó:
—¿Quieres que vayamos a la playa? Mi madre, mi hermana y Sami están allí.
Él asintió y se encaminaron a las habitaciones para ponerse los bañadores.
Cuando Sami vio aparecer a su madre y a Björn, corrió hacia ellos. Él la cogió en brazos y la pequeña rió a carcajadas. Aquel gesto tan íntimo con la niña le hizo sentirse muy bien. Se enorgullecía de llevarla en brazos y a Mel agarrada en la mano. Esa sensación de plenitud era maravillosa. Una sensación que nunca lo abandonaba cuando estaba con ellas.
A la hora de la comida, regresaron a la casona donde Covadonga los esperaba y, encantados, comieron el cachopo que la mujer había preparado. Por la tarde, Mel se escapó con Björn y su pequeña de nuevo a la playa. Su abuela ya estaba haciendo planes para Blasito, pero ella no estaba dispuesta a compartirlo con nadie.
—Esto es maravilloso —dijo Björn, mirando a la niña, que corría con un cubo amarillo en la mano—. Este lugar es de los más bonitos que he visto en mi vida.
Mel sonrió.
—Sí. La playa de La Isla es una maravilla, y si encima te pilla buen tiempo como te está pillando a ti, ¡es genial! —respondió ella—. Aunque también tiene su encanto pasear por aquí en invierno.
—¿Has paseado mucho en invierno por aquí?
Mel asintió y, mirando a su hija, contestó:
—Sí. Más veces de las que me gustaría recordar.
Björn asintió y, sin querer evitarlo, preguntó:
—¿Mike estuvo aquí contigo alguna vez?
—No.
—¿Por qué?
Con una sonrisa en los labios, Mel suspiró.
—Porque nunca quiso. Supongo que sería porque nunca fui realmente importante para él.
Durante unos segundos, se miraron sin hablarse, hasta que finalmente Björn murmuró:
—Gracias por la noche tan perfecta que hemos tenido.
—Gracias a ti.
Con gesto serio, él le cogió las manos y dijo:
—Quiero que sepas que tú, Sami y todo lo que os rodea sois muy especiales para mí. Y si crees que no fuiste importante para Mike, quiero que sepas que sí lo eres para mí. Tan importante como que he comenzado a ver la vida bajo un prisma distinto, y me gusta. Me gusta estar contigo, con Sami, y me gusta sentirte mía, me gusta todo lo que venga de ti.
—¿Peggy Sue también te gusta? —bromeó ella con un hilo de voz.
—Bueno… ése es otro tema —rió Björn al pensar en el hámster blanco.
Mel sonrió. Aquellas palabras significaban mucho más de lo que ella quería entender y en un arranque de sinceridad, dijo:
—Björn.
—¿Qué?
—Tengo que contarte una cosa.
Él clavó sus impactantes ojos azules en ella y con una media sonrisa, musitó:
—Dime, cielo.
Haciendo acopio del valor que le faltaba en otros momentos, Mel se encajó bien la gorra que llevaba y habló:
—Tengo que ser sincera contigo y decirte que…
De pronto, el llanto de Sami llamó su atención. Estaba en el suelo, llorando, y los dos se levantaron rápidamente para ver qué ocurría. La pequeña simplemente se había caído, pero se había arañado la rodilla. Cuando llegaron a las toallas, Björn, sin necesidad de que Mel se lo dijera, abrió el bolso de ella, sacó una tirita de princesas y, tras ponérsela a la niña, dijo:
—Escucha, princesa Sami, la Bella Durmiente te curará mágicamente y el dolor se irá ¡tachán… chán… chán!, para no volver más.
Dicho esto, la pequeña, como siempre, dejó de llorar, se zafó de los brazos de su madre y echó a correr de nuevo con su cubo amarillo. Björn sonrió y Mel, alucinada por lo que él acababa de hacer, preguntó:
—¿Cómo te acordabas de eso?
Björn, sonriendo, se acercó íntimamente a ella, que lo miraba, y musitó besándole el cuello:
—Las cosas importantes no se me olvidan, y te acabo de decir que tú y Sami sois muy importantes para mí. Y aunque esa rata que tenéis por animal de compañía no sea objeto de mi devoción, vosotras sí lo sois y todo lo que os haga felices, a mí me lo hace también.
Al ver que Mel lo miraba desconcertada, recordó lo que hablaban minutos antes y preguntó:
—¿Qué era lo que me ibas a contar hace unos minutos?
Acobardada, sonrió y dijo:
—Te quería decir que tú también eres especial e importante para Sami y para mí, y me encanta sentirte como algo mío.
—Mmmm… me gusta saberlo —rió Björn.
—Pínsipeeeeeeeeee, ¡ven! —gritó la niña.
Björn le dio un beso a Mel en los labios y corrió hacia la pequeña. Cuando llegó a su lado, se sentó con ella en el suelo y comenzó a jugar.
Mel, totalmente confusa por todo, se sintió fatal. Él le estaba abriendo su corazón y ella, en cambio, no estaba siendo sincera.
Dos días después, los tres regresaron a Múnich. Björn y Mel tenían que trabajar y continuar con sus vidas.