21

A las doce y diez tomaron tierra en el aeropuerto de Asturias y al salir del avión, Mel rápidamente vio a Scarlett esperándolos.

—Allí está mi hermana.

Björn vio a una joven algo mayor que Mel y sonrió. Cuando estuvo frente a ella, pronunció la frase que Mel le había enseñado en español:

—Hola, soy Björn, encantado de conocerte.

Scarlett, que se había quedado bloqueada al ver a su hermana aparecer con aquel tío tan impresionantemente guapo, asintió como un muñequito y tras darle dos besos, respondió:

—Hola, Björn, soy Scarlett y estoy encantada de conocerte.

Él miró a Mel y ésta le explicó en alemán:

—Mi hermana dice que encantada de conocerte. Por cierto, chicos, si habláis en inglés os entenderéis.

Ellos sonrieron y Björn, cogiendo a Mel por la cintura, comentó:

—No me habías dicho que tu hermana y tú os parecíais tanto. Es muy guapa.

—Graciassssssss.

—Scarlett —dijo Mel al ver el alucinamiento de su hermana—. Björn es mío…, no lo olvides.

Ofendida al oírla, Scarlett gritó:

—Melanieeeeeeeeeee.

Ésta soltó una carcajada al ver su expresión y Björn cuchicheó:

—Guau…, si lo sé, vengo antes a Asturias.

Cuando llegaron al pequeño pueblo, miró con curiosidad a su alrededor. Aquel lugar llamado La Isla era precioso y tenía una impresionante playa. Sentado en el asiento trasero de aquel destartalado vehículo, oía hablar a las chicas en español sin enterarse de nada, mientras miraba el mar encantado.

Siempre le había gustado el mar. Quizá por eso viajaba tanto a Zahara de los Atunes, zona que conocía bastante bien. Pero aquel lugar del norte de España era precioso, y deseó conocerlo con más profundidad.

—¿Hiciste todo lo que te pedí? —preguntó Mel.

—Sí. No hay ni una sola foto tuya vestida de militar. Eso sí… ya puedes hablar con mamá, que se ha enfadado por lo mentirosa que eres. Pero vamos a ver, ¿ser militar para este hombre es tan malo?

—Scarlett, por Dios, ¡no menciones esa palabrita, no vaya a entenderla!

Al notar su angustia, su hermana miró por el retrovisor y al ver que Björn iba tranquilamente mirando el paisaje, preguntó:

—¿Se puede saber en qué lío te has metido?

Mel, aún incrédula porque Björn estuviera allí, respondió:

—La verdad, no lo sé. Lo único que sé es…

…que este tío está muy, pero que muy bueno y te aseguro que por alguien así yo también me meto en líos —la cortó Scarlett, haciéndola reír.

Cuando el coche se paró ante una casona de piedra gris, Björn la observó curioso. Era enorme y debía de ser muy antigua. De pronto se abrió la puerta y la pequeña Sami, con su particular coronita en la cabeza, salió corriendo. Mel abrió la puerta del coche y corrió también hacia ella. Aquel reencuentro, aquel abrazo tan sentido por ambas, a él le puso el vello de punta y esbozó una sonrisa.

Tras la pequeña salieron dos mujeres de diferentes edades, que identificó como la madre y la abuela de Mel. Ambas lo miraban y levantando la mano lo saludaron. Björn les respondió.

Pínsipeeeeeeeeeee —gritó la niña, corriendo hacia él.

Encantado por su demostración de cariño, la cogió en brazos e hizo lo que a ella le gustaba: besuquearle el cuello mientras la niña reía a grandes carcajadas.

Las cuatro mujeres se acercaron a él y Björn, soltando a la pequeña, dijo en el poco español que sabía:

—Hola, soy Björn. Encantado de conocerle.

Mel, acercándose a él, cuchicheó:

—Con mamá puedes hablar en inglés. Con la abuela… ¡mal asunto!

Luján rápidamente lo saludó, pero cuando él fue a saludar a la abuela, ésta preguntó:

—¿Cómo ha dicho que se llama el neñu?

—Björn, abuela.

—¿Cómoooooooo?

—Björn —insistieron Luján y sus dos hijas.

¿Blon?

—Björn, abuela —repitió Mel, divertida.

¿Bol?

—Björn.

La mujer negó con la cabeza y, tras levantar la mano a modo de saludo ante aquel gigante de preciosos ojos azules, se dio la vuelta y cuchicheó:

—Otro como el Ceci… con un nombre imposible.

—Abuela —protestó Scarlett—, es Cedric. Papá se llama Cedric.

Pero ella, con gesto contrariado, continuó:

—Sinceramente, creo que lo hacéis aposta. Os los buscáis con nombres raros y que hablen otras lenguas para que yo no me pueda comunicar con ellos.

Una vez desapareció, Björn miró a las mujeres y Luján dijo en inglés:

—Mi madre es muy mayor. No le tomes en cuenta nada de lo que diga.

Él sonrió y entraron todos en la casa para beber algo fresquito. Era julio y hacía un calor de mil demonios.

Por la tarde, cuando tomaban algo en un bonito porche, Björn dijo mientras la pequeña Sami jugaba con el hámster Peggy Sue en el suelo:

—Antes de llegar al pueblo he visto un hotel. Debería irme ya o llamar por teléfono para reservar.

—Pero ¿por qué te vas a ir a un hotel? —preguntó Luján—. Esta casa tiene siete habitaciones. Ni hablar. Te quedas aquí con nosotras.

Mel sonrió. Sabía que ocurriría eso en cuanto él lo propusiera y dijo:

—Como dice mamá…, aquí hay espacio para todos.

—No quisiera molestar.

—No molestas, hijo, por Dios —insistió Luján.

Covadonga, que los observaba hablar, al no entender nada preguntó:

—¿Qué ha dicho el guaje?

Scarlett, que jugaba con su sobrina y su mascota, le explicó:

—Dice de irse a dormir a un hotel. No quiere molestar.

La mujer, al escuchar lo que su nieta decía, se levantó de su silla, se acercó a Björn y dijo:

—Mi casa es muy grande y también hay sitio para ti, neñu.

Mel le tradujo lo que su abuela había dicho y él, emocionado por la bondad que veía en los ojos de aquella anciana mujer, la cogió de las manos y, con una espectacular sonrisa, dijo en español:

—Gracias, abuela.

Ella sonrió.

—Qué alegría, ¡me salió otro nieto! Y bien guapo. Ya verás cuando te vean las vecinas. Y no te digo la Puri, que se cree que su neñu es el más guapo del pueblo.Aisss, da Dios bragues a quien no tién culo.

Todas sonrieron y Covadonga, sin soltarle las manos a Björn, lo hizo levantar y salió de la casa con él. Mel, al verlos, los siguió. ¿Adónde se lo llevaba su abuela?

Cuando salió de la casa, vio que la mujer le gritaba a una vecina a modo de saludo:

¡Qué ye… oh!

La mujer, desde su casa, respondió y, tras una parrafada, la anciana protestó:

—Como decía mi güela… cagun las pites roxes.

Mel soltó una carcajada cuando su abuela dijo:

—Pues no me pregunta que si el guaje es hijo del Ceci. Vamos, como si no supiera que las únicas hijas del Ceci que hay sois tú y tu hermana.

Björn las miró y Mel, sin traducirle nada, contestó:

—Abuela…, Cedric… Cedric, no Ceci. ¿Cuándo vas a aprenderte el nombre de papá?

Covadonga rió. Era una puñetera. En ese instante, la vecina volvió a preguntar algo a voz en grito y la abuela protestó de nuevo:

—Más gorda nun entra en práu. Pues no pregunta ahora si es militar, como tú.

—Abuelaaaaaaaaaaaaa.

Mel miró a Björn. Por suerte no entendía nada de lo que hablaban y con una falsa sonrisa, murmuró:

—Abuela, no menciones nada que tenga que ver con mi prefesión, por favor. Creo que Scarlett te ha dicho que no quiero que se entere de en qué trabajo. Por favor, evita mencionarlo, ¿vale?

—Ay, neña, ¿qué estarás haciendo?

—Nada malo, abuela.

—Y si no es malo, ¿por qué no quieres que se entere el guaje?

—Abuela, por favor, ayúdame y no preguntes.

La mujer asintió. Ayudaría a su nieta en lo que fuera, pero mirándola, añadió:

—Recuerda, neña, se coge antes a un mentiroso que a un cojo. No lo olvides. Por cierto, tu madre habla con el Ceci un día sí y al otro también. Y cuando cuelga, sonríe como una tonta. Algo está tramando.

Mel sonrió y respondió:

—Abuela, mamá y papá sabes que se quieren mucho. ¿No te gustaría que volvieran a estar juntos?

Covadonga asintió y, bajando la voz, constestó:

—Pues claro que sí. El Ceci y tu madre hacen una buena pareja. Pero tu madre es muuuu cabezona… demasiado.

Dicho esto, miró a Björn, que las observaba sin entender nada, y con un movimiento de cabeza, le indicó:

—Acompáñame, Blas.

—¿Blas? —repitió Mel, muerta de risa—. ¿Acabas de llamar Blas a Björn?

La mujer asintió y levantando el mentón, sentenció:

—De alguna manera hay que llamarle, coñe.

Björn no entendía nada. Sólo escuchaba a la mujer hablar y a Mel reír a mandíbula batiente. Intuyó que no era nada malo y sonrió. Pero la sensación de no entender nada de lo que decían cada vez le gustaba menos.

Aquella noche, tras retirarse todos a descansar y conseguir dormir a Sami, Luján pasó por el cuarto donde su hija y su nieta dormían.

—¿Por qué hemos tenido que quitar las fotos de papá y tuyas?

—Mamá, él no sabe que soy militar.

—¿Por qué no lo sabe?

Sin ganas de mentir, confesó:

—Porque odia a los militares y en especial a los americanos.

Sorprendida, Luján la miró y dijo:

—Hija de mi vida, ¿y eso por qué?

—Realmente no lo sé, mamá. Sólo sé que es mencionarle las palabras «militar americano» y le cambia la cara.

—Pues… le guste o no, no deberías mentir. Tu padre y tú siempre habéis estado muy orgullosos de lo que sois y de quiénes sois.

—Lo sé, mamá. Lo sé. Tarde o temprano le terminaré diciendo qué somos papá y yo, pero hasta que lo haga, guárdame el secreto. Estoy viviendo con él algo tan bonito que sólo quiero que dure un poco más.

—Te gusta mucho ese muchacho, ¿verdad?

—Sí, mamá. Muchísimo. Y aunque no lo creas, la primera que se siente mal consigo misma soy yo, por no ser sincera, pero…

—Tienes miedo a perderlo.

Oír esas palabras en boca de su madre le hicieron darse cuenta de que ésta tenía razón y, mirándola a los ojos, asintió:

—Sí. Björn es especial.

Ambas se quedaron en silencio unos minutos, hasta que Luján cambió de tema:

—Últimamente hablo mucho con tu padre.

—Lo sé. La abuela y Scarlett me lo dicen.

—Él quiere que vuelva a su lado, ¿te lo puedes creer? Tras un tiempo separados, de pronto el otro día me dice que no puede vivir sin mí y que me necesita más que respirar.

—Mamááááá…

—Cedric es tan romántico a veces, que…

—Eso es fantático, ¿no crees?

Luján, emocionada, asintió, aunque dijo:

—Pero yo no me puedo ir a Fort Worth, hija. Tú me necesitas. ¿Quién se quedaría con Sami cuando estés varias semanas fuera?

—No, mamá, eso sí que no. No me hagas sentir culpable de que tú no te vayas con papá.

—No pretendo que te sientas culpable, cariño. Sólo intento que entiendas que necesitas a un hombre como Björn a tu lado para que todos sepamos que tanto tú como Sami estáis protegidas y cuidadas. Yo no me puedo marchar si no os siento así. Soy tu madre, y aunque tengas cien años seguiré siéndolo y seguiré queriendo que estés bien, ¿no lo entiendes?

Sonriendo por lo que le decía, Mel asintió y respondió:

—De acuerdo, mamá, te he entendido. Pero ahora entiéndeme tú a mí. No sé si Björn será ese hombre que nos proporcione lo que quieres para nosotras, pero lo que sí sé es que en Fort Worth hay un hombre que te necesita y que desea que vayas con él. Sabes que dentro de unos meses Scarlett regresará allí. Sabes que se vino por un tiempo y…

—Vale… vale… vale…, cambiemos de conversación.

—Mamá.

Y sin importarle la mirada de su hija, Luján dijo:

—Björn es un hombre muy educado y guapo. ¿Has dicho que es abogado?

—Sí.

—¿Soltero?

—Sí.

La mujer sonrió y Mel, al verla, murmuró:

—No te emociones, mamá. ¿Entendido?

Ella asintió y, tras darle un beso en la cabeza, se marchó a dormir.

Mel encendió el intercomunicador y, sin hacer ruido, se levantó de la cama, salió del cuarto y llegó hasta la habitación donde estaba Björn. Al entrar, éste la miró y sonrió.

—Hola, preciosa.

Acercándose a él, Mel bromeó:

—Venía a asfixiarte con la almohada, pero al estar despierto has frustrado mi plan.

Björn sonrió y, tendiéndole los brazos, le indicó:

—Ven aquí.

Mel se tiró a sus brazos y cuando sintió que la apretaba contra él, musitó:

—Siento no poder dormir contigo, pero debo estar con mi hija, lo entiendes, ¿verdad?

—Por supuesto. No te preocupes por nada. —Y, besándola, preguntó—: ¿Tú estás bien?

—Sí…

—Por cierto, el inglés que habláis tu madre, tu hermana y tú es muy americano. ¿Todas habéis trabajado en American Airlines? —se mofó.

Al oírlo, a Mel se le puso la carne de gallina y, como pudo, buscó una explicación:

—Bueno, además de por mi trabajo en American Airlines, mi familia lo habla porque por el oficio de mi padre hemos vivido unos años en Texas.

—¿En serio?

—Sí.

—¿Y en qué trabaja tu padre?

—Es informático de Apple —mintió, y antes de que él siguiera preguntando, añadió—: Pero no preguntes por él. Mamá y papá se separaron y a ellas no les gusta hablar de él, ¿entendido?

Durante varios minutos permanecieron abrazados, hasta que Björn, al ver que estaba a punto de quedarse dormida, dijo:

—Venga…, ve a dormir con tu hija antes de que me arrepienta y te desnude.

Cuando ella salió de la habitación, Björn miró durante un buen rato el techo. Estaba donde quería estar, pero sin la mujer que deseaba a su lado. Aun así, sonrió, apagó la luz y se durmió.

Por la mañana, Mel se levantó bastante tarde. Como todos sabían, cuando llegaba de alguna misión, lo que más necesitaba era dormir, por lo que no la despertaron.

Björn, que se despertó sobre las siete de la mañana, se vistió y al bajar a la cocina se encontró con Covadonga. La mujer, al verlo, le hizo señas para que desayunara y él asintió. Cuando terminó, por señas también, lo hizo acompañarla y señalándole el coche, le entregó las llaves. Björn entendió que quería que la llevara a algún lado y así lo hizo.

Sobre las doce de la mañana, cuando Mel se despertó, dio un salto en la cama. Björn estaba allí, en la casa, y no se debía separar de él para que no se enterara de nada. Rápidamente, se lavó, se vistió y cuando bajó al salón, vio a su hija, madre y hermana, pero no a él, así que preguntó:

—¿Dónde está Björn?

—Con la abuela —la informó Scarlett—. Se han llevado el coche. A saber adónde se lo habrá llevado la abuela.

Rápidamente, Mel le mandó un mensaje al móvil y cuando el suyo pitó, sonrió al leer:

«Estoy bien. No entiendo a tu abuela, pero sus caras me hacen reír».

Divertida, abrió el frigorífico y, al recordar algo, comentó:

—Anoche, Björn me dijo que nuestro acento es muy americano y le dije que papá es informático de Apple y que hemos vivido en Texas. Por lo tanto, si os pregunta, ya sabéis qué decir.

Luján protestó:

—Eso…, tú sigue mintiendo.

Mel se preparó un café con leche y su hermana, mirándola, explicó:

—Ha llamado Susana. He quedado con ella y los amigos esta noche en el local de Roberto. Por lo visto hay concierto.

—¿Quién toca?

—La Musicalité.

Mel sonrió. Le encantaba ese grupo. No era la primera vez que los veía en directo en Asturias y, mirando a su hermana, aplaudió.

—¡Genial!

Una hora después, se oyó un coche. Al salir, vio que eran Björn, su abuela y su vecino Ovidio.

Cuando él paró el vehículo, se bajó y, mirando a las mujeres que salían de la casa, gritó divertido:

—¡Qué ye… oh!

Mel lo miró alucinada y al ver la guasa en su cara, rió. En una sola mañana, su abuela había conseguido que gritara como un auténtico asturiano.

Covadonga se bajó a su vez del vehículo y señalando la parte de atrás del mismo, dijo:

—Blasito, descarga el coche.

Björn la entendió y Mel, que se acercaba a ellos, preguntó:

—¿Blasito?

Su abuela asintió y guiñándole un ojo a su nieta, explicó:

—Ya hemos intimado, nena, y hay más confianza entre nosotros. —Y mirando al hombre de su edad que las observaba, dijo—: Ovidio, deja de mirar las pechugas de mis nietas y ven, que tengo faena pa ti.

El hombre asintió y, caminando tras la mujer, murmuró:

—Fastidiome el paisaje.

Las dos hermanas se miraron muertas de risa y Mel, acercándose a Björn, preguntó:

—¿Cómo va todo?

Él, tras sacar varias bolsas donde había pan, verdura, carne y un sinfín de cosas más, cerró el maletero y contestó:

—Tu abuela me mata. ¡Qué vitalidad tiene! Esta mañana hemos ido donde tenéis las vacas y después me ha llevado a casa de una mujer que gritaba mucho para tomar café y unas enormes magdalenas. Allí se nos ha unido Ovidio. Luego hemos vuelto donde las vacas y me ha presentado a los hombres que llevan todo el tema y finalmente hemos terminado en el mercado, donde me ha presentado a tooooodo el mundo. Eso sí, no he entendido nada. A la única que entendía era a tu abuela por las señas que me hacía.

—Blasito, vamos, entra la compra —gritó Covadonga desde la puerta.

—Mamá —protestó Luján—. Se llama Björn, no Blasito.

La mujer miró a su hija y moviendo la cabeza, aclaró:

—Lo llamo como quiero y punto redondu.

Luján, al verlo cargado de bolsas, fue hasta él y, quitándoselas de las manos, le dijo a su hija:

—¿Qué tal si te llevas a Björn a dar un paseo por la playa? Creo que tu abuela ya lo ha mareado hoy bastante. Venid dentro de un par de horas para comer.

Con sentimiento de culpa, Mel lo miró y murmuró:

—Siento haberme levantado tan tarde. Es más… yo creo que…

Sin dejarla terminar, la besó y musitó cerca de su boca:

—He visto que no muy lejos hay un bonito hotel. ¿Qué te parece si esta noche o mañana nos escapamos aunque sean unas horas y me compensas por todo?

—¿Sólo unas horas?

—¿Pueden ser más de unas horas? —preguntó sorprendido.

Con ganas de él, se acercó más y, tocándose el colgante, siseó:

—¿Qué te parece si tú y yo, mañana por la noche… en el hotel?

Björn, deseoso de esa intimidad con ella, asintió.

—Me parece la mejor idea que has tenido, cariño.

Mel sonrió y gritó:

—¡Scarlett!

—¿Qué?

—¿Sigue en pie lo de salir esta noche a tomar unas sidras con los amigos?

—Claro, están deseando verte.

—Por cierto —preguntó Mel—, ¿tu amiga Paqui sigue trabajando en el Palacio de Luces?

Su hermana asintió.

—Pues llámala y dile que para mañana quiero una preciosa suite.

—¿En serio?

—Sí. Mañana, Blasito y yo… tenemos una cita.

Scarlett sonrió al ver cómo su hermana y Björn se besaban. Cuando se separaron, la abuela apareció por la puerta y gritó:

—Blasito, ven. Te necesitamos.

—Abuela, nos íbamos a la playa —protestó Mel.

—No puede ser, neña… Necesito al guaje.

Cuando Björn se alejó, divertido, Mel se acercó a su hermana y cuchicheó:

—Necesito ciertas cosas para mañana por la noche.

—¿Qué?

—Un par de cuencos con chocolate con leche fundido…

—¿Chocolate fundido? Guau, Mel, eso suena a perversión pura y dura.

Ambas rieron y ella añadió:

—Y también necesito un plástico muy… muy grande para cubrir la cama.

—Por Dios…, ¡ni que te fueras a cargar al alemán y a ocultar las pruebas!

Mel soltó una carcajada y Scarlett, alucinada, dijo:

—Vale…, doy por hecho que el plástico no es para encubrir el delito. Le diré a Paqui que te reserve una bonita suite y yo misma me encargaré de dejarte allí lo que has pedido. Peeeeeeero a cambio quiero que me cuentes para qué necesitas el plástico grande, porque el chocolate ya me lo imagino. Si me gusta, yo también lo pondré en práctica.

—De acuerdo —rió Mel.

Esa noche, Mel presentó a Björn a sus amigos y él, como pudo mediante señas, se comunicó con ellos. Era un hombre de recursos y rápidamente se integró en el grupo y escuchó la música de La Musicalité, mientras veía a Mel bailar y cantar.

No puedes decir que no, no puedes decir jamás.

No debes pedir perdón, tan sólo te quiero más.

Dolor que no puedo ver. Ni siento cuando te vas.

No puedes decirme adiós, te llevo en mi caminar.

Gritando que no me ves, rezando porque tú vuelvas otra vezzzzzzzzz.

Verla sonreír le encantaba y, agarrándola de la cintura, murmuró:

—Me gusta la música de este grupo, aunque no los entiendo.

Ella sonrió.

—Son buenísimos. Cuando regresemos a Múnich, te dejaré unos CD.

Durante hora y media disfrutaron del concierto mientras bailaban y se besaban. En una ocasión, Mel se fijó en que una de sus amigas fumaba y se dio cuenta de que ella llevaba horas sin hacerlo y no tenía ninguna necesidad. Divertida por el descubrimiento, sonrió; al final, aquel alemán iba a conseguir que no fumara.

Por su parte, Björn, que nunca había tenido un trato tan intenso con una mujer, se sentía fenomenal. Verse emparejado con Mel y que todos lo supieran le gustaba y lo disfrutaba a tope. ¿Sería ella la mujer de su vida?

Cuando el concierto terminó, mucha gente se marchó y otros se quedaron en el local. La música comenzó de nuevo y Mel y Björn fueron hasta la barra para pedir unas copas. De pronto, un hombre y una mujer se acercaron a Mel y él se le cuadró y le hizo un saludo militar. Björn, sorprendido, lo miró. ¿Qué demonios hacía?

Ella, con toda la gracia e ingenio que pudo, intentó bromear sobre el tema. El hombre era Roberto, el dueño del local, y cuando él se alejó con la chica que llevaba del brazo, Björn miró a Mel y preguntó:

—¿Por qué te ha saludado así?

Sintiéndose fatal por mentirle, respondió:

—No lo sé, será la moda en Asturias.

Björn asintió. No lo convencía la respuesta, pero cuando sonó la canción de Bruno Mars, When I was your man, ella lo miró y dijo:

—¿Bailas?

—Vaya, ¿te estás volviendo una romántica?

Mel arrugó el entrecejo, pero sonriendo, contestó:

—Me estoy echando a perder.

Divertido, él la besó y aceptó encantado. Cogió a su chica de la mano y salió con ella a la pequeña pista del local. Bailaban abrazados mientras la voz de Bruno Mars cantaba:

Hmmm too young, too dumb to realize.

That I should have bought you flowers and held your hand.

Should have gave your all my hours when I had the chance.

Take you to every party ‘cause all you wanted to do was dance.

Now my baby is dancing, but she’s dancing whith another man.

Sin hablar, bailaron al compás de la música. Aquella canción y la conexión que tenían con ella era especial. Björn la besó en el cuello y Mel, mirándolo, murmuró:

—Siempre que escucho esta canción, me acuerdo de ti.

—Si no te dijera que me encanta saberlo, mentiría —afirmó él.

Mel sonrió y Björn murmuró:

—Espero que ya haya alguien que te saque a bailar y te regale flores.

—Lo hay —sonrió ella—. Hay un tal James Bond que…

—Cierra el pico, Cat Woman —rió encantado.

Mel era tan directa, tan fresca y diferente a todas las demás mujeres que había conocido, que le resultaba imposible no enamorarse de ella más a cada segundo que pasaba. Siguieron abrazados mientras duró la canción y cuando ésta acabó, regresaron junto al grupo de amigos.

El resto de la noche, Björn se dedicó a disfrutar y a mirar a Mel con curiosidad. Verla con su gente era divertido y cuando ella salió a bailar salsa con uno de sus amigos, se quedó alucinado de lo bien que bailaba. Cuando regresó, sudorosa, le quitó a Björn su vaso y, mientras bebía, él le preguntó:

—¿Quién te ha enseñado a bailar así?

Mientras bebía, pensó. No podía decirle que los compañeros latinos de la base americana y, sonriendo, respondió:

—Digamos que aprendí en locales de salsa.

Björn asintió y no quiso preguntar más. Pasados unos minutos, y mientras con gesto posesivo él la agarraba de la cintura, Mel observó cómo las mujeres se lo comían con la mirada. Por lo que, sin dudarlo, decidió marcar su territorio y lo besó con descaro. Björn sonrió al ver aquel marcaje y dispuesto a picarla, murmuró:

—Qué guapas son las mujeres asturianas.

—No te pases…, muñequito.

Él soltó una carcajada y Mel, llevándose la cerveza a los labios, bebió y, deseosa de volverlo loco, chupó la boca de la botella.

—Si sigues haciendo eso…, no creo que me pueda controlar —le advirtió Björn.

—¿Has visto qué guapos son los hombres asturianos?

Él dejó de sonreír, pero divertido por su picardía, musitó:

—No te pases…, Ironwoman.

—¿Quieres que pase así los labios por tu pene? —le preguntó ella, entre risas y arrumacos, acercándose de nuevo la botella a la boca.

—Me encantaría.

Mel continuó haciéndolo y cuando disimuladamente le tocó la entrepierna y lo sintió duro, murmuró:

—¿Qué te parece si te llevo a la trastienda del local?

—¿Podemos hacerlo?

—Sí.

Björn, encantado, asintió:

—Me parece genial.

Ella sonrió y, acercándose más a él, susurró:

—¿Quieres que vayamos solos o prefieres que tengamos compañía?

Sin necesidad de que le dijera quién sería aquel tercero, Björn lo supo: era el hombre que se había cuadrado ante ella. Excitado por lo que Mel sugería, preguntó:

—El tercero sería aquél, ¿verdad? —Ella, al ver hacia dónde miraba, asintió. Björn inquirió—: ¿Has estado liada con él?

Sorprendida al ver su cejo fruncido, respondió:

—Roberto es el dueño de este local y un tipo muy majo. Casualmente, una vez que estaba en Barcelona, en una fiestecita privada con un amigo, nos encontramos. Él se acababa de divorciar y estaba con Lisbet, la chica que lo acompaña. Recuerdo la cara de sorpresa que se nos quedó a los dos. Fue embarazoso vernos en aquel lugar y desnudos; pero ambos hemos mantenido el secreto y en alguna ocasión, cuando he venido a Asturias, hemos salido e ido los tres a alguna fiesta privada en algún local de Oviedo, a pasarlo bien. En cuanto a haber estado liada con él, la respuesta es no. Él tiene una relación con Lisbet y, por lo que sé, les va muy bien.

Björn asintió. Ella tenía razón y no debía pensar cosas raras. No obstante, imaginársela yendo a fiestecitas privadas con otros no le hizo gracia, pero confió en ella como siempre.

—¿Sigue en pie lo de ir a la trastienda? —preguntó Björn.

—¿Con Roberto y Lisbet?

Él asintió y Mel dijo:

—Espera un segundo.

Con seguridad, se acercó a su amigo y, tras hablar con él, llamó a Björn y se lo presentó.

—Lisbet se ha tenido que ir, pero Roberto dice que si tú quieres podemos pasar a la trastienda con o sin él.

Björn lo dudó. Pero ¿por qué dudaba?

E intentando recuperar el control de sus sentimientos, contestó:

—Con él. Quiero que te corras para mí.

Sumamente excitada, Mel hizo una seña a Roberto y éste echó a andar. Mel cogió a Björn de la mano con fuerza y lo siguió.

Sin hablar, entraron en una habitación y cuando Roberto cerró con llave y una luz azulona iluminó la estancia, Björn, sorprendido, murmuró al ver cajas de bebidas, una nevera, una mesita y un cómodo sillón.

—Vaya… veo que tu amigo se lo pasa bien aquí.

Mel sonrió y Roberto, por señas, le preguntó a Björn qué quería beber. Pidió un whisky y Mel un ron con Coca-Cola. Una vez se lo sirvió, dejó las bebidas sobre una mesita.

Björn, dominando la situación, agarró a Mel por la cintura y la pegó a su cuerpo. Buscó su boca y la besó. Roberto los miraba y cuando vio que aquel alemán le quitaba el top, el sujetador y le desabrochaba la falda, dejándola caer al suelo junto con las bragas, supo que lo acababan de invitar a la fiesta.

Con su boca sobre la de Mel, Björn le masajeaba las nalgas cuando murmuró:

—Ahora te voy a dar la vuelta y te voy a abrir para que él chupe lo que es mío.

Aquel sentimiento de propiedad la sorprendió y Björn, al darse cuenta de ello, aclaró mirándola a los ojos:

—Éste es nuestro juego y no te tengo que decir que te considero mía, porque creo que sabes lo que siento por ti, ¿estás de acuerdo, Mel?

—Sí.

—¿Segura?

—Sí. —Y, extasiada, musitó—: Me gusta ser tuya y que tú seas mío.

Björn, conmovido por lo que esas palabras le confirmaban, asintió y declaró:

—Voy a permitir que un extraño para mí te lave, te toque, te disfrute, te folle y, a cambio, quiero ver cómo gozas, quiero que te corras para mí y quiero que lo pases bien. Dile que quiero que te chupe el clítoris hasta que grites de placer, ¿entendido?

Mel asintió, acalorada por lo que decía, mientras se oía la música sonar en el local y, mirando a Roberto, que los observaba, dijo:

—Björn quiere que me chupes el clítoris y que me hagas gritar de placer.

Como una moto, Roberto asintió y murmuró:

—Dile que así lo haré.

Mel sonrió. Nunca le había gustado sentirse propiedad de nadie, pero Björn era diferente. La hacía sentirse segura, protegida, mimada y saber que la consideraba suya le gustaba y no pensaba protestar por ello.

En aquella habitación nadie los oiría. Era tal el bullicio que había fuera que era imposible que los jadeos se oyeran.

Björn le dio la vuelta y, apoyándola contra su cuerpo, bajó los dedos hasta su vagina y, tras tocarla, le abrió los labios y miró a Roberto.

Éste, al verlo, supo lo que le estaba ofreciendo y no lo dudó. Abrió una botella de agua y con un paño limpio lavó a Mel. Después se puso de rodillas delante de ella y al ver cómo el alemán tiraba de sus labios vaginales para darle acceso, se lanzó directo al clítoris.

El jadeo de Mel no se hizo esperar, mientras Roberto, con las manos en sus muslos, la abría y metía la cabeza entre sus piernas, deseoso de saborear el manjar que se le ofrecía. Excitado, Björn le decía al oído:

—Así…, apriétate contra su boca. Deja que te chupe, ¿te gusta, Mel?

Ella asintió: aquello era morbo en estado puro; mientras, Björn proseguía:

—Dale acceso a ti. Flexiona un poco las piernas. Sí… así… —Mel tembló y al moverse, Björn insistió—. No… no te separes. Quiero que te chupe. Quiero que deguste el sabor de mi mujer y quiero que te corras en su boca para mí.

Oírle decir «el sabor de mi mujer» la hizo jadear. Sus palabras y la posesión que en ellas había la excitaban casi más que lo que Roberto le hacía. Björn prosiguió:

—Eso es, cariño… Así…, eso es.

Mel jadeó. Sentirse entre los cuerpos de aquellos dos hombres la estaba volviendo loca. De pronto, Björn murmuró:

—Una de mis fantasías contigo es abrirte como lo estoy haciendo ahora y darle acceso a varios hombres. Pediré que se arrodillen ante ti y uno a uno te chupará mientras yo te sujeto y noto cómo tu cuerpo vibra ante lo que sientes. Luego preguntaré cuál te ha gustado más y ése será el primero al que permitiré que te folle. Cuando regresemos a Múnich, voy a organizar una fiestecita en mi casa y tú vas a ser mi mayor fuente de deseo. ¿Quieres serlo, Mel?

Roberto, agarrándola de los muslos, le hizo abrir más las piernas y ella no pudo contestar. Lo que Björn le proponía era tan morboso y excitante que tembló al imaginarlo y él, al sentir su impaciencia, murmuró con una sonrisa:

—No vamos a follarte ninguno hasta que no te corras en su boca.

—Björn…

—… y cuando lo hagas —prosiguió él—, te follaremos los dos.

—Sí… —jadeó Mel.

Björn sonrió y, pellizcándole los pezones, paseó su boca por su cuello.

—Pero antes, ya sabes lo que quiero, cariño. Córrete.

Enormemente estimulada por lo que le pedía, asintió para dejar paso a un espectacular orgasmo que se apoderó de su cuerpo ante lo que escuchaba y lo que Roberto le hacía. Cuando Björn la sintió temblar, sonrió y, duro como una piedra, murmuró soltándola:

—Te espero en el sillón cuando Roberto termine contigo.

Mel lo vio encaminarse con paso decidido hasta el cómodo asiento, sacó de su cartera un par de preservativos y los dejó sobre la mesita sin quitarle la vista de encima, mientras Roberto, enloquecido, proseguía con su juego y la masturbaba haciéndola jadear de nuevo.

Con deleite, vio que Björn se quitaba la ropa. Entonces Roberto la soltó. Volvió a coger la botella de agua y, sin que ella se moviera, la lavó de nuevo. Una vez acabó, Mel caminó hacia su chico sin decir nada y se sentó sobre él. Mirándolo a los ojos, sonrió, cogió con la mano su erección y ella sola se empaló. Se sentó en el centro de aquel duro y tentador deseo, y Björn la apretó contra él.

—Sí…, cariño…, lo necesitaba —dijo él.

Durante unos minutos, Mel tomó las riendas. Con Björn sentado, ella llevaba el mando de sus jueguecitos, hasta que un azote de Roberto la hizo parar. Björn, al ver las intenciones de éste, agarró a Mel por la cintura mientras decía:

—Túmbate sobre mí, creo que nuestro amigo quiere seguir jugando contigo.

Con el pene de Björn en su interior ella apenas podía moverse cuando notó que Roberto le untaba gel en el ano y comenzaba a juguetear con su agujero.

Björn, al sentir que Mel jadeaba, la besó, y cuando se separó de ella, murmuró:

—Siento unos deseos irrefrenables de moverme, ¿quieres que lo haga?

Mel asintió. Pero estaba tan incrustado en su interior que al hacerlo la hizo gritar.

—Chissss…, nos oirán todos y sabrán lo que estamos haciendo —rió Björn al sentirla tan excitada.

—Ah… ah… Me haces daño.

Al oír eso, Björn frunció el cejo, se movió hacia atrás para colocarse de otra manera y Mel, con una sonrisa, susurró:

—Ahora mejor.

Roberto continuó con su juego y, pasados unos minutos, acercando su pene al ano de ella, la agarró por las caderas y poco a poco se introdujo en su interior.

Björn fue consciente de la presencia de él rápidamente. A pesar de que las paredes internas de Mel separaban ambos penes, la presión que ejercían se notaba y, deseoso de hacerla disfrutar, preguntó:

—¿Te hacemos daño, cariño?

Conmovida por su preocupación, Mel lo besó y, moviendo su cuerpo, los invitó a que siguieran. En un segundo, su cuerpo quedó totalmente aprisionado entre el de aquellos dos, que entraban y salían de ella a diferentes ritmos, arrancándole maravillosos gemidos de placer. Mirando a Björn musitó:

—Björn…

Como siempre que decía su nombre cuando estaban en pleno acto sexual, él se excitó. Saber que estaba con él y no con otro era una de las cosas más maravillosas del mundo y, agarrándola de las caderas para hundirse en ella con fuerza, murmuró:

—Sí, Mel, soy Björn.

El juego duró varios minutos. Ambos hombres se hundían en ella en aquel juego del placer. Jadeos… besos apasionados… palabras subidas de tono. Todo era válido en un momento así, hasta que los tres llegaron al clímax y acabaron unos encima de otros.

Cuando recuperaron el resuello, se asearon un poco y se vistieron, y Björn y Roberto chocaron sus manos. Mel sonrió. Cuando salieron de aquella habitación, caminaron sin hablar hasta donde estaba su hermana. Ésta, al verlos, preguntó:

—¿Dónde os habíais metido?

Mel la miró y con guasa respondió:

—A ti te lo voy a decir.