Pasaron los días, sus encuentros continuaron y en la casa de Mel siempre había flores. Por primera vez en su vida un hombre le regalaba preciosas rosas con alocados mensajes que la hacían reír a carcajadas.
En ese tiempo, el móvil de Björn sonaba cada dos por tres y sin que él se lo explicara, Mel intuía que eran sus amigas. Sin decir nada, lo veía hablar con éstas y excusarse. No se separaba de ella y en cierto modo se sentía feliz por ser especial para él.
Una noche, en el Sensations, Björn hizo lo que un día le prometió. Al entrar en un reservado, una mujer los esperaba. Mel rápidamente la identificó como una de las dos que vio aquel día con Judith. Sin hablar, Björn desnudó a Mel y cuando la tuvo sobre la cama, le exigió que abriera las piernas y dijo:
—Diana, te ofrezco a Mel. Hazla chillar de placer.
Y así fue…
Enloquecida por las cosas que aquella mujer le hacía en el clítoris, chilló de lujuria mientras Björn, sobre su boca, murmuraba:
—Eso es…, así…, córrete para mí.
Diana era colosal. Sabía lo que hacía y su brusquedad en ciertos momentos a Mel la puso a cien. Su lengua era salvaje, rápida, dura y jugó su clítoris de una manera increíble. Cuando creía que no podría volverse a correr, lo volvía a hacer.
Björn sentó a Mel en la cama, se puso tras ella y Diana le metió los dedos y la masturbó. Estaba entregada al disfrute mientras Björn la besaba; de pronto Diana paró y Björn, totalmente excitado, la sentó sobre él y la empaló. Necesitaba introducirse en ella o se volvería loco.
—Túmbala, Björn, y ábrela para mí —pidió Diana.
Él hizo lo que le pedía. Entonces, Mel sintió que aquella mujer untaba desde atrás lubricante en su ano y comenzaba a mover sus dedos con la misma maestría que segundos antes.
—Tienes un culito precioso, Melanie, ¿te gusta lo que hago?
Los ojos de Björn la observaban y ella respondió:
—Sí…, me gusta.
Diana, mujer experimentada en proporcionar el mayor placer, metió un dedo en su interior y le comunicó:
—Ahora me voy a poner un arnés y te voy a follar. Voy a agarrarte de las caderas y me voy a meter dentro de ti hasta que vuelvas a chillar de placer. Quiero sentir cómo tiemblas. Quiero notar que tu culito vibra para mí mientras Björn te folla ese chochito tan maravilloso que me he comido y que estoy deseando comerme otra vez.
Jadeante, Mel, con los ojos clavados en un Björn tremendamente excitado, susurró:
—Sí… sí…
Hechizado por el poder de la mujer que lo miraba, con desesperación Björn acercó su boca a la de ella y la besó. Lo hizo con mimo, con deleite, con amor, mientras juntos disfrutaban del morbo que la situación les ocasionaba, olvidándose del resto del mundo para sólo existir los dos. Una vez dilatado el ano, Diana la agarró por las caderas y la penetró. Mel, enloquecida de deseo, se dejó hacer. Ambos bombeaban en ella. Ambos la llenaban, y disfrutó.
Tras varias negativas de Björn a sus llamadas, aquella noche Agneta decidió ir sola al Sensations y cuando vio lo que ocurría en aquel reservado, se marchó echando humo por las orejas. No por la clase de sexo que vio, sino más bien por las atenciones y delicadezas que Björn le dedicaba a aquélla, la tal Mel, y que con ella nunca había tenido.
Los días pasaron y sus encuentros en su casa o en el Sensations eran calientes y morbosos. Día a día, Björn pudo comprobar por sí mismo lo experimentada que era Mel en cuanto a morbo. Lo volvía loco cómo jugueteaba, cómo lo hacía vibrar con sus movimientos, y también lo volvía loco sentirla suya.
Sentir su mirada cuando otro se introducía en ella y él la apretaba contra sí era de las cosas más excitantes que había experimentado en su vida. Jadeaba como un bárbaro cuando ella gemía, y disfrutaba aún más cuando ella le ronroneaba al oído todo lo que quería hacer con él.
De pronto se sintió terrenal. Quería que Mel contara con él para todo y comenzó a desear que nadie más tomara las riendas del juego con ella.
Disimular ante Eric y Judith cada día se le hacía más cuesta arriba. Estar con ellos y con los amigos tomando algo o cenando y no poder besar a Mel, o ver cómo otros hombres se le insinuaban en busca de una cita con ella era una auténtica tortura; sin embargo, cuando estaban solos se resarcía. Intentó conocer a los amigos de ella, pero Mel se negó. Siempre encontraba una excusa para dejarlo para otro día.
El sexo entre ellos era colosal. Caliente y morboso. Ambos lo disfrutaban. Ambos lo demandaban. Ambos eran dos fieras insaciables.
Después de varios días separados por un viaje a Bagdad que Björn desconocía, cuando Mel llegó fue a cambiarse de ropa, pues no quería que la viera vestida de militar, y se fue directa a la casa de él, que la esperaba allí. Cuando abrió la puerta y se miraron, el calor inundó sus cuerpos. Se deseaban. Se habían echado de menos.
—Hola, preciosa.
Mel lo abrazó, metió su lengua en su boca y la movió con exigencia, mientras Björn caminaba con ella entre sus brazos hacia su habitación. Una vez llegaron allí, Mel, se soltó, lo miró y exigió:
—Desnúdate.
Él, excitado, hizo lo que ella pedía y cuando estuvo totalmente desnudo, Mel pidió:
—Mastúrbate.
Björn frunció el cejo. No quería masturbarse, quería hundirse en ella, sentir su calidez… Iba a protestar cuando Mel, con la voz de la teniente Parker, ordenó:
—He dicho que te masturbes.
Aquella voz…
Aquella exigencia…
Y cómo lo miraba fue lo que hizo que Björn llevara su mano hasta su pene y comenzara a tocarse. Sin quitarle ojo, Mel observaba sus movimientos y cuando vio que cerraba los ojos a punto de llegar al clímax, lo cortó diciendo:
—Eh… eh… eh… ¡Para! Túmbate en la cama.
—¿Hoy vienes mandona? —se mofó él.
Mel sonrió. Abrió la mochila que llevaba y, sacando unas cuerdas rojas, respondió:
—Voy a disfrutar de ti como llevo días pensando.
Björn miró las cuerdas y la advirtió:
—No me gusta que nadie me ate.
Ella sonrió y, sin moverse de su sitio, replicó:
—Yo no soy nadie, soy Mel y tú vas a hacer lo que te estoy pidiendo, ¡ya!
Sin entender bien lo que pretendía, Björn claudicó. Una vez se tumbó en la cama, ella, sin desvestirse, se subió a su lado y cogiéndole un brazo se lo ató a un lateral de la cama y después hizo lo mismo con el otro.
Una vez lo tuvo inmovilizado, sonrió y, sacando un pañuelo rojo, murmuró, tentándolo:
—No verás nada. Sólo sentirás… oirás y…
—No, Mel…, no quiero que me tapes los ojos.
Agachándose hasta quedar encima de su boca, ella afirmó:
—Hoy mando yo… y tú te callas.
La situación lo estaba excitando una barbaridad. La deseaba y aquello lo estaba volviendo loco. Sin hablar más, ella le ató el pañuelo rojo alrededor de la cabeza y cuando se aseguró de que él no la veía, dijo, levantándose de la cama:
—Y ahora…, prepárate para darme el máximo placer.
Björn no veía, pero la oía caminar por la habitación. Los ruidos le hicieron saber que se había quitado las botas y el pantalón. Cuando sintió que la cama se hundía, la amenazó:
—Cuando me sueltes, te aseguro que me las vas a pagar.
—Cuando te suelte, te aseguro que vas a estar muy contento.
Él sonrió sin ver las cosas que Mel sacaba de la mochila. De pronto oyó un zumbido y preguntó:
—¿Qué haces?
Ella no respondió, un jadeo sonó y Björn insistió:
—¿Qué haces?
Con un masajeador, Mel se daba placer en el clítoris. Finalmente, respondió:
—Lo estoy pasando fenomenal mientras te veo atado a la cama y con los ojos tapados.
Incrédulo por lo que había dicho, quiso protestar y cuando un nuevo jadeo de ella llegó a sus oídos, murmuró:
—Nena…, me estás volviendo loco.
Björn temblaba y su excitación se incrementaba por momentos cuando sintió que ella de pronto cogía su pene y se lo metía en la boca. Lo lamió durante un buen rato y una vez lo hubo conducido a las puertas del clímax, sintió que le ponía algo alrededor.
—¿Qué me estás poniendo?
Mel sonrió y él, al notarlo, protestó:
—Joder, Mel, ¿qué me estás poniendo?
—¡Adivina! —rió ella.
Al sentir la presión que aquello ejercía en su pene, dijo:
—Creo que es una anilla. ¿Por qué me la pones?
Ella sonrió y, tras introducir la anilla totalmente, llevó su boca hasta los duros pezones de él y, mordisqueándoselos, siseó:
—Tranquilo, cielo. Te dije que me las ibas a pagar y hoy te vas a correr cuando yo lo diga.
Al oírla sonrió y al recordar el día en que él le exigió que no se corriera, Björn musitó:
—¿Tan vengativa eres?
Mel asintió y, apretando con su mano su duro pene, repuso:
—Quien me la hace, me la paga. Y te aseguro que en estos días en que no te he visto, he pensado cómo me lo ibas a pagar.
—Malota…
Divertida, sonrió y explicó:
—Te he puesto un anillo vibrador de silicona que reforzará tu erección, me estimulará el clítoris y retardará la eyaculación hasta que yo quiera.
—Vaya…
Tras varios besos y toqueteos por parte de ella, que lo estimularon una barbaridad, sintió que se sentaba a horcajadas sobre él e, introduciéndose el duro pene lentamente, murmuraba:
—Ahora vamos a jugar tú y yo.
Acto seguido, gustosa, comenzó a mover las caderas de un lado a otro, mientras sentía cómo el pene latía en su interior. Dios… cuánto lo había añorado. Pasados unos minutos, Björn se estremeció. Ella paró y dijo:
—No, pínsipe, no… aguanta como yo aguanté.
Sin poder abrazarla, él protestó. Se sentía vendido con las manos atadas.
—Suéltame las manos, Mel.
Como respuesta, su boca se posó sobre la suya y, tras besarlo hasta dejarlo sin aliento, ella insistió:
—No, cielo…, aguanta.
—Quiero tocarte.
—No… no… no… como tú dijiste… ¡aguanta!
El pene de Björn estaba duro como una piedra y Mel accionó un pequeño botón de la anilla y el aro comenzó a vibrar. Él jadeó y ella, apretándose sobre su miembro para sentir la vibración en su clítoris, susurró:
—Voy a buscar mi propio placer y con ello te haré enloquecer.
La presión que Björn notaba en el pene cada vez que ella se movía era colosal. No podía verla, pero sí podía sentir cómo lo cabalgaba y le temblaban los muslos de placer al recibir las descargas en su clítoris.
Los jadeos de Mel… los movimientos de Mel… y no poder verla lo estaban volviendo loco. Ella aceleraba sus movimientos y cuando lo sentía subir a la cumbre los ralentizaba.
—Así… así Björn…, aguanta y dame lo que quiero.
—No puedo…
—Sí puedes… Sigue… Oh, sí…
Completamente erecto, él sólo podía mover las caderas hacia adelante para clavarse más en ella cuando bajaba hacia él, mientras la oía jadear y sentía cómo ambos cuerpos temblaban por el morbo que la situación les provocaba. Se mordió los labios mientras el sudor comenzaba a bañar su frente. Ninguna mujer lo había atado a ninguna cama, más bien siempre había sido al contrario. Pero Mel conseguía hacer todo lo que se proponía con él. Cuando le quitó de pronto el pañuelo rojo, lo miró a los ojos y se apretó contra él enloquecida, y juntos se convulsionaron y llegaron al clímax.
Pasado un rato, cuando sus respiraciones se regularizaron, Mel le soltó los brazos y Björn primero la azotó con cariño y luego la abrazó. Tras una ducha, donde de nuevo volvieron a hacer el amor, ella propuso ir al Sensations, pero él se negó. Esa noche no quería terceros. Sólo la quería a ella, a nadie más.
Sobre las tres de la madrugada, cuando los dos estaban sentados en la encimera de la cocina comiendo unos sándwiches, Björn preguntó:
—¿Por qué no has venido con tu traje de azafata?
Mel tragó lo que tenía en la boca y, sonriendo, respondió:
—Ya te dije que con el traje del trabajo no se juega.
Él soltó una carcajada, la besó y, encantado de tenerla delante, propuso:
—¿Qué te parece si mañana tú y yo nos vamos a Venecia un par de días? Conozco un hotelito precioso allí donde podremos pasarlo muy bien.
La proposición era muy tentadora. Nada le apetecía más que un viaje con él, pero contestó:
—No puedo. He de ir a por Sami a Asturias. Estoy deseando verla.
—¿Y no puedes retrasar el viaje un par de días?
Negó con la cabeza.
—No. Estoy deseando ver a mi pequeña.
Björn intentó entender su necesidad de ver a su hija.
—Mi intención es ir mañana sábado a buscarla y regresar el martes como muy tarde —añadió Mel.
Esa rotundidad le hizo saber a Björn que dijera lo que dijese, ella no iba a aceptar y, levantándose, preguntó:
—¿Puedo acompañarte yo?
—¿A Asturias?
—Sí.
—¿Tú?
Divertido por su cara, respondió:
—Puedo quedarme en un hotel. Sólo serán unas noches. ¿Qué te parece la idea?
Aquello le resultaba tentador, pero no, no podía ser. Björn no sabía ciertas cosas sobre ella y si iba a Asturias se podría enterar, por lo que contestó:
—No me parece buena idea. Quizá en otra ocasión…
Pero él ya había tomado una decisión y, cogiéndola en brazos, afirmó, dispuesto a acompañarla y ver si en Asturias había algo más además de su hija:
—Tú y yo mañana vamos a volar juntos a Asturias y da igual lo que digas.
—Pero…
Ya no pudo decir más.
Los besos ávidos y sabrosos de Björn le hicieron perder la razón y media hora después ya la había hecho cambiar de opinión.
Por la mañana, en el aeropuerto, Mel se quedó de piedra al ver que un avión privado los esperaba.
—Hablé con Eric y nos deja su jet. Así vamos directos a Asturias.
—¿Eric tiene jet privado?
Björn sonrió y respondió:
—Eric Zimmerman tiene lo que quiere y, por suerte, ¡yo soy su mejor amigo!
—¿Eric sabe lo nuestro?
Con la mejor de sus sonrisas, Björn fue a contestar cuando ella protestó:
—Joder, Björn, se lo contará a Judith y ahora ella y, con razón, se enfadará conmigo.
—Tranquila, nos guardará el secreto. Pero vete planteando hacerlo público. No sé por qué te empeñas en que no lo sepa nadie.
En ese instante llegó el piloto, los saludó a ambos y, entregándole un teléfono a Björn, dijo:
—El señor Zimmerman quiere hablar con usted.
Él lo cogió y Mel, alejándose, comentó:
—Voy a llamar a casa para decirles que sobre las doce estaremos en el aeropuerto.
Telefoneó a su hermana y cuando ésta contestó, dijo rápidamente:
—Scarlett, cállate y escucha. Voy a ir a recoger a Sami con un hombre, pero él no sabe que soy militar ni que papá lo es. Necesito que prevengas a mamá y a la abuela y, sobre todo, que quites las fotos que haya por la casa que…
—Pero ¿qué me estás contando? ¿Vienes con un hombre? ¿Quién es? ¿Por qué no sabe que eres militar?
—Joder, ¿te quieres callar? —chilló, al ver que su hermana no la escuchaba.
—A mí no me hables en plan teniente, guapa, que te mando a la mierda —protestó Scarlett.
Mel, sin quitarle la vista de encima a Björn, prosiguió:
—Ya te contaré todo lo que quieras en otro momento. Pero por favor… haz todo lo que te he pedido. Quita cualquier rastro de la vida militar que pueda haber en la casa de la abuela. ¿Podrás hacerlo?
—Claro, tonta…, claro que puedo hacerlo. ¿A qué hora llegarás?
—Sobre las doce estaremos ahí. Ah… y él cree que soy azafata de Air Europa.
Scarlett soltó una risotada y preguntó:
—¿Azafata? Yo es que me parto contigo.
—Vale… ríete todo lo que quieras —cuchicheó, viendo que Björn la miraba—. Ve a recogernos, ¿entendido? Y por favor, avisa que no hagan ni un solo comentario sobre a qué me dedico y aclárales que soy ¡azafata! Adiós.
Una vez colgó el teléfono, cuando se dio la vuelta vio que Björn estaba tras ella, mirándola. Le dijo:
—Ahora, cuando nos subamos al avión, me vas a hacer eso que hacéis las azafatas de explicar dónde están las salidas de emergencia. —Mel rió y él añadió—: Tiene que ser muy sexy mirarte mientras lo explicas.
Divertida, lo besó y, entre bromas, subieron al avión.