19

El sábado, Björn y Mel coincidieron en casa de Judith, pero ambos disimularon lo que había entre ellos, aunque Sami se mostró más cariñosa con él de lo habitual. Björn, al percatarse de ello, procuró no estar en el campo de visión de la niña. Si seguía así, los descubrirían.

Judith se preocupó por su amiga al ver que tenía un corte en la frente y se quedó sin palabras al saber cómo se lo había hecho.

Björn, que la escuchaba, quiso contar lo impresionado que lo había dejado, pero no podía. Si se incluía en la historia, todos sabrían que estaban juntos. Por ello, hizo lo mejor que sabía y, para sentirse incluido en la conversación, la provocó:

—¿Seguro que el choque no lo provocaste tú?

Mel torció el gesto al oírlo, en señal de incomodidad, y repuso:

—La pena es que no te pillara a ti dentro.

Él, divertido, la miró y, en tono guasón, replicó:

—Ha hablado la novia de Thor. ¿Dónde te has dejado el martillo?

—Como no cierres el pico, lo vas a encontrar en tu cabeza, ¡listillo!

La pequeña Sami, que en ese momento corría, se paró junto a Björn y, cogiéndolo de la pierna, preguntó:

—¿Jugamos a los caballitos?

Mel al oír a su hija y ver el bloqueo de él, cogió a su pequeña y dijo:

—Sami…, ¿cuántas veces te tengo que decir que no toques la caca?

—¡Serás grosera! —protestó Björn.

Judith los miró con gesto contrariado. ¿Por qué siempre tenían que estar igual? E intervino, intentando calmar los ánimos.

—Por favor…, ¿por qué no fumáis la pipa de la paz?

Mel animó a su hija a correr tras una pelota, soltó una carcajada y con gesto contrariado respondió:

—Cianuro le echaba yo a la pipa.

Björn, levantando las cejas, miró a su amigo Eric, que los observaba, y dijo:

—Además de chulita y prepotente, ¿también asesina? Querida Jud, ¿qué amistades son éstas?

—Björn, no seas estúpido —protestó Judith.

—Eh…, Jud —se quejó él—. No me insultes. Sólo ha sido un comentario.

Mel, quitándole importancia, miró a su contrariada amiga y respondió:

—No hay comentarios estúpidos, sino estúpidos que comentan. Por lo tanto, pasando de él, ¿vale, Judith?

Björn resopló. Se moría por besarla. Lo estaba volviendo loco con su descaro. Pero en sus ojos veía algo que lo desconcertaba y, tras cruzar una mirada con su amigo Eric, que sonreía a su lado, murmuró:

—Recuerda, cuando venga ella, sé buen amigo y no me invites.

Eric soltó una risotada.

Durante la comida, cada uno se sentó a una punta de la mesa y se dedicaron a tirarse las pullitas de siempre. Judith no sabía qué hacer. Quería que sus dos amigos se llevaran bien, pero era imposible. Ellos se negaban.

—Pásame los garbanzos, Judith —pidió Mel.

Ella, encantada, lo hizo y cuando su amiga se estaba sirviendo, oyó que Björn decía con cierto retintín:

—Si queda algo, me encantaría servirme a mí también.

Mel, al oírlo, lo miró y, soltando la bandeja, siseó:

—Aquí los tienes, bonito…, todos para ti.

Marta, la hermana de Eric, que había acudido junto con su novio Arthur, asombrada por lo borde que estaba siendo el bueno de Björn con aquella muchacha, preguntó acercándose a su cuñada:

—Pero ¿qué les pasa a estos dos?

Molesta, Jud los miró y susurró:

—Directamente no se soportan.

Acto seguido, vio cómo su marido le daba a Mel una botella de champán para que la abriera.

¡Clops!

—¡Joderrrrrr!

El sonido del tapón al saltar y el consiguiente «¡Joder!» hizo que todos miraran y soltaran una carcajada al ver que el tapón de la botella había impactado contra el pómulo de Björn.

—¿Quieres dejarme tuerto?

Mel, horrorizada porque no había querido hacer eso, lo miró levantarse e ir al baño. Eric lo acompañó. Judith, sorprendida por aquel ataque tan directo, miró a su amiga y dijo:

—Mel, entiendo que no os llevéis bien, pero un taponazo duele.

—Te juro que no pretendía darle. Ha sido casualidad.

Unos minutos después, volvieron del baño y Björn, mirándola, gritó:

—¡¿Qué tal si piensas antes de hacer las cosas?!

Mel quiso disculparse, decirle que no había pretendido hacer aquello, besarle el pómulo dolorido, pero al ver la expresión de él, respondió en su línea:

—¿Quieres una tirita de princesas?

Björn, ofuscado, fue a responder cuando Eric intervino:

—Se acabó, chicos. Tengamos la fiesta en paz.

Veinte minutos después, cuando Mel pudo ver que Judith no estaba pendiente, el móvil de Björn sonó:

«Lo siento. No pretendía darte un taponazo».

Él sonrió y escribió:

«¿Seguro que no querías dejarme tuerto?».

Desde el otro lado de la mesa, ella le hizo un puchero y escribió:

«Si hubiera querido dejarte tuerto, ¡no fallo!».

Al leer eso, Björn tuvo que hacer esfuerzos por no reír, y más aún por no ir y besarla delante de todos, como deseaba.

A lo largo del día, y a escondidas de todos, se comunicaron con mensajitos de móvil y a última hora él le preguntó por el mismo medio:

«¿Vienes a mi casa esta noche?».

Al recibirlo, ella respondió:

«No. La persona que se queda con Sami, hoy no está».

La cara de Björn se contrajo al leerlo. Quería estar con ella y tras mirarla con gesto ceñudo desde el otro lado del salón, insistió:

«Iré yo a tu casa».

Ella rápidamente contestó:

«No».

Molesto ante su negativa, resopló. Mel lo miró mientras él escribía:

«Pregúntale a Judith si conoce a alguien».

Al recibir ese mensaje, Mel respondió:

«Yo no le dejo mi hija a cualquiera».

Björn, sorprendiéndola, rápidamente escribió:

«O lo preguntas tú o lo pregunto yo».

Incómoda por aquello, fue a contestar cuando Judith, que volvía de despedir a sus cuñados, al verla teclear en el móvil preguntó con curiosidad:

—¿Con quién te mensajeas?

Melanie, consciente de que todos la miraban, respondió dejando el móvil y dándole a su hija un muñeco que le pedía:

—Con un pesadito que quiere quedar conmigo esta noche.

En ese instante, Björn se sentó junto a ellos y murmuró:

—Pobre hombre, lo compadezco. No sabe lo que hace.

—Björn… —protestó Judith y Mel, clavando sus ojos en él, siseó:

—Hay hombres que saben apreciar lo que es una mujer de verdad…, nene.

—Hay hombres para todo…, nena —se mofó él.

Judith, incrédula, interponiéndose entre ellos, miró a Mel y preguntó:

—¿Vas a quedar con ese hombre?

—No.

—Oye… qué colgante de fresa más original. Pero si tiene hasta chocolate —rió Judith.

—Es un regalo —murmuró Mel, al darse cuenta de que el colgante había llamado la atención.

Eric, al ver en lo que su mujer se había fijado, parpadeó. Él había visto aquella joya antes y, mirando a su amigo, que disimulaba, exclamó:

—Vaya… una fresa con chocolate, ¡qué original!

Björn, al darse cuenta de que lo había pillado, con la mirada le pidió silencio.

Tres segundos después, al ver que Mel no iba a preguntar lo que él le había sugerido, dijo para llamar la atención de Judith:

—¿Qué pasa, Ironwoman, no tienes con quién dejar a tu princesa esta noche?

Molesta por su insistencia, ella gruñó:

—Eso a ti no te importa, idiota.

Sin cortarse un pelo y dispuesto a conseguir su propósito, insistió:

—Yo te haría de niñera, pero he quedado con una preciosa mujer y por nada del mundo me voy a perder esa cita.

—Eh… eh… eh… Tú serías la última persona que yo elegiría en este mundo para que cuidara de mi hija.

—A lo mejor la cuido mejor de lo que tú crees.

—Lo dudo.

—Si quieres, déjame la niña a mí —dijo Judith al oírlos—. Sabes que con nosotros estará bien y mañana cuando te levantes vienes a buscarla.

Tener toda la noche para ella sola la atrajo, y por la mirada de Björn supo que a él también, pero, aun así, contestó:

—No…, no creo que sea buena idea.

Eric, que hasta el momento había permanecido en silencio, la miró y perseveró:

—Aquí la cuidaremos como si estuviera contigo. No seas tonta y sal esta noche a divertirte.

Björn, deseoso de meter cizaña, miró a su amigo:

—Qué poco solidario eres con ese pobre hombre. ¿Estás seguro de lo que vas a hacer? Mira que la Superwoman es capaz de darle un garrotazo y puede terminar traumatizado.

—No se hable más —insistió Judith, deseosa de matar a su buen amigo Björn—: Sami se queda con nosotros esta noche.

—Pero…

—Mel —la cortó Judith—, sal esta noche con ese hombre y pásalo bien. ¡Te lo mereces! —Y mirando a Björn, añadió—: Y tú cierra el pico, que me estás poniendo nerviosa y al final la que te va a dar el garrotazo voy a ser yo.

—Amigo —intervino Eric—, yo que tú me callaba. Recuerda, ¡está embarazada y tiene las hormonas alteradas!

Björn soltó una risotada: se había salido con la suya. Levantándose, dijo:

—Me voy. He quedado con una preciosidad que más que garrotazos, cuando me vea me comerá a besos.

—Pobrecilla —se mofó Mel—. Qué estómago tiene que tener.

Judith soltó una carcajada y Björn siseó:

—Para tu información, sé de buena tinta que le gusto.

—¿Seguro?

—Segurísimo…, guapa. Es más, quizá hasta la lleve a montar a caballo.

—¿Por la noche? —preguntó Judith, sorprendida.

Él sonrió y sin querer mirar a Mel para no soltar una carcajada, respondió:

—Montar a caballo a la luz de la luna es maravilloso.

Mel cruzó una rápida mirada con él, que le guiñó un ojo. Divertida, intentó no reírse. ¡Qué liante!

Segundos después, las dos mujeres se levantaron y Eric, mirando a su amigo, que se estaba poniendo un abrigo de cuero, preguntó:

—¿Fresa con chocolate?

Björn al ver que las chicas no los oían, respondió:

—¡Cállate!

Eric sonrió y, acercándose a él, insistió:

—¿Qué tienes tú con Mel?

—Guárdame el secreto, colega, ya hablaremos.

Eric asintió y dijo:

—Por supuesto que hablaremos, pero como dice mi mujer, punto uno: piensa lo que haces. Y punto dos: te aseguro que Jud no tardará en atar cabos y, cuando se entere, ¡temblad por habérselo ocultado!

Veinte minutos después, cuando Mel salió con su coche de la parcela de sus amigos, no se sorprendió al ver el de Björn esperándola un par de calles más adelante.

—Sígueme. Meteremos los dos coches en el garaje de mi edificio —le indicó él desde su vehículo cuando Mel se puso a su lado.

—No.

La rotundidad de su voz le confirmó que aquella noche le pasaba algo y preguntó:

—¿Por qué?

—Porque no y punto.

Sin mirarlo, se encendió un cigarrillo. Björn preguntó al ver su gesto:

—¿Qué te ocurre?

Melanie resopló. Era su aniversario con Mike. Hubiera sido el sexto, pero sin ganas de contar la verdad, respondió:

—Nada. No me ocurre nada.

La negatividad de ella lo sorprendió y, bajándose de su coche, se acercó al suyo y preguntó:

—¿No quieres ir a mi casa?

Mel negó con la cabeza y saliendo de su coche, dijo tras dar un portazo:

—Te dije que quería estar con Sami. ¿Por qué has tenido que insistir?

—Porque tengo ganas de estar contigo, de besarte, de tocarte y de cabalgar a la luz de la luna.

Esas palabras tan íntimas, tan especiales, le tocaron el corazón; cuando él se acercó más, le puso una mano en el pecho y aclaró:

—Yo no quiero nada más que sexo contigo, no te confundas.

—Pero ¿de qué estás hablando? —preguntó Björn, desconcertado.

—El rollito amor y tal ya te dije que no va conmigo —aclaró Mel, furiosa—. Una cosa es que lo pase bien contigo y otra que te dé exclusividad. Por lo tanto, si quieres que estemos juntos, vayamos a un club de intercambio y pasémoslo bien.

Esa proposición frustraba totalmente los planes de Björn. El sexo le encantaba, pero Mel y su particular manera de hacer el amor lo atraía tanto que sólo la quería para él. Confuso, clavó sus impactantes ojos en ella.

—¿Prefieres ir a un club antes que a mi casa?

—Sí —afirmó ella, apagando el cigarrillo.

Él quiso protestar, quejarse. Pero finalmente tomó aire preguntó:

—¿De verdad no te ocurre nada?

—Te acabo de responder hace cinco segundos.

Con una paciencia impresionante, Björn asintió y, mirándola, preguntó:

—¿Qué te parece si llamo a alguien y vamos a mi casa?

Ella lo miró.

—¿Servicio a domicilio?

Aquello a Björn le hizo gracia y respondió:

—Tengo muchos amigos. Organizo de vez en cuando fiestecitas en casa y…

—Vale. No quiero saber más. Si vas a llamar a alguien, que sea un hombre y que sea atractivo. Cualquiera no me vale.

—¿Una mujer no?

Molesta por la conversación, Mel finalmente dijo:

—Oye, si quieres, llama a una mujer para ti y un hombre para mí. No soy celosa.

Él sopesó sus palabras. El sexo entre cuatro solía ser divertido, pero decidió dejarlo para otro día. Al final, abrió su móvil, habló con alguien y una vez concretó verse en su casa en media hora, anunció, encaminándose hacia su coche:

—Tema solucionado. Será una fiesta de tres.

—¿Has llamado a un hombre?

—Sí. Ahora, sígueme.

Cuando llegaron, los dos metieron sus vehículos en el garaje y al entrar en la casa, Björn la besó y murmuró:

—Hoy hubiera querido una noche solo contigo.

Mel asintió. A ella también le apetecía, pero no quería colgarse de aquel guaperas: con toda seguridad, si lo dejaba entrar en su vida le rompería el corazón. Por eso, sonriendo, lo besó y murmuró:

—Vamos a pasarlo bien. ¡Déjate de exclusividades!

En ocasiones como aquélla, su frialdad y su chulería dejaban a Björn sin habla. Cualquier mujer de las que conocía mataría por una noche a solas con él, pero Mel no. Eso marcaba la diferencia entre ella y las demás. Quiso protestar, pero al final, mirándola fijamente, dijo:

—Yo guiaré el juego, ¿de acuerdo?

Ella sonrió y, divertida, accedió:

—Vale, pero no te acostumbres.

Media hora después, sonó el portero automático de la casa y cuando entró Carl, ella lo reconoció y sonrió. Se saludaron y Björn de pronto se sintió violento. ¿Estaba celoso?

Rápidamente preparó unas copas mientras ellos hablaban y él se tranquilizaba. No era la primera vez que compartía mujer con su buen amigo Carl, pero en esa ocasión lo que estaba sintiendo mientras ellos dos hablaban era diferente y se inquietó. No le gustaba sentirse así.

Tras beber para caldear el ambiente, Mel puso música cañera, como siempre. Björn la miró al ver que se trataba de Bon Jovi y ella, con el reto en la mirada, sonrió. Aquella sonrisa fría a él no le gustó y supo que algo no iba bien. La siguió con la mirada y la vio sacar de su bolso un pañuelo oscuro, que enseñó a los dos y se ató sobre los ojos.

Björn se enfadó. La conocía y sabía lo que aquello significaba. Por ello, levantándose, se acercó a su oído y murmuró:

—¿Qué estás haciendo?

—Disfrutar.

Molesto él insistió:

—¿Por qué lo haces?

Con un tono de voz que lo dejó helado, ella respondió:

—Porque hoy quiero estar con Mike.

Eso lo ofendió. Lo enfadó y, sin poder verle los ojos, gruñó:

—He dicho que me dejaras a mí guiar el juego.

—Y te dejo, nene…, pero hoy también juega Mike.

Frustrado porque nada estaba saliendo como él quería, tuvo la tentación de acabar con el juego en aquel mismo instante, pero el deseo pudo más que la razón. Finalmente, la cogió de la mano y exigió:

—Mel, siéntate.

Ella lo hizo. Cada hombre por un lado la atacó. Cuatro manos recorrían sus pechos, su cintura, sus piernas, separándoselas para buscar el caliente centro de su deseo. Le subieron la minifalda y primero uno y después el otro, metieron sus dedos en su húmeda cueva para disfrutar de ella y proporcionarle placer. Dedos juguetones le retiraban la fina tela de la braga y la asaltaban mientras le decían cosas calientes, excitándola.

—¿Te gusta lo que te decimos, Mel? —preguntó Carl.

Ella asintió y Björn, enloquecido por el morbo del momento, se levantó del sillón. Mel lo volvía loco. Se impacientaba como un colegial. Sin demora, se arrodilló en el suelo y, tras quitarle las bragas con brusquedad, pidió:

—Abre más las piernas y ofrécete a mí.

Así lo hizo y la boca de él fue directa a donde ella demandaba. Recostada en el sofá, se entregó al disfrute del juego mientras Carl le abría la camisa y, sacándole los pechos por encima del sujetador, se los mordisqueaba, los manoseaba, los estrujaba. Embravecido, comenzó a chuparle los pezones con fruición. Frenética y tremendamente excitada por lo que aquellos dos hombres le hacían, Mel se movió gustosa y soltó un jadeo mientras Björn continuaba con su asolador ataque y no paraba de controlar lo que Carl hacía.

La temperatura subió en la habitación y Björn, metido totalmente en el juego, la puso de pie, le quitó la falda, le desabrochó el sujetador y, cuando la tuvo totalmente desnuda, le indicó mirando el pañuelo que le cubría los ojos.

—Mel…, ponte de rodillas sobre la alfombra.

Sin dudar, ella obedeció y entonces le quitó el pañuelo. Quería mirarla y quería que ella lo mirara a él. No estaba dispuesto a compartirla con Mike.

Eso a Mel no le gustó y, tras clavar su enfadada mirada en él, sin necesidad de hablar, actuó. Llevó sus manos hasta el cinturón de ellos, les desabrochó los pantalones, les bajó la cremallera, el bóxer y, con mimo, tocó aquellas erecciones duras y juguetonas que eran para ella.

Con deleite rozó y besó primero la punta de sus penes antes de metérselos en la boca y degustarlos. Ellos soltaron un gruñido varonil que a Mel le puso la carne de gallina y más cuando sintió la mano de Björn en su cabeza, exigiéndole que continuara.

Así estuvieron un buen rato, hasta que éste pidió:

—Carl, mastúrbala.

Su amigo se arrodilló detrás de ella para tocarle el trasero, le mordió las costillas y paseó su lengua por el tatuaje, mientras Mel seguía lamiendo con deleite el duro y erecto pene de Björn. Excitado al ver cómo el tatuaje se movía en su espalda ante el ataque de Carl, Björn le tiró del pelo para que lo mirara, clavó sus ojazos azules en ella y dijo:

—Soy Björn…, mírame a mí.

Esa exigencia, más que enfadarla, la excitó; mientras, Carl comenzaba a masturbarla desde atrás. Metió dos de sus dedos en su húmeda vagina y los comenzó a mover al tiempo que ella jadeaba, se movía e intentaba continuar chupando lo que Björn le exigía.

Retirándose de su boca, éste disfrutó observando la cara de ella mientras otro excitaba su cuerpo. Observó su boca, sus labios, cómo sus pechos se movían descontrolados ante el erótico ataque y, cuando ya no pudo más, se puso un preservativo y cambiándose con Carl, ordenó, mientras la penetraba enérgicamente por la vagina y ella se encogía al sentir su enorme erección:

—Ábrete para mí.

Ella, excitada, hizo lo que pedía y tras darle un azote en el trasero, Björn exigió:

—Ofrécete. Vamos…, apriétate contra mí.

Mel lo hizo enloquecida. Pero sabía lo que él estaba haciendo: le impedía pensar en Mike en un momento así y continuó hablándole mientras bombeaba una y otra vez en su interior:

—Después te abriré las piernas para Carl, como sé que te gusta y quieres. Te ofreceré a él, sólo a él, y luego yo te follaré hasta que grites mi nombre. Esta noche sólo Carl y yo seremos quienes te hagamos gritar de placer. Nadie más.

A cuatro patas, Mel asintió. Björn la tenía agarrada por las caderas y con delirantes movimientos la acercaba y alejaba para ensartarla una y otra vez por detrás, mientras le hablaba y le recordaba que era él quien la penetraba y no otro.

—¿Me sientes, Mel?

—Sí —gritó al notar sus enérgicos movimientos, su calor, su grosor.

—Di mi nombre —exigió, penetrándola de nuevo.

Ella soltó un jadeo. El placer era intenso y Björn volvió a repetir:

—Di mi nombre.

Mel se resistió y él, sin ceder un ápice, la volvió a penetrar con furia y exigió:

—Di mi nombre.

—¡Björn! —gritó ella finalmente.

—Repítelo —insistió.

—¡Björn!

—Otra vez.

—¡Björn! —obedeció entre jadeos.

Encantado con hacerla vivir y sentir la realidad, la empaló de nuevo y, volviéndola loca, murmuró:

—Sí, cielo, sí…, soy Björn, no lo olvides. Esto es entre tú y yo. Nuestro juego y el de nadie más, ¿entendido?

Ella no respondió y Björn, exigente, insistió:

—¿Me has oído, Mel?

—Sí… Sí…, Björn… No pares. Ahora no pares.

Aquella súplica y cómo ella se arqueaba para recibirlo, lo hizo acelerar el ritmo de sus acometidas. Quería hacerla sentir. Quería que disfrutara y quería disfrutar él. Los gemidos de ambos se aceleraron, hasta que, contrayéndose, Mel se dejó ir.

Su cara cayó sobre la alfombra y su sexo se abrió al sentir la última embestida de Björn, acompañada por su sibilante ronquido de placer. Una vez él salió de ella, sin abandonarla ni un segundo, la hizo ponerse boca arriba. La miró a los ojos y vio su agitada respiración. Aquellos juegos a ambos les gustaban. Los excitaban.

Besándola con posesión para dejar claro que él era quien guiaba el juego, preguntó:

—¿Preparada para Carl?

Mel asintió y Björn dijo:

—Carl…

Éste, después de presenciarlo todo y ya con un preservativo puesto, estaba duro y deseoso de jugar con ella. Cuando Björn se retiró a un lado, se colocó entre las piernas de Mel, guió su pene a la humedad que latía ante él y rápidamente la penetró.

Los gemidos de ella volvieron a inundar la estancia y Björn, sentándose a su lado, posó su boca sobre la suya y musitó:

—Sí…, disfruta, cariño… Ábrete para Carl. Vamos…, grita de placer. Quiero oírte…, quiero ver cómo disfrutas…

Mel chilló y cerró los ojos y él, cogiéndole la barbilla con la mano, exigió:

—Mírame.

Ella lo miró y él volvió a exigir:

—Di mi nombre.

Con la mirada fija en él y consciente de con quién estaba, accedió:

—Björn…

Éste asintió. Ella estaba con él y siseó:

—Sí… tú y yo. Éste es nuestro juego.

Enajenada por lo que sus palabras le hacían sentir, lo agarró del cuello y lo besó con desesperación. Abrió su boca y metió su lengua de tal manera en su interior que casi lo hizo perder la razón con un simple beso. La dureza de Mel en la entrega lo sorprendió y quiso mimarla como nunca antes había mimado ninguna mujer.

Carl continuó con sus penetraciones mientras ellos dos se besaban. Sin quitarles la vista de encima, pasó sus manos por debajo de las piernas de ella para tener más accesibilidad y prosiguió con su propio juego. Ver el cuerpo desnudo de la mujer entregándose a él mientras su amigo le devoraba la boca lo hizo temblar, y cuando no pudo más, se dejó llevar por el clímax, clavándose una última vez en ella al tiempo que Mel se dejaba llevar también por él.

Una vez los cuerpos de los tres dejaron de respirar con dificultad, Carl salió de ella y Björn, poniéndose en pie, la hizo levantar, la cogió en brazos y la llevó a la ducha. Cuando el agua comenzó a caer entre ellos, la miró y musitó:

—Estoy duro y voy a follarte otra vez.

Mimosa, ella asintió. Björn la apoyó contra la pared de la ducha y, sin soltarla, guió su pene hacia su dilatada vagina. Cuando estuvo dentro de ella, Mel susurró con un hilo de voz:

—Björn.

Conmovido, asintió. Había dicho su nombre sin que él se lo pidiera y, agarrándola por el trasero para manejarla, murmuró mientras se apretaba contra ella.

—Sí, Mel…, soy Björn.

Mirándose a los ojos, respiraban con dificultad mientras se apretaba el uno contra el otro y disfrutaban de aquella morbosa sensación. La vagina de Mel se contraía y su succión sobre el pene de Björn era fantástica y estupenda. Así estuvieron varios minutos, disfrutando como locos, hasta que él, abriéndole las nalgas con las manos, le pasó un dedo por el ano y ella musitó:

—Carl.

Björn, que ya la había visto tener sexo anal en el Sensations, la entendió y llamó a su amigo. Cuando éste entró en el baño, él le dijo, organizando el juego:

—En unos minutos te quiero dentro de la ducha con nosotros.

Carl asintió. Los observó jugar bajo el agua mientras su pene se endurecía y, una vez erecto, se puso un preservativo. Al entrar en la ducha, cerró el grifo. Björn se movió y colocó a Mel entre los dos. Carl comenzó a tocarla y Björn, locamente excitado, murmuró sobre la boca de ella:

—Esto es lo que quieres.

—Sí —respondió Mel al notar cómo Carl le masajeaba las nalgas.

—Carl te está preparando, ¿te gusta lo que hace?

—Sí… sí…

El placer era inmenso y los jadeos resonaban en todo el cuarto de baño: morbo en estado puro entre los tres. La vagina de Mel succionaba el pene de Björn y éste apretaba los dientes e intentaba no dejarse llevar por los instintos animales que le afloraban. Debía dar tiempo a que los dedos de Carl le dilataran un poco el ano y, cuando no pudo más, siseó:

—Vamos a darte lo que deseas, preciosa.

—Sí, Björn…, entrégame.

Que ella se lo pidiera lo volvió loco de excitación. Oír su nombre le producía un reconfortante placer al saber que Mel contaba con él. Al fin era su juego. Un juego donde ellos eran los protagonistas y no terceros.

Besos…

La lengua de Björn se enredó en la suya y ambos disfrutaron de su pasión y del morbo del momento hasta que Carl pidió:

—Björn, apóyate en la pared y abre a Mel.

Mirándola a los ojos, Björn hizo lo que le decía y, con su pene aún en el interior de ella, le asió las nalgas y la abrió para su amigo. La entregó. Carl le puso la punta del pene en el ano y lenta y pausadamente la comenzó a penetrar, mientras Björn y ella se miraban a los ojos.

Mel jadeó y Björn, pendiente en todo momento de ella, preguntó:

—¿Esto es lo que querías?

—Sí… —Y sin apartar los ojos de él, susurró—: Te gusta entregarme.

Enloquecido por lo que ella le hacía sentir, Björn sonrió y convino:

—Me encanta, preciosa…, me vuelve loco.

Mel asintió y cuando sintió el roce de ambos penes, uno por el ano y el otro por la vagina, gimió.

Los hombres no lo dudaron y cada uno desde su posición se movió en busca del placer y del morbo, mientras ella, en medio de los dos, jadeaba y besaba a Björn con fiereza.

Placer…

Excitación…

Fantasía…

Esas tres cosas los llenaron a tope y disfrutaron de lo que les gustaba: el sexo. Con lujuria, Mel se contorsionó de gozo entre sus manos, dándoles acceso una y otra vez a su interior, mientras ellos, al ritmo que cada uno marcaba, la penetraban en busca del clímax.

Cuando todo acabó y Carl salió de ella, con una mirada le indicó a su amigo que se marchaba a otro baño para ducharse. No hizo falta decir más. Carl sabía que una vez acabado el juego sobraba. Cuando se quedaron Mel y Björn solos en la ducha, éste abrió el agua, la miró a los ojos y se sorprendió cuando la oyó preguntar:

—¿Todo bien?

Él asintió y en ese momento algo dentro de su corazón se descongeló: se acordó de su amigo Eric y sonrió al entender lo que éste había intentado explicarle muchas veces sobre Jud y él. Y sin saber por qué, en ese preciso instante lo entendió todo. La química con una mujer y todo lo que venía después surgía cuando menos se esperaba y a él con Mel le había surgido y no lo iba a desaprovechar.

Los juegos calientes y morbosos entre los tres habían durado hasta las cuatro de la madrugada. Cuando Carl se marchó, Mel se duchó sola. Cuando salió de la ducha, con las bragas y el sujetador puestos, comenzó a recoger su ropa y Björn, mirándola, preguntó:

—¿Adónde vas?

Sin mirarlo, ella respondió:

—A mi casa. Creo que ya es tarde.

Tras un tenso silenció, él inquirió:

—¿Qué te ocurre esta noche? Y no me digas que nada, porque no me engañas. ¿Qué ocurre?

—Björn…

—¿Por qué querías que Mike estuviera aquí? ¿Por qué?

Ella cerró los ojos. Su comportamiento al principio de la noche había sido terrible e inaceptable; encogiéndose de hombros, murmuró:

—Hoy es mi aniversario con Mike.

Era —matizó Björn con rotundidad—. ¡Era!… Debes empezar a hablar de él en pasado.

—Lo sé.

Enfadado por lo que ella pensaba, siseó furioso:

—Mike no está, Mel. Ya no es vuestro aniversario. ¿Cuándo lo vas a querer ver?

Ella no respondió. Simplemente cerró los ojos y continuó recogiendo su ropa.

Loco porque no se fuera, pensó qué hacer. Deseaba que pasara el resto de la noche con él y, sin dudarlo, se encaminó hacia el equipo de música. Tras mirar varios CD, se decidió por uno muy especial para él, por uno que escuchaba siempre en soledad, y cuando los primeros acordes de Feelings, de Aaron Neville, sonaron, ya estaba detrás de Mel, murmurándole al oído:

—Ven…

Ella, con el corazón a mil, soltó la ropa que llevaba en las manos y se dejó abrazar. Lo necesitaba.

Aquella canción…

Aquel hombre…

Aquel momento…

Feelings, nothing more than feelings.

Trying to forget my feelings of love.

Teardrops rolling down on my face.

Trying to forget my feelings of love.

Durante varios segundos, bailaron el uno en brazos del otro aquella romántica y maravillosa canción, hasta que Björn, posando su frente sobre la de Mel, susurró:

—Perdóname por haberte hablado así.

Ella asintió y, tras unos segundos, contestó:

—Perdóname tú a mí por haberme comportado como una idiota.

—Mel…

La joven negó con la cabeza y Björn buscó su boca con desesperación, la besó con ímpetu y, cuando se separó de ella, murmuró con voz ronca:

—No quiero que pienses en él.

—Björn, yo…

—Tú y yo. Aquí sólo estamos tú y yo.

—Escucha, Björn…

—No, cielo, escúchame tú a mí —la cortó, poniéndole el vello de punta—. Cuando estés conmigo, sólo quiero que pienses en mí, en nosotros. Llámame egoísta, pero cuando tú y yo juguemos, con otros o solos, únicamente quiero que existamos tú y yo. Mike es el pasado y yo soy el presente, ¿no lo ves?

Mel no respondió. No podía. Estaba comenzando a sentir cosas especiales por él y eso la asustaba. No se lo podía permitir. No debía. No había sido sincera con Björn desde un principio y sabía que tarde o temprano, cuando él se enterase de su oficio, todo explotaría como una bomba.

Lo besó. Saboreó sus labios con deleite y cuando se separó, él le pidió:

—Quédate esta noche conmigo.

—No…

—No te vayas —insistió con voz ronca.

—No puedo…

—Sí puedes…, claro que puedes.

Conmovida por su voz y por lo que sentía estando con él, lo miró a los ojos y directamente preguntó:

—¿Qué estamos haciendo?

La sensual canción continuó mientras ellos, abrazados y hechizados por el momento, se movían al compás de la misma. Y con los ojos clavados en ella, Björn, aquel Casanova a quien las mujeres adoraban, respondió:

—No sé lo que estamos haciendo, cielo, pero me gusta y no voy a parar, porque te estás convirtiendo en alguien muy… muy especial para mí.

Mel cerró los ojos y sonrió. El romanticismo de Björn le gustaba. Le gustaba mucho.

Feelings, wo-o-o feelings.

Oh… oh… my darling.

Wo-o-o, feelings again in my heart.

Él le olió el pelo mientras ella le besaba el cuello. La abrazó con desesperación y aspiró su aroma. Sin saber cómo ni por qué, aquella mujer lo llenaba por completo y no quería separarse de ella ni un solo día más. Ni un solo instante.

Hechizado por el momento, la llevó hasta la cama, donde continuó besándola. Quería mimarla y decirle cientos de cosas que nunca había dicho, pero él mismo se asustaba de sus sentimientos. Todo iba rápido, demasiado rápido, y tuvo que morderse la lengua para no decir algo de lo que se pudiera arrepentir.

Besos…

Ternura…

Deseo…

Se mimaron al compás de la bonita canción.

Sin prisa…

Sin pausa…

Cuando la canción terminó, comenzó una nueva también de Aaron Neville. En esta ocasión Tell it like it is. Si la canción de antes era romántica, ésa lo era mucho más.

Embelesada por la delicadeza, la sensualidad y el morbo de él en aquellos momentos, Mel cerró los ojos, justo cuando Björn le pasaba los labios por la barbilla. Dios…, ¡era delicioso!

Abandonada a sus arrumacos, lo oyó susurrar:

—Te voy a hacer el amor con mi música. Con nuestra música.

—Eres un romanticón —bromeó mimosa.

Él asintió y, rozando su nariz contra la de ella, musitó:

—Y tú también lo eres, aunque no lo creas.

Mel sonrió y, tocándole el pómulo con la mano, se lo besó y dijo:

—Siento lo del taponazo… No era mi intención.

Sin darle importancia, Björn se despojó del bóxer negro que llevaba, lo tiró y, rasgando el envoltorio de un preservativo, se lo fue a poner, pero ella se negó.

—¿Segura?

—Sí… Quiero sentir tu piel y mi piel.

Él sonrió y Mel lo besó.

¿Cuánto tiempo llevaba sin hacer el amor?

Al principio de su relación con Mike todo era romántico. Pero en sus últimas ocasiones, todo era frío y rápido. Había olvidado el romanticismo, pero allí estaba Björn. Un hombre impresionante que nada tenía que ver con ella y su estilo de vida. Un hombre al que nunca pensó atraer y que de pronto la mimaba, la acariciaba, la agasajaba de tal manera que le estaba haciendo creer de nuevo que el amor existía.

Besos sabrosos. Besos suculentos. Besos deliciosos. Así la besaba Björn mientras la sensual voz de Aaron Neville llenaba el espacio, y a ellos aquella tórrida intimidad les tocaba el corazón.

Se miraban con ternura…

Se tocaban con mimo…

Se mordían los labios apasionadamente con intimidad…

Se comunicaban sin hablar, mientras sus cuerpos ardientes se rozaban y gustosos se deleitaban en aquel instante profundo y terriblemente mágico entre los dos. Björn dejó caer su fornido cuerpo sobre ella y, con cuidado de no aplastarla, paseó su boca por su frente, por sus mejillas, por su cuello hasta terminar en sus pechos. Ella jadeó.

Con un estremecimiento, Mel enredó los dedos en aquel pelo oscuro y espeso, hizo que la mirara y pidió:

—Hazme el amor.

Con los ojos vidriosos de pasión, Björn la volvió a besar mientras ella bajaba sus manos por su espalda y le clavaba los dedos para retenerlo. Él, excitado y enloquecido por lo que le estaba haciendo sentir, se estremeció. Con movimientos felinos y deliberados, le quitó la ropa interior, que cayó al suelo. Su erección latía. Su duro pene estaba dispuesto para una nueva invasión y no lo dudó. Se colocó en su húmeda y cautivadora entrada, la miró a los ojos y la penetró.

Mel se arqueó para recibirlo y hacerlo suyo, mientras ambos se movían lentamente al compás de la música y sus bocas se deleitaban mordiéndose. Con movimientos sensuales y posesivos, Björn se puso sobre ella y Mel, delirante, se abrió para acogerlo en profundidad. Tranquilos, sin prisa y mirándose a los ojos, uno encajó en el otro mientras sus pieles se rozaban y erizaban por el mágico momento. Apoyando las manos en la cama, él echó hacia adelante las caderas para profundizar más en ella, que, agarrándolo con fuerza por el trasero, pidió con voz temblorosa:

—No te muevas.

Björn, hundido en ella, paró y sintió cómo su vagina lo succionaba, haciéndolo gemir de placer. Aquello era delicioso. ¡Colosal!

—Oh, Dios, nena…

—No te muevas —suplicó acalorada.

Maravillado por el momento Björn no se movió. Disfrutaron de aquella ardorosa intimidad mientras sus cuerpos excitados se volvían locos de placer y la música continuaba. Pasados unos segundos, él acercó su boca a la de ella y musitó:

—Me gustas mucho, Mel… Demasiado.

Ella no habló, cerró los ojos y tembló. Cuando sus temblores disminuyeron, él se movió y, al profundizar más en su cuerpo, le arrancó un candoroso gemido.

El ansia creció en los dos y los movimientos segundo a segundo se volvieron más rápidos, más fuertes, más certeros, más terrenales… ambos lo necesitaban. Cuando él soltó un gruñido de satisfacción y se hundió totalmente, el clímax les llegó a la vez y Mel le confesó entre murmullos:

—Tú también me gustas mucho, Björn… Demasiado.