17

A la mañana siguiente, Björn, no contento con lo ocurrido la noche anterior, decidió buscar a Mel. Como sabía dónde vivía, se acercó para ver si la veía, pero no la localizó. Así pasaron varios días, hasta que una mañana su suerte cambió y la vio salir del portal de su casa con su hija. Decidió seguirla. Con seguridad, por la hora que era, la debía de llevar a la guardería.

Y así fue. Mel dejó a la niña y después, subiendo a su coche, fue hasta el centro de la ciudad. Allí entró en un par de tiendas y tras dejar unos paquetes en el maletero se montó de nuevo en el coche, Björn supo que era entonces o nunca.

Mel se encendió un cigarro, puso música y empezó a tararear. Con tranquilidad, arrancó el coche, metió primera, aceleró y, de pronto, al ver que alguien se le echaba encima, frenó en seco en mitad de la calle. Asustada, salió del vehículo dando un portazo y gritó:

—Pero ¿tú estás tonto?

—No. Y tira ese cigarro.

Sin entender lo que pretendía, protestó mientras Björn apagaba el cigarro en el suelo.

—¿Acaso pretendes que te atropelle?

—Yo te atropellé y sigues viva. Es más, te he dado la oportunidad de vengarte —se mofó él—. Ahora estamos en paz y podré dormir tranquilo por las noches.

Alucinada y sorprendida, ella siseó:

—Capullo.

Atontado por lo que aquella mujer le hacía sentir, la agarró del brazo y, tirando de ella, la atrajo hacia su cuerpo. Luego, sin decir nada, la besó con ímpetu y pasión. A Mel le temblaron las piernas al notar el calor extremo que él le provocaba, en mitad de aquella calle.

—Llevo días buscándote —afirmó Björn cuando sus labios se separaron.

—¿Para qué? —preguntó ella con un hilo de voz tras aquel beso.

No esperaba verlo en aquel momento y la sorpresa le gustó muchísimo cuando él dijo:

—Para continuar con lo que dejamos a medias el otro día, pero no me llames «capullo», sabes que odio esa palabra.

—¿Estás loco?

—Sí y algo excitado también.

—Apenas son las nueve de la mañana.

—Estupenda hora para meterte en mi cama o en la tuya —repuso.

—¡Suéltame!

—Mi casa o la tuya. Tú decides —insistió, mientras un coche pitaba. El Opel Astra de Mel interrumpía la circulación.

—Ni lo sueñes.

—Vamos, no te resistas, preciosa. Me deseas, acéptalo. Ten por seguro que si supiera que no puedo estar contigo, desistiría, pero la sensación que tengo es que puedo y no voy a cejar en mi empeño. Sólo abandono cuando lo tengo claro al cien por cien.

Incrédula por lo que le estaba ocurriendo, Mel protestó:

—Tú, como siempre, tan prepotente y creído.

Dispuesto a conseguir lo que deseaba, acercó de nuevo su boca a la de ella y susurró:

—Escucha, cabezota, me deseas tanto como yo a ti. Tú me fuiste a buscar esa noche al club y ahora el que te busca soy yo a ti. Quiero volver a hacer lo que hicimos y no voy a cesar de pedirlo hasta que me digas que sí. ¿Y sabes por qué? —Ella negó con la cabeza y Björn prosiguió—: Porque el otro día vi en ti a una mujer que hasta el momento nunca había visto. Además de chulita, mal hablada en ocasiones y ardiente, me demostraste que eres dulce, cariñosa y, sobre todo, que sabes sonreír, y eso me gustó.

Ahora eran tres coches los que pitaban y Mel, al ser consciente de ello, comentó:

—He de salir de aquí. ¿No ves la que estamos liando?

Björn la volvió a besar. Esta vez la apretó más contra su cuerpo para que sintiera su dura erección y sobre su boca, murmuró:

—A los coches que les den…

—Pero ¿tú estás tonto?

Con una sonrisa que le calentó el alma, él respondió:

—Tonto estaría si no quisiera meter en mi cama a la preciosa novia de Thor. —Y al ver que ella levantaba las cejas, agregó—: Por muy chulita que te pongas hoy, te aseguro que no vas a escapar de mí tan fácilmente. Puedo ser tan chulo como tú.

Su insistencia finalmente la hizo sonreír, mientras los dueños de los coches tocaban el claxon cada vez más enfadados.

—Björn, estamos organizando un atasco.

—Guau…, ¿me has llamado por mi nombre? Repítelo.

Pero los pitidos continuaban y ella insistió:

—El atasco, ¿no lo ves?

—Estoy hablando contigo. Préstame atención.

—Pero los coches…

—A los coches que les den.

—¿Y luego tú me llamas a mí «chulita»?

Con una seductora sonrisa, él pidió:

—Di mi nombre otra vez.

Divertida por su locura, cuchicheó:

—Björn.

—Mmm… Me encanta cómo lo pronuncias. La manera como pones los morritos me pone a cien. Dímelo otra vez.

El atasco comenzaba a ser monumental y Mel, incapaz de no escuchar lo que la gente gritaba, finalmente claudicó y dijo:

—Vale, Björn, elijo tu casa. Pero iré en mi automóvil.

—No, preciosa —negó él—. Vendrás en el mío. No me fio de ti.

—Pero…

Quitándole las llaves de la mano, añadió:

—Prometo que luego seré un caballero y te acompañaré a buscarlo.

Extasiada, ella asintió y, mientras pedía disculpas a los conductores que protestaban, Björn aparcó su coche. Cuando lo cerró, le entregó las llaves, le asió la mano con fuerza y la llevó hasta el suyo.

Una vez dentro, Mel aún seguía sin entender cómo se había dejado embaucar por aquel hombre y declaró:

—Reconozco que tu coche es una pasada.

—¿Te gusta? —preguntó él.

Mel, mirando los carísimos acabados de aquel vehículo, asintió.

—Sí, James, me gusta tu Aston Martin una barbaridad. Cuando quieras, me puedes regalar uno del color que prefieras.

Björn sonrió y cuando metió la llave en el contacto, la suave música soul comenzó a sonar. Sin demora, ella la apagó. Él se sorprendió pero no dijo nada. Sólo deseaba llegar a su casa, desnudarla y disfrutar de ella.

Cuando entraron en el garaje del edificio y aparcaron, Björn bajó de coche y, antes de que le pudiera abrir la puerta con caballerosidad, ella ya estaba fuera. Cuando cerró, él le asió de nuevo la mano con autoridad y caminó hacia el ascensor. Una vez llegaron a la planta cuarta, entre besos y toqueteos, entraron en su hogar. Björn desconectó la alarma, cerró la puerta y, aprisionándola contra ella, murmuró:

—En otro momento te enseñaré la casa. Ahora me muero por desnudarte y jugar contigo.

Mel no habló. No podía.

Era la primera vez desde que Mike murió que estaba sola en la casa de un hombre y deseaba participar y disfrutar. Sus escarceos sexuales siempre habían sido en bares o en hoteles, pero nunca en la intimidad del hogar de nadie. Pero allí estaba, en casa de él sin saber aún realmente por qué.

El cuerpo de Björn la aplastaba contra la puerta mientras las manos de ambos volaban por sus cuerpos, deseosas de encontrar lo que buscaban. Prenda a prenda se fueron desnudando el uno al otro hasta quedarse sin nada.

—Me encanta tu olor a fresa…

Ella sonrió. Por primera vez en mucho tiempo, Mel deseaba dejar de ser la teniente Parker para convertirse en una mujer cariñosa que deseaba amar y ser amada. Cuando vio que él tenía un preservativo en la mano, ella, con una sensual sonrisa, se lo quitó, lo abrió y, agachándose, se lo comenzó a poner.

A Björn sus movimientos lo estaban volviendo loco. Mientras Mel se ayudaba de los dientes para bajar el preservativo por el duro pene de él, con las manos le apretaba las nalgas. Cuando lo tuvo puesto, le dio un cachete y, mirándolo a los ojos, murmuró mientras se levantaba:

—Veamos qué eres capaz de hacer, pínsipe.

Él sonrió y, apretándola de nuevo contra la puerta, murmuró:

—Te aseguro que soy capaz de hacer muchas… muchas cosas.

Ambos sonrieron y él le dio la vuelta y la puso mirando hacia la puerta. Le miró el tatuaje. Aquel tatuaje que tanto le había llamado la atención. Con deleite, pasó la lengua por él y musitó:

—Me encanta tu tatuaje.

—A mí también.

—¿Qué significa para ti?

Al pensar lo que le preguntaba, susurró excitada por cómo la tocaba:

—Los atrapasueños alejan los miedos, las pesadillas, y yo decidí tener el mío en mi cuerpo.

Björn sonrió y le pasó la lengua desde el tatuaje hasta el cuello.

—Eres tan morbosa como yo —observó—, y aunque sé que te gusta jugar con hombres y mujeres, en este instante sólo te voy a follar yo.

—Me gusta el sexo, el morbo y los juegos tanto como a ti.

Acalorado mientras tocaba su tatuaje, añadió:

—Espero jugar contigo y con otros en otra ocasión. Pero ahora separa las piernas, echa tu precioso trasero hacia atrás y muévete cuando yo esté dentro, para que vea cómo se mueve tu bonito tatuaje.

Ella obedeció y cuando sintió cómo desde atrás él le abría los labios vaginales y la penetraba, pegó su boca a la puerta y jadeó. Sentirlo tan duro, tan potente dentro de ella, la activó. La avivó. La hizo sentir viva y cuando él dio el primer empujón para profundizar más, chilló.

Sus gritos placenteros cargados de erotismo a Björn le supieron a gloria y, parándose, murmuró con voz ronca, de nuevo en su oído:

—Me encanta cómo se mueve el tatuaje cuando tú te mueves.

—Genial… Continúa.

Metiéndole un dedo en la boca para que se lo chupara, Björn la penetró una y otra vez, mientras su cuerpo disfrutaba de aquel ataque asolador. Mel estaba dejándose hacer. En ningún momento intentó tomar el mando y él se lo agradeció.

Moviendo sus caderas de adelante hacia atrás, el juego continuó, mientras su pene era absorbido por ella y él observaba cómo el atrapasueños tomaba vida ante los movimientos de ella y parecía balancearse.

Calor… el calor era tremendo.

Björn soltó la mano con que le agarraba la cadera y tras darle un cachete que sonó seco en la estancia, dejó caer su cuerpo sobre el de ella y, agarrándola con fuerza por la cintura, murmuró mientras incrementaba el ritmo:

—Así…, vamos…, jadea… Quiero oírte.

Pero los jadeos duraron poco. Un asolador orgasmo les alcanzó a ambos y juntos lo disfrutaron mientras sus respiraciones desacompasadas les hacían saber que aquel juego debía continuar. Pasados unos minutos en los que sus respiraciones se relajaron, él salió de ella y se quitó el preservativo. A continuación, le dio la vuelta para besarla y Mel suspiró.

—Estupendo.

Björn sonrió sobre su boca y murmuró:

—Ya te he dicho, preciosa, que sé hacer muchas cosas.

—Prepotente —rió divertida.

—Muy prepotente y con las chulitas como tú, más.

Ambos rieron. Mel movió la mano a modo de abanico para darse aire y Björn le planteó:

—Por cierto, ¿qué es eso de alejar las pesadillas y miedos con el atrapasueños de tu espalda? ¿Qué miedos tienes tú?

Incapaz de sincerarse, ella murmuró:

—Intento alejar a los fantasmas, pero ya ves, aquí estoy, con el fundador de su especie.

Björn soltó una carcajada y Mel, agarrándose a su cuello, dio un salto hasta quedar sobre él y preguntó:

—¿La ducha está por allí?

Sorprendido por la naturalidad de ella en ese momento, tan diferente de como se solía mostrar, respondió:

—No. Por ahí está mi bufete. —Al ver que ella lo miraba, aclaró—: Mi casa está unida a mi despacho profesional. Soy abogado.

Mel asintió y sin preguntar nada más, dijo:

—Llévame a una ducha, la necesito.

—La necesitamos —rió él.

Björn caminó con ella en brazos hasta el baño. Al pasar por la habitación, Mel se fijó en la enorme cama y sonrió. Cuando llegaron al elegante y espacioso baño, Björn la dejó en el suelo.

—Voy a por más toallas.

Ella asintió. Cuando quedó sola, miró la enorme estancia. Aquel cuarto de baño era espectacular: encimera con dos lavabos, jacuzzi, ducha de hidromasaje. Era un cuarto de baño de anuncio. Nada que ver con el minúsculo de su casa. Secándose el sudor que le perlaba la frente, se miró en el espejo y, a diferencia de otras veces, sonrió. Se volvió y miró el tatuaje de su espalda. Se lo hizo después de nacer Sami. Aquel atrapasueños velaba por ella y por su hija. Así lo creía y así debía de ser.

La expresión de Mel cambió. El recuerdo de Mike volaba sobre ella y sacudió la cabeza para ahuyentarlo. Él no tenía que estar allí y cuando Björn entró y la vio de pie, mirándose en el espejo, preguntó:

—¿Qué ocurre?

Desconectando sus pensamientos, ella respondió:

—Te estaba esperando.

Björn sonrió y, tras dejar las toallas sobre un moderno taburete, la cogió de la cintura y, entrando en la enorme ducha, dijo:

—Pues ya estoy aquí. Duchémonos.

El deseo los atrapó de nuevo. Mel llevaba más de dos años sin sentir que otras manos le enjabonaban la espalda y, cerrando los ojos, disfrutó. Y cuando los labios de él se posaron en su cuello, mimosa, sonrió.

Björn, totalmente sorprendido por lo que estaba ocurriendo, disfrutó tanto o más que ella. Mel, aquella gruñona que siempre lo sacaba de sus casillas, en la intimidad estaba resultando ser una mujer dulce, sensual y mimosa.

Eso lo volvió loco y cuando ella se agachó ante él, cogió su pene y se lo metió en la boca, se tuvo que agarrar a los mandos de la ducha para no caerse de la excitación. Ella lo chupó con mimo. La presión de sus manos en su escroto y de su boca en su pene lo hizo jadear y cuando sintió que se iba a correr, la paró.

—Si sigues, no voy a poder parar.

—Pues no pares —replicó ella, capturando de nuevo entre sus labios aquel ancho y duro pene.

Björn se apoyó en la pared y decidió seguir su consejo. Mel, deseosa de él, le agarró las duras nalgas del culo y disfrutó. Abrió la boca todo lo que pudo para darle cabida al pene y lo obligó a introducirse una y otra vez en ella. El latido de Björn, cómo temblaban sus piernas y cómo jadeaba le hicieron saber que el clímax estaba cerca y cuando él soltó un gruñido varonil acompañado de espasmos y apretó las caderas contra su cara, supo que había conseguido su propósito: lo había hecho suyo.

Instantes después, se levantó del suelo de la ducha y, mojándose la cara con el agua, se limpió los restos de semen. Después, acercó su cuerpo al de él, que seguía con los ojos cerrados, y murmuró:

—Muñequito, me debes un orgasmo.

Björn asintió, todavía en una nube. Lo que Mel acababa de hacerle había sido algo colosal, diferente. Su manera de tocarlo, de poseerlo, de exigirle, lo había dejado sin voluntad ni aliento, y cuando por fin pudo abrir los ojos, musitó:

—Te debo lo que tú quieras, preciosa.

Veinte minutos después, cuando salieron de la ducha y entraron desnudos a la habitación, Mel se paró al oír música soul. Llevaba casi dos años sin permitirse escuchar ese tipo de música que tanto le había gustado en otra época. Cuando Mike murió, esa música murió con él y decidió no escuchar nada que le rompiera el corazón, por eso se centró en el rock y la música cañera. Ésa era su particular forma de intentar que los recuerdos no la volvieran loca.

—¿Bailas?

Ella negó rápidamente con la cabeza. Björn, desconcertado, la miró y al recordar que en la fiesta de la empresa de Eric tampoco había bailado ese tipo de música con nadie, la interrogó:

—¿Por qué?

Mirándolo a los ojos, Mel respondió con sinceridad:

—No he vuelto a bailar música de este estilo desde que Mike murió.

La franqueza de ella en momentos como aquél, tan aplastante, lo sorprendió y, acercando su boca a la frente de ella, con mimo la besó.

—Lo siento mucho. Siento lo de Mike.

—No te preocupes.

Tras un tenso silencio, Björn preguntó:

—¿Cuánto hace que murió?

—Casi tres años —contestó ella con un hilo de voz.

Cogió una camisa limpia de su armario, y se la puso a ella por encima. Después la abrazó, la sacó de la habitación y la llevó a la cocina. Allí la sentó y, en silencio, le preparó un café y unas tostadas. Veía la angustia en su mirada. Una mirada que de pronto adoró.

Cuando se sentó frente a ella y empezaron a comer de repente, sin saber por qué, Mel se abrió a Björn. Le contó su dolor. Su desesperación cuando supo de la muerte de Mike. Le contó que éste era militar americano, pero no le reveló que ella lo era también.

Björn la escuchó sobrecogido. Aquella mujer vulnerable y natural que de pronto estaba ante él abriéndole su corazón era lo más genuino que había conocido en toda su vida.

Así estuvieron cerca de una hora. Él no se quejó cuando ella fumó y Mel se lo agradeció.

—Vaya rollazo que te he soltado —se mofó luego, apagando el cigarrillo en un cenicero que Björn le había buscado—. Ahora, además de insoportable y chulita, pensarás que soy un coñazo de tía. Venimos aquí a pasarlo bien y me tiro una hora hablando de mi vida y de mis desgracias.

Intentando facilitarle el momento, él sonrió y, tocándole el óvalo de la cara con mimo, preguntó:

—¿Cuántos años tienes?

—Treinta y tres, pero si me quito años como tu amiguita la rubia, te diré que veinticinco y me quedo como Dios.

Björn soltó una carcajada y, curiosa, ella le preguntó a su vez:

—¿Y tú qué edad tienes?

—Treinta y dos.

—Vaya… soy mayor que tú y te puedo pervertir.

—¡Qué escándalo! —se burló él.

Cuando ambos pararon de reír, Björn le retiró el pelo de la cara y las manos de Mel fueron a sacar otro cigarrillo.

—No deberías. —Al oírlo lo miró y él añadió—: Fumar es muy malo para la salud y no me gusta ver que lo haces.

Mel sonrió y la teniente Parker replicó:

—Pues lo siento. Yo fumo, te guste o no.

Björn no insistió. Él no era nadie para prohibirle nada y ella, al darse cuenta de su contestación, tiró de su buena disposición, guardó el tabaco en el bolso y dijo:

—De acuerdo. Estoy en tu casa y lo respetaré.

Con una cálida sonrisa, Björn le agradeció el detalle y preguntó:

—¿Desde cuándo practicas este tipo de sexo?

—Hace unos nueve años más o menos, en mi época de zorrilla punk…

—¿Zorrilla punk? —rió Björn.

Divertida por la cara de él y lo que había dicho, añadió:

—Tuve una época en la que di más problemas en mi casa que otra cosa. Pobrecitos, mis padres. Me desaté. Fumé hierba hasta caer rendida y un día fui a una fiesta y todo terminó en una orgía descomunal. Al día siguiente no me podía creer lo que había hecho, pero como me gustó la experiencia, volví a repetir. Luego, por circunstancias de la vida, mi entorno social cambió y después conocí a Mike. Él era ajeno a todo esto y fui yo quien lo introdujo en este mundo de morbo y fantasía, y la verdad, lo disfrutó y le gustó.

—¿Has practicado el sado?

—Sí, pero light. Que me tengan que pegar para sentir placer no es lo mío. Pero reconozco que ciertos jueguecitos sado con las esposas y los látigos de seda, ¡me ponen!

Björn asintió. Le gustaba que ella fuera clara y experimentada. Siguió interrogándola:

—¿Has probado todo?

Mel sonrió y respondió:

—Si te refieres a hombres y mujeres, sí. Y me gustan más los hombres. Aunque de vez en cuando no me importa jugar con alguna mujer.

—¿Qué te gusta de los hombres?

—Me apasiona sentirme entre ellos. Me excita dejarles jugar conmigo y a mí jugar con ellos. Cuando quiero, soy yo la que se ofrece. Soy yo la que pide, o soy yo la que exige.

—Y de las mujeres ¿qué te gusta?

Mel sonrió.

—Entre nosotras sabemos muy bien dónde localizar el placer. Cuando estoy con una mujer, procuro disfrutarlo y dejarme llevar, pero ya te digo que a mí lo que más me pone es vuestro ímpetu varonil. ¿Tú has estado con hombres?

Björn soltó una carcajada y respondió:

—Estar… estar… sólo una vez y la experiencia no me gustó. Introducir mi pene en el trasero de un tío no es lo que me va, prefiero introducírselo a una mujer donde ella quiera. Por lo que mi experiencia con mi propio sexo se limita a que permito que me toquen cuando estamos jugando y a que disfruto cuando a alguno le gusta meterse mi aparatito en la boca. Nada más. Pero reconozco que ver a las mujeres jugar me pone a cien. Vosotras sois exquisitas y muy sensuales en vuestros movimientos, y cuando te he visto con alguna en el Sensations, me he excitado mucho. Parecías pasarlo bien.

—Sí, claro que lo paso bien, si no, te aseguro que no jugaría —aclaró Mel.

Esa sinceridad a Björn lo excitó y volvió a preguntar:

—¿Por qué no querías que Eric y Jud supieran que…?

—Por vergüenza —lo cortó Mel sin dejarlo acabar.

Al oírla, él, divertido, musitó:

—¿Vergonzosa?, ¿tú eres vergonzosa?

—Un poco sí —rió ella—. El sexo y mis fantasías no son algo que me guste compartir con la gente. Digamos que es mi secreto.

Björn asintió. En cierto modo la entendía. Él tampoco iba pregonando el tipo de sexo que practicaba al resto de la humanidad.

—Seguro que alguna vez has coincidido con Jud y Eric en el Sensations en diferentes reservados. Igual que yo te encontré, te podían haber encontrado ellos. —Y al ver el gesto infantil con que lo miraba, murmuró—: Por cierto, me tienes alucinado.

—¿Por qué?

Retirándole el pelo de la cara con un gesto íntimo, él respondió:

—Poder hablar contigo con normalidad y mantener una interesante conversación, es más de lo que nunca pensé conseguir de ti.

Ella sonrió, y su sonrisa aniñada emocionó a Björn.

—Bésame —pidió él.

—¿Qué?

—Bésame —insistió.

Mel lo pensó. Aquello no era una sugerencia, era una exigencia y, así, hizo lo que le apetecía y acercando su boca, rozó su nariz contra la de él y finalmente metió su lengua y lo devoró. Cuando sus labios se separaron, Björn, mirándole los preciosos ojos azules, dijo:

—¿Puedo preguntarte cosas que me rondan por la cabeza?

—Depende. Tú pregunta y, si no me apetece, no te contestaré.

—¿Ha vuelto la Melanie chulita? —comentó sonriendo.

—Sí.

—¿Siempre eres tan clara en todo? —rió Björn.

—Casi siempre. Todo depende del capu… listo que tenga delante.

—En este caso, el capu… listo soy yo.

—No lo dudes…, nene.

—¿Por qué eres tan borde a veces?

—Porque puedo… y quiero, y ahora, ¡cállate!

Divertido por su tono de voz autoritario, murmuró:

—No des órdenes. Pareces un sargento.

—Teniente me gusta más.

Björn asintió y preguntó:

—¿Cómo era Mike?

Mel suspiró.

—Un buen militar. Roquero. Loco. Un amigo divertido y una pésima pareja. Así era Mike, pero yo lo quería tal como era.

—¿Por qué dices que era una pésima pareja?

Levantando las cejas, Mel contestó:

—Yo no era la única mujer en su corazón. Pero de eso me enteré cuando murió. Y gracias a él se puede decir que, hoy por hoy, no me fío de ninguno de los de tu especie.

—¿Para ti somos una especie?

Melanie sonrió.

—Una especie de la que me gusta disfrutar en la cama, pero luego prefiero que se vaya a su casita para que yo continúe con mi vida, cuide de mi hija y haga mi trabajo.

—Por cierto, ¿en qué trabajas?

La pregunta le pilló tan de sorpresa que, como siempre hacía, respondió:

—Soy azafata.

Björn asintió.

—Conozco a varias azafatas.

—¡Qué ilusión! —se mofó ella, haciéndolo sonreír.

—¿Para qué compañía trabajas?

—Air Europa —respondió rápidamente, al recordar el ligue de Fraser.

—¿Qué idiomas hablas?

—Inglés, español, alemán y algo de italiano.

Björn asintió y volvió a la carga.

—¿Te gustaba que Mike fuera militar?

Mel sonrió y, callándose que ella también lo era, no respondió y preguntó a su vez:

—¿No te gusta el ejército?

Björn negó con la cabeza.

—Absolutamente nada.

—¿Por qué?

—Creo que hay que estar algo loco para, en los tiempos que estamos, pertenecer a algún ejército. Y ya no hablemos del ejército americano, que suele estar metido en todos los conflictos habidos y por haber.

Su negatividad ante los militares americanos le tocó la fibra y una vez más volvió a preguntar:

—Pero vamos a ver, ¿tú qué tienes en contra de los americanos?

—No me gustan. Son creídos y prepotentes.

Ese comentario la molestó, pero se calló lo que pensaba.

—Anda, ¡cómo tú! —respondió ella, pero al ver cómo la miraba, sonrió y añadió—: ¿No te parecen sexies las mujeres militares?

—No.

—¿Por qué?

—Porque no me gusta nada que tenga que ver con el ejército. Te lo acabo de decir. —E intentando cambiar de conversación, dijo—: Por cierto, vestida de azafata tienes que estar muy sexy. El próximo día, tráete el uniforme. Me encantará arrancártelo.

Mel soltó una carcajada al oírlo, aunque pensó en lo que había dicho. Estaba claro que por su condición de militar americana, nunca habría nada más que sexo entre ellos y, aunque en cierto modo eso le gustó, una parte de ella se resquebrajó, ¿qué le estaba pasando?

Björn, ajeno a lo que pensaba, para reconducir el tema hacia lo que él quería, preguntó:

—¿Es también por Mike por quien no quieres besar?

Mel asintió.

—Desde su muerte no había besado a ningún hombre. Tú has sido el primero.

Björn le puso una mano en el muslo y se lo apretó.

—Mmmm… me gusta saberlo.

Sin miedo, la volvió a besar y cuando se separó, ella murmuró:

—Demasiadas cosas en mi vida tienen que ver con Mike.

—¿Incluida la música? —Sorprendida por la pregunta, fue a contestar cuando Björn añadió—: ¿A que a Mike le gustaba Bon Jovi?

—¡Para él Bon Jovi era lo más!

Björn asintió. Cada contestación suya explicaba mejor su comportamiento y esa última revelación le hacía comprender por qué ella escuchaba siempre a ese cantante cuando iba al club. Eso la acercaba a él. A Mike. Pero deseoso de hacerla olvidar y de que se centrara sólo en él, dijo:

—Mel, la vida continúa para los vivos. Debes bailar, cantar, besar, vivir, sonreír, gozar. Tienes una hija a la que no puedes privar de ver a su madre feliz. Además, estoy seguro de que a Mike le gustaría que lo hicieras, ¿no crees?

Ella cerró los ojos. ¿Cuántas veces había oído eso? Asintió.

Recordó las ocasiones en que, abrazada a Mike, había bailado la canciónAlways, de Bon Jovi. Ésa era su canción y lo sería hasta que se muriera. Pero ella no había muerto y recordando la carta que tantas veces había leído en soledad, se levantó y, dispuesta a dar un paso adelante gracias al hombre que tenía ante ella, habló decidida:

—Tienes razón. Esto tiene que cambiar. Y lo siento, pero tú vas a ser mi primera víctima.

—¿Víctima?

Mel asintió y, cogiéndolo de la mano, inquirió:

—¿Cuál es tu apellido?

—Hoffmann. Björn Hoffmann.

Sonriendo, ella clavó sus impresionantes ojos azules en él y dijo:

—Señor Hoffmann, ¿quieres ser el primero en bailar conmigo alguna bonita canción de amor?

—¿Cuál es tu apellido? —preguntó Björn al no recordarlo.

Mel estuvo tentada de decirle la verdad. Su nombre era Melanie Parker, pero finalmente contestó:

—Muñiz. Melanie Muñiz.

—Señorita Muñiz, estaré encantado de bailar contigo la canción que tú quieras —afirmó sonriendo con caballerosidad al tiempo que le cogía la mano.

Tras soltar ambos una carcajada, Björn la cogió en brazos, la llevó a la habitación de nuevo y preguntó, dejándola en el suelo:

—Son las once de la mañana y siendo éste un momento especial en tu vida, en el que estoy encantado de ser tu víctima, dime qué canción quieres bailar y la pondré.

Bloqueada por los sentimientos que pugnaban por salir de ella, Mel lo miró.

—No sé. ¿Qué tal la próxima canción que suene en tu CD?

De pronto, sonaron los primeros acordes de un piano. Sin dudarlo, se acercó a Björn y, pasándole los brazos por el cuello, murmuró:

—Ésta puede ser una buena canción.

Él la abrazó. No dijo nada, pero Bruno Mars y en especial aquella canción le gustaban mucho.

Same bed but it feels just a little big bigger now.

Our song on the radio but it don’t sound the same.

When our friends talk about you, all it does is just tear me down.

‘Cause my heart breaks a little when I hear your name.

It all just sounds like «Oooh»…

Mmm, too young, too dumb to realize.

That I should’ve bought you flowers.

La besó en el cuello mientras se movía al compás de la música y sentía cómo ella temblaba.

La canción hablaba de un hombre que había perdido a la chica que quería por pensar sólo en sí mismo. Se lamentaba de no haber bailado más con ella, de no haberle comprado flores, de no haberla llevado a fiestas, de no haberla mimado como ella se merecía y sólo pedía que el hombre que la quisiera la hiciera feliz como él no supo hacerlo.

Sin imaginarlo, en ese instante Mike estuvo más cerca de ella que nunca y eso le atenazó el corazón.

My pride, mi ego, my needs and my selfish ways.

Caused a good strong woman like you to walk out me life.

Now I never, never get to clean up the mess I made… Ooh…

Preocupado por los vidriosos ojos de ella y sin soltarla, Björn acercó su boca a su oído y preguntó:

—¿Te encuentras bien?

Mel asintió y tragó el nudo de emociones que aquella canción le estaba provocando. Era como si Mike se estuviera despidiendo de ella a través de esa canción y le exigiera que rehiciera su vida como le había pedido en su última carta.

Mientras bailaban, Björn no podía parar de mirarla.

—Quiero que sepas que esta canción me encanta y a partir de ahora, siempre que la escuche seguramente me acordaré de ti —le susurró al oído.

—¿Qué canción es? —preguntó ella con un hilo de voz.

When I was your man, de Bruno Mars.

Durante el tiempo que duró la canción, él no la soltó. Bailó con ella y cuando la música terminó, Mel lo miró y exclamó:

—Qué canción más bonita.

—Quizá la letra sea algo triste, ¿no crees?

Mel asintió.

—Con lo que te voy a contar, creerás que estoy todavía más loca, pero soy una persona que cree mucho en las señales y esta canción, en este momento y con esa letra, me hace pensar que Mike la ha puesto en mi camino para decirme adiós.

Se hizo un tenso silencio en el que Björn no supo qué decir. Finalmente, para intentar hacerla sonreír, susurró algo que decía la canción:

—Prometo comprarte flores.

Divertida, Mel sonrió.

—No hace falta.

Encantado al sentirla tan receptiva, la besó en la punta de la nariz.

—¿No te gustan las flores? —se extrañó Björn mientras comenzaba a sonar otra canción.

—Nunca me las han regalado.

La miró sorprendido y preguntó:

—¿Nunca te han regalado flores?

—No he sido una chica a la que regalarle flores ni cosas delicadas —bromeó—. Aunque en mi época de zorrilla punk me regalaban cañamones para plantar maría. Si a eso se le puede considerar flores… ¡pues vale!

Alucinado, se separó de ella y Mel, soltando una carcajada, pidió:

—Deja de mirarme así.

—¿Cultivas marihuana?

—Nooooooooooo.

La cara de Björn era un poema y, omitiendo que alguna vez la fumaba, Mel levantó el tono de voz como hacía en el ejército y dijo con voz de mando:

—¡Dame un beso ya!

—A sus órdenes —se mofó él, antes de devorarle los labios con pasión.

Una vez sus bocas se separaron, ella, atontada, murmuró:

—Gracias.

—¿Por?

—Por no ser el estúpido capullo guaperas e insoportable que yo pensaba que eras.

—Vaya… entonces gracias a ti también. —Y al ver cómo lo miraba, añadió—: Por no ser la loca Ironwoman que yo pensaba que eras. Aunque ahora que me he enterado de que fuiste una zorrilla punk, no sé qué pensar de ti.

—Oye, todos tenemos un pasado —se burló divertida.

Ambos soltaron una carcajada. Mel miró su reloj y dijo:

—Nunca había tenido un escarceo sexual con un casi desconocido a estas horas de la mañana.

—Me alegra saber que he sido el primero.

Ambos rieron de nuevo y al ver que ella volvía a mirar el reloj, él preguntó:

—¿Qué miras?

—Dentro de tres horas y treinta minutos tengo que ir a recoger a Samantha.

—Tranquila…, allí estarás.

—¿Me lo prometes?

Björn, consciente del magnetismo de su sonrisa, la miró desde su altura y añadió con voz ronca:

—Te lo prometo.

Besos…

Morbo…

Toqueteos…

Todo comenzó de nuevo y Mel, deseosa de pasarlo bien, decidió variar el rumbo del momento y preguntó:

—¿Te importa si cambio de música?

Él sonrió y la retó con la mirada.

—¡Bon Jovi no! —aclaró.

Mel asintió. Con lo que le había confesado, entendía perfectamente que él se negara a escuchar esa música.

—Te lo prometo —murmuró ella guiñándole un ojo.

—Punk tampoco.

Llevándose la mano al corazón, Mel dijo:

—Pero si los Sex Pistols y Los Ramones son buenísimos.

—No para este momento conmigo.

—Valeeeeeeeee —convino Mel divertida.

Y al ver que ella se dirigía a la cocina, Björn preguntó:

—Pero ¿de dónde vas a sacar la música?

—Llevo en mi bolso un mp3, ¿puedo ponerlo?

—Claro, preciosa, pero ya sabes…

—Ni punk, ni Bon Jovi… ¡Lo sé, pesadito!

Él soltó una carcajada. Mel salió de la habitación y fue a la cocina. Allí localizó su bolso sobre la encimera, lo abrió y sacó lo que buscaba. Luego regresó a la habitación y, tras conectarlo al equipo de música, dijo, poniéndose las bragas, los zapatos de tacón y abrochándose los botones de la camisa que él le había puesto:

—Siéntate en la cama y ponte un preservativo.

—¿Cómo?

—Que te sientes en la cama y te pongas un preservativo.

—No… no… no… yo no funciono así, preciosa. Túmbate en la cama y quítate lo que te has puesto. Pero ¿adónde vas?

Levantando la voz como hacía con sus hombres, Mel replicó:

—Eh… eh… eh…, cierra el pico, amiguito.

—No me hables así o…

Pero no pudo decir más. De un empujón lo sentó donde ella quería y mirándole con superioridad, añadió, mientras cogía una corbata del armario abierto:

—¡Ponte un preservativo ya!

—Mira que eres mandona.

—Me gusta mandar —se mofó—. Ah, por cierto, ahora mira, observa y disfruta. No me toques y espero que te guste tu regalo.

—¿Mi regalo?

—¿Te gustan los stripteases?

Björn soltó una carcajada y, mirándola, preguntó:

—¿En serio me vas a regalar uno?

—Tras mi época de zorrilla punk, luego tuve otra época en la que fui a clases de striptease. —Y al ver cómo la miraba, aclaró—: Aprendí en una academia, malpensado.

—Vaya… no paras de sorprenderme.

Mel soltó una carcajada. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo, pero estaba segura de que sería capaz y, mirándolo, susurró mimosa:

—¿Sabes que la palabra strip quiere decir «desvestir» y tease «excitar»? —Él asintió y ella añadió—: Ahora sé bueno y no me toques a no ser que yo te lo pida. Ésa es una parte importante del espectáculo, ¿vale?

—Prometo ser muy bueno, pero una vez termines, muy… muy malo.

—Guau, ¡esto promete!

Björn, encantado al verla tan entregada, hizo lo que ella pedía y cuando el preservativo estuvo colocado donde debía, la miró y con sensualidad la retó:

—¡Sorpréndeme!

Acto seguido, Mel dio al mando del equipo de música y de pronto la cañera canción Bad to the bone, de los ZZ Top comenzó a sonar mientras ella cogía una silla y la arrastraba hasta dejarla delante de él.

Björn aplaudió encantado y silbó poniendo cara de malote. Aquello le iba a encantar.

Con una sensualidad que le resecó la boca en décimas de segundo, ella comenzó a moverse al compás de la música.

Alucinado…

Asombrado…

Y enloquecido… la veía contonearse mientras sonaba la canción.

Bad to the bone

Bad to the bone

B-B-B-B-Bad to the bone

B-B-B-B-Bad to the bone

No podía apartar los ojos de ella. Vestida sólo con la camisa y la corbata, le estaba haciendo el mejor striptease que había visto en su vida. No dejó de mirarlo a los ojos ni un segundo, mientras le lanzaba ardientes mensajes sin abrir la boca. Los movimientos de Mel eran lentos, precisos y sensuales, y el pene de Björn temblaba y le exigía estar dentro de ella. Como una verdadera profesional, ella se tocó, paseó sus manos por las zonas del cuerpo que ella quería que él mirara y lo consiguió. No había más que ver la entrega total de él y su gesto morboso.

Pasados unos minutos, ella comenzó a desanudarse la corbata y una vez se la quitó, se levantó la camisa y se la ató a la cintura. Prosiguió su sensual baile sobre la silla. Se sentó. Se levantó. Movió las caderas y comenzó a desabrocharse la camisa.

Como una chica mala, se la levantó para enseñarle con descaro el tentador monte de Venus bajo sus bragas. Una vez se bajó la camisa, se desabrochó los últimos botones mientras jugaba con el placer que eso le ocasionaba a él y prolongaba el momento.

Cuando la prenda se escurrió por sus hombros, Björn sonrió y como un lobo hambriento la miró mientras ella bailaba para él y el tatuaje que tenía en la espalda parecía moverse al compás de la música. Con sensualidad, Mel se revolvió el pelo, se tocó la boca, se chupó un dedo, se quitó las bragas y se las tiró a Björn.

Cuando se desanudó la corbata de la cintura, se la pasó por entre las piernas, por el trasero, por los pechos y después, acercándose con sensualidad, se la pasó a él por el cuello mientras susurraba con un descaro que lo volvió loco:

—Te voy a follar como nadie te ha follado, nene.

—Eso espero, nena…

—Te dije que soy buena y te demostraré que soy la mejor.

Alejándose unos pasos, cerró los ojos y continuó bailando, dispuesta a tentarlo al máximo. Björn no podía apartar los ojos de ella. Caliente. Así se sentía a cada segundo que pasaba. Los pechos de Mel rebotaban al bailar y al ver cómo él se los miraba con fogosidad, se tocó los pezones y se los endureció.

Björn tragó saliva. Ella y su bailecito lo estaban poniendo a cien. Le encantaba la sensualidad de sus marcados movimientos y cuando la música acabó, Mel sonrió, se sentó en sus piernas y le restregó los pechos por la cara:

—¿Sorprendido?

Él asintió y ella, agarrándolo del pelo, tiró de éste hacia atrás y murmuró, chupándole la barbilla antes de meter la lengua en su boca.

—Me alegra. Y ahora te voy a hacer mío, ¿entendido?

Un beso cargado de erotismo les puso a los dos el vello de punta y cuando sus bocas se separaron, Björn murmuró:

—Me pones un montón cuando estás tan malota.

—¿Ah, sí?

—Sí…, pero déjame decirte que…

Pero no pudo decir más.

—He cambiado de opinión. —Mel se tumbó a su lado—. Hazme con tu lengua lo que esa noche me hiciste en el jacuzzi —dijo Mel con exigencia—. Me muero por volver a sentirlo.

Björn sonrió. Estaba dispuesto a hacer todo, absolutamente todo lo que Mel le pidiera. Y colocándose sobre ella, siseó:

—El próximo día compraré chocolate para untarte con él.

Mel sonrió y Björn posó su ardiente boca sobre su vagina. Mordisqueó sus labios y cuando llegó al clítoris, incrementó el ritmo. Lamió de arriba abajo, en círculos, y le dio ligeros golpecitos con la lengua que a ella la hicieron gritar de placer.

—Tienes un clítoris muy… muy juguetón.

—Sigue…, sigue…, me encanta que juegues con él. No pares —suplicó Mel.

Tras arrancarle varios escandalosos gemidos y ver cómo ella se retorcía de gozo sobre la cama, Björn le tocó el pubis, depilado en forma de corazón, y dijo:

—Me encanta la fresa que te has dejado.

—No es una fresa… es un corazón —jadeó ella, al entender a qué se refería.

—Para mí tiene forma de fresa y me encanta. Hueles a fresa. Sabes a fresa…

—Perfecto —afirmó enloquecida—. Cómete de nuevo mi fresa como lo has hecho hace unos segundos.

Verla tan entregada y con la respiración entrecortada lo hizo sonreír y musitó, dispuesto a hacer lo que ella deseaba:

—A la orden, mi sargento.

—Teniente…, si no te importa.

La boca de Björn se volvió a posar donde ella exigía y Mel se arqueó gustosa. Abierta de piernas para él, jadeó cuando sintió que le mordía la cara interna de los muslos y, tras unos sensuales besos, llegaba de nuevo hasta su clítoris.

—Sí… Oh, sí… Más… más…

Le dio varios toques con la punta de la lengua en el hinchado y húmedo clítoris y después se lo succionó. Ella gritó, agarrándose a las sábanas, mientras las piernas le temblaban y levantaba la pelvis al sentir un maravilloso orgasmo. Encantado con su reacción tras morderle el monte de Venus, preguntó:

—No llevarás en el bolso algún vibrador para tu precioso botón del placer.

Tomando aire tras el estupendo orgasmo, Mel se mofó divertida:

—No suelo salir de casa con él encima. Pero lo tengo en mi habitación.

—No tengo tiempo de ir allí.

—Ni yo de que vayas.

Björn sonrió y, besándole de nuevo el monte de Venus, murmuró:

—Eres deliciosa y me encantas.

Al oírlo y caliente porque continuara, Mel levantó la cabeza y siseó:

—Como no vuelvas a meter tu lengua donde la tenías y hacer lo que hacías, te juro que te voy a matar.

Björn soltó una carcajada e hizo lo que ella pedía. Le separó con los dedos los labios vaginales y volvió a jugar con su hinchado clítoris. Lo chupó. Lo lamió. Lo mordisqueó, arrancándole oleadas de placer. Mel se estremeció, se convulsionó y cuando sus fluidos inundaron su vagina y llegó al clímax de nuevo, Björn se tumbó sobre ella y la penetró.

—Sí…, preciosa… Así quiero tenerte.

Mel jadeó. Björn era un excelente amante. La había llevado al clímax dos veces en los últimos minutos sólo poseyéndola con la boca. Por ello, cogió fuerzas y musitó:

—No…, precioso… Así quiero tenerte yo.

Un movimiento seco de ella le hizo perder a él el equilibrio y segundos después, Mel estaba encima y, acercando su boca a la suya, murmuró tras besarlo:

—Sabes a sexo… —Y al ver que Björn quería protestar, añadió—: No, cielo, no… Ahora seré yo quien ordene, mande y te arranque jadeos de placer. —Y moviendo las caderas hacia adelante, musitó—: Abre la boca y dame tu lengua.

Él, excitado por lo que decía, lo hizo y cuando ella se la tomó y dio un empellón con las caderas, Björn jadeó y tembló mientras con delicadeza Mel lo mordía. Sorprendido por lo que ella había hecho, fue a moverse cuando Mel, apretando los muslos, lo inmovilizó, movió las caderas con contundencia y él jadeó de nuevo enloquecido. Esta vez más fuerte. Más ronco.

Al oírlo, la joven sonrió y, mirándolo, preguntó:

—¿Te gusta?

—Sí…

—Te dije que era buena.

Excitado como un loco, asintió.

—Sí, preciosa… lo eres.

Mel sonrió y, tentándolo, inquirió:

—¿Quieres más?

—Sí —suplicó él, mientras imaginaba cómo se movía el atrapasueños de su espalda.

—¿Cuánto más?

—Todo lo que tú me quieras dar —musitó en un tono bajo, tremendamente excitado.

Mel asintió. Y controlando la situación, paseó su boca por el cuello de él y pidió:

—No te muevas. Tienes prohibido moverte.

—No sé si podré.

—Podrás —contestó y mirándolo a los ojos como una tigresa, susurró—: Sólo me moveré yo y si tú lo haces, pararé. —Björn sonrió y ella le pidió—: Dame las manos. Te las pondré sobre la cabeza. Quiero que tus jadeos me hagan saber cuánto disfrutas con lo que te hago. ¿Entendido?

—Sí…

Excitado, se dejó llevar por el momento y se abandonó a aquella mujer mientras una música cañera que no conocía sonaba a todo volumen. Mel le agarró las manos y como una diosa se movió sobre él. Primero de arriba abajo y después de adelante hacia atrás, con movimientos sinuosos y perturbadores.

Björn, enloquecido por la situación, suplicó que no parara. Quiso moverse, pero cada vez que lo intentaba ella se detenía, enloqueciéndolo. ¿De dónde sacaba aquella fuerza?

—Sigue, Mel…, sigue.

La joven sonrió y, tras morderle el labio inferior, susurró:

—No te muevas y córrete para mí.

Los movimientos de ella y su exigencia le hacían perder la razón.

Nunca una mujer le había pedido así que se corriera. Y por primera vez en mucho tiempo, Björn disfrutó del sexo sin juguetes sexuales, sin moverse, sin azotes, ni tríos. Sólo con una increíble mujer sobre él volviéndolo loco.

Cerró los ojos y cuando ya no pudo más, se arqueó y tuvo un maravilloso orgasmo que lo hizo temblar sobre la cama, mientras la vagina de ella lo succionaba y Mel se arqueaba sobre él y se dejaba llevar por la pasión.

Agotada por el esfuerzo pero feliz por el resultado, se dejó caer sobre el fibroso cuerpo de Björn. Sintió que sus brazos la apretaban contra él y sonrió al oír:

—Dios, nena…, eres fantástica.

Su ataque había sido colosal. Increíble. Y deseó más de ella… mucho más.