Tras lo ocurrido esa noche, ya nada volvió a ser igual para ninguno de los dos.
Björn, de pronto no se concentraba en su trabajo y se pasaba el día entero pensando en los maravillosos momentos que había compartido con Mel. Su entrega, su fuerza, su pasión le gustaron y deseó poder repetir. El problema era que ella desapareció. No volvió por el club durante la semana siguiente, ni por la casa de Judith y Eric.
¿Dónde se habría metido?
El viernes, Mel se arreglaba en su casa. Era la noche de la fiesta de la empresa del marido de Judith y quería pasarlo bien. Sonó el timbre de la puerta y cuando abrió apareció ante ella su estupendo amigo Robert, vestido con esmoquin negro.
—Guau, chicooooooo…, ¡qué guapo estás!
El militar sonrió y, mirando a la joven que lo piropeaba, exclamó:
—Tenienteeeeeee…, tú estás despampanante.
Al oírlo llamarla así, Mel aclaró:
—Lo de teniente, ¡omítelo! Recuerda que no quiero que la gente sepa a qué me dedico, ¿vale?
—Claro, teniente —se mofó él.
Mel se miraba en el espejo justo en el instante en que su hija salía de la habitación.
—Pinsesaaaaaaaaaaaaaaa… —susurró la pequeña al verla.
Mel soltó una carcajada y, abrazándola, la besó en el cuello y dijo:
—Sí, cariño. Hoy mamá intenta ser una princesa.
A Robert se le cayó la baba al ver a la niña. La cogió en brazos, y, enseñándole un paquetito preguntó:
—¿Qué te ha traído el tío Robert?
Sami cogió el paquete y cuando sus manitas rompieron el papel de regalo, gritó emocionada:
—¡Una codona dosa de pinsesassssssssssssssssss!
—¿Otra? —preguntó Mel, divertida.
Robert, que sabía que a Sami le encantaba, asintió y explicó:
—La vi en mi último viaje a Bagdad y no me pude resistir.
Ambos rieron y él, mirándola de nuevo, repitió:
—Estás despampanante, Mel.
Con aquel vestido azul eléctrico con escote palabra de honor, parecía de todo menos militar. Diez minutos después, tras meter a Sami en la cama y llegar su vecina a cuidarla, Mel cogió un chal negro a juego con un pequeño bolsito y, guiñándole un ojo a su acompañante, dijo:
—Vayamos a pasarlo bien.
Cuando llegaron a la sala de fiestas, cientos de cochazos agolpaban la entrada. Agarrada del brazo de Robert, Mel entró y sonrió al ver la elegancia del lugar. Encantada, cogió una copa de champán que un camarero le ofrecía, cuando Judith, ataviada con un vestido rojo pasión, se acercó a ellos y exclamó:
—¡Qué alegría que hayas venido!
—Te dije que si estaba en la ciudad, vendría. —Y mirando a su acompañante, añadió—: Judith, te presento a mi buen amigo Robert Smith.
El joven la miró y, acercándose a ella, le besó la mano y dijo:
—Encantado de conocerte, Judith, y gracias por la invitación.
Una hora después, mientras tomaban una copa, Mel vio a Björn. Estaba impresionante con su esmoquin. La boca se le secó y el estómago se le volvió del revés al recordar cómo habían jugado aquella noche. Él no la vio. Estaba ocupado hablando con varias mujeres, que, como siempre, se peleaban por ser el centro de su atención.
Durante la cena, Björn vio por fin a Mel. Incrédulo, no le quitaba ojo. Estaba preciosa, femenina y diferente así vestida, pero su expresión se ensombreció al pensar quién era el hombre que la acompañaba y dónde se había metido todo aquel tiempo.
Una vez acabó la cena, la orquesta comenzó a tocar. Robert sacó a Mel a bailar. Era una pieza movidita y ella aceptó. Divertidos, bailaron durante horas hasta que la orquesta cambió de registro, de modo que cuando sonó la canción románticaBlue moon y la gente se abrazó, Mel ya no quiso seguir bailando.
Blue moon.
You saw me standing alone.
Without a dream in my heart.
Whithout a love of my own.
Judith, al ver que su amiga y su acompañante no bailaban, les presentó a varios de los invitados. Todos, encantados, hablaron con ellos y al final Robert sacó a bailar a una señora.
Björn, que llevaba observando a Mel parte de la noche, no podía apartar la vista de ella. Allí estaba la mujer en la que no podía dejar de pensar, más bonita que nunca. Aquel vestido azul eléctrico se acoplaba a su cuerpo de una manera muy sensual y deseó acercarse. Saber que bajo aquella prenda se ocultaba el tatuaje que tanto le gustaba le hizo tragar saliva y sonreír. Durante varios minutos miró, sin ser visto, cómo los hombres revoloteaban a su alrededor, hasta que ella, sin saber cómo, se los quitaba de encima. Eso lo hizo reír y, acercándose, se dirigió a ella:
—Vaya, vaya, vaya, pero mira quién está aquí…
Al oír su voz, el cuerpo de Mel se tensó y, volviéndose, se encontró con el hombre que había protagonizado sus sueños en los últimos días. Bebiendo de su copa, musitó:
—Hombre…, ¡ya estamos todos!
Confuso por su tono de voz tras lo ocurrido entre ellos, Björn dijo:
—Te he esperado en el Sensations.
—¿En serio?
—Sí. ¿Por qué no has venido?
Intentando parecer tranquila, se retiró el pelo de la cara y respondió:
—He tenido otros compromisos.
—¿Con el americano que te acompaña?
Mel sonrió sin responder y Björn añadió:
—Aléjate de los americanos, no son buena compañía.
Oír su rechazo le hizo preguntar:
—Pero bueno, ¿qué tienes tú en contra de los americanos?
Con gesto impasible, él bebió de su copa y respondió:
—Sencillamente, no me gustan. Hazme caso. No son buena gente.
Mel no contestó. Si lo hacía, le diría cuatro cosas que no debía y calló. Durante un rato, ambos miraron la pista hasta que, al ver que ella no iba a abrir la boca, Björn habló:
—¿Por qué no bailas con tu acompañante?
Sin desvelarle los verdaderos motivos, afirmó.
—Porque no me apetece.
Él, tendiéndole la mano, insistió:
—¿Bailas conmigo?
Ella lo miró, pero con una sonrisa fría a lo teniente Parker, lo rechazó:
—No, gracias.
En ese instante, una de las mujeres de la fiesta se acercó a Björn y comenzó a hablar con él. Durante un rato, Mel los escuchó, hasta que, cansada del parloteo de aquélla y de sus continuas insinuaciones, se alejó. Buscó a Robert, que estaba hablando con el marido de la mujer a la que había sacado a bailar y, acercándose a él, le expuso:
—Siento cortarte el rollo, pero me gustaría marcharme.
Robert no lo cuestionó y, cogiéndola del brazo, dijo:
—Cuando quieras, preciosa.
Björn, que observaba sus movimientos, al ver que se dirigían hacia la salida, se acercó a ellos e, interfiriendo en su camino, preguntó, mirando a Mel:
—¿Ya te marchas?
La joven asintió y, besando a Robert en el cuello con sensualidad, replicó:
—El americano y yo tenemos planes, ¿algo que objetar?
Björn, con gesto incómodo, no respondió, y ella y su acompañante continuaron su camino. Al salir de la sala de fiestas, Robert, alucinado por aquello, inquirió:
—¿Se puede saber a qué ha venido ese besito?
Mel sonrió y, parando un taxi, contestó:
—Cosas mías, cotilla.
Robert, recordando entonces dónde había visto antes a aquel hombre, preguntó:
—Ése es el tío con el que hablabas el día de la bolera, ¿verdad?
Sin querer mentirle, Mel respondió:
—Sí.
Incrédulo por ver esa reacción de ella ante un hombre, el militar inquirió:
—¿Le querías dar celos y por eso me has besado en el cuello?
—No inventes, capullo.
Pero Robert afirmó divertido:
—Mel…, no mientas, que te conozco muy bien. Ese tipo te gusta. ¡Qué fuerteeeeeeeee! Por fin… ¡No me lo puedo creer!
Molesta por lo que sugería, le dio un puñetazo amistoso en el hombro y dijo para callarlo:
—No me seas portera, Robert Smith, y cierra el pico.