Dos noches después, cuando Dora llegó a su casa para quedarse con Sami, Mel le dio un beso a la niña en su rubia cabecita y salió de casa. Era noche de bolera con sus amigos y compañeros. Incluso Robert estaría, pues estaba pasando unos días en Múnich, y podrían verse. Cuando llegó a la calle, arrancó su vehículo y, tras subir la música a tope, como siempre, se encaminó hacia donde había quedado con ellos.
Björn, que en ese momento estaba parado en el vado de su garaje, hablaba por teléfono.
—Iremos al Sensations, ¿te parece bien?
La mujer que había al otro lado del teléfono contestó y Björn sonrió: tenía una gran noche morbosa por delante. De pronto, la música atronadora de un coche que pasaba por delante de él llamó su atención y no se sorprendió al ver a Mel conduciendo.
—Kristel…, tengo que dejarte. En un rato te vuelvo a llamar —dijo rápidamente antes de colgar.
Dispuesto a seguir a Mel, se sumergió en el tráfico y la siguió hasta llegar a un centro comercial. Allí la vio aparcar el coche y bajar. Vestía como casi siempre, de negro, y de pronto la vio sonreír y saludar a alguien. Al mirar, vio que se trataba de un hombre de su edad. Al llegar junto a ella, él dijo algo y Mel, soltando una carcajada, le dio un puñetazo amistoso en el hombro.
Sorprendido por la risa sincera de ella, Björn decidió seguir su rastro. Aparcó su Aston Martin y, sin demora, echó a andar tras ellos, que parecían absortos en una divertida conversación.
Llegaron hasta la bolera del centro comercial y Björn, con cuidado de no ser visto por Mel, fue a la cafetería del local y pidió algo de beber. Sin quitarle ojo, observó cómo los hombres y la única mujer que la esperaban la saludaban con un extraño choque de manos y no con dos besos. Poco después, observó que uno de los hombres le entregaba un par de zapatos especiales para jugar a los bolos y ella se los ponía.
Durante más de media hora, Björn la estuvo viendo jugar. Era buena. Realmente todos ellos eran muy buenos jugadores y sonrió al oírla gritar y saltar como una loca al hacer strike.
Mel, ajena a su mirada, se divertía con sus compañeros.
—Neill, ¡supera ese strike!
—Nena…, ¡eres buenísima! —aplaudió Robert.
—Gracias, nene… —Y guiñándole un ojo, reconoció—: Tuve un buen maestro.
Al oírlos, Romina, la mujer de Neill, sonrió y, levantando su botella de cerveza, gritó:
—Vamos, cariño, tira todos los bolos y machaca a estos listos.
Pero el tiro de Neill no fue bueno y de nuevo Mel saltó de contento riendo a carcajadas. Fraser y Hernández, al verla, se levantaron de su silla, la abrazaron y después la izaron.
Björn quiso marcharse…, quiso desaparecer de allí, pero el espectáculo que ella ofrecía, con aquella candorosa sonrisa que nunca esbozaba ante él, lo tenía con los pies pegados al suelo y sólo deseaba acercársele, cogerla entre sus brazos y besarla.
¿Qué le estaba ocurriendo con aquella mujer?
Decidieron pedir una nueva ronda de bebida y esta vez fue Mel la encargada de ir a la barra. Björn, al ver que se le acercaba, decidió no esconderse. Cuando ella lo vio, torció el gesto y, mirándolo con chulería, murmuró:
—Qué desagradable coincidencia.
Björn caminó hacia ella y con la misma chulería, respondió:
—Ya estamos con tu jueguecito de mujer difícil.
—No te he llamado «capullo», así que no te quejes.
Sin hacerle caso, Mel pidió al camarero lo que había ido a buscar y mientras éste se lo servía, Björn se apoyó en la barra y preguntó:
—¿Has cambiado el Sensations por la bolera?
Ella levantó las cejas divertida, miró a sus compañeros y preguntó:
—¿No crees que están buenísimos?
Él, sin apartar los ojos de ella, insistió:
—¿Aquí también ligas?
—¿Lo dudas?
Björn clavó su azulada mirada en los pechos de ella y se le escapó un suspiro al ver que los pezones se le marcaban bajo la camiseta, como dándole la bienvenida.
Mel sonrió, algo molesta al ser consciente de lo que miraba él con descaro. Al verlo, sus pezones se habían sublevado y ante aquello nada podía hacer excepto jugar sus cartas. Por ello, cogió una de las botellas de cerveza que el camarero había dejado delante de ella, se la acercó a la boca y al ver cómo Björn le miraba los labios y los pechos, murmuró:
—Ya te gustaría a ti que mis labios te rozaran así, ¿verdad?
Sorprendido, él preguntó:
—¿Cómo?
Ella dio un trago a la cerveza y, una vez acabó, paseó sus labios por el extremo húmedo de la botella con sensualidad y, tras chuparlo con descaro, sonrió. Björn parpadeó acalorado. Aquella chulita, sus marcados pezones y aquella acción tan sensual lo acababan de poner como una moto e, intentando tomar las riendas del juego, preguntó:
—¿Te gusta provocar?
Mel soltó una carcajada y, dejando la botella sobre la barra, respondió:
—¿A quién no…, nene?
Dispuesto a ser tan descarado como ella, Björn se acercó más e hizo lo que llevaba rato deseando. Levantó la mano derecha y, posándola sobre la tela que recubría el pezón erecto, dijo:
—¿Te gusta cómo te toco?
Mel quiso protestar, quiso quejarse, pero el morbo que su cuerpo sintió al notar cómo los dedos de él aprisionaban su pezón, la hizo jadear.
En ese momento, Romina se acercó y al ver a Mel hablando con aquel guapo hombre, preguntó:
—¿Molesto?
Björn retiró la mano y Mel, volviéndose hacia la mujer, negó con la cabeza. Romina, al entender que sí había molestado, con gesto cómplice cogió la bandeja de las bebidas y se excusó:
—Los chicos están sedientos y ya sabes cómo son estos americanos cuando tienen sed.
Una vez se fue dejándoles de nuevo a solas, Björn arrugó el entrecejo e inquirió:
—¿Tus amiguitos son americanos?
—Sí. —Y al recordar ella lo que aquel día Klaus, el padre de Björn, le había dicho, replicó—: ¿Ocurre algo porque lo sean?
Él negó con la cabeza con gesto de rechazo y mirándola directamente a los ojos, murmuró:
—Estaré en el Sensations.
Dicho esto, se marchó, dejando a Mel bloqueada y altamente excitada por lo que había ocurrido entre los dos.
Cuando se repuso y volvió junto a sus compañeros, Robert, que la había observado hablar con él, preguntó interesado:
—¿Quién era ese tipo?
Sin querer dar muchas explicaciones, ella cogió su cerveza y, tras dar un trago, respondió, forzando una sonrisa:
—Un amigo de un amigo. Nadie importante.
Un par de horas después, tras varias partidas de bolos, decidieron ir a tomar unas copas, pero, sin dudarlo, Mel se desmarcó. Se despidió de sus amigos y fue hasta su coche, donde se encendió un cigarrillo. ¿Se había vuelto loca?
Cuando aparcó frente al Sensations, tenía muy claro lo que quería y lo que había ido a buscar allí.
Al entrar en el local, vio a Björn charlando con una mujer en la barra. Sus miradas se encontraron y él sonrió, pero no se acercó a ella. Llevaba esperándola toda la noche y ahora que la tenía allí, su ego masculino se creció y, tomando a la mujer que hablaba con él de la mano, desaparecieron por una puerta que llevaba a las taquillas.
Mel no lo dudó y los siguió. Nada la desviaría de lo que deseaba. Cuando quería una cosa, iba por ella al cien por cien.
Tras pasar por las taquillas masculinas y desnudarse, Björn llegó a la sala comunitaria con una minúscula toalla negra atada a la cintura. Al entrar miró alrededor y vio que su acompañante aún no había salido. El jacuzzi estaba vacío y decidió esperarla allí, mientras observaba a su alrededor los juegos morbosos de otros y su disfrute.
Pensó en Mel. Que ella hubiera ido allí esa noche significaba que quería algo y su orgullo masculino lo hizo sonreír. Aquella chulita iría a él costara lo que costase. Y de pronto se bloqueó cuando la vio aparecer con un albornoz negro y caminando directamente en su dirección.
Con una mirada desafiante, se acercó al jacuzzi, se desanudó el albornoz y lo dejó caer al suelo.
Björn, sin moverse, paseó la vista por el cuerpo de ella y la boca se le resecó. Sus pechos eran exquisitos. Las areolas se contrajeron ante su mirada y los pezones se le pusieron duros.
Mel, aquella provocadora, era tentadora. Excesivamente tentadora. Paseó la mirada por su cuerpo y finalmente clavó la vista en su cuidado y depilado monte de Venus. Deseó tocarlo, lamerlo, chuparlo, mientras a su alrededor otras personas proseguían con sus morbosos juegos.
Desafío…
Duelo…
Contradicción…
Eso era lo que sentían los dos. Se deseaban pero eran rivales. Ambos querían quedar por encima de lo que el otro pensara, hasta que ella cogió uno de los preservativos que había en una fuente y, tirándoselo, dijo:
—Póntelo. No digas nada y hagámoslo.
Él dejó que el preservativo cayera en el jacuzzi y no lo cogió. ¿Ella estaba dando su brazo a torcer?
Con lujuria, Björn sonrió y, con chulería, preguntó:
—¿Y si ahora no me viene bien?
Mel cambió el peso de pie y añadió con los brazos en jarras.
—¡Ponte el jodido preservativo ya!
Sobrecogido porque ella hubiera claudicado, replicó:
—No… no… no… A mí las órdenes no me van, muñequita. Además, estoy esperando a alguien.
Divertida, Mel se tocó una ceja.
—Creo que tu acompañante tardará un poquito en llegar.
Asombrado por sus palabras, Björn lo interrogó frunciendo el cejo:
—¿Qué has hecho con Kristel?
Mel se encogió de hombros, pensó en lo que Carl y otro hombre estaban haciendo con ésta en uno de los baños de las taquillas y dijo:
—Yo nada. Sólo sé que tardará porque lo está pasando muy bien en las taquillas, con dos tipos muy… muy… morbosos.
Al ver su gesto travieso, él sonrió y deseoso de entrar en el juego de ella, no lo dudó y no desaprovechó la ocasión. Cogió el preservativo que flotaba en el agua y, levantándose del jacuzzi, inquirió:
—¿Te gusta lo que ves?
Ella tragó con dificultad. ¡Era alucinante!
El moreno, fibroso y musculoso cuerpo de Björn era impresionante. Se notaba que se cuidaba e iba al gimnasio, y cuando clavó la mirada en su vientre plano y después en su duro y tentador pene mojado, creyó morir de placer. Lo deseaba, pero no pensaba alimentar más su ego y lo apremió:
—Ponte el preservativo y deja de ser tan presumido.
Él sonrió.
Mel era dura de roer y eso le gustó. Lo excitó su exigencia. Lo puso a cien. Y sin querer tentar a la suerte, hizo lo que aquella insoportable pedía. Tenerla desnuda ante él era un lujazo que no pensaba desaprovechar por nada del mundo. Sin quitarle la mirada de encima, se puso el preservativo y, una vez lo tuvo puesto, ella pidió:
—Siéntate en el jacuzzi.
—Te he dicho que no me gusta que me den órdenes —protestó él y al ver su gesto, añadió—: Pero me voy a sentar porque aquí estaba y disfrutaba de las burbujas.
Ella sonrió.
En el fondo, su sentido del humor le gustaba aunque no lo quisiera reconocer. Cuando Björn se sentó en el jacuzzi, ella se metió. Él clavó su mirada en su depilado monte de Venus en forma de corazón y su excitación se redobló. Deseaba saborearlo. Abrirla de piernas y meter su boca entre ellas hasta hacerla chillar de placer. Mel fue a sentarse sobre él, pero Björn la paró.
—Antes de… quiero verte y saborearte.
—No hay tiempo —protestó—. La mujer que esperas vendrá y…
—He dicho que quiero verte y saborearte —la cortó implacable—. Sube un pie al borde del jacuzzi y muéstrate a mí como yo me he mostrado a ti.
—Esto ¿qué es, un mercadeo de carne?
Apoyado con chulería, él la miró y respondió:
—Piensa lo que te dé la gana, preciosa…, me es indiferente.
Excitada por lo que le pedía, subió un pie al borde del jacuzzi. Rápidamente, él la sujetó para que no se escurriera y le pidió:
—Ábrete los labios con los dedos y agáchate sobre mi boca para que pueda saborearte.
La respiración de Mel se aceleró. Lo que le pedía era tentador. Muy tentador. Pero a ella tampoco le gustaba que le dieran órdenes y cuando fue a negarse, él le dio un azote en el trasero y con voz de mando exigió:
—Hazlo. Estoy esperando.
Acalorada al sentir las manos de él sobre su piel, hizo lo que le pedía y cuando su húmeda y caliente boca se acercó y con la lengua le rozó el clítoris, se tuvo que agarrar a sus hombros para no caerse. ¡Dios, cómo le había gustado aquello!
—Sí… —murmuró extasiada.
Como un lobo hambriento, Björn la escuchó gemir. Durante unos segundos, la lamió y succionó su hinchado clítoris, disfrutándolo.
—Hueles a fresa —murmuró, volviéndola loca.
Su olor… su sabor era increíble. Mel no sabía como el resto de las mujeres. Pero al ver el efecto ocasionado en ella, con toda su fuerza de voluntad Björn se retiró y dijo:
—Vale…, dejémoslo. Tienes prisa. Siéntate sobre mí.
Jorobada porque no hubiera continuado con lo que había empezado, resopló. Quería que continuara con su boca entre sus piernas, lo deseaba, pero no pensaba rogarle. Ya era mucho que hubiera dado su brazo a torcer y hubiera ido a él. Sin hablar, se le sentó encima y Björn comentó en tono íntimo:
—Tienes unos pechos muy monos.
—¿¡Monos!?
Él, tocándole los pezones con los dedos hasta ponérselos duros, insistió, picándola:
—No están mal.
Mel resopló y Björn, al ver su gesto, le dio un nuevo azote en el trasero y ella lo amenazó.
—Como vuelvas a pegarme, te rompo la nariz.
Él soltó una carcajada y azotándola de nuevo, musitó mientras le tocaba el trasero:
—Bonita…, no seas mojigata. He visto qué tipo de sexo practicas y azotitos como éstos te gustan. —Y sin dejarla protestar, preguntó—: ¿Te molesta que no me enloquezcan tus pechos?
—No.
—Entonces, ¿por qué pones esa cara?
—Porque soy un bicho raro, ¿no lo recuerdas?
Eso los hizo reír a ambos y sujetándola con fuerza para sentirla sobre él, Björn murmuró:
—Me gustan los pechos grandes, pero…
—Y a mí los hombres con el pene enorme —lo cortó ella.
Alucinado, parpadeó y preguntó, dispuesto a defender su virilidad:
—¿Acaso mi pene no es lo bastante grande para ti?
—Los he probado mejores y más grandes.
—¿De tus amiguitos americanos?
—No lo dudes.
La expresión molesta de él la hizo sonreír y acercándose a su oído, dijo:
—Muñequito, donde las dan las toman…
—Serás chulita…
Al ver la diversión en los ojos de ella, sonrió. Fue a decir algo, pero Mel lo apremió:
—Vamos, hazlo ahora.
—¿Te refieres a que te folle?
Sin saberlo él, le estaba provocando un ardor extremo. Cómo le tocaba los pezones, la miraba, la retaba y en esos momentos cómo le hablaba la estaba excitando mucho y musitó:
—Sí.
—Pues pídemelo.
—Te lo acabo de pedir —susurró Mel.
Björn, acercando su boca a la de ella, le insistió:
—Pídemelo con morbo y con deseo. Pídemelo de esa manera que se pide cuando lo deseas con todo tu ser y que a uno le calienta hasta las entrañas cuando lo escucha.
Mel sonrió y con un descaro que a él efectivamente le calentó las entrañas, acercó su boca a la suya y con voz tentadora murmuró:
—Aquí me tienes, James Bond. Fóllame y déjame disfrutar de tu cuerpo.
Sin demora, Björn asintió y, paseando su boca por sus mejillas, ronroneó:
—Ironwoman… ahora sí que te he entendido.
Se acercó más a ella y Mel, al ver sus intenciones, lo paró.
—No me beses en la boca.
—¿Por qué? —preguntó sin separarse de ella.
—No tengo que dar más explicaciones. No lo hagas y punto.
Björn, con malicia y sin retroceder, deslizó sus tentadores labios sobre los de ella. Los tocó ligeramente al tiempo que guiaba su pene hasta el centro de su deseo, y mientras la penetraba poco a poco, susurró:
—No creo que pueda resistir mis ganas de besarte.
—Tendrás que hacerlo —murmuró Mel, extasiada, encajándose totalmente en él.
Ambos cerraron los ojos de placer cuando sus cuerpos se ensamblaron. Perfección. Ambos encajaban perfectamente. Aquello era magnífico, colosal y cuando Björn jadeó, ella preguntó:
—¿Sorprendido?
Él asintió y, agarrándola por la cintura, la apretó contra su pene, deseoso de más profundidad. Mel gritó extasiada y Björn murmuró:
—¿Sorprendida?
Aquello era pura lucha de titanes.
Ambos lo sabían y eso los excitaba cada segundo más.
Mel, agarrándose a su cuello, aclaró mientras movía las caderas.
—Voy a tomar lo que deseo. Soy egoísta y busco mi placer.
—Entonces ya somos dos, guapa.
Estimulado por la fuerza y la fiereza que veía en aquella mujer, Björn clavó los dedos en su cintura y la movió a su antojo mientras ella cerraba los ojos y echaba la cabeza hacia atrás, extasiada. Era preciosa, diferente, tentadora y le gustaba mucho… cada día más y ahora, tras aquel encuentro, estaba seguro de que todo cambiaría.
Pasados unos minutos en que el control fue de él, cuando soltó una de sus manos para cogerla del cuello y besarla, Mel lo rechazó con maestría.
—Mi boca no…
—Sí…
—No…
Ahora era ella quien controlaba lo que hacían, mientras Björn, maravillado, la dejaba hacer. Mel subía y bajaba sobre su pene con un ritmo estimulante que no quiso ni pudo parar y cuando vio que ella jadeaba y volvía a echar la cabeza hacia atrás, la agarró de la nuca y acercó sus ardientes labios a los de ella.
—Tu boca sí… —susurró.
Lo necesitaba…
Lo anhelaba…
La posesión de él hizo que ella no se retirara. Al contrario, abrió la boca y respondió con un asolador beso que a ambos los enloqueció, mientras Björn tomaba de nuevo las riendas de la posesión y Mel era ahora quien no quería que parase.
Durante varios minutos continuó ese ataque.
Dos rivales en busca de su propio placer.
Dos contrincantes disfrutando del asalto del otro.
Dos amantes dispuestos a arder de pasión.
Su potente pene la penetró al máximo mientras ella se abría gustosa para recibirlo y jadeaba de placer. Por primera vez en mucho tiempo era otro hombre y no Mike quien la poseía y la hacía jadear mirándola a los ojos. El olor de Björn, su fiereza en el acto y su posesión la enloquecía y gritó cuando él, sorprendiéndola, incrementó el ritmo.
—Vamos, chulita…, vamos…, dame lo que busco.
Acalorada y enloquecida, buscó su boca mientras sentía cómo su vagina vibraba y lo succionaba. Perturbada por ver los ojos de Björn y no los de Mike, acercó sus ardientes labios a los suyos y lo besó. Lo disfrutó. Lo volvió loco. Aquellos besos de lenguas enredadas, enloquecidas, la hicieron subir al séptimo cielo y no quería bajar.
Sin descanso, le ofreció su húmeda lengua y Björn la saboreó con ansia justo en el instante en que ella volvía a tomar las riendas de la situación. El combate continuaba y los dos querían dejar muy claro quién mandaba allí. Moviendo las caderas a un ritmo frenético de adelante hacia atrás, Mel se empaló de nuevo en él, que soltó un gemido gutural mientras, enloquecido, la apretaba y la besaba.
Alucinado por lo que le hacía sentir, de nuevo la dejó hacer. No lograba entender qué le ocurría. Quería llevar él las riendas del encuentro, como siempre, pero Mel lo anulaba para tomarlas ella.
Así estuvieron durante varios minutos hasta que Björn le cogió los pechos con las manos y no pudo más. Soltó un jadeo varonil, se dejó ir en el mismo momento en que ella gritaba y se abrazaron mientras sus cuerpos temblaban ante lo ocurrido.
Con la respiración agitada, continuaron abrazados una encima del otro, sin mirarse. Cada uno a su manera pensaba en lo ocurrido y no lo entendía. Mel no había pensado en Mike, y Björn sólo había pensado en ella y no en sí mismo, como solía hacer.
Con Mel pegada aún a su pecho, sin pensarlo le besó con delicadeza el cuello. Le encantaba su olor a fresas. Necesitaba aquel contacto dulce y tentador y sintió que ella se encogía y lo besaba mimosa. Así permanecieron varios minutos, hasta que, separándose, Mel murmuró:
—No ha estado mal.
—¿Otro cumplido? —Ella sonrió y él añadió—: Me voy a acostumbrar a tus halagos, preciosa.
—No deberías, capu…
Al ver la mirada de él calló y, con un íntimo tono de voz, Björn dijo:
—Gracias por cortar esa desagradable palabrita. Verdaderamente lo que acabamos de hacer no ha estado nada mal, pero sé que tú y yo lo podemos superar, ¿no crees?
Durante unos segundos, ambos se miraron a los ojos. Los dos intuían que el sexo entre ellos podía ser un fogonazo de pasión y ella sonrió. Aquella dulce sonrisa que nunca antes le había dedicado, a Björn lo bloqueó y más aún cuando, con delicadeza, Mel le besó la punta de la nariz y murmuró:
—No dudo que lo podemos superar.
Ahora el que sonrió fue él. Estaba claro que los dos estaban muy a gusto y no querían que el momento se acabara.
—¿Por qué siempre hueles a fresa?
Divertida, respondió.
—Debe de ser el gel que utilizo en casa. Regalo de mi hermana.
Björn la volvió a oler y sin identificar la fragancia con ninguna de las que utilizaban las mujeres con las que solía salir, musitó al obtener algo de información de ella:
—Vaya, tienes una hermana.
—Sí.
—¿Y es tan chulita como tú?
Mel sonrió y contestó:
—A ti te lo voy a decir.
Ahora fue Björn el que soltó una carcajada. Le mordió el cuello y al ver que ella se encogía, le preguntó:
—¿Cosquillas?
—Muchas —afirmó divertida, al notar de nuevo la boca de él en su cuello.
Durante un rato, jugaron en el jacuzzi como dos tontos adolescentes y Björn disfrutó de una faceta de ella que no conocía. Eso le encantó. Se mordieron. Se tentaron. Se divirtieron hasta que Mel vio a la mujer que acompañaba a Björn entrar en la sala junto a Carl. Eso la hizo regresar a la realidad.
—Llega tu acompañante.
Él la vio y, sin soltarla, deseoso de continuar jugando con ella, afirmó:
—Ahora tú eres mi acompañante. Juguemos todos.
Mel cambió su gesto. Y consciente de que aquella mujer buscaba a Björn, retiró los brazos de su cuerpo y ordenó:
—Suéltame.
—¿Por qué?
Volviendo hacia él su mirada fría e impersonal, Mel respondió:
—Porque lo digo yo.
Aquel tono de voz…
Aquella mirada dura…
Eso fue lo que hizo que la soltara.
Sin moverse, la observó salir del jacuzzi. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué tan pronto pasaba de ser un dulce maravilloso a ser un cardo borriquero?
Sin mirarlo, Mel cogió el albornoz que había quedado en el suelo, se lo puso y se marchó mientras él la observaba irse.
Que no se lo pusiera fácil le gustó.
Lo tentó.
Lo sedujo.
Minutos después, cuando su acompañante y Carl estaban ya en el jacuzzi, Björn no se podía concentrar. El olor a fresas estaba a su alrededor y, levantándose, miró a la mujer que lo miraba y se disculpó:
—Lo siento Kristel, pero tengo que irme.