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Dos semanas después, en la piscina cubierta de la casa de Judith, Mel hablaba divertida con su amiga, mientras tomaban unos refrescos.

Tras haber visto ciertas cosas, no sabía cómo afrontar aquella conversación con Judith. Deseaba hablarlo, pero algo la detenía y supo que era la vergüenza y el pudor. Nunca había tenido una amiga con la que hablar sobre esas intimidades.

Aquel tipo de sexo era algo que ella disfrutaba desde muy jovencita, desde que participó en una orgía y ese rollo le gustó. Pero nunca nadie de su entorno, a excepción de Mike o Lodwud, habían sabido nada al respecto. La avergonzaba lo que pudieran pensar de ella.

Incluso cuando se lo propuso a Mike, el tío más liberal del mundo, se quedó un poco descolocado. Aquello no era propio de Melanie, pero cuando aceptó, lo pasó incluso mejor que ella y juntos habían disfrutado de algún que otro trío.

Cuando Simona las avisó de que podían ir a comer a la cocina, las dos jóvenes cogieron a sus hijos y les dieron de comer primero. El pequeño Eric era un glotón y Samantha, a su vez, devoró su plato. Cuando los niños se durmieron, ellas comieron también y, al acabar, Judith dijo con una sonrisa:

—Te tengo que contar una cosa.

—Cuenta.

Retirándose el pelo de la cara, su amiga sonrió y anunció:

—¡Estoy embarazada!

—¡Enhorabuena!

Ambas se abrazaron y Mel preguntó:

—¿De cuánto tiempo estás?

—Estoy de sólo una falta, y aunque ahora me veas tranquila, te aseguro que cuando me hice la prueba y vi que había dos rayitas, ¡casi me da un telele!

—¿Y el padre está contento?

Judith movió la cabeza y, divertida, respondió:

—Eric está feliz, pero acojonado por ver cómo llevo el embarazo. —Y añadió—: Cuando estaba embarazada del pequeñín, las hormonas me volvieron loca y a Eric casi me lo cargo. ¡Pobrecito!

Ambas soltaron una carcajada y Judith, tocándose su inexistente vientre, murmuró:

—Los dos estamos muy felices.

Mel sonrió.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Desde hace tres días. Llamé para decírtelo y al no localizarte, supuse que estarías fuera. En serio, Mel, la próxima vez que te vayas de viaje, déjame a Samantha. Aquí ya ves que estará bien. Simona y Norbert me ayudarán con ella, Flyn se la comerá a besos y Eric la malcriará. Te aseguro que estará como una auténtica princesa.

Ella soltó una carcajada y replicó:

—No hace falta que me lo repitas. Te prometo que la próxima vez que te necesite para que cuides de Sami, te lo diré. O, mejor dicho, ¡os lo diré!

Ambas sonrieron y Mel añadió:

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro.

—Es sobre Flyn.

Judith sonrió y explicó:

—Flyn es hijo de Hannah, la hermana de Eric. Ella murió, el padre nunca quiso saber nada del pequeño y, hoy por hoy, Eric y yo somos sus padres.

—Ay, pobrecito.

Jud asintió y prosiguió:

—No te preocupes, él está bien. Flyn es nuestro niño, como lo es el pequeño Eric, y aunque ahora pienses que me adora y besa por donde piso, te aseguro que ese pequeño enano gruñón me lo puso muy difícil cuando me conoció. ¡Si yo te contara! —recordó divertida—. Ah… y otra cosa más: su padre era coreano, no chino. Te lo aclaro porque Flyn odia que lo confundan con un chino.

—Es bueno saberlo —sonrió Mel al escucharla.

En ese momento se abrió la puerta del salón y aparecieron Eric y Björn. Este último, al verla, exclamó sorprendido y encantado:

—Eric, ¡qué nivel! La mismísima novia de Thor en tu salón.

—¡Björn! —protestó Judith, mientras éste dejaba el maletín en una silla.

—Vaya…, pero si ha llegado el asno de Shrek —replicó Mel.

Sorprendida por ese recibimiento, Judith miró a sus amigos y se quejó:

—Definitivamente, os va la marcha. ¡Vaya dos!

Björn, divertido, repuso:

—Ella me ha llamado «asno»…, ¡no lo olvides!

Mel, al verlo, se acaloró. No había ni una sola noche que no pensara en él. En su cuerpo desnudo. En sus proposiciones. En la suavidad de su piel cuando la rozó. Pero disimulando lo que sentía de la mejor manera posible, se puso la coronita de cristales que le había quitado a su hija para dormir y contestó:

—Las princesas no decimos palabrotas, si no, muñequito, te aseguro que te soltaría un montón y a cuál más desagradable.

Eric sonrió al oírlos, se acercó a su preciosa mujer y la besó. Después, saludó a Mel con un cariñoso beso en la mejilla y dijo:

—En el fondo, yo creo que os gusta este rollito.

Mel sonrió y, guiñándole un ojo, respondió con mofa:

—Me encanta… Por cierto, ¡enhorabuena por el bebé!

—Gracias —sonrió Eric, encantado—. Estoy convencido de que esta vez será una morenita.

—¿Una morenita? —repitió Mel sin entender.

Todos rieron y Jud aclaró:

—Una niña. Eric quiere tener una niña morenita como yo.

Björn, tras besar a Judith, no se acercó a Mel, y luego Eric dijo:

—Björn, pasemos a mi despacho. Tengo que consultarte algo de mi empresa. —Y volviéndose a su mujer, añadió—: Cariño, coméntale a Mel lo de la fiesta de mi empresa.

A Björn, alejarse de ella le molestó. Le apetecía estar a su lado, disfrutar de su compañía, aunque fuera dedicándose perlas, pero cuando vio que Mel, con la coronita en la cabeza, le decía adiós con la mano en plan reinona, convino:

—Sí, mejor pasemos a tu despacho.

Cuando las mujeres se quedaron solas, Judith, divertida, miró a su amiga, que se estaba quitando la corona, y comentó:

—Definitivamente, creo que os atraéis.

—Pobre de mí —se mofó Mel.

—Da igual lo que digas, yo veo otras cosas y…

—Jud, no inventes cuentos —la cortó Björn, entrando por su maletín—. ¡Que para princesitas metomentodo ya tenemos a Cruella de Vil!

Ante esas palabras, Mel lo miró y contraatacó:

—¡Y para tontos bocazas ya te tenemos a ti!

Él resopló. Estaba claro que ella no se lo iba a poner fácil y sin decir más, salió de la cocina. Judith sonrió y comentó:

—La empresa de Eric da su fiesta anual el viernes que viene y queremos que vengas. ¿Qué te parece?

—No lo sé.

Judith, cogiéndola del brazo, cuchicheó:

—Tienes que venir. Sola o acompañada. Es una cena de gala, con baile después y te aseguro que lo pasaremos genial.

Tras pensarlo, Mel respondió:

—De acuerdo. Si no estoy de viaje, prometo ponerme el único vestido largo que tengo e ir a esa fiesta acompañada.

—¡Bien! —aplaudió Judith y, mirándola, propuso—: ¿Qué te parece si nos damos un chapuzón en la piscina?

—¡Perfecto!

Pero cuando salieron del salón, Judith afirmó:

—Björn y tú os atraéis… Lo sé… Lo intuyo.