13

Una semana después, tras estar fuera de Múnich dos días a causa de un viaje a Irak, Mel llegó a su casa. Su hija, al verla, la recibió con una enorme sonrisa y no paró de jugar con ella durante horas. Por la noche, cuando se acurrucó sola en su cama, por primera vez en mucho tiempo Mike no ocupó sus pensamientos: en su lugar, apareció un prepotente de ojos azules llamado Björn.

Intentó quitárselo de la cabeza.

¿Acaso se había vuelto loca?

¿Qué hacía pensando en aquel capullo?

Intentaba concentrarse en cualquier otra cosa, pero nada, absolutamente nada de lo que hiciera conseguía nublar la mirada de Björn dirigida a ella. Al final, cansada de dar vueltas en la cama, decidió levantarse y hacer lo que su cuerpo le exigía a gritos. Con cuidado, miró que su pequeña estuviera dormida y, tras comprobarlo, abrió el cajón de su mesilla, cogió un neceser y sacó lo que buscaba.

Con sigilo, salió de la habitación, fue hasta el sofá, se quitó las bragas y antes de sentarse, murmuró, mirando el masajeador negro de clítoris.

—Te necesito urgentemente, colega.

Sola en su salón y en el silencio de la noche, hizo lo que le apetecía. Abrió el bote de lubricante, se tumbó en el sofá y, tras abrirse de piernas, se aplicó un poco sobre el clítoris y los labios vaginales. Quería suavidad y aquello se la proporcionaría. Deseosa y excitada, puso en marcha el masajeador y, tras pasearlo por sus resbaladizos labios, lo colocó sobre su humedecido clítoris a velocidad uno y susurró:

—Oh, sí…, dame lo que deseo.

Durante varios minutos, mientras con una mano se abría los labios vaginales, con la otra movía el masajeador en busca de su placer. La sensación era maravillosa. Plena. Cautivadora. Su cuerpo sentía latigazos y ella jadeaba y exigía más y más. Con los ojos cerrados, imaginó al hombre que se había instalado en su memoria, Björn, y, fantaseando con él, sus gemidos se acrecentaron al imaginar que era él quien movía el masajeador sobre su clítoris o quien miraba mientras ella lo movía.

Vio su mirada…

Sintió sus besos…

Recordó sus proposiciones…

Y todo eso… calentó su cuerpo haciéndola desear más.

Abrió más las piernas y se entregó al disfrute que aquello le ofrecía. Imaginar sus grandes manos sobre su cuerpo y su aliento entre sus piernas la hizo morderse los labios para no chillar y subió el masajeador a velocidad 2.

El calor era intenso.

Muy… muy intenso y, tremendamente excitada, se movió sobre el sofá mientras susurraba:

—Sí…, nene…, te deseo.

A su mente regresaron imágenes de Björn en el Sensations.

Su cuerpo…

Su duro abdomen…

Su pene erecto.

Imágenes sensuales y morbosas. Instantes calientes y pecaminosos. Björn era caliente. Muy caliente. Se lo hacía saber cuando la miraba, cuando la retaba, cuando había intentado acercarse a ella.

Los jadeos subieron de intensidad. El orgasmo crecía en su interior como un tornado y dispuesta a más, subió el masajeador a velocidad 3. Su vagina tembló y ella se arqueó en el sillón. La voz de Björn le pedía que no cerrara las piernas, que no apartara ni un milímetro el masajeador de su clítoris, y ella obedeció.

Calor. El calor era intenso. Y consciente de lo que deseaba, apretó el maravilloso aparatito negro sobre su ya hinchado clítoris y lo que esperaba llegó. Un increíble orgasmo tomó su cuerpo. Levantó las caderas y cerró las piernas mientras se convulsionaba y se mordía el labio inferior al sentir aquel alucinante placer, intenso y profundo.

La sangre bombeaba en todo su cuerpo, especialmente en su pubis, y Mel jadeó, deseosa de más. Pero cuando abrió los ojos y su vista recayó en las fotos de sus compañeros, supo que su fantasía había acabado. Allí sólo estaban ella y su imaginación. Cuando bajó las temblorosas piernas al suelo y se sentó en el sofá, sonrió.

Pocas veces una masturbación había conseguido tal realismo. Pocas veces sus muslos se habían mojado tanto de sus propios fluidos. Sonriendo, miró el aparatito y, mientras se encendía un cigarrillo, murmuró:

—Gracias, colega. Tú nunca me defraudas.

Esa noche, cuando se metió en la cama, siguió pensando en Björn, pero enfadada se reprendió a sí misma. Debía dejar de pensar en él. Había otros hombres en el mundo de los que disfrutar y él, por mucho que la excitara, no debía formar parte de sus juegos y fantasías. ¿O quizá sí?

El sábado por la tarde, tras un día dedicado totalmente a su hija, decidió hablar con Dora para que esa noche se quedara con la niña. Ella necesitaba salir.

Llegó al Sensations más tarde que otras veces y al entrar casi se dio la vuelta al ver al fondo de la barra a sus amigos Eric y Jud hablando con Björn y dos mujeres.

¿Qué hacían Eric y Judith allí?

Dudó si entrar o no. Aquello era terriblemente embarazoso.

Pero al final, parapetada entre varias parejas, lo hizo. No la vieron y se sentó lo más alejada posible de ellos, para observarlos con curiosidad.

Con los ojos como platos, vio cómo una de las mujeres introducía su mano entre las piernas de Jud y ésta sonreía; la mujer profundizaba y ella se dejaba hacer.

Bloqueada, no se movía para que no la vieran. Nunca se hubiera imaginado aquello y menos que aquel matrimonio disfrutara del mismo estilo de sexo que ella. Eso la impactó. Consideraba a Eric y Jud una pareja totalmente tradicional, pero visto lo visto, ¡las apariencias engañaban!

Sus ojos volaron luego hacia Björn. Éste y Eric parecían disfrutar del espectáculo que las mujeres les ofrecían y, acercándose a Judith, Björn le dijo algo que a ella la hizo sonreír.

Pero ¿qué clase de amistad era la de aquellos tres?

Otra mujer se les acercó y Björn la agarró de la cintura. Durante varios minutos, Mel vio cómo los dos hablaban y él la besaba en el cuello mientras ella, mimosa, se lo ofrecía. Ver eso no le gustó y bebió de su copa para tragarse la indignación que crecía segundo a segundo en su interior.

Diez minutos después, el grupo entró por la puerta de los reservados y Mel no dudó en seguirlos. Al llegar al pasillo, vaciló sobre si mirar en los reservados o no. Por norma, la gente que no quería ser vista, colgaba un cartel en la cortina con la palabra «Stop», y sólo lo vio en uno de los reservados. Miró en los que no lo tenían, pero en ninguno se hallaban sus amigos, por lo que dedujo que estarían en el reservado de los que no querían ser observados. Dudó sobre qué hacer, pero la curiosidad pudo con ella y decidió mirar a pesar de que sabía que estaba mal.

En el interior, Eric estaba sentado en la cama, mientras las dos mujeres desnudaban a Jud, y Björn preparaba unas bebidas en un lateral.

—Bésame, morenita —pidió Eric.

Encantada, Jud se acercó a su marido e hizo lo que le pedía. Pero antes jugó con él. Sacó su lengua, se la pasó primero por el labio superior, después por el inferior y, tras darle un mordisquito, Eric le dio un azote cariñoso; ella le besó.

—Me vuelves loco, cariño —murmuró, acabado el beso.

—Ya sabes que me encanta volverte loco —replicó ella, dispuesta a pasarlo bien.

A Judith le gustaban los hombres, pero se había dado cuenta de que disfrutaba cuando era una mujer la que jugaba con ella. Hasta el momento, nunca había tomado la iniciativa con una mujer, simplemente se dejaba hacer, y eso la volvía loca.

Eric lo sabía y nunca proponía nada que Judith no deseara. Ambos tenían sus propias limitaciones en cuanto a las fantasías sexuales y, dispuesto a darle a su mujer lo que sus ojos le pedían, en ese instante preguntó:

—¿Quieres que Diana y su novia jueguen contigo?

Judith sonrió y dijo:

—Sí. Pero también quiero jugar contigo y con Björn.

—Te lo prometo —sonrió Eric, besándola de nuevo.

Björn, que los miraba desde el lateral, observó que su amigo se levantaba de la cama, tumbaba a su mujer sobre ella y, abriéndole las piernas con deleite, decía:

—Diana…, mi mujer está deseosa de que tomes de ella lo que desees.

No hizo falta decir más. Diana, una alemana compañera de juegos, sin dudarlo se subió en la cama y, posando las manos en los muslos de ella, se los abrió y murmuró:

—De Judith lo deseo todo. —Después miró a su novia Marie y añadió—: Juega con nosotras, cariño. Judith desea ser nuestro juguete. Únicamente hay una norma, su boca es sólo de su marido.

Marie asintió. Todo estaba claro. Sabía lo que su novia había querido decir y, subiéndose a la cama, fue directa a los pechos de Jud.

Diana, al ver que se divertía chupándole los pezones, posó su boca en el dulce manjar que la joven le ofrecía y lo disfrutó. Con maestría, saboreó sus labios vaginales hasta que éstos casi se abrieron solos para dejar a la vista el clítoris. Nada más pasar su lengua por él, Judith jadeó y Diana, conocedora de lo que a aquélla le gustaba, se lo succionó.

El cuerpo de Judith tembló. Miró a su marido y éste, excitado por la situación, sonrió. Con maestría, aquellas dos mujeres volvieron loca a Judith. Cuatro manos tocándola. Cuatro manos exigiéndole. Cuatro manos llenándola y dos bocas recorriendo su cuerpo.

—¿Quieres más, Judith? —preguntó Diana.

—Sí…, sigue… sigue…

Marie, excitada por aquello, sin dejar de chuparle los pezones, cogió una de las manos de Judith y la llevó hasta su propio sexo. Ésta, al notar el calor que ella rezumaba, no lo dudó, metió un dedo en su interior y comenzó a moverlo. Marie se volvió loca y Diana, al oír sus gemidos, paró. Se colocó un pene y, metiéndose entre las piernas de Judith, la folló. Los gemidos de ésta subieron de decibelios, mientras los hombres se desnudaban, dispuestos a entrar en el juego de un momento a otro. No tardaron. Ambos se pusieron preservativos. Björn se colocó tras Marie y Eric tras Diana y las empalaron por el ano a ambas.

Mel, que observaba semiescondida tras las cortinas, sintió que su respiración se desbocaba. Aquello era excitante. Ver cómo aquellas cinco personas se daban placer unas a otras era colosal y tremendamente morboso.

Los gruñidos de placer de Björn y Eric tomaron la habitación y cuando alcanzaron el clímax, salieron de las mujeres, que continuaron con su particular juego.

Cuando se quitaron los preservativos y los tiraron a una papelera, Diana dijo:

—Marie, fóllame tú a mí.

Ésta se puso un arnés, se colocó tras su novia y poco a poco introdujo en ella el pene que llevaba puesto, consiguiendo que Diana gritara de placer. Judith, empalada por el pene de Diana, gritó, y ésta, extasiada por lo que su novia le hacía, volvió a hundirse en Judith.

Las tres mujeres lo pasaban bien haciendo el trenecito sobre la cama cuando Björn le dio a su amigo Eric un vaso con whisky. Ambos bebieron mientras observaban el morboso juego de ellas, hasta que Judith y Diana tuvieron un orgasmo y todo se detuvo. Una vez Diana salió de Judith, se quitó el arnés y, mirando a su novia, propuso mientras le desabrochaba el arnés que también ella llevaba:

—Hagamos un sesenta y nueve.

Sin descanso, las dos se tumbaron en la cama y se chuparon una a otra con deleite. Eric, al ver a su mujer con los ojos cerrados, la cogió en sus brazos y, llevándosela a la ducha, preguntó:

—¿Todo bien, cariño?

Judith asintió y lo besó.

Björn sonrió. La típica pregunta de Eric a Judith tras el sexo. A él nunca se le había ocurrido plantearle a ninguna de sus amigas esa pregunta. No le importaba su placer. Le importaba sólo el suyo propio y recordó que Eric le había dicho que, desde que estaba con Judith, la forma de ver el sexo para él había cambiado.

Mientras observaba a sus amigos besarse con pasión en la ducha, volvió a sentir lo que sentía únicamente cuando estaba con ellos: soledad.

Con otras parejas ese sentimiento no aparecía, sólo se preocupaba de disfrutar del sexo y el morbo. Pero cuando estaba con ellos y era consciente de la relación tan maravillosa y especial que tenían, los envidiaba.

Ver cómo se miraban, cómo se besaban, cómo se querían o necesitaban era algo que él nunca había experimentado con nadie.

¿Sería cierto que cuando te enamoras, tu propio goce pasa a un segundo plano y sólo deseas ver a la otra persona gozar?

Estaba excitado mirando la situación, cuando Eric comenzó a hacerle el amor a Judith con fiereza contra la pared, en la ducha, y mientras Diana y su novia disfrutaban de su sexualidad en la cama. Estaba invitado a cualquiera de las dos fiestas y dudó. El espectáculo era excitante y verlo desde donde estaba resultaba extremadamente morboso, por lo que decidió mirar mientras su pene, gemido a gemido y segundo a segundo se ponía duro como una piedra.

Cuando Eric y Jud acabaron y salieron de la ducha, se metieron en el jacuzzi e invitaron a Björn a acompañarlos. Sin dudarlo, él aceptó y cuando fue a sentarse, Judith le entregó un preservativo y susurró:

—Ahora tú…

Deseoso de sexo, Björn rasgó el envoltorio y se colocó el condón. Una vez se sentó en el jacuzzi, miró a su amigo, que asintió y, agarrando a Judith de la mano, le pidió:

—Siéntate sobre mí, preciosa.

Cuando lo hizo y él se fue introduciendo en ella, la joven jadeó y Björn, sin acercarse a la boca que era sólo de Eric, murmuró:

—¿La sientes dura?

—Sí…

—Vamos…, apriétate contra mí.

Al hacer lo que le pedía, un escalofrío recorrió la espalda de Judith, que jadeó. Su marido, besándola, dijo:

—Así, pequeña…, dame tus gemidos.

Durante varios minutos, aquel morboso juego entre ellos los volvió locos. Björn, sentado en el jacuzzi, recibía a Judith, ella se empalaba en él y Eric se bebía los jadeos de placer de su mujer.

Mel, que los observaba, cruzó las piernas. Sus propios fluidos comenzaban a traspasar sus bragas y su cuerpo le pedía sexo cuando oyó a Björn decir:

—Eric y yo te vamos a follar como te gusta.

Judith no podía hablar. Sintió cómo las manos de su marido tras ella la apretaban con fuerza contra la dura erección de Björn y murmuraba en su oído:

—Vamos, pequeña…, así… toda.

Sin resuello, se dejó manejar por aquellos dos titanes mientras Björn movía las caderas a un ritmo infernal, volviéndola loca, y sentía las manos de Eric, ahora apretándole las nalgas. Jadeos de placer escaparon de su boca y más cuando sintió que su marido le metía un dedo en el ano y después dos. Los movía. La tentaba.

—¿Te gusta, Jud? —preguntó Björn.

Ella asintió y cuando él la tumbó sobre su pecho en el jacuzzi, se preparó para la penetración anal que anhelaba de su marido. Con cuidado, Eric lo hizo. Entrar en ella siempre era un placer. Un gemido escapó de su boca y cuando toda su erección estuvo dentro, musitó:

—Pequeña…, dime que te gusta.

—Me gusta —susurró Judith al sentirse totalmente llena por ellos dos.

A partir de ese instante, cada uno se movió en busca del placer, mientras Jud se abría para ellos y se dejaba hacer, disfrutando de la situación.

Una… dos… tres… cuatro penetraciones seguidas de cada uno la hacían ronronear de gozo, mientras un calor intenso se apoderaba de sus cuerpos.

Cinco… seis… siete… ocho… Entraban y salían de ella con gozo, mientras volvían al ataque dispuestos a más.

Gozo…

Sexo…

Fantasías…

Aquello era puro morbo, hasta que finalmente ella no pudo más y con un grito les hizo saber que había llegado al clímax. El siguiente en llegar fue Björn y, por último, Eric.

Cuando Björn apoyó su cabeza en el hombro de su amiga, se percató de que alguien medio escondido tras las cortinas los observaba y su cuerpo reaccionó. Se sorprendió al darse cuenta de que era Mel. Rápidamente dejó de mirar hacia allá para que nadie se percatara y siguió sentado en el jacuzzi. Un par de minutos después, su amigo salió de su mujer y ésta de él; juntos se encaminaron hacia la ducha.

Excitado por la presencia de Mel, Björn salió también sin prisa del jacuzzi. Se quitó el preservativo y, mojado y desnudo, se encaminó hacia un lateral de la habitación.

Mel, con la boca seca, lo perdió de vista hasta que de pronto sintió algo mojado tras ella y al volverse se encontró con él. Avergonzada, no supo qué decir y Björn, bajando la voz para que nadie, a excepción de ella, lo oyera, preguntó:

—¿Fisgando tras las cortinas?

Mel no se podía mover. Si lo hacía entraría en el reservado donde estaban sus amigos y, deseosa de que no la vieran, respondió con voz suplicante:

—Lo… lo siento, yo…

Alucinado al ver que titubeaba y se quedaba sin palabras por primera vez desde que la conocía, Björn se creció y, señalando el cartel, preguntó:

—¿No sabes lo que significa la palabra «Stop»?

Ella asintió y él añadió:

—Acabas de incumplir una de las normas del club. Si yo quisiera, ahora mismo te echaban del local; lo sabes, ¿verdad?

Mel asintió acalorada y, arrepentida, murmuró:

—No les digas a Eric y Judith que he estado aquí.

Desde su imponente estatura, él, totalmente desnudo, la miró y preguntó:

—¿Por qué? ¿Acaso no juegas a lo mismo que ellos?

Nerviosa, quiso escapar, pero no pudo. Björn, cogiéndola del brazo, la acercó a él y murmuró casi encima de su boca:

—Te aseguro que si entras conmigo en el reservado lo podemos pasar muy bien. No creo que Judith se asuste por tu presencia. Quizá se sorprenda, pero asustarse… no.

Mel, intentando zafarse de su mano, susurró:

—Yo… yo no juego a esto con amigos.

—¿Ah, no?

—No.

Divertido por ver a Mel descolocada, él sonrió e insistió:

—¿Por qué?

—Porque no. Y ahora, suéltame, capullo.

Björn no lo hizo. Deseaba desnudarla, meterla en el jacuzzi y disfrutar de su compañía. La deseaba más que a nadie en el mundo y sin dudarlo se lo hizo saber. Cogió su mano, la llevó hasta su erección y murmuró al sentir el roce de sus dedos:

—No vuelvas a llamarme «capullo» o te juro por Dios que dejaré de ser educado contigo, ¿entendido? —Ella no respondió y él siseó—: Tú y yo no somos amigos. Entremos en otro reservado y…

—No —consiguió balbucear ella.

Acercando su boca a su rostro, Björn paseó sus labios por la frente de ella y murmuró, excitado por lo que su cuerpo le pedía que hiciera:

—Te aseguro que no te vas a arrepentir.

La suavidad de su piel…

Su voz…

La intensidad de su mirada…

Todo aquello, unido al morbo de lo que había visto, hicieron dudar a Mel.

Dios… deseaba sentir a aquel hombre en su interior, pero recomponiéndose, retiró su mano de su erección como si se quemara y rogó:

—Suéltame.

Björn sonrió. No pensaba hacerlo. Y acercándose más a ella, preguntó:

—Si te beso, ¿me volverás a morder?

—Yo que tú no lo intentaría.

Pero Björn, desoyéndola, le pasó un brazo por la cintura y, dispuesto a soportar un nuevo mordisco, tanteó su boca y finalmente la besó. Metió la lengua y, contra todo pronóstico, pasados unos segundos, ella le respondió.

Su respuesta fue arrasadora. El sabor de Mel era cautivador y, apretándola más contra él, profundizó el beso. Ella soltó un casi inaudible gemido que Björn oyó y sintió que el vello se le ponía de punta y su pene engordaba. Apretándola contra la pared, continuó su asolador ataque. La deseaba. Deseaba a aquella chulita impertinente y quería disfrutar de ella como fuera.

Cuando sintió que ella bajaba todas sus barreras para disfrutar de lo que hacían, él detuvo su beso. Mel lo miró con los ojos turbios de deseo y Björn, tras darle un sensual mordisquito en el labio inferior, dijo soltándola:

—Si quieres más, tendrás que entrar en el reservado.

Ella dudó.

Lo deseaba. Su cuerpo entero se lo pedía a gritos.

Pero resistiéndose, finalmente negó con la cabeza, se zafó de él y salió de la zona de los reservados sin mirar atrás.

Björn, duro como una piedra, maldijo en silencio por su poco tacto. Quizá si la hubiera seguido besando un poco más, ella habría accedido.

Alucinado por lo que aquel beso le había hecho sentir, apoyó una mano en la pared al sentirse el corazón acelerado. ¿Qué le estaba ocurriendo?

Unas mujeres salieron del reservado de al lado y al verlo en el pasillo desnudo y con aquella erección, sonrieron. Björn, consciente de que debía de tener cara de tonto, se recompuso rápidamente y sin querer pensar más en el beso de Mel, volvió a entrar en el reservado, donde continuó jugando el resto de la noche con sus amigos. Pero ya nada le supo igual. Anhelaba aquella otra boca y no pudo parar de pensar en ella.