12

En la cancha de baloncesto, Björn le hizo un pase a su amigo Eric y éste encestó justo en el momento en que un sonido estridente anunciaba que había finalizado el tercer parcial del partido. Judith gritó de felicidad.

—Hola.

Judith miró a su lado y sonrió al ver a Mel sentarse junto a ella.

—¡Qué bien que hayas venido!

—Dora se ha quedado con Sami y me he podido escapar. ¿Cómo van?

—Vamos ganando, 65 a 59 —respondió Judith—. Pero todavía queda el último parcial y los de Stuttgart son muy buenos.

Ambas sonrieron y comenzaron a charlar.

Eric se sorprendió al ver quién acompañaba a su mujer.

—Vaya…, la cosa se pone interesante —cuchicheó acercándose a su amigo.

Björn, que en ese instante bebía de una botella que uno de los asistentes le había pasado, miró hacia donde Eric le indicaba y al ver a Mel allí se echó agua por la cabeza.

—Interesantísima —murmuró.

Las miradas de los dos se cruzaron y Björn, con guasa, le guiñó un ojo. Mel le susurró a su amiga:

—¿Cómo no me habías dicho que James Bond jugaba a básquet?

—Di por hecho que lo sabías.

—Pues no, no lo sabía. Y si lo llego a saber, te aseguro que no vengo. Me apetece tener una noche tranquilita.

Judith sonrió sin saber a qué se refería y, acercándose a ella, la calmó:

—La tendrás. Él estará ocupado con la pelirroja que tenemos aquí delante. Es más, te la voy a presentar.

Judith dio un toquecito a una mujer que estaba delante de ellas, hablando por el móvil, y, mirándola, dijo:

—Maya, te presento a mi amiga Melanie Muñiz.

La pelirroja sonrió sin levantarse de su asiento.

—Encantada, Melanie.

—Lo mismo digo, Maya.

Cuando ésta continuó hablando por teléfono, Judith comentó:

—Björn no vendrá a la cena. Creo que tiene planes con Maya. Y mi intención es presentarte a algunos compañeros de Eric, como el número doce, el dieciocho y el veintiuno. ¿Qué te parecen?

Con curiosidad, Mel miró a los hombres que ella le indicaba y sonrió. La verdad era que todos ellos estaban muy bien, pero mirando a su amiga, contestó:

—Si mi abuela te oyera, te diría que eres una alcahueta.

Judith sonrió.

—Mi hermana y mi padre también me lo dirían. Vamos, dime cuál quieres que te presente.

Paseando sus ojos por los tres, Mel finalmente se decidió:

—El número doce.

Ambas rieron y segundos después, comenzó el cuarto parcial del partido.

Las jugadas que realizaban cualquiera de los dos equipos eran maravillosas. Todo un espectáculo y Judith pronto vio que Mel entendía muchísimo más de baloncesto que ella.

Disfrutando del partido, Mel observó lo buen jugador que era Björn. Se movía por la cancha con una agilidad que le secaba la boca.

Ella, que lo había visto en acción en otros menesteres, suspiró. Aquel hombre era un espectáculo andante, tanto vestido con traje como desnudo o con el equipo de básquet. Sin poder evitarlo, paseó su mirada por sus fuertes brazos. Los brazos con los que había soñado la noche anterior y que la volvían loca.

Marcó catorce puntos él solito y Mel aplaudió. Björn realmente era increíble. Elegante en sus movimientos y asolador cuando atacaba. Y cuando sonó el estridente timbre del final de la cuarta parte, Judith y Melanie, encantadas, aplaudieron y silbaron. El equipo al que apoyaban había ganado y eso debía celebrarse.

Mientras esperaban en la sala a que los jugadores salieran de las duchas, Mel se fijó en la pelirroja que esperaba a Björn. Es más, creía haberla visto en el Sensations. Cuando él salió del vestuario, caminó directamente hacia la pelirroja y, dándole un beso en la boca, murmuró algo que sólo ellos pudieron oír y que la hizo sonreír.

Abstraída mientras lo observaba, Mel no se fijó en que un hombre se ponía a su lado hasta que Judith, llamando su atención, dijo:

—Melanie, te presento a Damian, el dorsal número doce.

—Buen partido, Damian.

—Gracias, Melanie —respondió aquel rubio, encantado.

Centrándose totalmente en el hombre que sonreía ante ella, Mel le dio dos besos y él, feliz, los aceptó. Hablaron durante un rato, mientras el resto del equipo terminaba y salía de las duchas, y cuando todos estuvieron, Eric preguntó:

—¿Dónde os apetece ir a tomar algo?

Tras varios nombres, al final todos decidieron ir a la coctelería de uno de los del equipo.

Cuando iban hacia allí, Mel vio que Björn, de la mano de la pelirroja, los seguía.

—Pero ¿no has dicho que James Bond tenía planes? —cuchicheó acercándose a su amiga.

Judith, al ver lo que ella indicaba, preguntó levantando la voz:

—¿Vienes a la coctelería, Björn?

Éste asintió y, con una sonrisa, respondió:

—Sí. Maya y yo tenemos sed.

Mel suspiró. Le molestaba tener que aguantarlo aquella noche e, intentando no coincidir en ningún momento con él para que no le hablara, al llegar al local se sentó lo más lejos que pudo.

Mientras miraba la carta de cócteles, Judith, divertida, comentó:

—Esta coctelería es de Svent y mira —afirmó, señalando con el dedo—, tiene mi cóctel.

—¿Tu cóctel?

Judith soltó una carcajada y explicó:

—Una noche, Svent hizo un concurso de cócteles entre los asistentes, ganó el mío y decidió incluirlo en la carta.

Sorprendida, Melanie sonrió y, leyendo el nombre del cóctel, preguntó:

—¿«Pídeme lo que quieras», ése es el nombre de tu cóctel?

Judith, encantada, asintió. Ella y quienes la conocían íntimamente sabían el porqué de aquel nombre. Acto seguido, dijo:

—Pídelo, te va a encantar.

Mel soltó una carcajada y convino:

—Vale…, pero ¿qué lleva?

Sin querer revelar los ingredientes, Judith contestó:

—Yo lo voy a pedir. Tú pídelo también y luego, cuando lo pruebes, me dices qué te parece.

Divertida, Mel asintió. Quería probar ese cóctel. Y cuando el camarero se les acercó, ella lo miró y le informó:

—Nosotras queremos dos «Pídeme lo que quieras».

Judith sonrió…

Eric sonrió…

Y Björn, que la había oído, también… sonrió.

De aquel grupo, sólo ellos tres sabían que Judith llevaba esa frase tatuada en el pubis, algo que a los tres les había despertado siempre mucho morbo.

Cuando el camarero dejó la bandeja con varios cócteles, Eric cogió uno de los que conocía y se lo tendió a su mujer, que, encantada, lo besó. Mel estaba mirándolos cuando Björn cogió el otro cóctel y, con mofa, se lo tendió a ella, diciendo en un tono bajo:

—Pídeme lo que quieras.

Sin pillar el significado de esas palabras, Mel lo miró, tomó el vaso que él le entregaba y, con una expresión que hizo reír a los demás, repuso:

—Te pediría que hicieras el pino con una mano, pero creo que te despeinarías,muñeco.

Björn soltó una carcajada y, sin responder, se acercó a donde estaba Maya y, besándola en el cuello, comenzó a hablar con ella, intentando obviar a la mujer que realmente lo tenía abstraído.

Mel bebió un sorbo de su cóctel. Estaba rico. Era refrescante y, cuando miró a Judith, preguntó:

—Esto lleva Coca-Cola, ¿verdad?

Su amiga rió y, tras dar un trago que le supo a gloria, la retó:

—Ahora adivina qué más.

Ambas rieron y continuaron charlado con afabilidad mientras Björn las observaba. Sin dejar de hablar con Maya, éste paseó su mirada por el cuerpo de Mel. Aquel pantalón de cuero negro, a juego con un chaleco también negro y las botas de tacón, le quedaba muy, pero que muy bien. Estaba muy sexy.

Tras varios cócteles, todos decidieron ir a comer algo o acabarían borrachos como cubas.

En el restaurante, Mel se volvió a sentar lo más alejada que pudo de Björn. Había reparado en cómo sus miradas se cruzaban en varias ocasiones en la coctelería y no quería que nadie las malinterpretara. Él, que también se había percatado de las miradas, sonrió. Se sentó en la otra punta de la mesa, pero buscó un ángulo desde donde pudiera seguir contemplando sus movimientos a la perfección.

No sabía qué le ocurría, pero aquella chulita española lo atraía como un imán, y cuando a media comida ella se levantó y fue al baño, él hizo lo propio después, con disimulo.

Cuando Mel salió del aseo, la agarró del brazo y, arrinconándola contra la pared, preguntó:

—¿Irás al Sensations esta noche?

—A ti precisamente no te lo voy a decir.

Björn frunció el cejo y murmuró:

—Nunca he conocido a nadie como tú.

—Y nunca lo harás.

Él sonrió por esa chulería e insistió:

—¿Lo pasas bien con Damian?

Asombrada por la pregunta, Mel suspiró.

—Mira, nene…, ocúpate de tu pelirroja y deja de mirarme. Estoy harta de tus miraditas y…

—Si sabes que yo te miro —la cortó él— es porque tú también me miras a mí, ¿o me equivoco?

Boquiabierta por no saber qué contestar a aquello, Mel protestó:

—¿Quieres hacer el favor de soltarme, ¡imbécil!?

Pero Björn no se movió. Se dedicó a observarla con sus ojazos azules, hasta que ella, nerviosa, siseó:

—Tú y yo no tenemos nada que hacer juntos.

Al oír eso, con una peligrosa mirada, él sonrió y, acercando su boca a la de ella, murmuró:

—Te equivocas… podríamos hacer muchas cosas.

Y, sin más, la besó. Acercó su boca a la suya, la aplastó y metió la lengua, dispuesto a disfrutar de lo que llevaba ansiando desde que la había visto sentada en las gradas de la cancha y en ese instante había ido a buscar. No obstante un mordisco de ella en el labio lo hizo soltarla.

—¡Serás bruta!

—¿Yoooooooooooooo?

Tocándose el labio, Björn se sorprendió al ver que tenía sangre y, molesto, le espetó:

—¿Cómo se te ocurre morderme?

Con una sonrisita en los labios, Mel respondió al ver la sangre:

—Tengo una tirita de princesas en el bolso, ¿quieres que te la ponga?

La expresión de él le hizo saber lo enfadado que estaba por aquello. Eso le gustó y, sin amilanarse, afirmó con chulería:

—Vuelve a besarme y juro que te arranco la lengua. —Y antes de marcharse, añadió—: Y súbete la cremallera del pantalón…, capullo.

Sin más, se dio la vuelta y se marchó, dejando a Björn dolorido por el mordisco. Él no pensaba caer de nuevo en la tontería de la cremallera del pantalón. Cuando consiguió reponerse, volvió a la mesa donde estaban todos y uno de sus compañeros gritó:

—Colega…, súbete la cremallera, que el pajarito se escapa.

Björn resopló ante las risas de todos. Se llevó las manos a la cremallera y se la subió, mientras observaba que Mel lo miraba con cara angelical y parpadeaba.

La cena fue fantástica y Damian resultó ser un hombre increíble. Mel habló con él sobre básquet, dejándolo sorprendido al ver lo mucho que ella conocía de ese deporte. Al final, Mel le confesó que había estado en un equipo en su época de estudiante y cuando el jugador lo dijo en voz alta, todos la miraron.

Björn, aún molesto por el mordisco, propuso:

—Cuando quieras te reto a unas canastas. Pero tranquila, te daré ventaja.

Ella sonrió lo mismo que todos los demás y replicó:

—Tranquilo, muñequito. Sin ventaja, te ganaré.

—¿Seguro?

—Segurísimo. —Y, sin darle tregua, preguntó—: ¿Qué te ha pasado en el labio? Parece que lo tienes hinchado.

Todos lo miraron. Björn maldijo por aquella indiscreción y siseó:

—Me he mordido sin querer.

Mel sonrió. Hizo una bola con una miga de pan y, sin levantarse de su silla, la lanzó y, tras dar en el centro de la frente de Björn, murmuró:

—Donde pongo el ojo, pongo la bola.

Eso los hizo reír a todos a carcajadas. Björn, molesto por la poca vergüenza de aquella mujer, cogió la bolita de pan y, sin moverse tampoco de su sitio, la lanzó, introduciéndola en el escote de ella y añadió:

—Donde pongo el ojo, meto lo que quiero.

De nuevo las risas y esta vez por el doble sentido de lo que él había dicho. Melanie se sacó la bola de pan de entre los pechos y cuando fue a responderle, Björn preguntó:

—¿De verdad te crees tan buena, nena?

Sin un ápice de piedad ante los retos, la teniente Parker clavó su azulada mirada en él y respondió con decisión:

—Si me lo propongo, nene, soy la mejor.

De nuevo risas y aplausos ante aquel duelo de titanes. Judith miró a su amiga y al ver la guasa en el gesto de Björn, cuchicheó:

—Pasa de él. ¿No te das cuenta de que lo hace para picarte?

Mel sonrió y, divertida, repuso antes de seguir hablando con Damian:

—Que pase él de mí. Le saldrá más a cuenta.

Judith al oírla y ver cómo Björn la miraba, sacó sus propias conclusiones. Miró a su marido. Allí ocurría algo y, acercándose a él, murmuró:

—Creo que entre estos dos hay temita.

—¿Temita? —repitió Eric, divertido.

Abrazándose a él para que Mel no la oyese, preguntó:

—¿Tú no crees que entre Björn y Mel hay algo? No sé, quizá sea mi sexto sentido, pero esa manera de mirarse y retarse me indica que se atraen. ¿No crees tú lo mismo?

Eric miró a los aludidos y, tras beber un trago de su cerveza, posó su mirada en su preciosa mujer y respondió:

—Pequeña, sólo diré que de estos dos me espero cualquier cosa.

Ambos sonrieron divertidos. El destino siempre hacía de las suyas.

Cuando pidieron los postres, Mel sonrió sin poder evitarlo. Le encantaba el chocolate. Björn se encargó de pedir varias fondues de chocolate y frutas y cuando sus miradas se cruzaron, él pinchó una fresa, la mojó en chocolate y, tras pasársela por los labios, se la introdujo en la boca, aunque la cara se le contrajo al notar el dolor del labio.

Björn conocía un secreto de ella que Mel no quería revelarle a nadie. La gente no solía ver con buenos ojos el tipo de sexo que él, Eric, Jud o aquella deslenguada practicaban. Si lo supieran, seguro que los tacharían de lo que no eran.

Conmocionada por el morbo de haberlo visto comiéndose la fresa con chocolate, Mel pinchó un trozo de plátano. Lo mojó en la fondue y, cuando fue a sacarlo, el plátano había desaparecido. Sorprendida, miró el pincho y, con el rabillo del ojo, vio a Björn sonreír. ¡Maldito!

Intentó no hacerle caso. No mirarlo. Pero sus ojos sólo lo querían mirar. Y cuando vio cómo él le pasaba a su amiga Maya un trozo de plátano bañado en chocolate por los labios y luego se los chupaba, se excitó. Aquel simple acto le pareció lo más sensual que había visto en mucho tiempo y cuando se repuso de su acaloramiento y se encontró de nuevo con los ojos de Björn, éste sonrió.

Una vez se acabaron las fondues, Judith y Melanie decidieron ir al baño. Allí, tras lavarse las manos, Mel se las pasó por su corto cabello y, echándoselo hacia atrás, preguntó:

—Y ahora ¿adónde vamos?

—Seguramente a tomar una copilla al bar del entrenador. Al final, casi siempre terminamos allí.

—¡Perfecto!

Judith, deseosa de preguntarle algo, finalmente se decidió.

—¿Te gusta Björn? —Y al ver cómo la miraba Mel, añadió—: Te lo digo porque me parece curioso como os estéis desafiando continuamente. Y si te digo esto es porque conozco a Björn y me da la sensación de que…

—¿Ese energúmeno?

—Los polos opuestos se atraen y creo que vosotros sois…

—Judith, por favor…, tengo mejor gusto para los hombres.

Sorprendida por sus palabras, su amiga murmuró:

—Pero si Björn es un bombón…

Mel asintió e, intentando disimular lo que inexplicablemente le estaba ocurriendo, añadió:

—No lo dudo. Pero no a todas nos gustan la misma clase de bombones, ¿no crees?

La puerta del baño se abrió y entró un hombre. Un alemán, rojo como un cangrejo. Judith, al verlo, le miró y dijo:

—Éste es el baño de mujeres. ¿Qué tal si vas al de hombres?

Pero él llevaba alguna copa de más y, mirándola, siseó:

—Cállate, puta.

Sorprendidas, las dos jóvenes se miraron y entonces, Melanie, dando un paso al frente, habló empujando al borracho:

—Voy a contener mi lengua viperina y no decirte lo que pienso, pero sí te diré que lo de puta se lo vas a decir a quien yo te diga. ¡Fuera de aquí, ya!

Una vez lo sacó del baño, cerró de un portazo y se apoyó en la madera.

—¡Será gilipollas!

La puerta se volvió a abrir de golpe con tal ímpetu que lanzó a Mel contra la pared de enfrente. Se golpeó en la boca contra los azulejos, y rápidamente comenzó a sangrar. Judith, al ver aquello, no lo dudó y de inmediato utilizó lo aprendido años atrás en sus clases de taekwondo para reducir al individuo.

Melanie maldijo al notar el sabor ácido de la sangre. Su rostro se demudó y, levantándose del suelo, se lanzó sobre el hombre con fuerza y le comenzó a dar puñetazos mientras Judith, sorprendida, la observaba.

—El ejército tiene un código de honor, idiota —gritó Mel— y es no pegar a las mujeres. Y si ves que uno lo hace, lo único que has de hacer es darle su merecido y patearle las putas pelotas.

El individuo, noqueado por las dos, se quedó tirado en el suelo, cuando un amigo de él entró en el baño y, sorprendido, preguntó:

—Pero ¿qué le habéis hecho?

En ese instante, Björn y Eric, que habían oído el revuelo, llegaron también. Horrorizados por lo que vieron, se acercaron mientras Mel decía:

—Lo mismo que te vamos a hacer a ti, capullo, como se te ocurra propasarte lo más mínimo con nosotras.

—Pero, bueno, ¿qué ocurre aquí? —preguntó Björn, mientras observaba cómo su amigo se acercaba a su mujer y, con gesto furioso, le pedía explicaciones.

Mel, secándose con la mano la sangre del labio, gritó, señalando al borracho:

—Aquí, el machote, que tenía ganas de jaleo.

Sorprendido, Björn la miró cuando el amigo del otro iba a decir algo y ella siseó:

—Abre esa bocaza que tienes y te juro por mi hija que te pateo las pelotas.

Björn, impresionado por la fuerza que había en su voz, de pronto fue consciente de la sangre que ella tenía en la boca.

—Estás herida.

—Estoy bien. No pasa nada —repuso Mel sin darle importancia.

Él la miró con detenimiento.

—Sangre en el labio… Vaya, eso me recuerda a… —murmuró.

Al intuir lo que iba a añadir, ella lo cortó con voz furiosa.

—Como se te ocurra decir algo más de la sangre en mi boca, juro que voy a pagar contigo el cabreo que llevo. Por lo tanto, ¡cierra el pico!

—Pero qué chulita eres, bonita —replicó él, molesto.

Una vez los amigos del borracho se llevaron a éste, Björn, sin pensar en las consecuencias, agarró a Mel del brazo y metiéndola en el baño, junto a Eric y Judith, dijo:

—¿Os habéis vuelto locas?

Mel, moviéndose, siseó:

—Suéltame.

Eric, malhumorado por lo ocurrido, miró a su mujer y gruñó:

—¿Cuándo vas a dejar de ser tan impetuosa? ¿No ves que te podía haber ocurrido algo, pequeña?

Jud, acostumbrada a aquel tono de voz de su marido cuando se enfadaba, lo miró y respondió:

—Iceman, no empieces. Ese imbécil ha entrado aquí y…

—¿Y por qué no has acudido a mí?

Judith soltó una carcajada y, tras mirar a Mel, que la observaba, contestó:

—Porque no ha dado tiempo, cariño.

Dos minutos después, Eric y Jud, inmersos en una de sus tremendas discusiones, abandonaron el local, dando la noche por finalizada.

Una vez se quedaron solos en el baño, Björn miró a Mel y dijo:

—Te vas a estar quietecita y me vas a dejar mirarte la herida del labio.

—¿Ahora vas de doctorcito?

Con gesto ceñudo, él la miró. El buen humor se había esfumado y replicó:

—Yo también puedo ser muy chulo si me lo propongo.

—Guau, ¡qué miedito! —Y levantando una mano, añadió—: Mira cómo tiemblo.

Con ganas de estrangularla por lo osada que era, Björn levantó la voz y siseó furioso:

—He dicho que te estés quieta.

Mel resopló y finalmente hizo lo que le pedía. Damian entró en el baño y, al ver lo ocurrido, fue a sustituir a Björn para atenderla, pero éste no lo dejó. No pensaba apartarse para que aquél la tocara. Al final, Damian se dio por vencido y, malhumorado, salió del baño.

Cuando Björn le limpió la sangre que tenía en la barbilla, salieron también ellos dos. Mel, sin cortarse un pelo al ver cómo la miraba uno de los amigos del borracho, gritó:

—¿Qué pasa? ¿Quieres que te patee los huevos a ti también, capullo?

Björn, alucinado, la agarró por la cintura y se la llevó en volandas tras pedirle al tipo que la miraba con gesto no muy amable que la perdonara. Estaba loca. Cuando estuvieron fuera de la vista de aquéllos, la soltó y le espetó:

—Pero ¿a ti te falta un tornillo?

Sin ningún miedo, Mel replicó:

—Mira, guapo, que sea la última vez que te metes en mis asuntos, ¿entendido?

Y, sin más, se dio la vuelta para echar a andar hacia la puerta. Pero Björn la agarró y preguntó:

—¿Se puede saber adónde vas?

—A donde me dé la gana.

—¿Sola?

Con descaro, Mel se volvió hacia él y repuso:

—Más vale sola que mal acompañada. Y ahora, ¿qué tal si me sueltas?

Con gesto de desagrado al ver cómo lo miraba, él comentó:

—Te juro que he conocido a muchas clases de mujeres en mi vida, pero tu chulería me deja sin palabras.

—Dejarte a ti sin palabras no es difícil, muñeco.

Con ganas de darle un azote en el trasero por desagradable, Björn replicó:

—¿Se puede saber qué te pasa para que siempre estés con la escopeta cargada? Joder, chica, mirarte es como leer un cartel de «¡Peligro, alto voltaje!».

Eso la hizo sonreír. La habían llamado de todo, pero nunca cartel de alto voltaje e, intentando suavizar la voz, lo retó:

—Me voy a mi casa, ¿alguna objeción?

Agradecido por su tono más calmado, él, sin soltarla, se ofreció:

—Te acompañaré.

—¿De qué vas ahora, de caballero de brillante armadura?

De nuevo aquella sonrisita de superioridad que lo sacaba de sus casillas apareció en la cara de ella. Björn repuso:

—Voy de hombre juicioso que vela por una loca de atar, que como poco debe de ser la fundadora de Los Ángeles del Infierno. Simplemente intento que no te partan la cara antes de que llegues a tu casa.

—Vayaaaaaaaaaaa… —Y, divertida, añadió—: No necesito niñera, muñeco.

—Sí. Sí la necesitas, muñeca.

Molesta porque no le soltaba el brazo, siseó:

—Te recuerdo que el abejorro te espera.

—¿El abejorro? ¿Qué abejorro? —preguntó Björn, sorprendido.

Sin ganas de ser agradable, Mel aclaró:

—La abeja Maya de morros siliconados y canalillo profundo te espera en la mesa, ¿la vas a dejar colgada?

Oír esa descripción de su acompañante lo hizo sonreír y la soltó. Dibujó un movimiento brusco con las manos indicándole que no se moviera de donde estaba y se marchó.

Al ver eso, Mel puso los ojos en blanco y, convencida de que aquel hombre era idiota, pero idiota profundo, salió del restaurante y caminó hacia su coche, ofuscada. Se encendió un cigarrillo. No necesitaba que un imbécil la protegiera. Ella solita sabía hacerlo muy bien. Pero dos segundos después, oyó unos pasos rápidos tras ella y al volverse y ver que era Björn, preguntó:

—¿Se puede saber adónde vas?

—He dicho que te acompañaría. Esos tipos pueden aparecer y…

—Pero ¿de qué hablas?

—Mel, ¿en qué mundo vives?

—En el mismo que tú. Con la diferencia de que soy una mujer y sé sacarme solita las castañas del fuego. ¿Acaso has olvidado que soy la novia de Thor?

Ese comentario hizo sonreír a Björn, que murmuró:

—Vamos…, te llevaré a tu casa.

—No necesito una niñera —insistió ella, echándole el humo en la cara.

La sonrisa de él desapareció rápidamente.

—Fumar no es bueno y como vuelvas a llamarme «niñera», te juro que…

—Me juras que ¿qué?

Se miraron en silencio. Las espadas de ambos en alto, hasta que ella insistió:

—Sé defenderme. ¿No lo has visto?

Björn, con gesto contrariado, la miró. Su paciencia estaba llegando al límite. No pensaba ceder y siseó furioso:

—¡Se acabó! No quiero discutir contigo. A partir de este instante, vas a cerrar el pico, te vas a meter en mi puto coche y te voy a llevar tu puñetera casa para que luego yo me pueda marchar a pasarlo bien, ¿entendido?

—¿Acabas de llamar «puto» a tu pobre Aston Martin?

—Por el amor de Diossssssssssss, ¿quieres cerrar tu jodido pico? —gritó Björn.

—Iré a mi casa en mi coche, te guste o no y no…, no cierro el jodido pico.

Desesperación. Eso fue lo que sintió él al oírla y, convencido de que era una cabezota intratable, respondió:

—Muy bien. Iré en tu puto coche. Cierra de una vez el pico y vamos.

Molesta por su insistencia y sin muchas ganas de discutir, Mel al final claudicó, pero queriendo quedar como siempre por encima, añadió:

—No vuelvas a llamar «puto» a mi coche. Que el tuyo lo sea no quiere decir que lo tenga que ser el mío, ¿entendido?

Björn no respondió. Tenía ganas de matarla. ¿Cómo podía ser tan chula e insoportable?

Una vez en el Opel Astra de ella, Björn miró a su alrededor y se horrorizó. Tras ellos había una sillita de bebé rosa, que supuso que era de Sami y el techo del vehículo estaba lleno de cientos de pegatinas de fieltro de princesas. En el suelo había de todo: envoltorios de galletas, botellas de agua y juguetes por doquier. Aquello era un auténtico caos que nada tenía que ver con su impoluto vehículo.

Sin ganas de hablar con él, Mel encendió el CD del coche y la música cañera de Robin Thicke y Pharrell Williams, Blurred lines, sonó a toda pastilla y ella comenzó a cantar y a mover los hombros al ritmo de la canción.

Ok now he was close, tried to domesticate you.

But you’re an animal, baby, it’s in your nature.

Just let me liberate you.

Hey, hey, hey.

You don’t need no papers.

Hey, hey, hey.

That man is not your maker.

Björn la miró. Estaba claro por sus aullidos que intentaba molestarlo. Nadie cantaba tan horrorosamente mal. Y cuando vio que ella sonreía, decidió callar lo que pensaba.

Everybody get up.

Everybody get up.

Hey, hey, hey.

Hey, hey, hey.

Hey, hey, hey.

Pero varios minutos después, con la cabeza como un bombo por sus gritos y el volumen de la música, al notar que pisaba algo y ver que se trataba de un pequeño poni malva, bajó la música de un manotazo y ante la atenta mirada de Mel preguntó:

—¿Por qué llevas el coche así?

Sin entender a qué se refería, ella lo miró. Él le mostró en una mano el desangelado poni y en la otra un trozo de galleta mordida. Mel sonrió y se justificó:

—Tengo una hija.

—¿Y tener un hijo te convierte en un cerdo?

Ella frenó de golpe. Björn se dio contra el cristal delantero, pero sin importarle su gesto contrariado, la joven lo miró y preguntó con chulería:

—¿Me acabas de llamar «cerda»?

—Pero ¿te has vuelto loca? —gritó ofuscado—. ¿Cómo se te ocurre frenar así?

Estaba claro que la comunicación entre ellos era inexistente y Mel, tras resoplar, ordenó:

—Abre la jodida puerta del coche y baja de él. ¡Ya!

Sin moverse de su sitio, Björn cogió un par de botellas de agua vacías y enseñándoselas junto a lo que ya tenía en las manos, insistió:

—¿Me vas a decir que esto no es basura?

De un manotazo, ella se lo quitó todo, lo volvió a echar en el asiento de atrás y, con cara de enfado, siseó:

—Sal del coche.

—No.

—Repito: ¡sal del coche!

Björn la miró. No pensaba achantarse con aquella fiera y le indicó:

—Arranca y vamos a tu casa.

—No.

—Pues entonces llévame donde está mi coche.

—Yo no soy tu chófer, nene.

Jorobado por lo borde que podía ser, la miró con superioridad.

—Muy bien, pues llévame al Sensations. He quedado allí.

—¿Con el abejorro?

Nada más decir eso, Mel se arrepintió y más cuando lo oyó desafiarla con mofa:

—Si quieres puedes entrar en el reservado con nosotros. Seguro que lo pasas bien con Maya y conmigo. Falta te hace relajarte… ¡nena!

Y antes de que ella dijera nada, la agarró del cuello, pero cuando iba a besarla vio la herida en su labio, se acordó de la suya propia y dijo:

—No te beso porque no quiero que ambos suframos más daño en los labios. Pero quiero que sepas que me encantaría chuparte y devorarte. Me deseas tanto como yo te deseo a ti. Lo sé cuando discutimos, cuando me miras o cuando te miro. —Björn chocó con delicadeza su nariz contra la de ella—. Terminemos ya con esto y hagámoslo de una vez. Podemos ir a tu casa, a la mía o a un hotel. Como tú quieras, preciosa. En tu mano está que yo finalice la fiesta con la pelirroja o contigo.

La tentación estaba servida.

Su voz…

Su mirada…

Su propuesta…

Todo era tentador…

La temperatura dentro del vehículo subió en décimas de segundo. Mel lo deseaba. La atraía una barbaridad y cuando intuyó que iba a perder la cordura y lanzarse sobre él, le ordenó:

—Sal del puto coche.

Sin darse por vencido, él paseó su boca por la cara de ella y con voz tentadora, dijo:

—Lo de puto… lo acabas de decir tú ahora de tu coche. —E, insistiendo, murmuró—: Venga…, gruñona, podemos pasarlo bien.

—Sal del jodido coche de una vez antes de que te arranque la cabeza, ¡capullo! —insistió Mel, tremendamente excitada.

Björn claudicó.

Él no le suplicaba a nadie. Se quitó el cinturón de seguridad, abrió la puerta sin mirarla, se bajó y cerró de un portazo. En ese instante, ella subió la música a tope, arrancó y lo dejó totalmente descolocado en medio de la acera.

El rechazo no era algo a lo que estuviera acostumbrado y, contra todo pronóstico, sonrió.

¡Maldita cabezota!

Durante un par de minutos caminó por las frías calles de Múnich. Necesitaba refrescarse o iría tras ella de nuevo. ¿Por qué aquella chulita perdonavidas le llamaba tanto la atención?

Al tocarse el bolsillo de la americana, notó que tenía algo pegado. Con cuidado, lo arrancó y sonrió al ver una descolorida pegatina de princesas. Con cuidado, se la guardó en el bolsillo. Diez minutos después vio un taxi y lo paró. La noche continuaba y Maya lo esperaba.