10

El viernes por la tarde, Mel llamó a Judith y quedó en ir a su casa para darse un bañito en la maravillosa piscina climatizada que tenían. Cuando llegó con Samantha, la pequeña se volvió loca y, tras inflarle los manguitos rosa, Mel la metió en el agua con ella.

Divertida, observó cómo su pequeña chapoteaba en la piscina y la animó.

—Vamos, cariño, mueve los bracitos.

Sami, que en la guardería iba a clases de natación, rápidamente hizo lo que ella le pedía y Judith, que las observaba sentada en el borde con sus hijos, aplaudió.

—Muy biennnnn, Sami, ¡nadas muy bien!

—¿Puedo sujetarla yo? —peguntó Flyn, uno de los hijos de Judith, metiéndose en el agua.

—Claro, cariño. Ven…, ponte aquí —asintió Mel.

Encantada, observó cómo aquel jovencito sujetaba a su hija y se deleitó con la sonrisa de ambos. Pasadas unas horas, en las que disfrutaron de la piscina, la puerta se abrió y aparecieron Eric, el marido de Judith, acompañado por su amigo Björn.

Éste, al ver a Mel, frunció el cejo. Sin duda alguna, en cuanto se percatara de su presencia lo pondría de los nervios y así fue. Nada más verlo, ella sonrió y dijo:

—Vaya…, llegó el atropellamujeres.

Todos sonrieron y Björn, de humor, repuso:

—Venga, no disimules, guapa. Me viste y te tiraste sobre mi precioso coche para llamar mi atención.

Mel al oír eso, levantó una ceja y replicó:

—Ya te gustaría a ti, nene.

Sin cortarse, él sonrió.

—Lo dudo, nena.

—Björn, ¿te metes en la piscina conmigo? —pidió Flyn.

Él, mirando al pequeño de ojos achinados, respondió:

—No, ahora no.

—¿No sabes nadar, capullín? —se mofó Mel. Y tendiéndole los manguitos rosa de princesas de su hija, añadió—: Ten, Sami te los presta.

Judith soltó una carcajada. Lo de aquellos dos comenzaba a ser divertido y mirando a Björn fue a decir algo cuando su maravilloso marido la agarró por la cintura.

—Hola, pequeña.

—Hola, grandullón.

Y sin importarles los demás, se besaron con auténtica pasión, hasta que Björn dijo:

—Venga ya, idos a la habitación, por favorrrrrrrrrrrr.

Mel al oírlo, sonrió. Pensaba lo mismo que él, pero no tenía intenciones de decirlo.

—Sami, ahora vas a ser buena y mientras mamá se viste no te vas a meter más en la piscina, ¿vale? —le advirtió a su pequeña después de cambiarle el bañador y colocarle la corona.

La niña negó con la cabeza y ella, riendo con complicidad, preguntó:

—¿Te vas a volver a meter en el agua?

La pequeña asintió y corrió hacia el lateral de la piscina donde estaba Flyn.

—Sami, ven aquí, que no llevas los manguitos —la llamó Mel.

Pero la niña, divertida, siguió corriendo y Mel y Judith se levantaron y corrieron tras ella. Björn y Eric observaban al pequeño Eric, que dormía en su sillita tan feliz.

—¿Qué te parece cómo duerme tu ahijado? —preguntó el orgulloso padre.

—¡Joderrrrrrrrr! —soltó de pronto Björn.

Eric, al ver la cara de su amigo, miró hacia las mujeres, que reían a carcajadas, y preguntó:

—¿Qué ocurre?

Boquiabierto, Björn no se movió. Sólo podía mirar sorprendido el tatuaje que Mel tenía en la espalda y, quitándose la chaqueta, dijo:

—Creo haber visto ese tatuaje en otro lugar.

—¿Dónde? —preguntó Eric.

Björn sin quitar los ojos de la joven, murmuró para que no lo oyera nadie excepto su amigo:

—Si te lo digo no te lo crees.

En ese momento, el pequeño Eric se despertó y la atención de su padre fue totalmente para él. Eric adoraba a su hijo, y mientras se prodigaba en cientos de mimos, Björn continuaba mirando a Mel. De pronto, su rompecabezas encajó. Aquel cuerpo moreno y fibroso, unido al tatuaje y la música de Bon Jovi, no le dejaba la más mínima duda de que era ella.

Sorprendido por lo que había descubierto, no podía dejar de mirarla. Nunca lo habría imaginado. Cuando ellas llegaron hasta donde estaban ellos, Mel, con su hija en brazos, dijo:

—Vamos, cariño, nos tenemos que ir a casita.

—Noooooooo —chilló la pequeña, agarrándose a Flyn.

—No se quiere ir, Mel… Quiere nadar un ratito más —comentó el niño.

—Agua… más pischina —insistió Sami.

Mel sonrió al oír a su hija. Aquella lengua de trapo le encantaba, pero mirándola directamente a los ojos, la apremió:

—Sami, nos tenemos que marchar.

La niña se resistió y volvió a gritar:

—Noooo, pischina.

—Sami, venga… Te pondré dibujos en casita, ¿quieres? —insistió para convencerla.

—Noooooooooo.

Björn, al ver la rebeldía de la pequeña, acercándose a ella se agachó e intentó convencerla:

—Sami, las princesas son buenas y obedientes. Haz caso a tu mamá.

La niña lo miró y, con un gracioso gesto, preguntó:

—¿Tú, pínsipe?

Björn sonrió. Mel soltó una carcajada y murmuró:

—Sí, pero de las Tinieblas. Vamos, Sami.

Todos rieron excepto él y Eric preguntó:

—¿Por qué te vas tan pronto?

Mel, con su hija algo más calmada, recogió sus cosas y respondió:

—Esta noche tengo planes. Pero antes quiero bañar a Sami, darle de cenar y acostarla.

—¿Cenita romántica con tu maridito? —aventuró Björn.

Los ojos de Mel lo taladraron y tras cruzar una significativa mirada con Judith, respondió, mientras se ponía los vaqueros y una camiseta.

—Digamos que es sólo diversión.

Mel se percató de que Björn no le quitaba ojo y plantándole cara, inquirió:

—¿Por qué me miras así?

—Porque quiero.

—¿Tengo monos en la cara?

—No.

—Entonces, ¿por qué no me quitas ojo?

Él sonrió y, acercándose a ella, cuchicheó en su oído:

—Me gusta mirar los bichos raros.

—¿Me acabas de llamar bicho raro? —Björn asintió y ella murmuró—: Desde luego, qué borde eres, hijo mío.

—Gracias, mamá, me gusta saberlo.

—Lo último que querría ser es la madre de un becerro.

—¿Me acabas de llamar becerro? —Ella sonrió y Björn repuso—: ¿Tú tienes salidas para todo?

—No lo dudes…, capullo.

Molesto porque ella no callaba y lo sacaba de sus casillas, fue a decir algo cuando Judith, al ver que se retaban con la mirada, preguntó:

—Pero ¿qué os ocurre ahora?

—Aquí, el pínsipe, ¡que se cree lo más! —contestó Mel mientras le ponía un jersey a su hija.

Al oírla, Björn achinó los ojos y dijo:

—Habló la novia de Thor. ¿Dónde tienes el martillo, guapa?

Mel cerró los ojos. Aquel hombre era insoportable y con gesto contrariado, siseó:

—Me acabas de ofender, pedazo de tonto.

—¿Por llamarte la novia de Thor?

—No, por llamarme bicho raro.

Eric soltó una carcajada. Desde luego, aquella mujer había sorprendido mucho a su amigo.

Judith intervino en defensa de ella:

—¿Acabas de llamar bicho raro a Mel?

—Ni caso. Éste es tonto y como encuentre el martillo de mi famoso novio, se lo estampo en la cabeza sin piedad —contestó la aludida.

La pequeña Sami miró a Björn y, con su media lengua, repitió, señalándolo con el dedito:

—Tonto. Tú, pinsipe tonto.

El tono de voz de la pequeña lo hizo reír y mirando a la madre, murmuró:

—No puedes negar que es hija tuya.

Eso hizo reír también a Mel, que mientras le ponía el gorrito a su hija añadió:

—Así me gusta, cariño. Que los identifiques desde pequeña.

Quince minutos después, la joven se subió a su utilitario y se marchó. Cuando Judith cerró la puerta de su casa, miró a Björn a los ojos y preguntó:

—¿Cómo puedes ser tan tonto?

—¿Tú también con eso? —se mofó él.

Tras mirar a su marido, que la observaba con su pequeño hijo en los brazos, Judith le aclaró a Björn:

—Melanie es en cierto modo viuda. ¡Bocazas!

Eric y Björn se sorprendieron ante aquella noticia y Judith, quitándole a Eric el bebé de los brazos, agregó antes de marcharse:

—De verdad, Björn, qué poco oportuno has sido esta vez.

Cuando ella se alejó, un descolocado Björn miró a su amigo y murmuró:

—Joder, tío, no lo sabía. ¿Tú sí?

—No.

—¿Qué te ha contado Judith de ella?

Asombrado por aquel repentino interés por la joven que lo sacaba de sus casillas, Eric le puso una mano en el hombro y dijo:

—Lo siento, James Bond, pero realmente Jud nunca me ha hablado de la novia de Thor.

Ambos rieron y, deseoso de cambiar de tema, Björn propuso:

—Vamos, invítame a tomar un whisky de los que me gustan… Y como me vuelvas a llamar James Bond, vamos a tener más que palabras.

Tras cenar esa noche en casa de sus amigos, Björn decidió pasar por su casa para cambiarse de ropa y luego acudir a cierto local. Quizá, con un poco de suerte, allí podría despejar sus dudas sobre aquella joven.