Dos días después, Judith y Mel quedaron para ir de compras. Se pasaron media mañana en un centro comercial, adquiriendo cosas para los niños y para ellas.
—Creo que a Sami le encantará esta corona de cristales y brillantes multicolores. Tenemos mil coronitas, pero es que le gustan mucho. Mi niña es toda una princesa —rió Mel.
Una vez la compró y la guardó en la bolsa, las tripas le rugieron y Judith dijo:
—Vamos, te voy a llevar a comer al mejor restaurante que hay en Múnich.
Media hora después, entraban en Jockers, y Klaus, padre de Björn, al reconocer a Judith, rápidamente la saludó.
—Pero cuánta mujer guapa y preciosa por aquí —comentó jocoso.
—Ya sé a quién ha salido tu hijo —se mofó Judith y, tras darle un beso en la mejilla, dijo divertida—: Te presento a mi amiga española Melanie Muñiz.
—¿Española? Qué maravilla —asintió Klaus.
Mel le tendió la mano con una grata sonrisa.
—Encantada, señor.
Klaus le guiñó un ojo a la joven y cuchicheó:
—Sí me llamas Klaus te lo agradeceré. Eso de señor me recuerda el ejército.
—¿Un recuerdo malo? —preguntó Mel, curiosa.
Klaus, tras asentir con la cabeza, murmuró:
—Mi segunda mujer me dejó por un jodido americano.
—¿Era militar? —preguntó Judith.
El hombre cabeceó e, intentando sonreír, añadió:
—Sí. Comandante, para más señas. Por eso te digo que lo de «señor» no me agrada, como tampoco suelen agradarme los americanos.
Las jóvenes se miraron y en ese momento Judith entendió lo que Melanie le había dicho y respondió:
—Vaya, Klaus, no lo sabía. Lo siento.
—Es algo que pasó hace unos años y ninguno quiere recordar. En especial mi hijo mayor, que fue quien tuvo que tratar con ese yanqui en el divorcio.
Conmovida por aquello, Mel susurró:
—Lo siento, Klaus.
El hombre asintió y, esbozando de nuevo una sonrisa, dijo:
—Creo que se me pasaría el disgusto con un saludo de esos españoles.
Judith, al ver la buena conexión entre ellos, repuso:
—Pero qué zalamero eres, Klaus. ¡Tú quieres dos besos!
—Pues claro, muchacha, ¿acaso lo dudas?
Mel sonrió y, acercándose a él, le dio dos besazos en las mejillas y tras ello, preguntó:
—¿Se pasó el disgusto?
El hombre asintió y afirmó con una encantadora sonrisa:
—Totalmente.
Los tres sonrieron y Klaus comentó:
—¿Sabes que me encanta tu nombre?
Mel abrió los ojos y, sonriendo, añadió:
—Entonces, seguro que te gusta la película Lo que el viento se llevó, ¿verdad?
El hombre asintió.
—Es la mejor película de todos los tiempos, aunque sea americana.
Ella soltó una carcajada y, acercándose a él, expuso:
—Para mis padres también. Con decirte, Klaus, que mi hermana se llama Scarlett y yo Melanie, te lo digo todo.
Alucinado, preguntó:
—¿En serio, jovencita?
—En serio, Klaus. Esos nombrecitos son la cruz de nuestras vidas.
Al decir eso, los tres sonrieron y Klaus las llevó hasta una mesa. Tras aconsejarlas sobre qué comer, se fue y Judith comentó:
—Siento lo que ha dicho sobre los americanos. Yo no pienso igual. Creo que hay gente buena y mala en todos lados.
Mel sonrió.
—Estoy acostumbrada. Por eso te dije que me guardaras el secreto.
Judith asintió y, aún sorprendida, preguntó:
—¿De verdad tu hermana se llama Scarlett?
—Sí… mis padres fueron así de originales, y que conste que si yo hubiera sido un niño, me habría llamado sin duda alguna Rhett, como el prota.
Entre risas, las dos devoraron lo que Klaus les ponía delante. Todo estaba exquisito y Judith, tras beber un trago de su bebida, preguntó:
—¿Sales con alguien?
—No.
—¿Por qué?
—No tengo tiempo, Judith. Entre mi trabajo y Sami estoy muy ocupada. —Y anclando la mirada en ella, añadió—: Pero tranquila, tengo amigos con los que pasar un ratito divertido. Ésos nunca me faltan.
Al entenderla, Judith asintió y murmuró:
—Siento mucho lo de Mike. Debió de ser terrible.
Mel dio un trago a su bebida y musitó:
—Lo fue y lo es. Todavía pienso en él más de lo que se merece.
Sorprendida al oírla, Judith la miró y Mel aclaró:
—No sé por qué te cuento esto, pero necesito aclararte que Mike me defraudó.
—¡¿Cómo?!
—Cuando murió, me enteré de que yo no era la única mujer que existía en su corazón. Digamos que gracias a él tengo lo más bonito que hay en mi vida, que es Sami, pero también gracias a él no creo en los hombres ni en el amor. ¡Ni loca!
—No todos los hombres son iguales, Mel.
—Permíteme que desconfíe y te diga que el que Eric sea un loco enamorado de su mujercita, no quiere decir que todos sean como él.
Ambas sonrieron y Judith añadió:
—Algún día te contaré mi historia con Eric. No fue fácil, pero el amor que nos profesamos pudo con todo y aquí nos tienes. Y antes de que digas nada más, creo que si le dieras la oportunidad a un…
—Judith —la cortó ella—, lo último que quiero hoy por hoy en mi vida es un hombre. Yo solita me valgo para sacar adelante a mi hija.
—¿No echas de menos que alguien te abrace?
—No.
—Pero alguien a tu lado te daría una seguridad que ahora no tienes y…
—No, Judith. Alguien a mi lado lo que me daría es inseguridad.
—Que te pasara eso con Mike no quiere decir que te tenga que volver a pasar.
—Lo sé. Sé que tienes razón. Pero ahora ando con pies de plomo. No me fío de ningún hombre. Además, soy militar, piensa en mi profesión. ¿Qué hombre querría vivir la vida que yo vivo?
—Dijiste que no quieres ser militar toda tu vida.
—Una cosa es lo que yo diga y otra la jodida realidad, Judith. Tengo una hija y he de sacarla adelante como sea yo sola. Conseguir un trabajo de ilustradora me encantaría, pero es algo bastante difícil, por lo tanto, de momento debo tener los pies en la tierra y seguir siendo militar.
—Tienes que pensar en Sami y en ti.
—Lo sé… y lo hago. Pero si te soy sincera, en quien no puedo dejar de pensar es en Mike. Con decirte que hasta pienso en él cuando estoy con otros hombres.
—¡No me lo puedo creer!
Mel asintió y, sin poderlo remediar, murmuró:
—Así de tonta soy. Me falla el amor de mi vida y yo sigo pensando en él.
En ese momento, tras ellas se oyó una voz:
—¿Sigues pensando en mí? Por Dios, muñeca…, me horroriza saberlo.
Al volverse, vieron que se trataba de Björn; Mel resopló.
—Capullo a la vista.
Él se sentó al lado de su amiga y le dio un beso en la mejilla.
—A ti ni me acerco…, nena —aclaró mirando a la morena de ojos azules.
—Te lo agradezco…, nene —suspiró ella devolviéndole la mirada.
—¿Tienes miedo de que te guste mi cercanía?
—¡Serás fantasma!
Judith fue a decir algo cuando Björn, divertido, susurró:
—Ya te gustaría a ti estar entre mis sábanas.
Mel soltó una carcajada.
—Nada más lejos de la realidad…, bonito.
—Hum… ¡¿bonito?! ¿Estás intentando decirme algo…, bonita? Porque si es así, he de aclararte que prefiero las rubias mimosas y suaves a las morenas embrutecidas y rasposas.
Al recordar a la mujer que lo acompañaba dos días antes en casa de Judith, Mel soltó con sorna:
—Si las rubias mimosas y suaves son como la insoportable que te acompañaba el otro día, ¡me encanta ser una morena embrutecida y rasposa!
Judith, sin entender qué ocurría entre aquellos dos, los miró.
—Vamos a ver, ambos sois mis amigos, ¿no podéis estar cinco minutos juntos sin tiraros flores?
—No —respondieron los dos al unísono.
Molesta con su actitud, la joven se levantó.
—Tengo que ir al servicio. Procurad no mataros en ese rato.
Cuando se quedaron solos en la mesa, ninguno habló, hasta que llegó Klaus con una jarra de cerveza para su hijo y comentó:
—¿Has visto qué amiga más guapa tiene Judith?
Björn, mirando alrededor, preguntó:
—¿Dónde está esa belleza?
Mel resopló y Klaus, al ver la guasa de su hijo, replicó:
—No te hagas el tonto, que sé que la has visto. Se llama Melanie. ¿A que es precioso su nombre?
El joven dio un trago a su cerveza y respondió mirándola a ella:
—Porque lleve el nombre de la heroína de tu película preferida no quiere decir que tenga que ser una belleza.
Klaus iba a contestar cuando uno de sus camareros lo llamó y se alejó dejándolos de nuevo a solas. Los dos se retaron con la mirada hasta que ella dijo:
—Me vas a desgastar de tanto mirarme.
—Lo mismo digo, aunque entiendo que me mires, todas lo hacen.
—¿En serio? —Björn asintió y ella, divertida, replicó—: ¿Y no te has planteado que quizá te miren por la cara de tonto que tienes?
Ahora el que soltó la carcajada fue él.
—Eres tan parecida a Judith en tus respuestas que cualquier día me dirás alguna de sus lindezas españolas.
Divertida ante ese comentario, Mel sonrió. Recordó lo que Judith le había explicado que le decía a su marido cuando discutía con él y murmuró:
—¡Serás gilipollas!
—Increíble —se mofó Björn—. Las españolas lleváis esa palabra en los genes.
Atónita, fue a contestar cuando él preguntó:
—¿Tú siempre andas con la metralleta cargada?
—Ante atontados como tú… sí.
Björn dio un trago a su cerveza e, intentando apaciguar las ganas que tenía de seguir metiéndose con ella, preguntó:
—¿Se le curó a la princesa Sami la herida del dedito?
Sorprendida porque recordara el nombre de su pequeña, cambió su expresión y respondió:
—Sí. Realmente no fue nada. Pero una tirita de las Princesas Disney siempre consigue calmarla.
—¿En serio?
Mel sonrió.
—Totalmente en serio. Mi niña cree en el poder de las princesas y por eso te dije esa absurda frasecita delante de ella.
Ambos sonrieron. Aquello era una pequeña tregua y ambos lo entendieron como tal. Permanecieron unos segundos sin hablar hasta que Björn dijo:
—¿Te gusta la comida de este restaurante?
—Riquísima —afirmó ella—. Nunca había venido, pero volveré. Sobre todo me han encantado los brenz.
—Los brenz de mi padre son famosos en todo Múnich y el codillo asado también.
—¿Klaus es tu padre? —Björn asintió y, divertida, Mel reconoció—: Nunca lo habría imaginado. Él es tan simpático y tú tan capullo… pero ahora que te miro con detenimiento, tenéis los mismos bonitos ojos.
—Vaya…
—¿Qué?
Él sonrió e ironizó:
—¿Eso que acabas de decir lo puedo tomar como un cumplido?
Al ser consciente de lo que había dicho, Mel asintió:
—Sí. Si tus ojos son bonitos, lo son y punto.
Björn apoyó los codos en la mesa y se echó hacia adelante.
—Tú también tienes unos ojos muy bonitos, ¿lo sabías? —comentó.
Aquella conversación la estaba comenzando a poner nerviosa y, retirándose su oscuro pelo de la cara, Mel dijo:
—Gracias, pero no hace falta que tú me piropees también.
—Como has dicho, si tus ojos son bonitos, lo son y punto.
A Mel le entraron los calores.
Llevaba sin escuchar algo agradable de un hombre hacia ella más de dos años. Una cosa eran las buenas palabras de los amigos o de los hombres con los que se acostaba simplemente por sexo y otra muy diferente que aquél la mirara con sensualidad y le hablara de esa manera. Por ello, para romper el bonito momento, volvió a poner la sonrisilla en sus labios y sacó a la teniente Parker.
—Me alegra que te gusten, pero no te emociones, no te miran con deleite.
—¿Ah, no?
—No. Por norma, los chulos no me gustan.
—Para chula ya estás tú, ¿verdad?
Con un gesto que en cierto modo a él le gustó, ella preguntó:
—¿Cómo lo has sabido?
Björn se rió. Aquella mujer lo atraía y no era precisamente por sus bonitos ojos, pero sin ganas de entrar de nuevo en otra guerra dialéctica, dijo levantándose:
—Como siempre, no ha sido un placer verte.
—Lo mismo digo.
Sin mirar atrás, Björn se encaminó hacia su padre. Sin quitarle la vista de encima, Mel observó el buen rollo que había entre ellos y tuvo que sonreír al ver cómo Klaus le revolvía el pelo a su hijo. Instantes después, Judith regresó del baño y, mirándola, exclamó:
—No me lo puedo creer. ¿Björn te ha dejado sola?
—Lo he echado yo, no te preocupes.
—Pero bueno, ¿qué os ocurre a vosotros dos? ¿Por qué siempre que os veis estáis igual?
Mel, encogiéndose de hombros, sonrió:
—No lo sé. El caso es que entre ese guaperas y yo no hay feeling.
En ese momento, Judith oyó su nombre, miró hacia atrás y vio que Björn se despedía de ella y se marchaba. Cuando él desapareció, miró a su amiga, que bebía tranquilamente de su cerveza, y dijo:
—Pues lo creas o no, Björn es un tipo estupendo.
Mel sonrió y, acercándose a ella, repuso:
—No lo dudo. Pero cuanto más lejos esté de mí… mejor.