El domingo, cuando Björn llegó a la casa de sus amigos Eric y Judith en su nuevo Aston Martin y con la compañía de Agneta, tuvo que hacer esfuerzos para no reír al ver la cara de su amiga Judith. Estaba más que claro que ella y su acompañante no estaban en la misma onda.
Tras saludar y enseñarles el nuevo coche, Eric invitó a Agneta a entrar en el salón y Judith, agarrándolo a él del brazo, musitó:
—No entiendo qué ves en Fosqui.
Björn rió al escuchar el mote por el que la llamaba y contestó:
—Es mona y me divierto con ella. Por cierto, le prometí que no la incomodarías, por lo tanto, compórtate, preciosa, ¿vale?
Judith puso los ojos en blanco y, sonriendo, dijo:
—Ésa es tonta…, pero tonta de manual.
—Jud… no empieces.
—Por Dios, Björn, ¿cómo te puedes divertir con ese caniche estreñido? Es la tía más sosa que he conocido en mi vida.
Él soltó una risotada. Judith era única. Estaba claro que Agneta y ella nunca serían amigas y respondió:
—En la cama es de todo menos sosa.
Judith frunció el cejo y replicó:
—Desde luego, qué básicos que sois a veces los tíos. La tía es una borde que te puedes morir, ¿y porque es una fiera en la cama sigues con ella?
—Conmigo no es borde.
—Contigo normal —rió ella—. Pero con el resto de la humanidad es una estúpida que ni te cuento. Ya puedes controlarla o esta noche se va calentita de aquí. Recuerda que la última vez que nos vimos, la tía idiota se permitió el lujo de llamarme asesina porque me gustan los filetes de ternera, y que conste que no le dije lo que pensaba yo de ella porque era tu acompañante.
—Agneta es vegetariana. No se lo tomes en cuenta.
—Pero joder, Björn, ¿por qué la tienes que traer aquí?
Muerto de risa, él abrazó a su amiga y respondió:
—La he traído para hacerte rabiar, ¡so tonta! Pero tranquila, se comportará si tú haces lo mismo.
Al oírlo, Judith sonrió y cuchicheó con complicidad:
—Serás gilipollas…
Entre risas entraron al salón, donde había más invitados. Eric y Jud los fueron presentando a todos y, cuando llegaron a una joven que tenía en brazos al pequeño Eric, divertida, Jud preguntó:
—¿Recuerdas a Melanie?
Björn miró a la joven vestida con vaqueros y jersey negro de cuello vuelto y negó con la cabeza.
Judith prosiguió:
—Es una amiga española.
¿Él conocía a aquella guapa mujer española y no tenía su teléfono?
¡Imposible!
Aquella morenaza de pelo corto y negro como el azabache no le hubiera pasado desapercibida. Con curiosidad, paseó la mirada por su cuerpo. Los vaqueros le quedaban muy bien y el jersey negro le marcaba unos bonitos y tentadores pechos que deseó tocar. Estaba observándola abstraído cuando de pronto oyó:
—¡Hombre, pero si es el mismísimo James Bond!
Al oír eso, Björn cambió el gesto y rápidamente supo quién era aquella mujer.
Su mente se reactivó en décimas de segundo y la identificó como la chula que meses atrás ayudó a Judith a salir del ascensor y la llevó al hospital el día de su parto. Por ello, y sin muchas ganas de confraternizar con ella, siseó:
—Vaya… vaya… pero si es Superwoman.
Mel, al contrario que él, al oírlo abrió la boca y, sorprendida, contestó:
—Ostras, ¿cómo me has reconocido?
Björn, desconcertado por la guasa en la cara de la joven, preguntó:
—¿Dónde te has dejado el disfraz, guapa?
Mel cruzó una mirada divertida con Judith y, clavando sus ojazos azules en los de él, respondió acercándosele:
—En el Batmóvil, capullo. Pero, chis…, no digas nada. Lo tengo allí por si debo salvar el mundo de cualquier espía que esté al servicio de la Inteligencia británica.
Judith soltó una carcajada. Ver la expresión de Björn no era para menos.
No entendía qué le ocurría a su buen amigo con aquella chica, pero la divertía. Björn era un tipo con un humor excelente y, por lo que veía, Mel también, pero él se negaba a entrar en su juego. Finalmente, sin muchas ganas de hablar, lo vio darse la vuelta y marcharse a hablar con Eric.
Mel dejó al pequeño Eric en la sillita y, mirando a Jud, preguntó:
—¿Crees que todavía me odia por no haberte llevado él al hospital aquel día?
Judith se encogió de hombros y, segura de lo que decía, respondió:
—Sólo te diré que es el mejor tipo que conozco después de mi marido, y que no entiendo por qué reacciona así contigo.
En ese momento se oyó ruido de cristales estrellándose contra el suelo. A Agneta se le había caído un vaso y éste se había hecho añicos. Rápidamente, Mel buscó a su hija. La encontró justo al lado del estropicio, llorando, y corrió hacia ella. Aunque antes de llegar, observó cómo la pequeña se agarraba al vestido de Agneta y ésta, de un tirón, se apartaba de su lado, lo que hizo que la niña se cayera.
Björn intentó coger a la pequeña al vuelo, pero finalmente acabó sentada en el suelo. Al verla llorar, él se agachó, plantó una de sus manos en el suelo y la cogió.
—Ya está, cariño… no pasa nada —susurró Melanie, quitándole a la niña de los brazos, mientras pensaba que aquella mujer, la tal Agneta, era una idiota.
La pequeña, asustada, continuaba llorando y la corona rosa de princesa que llevaba en la cabeza se le cayó al suelo y Björn la cogió. Todos la miraban y Mel, olvidándose de todo, la acunó hasta que se le pasó. Lo importante era su hija, el resto le daba igual. Cuando Sami se tranquilizó, le enseñó uno de sus diminutos dedos y cuchicheó:
—Teno pupa.
Al verle sangre, Mel actuó con celeridad. Cogió una servilleta y, con delicadeza, la limpió. No era nada grave. Sólo un pequeño cortecito, pero mirando a su pequeña, dijo, caminando hacia su enorme bolso:
—Vamos, cariño, mamá te curará.
Eric, que estaba junto a su mujer, rápidamente le indicó que pasara a la cocina y allí sacó de un armario un pequeño botiquín.
Con cariño, Mel y Judith atendieron a la pequeña, le dieron una onza de chocolate y le pusieron una tirita de las Princesas Disney en el dedo. Pero ella quería que su madre pronunciara las palabras mágicas por lo que, cuando le enseñó el dedo, Mel sonrió y dijo:
—La Bella Durmiente te curará, mágicamente y el dolor se irá, ¡tachán… chán… chán!, para no volver más.
Sami soltó una carcajada y Mel comentó, mirando a su amiga:
—Si me llegan a decir que yo iba a hacer estas cursiladas por mi hija, nunca lo hubiera creído.
Ambas rieron y cuando regresaron al salón, todos las observaron. Mel llevaba a la pequeña en brazos:
—Sami, diles a todos que estás bien —la animó mirándolos.
Mientras la dejaba en el suelo, la rubita de ojos azules, con una enorme sonrisa, les enseñó el dedo con la tirita y murmuró:
—Toy bien.
Todos sonrieron y Björn, acercándose a ella, se agachó y preguntó:
—¿Cómo te llamas?
Ella pestañeó con gracia y respondió, agarrada a las piernas de su madre:
—Pinsesa Sami.
Mel añadió, protegiéndola con cariño:
—Se llama Samantha. La llamamos cariñosamente Sami y ella se ha otorgado el rango de princesa.
Björn, divertido por el desparpajo de la pequeña, asintió y, enseñándole la corona que se le había caído, preguntó:
—Esto seguro de que es tuyo, ¿verdad?
La niña, encantada, asintió. Se la quitó de las manos, se la colocó en la cabeza y aclaró:
—Soy una pinsesa.
Él sonrió y ella, acercándose, puso morritos y, sin dudarlo, le plantó un sonoro beso en la cara que hizo reír a casi todos. A Björn el primero.
Enternecida por ese beso, Mel sonrió y cuando la pequeña se alejó corriendo, cogió una servilleta, limpió el carrillo de Björn manchado de chocolate y, ante el gesto de sorpresa de éste, le pidió:
—Enséñame la mano.
—¿Para qué?
—Dame la mano —insistió Mel.
Björn, al ver que todos lo miraban, claudicó y lo hizo. Ella, dándole la vuelta con cuidado, observó la palma y le comunicó:
—Te has clavado un pequeño cristalito. No te muevas y te lo quitaré.
Divertido por aquello, él se mofó:
—Esto es como lo de la espinita. ¿Si me la quitas seremos amigos eternamente?
Mel lo miró y agregó:
—Lo dudo.
Sin moverse, la observó y vio cómo ella, con delicadeza, lo limpiaba y le retiraba un pequeño cristal incrustado en la piel. Una pequeña gotita de sangre salió y Mel, sin pensarlo, cogió una tirita rosa de las Princesas Disney como la que le había puesto a su hija y se la colocó.
—Pinsesassssssssssss —aplaudió la niña, acercándose.
Cuando Mel acabó, lo miró y, divertida, dijo al ver que su hija los observaba:
—Que sepas que la Bella Durmiente te curará mágicamente y el dolor se irá, ¡tachán… chán… chán!, para no volver más.
Alucinado por aquellas tontas palabras, Björn la miró y, parpadeando, dijo:
—Estarás de coña, ¿no?
Mel, al ver que su hija los observaba con atención, cuchicheó:
—Disimula y sonríe. Sami nos está mirando y cree en el poder de esas palabras.
Él, al ver a la pequeña con su coronita rosa de plumas a su lado, sonrió y, centrando de nuevo su atención en la madre de la criatura, susurró:
—¿Qué tal si la Bella Durmiente me cura otra cosa?
—¿El cerebro quizá?
Ambos se miraron y con una torcida sonrisa, Björn respondió:
—Si quieres llamarlo así, no me importa, y a él tampoco.
Mel soltó una carcajada y, agachándose para mirar a su hija, musitó:
—Capullo.
Björn, divertido por lo ocurrido, sonrió, mientras Mel bromeaba con su pequeña, cuando Agneta, a su lado, se lamentó:
—¡Maldita niña! Por su culpa me he manchado el vestido.
Mel, al oír ese comentario, se enervó. ¿Quién había dicho eso?
Al levantar los ojos, vio que se trataba de la acompañante de James Bond, y antes de que pudiera responder, Judith, que la había oído también, replicó con voz desafiante:
—Lo importante es que la niña esté bien, no tu vestido, Agneta.
Ésta suspiró y, cuando vio que Judith se alejaba, miró a Björn, que estaba a su lado, y protestó:
—Tu amiguita, la simpática, como siempre poniéndose de parte de todos menos de la mía. Esa mocosa me ha manchado el vestido con su sangre y ahora resulta que yo no puedo protestar.
Mel no pudo callar y, mirándola, respondió:
—Siento que mi hija te haya manchado tu bonito vestido, pero en su defensa te diré que lo ha hecho sin querer. Por otro lado, ten cuidado con lo que dices, porque soy su madre y me puedo ofender si la vuelves a llamar «mocosa». Y antes de que digas nada más, te diré que mi hija tiene dos años y medio y aún es un bebé y tú tienes al menos cuarenta años y la mentalidad para razonar y entender las cosas.
Ese comentario hizo sonreír a Björn, pero disimuló. Estaba claro que la nueva amiga de Jud no se callaba una.
—¡Tengo treinta y dos años! —saltó Agneta, tremendamente ofendida.
—¿En serio? —preguntó Mel con guasa.
—Sí —afirmó la otra, ceñuda.
—¿No me engañas? —insistió la joven.
Agneta, echando humo por las orejas porque todos la miraban cuestionando su edad, aclaró con gesto contrariado:
—Treinta y dos. Ni uno más.
Mel, divertida, asintió y murmuró con malicia mientras se alejaba:
—Vaya… pues qué mal te conservas.
Inconscientemente, Björn volvió a sonreír. Le gustara o no, aquella mujer tenía su gracia y se lo acababa de demostrar. Con disimulo, la siguió con la vista y recorrió lentamente su cuerpo. Se paró en su trasero. Era de lo más tentador. Agneta, a su lado, siguió dando explicaciones de su edad.
Cuando todos se marcharon, miró a Björn y, molesta, musitó:
—Esa mujer es una borde.
—¿Quién? —preguntó él, aun sabiendo la respuesta.
—La morena. La madre de la mocosa.
Björn, al ver la sonrisita en la cara de su amiga Judith, le enseñó la tirita de las princesas y ésta se carcajeó. Después agarró a Agneta por la cintura y le dijo:
—Ven, vamos a beber algo.
Un buen rato después, todos se relajaron y pasaron al gran salón para disfrutar de la comida. Como siempre, Simona les preparó unos exquisitos manjares que todos degustaron con deleite. Sin poder remediarlo, la mirada de Björn voló hacia Mel, pero nunca conseguía que sus ojos conectaran. Eso lo molestó. Aquella mujer sólo parecía tener ojos para su pequeña.
Una vez acabaron el almuerzo, los comensales comenzaron a hablar y Judith, tras darle un cariñoso beso a su marido, se levantó de la mesa y se encaminó hacia otro salón para ver a su hijo. Antes de entrar, vio por la ventanita de la puerta a Mel sola en la cocina. Al entrar, un olor llamó su atención y preguntó:
—¿Estás fumando?
Con la ventana abierta, Mel la miró y, antes de que pudiera responder, Judith se acercó y ella susurró:
—¿Tú fumas?
Jud sonrió.
—Sólo de vez en cuando o cuando quiero enfadar a Eric.
Entre risas, se sentaron a la mesa de la cocina.
—¿Se ha dormido Sami?
—Sí, y tu hijo también. —Ambas sonrieron y Mel añadió con la corona de plumas de su hija en la mano—: Simona me ha dicho que no nos preocupemos por nada. Ella estará en el salón por si se despiertan.
—Ay, mi Simona —suspiró Judith, al pensar en aquella mujer a la que tanto adoraba—. Sin ella mi vida no sería igual.
Simona y su marido, Norbert, vivían en la casa y se ocupaban de que todo estuviera bien; era maravillosa. Jud se levantó.
—¿Qué quieres beber? Yo me muero por una Coca-Cola —preguntó a Mel abriendo la nevera.
—Otra Coca-Cola, como tú.
Judith las sirvió y Mel dejó la coronita sobre la mesa y le ofreció otro cigarrillo. Judith aceptó sin dudarlo.
—Tu trabajo de azafata tiene que ser una pasada —le dijo—. Eso de viajar tanto y conocer países tiene su puntillo.
Mel sonrió. Meses atrás, cuando Judith le preguntó a qué se dedicaba, ella le contó que era azafata. Pero tras ver que Judith era una buena amiga a la que no debía engañar, se le acercó y cuchicheó:
—Si te cuento un secreto, ¿lo guardarías?
—Claro, Mel.
—Para mí es muy importante que lo hagas, Judith, ¿lo prometes?
—Que si mujer… que sí.
Ella se retiró el flequillo de la cara y se acercó más a su amiga.
—No soy azafata, soy piloto —le confesó.
Boquiabierta, Judith la miró.
—¿En serio? Joder…, qué pasada.
Divertida al ver su sorpresa, Mel respondió con mofa:
—Soy Superwoman, ¿qué esperabas?
Ambas rieron.
—¿Para qué compañía trabajas? —preguntó Judith.
Esa pregunta hizo soltar a Mel una carcajada y respondió:
—¿En serio me guardarás el secreto?
—Pero vamos a ver, ¿cómo te tengo que decir que sí?
Entonces Mel susurró:
—Para la del tío Sam.
Judith parpadeó. Y cuando entendió lo que aquello significaba, exclamó sorprendida:
—¡¿Cómo?!
—Soy piloto del ejército americano.
—¿Eres militar?
Mel asintió y añadió:
—Piloto un C-17 Globemaster. Vamos, para que me entiendas, un enorme avión que seguro que has visto alguna vez en las noticias, de esos que se abren por atrás y se encargan de llevar provisiones a ciertos operativos y…
—¿Lo dices en serio?
—Totalmente en serio. Ante ti tienes a la teniente Parker de la US Air Force. Soy el chico que mi padre siempre quiso tener y por desgracia no tuvo. Por rebeldía me alisté en el ejército con la intención de demostrarle que no hace falta tener algo colgando entre las piernas para ser valiente y tener voz de mando. —Ambas rieron—. Y aunque reconozco que me gusta lo que hago, desde que tuve a Sami no sé si hago bien.
—¿Por qué?
Mel dio una calada a su cigarrillo y respondió:
—Porque odio dejarla sola. Odio ver cómo llora cuando me separo de ella y odio pensar que algún día me lo pueda reprochar. Por eso, desde hace tiempo intento hacer un curso a distancia de diseño gráfico, pero nada, ¡imposible centrarme en él! Aunque lo tengo que hacer. Quizá el día de mañana lo termine y pueda cambiar de profesión.
Judith entendió a su amiga y, antes de que pudiera decir nada, Mel añadió:
—Por favor, es muy importante que me guardes el secreto. Cuando estoy fuera de la base, suelo utilizar el apellido español de mi madre, Muñiz. Eso evita muchas preguntas.
—Pero, chica, ¡eres la bomba! Joder, ¡eres piloto americana! Olé tú.
Mel sonrió y Judith, sin entender muy bien por qué quería mantenerlo en secreto, preguntó:
—No se lo diré a nadie, pero dime, ¿por qué?
—Porque no me gusta que los demás sepan de mi vida. Además, a mucha gente los militares americanos no les caemos bien. Por lo tanto, quiero seguir siendo para ti y para todos, sólo Melanie Muñiz, ¿entendido?
Judith asintió. Nunca se lo hubiera esperado. Deseosa de saber más, preguntó:
—¿Y tu marido también es militar?
Mel bebió un trago de su bebida y una vez lo tragó, asintió.
—Sí.
—¿Está de misión y por eso nunca lo he conocido?
El dolor asomó a los ojos de Mel y Judith lo vio. Pero antes de que pudiera disculparse por la pregunta, su amiga dijo:
—Mike murió en Afganistán y no era mi marido…
Horrorizada, Jud, puso una mano sobre la de ella.
—Lo siento, Mel. No quería que…
—No pasa nada —murmuró ella, mirándola—. Tú no sabías nada y es normal que me hayas preguntado por Mike. —Y tras un tenso silencio, añadió—: Murió cuando yo estaba embarazada de siete meses, en una misión.
—Dios, Mel… Lo siento…
Se hizo el silencio y Jud preguntó para desviar el tema:
—¿Y cómo te apañas con tu trabajo y con Sami?
—Dora, una maravillosa vecina que se queda con ella, o Romina, la mujer de Neill, son quienes me echan un cable. También mi madre viene de Asturias o yo llevo a Sami allí.
—Pues a partir de ahora me tienes también a mí, ¿entendido? —Mel asintió y Judith añadió—: Considérate como alguien de mi familia para pedir ayuda cuando la necesites.
Agradecida, ella le apretó la mano.
—Gracias, Judith. —Y al ver la tristeza en su mirada, susurró—: Fue terrible perder a Mike. La peor experiencia de mi vida. Pero Sami y su sonrisa me hacen saber que él vive en ella y por eso yo tengo que ser feliz.
Sobrecogida, Judith la escuchó. No quería ni imaginarse lo dolido que tenía que tener el corazón. Si a ella le hubiera pasado algo así, directamente se habría muerto con Eric, pero Mel le estaba demostrando una entereza increíble y que era de admirar.
—No conocí a Mike, pero estoy segura de que él querría que retomaras tu vida y fueras feliz, ¿verdad?
Mel asintió.
—En serio, Mel —insistió—, me tienes aquí para todo lo que necesites y…
En ese momento se abrió la puerta de la cocina. Björn apareció ante ellas y, al verlas allí sentadas, preguntó:
—¿A qué huele aquí?
Björn, que de tonto no tenía un pelo, al ver cómo se miraban, añadió:
—Vale. Olvidaré el olorcito que hay aquí y no preguntaré más.
Caminó hacia la nevera, cogió una cerveza y, tras abrirla y dar un trago, preguntó:
—¿Conspiración de superheroínas españolas?
Ambas rieron y Judith preguntó:
—¿Qué tal? ¿La princesa te curó la pupita?
Él, mirándose la tirita rosa, se mofó:
—Mi pupita está perfecta, ¿vale? —Y acercándose a ellas, preguntó al ver lo que tenían en las manos—: ¿Vosotras no sabéis que fumar perjudica la salud?
—De algo hay que morir, ¿no? —replicó Mel, y al ver la cara de él, preguntó a su vez—: ¿Tú no fumas, James Bond?
—No.
—¿Ni siquiera un porrito de vez en cuando para relajarte?
Asombrado por su descaro, Björn respondió:
—Pues no. No me va esa mierda, y te pediría que dejaras de llamarme por ese ridíc…
—Por favorrrr…, eres como tu novia. ¡Qué poquito sentido del humor tienes, capullito!
—¿Mi novia? —Y al ver que ella sonreía, aclaró—: Mira, guapa, Agneta no es mi novia, es sólo una amiga y como vuelvas a llamarme capullo… te juro que…
—Eh… eh… eh… eh… —gritó Mel, haciéndolo callar—. No me interesa tu vida privada ni me interesas tú. Por lo tanto, te lo puedes ahorrar.
Sorprendido por el desparpajo de ella para callarlo, fue a decir algo cuando Jud indicó:
—No se te ocurra decirle a Eric que me has visto fumar, ¿entendido?
Al oírla, Mel miró a su amiga y preguntó en tono guasón:
—Además de no tener sentido del humor, ¿el muñequito es una nenaza chivata?
Boquiabierto, Björn gruñó:
—Lo de muñequito te lo puedes ahorrar. Lo de nenaza me acaba de ofender y en cuanto a lo de chivato, déjame decirte que…
—Eh… eh… eh… —gritó Mel de nuevo. Ese método nunca fallaba—. No me interesa lo que pienses.
Incrédulo por lo ridículo que se sentía ante ella, protestó:
—¿Quieres dejar de tratarme como a un imbécil?
—¿No eres un imbécil? —preguntó Mel.
Björn, enfadado y con ganas de estrangularla, siseó:
—Por supuesto que no lo soy.
—No, Mel… eso ya te lo aseguro yo —intervino Judith—. Björn es un tío muy majo cuando quiere, aunque no crea en el poder de las Princesas Disney.
Las dos mujeres se miraron con complicidad y Mel dijo por lo bajini, mientras se ponía la coronita de plumas rosa de su hija:
—Vaya con James… Me cuesta creerlo.
Divertida, Jud fue a contestar cuando Björn gruñó:
—Mira, listilla…
—Princesa, por favor —aclaró Mel con mofa, señalándose la corona.
Judith soltó una carcajada sin poderlo remediar. Mel era divertidísima y Björn, mirando a la descarada de la coronita rosa, siseó:
—Me estás sacando de mis casillas como poca gente lo consigue en este mundo. En menos de cinco minutos me has llamado muñequito, capullo, chivato y nenaza y sólo te lo voy a decir una vez más antes de irme, me llamo Björn, no James ni ninguno de los absurdos nombres que me has puesto. ¿Entendido, princesita?
Mel sonrió. Le encantaba sacar de quicio a los hombres y sin cambiar su gesto, preguntó:
—¿Seguro?
—Seguro ¿qué? —gritó él, fuera de sí.
—¿Seguro que no te llamas James, muñequito?
Björn maldijo. Aquella mujer era insufrible y decidió darse la vuelta y pasar de ella, pero Mel lo llamó:
—James… James…, tienes la cremallera del pantalón abierta.
Rápidamente, él hizo ademán de subírsela y al darse cuenta de que era mentira, la miró y ella soltó con guasa:
—¡Has picado, capullín!
Al ver que iba a entrar de nuevo en su absurdo jueguecito, Björn se dio la vuelta y, con su cerveza en la mano, salió de la cocina a grandes zancadas.
Una vez se quedaron solas, ambas comenzaron a reír y Jud dijo, mientras Mel se quitaba la corona de la cabeza:
—¿Por qué eres tan malota con él?
—¿Yooooooooooooo…?
—Pobrecito. Björn es un encanto de hombre.
Mel, divertida, dio un trago a su Coca-Cola y respondió:
—Judith, me muevo en un mundo lleno de hombres y o te espabilas o te espabilan. Por lo tanto, decidí espabilarme y ser yo la que juegue con ellos. ¿Has visto qué furioso se ha puesto?
—Ya te digo, Mel. Yo creo que es la primera vez que lo he visto así de enfadado con una mujer. Creo que lo has sorprendido.
—¿En serio?
—Sí —afirmó Judith.
Mel, divertida por lo conseguido, se encogió de hombros y murmuró:
—Me encanta sorprenderlos.
Judith sonrió. Estaba segura de que aquella sorpresa a su amigo en el fondo también le había gustado, aunque se empeñara en negarlo.
Aquella noche, sobre las diez, todos los invitados se marcharon a sus casas. Con mimo, Mel cogió a su pequeña y la metió en su vehículo. Tras asegurarse de que estaba sujeta en su sillita, la tapó con una manta. Una vez cerró la puerta del coche, se volvió hacia Judith y, abrazándola, dijo:
—Gracias por la invitación. Lo he pasado muy bien.
—Gracias a ti por venir. Te llamo pasado mañana para quedar y comer, ¿vale?
—De acuerdo.
Una vez dentro de su coche, cuando iba a arrancar, a su lado se puso un impresionante deportivo color burdeos. Mel miró al conductor y se encontró con los impresionantes ojos de Björn que la retaban. Ella sonrió, y sin poder remediarlo, le guiñó un ojo y articuló para que él la entendiera:
—Sayonara, capullo.
Dicho esto, arrancó su utilitario y se fue dejando de nuevo a Björn sin palabras.