Melanie decidió ir a Sensations, un local en el que sólo había estado un par de veces, pero donde lo había pasado muy bien.
Desde que Mike murió, ella no había quería rehacer su vida, pero decidió seguir jugando a los juegos que practicaba desde antes de conocerlo a él. Aunque esta vez en solitario. Sabía lo que quería y sabía lo que buscaba, y allí lo iba a encontrar.
Sin miedo a nada, la joven traspasó la puerta del local, fue hasta guardarropía y allí dejó su largo abrigo.
Los hombres que pasaban por su lado la miraban. Alta, sexy, morena y con unas proporciones más que aceptables gracias a toda la gimnasia que hacía por su trabajo.
Ataviada con un bonito y corto vestido negro de cuero, un pañuelo de seda en el cuello y subida en unos impresionantes zapatos de tacón, pasó con decisión a la segunda sala y fue directa a la barra. Allí pidió un Bacardí con Coca-Cola y, antes de que el camarero le pusiera la bebida, ya tenía a dos hombres a su alrededor.
Mel los miró, uno de ellos le pareció interesante y al otro directamente lo descartó. Centrándose en el rubio de ojos claros que le había gustado, preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Carl, ¿y tú?
—Melanie.
Cuando el camarero dejó ante ella su bebida, Mel dio un trago y el llamado Carl inquirió:
—¿Estás sola?
Ella no respondió y él insistió:
—¿Qué busca una chica como tú en un local como éste?
Mel sonrió y respondió con sinceridad:
—Lo mismo que tú.
Él se acercó un poco más a ella. Mel no se movió y preguntó:
—¿Quieres tocarme?
—Sí.
—Tócame entonces.
La mano de él comenzó a subir por sus muslos. Al sentir el roce, a Mel se le puso el vello de punta y, sin cortarse, dijo:
—Busco dos hombres. Ya he encontrado uno. Ahora llegará el otro.
Carl sonrió. No entendía a qué se refería, pero no le importó. Era una guapa y sensual mujer y supo que lo iba a pasar bien. Durante un rato charlaron de sexo. Hablar de eso en aquel tipo de locales era lo más normal del mundo y cuando todo estuvo claro, Carl propuso:
—Vayamos a la pista de baile.
—No. Mejor al cuarto oscuro.
—Perfecto —asintió el hombre.
Mel dio otro trago a su bebida, bajó del taburete y comenzó a andar hacia donde sabía que estaba esa sala. Al entrar, oyó música cañera.
Durante varios minutos, las manos de Carl volaron por su cuerpo, mientras ella cerraba los ojos y se dejaba hacer. Le gustaba imaginar que Mike observaba y que pronto sus manos fuertes se unirían al hombre que ella había elegido. Y así fue. Segundos después, sintió otro par de manos a su espalda que la tocaban. Mike.
Excitada por el momento y a oscuras, no podía ver la cara de ninguno de los dos y eso le gustó. Las manos de ellos volaban por su cintura, sus pechos, su trasero y cuando ya no pudo más, dijo, volviéndose hacia el hombre cuyo rostro no había visto.
—No hables y no permitas que te vea la cara si quieres que te permita jugar conmigo.
Él asintió y ella con decisión añadió:
—Pasemos a un reservado.
Ellos la siguieron. Mel no miró la cara del segundo hombre en ningún momento, ni él se dejó ver. Ella no quería. Sólo quería pensar que era Mike. Necesitaba fantasear con él aunque en ocasiones lo odiara. Cuando entraron en el reservado, Mel puso música y la voz de Bon Jovi llenó la estancia. El desconocido, tras ella invitarlo, le bajó la cremallera del vestido de cuero y cuando éste cayó al suelo, Mel salió de él.
Carl se desnudó y, acercándose, preguntó:
—¿Puedo tumbarte en la cama?
—No. —Y agarrándolo con decisión, ordenó, mirándolo a los ojos—: Ponte de rodillas ante la cama y espera a que yo vaya.
Carl no dudó. Estaba claro que a aquella mujer nadie le decía qué tenía que hacer. Una vez estuvo arrodillado ante la cama, con una jarrita de agua y un paño limpio, la observó y vio que, sin mirar al tipo que estaba tras ella, decía:
—Quítame las bragas y tócame como si fuera tuya. No preguntes. Sólo haz lo que quieras sin preguntar.
Al sentir que él hacía lo que ella le había pedido, Mel cerró con fuerza los ojos y tarareó Have a nice day, de Bon Jovi. Esa música la transportaba a tiempos pasados, en los que Mike y ella jugaban con otros y lo pasaban bien.
El desconocido hizo lo que ella pedía y, tras quitarle las bragas y dejarlas sobre una silla, le metió un dedo en la vagina con seguridad; ella jadeó. Durante varios minutos, aquel hombre prosiguió su juego, mientras Mel se dejaba masturbar por él.
—Voy a sentarme en la cama —anunció de pronto deteniéndolo—. Quítame el pañuelo que llevo en el cuello y átamelo sobre los ojos. No quiero verte, pero quiero que sigas jugando conmigo, ¿entendido?
Sin decir nada más, la joven caminó hacia la cama. Se sentó ante Carl y, al levantar la vista, vio que el desconocido había desaparecido, hasta que lo sintió tras ella. Notó cómo le desanudaba el pañuelo de seda negro del cuello y se lo ataba alrededor de la cabeza, tapándole los ojos.
Excitada, se tumbó en la cama y se abrió de piernas ante Carl. Se expuso totalmente a él, que supo lo que tenía que hacer. La lavó. Una vez la secó, se puso las piernas de ella en los hombros y, sin demora, la devoró. Acercó su boca a la deliciosa y depilada vagina que le ofrecía gustosa y, con ansia, la deleitó.
Los jadeos de Mel llenaban el espacio. Aquello era maravilloso.
¡Sexo!
Como decía Fraser, era necesario y se decidió a disfrutarlo a tope.
Carl, encantado con aquella entrega, le puso las piernas sobre la cama y la hizo abrir los muslos. Ella obedeció. Ante él quedó más expuesto aún el centro de su placer. Aquel pubis depilado en forma de corazón era maravilloso y tentador, y con los dedos le abrió los labios para tener mejor acceso.
Chupaba…
Succionaba…
Y cuando su lengua, tras un rato de juego, se enredó en su clítoris, Mel se arqueó. Agarrándola por la cintura, él la encajó más en su boca y ella se estremeció hasta que se dejó ir. Enloquecida por el placer que había sentido, se incorporó y exigió, tomando las riendas del momento:
—Túmbate en la cama. Quiero follarte.
Carl, levantándose del suelo, volvió a acceder a lo que ella pedía. Una vez se tumbó en la cama, se puso un preservativo y, rápidamente, Mel se sentó a horcajadas sobre él y se empaló. Excitada, movió las caderas en busca de placer. Lo necesitaba.
Durante varios minutos, sus jadeos, acompañados de los de Carl, sonaron en el reservado, hasta que el desconocido, que había permanecido en un segundo plano, se subió a la cama y, tras ponerse un preservativo, hizo lo que ella había pedido y participó sin preguntar.
Carl, al ver las intenciones del otro hombre, la tumbó sobre él. Mel sintió que le untaban gel en el ano y, para dilatárselo, le metieron un dedo, dos, hasta que instantes después chilló de gusto al sentirse penetrada.
Hombres no le faltaban nunca. Por suerte, su genética la dejaba elegir y ellos nunca se negaban. Pero en ese instante, en ese momento, sentirse llena y deseada era espectacular.
—Mike… sigue… sigue —suplicó.
El desconocido supo que lo de Mike iba por él y, agarrándole los pechos desde atrás, la empaló una y otra vez con golpes secos, mientras Carl la penetraba por la vagina sin parar.
Esa noche, sobre las once, Björn llegó al Sensations acompañado por una guapa pelirroja. Maya era exquisita y, como él, sólo demandaba sexo caliente. Tomaron algo en la barra y allí rápidamente contactaron con otra pareja.
Después de una primera copa llegaron otras más y antes de entrar en uno de los reservados, Björn fue al servicio. Al pasar por delante de una de las salas privadas, la música cañera que salía de allí llamó su atención. Levantó la cortina y observó a dos hombres y una mujer en una cama.
—Besos no… —susurró ella.
Esa negación, que había escuchado siempre de su amiga Judith, le llamó la atención y se paró a observar. Con deleite, observó la curvatura de la espalda de ella y sus ojos se fijaron en un tatuaje que llevaba. No lo veía claro por la luz tenue, pero parecía un atrapasueños. Llevado por la curiosidad y la música entró en el reservado y, sin hacer ruido, se acercó y pudo ver con claridad el tatuaje. Efectivamente, era un atrapasueños.
Sin decir nada, observó el juego de aquellos tres. Era el tipo de sexo que lo enloquecía. Dos hombres y una mujer disfrutando sin inhibiciones. Ella se le antojó deliciosa y apetecible. Sus gemidos como poco eran delirantes y su entrega maravillosa. No supo cuánto tiempo estuvo observándola, hasta que recordó a la guapa pelirroja que lo había acompañado y decidió salir de allí, ir al baño y regresar donde la había dejado.
Veinte minutos después, mientras Björn y su pelirroja hablaban sentados a la barra del bar, el cortinaje del reservado se abrió. Vio salir a una muchacha de pelo corto y morena, pero no le vio la cara. Rápidamente la identificó como la mujer del reservado.
Nunca la había visto por allí y eso llamó su atención, mientras recorría con su azulada mirada aquel cuerpo y admiraba lo bien que le quedaba el vestido de cuero negro. Sin moverse de su asiento, Björn la observó y cuando ella desapareció del local, la pelirroja, deseosa de sexo, le propuso al oído:
—¿Pasamos a un reservado?
Björn, olvidándose de la morena, sonrió y murmuró:
—Por supuesto, preciosa. No veo el momento de desnudarte.
Cuando Mel llegó a su casa, de madrugada, Dora sonrió al verla y preguntó:
—¿Qué tal tu cita?
Ella, quitándose los altos tacones, sonrió y respondió:
—Bien. Muy bien.
Cuando Dora se marchó a su casa, Mel fue a ver a su hija. Estaba dormida. Acto seguido se desnudó y se metió en la ducha, donde las gotas de agua se confundían con sus lágrimas al pensar como siempre en Mike. ¿Por qué no lo podía olvidar?