Alto…
Moreno…
Ojos azules…
Sexy…
Simpático…
Así es Björn Hoffmann.
Disfrutar de una noche de sexo caliente en el Sensations para un hombre como él era lo más fácil y divertido del mundo.
Las mujeres, e incluso algún hombre, se volvían locos porque fijara su leonina mirada en ellos y les propusiera entrar en un reservado. Björn era caliente… muy caliente.
Por norma, los hombres que entraban solos en ese o en cualquier otro local de intercambio de parejas no tenían derecho a elegir. Ellos eran los elegidos. Pero Björn no funcionaba así. Él escogía. Él decidía. Él seleccionaba.
Esa noche, tras una semana de mucho estrés y trabajo, conducía su elegante deportivo gris hacia el Sensations mientras escuchaba en el CD de su vehículo Let’s stay together, de Al Green, uno de sus cantantes preferidos.
I’m, I’m so in love with you
Whatever you want to do
is all right with me
‘Cause you make me feel so brand new
And I want to spend my life with you.
La música, como solía decir su buena amiga Judith, amansaba a las fieras, y tararear música soul mientras conducía lo relajaba y estimulaba para la noche de sexo que deseaba tener por delante.
No había llamado a ninguna de sus conquistas. No lo necesitaba.
Sólo quería sexo, sin cenas ni charlas de por medio. Las mujeres le encantaban. Se lo pasaba bien con ellas. Eran maravillosas y excitantes. Por ello intentaba rodearse de las que eran como él. Que pensaban como él. Que actuaban como él. Que sólo demandaban sexo. Sólo sexo.
Al llegar al Sensations, Björn metió el coche en un parking cercano. La vigilante sonrió al verlo. Ese tipo había ido allí más veces y cuando la miraba se sentía especial.
Una vez salió del aparcamiento, Björn entró en el local y al llegar a la barra se encontró con varios amigos. Charló con ellos cordialmente hasta que vio a una pareja que conocía y con la mirada se entendieron. Minutos después, en compañía de dos de sus amigos, Carl y Hans, Björn se acercó a la pareja. George y Susan sonrieron al verlos. No era la primera vez que jugaban juntos, y minutos después los cinco se encaminaron hacia uno de los reservados. No hacía falta hablar. Todos sabían lo que querían. Todos sabían lo que buscaban. La noche prometía ser morbosa y calentita.
Al entrar en el reservado, George se sentó en la cama mientras los otros se quedaron de pie.
Susan, una mujer de hermosa figura y pelo largo y sedoso, estaba dispuesta a disfrutar del sexo con esos hombres y, mirándolos, se mordió los labios a la espera de que comenzara su caliente juego. Sus pezones ya estaban duros y su vagina lubricada. Temblaba mientras pensaba en el placer.
Björn sonreía. Le gustaba sentir la excitación de las mujeres. Por ello, tras dejar su copa sobre una mesita, se acercó a ella y le preguntó al oído:
—¿Estás preparada, Susan?
—Sí.
—¿Dispuesta a que juguemos contigo? —insistió pasándole las manos por el pecho.
Ella asintió y se le aceleró la respiración.
Sin necesidad de tocarla, por su gesto, Björn ya sabía que sus fluidos traspasaban la fina tela de sus bragas. Nunca, ninguna mujer, en sus treinta y dos años de vida, había rechazado ese íntimo acercamiento. Les gustaba. Les ponía. Björn era tan sexy, tan varonil, que todas, absolutamente todas, caían bajo su influjo, y más cuando miraban sus ojos azules.
A Susan le gustaba jugar con varios hombres. No le gustaban las mujeres. Su apetito sexual era insaciable y a su marido le encantaba verla en esa tesitura. Era su juego. Eran sus normas y les encantaba disfrutar del morbo y del placer.
Susan se daba la vuelta para mirar a Björn de frente. Su mirada lujuriosa hablaba por sí sola. Lo deseaba. Deseaba que la tocase. Se moría por sentir placer y se empapaba al imaginar cómo iban a jugar con ella esos hombres.
Lentamente, comenzó a desabrocharle los botones de la blusa, mientras la respiración de ella se aceleraba. Dos segundos después, vio sus pechos erguidos, sus duros pezones, y murmuró:
—Susan, me encantan tus pechos.
—Son para ti —ofreció ella.
Björn sonrió. Se sentó en la cama y le hizo una señal con el dedo para que se acercara mientras todos observaban. Ella obedeció y cuando estuvo frente a él, excitada llevó su maravilloso pezón derecho hasta la boca de Björn, que lo aceptó gustoso. Durante varios minutos, lo lamió y succionó hasta ponérselo duro como una piedra. Ella sonrió.
George, el marido de Susan, se levantó. Le bajó la cremallera de la falda, que cayó a sus pies. Acto seguido, desabrochó dos cadenitas doradas que unían el tanga y éste cayó al suelo también, dejando al descubierto su afeitado pubis y su redondo y apetecible trasero.
—Interesante —susurró Hans, acercándose para darle un cachete en el culo.
George, el marido, sonrió. Comenzó el juego. Se desabrochó el pantalón y se lo quitó junto con los calzoncillos. Se sentó en la cama y, tocándose el duro pene, miró a Carl y murmuró:
—Yo también quiero jugar.
Carl se acercó a él sin demora, y George le quitó el pantalón y los calzoncillos. Ante él apareció una caliente erección y sin pensarlo se la metió en la boca. La degustó. La disfrutó mientras Carl cerraba los ojos y apretaba sus nalgas hacia él con placer.
Susan, excitada al presenciar la escena, suspiró mientras Björn, cada vez más gustoso, le chupaba los pezones y Hans comenzaba a tocarla por atrás.
La intensidad del momento subía. Susan y George habían encontrado lo que habían ido a buscar en ese local. Björn disfrutaba del manjar que ella le ofrecía sin reservas. Pero cuando la mujer intentó desnudarlo, él la paró y musitó.
—Lo haré yo.
—¿No quieres que te ayude?
Björn negó con la cabeza. No le gustaba estar en manos de nadie. Él decidía cuándo se quitaba la ropa o cuándo se la ponía. Ése era su juego. Todas lo aceptaban y Susan no iba a ser menos.
Mientras Björn se desnudaba y dejaba su ropa sobre la silla, pulcramente doblada, Hans había masturbado a la mujer, que ya estaba empapada y deseosa del pene que ante ella se mostraba potente y viril.
Björn sonrió. Sabía de su magnetismo. Se sentó desnudo en la cama y, sin apartar los ojos de Susan, recorrió su depilado monte de Venus y le indicó.
—Acércate.
Ella lo hizo y él la tocó. Bajó su mano lentamente hasta meterla entre sus piernas y comprobó que estaba mojada, muy mojada. Hans, desde atrás, le estrujó los pezones mientras ella cerraba los ojos como signo de goce y su marido continuaba con su placentera felación.
Durante varios minutos, Björn paseó una y otra vez sus dedos por la humedecida hendidura, hasta que ella separó las piernas para facilitarle el acceso. Él se arrodilló ante ella y posó su boca sobre el pubis. Lo mordió. Y cuando la sintió vibrar de placer, con sus dedos le abrió los labios vaginales y metió su boca entre sus piernas. Susan jadeó. La boca de Björn era impetuosa, y cuando le chupó el clítoris con deleite, ella sólo pudo jadear y disfrutar.
Minutos después, Björn se dio por satisfecho. Se incorporó y, cogiéndola por la cintura, la acercó un poco más a él.
Sin hablar, metió un dedo en su mojada vagina y segundos después otro.
—¿Te gusta que juegue contigo así?
Susan tembló y asintió. Separó más las piernas y se agarró a sus hombros, dejándose masturbar con fuerza por él, mientras Hans le estrujaba las cachas del culo y le susurraba cosas calientes y muy… muy subidas de tono al oído que a ella la volvían loca.
Un gruñido de satisfacción les hizo saber que Carl había llegado al clímax con la felación de George. Björn, que continuaba masturbándola con los dedos, de pronto paró y dijo:
—Súbete a la cama y ponte de rodillas sobre tu marido.
Estimulada y deseosa de sexo, hizo lo que ese adonis le había pedido. Una vez la tuvo como deseaba, Björn se subió a la cama tras ella y acercando la boca a su oído, murmuró:
—Ahora ponte sobre él y deja caer tus pechos en su cara.
Cuando Björn vio que George se los metía en la boca, musitó:
—Quiero que le digas a tu marido lo que deseas que pase y luego cuánto disfrutas mientras te follo.
—Sí —jadeó excitada.
—Abre las piernas, Susan.
No era la primera vez que jugaban a eso.
Instantes después, mientras Björn la masturbaba, ella comenzó a decirle a su marido que quería que se la follaran todos. Deseaba varias pollas para ella y que no pararan en horas. George, al oírla, se masturbó con fuerza bajo su cuerpo. A ambos les gustaba jugar y Björn, agarrando su duro pene, se puso un preservativo y lentamente se introdujo en ella mientras Susan jadeaba.
—Así… toda… toda…
Björn paró y, dándole un cachete en el trasero, exigió:
—No me pidas nada. Cuéntale a tu marido lo que te hago, ¿entendido?
Encendida por su voz y por lo que éste le pedía, susurró:
—Björn me ha abierto las piernas y me está follando. —El mencionado dio un empellón que profundizó su arremetida y ella, jadeando, añadió—: Me ha metido toda su polla, cariño. Me gusta. Me siento llena… más…
Abrasado al escuchar lo que ella relataba, el marido la agarró por la cintura y la movió para encajarla más en Björn.
—Más. Quiero que te folle más —siseó.
Björn sonrió al oírlo y se incrustó en ella hasta tenerla totalmente empalada.
—¿Así, George? ¿Quieres que me folle así a tu mujer?
Susan jadeó. La lujuria y el morbo que sentía en ese instante no la dejaban hablar y George, enloquecido por el momento, afirmó:
—Así… fóllatela así.
Björn sonrió. Le gustaban esos juegos y con una fuerte estocada murmuró asiéndola del pelo para que levantara la cabeza:
—Cuando yo salga de ti, entrará Carl y después Hans. El último en tomarte será tu marido y cuando él acabe, te volveré a follar, ¿quieres eso, Susan?
—Sí… sí…
Ese tipo de sexo era duro, caliente, morboso, desinhibido y a todos les gustaba. En especial a Susan y George, que eran quienes lo demandaban. Björn incrementó su ritmo mientras los pechos de ella, bamboleantes, caían sobre la cara de su marido, que se masturbaba mientras escuchaba toda clase de proposiciones subidas de tono por parte de Carl y Hans.
Deleite. Placer. Eso era lo que todos sentían en ese instante.
Uno a uno, los hombres fueron penetrándola.
Uno a uno, ella los recibió gustosa.
Uno a uno, la poseyeron como ella demandaba hasta llegar al éxtasis, y cuando el marido finalizó, Björn la cogió de la mano, la llevó hasta la ducha y allí mismo, tras ponerle ella un preservativo con la boca, volvió a penetrarla. Cuando acabó ese nuevo ataque, la llevó de nuevo a la cama y preguntó:
—¿Qué te parece cómo lo pasa tu marido?
Acalorada a pesar de la ducha que se acababa de dar, miró a George. Éste disfrutaba mientras era penetrado por Carl por el ano y éste le hacía una felación a Hans. Durante varios minutos, jadeos varoniles tomaron el reservado.
Björn los observó junto a Susan. Ese tipo de sexo no era lo que le gustaba, a él le gustaban las mujeres, pero disfrutaba observando. Cuando el trío llegó al clímax y se levantaron para ducharse, la cama quedó libre. Björn, excitado por lo visto, rasgó un preservativo y una vez se lo hubo colocado, dijo mirándola:
—Siéntate sobre mí.
Ella se clavó en él a horcajadas. Con maestría, Björn la movió en busca de su propio placer. Le gustaba llevar la voz cantante y ahora quería disfrutar él. Ella jadeó ante la profundidad y cuando creía que no podría profundizar más, Björn se movió con rotundidad. Ella gritó y al ver que él sonreía, murmuró:
—Me gusta cómo me haces tuya.
—Dime cuánto te gusta —exigió Björn.
—Mucho… mucho… ¡Oh, sí! —gritó, mientras él la empalaba una y otra vez.
Los tres hombres salieron de la ducha y se quedaron alrededor de la cama. Björn, al verlos, dijo ensartándola de nuevo:
—Susan, dile a tu marido por qué te gusta que te folle.
—Me llena entera. Es dura… muy dura… no pares —chilló, abriéndose más para él.
Y Björn no paró y continuó disfrutando de lo que más le gustaba. El sexo.
El sexo sin compromiso.
El sexo por puro placer.
El sexo sin amor.
El sexo caliente y morboso.
Excitado por los chillidos de su mujer, George no pudo más y exigió participar. Björn sonrió. Apretó a Susan sobre él y segundos después su marido introdujo su duro pene por el mismo lugar por donde Björn la penetraba. Entre los dos le llenaron la vagina mientras se oían sus placenteros gemidos y sus excitadas respiraciones.
Susan chillaba de placer. Eso era lo que deseaba. Le gustaba sentirse totalmente follada. Se relamía de gusto mientras ellos dos tomaban su cuerpo y disfrutaban. Una y otra vez se hundieron en ella y cuando Björn no pudo más, se dejó ir.
Cuando ambos salieron de ella, Björn se levantó y fue directo a la ducha, mientras Hans y Carl ocupaban su lugar y Susan volvía a ser penetrada. Ella quería. Ella lo deseaba. Ella se entregaba gustosa a los hombres, ansiosa de dar y recibir placer.
Mientras el agua corría por su cuerpo, Björn cerró los ojos. El sexo lo relajaba, lo cautivaba, pero una parte de su vida estaba incompleta. No lo quería reconocer, pero algo en él quería tener lo que otros amigos como Frida y Andrés o Eric y Jud tenían. Una vida sexual plena con una pareja acorde.
El problema era que él era muy exigente y no le valía cualquier mujer. A los dos minutos de conocerlo, todas babeaban por él y eso lo desconcertaba. Él necesitaba conocer a una mujer que lo sorprendiera. ¡Que lo volviera loco! Pero nunca ninguna lo sorprendía lo suficiente como para que su interés fuera más allá de la primera cita. Tenía amigas. Muchas amigas. Pero ninguna especial.
Una vez cerró el agua de la ducha, observó cómo los demás continuaban con su particular baile sobre la cama. Se tocó el pene. Se lo rozó con los dedos y una nueva erección creció en él. El sexo era excitante y lo que aquellos hacían lo excitaba. Cuando vio que el orgasmo había tomado el cuerpo de Carl, se puso un nuevo preservativo y, mojado, se dirigió de nuevo a la cama, agarró a la mujer y la penetró por el ano. Ella gritó. Y cuando la tuvo empalada, agarró con fuerza sus caderas y comenzó a moverla a su antojo mientras ella jadeaba enloquecida. El marido, al verlo, rápidamente se colocó delante de ella y le introdujo el pene en la boca. Susan relamió, chupó y ninguno paró hasta notar que sus cuerpos se tensaban y finalmente se dejaban llevar por el placer.
Tres horas después, Björn salió solo del local. Fue hasta el garaje donde había dejado su coche y, tras saludar a la vigilante, que al verlo se sonrojó, se montó en él y se dirigió a su casa mientras la música de Al Green volvía a sonar. Tenía que descansar.