Tal vez a nuestra muerte el alma emigre”, se repetía Martín mientras caminaba. ¿De dónde venía el alma de Alejandra? Parecía sin edad, parecía venir desde el fondo del tiempo. “Su turbia condición de feto, su fama de prostituta o pitonisa, sus remotas soledades.”
El viejo estaba sentado a la puerta del conventillo, sobre su sillita de paja. Mantenía su bastón de palo nudoso, y la galerita verdosa y raída contrastaba con su camiseta de frisa.
—Salud, viejo —dijo Tito.
Entraron, en medio de chicos, gatos, perros y gallinas. De la pieza, Tito sacó otras dos sillitas.
—Toma —le dijo a Martín—, llévala, que en seguida voy con el mate.
El muchacho llevó las sillas, las puso al lado del viejo, se sentó con timidez y esperó.
—Eh, sí… —murmuró el cochero—, así con la cosa…
¿Qué cosa?, se preguntó Martín.
—Eh, sí… —repitió el viejo, meneando la cabeza, como si asintiera a un interlocutor invisible.
Y de pronto, dijo:
—Yo era chiquito como ese que tiene la pelota y mi padre cantaba.
Quando la tromba sonaba alarma co Garibaldi doviamo partí.
Se rió, asintió varias veces con la cabeza y repitió “eh, sí…”
La pelota vino hacia ellos y casi le pega al viejo. Don Francisco amenazó distraídamente con el bastón nudoso, mientras los chicos llegaban corriendo, recogían la pelota y se retiraban haciéndole morisquetas.
Y luego de un instante, dijo:
—Andávamo arriba la mondaña con lo chico de Cafaredda e ne sentábanlo mirando al mare. Comíamos castaña asada… ¡Quiddo mare azule!
Tito llegó con el mate y la pava.
—Ya t’está hablando del paese, seguro. ¡Eh, viejo, no lo canse al pibe con todo eso bolazo! —mientras le guiñaba un ojo a Martín, sonriendo con picardía.
El viejo negó, meneando la cabeza, mirando hacia aquella región remota y perdida.
Tito se sonreía con benévola ironía mientras cebaba mate. Luego, como si el padre no existiera (seguramente ni oía), le explicó a Martín:
—Sabe, él se pasa el día pensando al pueblo que nació.
Se volvió hacia el padre, lo sacudió un poco del brazo como para despertarlo, y le preguntó:
—¡Eh, viejo! ¿Le gustaría ver aquello de nuevo? ¿Ante de morir?
El viejo respondió asintiendo con la cabeza varias veces, siempre mirando a lo lejos.
—Si tendría de cuelli poqui soldi ¿se iría en Italia?
El viejo volvió a asentir.
—Si pedería ir aunque má no sería que por un minuto, viejo, nada má que por un minuto, aunque despué tendría de morirse, ¿le gustaría, viejo?
El viejo movió la cabeza con desaliento, como diciendo “para qué imaginar tantas cosas maravillosas”.
Y como quien ha hecho la prueba de alguna verdad, Tito miró a Martín, y le comentó:
—¿No te decía, pibe?
Y se quedó pensando mientras le alcanzaba el mate a Martín. Al cabo de un momento, agregó:
—Pensar que hay gente podrida en plata. Sin ir má lejo, el viejo vino a l’América con un amigo que se llamaba Palmieri. Lo do con una mano atrá y otra adelante, como quien dice. ¿Sentiste hablar del doctor Palmieri?
—¿El cirujano?
—Sí, el cirujano. Y también el que era diputado radical. Bueno, son hijo de aquel amigo que vino con el viejo. Como te decía, cuando llegaron a Bueno Saire corrían la liebre junto. Trabajaron de todo: de peón de patio, empedraron calle, qué se yo. Al viejo, aquí lo tené. El otro amarrocó guita pa tirar p’arriba. Y si t’e visto no me acuerdo. Una ve, cuando todavía vivía la finada mi madre y cuando al Tino lo metieron preso por anarquista, la vieja tanto embromó que el viejo fue a verlo al diputado. ¿Queré creer que l’hizo esperar tre hora a la amansadora y después le mandó decir que fuera al otro día? Cuando vino en casa yo le dije: viejo, si vuelve de ese canalla yo no soy má su hijo.
Estaba indignado. Se arregló la corbata raída y luego agregó:
—Así e l’América, pibe. Haceme caso: hay que ser duro como yo. No mirar ni atrá ni a lo costado. Y si hay que cafishiar a la vieja, cafishiala. Si no, buena noche.
Amenazó a los chicos y después masculló, con resentimiento:
—¡Diputado! Todo lo político son iguale, créeme, pibe. Todo están cortado por la misma tijera: radicale, orejudo, socialista. Tenía razón el Tino cuando decía la humanidá tiene de ser ácrata. Te soy sincero: yo no votaría nunca si no sería que tengo que votar por lo conservadore.
Martín lo miró son sorpresa.
—¿Te llama la atención? Y sin embargo e la pura verdá. Qué le vamo a hacer.
—¿Pero, por qué?
—Eh, pibe, siempre hay un porqué a toda la cosa, como decía el finado Zanetta. Siempre hay un misterio.
Sorbió el mate.
Durante un buen rato se mantuvo callado, casi melancólico.
—Mi viejo lo llevaba a don Olegario Souto, que era caudillo conserva de Barracas al Norte. Y una de la hija de don Olegario se llamaba María Elena. Era rubia y parecía un sueño.
Sonrió en silencio, con turbación.
—Pero imagináte, pibe… eran gente rica… y yo, adema… con este escracho…
—¿Y cuándo fue todo eso? —preguntó Martín, admirado.
—Y, te estoy hablando del año quince, un año antes de la subida del Peludo.
—Y ella, ¿qué pasó después?
—¿Ella? Y… qué va a pasar… se casó… un día se casó… Me acuerdo como si sería hoy. El 23 de mayo de 1924.
Se quedó cavilando.
—¿Y por eso vota siempre por los conservadores?
—Así e, pibe. Ya ve que todo tiene su explicación. Hace má de treinta año que voto por eso malandrine. Qué se va a hacer.
Martín se quedó mirándolo con admiración.
—Eh, sí… —murmuró el viejo—. A Natale lo decábano bacare.
Tito le guiñó un ojo a Martín.
—¿A quién, viejo?
—Lo briganti.
—¿Viste? Siempre la misma cosa. ¿Pa qué lo dejaban bajar, viejo?
—Per andaré a la santa misa. Due hore.
Asintió con la cabeza, mirando a lo lejos.
—Eh, sí… La notte de Natale. I fusilli tocábano la zambuna.
—¿Y qué cantaban lo fusilli, viejo?
—Cantábano La notte de Natale e una festa principale que nascio nostro Signore a una povera mangiatura.
—¿Y había mucha nieve, viejo?
—Eh, sí…
Y se quedó meditando en aquella tierra fabulosa. Y Tito le sonrió a Martín con una mirada en que estaban mezcladas la ironía, la pena, el escepticismo y el pudor.
—¿No te dije? Siempre la misma historia.