Estaba metida en el maletero de un Audi A6 negro, maniatada y con los ojos vendados. Grité hasta quedarme ronca, pero me llevara a donde me llevara el conductor, debió de haber sido un lugar remoto, porque en ningún momento trató de silenciarme.
No sabía dónde estaba Scott. Los hombres Nefilim de Hank nos habían rodeado en la playa y luego nos arrastraron en direcciones opuestas. Me imaginé a Scott, encadenado e indefenso en una cárcel subterránea, a merced de la ira de Hank.
Di patadas contra el maletero, rodé de un lado a otro, grité y chillé… y de pronto mis gritos se convirtieron en sollozos.
Por fin el coche frenó y se apagó el motor. Unos pasos hicieron crujir la grava, alguien metió la llave en la cerradura y el maletero se abrió. Dos pares de manos me cogieron y me depositaron en el suelo. Se me habían dormido las piernas durante el trayecto y los pies me hormigueaban.
—¿Dónde quieres que deje a ésta, Blakely? —preguntó uno de mis captores. A juzgar por su voz, no tenía más de dieciocho o diecinueve años y, a juzgar por su fuerza, podría haber sido de acero.
—Dentro —contestó otro hombre, supuse que Blakely.
Me empujaron por una rampa y a través de una puerta. El interior era fresco y silencioso, el aire olía a gasolina y trementina, y me pregunté si estaría en uno de los almacenes de Hank.
—Me hacéis daño —les dije a los hombres apostados a ambos lados—. Es evidente que no puedo escapar. Al menos desatadme las manos.
Pero me arrastraron en silencio escaleras arriba y a través de una segunda puerta, me obligaron a sentarme en una silla plegable de metal y me ataron los tobillos a las patas.
Unos minutos después de que se marcharan, la puerta volvió a abrirse e incluso antes de que hablara supe que era Hank. El aroma de su colonia me causó temor y asco.
Me desató la venda con dedos ágiles y ésta se cayó. Parpadeé tratando de comprender lo que veía en la habitación escasamente iluminada. A excepción de una mesa y de una segunda silla plegable, la habitación estaba vacía.
—¿Qué quieres? —pregunté, con un ligero temblor en la voz.
Hank arrastró la otra silla y se sentó frente a mí.
—Hablar —dijo.
—No estoy de humor, pero gracias de todos modos —respondí en tono brusco.
Él se inclinó hacia mí y las arrugas que le rodeaban los ojos se acentuaron al fruncir el entrecejo.
—¿Sabes quién soy, Nora?
Estaba empapada en sudor.
—¿Así, de improviso? Eres un sucio, mentiroso, manipulador, despreciable, pequeño…
Alzó la mano y me pegó una bofetada. Un golpe duro que me hizo retroceder, demasiado horrorizada para llorar.
—¿Sabes que soy tu padre biológico? —preguntó en voz baja e inquietante.
—«Padre» es una palabra tan arbitraria… En cambio hijoputa…
Hank asintió con la cabeza.
—Entonces déjame que te pregunte lo siguiente: ¿Acaso ésa es manera de hablarle a tu padre?
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Nada de lo que has hecho te da derecho a considerar que eres mi padre.
—Sea como fuere, eres de mi sangre. Llevas mi marca. No puedo seguir negándolo, Nora, y tú tampoco puedes negar tu destino.
Alcé un hombro, pero no lo bastante como para secarme la nariz.
—Mi destino no guarda ninguna relación con el tuyo. Cuando renunciaste a mí de bebé, perdiste el derecho de decidir sobre mi vida.
—A pesar de lo que pienses, nunca he dejado de participar en tu vida desde el día en que naciste. Renuncié a ti para protegerte. Tuve que sacrificar a mi familia a causa de los ángeles caídos…
Lo interrumpí con una breve carcajada desdeñosa.
—No empieces con el rollo autocompasivo y deja de echar la culpa de tus decisiones a los ángeles caídos. Decidiste renunciar a mí. Puede que en aquel entonces yo te importara, pero ahora lo único que te importa es tu sociedad Nefilim. Eres un fanático. Lo único que te importa eres tú mismo.
Hank se puso tenso, sus labios delgados como un alambre.
—Debería matarte ahora mismo por hacerme quedar en ridículo, y también a mi sociedad, a toda la raza Nefilim.
—Pues hazlo de una vez —solté; la ira eclipsaba mi angustia.
Metió la mano bajo la chaqueta y extrajo una larga pluma negra muy parecida a la que yo había guardado en el cajón del tocador.
—Uno de mis asesores la encontró en tu habitación. Es de un ángel caído. Figúrate mi sorpresa cuando descubrí que alguien de mi propia sangre mantenía vínculos con el enemigo. Me engañaste. Si andas con ángeles caídos, al final acabas por adoptar su tendencia al engaño. El ángel caído, ¿es Patch? —me preguntó directamente.
—Tu paranoia es asombrosa. Encontraste una pluma hurgando en mis cajones, ¿y qué? ¿Qué demuestra? ¿Que eres un pervertido?
Hank se inclinó hacia atrás y cruzó las piernas.
—¿De verdad quieres tomar por ese camino? No tengo ninguna duda de que el ángel caído es Patch. Noté su presencia la otra noche, en tu habitación.
—Resulta irónico que me interrogues cuando está claro que sabes mucho más que yo. A lo mejor deberíamos cambiar de papeles —propuse.
—¿Sí? ¿Y a quién se supone que debo creer que pertenece la pluma? —preguntó Hank en tono ligeramente divertido.
—Vete tú a saber —dije, desafiante—. Encontré la pluma en el cementerio cuando tú me abandonaste allí.
Hank me lanzó una sonrisa malvada.
—Mis hombres le arrancaron las alas a Patch en ese cementerio. Supongo que la pluma es suya. Y tus mentiras empiezan a ser incoherentes.
Tragué saliva discretamente. Hank tenía la pluma de Patch y yo no tenía manera de saber si comprendía el poder que sobre él le otorgaba. Sólo podía rogar que no fuera así.
Procurando no prestar atención a esa idea aterradora, dije:
—Sé que planeaste el choque, que fueron tus hombres quienes nos embistieron. ¿A qué se debió esa farsa?
El destello de superioridad que se asomó en su mirada me inquietó.
—Era el tema siguiente en mi lista de cosas de las cuales hablar. Mientras estabas inconsciente, te hice una transfusión —se limitó a decir—. Llené tus venas con mi sangre, Nora. Mi sangre de pura raza Nefilim.
Un silencio crispado reinó entre ambos.
—Esa clase de operación nunca había sido realizada, al menos no exitosamente, pero he descubierto el modo de manipular las leyes del universo. De momento todo ha salido mejor de lo esperado. ¿Debería decirte que mi mayor preocupación fue que la transfusión te causara una muerte inmediata?
Procuré encontrar una respuesta, un modo de comprender las cosas atroces que me decía, pero estaba confusa. Una transfusión. «¿Por qué, por qué, por qué?» Tal vez por eso tenía una sensación tan extraña en el hospital. Explicaría el motivo por el cual Hank parecía tan abatido y exhausto.
—Recurriste a la hechicería diabólica para hacerlo —dije en tono nervioso.
Hank arqueó una ceja.
—¿Así que has oído hablar de la hechicería diabólica? ¿El ángel lo descubrió? —aventuró; no parecía complacido.
—¿Por qué me hiciste una transfusión? —pregunté, tratando de encontrar la respuesta. Me necesitaba para hacer un sacrificio, como doble, para hacer un experimento… porque si no era para eso entonces, ¿para qué?
—Llevaste mi sangre desde el día en que tu madre te dio a luz, pero no era lo bastante pura. No eras un Nefil de primera generación y necesito que seas de pura raza, Nora. Casi lo eres. Lo único que falta es que hagas el Juramento del Cambio ante el cielo y el infierno. Una vez que hayas prestado juramento, la transformación se habrá completado.
Sus palabras penetraron en mí lentamente, y me repugnaron.
—¿Creíste que podías convertirme en uno de tus soldados Nefilim, obedientes y con el cerebro lavado? —Me removí en la silla, tratando de liberarme.
—He visto una profecía que vaticina mi muerte. He usado un artilugio realzado mediante la hechicería diabólica para ver mi futuro y, para confirmarlo, obtuve una segunda opinión.
Apenas presté atención a lo que decía. Su confesión me llenó de ira, temblaba de furia. Hank me había violado de un modo horrendo, había manipulado mi vida, procurando cambiarme y moldearme para su conveniencia. ¡Me había inyectado su asquerosa sangre asesina en las venas!
—Eres Nefilim, Hank. Tú no puedes morir. No morirás, por más que yo lo desee —añadí en tono malévolo.
—Tanto el artilugio como un antiguo ángel caído lo han visto. No me queda mucho tiempo. Mis últimos días en la Tierra estarán dedicados a prepararte para que encabeces mi ejército y luches contra los ángeles caídos —dijo, con un primer indicio de resignación.
Todo encajaba.
—¿Este plan está basado en la palabra de Dabria? Ella no posee el don. Necesita dinero; es tan incapaz de vaticinar el futuro como tú o yo. ¿No se te ha ocurrido que en este preciso instante quizás esté partiéndose de la risa?
—Lo dudo —dijo con sequedad, como si supiera algo que yo ignoraba—. Es necesario que seas un Nefil de pura raza, Nora, para dirigir mi ejército y mi sociedad. Para aparecer como mi legítima heredera y liberar a los Nefilim de sus cadenas. Después de este Jeshván, seremos nuestros propios amos y no los vasallos de los ángeles caídos.
—Estás loco. No pienso hacer nada por ti y, sobre todo, no pienso prestar ese juramento.
—Llevas la marca. Estás predestinada. ¿De verdad crees que deseo que te conviertas en la jefa de todo lo que he construido? —dijo en tono duro—. No eres la única que no tiene elección en este asunto. El destino nos reclama y no al contrario. Primero fue Chauncey. Después me tocó a mí y ahora la responsabilidad recae sobre ti.
Le lancé una mirada colérica y llena de odio.
—¿Quieres que un pariente carnal encabece tu ejército? Coge a Marcie. A ella le gusta mangonear a las personas. Será una líder nata.
—Su madre es una Nefil de pura raza.
—No lo sabía, pero eso lo vuelve aún mejor, ¿no? Porque en ese caso, Marcie también es de pura raza. —Un bonito trío de partidarios de la supremacía.
La carcajada de Hank se volvió aún más cansina.
—Nunca sospechamos que Susanna se quedaría embarazada. Los Nefilim de pura raza no suelen tener hijos Desde el principio, nos dimos cuenta de que Marcie era una especie de milagro y que no viviría mucho tiempo. No lleva mi marca. Siempre fue pequeña y débil, y tuvo que luchar para sobrevivir. No le queda mucho tiempo: tanto su madre como yo lo notamos.
De repente me invadió una oleada de recuerdos surgidos del subconsciente. Recordé que ya había hablado de este tema, de cómo matar a un Nefil. De que había que sacrificar a un descendiente del sexo femenino que hubiera cumplido los dieciséis años. Recordé mis propias dudas acerca del motivo por el cual mi padre biológico renunciaría a mí. Recordé…
En ese preciso instante lo comprendí todo.
—Por eso no te molestaste en ocultar a Marcie de Rixon. Por eso renunciaste a mí, pero la conservaste a ella. Nunca creíste que viviría el tiempo suficiente para usarla como sacrificio.
En cambio yo lo tenía todo: la marca Nefilim de Hank y una excelente oportunidad de sobrevivir. De bebé, me ocultaron para impedir que Rixon me sacrificara, pero, ironías del destino, ahora Hank quería que yo encabezara su revolución. Cerré los ojos con el deseo de borrar la verdad.
—Nora —dijo Hank—, abre los ojos. Mírame.
Negué con la cabeza.
—No prestaré juramento. Ni ahora, ni dentro de diez minutos, ni nunca. —Me goteaba la nariz y no podía secármela. No sabía qué resultaba más humillante: eso o el temblor de mis labios.
—Admiro tu coraje —dijo él, en tono engañosamente suave—, pero existen muchas clases de coraje y ésta no te va.
Cuando me puso un mechón de pelo detrás de la oreja, un gesto casi paternal, me sobresalté.
—Jura que te convertirás en una Nefil de pura raza y comandarás mi ejército, y os dejaré en libertad a ti y a tu madre. No quiero hacerte daño, Nora. Tú eliges. Presta el juramento y podrás olvidar esta noche. Todo será agua pasada. —Desató la cuerda que me sujetaba las muñecas y ésta cayó al suelo.
Me restregué las manos temblorosas en el regazo, pero no lo suficiente para recuperar la circulación. Había dicho algo que me llenaba de terror.
—¿Mi madre?
—Así es. Está aquí, durmiendo en una de las habitaciones de la planta baja.
Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas.
—¿Le has hecho daño?
En vez de contestar a mi pregunta, dijo:
—Soy la Mano Negra. Soy un hombre ocupado y seré franco: éste es el último lugar donde quiero estar esta noche. Es lo último que deseo, pero no me queda otro remedio. El poder es tuyo. Presta el juramento, y tú y tu madre podréis salir de aquí, juntas.
—¿Alguna vez la amaste?
Hank parpadeó, sorprendido.
—¿A tu madre? Claro que la amaba; antaño la amaba muchísimo, pero el mundo ha cambiado. Mi visión ha cambiado. He tenido que sacrificar mi propio amor en bien de toda mi raza.
—La matarás, ¿verdad? Si no presto el juramento, eso es lo que harás.
—Mi vida ha estado definida por las decisiones difíciles que he tomado. No dejaré de tomarlas esta noche —dijo; una respuesta soslayada a mi pregunta que no dejó lugar a dudas.
—Quiero verla.
Hank indicó una hilera de ventanas al otro lado de la habitación. Me puse lentamente de pie, temerosa del estado en que la encontraría. Al mirar a través de una ventana, comprendí que me encontraba en una especie de oficina que daba al almacén situado más abajo. Mamá estaba acurrucada en un catre, y tres Nefilim armados la vigilaban mientras dormía. Me pregunté si, al igual que yo, su percepción se volvía más clara cuando soñaba y veía a Hank como el monstruo que era en realidad. Quizás, una vez que él desapareciera de su vida por completo y ya no fuera capaz de manipularla, lo vería como lo veía yo. Fue la respuesta a esas preguntas lo que me dio el valor de enfrentarme a Hank.
—¿Fingiste amarla para acercarte a mí? ¿Dijiste todas aquellas mentiras sólo para alcanzar este momento?
—Tienes frío —dijo Hank en tono paciente—. Estás cansada y hambrienta. Presta el juramento y terminemos con esto.
—Si juro y tú acabas sobreviviendo, como sospecho que harás, quiero que tú hagas tu propio juramento: quiero que te marches de la ciudad y desaparezcas de la vida de mamá para siempre.
—Trato hecho.
—Y primero quiero llamar a Patch.
—¡No! —exclamó, soltando una carcajada—. Aunque veo que por fin me has dicho la verdad sobre él. Puedes darle la noticia tras prestar el juramento.
No resultaba sorprendente. Pero tuve que intentarlo. Adopté el tono de voz más desafiante que pude.
—No prestaré juramento por ti —dije, volviendo a mirar hacia la ventana—. Pero lo prestaré por ella.
—Hazte un corte —ordenó Hank, alcanzándome una navaja—. Jura por tu sangre que te convertirás en una Nefil de pura raza y dirigirás mi ejército cuando yo muera. Si rompes el juramento, admite tu castigo: tu muerte… y la de tu madre.
—Ése no era el trato —dije, clavándole los ojos.
—Lo es ahora. Y expira en cinco segundos. El próximo incluirá la muerte de tu amiga Vee.
Le lancé una mirada colérica e incrédula, pero fue lo único que pude hacer. Me tenía atrapada.
—Tú primero —exigí.
Si no fuera por su expresión decidida, parecería casi divertido. Se hizo un corte y dijo:
—Si sobrevivo más allá del mes que viene, juro que abandonaré Coldwater y que jamás volveré a entrar en contacto contigo o con tu madre. Si rompiera este juramento, que mi cuerpo se convierta en polvo.
Cogí la navaja y me hice un corte en la palma de la mano; brotaron unas gotas de sangre y recordé a Patch haciendo lo mismo. Supliqué en silencio que me perdonara por lo que estaba a punto de hacer. Que al final nuestro amor trascendería la sangre y la raza. Entonces detuve mis pensamientos, temiendo no poder seguir adelante si seguía pensando en Patch. Mi corazón se partió en dos, me retiré a un espacio hueco en mi interior y me enfrenté a la atroz tarea.
—Ahora, con esta nueva sangre circulando por mis venas, juro que ya no soy humana sino una Nefil de pura raza. Y si tú mueres, encabezaré tu ejército. Si rompo este juramento, sé que mi madre y yo podemos darnos por muertas. —El juramento parecía demasiado sencillo, dado el peso de las consecuencias que arrastraba, y le dirigí una mirada dura a Hank.
»¿Lo hice correctamente? ¿Es todo lo que he de decir?
Su ademán astuto me dijo todo lo que necesitaba saber.
Mi vida como ser humano se había acabado.
No recordaba haber abandonado a Hank ni haberme alejado del almacén con mamá, que estaba tan dopada que casi no podía caminar. Sólo tenía un recuerdo borroso de cómo llegué desde aquella diminuta habitación hasta las calles oscuras. Mamá tiritaba de frío y farfullaba palabras incomprensibles. Noté que yo también estaba helada. Hacía mucho frío, mi aliento se convertía en una bruma plateada. Si no encontraba cobijo pronto, mamá sufriría una hipotermia.
No sabía si mi propia situación era igual de desesperada, ya no sabía nada. ¿Podía morir de frío? ¿Podía morir? ¿Qué había cambiado tras prestar juramento? ¿Todo?
Más allá había un coche abandonado, la policía había marcado los neumáticos para que lo remolcaran, y casi sin pensar, traté de abrir la puerta. Fue el primer golpe de suerte de esa noche, porque se abrió. Tendí a mamá en el asiento trasero y después manipulé los cables debajo del volante. Tras varios intentos, el motor se puso en marcha.
—No te preocupes —le susurré a mamá—. Nos vamos a casa. Todo ha acabado. —Pero en realidad me lo decía a mí misma y creí en ello porque necesitaba creer que era verdad. No podía reflexionar acerca de lo que había hecho, ni en lo lenta y dolorosa que sería la transformación cuando por fin se desencadenara. Si es que algo debía desencadenarla. Si es que aún tendría que enfrentarme a algo más.
Patch. Tenía que enfrentarme a él y confesarle lo que había hecho. Me pregunté si alguna vez sus brazos volverían a estrecharme, porque esto había cambiado todo, ¿verdad? Ya no era Nora Grey, era una Nefil de pura raza. Su enemiga.
Cuando vi una figura borrosa trastabillando en la calle, pisé el freno y el coche se detuvo. Dos ojos se dirigieron hacia mí. La chica tropezó, se enderezó y cruzó la calle tratando de correr, pero estaba demasiado traumatizada para coordinar sus movimientos. Tenía la ropa hecha jirones y el rostro paralizado por el terror.
—¿Marcie? —pregunté, alzando la voz.
Automáticamente, me incliné por encima del salpicadero y abrí la puerta del acompañante.
—¡Monta en el coche! —ordené.
Marcie se quedó ahí, apretándose el estómago y gimiendo en voz baja.
Bajé del coche y la ayudé a entrar y sentarse. Inclinó la cabeza entre las rodillas, respirando agitadamente.
—Voy… a… vomitar.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Marcie siguió jadeando.
Me puse detrás del volante y pisé el acelerador; quería salir de esa zona abandonada de la ciudad.
—¿Tienes el móvil?
Marcie soltó un gruñido.
—Por si no lo has notado, llevamos un poco de prisa —dije en tono más duro del que era mi intención, ahora que comprendía a quién acababa de recoger: a la hija de Hank, a mi hermana. Mi hermana, esa mentirosa y estúpida traicionera.
—¿El móvil? ¿Lo tienes, sí o no?
Movió la cabeza, pero no sabía si asentía o negaba.
—Estás enfadada conmigo porque te robé el collar —dijo, con dificultad debido al hipo—. Me engañó. Me hizo creer que era una broma que ambos te gastaríamos. Aquella noche dejé la nota en tu almohada para asustarte, esa donde ponía «No estás a salvo». Mi padre me hizo algo para que tú y tu madre no me vierais, y era como estar en trance: no dudé de él y no hice preguntas. Estaba nerviosa, pero también excitada, y resultó que tú ni siquiera estabas en tu habitación. Papá también le hizo algo a la tinta para que desapareciera una vez que leyeras la nota. Creí que sería divertido. Quería ver cómo te volvías loca. No pensaba con claridad. Hice todo lo que mi padre me dijo. Era como si tuviera un poder sobre mí.
—Escúchame, Marcie —le ordené con voz firme—. Te sacaré de aquí, pero si tienes un móvil, me resultaría muy útil ahora mismo.
Marcie abrió su bolso con manos temblorosas. Hurgó y luego sacó el móvil.
—Me engañó —añadió, llorando—. Creí que era mi padre. Creí que… me quería. No le di el collar, por si te importa. Iba a dárselo. Esta noche lo llevé al almacén, tal como él me ordenó. Pero entonces… al final… cuando vi a la chica en la jaula… —se interrumpió.
No quería sentir empatía por Marcie. No quería que estuviera en el coche, y punto. No quería que confiara en mí, ni viceversa. No quería ningún vínculo entre ambas, pero de algún modo, y pese a mis deseos, sí lo había.
—Por favor, dame el móvil —dije en tono suave.
Marcie me lo tendió, se abrazó las rodillas y sollozó en voz baja.
Llamé a Patch. Debía decirle que Hank no tenía el collar y también la atroz verdad sobre lo que yo había hecho. Con cada timbrazo, sentí que la barrera que había levantado para soportar lo ocurrido se resquebrajaba. Imaginé el rostro de Patch cuando le dijera la verdad y me estremecí. Me temblaban los labios y ahogué un sollozo.
Salió el contestador y entonces llamé a Vee.
—Necesito tu ayuda —le dije—. Has de vigilar a mamá y a Marcie. —Aparté el teléfono de mi oreja cuando Vee empezó a gritar.
»Sí, Marcie Millar. Después te lo explicaré todo.