Cuando el doctor Howlett me dio el alta, cogí el ascensor hasta la planta baja y llamé a Vee. No tenía quien me acompañara a casa y esperaba que aún fuera lo bastante temprano para que su madre le permitiera rescatar a una amiga varada.
Cuando el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, el móvil se me cayó al suelo: allí estaba Hank.
—Hola, Nora —dijo.
Pasaron tres segundos antes de que pudiera contestarle.
—¿Subes? —pregunté, con la esperanza de hablar en tono tranquilo.
—En realidad te estaba buscando.
—No tengo prisa —me disculpé y recogí el móvil.
—Pensé que quizá necesitaras un coche. Le dije a uno de mis muchachos que trajeran un coche de alquiler del concesionario.
—Gracias, pero ya he llamado a una amiga.
—Al menos permíteme que te acompañe hasta la puerta —dijo. Su sonrisa parecía de plástico.
—Primero tengo que ir al lavabo. No hace falta que me esperes, de veras. Estoy perfectamente, y seguro que Marcie estará ansiosa por verte.
—Tu madre querría que te acompañe a casa.
Tenía los ojos inyectados de sangre y parecía agotado, pero no pensé ni por un instante que se debía a su papel de novio entristecido. Puede que el doctor Howlett afirmara que cuando Hank llegó al hospital estaba ileso, pero yo sabía la verdad. Había salido en peor estado que yo del choque. Mucho peor de lo explicable.
Tenía la cara hecha polvo y aunque gracias a su sangre Nefilim había cicatrizado casi de inmediato, en cuanto recuperé la conciencia y le eché aquel primer vistazo borroso, supe que algo le había ocurrido después de desmayarme. Podía negarlo, pero dado su estado uno diría que lo había atacado un tigre.
Estaba demacrado y exhausto porque hoy había luchado con un grupo de ángeles caídos. Ésa, al menos, era mi teoría. Al recordar los acontecimientos, era mi única explicación sensata. «¡Condenados ángeles caídos!» ¿Acaso Hank no había pronunciado esas palabras un momento antes del choque? Era evidente que no había planeado toparse con ellos, así que… ¿qué había planeado?
Un presagio horrendo me corroía, algo que, en retrospectiva, no había dejado de rondarme la cabeza. Hank había aparecido en el instituto. ¿Y si los acontecimientos del día hubieran sido una trampa? ¿Había arrojado a mamá escaleras abajo? El doctor Howlett mencionó que al principio sufría amnesia, un truco que Hank quizás empleó para evitar que recordara lo ocurrido. Después fue a recogerme al instituto… ¿con qué fin? ¿Qué se me escapaba?
—Huele a quemado —dijo Hank—. Estás muy concentrada en algo.
Su voz me volvió al presente. Le clavé la vista, con el deseo de adivinar sus motivos a partir de su expresión; entonces noté que él también me miraba fijamente, con una mirada tan intensa que resultaba casi hipnótica.
La conclusión a la que estaba a punto de llegar se volvió borrosa, mis ideas se arremolinaron y no pude recordar en qué estaba pensando. Cuanto más me esforzaba por recordar, tanto mayor era mi confusión mental.
Era como si un capullo me envolviera el cerebro y me impidiera pensar. La pesada y confusa sensación de no poder controlar mis propios pensamientos se volvía a repetir una vez más.
—¿Tu amiga ha quedado en recogerte, Nora? —preguntó, sin despegar su mirada de la mía.
En lo más profundo de mi ser, sabía que no debía decirle la verdad, que debía decirle que Vee vendría a recogerme, pero ¿por qué habría de mentirle? Si le decía la verdad, me quedaría atascada en el hospital toda la noche.
—Llamé a Vee, pero no contestó —reconocí.
—Estaré encantado de acompañarte, Nora.
—Sí, gracias —contesté, asintiendo.
Estaba confundida y no lograba recuperar la claridad mental. Recorrí el pasillo junto a Hank; tenía las manos frías y temblorosas. ¿Por qué temblaba? Que Hank se ofreciera para acompañarme a casa era muy amable de su parte. Mamá le importaba lo bastante como para molestarse por mí, ¿no?
El trayecto a casa transcurrió sin incidentes y cuando llegamos a la granja, Hank también entró.
Me detuve en el umbral.
—¿Qué estás haciendo?
—Le prometí a tu madre que esta noche cuidaría de ti.
—¿Piensas quedarte toda la noche? —Las manos volvían a temblarme y, pese a tener la cabeza llena de telarañas, supe que debía encontrar el modo de que se marchara. Que se quedara a dormir no era una buena idea, pero ¿cómo obligarlo a marcharse? Él era más fuerte que yo. E incluso si lograba expulsarlo, hacía poco mamá le había dado la llave de casa. Volvería a entrar de inmediato.
—Estás dejando entrar el aire frío —dijo Hank, y con delicadeza quitó mis manos de la puerta—. Déjame que te ayude.
«Eso es —pensé, y mi estúpida confusión me hizo sonreír—. Quiere ayudar».
Hank dejó las llaves en la encimera, se dejó caer en el sofá y apoyó los pies en la otomana. Dirigió la mirada al cojín a su lado.
—¿Quieres relajarte viendo la tele?
—Estoy cansada —dije, y procuré evitar el temblor que me agitaba el cuerpo.
—El día ha sido largo. Puede que dormir sea lo mejor.
Luché contra la nube que se cernía sobre mi cerebro, pero la oscuridad no parecía tener fin.
—¿Hank? —pregunté—. ¿Por qué quieres quedarte aquí esta noche?
Hank rio.
—Pareces realmente asustada, Nora. Sé buena chica y vete a la cama. No te estrangularé mientras duermes.
En mi habitación, empujé el tocador contra la puerta para impedir el paso de cualquiera. No sabía por qué lo hice; no tenía motivos para temer a Hank. Estaba cumpliendo con lo prometido a mamá. Quería protegerme. Si llamaba a la puerta, apartaría el tocador y la abriría.
Y sin embargo…
Me metí en la cama y cerré los ojos. Estaba agotada y tiritaba tan violentamente que me pregunté si me estaría constipando. Cuando empecé a dormirme, no luché por mantenerme despierta. Vi colores y formas borrosas y me deslicé más profundamente en mi subconsciente. Hank tenía razón: necesitaba dormir, el día había sido largo.
Sólo cuando me encontré en el umbral del estudio de Patch empecé a notar que algo no encajaba. Las brumas se disiparon y comprendí que Hank me había hecho un truco mental para someterme a su voluntad. Abrí la puerta y eché a correr, gritando el nombre de Patch.
Lo encontré en la cocina, encaramado a un taburete. En cuanto me vio, se acercó a mí.
—¿Nora? ¿Cómo has llegado aquí? Estás dentro de mi cabeza —dijo, sorprendido—. ¿Estás soñando? —preguntó, contemplándome y buscando una respuesta.
—No lo sé. Creo que sí. Me metí en la cama sintiendo una gran necesidad de hablar contigo… y aquí estoy. ¿Estás dormido?
—No, estoy despierto, pero estás eclipsando mis pensamientos. No sé cómo lo has hecho.
—Ha sucedido algo espantoso. —Me arrojé en sus brazos, intentando reprimir el temblor—. Primero mamá cayó por las escaleras, y de camino al hospital embistieron el coche de Hank. Antes de perder el conocimiento, creo que Hank dijo que el otro coche estaba lleno de ángeles caídos. Hank me llevó a casa en coche desde el hospital… ¡Le pedí que se marchara, pero se negó!
La mirada de Patch reveló su ansiedad.
—Un momento. ¿Hank está contigo a solas?
Hice un gesto afirmativo.
—Despierta. Iré a verte.
Quince minutos después llamaron suavemente a la puerta. Arrastré el tocador a un lado y entreabrí la puerta: Patch estaba al otro lado. Lo cogí de la mano y lo hice entrar.
—Hank está abajo viendo la tele —susurré. Hank tenía razón: dormir me había hecho mucho bien; en cuanto desperté, había recuperado mi proceso mental normal como para comprender lo que antes no podía: que Hank había utilizado trucos mentales para someterme a su voluntad. Dejé que me acompañara a casa sin protestar, que entrara, que se acomodara, creyendo que quería protegerme. Nada podía estar más lejos de la verdad.
Patch cerró la puerta de un suave puntapié.
—Entré a través de la buhardilla —dijo, examinándome de pies a cabeza—. ¿Te encuentras bien?
Deslizó un dedo por el corte que me recorría la parte superior de la frente y en sus ojos ardió la ira.
—Hank me hizo trucos mentales toda la noche.
—Cuéntamelo todo, a partir de la caída de tu madre.
Inspiré profundamente y le relaté la historia.
—¿Qué modelo de coche conducían los ángeles caídos?
—Un chevrolet El Camino de color pardo.
—¿Crees que era Gabe? —preguntó, frotándose la barbilla—. No es el coche que suele conducir, pero eso no significa nada.
—Eran tres. No pude ver sus caras, pero podrían haber sido Gabe, Dominic y Jeremiah.
—O tal vez otros ángeles caídos cuyo objetivo fuera Hank. Ahora que Rixon ha muerto, han puesto precio a su cabeza. Él es la Mano Negra, el Nefilim más poderoso, y numerosos ángeles caídos quieren convertirlo en su vasallo, aunque sólo sea por alardear. ¿Cuánto tiempo estuviste desmayada antes de que Hank te llevara al hospital?
—Diría que sólo unos minutos. Cuando recuperé el conocimiento, Hank estaba cubierto de sangre y parecía exhausto. Apenas pudo cogerme en brazos para meterme en el coche. No creo que sus heridas y moratones se debieran al choque, más bien a que lo obligaran a jurar lealtad.
La expresión de Patch se volvió feroz.
—Esto se termina aquí. No quiero que sigas involucrada. Sé que estás empeñada en acabar tú con Hank, pero no puedo arriesgarme a volver a perderte. —Se puso de pie y caminó de un lado a otro; su disgusto era evidente.
»Déjame hacerlo a mí. Deja que sea yo quien le haga pagar.
—Ésta no es tu lucha, Patch —dije en voz baja.
Su mirada se volvió más intensa que nunca.
—Eres mía, Ángel, no lo olvides. Tus luchas son las mías. ¿Y si hoy hubiese ocurrido algo? Ya fue bastante horrible cuando creí que era tu espíritu quien me rondaba; no podría soportar que eso ocurriera en la realidad.
Lo abracé por la espalda.
—Podría haber ocurrido algo malo, pero no fue así —dije—. Incluso si fue Gabe, es evidente que no logró lo que quería.
—¡Olvida a Gabe! Hank planea algo para ti, y quizá también para tu madre. Centrémonos en eso. Quiero que te escondas. Si no quieres quedarte en mi estudio, de acuerdo. Encontraremos otro lugar y permanecerás allí hasta que Hank esté muerto, enterrado y pudriéndose.
—No puedo marcharme. Si desaparezco, Hank sospechará algo de inmediato, y además no quiero que mi madre vuelva a pasar por lo mismo. Una nueva desaparición la destrozará. Mírala: ya no es la misma que hace tres meses. Tal vez en parte debido a los trucos mentales de Hank, pero he de enfrentarme al hecho de que mi desaparición la convirtió en una persona débil y puede que jamás se recupere. En cuanto se despierta por la mañana, siente terror. Para ella, la seguridad ha dejado de existir.
—Por culpa de Hank —dijo Patch en tono brusco.
—No puedo controlar lo que ha hecho Hank, pero sí lo que hago yo. No me marcharé. No me mantendré al margen ni permitiré que te enfrentes a Hank a solas. Prométeme que, pase lo que pase, no me lo ocultarás. Prométeme que no actuarás a mis espaldas ni acabarás con él discretamente, incluso si crees que es por mi propio bien.
—Su fin no será discreto —dijo Patch con un brillo asesino en la mirada.
—Prométemelo, Patch.
Me contempló en silencio durante un buen rato. Ambos sabíamos que él era más rápido, más diestro en la lucha y, en el fondo, más implacable que yo. Había intervenido para salvarme muchas veces, pero esta vez, esta única vez, era yo quien lucharía y sólo yo.
Por fin, de muy mala gana, dijo:
—No me quedaré al margen viendo que tú te enfrentas a Hank a solas, pero tampoco lo mataré por mi cuenta. Antes de ponerle la mano encima, me aseguraré de que es eso lo que quieres.
Me daba la espalda, pero le acaricié el hombro con la mejilla.
—Gracias.
—Si un ángel caído vuelve a atacarte, ve a por las cicatrices de sus alas.
No comprendí a qué se refería de inmediato; luego Patch prosiguió.
—Pégale con un bate de béisbol o clávale un palo en las heridas, si no tienes otra cosa. Las cicatrices de las alas son nuestro talón de Aquiles. No sentimos dolor, pero un golpe en las cicatrices nos paraliza. Dependiendo de la herida, puede que quedemos incapacitados durante horas. Tras clavarle la barra de hierro en las cicatrices, dudo que Gabe haya salido del estado de shock en menos de ocho horas.
—Lo tendré presente —contesté—. ¿Patch?
—¿Sí? —replicó en tono seco.
—No quiero pelear. —Le recorrí los omóplatos con el dedo, sus músculos estaban tensos, todo su cuerpo estaba rígido y su frustración era evidente—. Hank ya me ha quitado a mi madre y no quiero perderte también a ti. ¿Puedes comprender por qué he de hacerlo? ¿Por qué no puedo dejar que libres mis batallas aunque ambos sepamos que en ese aspecto me llevas mucha ventaja?
Patch espiró lentamente y noté que se relajaba.
—Sólo estoy seguro de una cosa —dijo, y se volvió hacia mí—. Haría lo que fuera por ti, incluso si eso significara ir en contra de mis instintos o de mi naturaleza. Dejaría todo lo que poseo, hasta mi alma, por ti. Si eso no es amor… es lo mejor que puedo darte.
No sabía qué contestar, nada parecía adecuado, así que le cogí la cara con las manos y besé su boca tensa, cerrada.
Lentamente, los labios de Patch se amoldaron a los míos. Disfruté de la deliciosa sensación mientras su boca presionaba y se deslizaba sobre la mía. No quería que estuviera enfadado. Quería que confiara en mí, como yo confiaba en él.
—Ángel —dijo a través del beso. Luego se apartó, tratando de adivinar mis deseos.
Incapaz de estar tan próxima a él sin que me tocara, lo cogí de la nuca y lo atraje hacia mí. Me besó más intensamente, al tiempo que deslizaba las manos por mi cuerpo; el roce me provocaba descargas eléctricas bajo la piel.
Me desprendió un botón del jersey, luego dos, tres, cuatro… hasta que se me cayó de los hombros y quedé en camisola. La levantó y me acarició el estómago con el pulgar, haciéndome jadear.
Una sonrisa de pirata se asomó a su rostro y se concentró en besarme el cuello; el roce de su barba era una delicia.
Entonces me recostó contra las almohadas.
Me besó profundamente, se apoyó en los codos y de repente sus rodillas me inmovilizaron las piernas, el roce de sus labios era cálido, áspero y sensual. Me apretó contra su pecho y me aferré a él, como si soltarlo significara perder una parte de mí misma.
—¿Nora?
Dirigí la mirada hacia la puerta y solté un alarido.
Allí estaba Hank, apoyado contra la jamba y recorriendo la habitación con expresión burlona.
—¡Qué estás haciendo! —grité.
Hank no contestó; siguió recorriendo cada rincón de la habitación con la mirada.
No sabía dónde estaba Patch; era como si hubiera notado la presencia de Hank un segundo antes de que girara el picaporte. Podía estar a unos centímetros de distancia, escondiéndose. A punto de ser descubierto.
—¡Sal de aquí! —exclamé, y me levanté de un brinco—. Puede que mamá te haya dado la llave de la casa, pero esto es demasiado. Que sea la última vez que entras en mi habitación.
Echó un lento vistazo a las puertas entreabiertas del armario.
—Me pareció oír algo.
—¿Ah, sí? ¡Pues resulta que estoy viva, respiro y de vez en cuando hago algún ruido!
Después cerré la puerta y me apoyé contra ella. El corazón me latía aprisa y noté que Hank se había quedado esperando, quizá tratando de localizar el ruido que le había hecho subir para registrar mi habitación.
Por fin se alejó por el pasillo. Me había asustado hasta las lágrimas y me las sequé rápidamente. Recordé sus palabras y su expresión, procurando descubrir un indicio de que Hank sabía que Patch estaba en mi habitación.
Dejé pasar cinco interminables minutos antes de entreabrir la puerta. El pasillo estaba desierto y volví a mirar mi habitación.
—¿Patch? —susurré.
Pero estaba sola.
No pude verlo hasta que me dormí. Soñé que caminaba por un prado de altas hierbas que se abrían a mi paso. Más allá apareció un árbol seco y retorcido. Patch estaba apoyado contra el árbol con las manos en los bolsillos. Vestía de negro de pies a cabeza y su figura se destacaba contra el blanco lechoso del prado.
Corrí hacia él y me envolvió con su cazadora de cuero, con un gesto de intimidad más que para conservar el calor.
—Quiero quedarme contigo esta noche —dije—. Temo que Hank intente algo.
—No pienso perderte de vista, Ángel —dijo en tono casi posesivo.
—¿Crees que sabe que estabas en mi habitación?
Patch lanzó un suspiro inquieto casi inaudible.
—Estoy convencido de que percibió algo. Notó mi presencia y subió para investigar; empiezo a preguntarme si es más poderoso de lo que pensaba. Sus hombres están muy bien organizados y entrenados. Ha sido capaz de mantener prisionero a un arcángel y ahora es capaz de percibir mi presencia a varios metros de distancia. La única explicación que se me ocurre es la hechicería diabólica: ha descubierto el modo de encauzarla o, de lo contrario, ha llegado a un acuerdo. Sea como sea, ha invocado los poderes del infierno.
—Me estás asustando —dije, estremeciéndome—. Aquella noche, después de encontrarnos en Bloody Mary’s, los dos Nefilim que me persiguieron mencionaron la hechicería diabólica, pero afirmaron que Hank había dicho que era un mito.
—Puede que Hank no quiera que nadie se entere de lo que está tramando. La hechicería diabólica podría explicar por qué cree que puede derrocar a los ángeles caídos cuando llegue el Jeshván. No soy un experto en el tema, pero quizá sirva para invalidar un juramento, incluso un juramento hecho ante el cielo. Quizá cuente con la hechicería diabólica para romper los innumerables juramentos prestados por los Nefilim ante los ángeles caídos a lo largo de los siglos.
—En otras palabras, tú no crees que sea un mito.
—Yo solía ser un arcángel —me recordó—. No formaba parte de mi jurisdicción pero sé que existe. Eso es todo lo que nosotros sabíamos. Que se originó en el infierno y el resto era una suposición. Practicar la hechicería diabólica fuera del infierno está prohibido y los arcángeles deberían estar al tanto de ello —dijo, y su voz adoptó un tono de contrariedad.
—A lo mejor lo ignoran. Quizás Hank descubrió el modo de ocultárselo. O tal vez la emplea en dosis tan pequeñas que no lo han notado.
—Ésa es una idea divertida —dijo Patch, soltando una breve carcajada que no tenía nada de jocosa—. Puede que esté empleando la hechicería diabólica para modificar las moléculas del aire, lo cual explicaría por qué me ha costado tanto trabajo seguirle el rastro. Durante todo el tiempo que espié para él, me he esforzado por no perderle la pista y averiguar cómo utiliza la información que yo le proporcionaba. Una tarea difícil, dado que se mueve como un fantasma. No deja rastros. Quizás esté empleando la hechicería diabólica para modificar la materia. No tengo ni idea de cuánto hace que la usa ni hasta qué punto ha aprendido a aprovecharla.
Ambos reflexionamos en silencio. ¿Modificar la materia? Si Hank era capaz de manipular los elementos esenciales de nuestro mundo, ¿qué más podía manipular?
Después de un momento, Patch metió la mano bajo el cuello de su camisa y se quitó una cadena de eslabones entrelazados de plata de ley ligeramente opaca.
—El verano pasado te di mi collar de arcángel. Me lo devolviste, pero quiero que vuelvas a tenerlo. A mí ya no me sirve, pero podría resultarte útil.
—Hank haría cualquier cosa por apoderarse de tu collar —protesté, apartando sus manos—. Guárdatelo. Has de ocultarlo. No podemos permitir que Hank se haga con él.
—Si Hank le pone el collar al arcángel, ella no tendrá más remedio que decirle la verdad. Le proporcionará información auténtica, y lo hará voluntariamente. En eso estás en lo cierto. Pero el collar también registrará el encuentro y lo grabará para siempre. Tarde o temprano, Hank se apoderará del collar. Mejor que coja el mío y no que encuentre otro.
—¿Grabará el encuentro?
—Quiero que busques el modo de darle el collar a Marcie —me ordenó, y puso el collar alrededor de mi cuello—. No debe resultar evidente. Ella ha de creer que te lo ha robado. Hank la interrogará y ella debe pensar que logró engañarte. ¿Podrás hacerlo?
Me aparté y le lancé una mirada de advertencia.
—¿Qué planeas?
—No lo llamaría planear —dijo, sonriendo levemente—. Diría que es un lanzamiento a la desesperada cuando sólo quedan unos segundos para el final del partido.
Reflexioné cuidadosamente sobre lo que me estaba pidiendo.
—Puedo invitar a Marcie a casa —dije por fin—. Le diré que necesito ayuda para elegir la bisutería a juego con mi vestido de fiesta. Si de verdad está ayudando a Hank a encontrar el collar de arcángel y si cree que yo tengo uno, aprovechará para registrar mi habitación. Si bien la idea no me entusiasma, lo haré —añadí, haciendo una pausa elocuente—. Pero primero quiero saber exactamente por qué lo he de hacer.
—Hank necesita que el arcángel hable. Nosotros también. Tenemos que informar a los arcángeles del cielo de que Hank está practicando la hechicería diabólica. Yo soy un ángel caído y no me escucharán. Pero si Hank toca mi collar, quedará grabado en éste. Si utiliza hechicería diabólica, el collar también lo registrará. Mi palabra no significa nada para los arcángeles, pero esa clase de prueba, sí. Lo único que tenemos que lograr es que el collar acabe en manos de ellos.
Yo seguía teniendo mis dudas.
—¿Y si no funciona? ¿Y si Hank obtiene la información que necesita y nosotros no logramos nada?
Patch asintió con la cabeza.
—¿Qué preferirías que hiciera?
Reflexioné y no se me ocurrió nada. Patch tenía razón. No nos quedaba tiempo ni teníamos más opciones. No era una situación ideal, pero algo me dijo que Patch se había pasado la vida entera tomando decisiones arriesgadas. Ya que estaba metida en un asunto tan peligroso como éste, prefería hacerlo en compañía de Patch.