Capítulo

21

Abrí los ojos y la habitación cobró forma. Las luces estaban apagadas, y el aire, fresco. Una tela suave y deliciosa me acariciaba la piel. El recuerdo de la noche anterior regresó como un torbellino: Patch y yo nos habíamos dado el lote… Tenía un recuerdo borroso de haber murmurado que estaba demasiado cansada para conducir hasta mi casa.

Había dormido en la casa de Patch.

Me incorporé.

—¡Mamá me matará! —solté, sin dirigirme a nadie en particular. Por una parte, tendría que haber asistido a clase, por la otra, el toque de queda había pasado hacía horas y no la había llamado para darle explicaciones.

Patch estaba sentado en una silla en un rincón, con la barbilla apoyada en un puño.

—Ya me he ocupado de eso. Llamé a Vee y prometió decirle a tu madre que estabas en su casa viendo la versión de cinco horas de duración de Orgullo y prejuicio, que perdieron la noción del tiempo, que tú te quedaste dormida y que, en vez de despertarte, la madre de Vee no tuvo inconveniente en que te quedaras a dormir.

—¿Llamaste a Vee? ¿Y ella estuvo de acuerdo, sin hacer preguntas? —Eso no se parecía a Vee en absoluto, sobre todo a la nueva Vee que le deseaba la muerte a la raza masculina en general.

—Puede que haya sido un poco más complicado que todo eso.

Su tono enigmático hizo que algo hiciera clic en mi cerebro.

—¿Le hiciste un truco mental?

—Entre pedir permiso y pedir perdón, opto por lo segundo.

—Es mi mejor amiga. ¡No puedes hacerle trucos mentales! —Aunque seguía enfadada con Vee por mentirme sobre Patch, ella debió de hacerlo por algún motivo. Y aunque me parecía mal y tenía la intención de averiguar pronto, muy pronto, qué se ocultaba detrás de todo eso, ella me importaba mucho. Patch había traspasado un límite.

—Estabas exhausta. Y tenías un aspecto muy apacible durmiendo en mi cama.

—Eso se debe a que tu cama está hechizada —contesté, en tono menos irritado de lo que era mi intención—. Podría dormir una eternidad. ¿Sábanas de satén? —aventuré.

—De seda.

Sábanas de seda negra. Quién sabe cuánto habían costado. Pero no cabía duda de que poseían una cualidad hipnótica que me resultaba muy inquietante.

—Jura que nunca volverás a hacerle trucos mentales a Vee.

—Trato hecho —contestó, ahora que se había salido con la suya y supongo que eso equivalía a pedir perdón.

—Sospecho que no podrás explicarme por qué tanto Vee como mi madre no han dejado de afirmar que desconocen tu existencia, ¿verdad? De hecho, las únicas dos personas que confesaron que te recuerdan son Marcie y Scott.

—Vee salía con Rixon. Cuando Hank te secuestró, yo borré sus recuerdos de Rixon. Él la utilizó y la hizo sufrir mucho. Hizo sufrir mucho a todos. A la larga, resultaba más sencillo si yo hacía lo imposible para que todos lo olvidaran. La alternativa era dejar que tus amigos y tu familia albergaran esperanzas de que fuera arrestado, algo que nunca ocurriría. Cuando quise borrar la memoria de Vee, ella se defendió y aún sigue enfadada. Ignora el motivo, pero está muy arraigado. Borrar la memoria de alguien no es fácil. Es como extraer todos los trocitos de chocolate de una galleta. El resultado nunca es perfecto; quedan trozos, ideas inexplicables que parecen convincentes y familiares. Vee no recuerda lo que le hice, pero cree que no puede confiar en mí. No recuerda a Rixon, pero sabe que allí fuera hay un tipo que la hizo sufrir mucho.

Ello explicaba que Vee sospechara de los tíos y también mi instantánea aversión por Hank. Quizá borraron nuestros recuerdos, pero quedaron algunas migajas.

—A lo mejor deberías darle una oportunidad —sugirió Patch—. Ella te ha recuperado. La sinceridad es buena, pero también lo es la lealtad.

—En otras palabras, que la perdone.

—Tú decides. —Patch se encogió de hombros.

Vee me había mentido mirándome a la cara y sin parpadear. No era un pecado cualquiera, pero yo sabía cómo se sentía. Habían manipulado sus recuerdos y la sensación era desagradable: la palabra «vulnerable» apenas la describía. Vee trató de protegerme. ¿Acaso yo había actuado de un modo muy diferente? No le dije nada sobre los ángeles caídos o los Nefilim, y había utilizado la misma excusa. O bien aplicaba una ley para Vee y otra para mí, o aceptaba el consejo de Patch y olvidaba el asunto.

—¿Y mamá? ¿También responderás por ella?

—Ella cree que tuve algo que ver con tu secuestro. Mejor que sospeche de mí que de Hank —dijo, con cierta indiferencia—. Si Hank creyera que ella sabe la verdad, haría algo para remediarlo.

El tono de Patch no era enfático, pero yo estaba convencida de que Hank era capaz de hacerle daño a mi madre para lograr su propósito. Una razón más para no decirle nada… de momento.

Me negaba a sentir la más mínima simpatía por Hank, a humanizarlo, pero me pregunté qué clase de hombre era cuando se había enamorado de mamá. ¿Siempre había sido un malvado? Quizás al principio nos tenía afecto a ambas… y con el tiempo todo su mundo giró en torno a su misión Nefilim, y eso había prevalecido sobre todo lo demás.

De golpe puse punto final a mis elucubraciones. Ahora Hank era un malvado, y eso era lo que importaba. Me había secuestrado y yo me aseguraría de que pagara por ello.

—Te refieres a que la detención nunca se produciría porque Rixon está en el infierno —dije—. «Literalmente en el infierno, al parecer».

Patch lo confirmó asintiendo con la cabeza, pero su mirada se ensombreció. Supuse que le disgustaba hablar del infierno, al igual que cualquier ángel caído.

—En tu recuerdo, vi que aceptaste espiar a los ángeles caídos para Hank.

Patch asintió.

—Qué planeaban, y cuándo. Me reunía cada semana con Hank para pasarle información.

—¿Y si los ángeles caídos descubren que estás vendiendo secretos a sus espaldas?

—Espero que no lo hagan.

Su actitud despreocupada no sirvió para tranquilizarme.

—¿Qué crees que te harían?

—He estado en peores situaciones y me las he arreglado —respondió, sonriendo—. Ha pasado mucho tiempo, pero aún no tienes fe en mí.

—Déjate de bromas, por favor.

Él se inclinó, me besó la mano, habló en tono sincero.

—Me arrojarían al infierno. Se supone que quienes se encargan de ello son los arcángeles, pero las cosas no siempre suceden así.

—Explícate —insistí.

Patch se repantigó con cierta arrogancia perezosa.

—La ley prohíbe que los humanos se maten los unos a los otros, pero todos los días mueren asesinados muchos hombres. Mi mundo no es muy diferente. Para cada ley, hay alguien dispuesto a quebrantarla. No fingiré ser un inocente. Hace tres meses encadené a Rixon en el infierno, aunque no tenía autoridad para hacerlo, excepto mi propio sentido de la justicia.

—¿Encadenaste a Rixon en el infierno?

Patch me lanzó una mirada curiosa.

—Tenía que pagar. Trató de matarte.

—Scott me habló de Rixon, pero ignoraba quién lo había encadenado en el infierno ni cómo lo habían hecho. Le diré que es a ti a quien ha de agradecérselo.

—La gratitud de ese mestizo no me interesa. Pero puedo decirte cómo se hace: cuando los arcángeles expulsan a un ángel caído del cielo y le arrancan las alas, conservan una pluma, que es cuidadosamente archivada y conservada. Si se presenta la ocasión en la que un ángel caído debe ser encadenado en el infierno, los arcángeles recuperan la pluma y la queman. Es un acto simbólico de resultados concretos. El término «arder en el infierno» no es una figura retórica.

—¿Poseías una de las plumas de Rixon?

—Antes de que me traicionara, era lo más parecido a un hermano para mí. Sabía que tenía una pluma y dónde la guardaba. Lo sabía todo sobre Rixon y por eso no me despedí de él de un modo impersonal. —Aunque sospeché que pretendía simular indiferencia, el rostro de Patch se puso tenso—. Lo arrastré al infierno y quemé la pluma delante de él.

El relato me puso los pelos de punta. A pesar de que Vee me había traicionado tan descaradamente, me sentía incapaz de hacerla sufrir como Patch lo había hecho con Rixon. De pronto comprendí por qué Patch se había tomado el tema de manera tan personal.

Dejando a un lado la espantosa imagen que Patch había evocado, recordé la pluma que había encontrado en el cementerio.

—Esas plumas, ¿andan flotando por ahí? ¿Puedes toparte con una?

Patch negó con la cabeza.

—Los arcángeles guardan una pluma. Algunos ángeles caídos, como Rixon, logran llegar a la Tierra con un par de plumas intactas. Cuando eso ocurre, el ángel caído se asegura de que sus plumas no acaben en manos inconvenientes. —Sus labios esbozaron una sonrisa—. Y tú creías que no éramos sentimentales.

—¿Qué sucede con el resto de las plumas?

—Al caer, se deterioran con rapidez. Caer del cielo supone un trayecto bastante accidentado.

—¿Y tú? ¿Tienes alguna pluma secreta guardada en algún lugar?

—¿Planeas mi caída? —preguntó, arqueando una ceja.

Le lancé una sonrisa, pese a la gravedad del asunto.

—Una chica ha de mantener abiertas todas sus opciones.

—Lamento desilusionarte: nada de plumas. Llegué a la Tierra completamente desnudo.

—Hum —comenté en tono neutral, pero la imagen evocada por esa palabra hizo que me ruborizara. Era mejor no pensar en la palabra «desnudo» mientras estaba en la habitación ultra secreta y ultra chic de Patch.

—Me gusta verte en mi cama —dijo él—. Casi nunca quito las mantas, casi nunca duermo. Podría acostumbrarme a esa imagen.

—¿Me estás ofreciendo un lugar para quedarme?

—Ya he dejado una llave de repuesto en tu bolsillo.

Tanteé mi bolsillo. En efecto: contenía algo pequeño y duro.

—Muy generoso de tu parte.

—No es por generosidad —dijo él, me miró a los ojos y su voz adoptó un tono áspero—. Te eché de menos, Ángel. No ha pasado ni un día en que no te echara de menos. Tu presencia me perseguía hasta tal punto que empecé a creer que Hank había roto su juramento y te había matado. Veía tu fantasma por todas partes, no podía ni quería escapar de ti. Me torturabas, pero eso era mejor que perderte.

—¿Por qué no me lo dijiste todo aquella noche en el callejón, con Gabe? Estabas tan enfadado… —Sacudí la cabeza al recordar cada una de sus duras palabras—. Creí que me detestabas.

—Una vez que Hank te soltó, te espié para asegurarme de que estabas bien, pero juré que pondría fin a mi relación contigo, por tu propia seguridad. Tomé la decisión y creí que podría mantenerla. Traté de convencerme de que ya no nos quedaba ninguna posibilidad, pero aquella noche, cuando te vi en el callejón, mi decisión se fue a tomar viento. Quería que me recordaras, tal como yo te recordaba a ti, pero no podías. Me había asegurado de ello.

Patch bajó la mirada y contempló sus manos entrelazadas sobre las rodillas.

—Te debo una disculpa —dijo en voz baja—. Hank borró tu memoria para evitar que recordaras lo que él te había hecho, pero yo acepté. Le dije que la borrara lo bastante atrás en el tiempo para que tampoco me recordaras a mí.

—¿Que aceptaste qué? —exclamé.

—Quería devolverte tu vida. Antes de los ángeles caídos y de los Nefilim, antes de mí. Creí que era el único modo en que podrías superar lo ocurrido. Me parece que nadie puede negar que te he complicado la vida. Procuré remediarlo, pero las cosas no siempre salieron como yo quería. Reflexioné al respecto y llegué a la conclusión de que lo mejor para tu recuperación y tu futuro era que yo me marchara.

—Patch…

—En cuanto a Hank, me negué a observar cómo te destruía. Me negué a ver cómo estropeaba cualquier oportunidad de ser feliz que tuvieras obligándote a cargar con esos recuerdos. Tienes razón: te secuestró porque creyó que podía utilizarte para controlarme. Te raptó a finales de junio y no te soltó hasta septiembre. Durante todos aquellos días estuviste encerrada y a solas. Hasta los soldados más duros pueden quebrarse cuando los dejan incomunicados, y Hank sabía que ése era mi mayor temor. Pese a que presté un juramento, exigió que le demostrara que estaba dispuesto a espiar para él. Durante todos aquellos meses, no dejó de amenazarme contigo.

Un destello muy duro brilló en los ojos de Patch.

—Pagará por ello, y según mis condiciones —dijo en tono letal, y un escalofrío me recorrió la espalda.

»Aquella noche en la caseta —prosiguió—, lo único que me preocupaba era evitar que te matara allí mismo. Si yo hubiera estado solo en la caseta, habría luchado. Pensé que no aguantarías una pelea, y no he dejado de lamentarlo. No toleraba que te hicieran daño, y eso me cegó. Subestimé todo lo que ya habías pasado y que te había hecho más fuerte. Hank lo sabía, y yo le hice el juego.

»Le propuse un trato. Le dije que espiaría para él si te dejaba con vida. Él aceptó, y después llamó a sus Nefilim para que te sacaran de allí. Luché cuanto pude, Ángel. Cuando lograron arrastrarte fuera de la caseta estaban hechos pedazos. Cuatro días después me reuní con Hank y le dije que podía arrancarme las alas si te soltaba. Era lo último que me quedaba y él aceptó, pero no conseguí que lo hiciera antes del final del verano. Durante los tres meses siguientes te busqué incansablemente, pero Hank también lo había tenido en cuenta y dedicó todos sus esfuerzos a mantener el lugar donde estabas en secreto. Atrapé y torturé a varios de sus hombres, sin embargo ninguno sabía dónde estabas. Me sorprendería que Hank le hubiese dicho dónde te escondía a más de un par de hombres encargados de ocuparse de tus necesidades básicas.

»Una semana antes de que Hank te soltara, envió a uno de sus mensajeros Nefilim a buscarme y, con aire de suficiencia, éste me informó que después de soltarte, su jefe tenía la intención de borrar tu memoria, y quería saber si yo tenía alguna objeción. Le borré la sonrisa de la cara y luego arrastré su cuerpo ensangrentado y apaleado hasta la casa de Hank.

»Cuando éste salió a trabajar a la mañana siguiente yo lo estaba esperando. Le dije que si no quería correr la misma suerte que su mensajero, borrara tu memoria por completo, para que no sufrieras escenas retrospectivas. No quería que guardaras ni un recuerdo de mí y tampoco quería que tuvieras pesadillas de estar encerrada y completamente sola durante días. No quería que te despertaras gritando en medio de la noche sin saber por qué. Quería devolverte la vida, en la medida de lo posible. Sabía que la única manera de protegerte era mantenerte al margen de todo. Después le dije a Hank que se apartara de ti para siempre, dejando claro que si se cruzaba en tu camino, le daría caza y mutilaría su cuerpo hasta dejarlo irreconocible. Y que después encontraría el modo de matarlo, costara lo que costase. Pensé que era lo bastante listo para respetar el trato, hasta que me dijiste que está saliendo con tu madre. El instinto me dice que no es una historia de amor. Trama algo y, sea lo que sea, está utilizando a tu madre, o quizás a ti, para lograrlo.

—¡Es una víbora! —exclamé. El corazón me palpitaba aceleradamente.

Patch soltó una carcajada sombría.

—Yo emplearía una palabra más dura, pero esa también sirve.

¿Cómo pudo Hank hacerme semejante cosa? Era evidente que había decidido no quererme, pero seguía siendo mi padre. ¿Acaso la sangre no significaba nada para él? ¿Cómo pudo tener la audacia de mirarme a la cara durante los últimos días y sonreír? Me había arrancado de mi madre, me había mantenido prisionera durante semanas… ¿y ahora osaba entrar en mi casa y comportarse como si sintiera aprecio por mi familia?

—Tiene un objetivo final. No sé cuál es, pero no debe de ser inofensivo. El instinto me dice que quiere poner en práctica su plan antes del Jeshván —dijo Patch, lanzándome una mirada—. El Jeshván empieza en menos de tres semanas.

—Sé lo que estás pensando —dije—. Que te enfrentarás a él a solas, pero no me quites la satisfacción de acabar con él. Me lo merezco.

Patch me rodeó el cuello con el brazo y me besó la frente.

—Ni en sueños.

—Bien, y entonces ¿qué?

—Hank nos lleva la delantera, pero planeo igualar los tantos. El enemigo de tu enemigo es tu amigo, y tengo una vieja amiga que tal vez nos resulte útil. —Algo en la manera en la que dijo «amiga» insinuaba que la persona en cuestión era cualquier cosa menos eso.

—Se llama Dabria y me parece que ha llegado la hora de llamarla.

Por lo visto, Patch ya había decidido lo que haría y yo también. Salté de la cama y recogí mis zapatos y mi jersey, que él había dejado encima del tocador.

—No puedo quedarme aquí, debo ir a casa. No puedo permitir que Hank utilice a mi madre sin decirle lo que está pasando.

Patch soltó un suspiro de preocupación.

—No puedes decirle nada. No te creerá. Él le está haciendo lo mismo que yo le hice a Vee. Incluso si no quisiera confiar en él, no le queda más remedio que hacerlo. Está bajo su influencia y por ahora no podemos hacer nada. Espera un poco, hasta que descubramos qué está planeando.

Me sentí invadida por la cólera al pensar que Hank controlaba y manipulaba a mi madre.

—¿No puedes ir allí y hacerlo trizas? —pregunté—. Se merece algo mucho peor, pero eso al menos resolvería todos nuestros problemas. Y me daría cierta satisfacción —añadí en tono amargo.

—Tenemos que acabar con él para siempre. No sabemos quién más le ayuda ni cuál es el alcance de su plan. Está reuniendo un ejército Nefilim para atacar a los ángeles caídos, pero sabe tan bien como yo que, una vez empezado el Jeshván, no hay ejército lo bastante poderoso para enfrentarse a un juramento prestado ante el cielo. Aparecerán hordas de ángeles caídos que poseerán a sus hombres. Debe de estar tramando algo distinto, pero ¿dónde encajas tú? —se preguntó en voz alta. De pronto frunció el entrecejo—. Sea lo que sea que planea, todo depende de una información que debe proporcionarle el arcángel. Pero si quiere que hable, necesita hacerse con el collar de un arcángel.

Era como si sus palabras me golpearan. Había estado tan absorta en todo lo revelado anoche, que se me había ido de la cabeza por completo la alucinación de la chica enjaulada. Y ahora sabía que era un recuerdo real. No era una chica, era un arcángel.

—Lo siento, Ángel —Patch soltó un suspiro—, me estoy adelantando. Te lo explicaré.

Pero lo interrumpí.

—Sé lo del collar. Vi al arcángel enjaulado en uno de tus recuerdos y estoy segura de que intentó decirme que tratara de que Hank no se hiciera con el collar, pero en aquel momento creí que era una alucinación.

Patch me contempló en silencio; luego dijo:

—Es un arcángel y lo bastante poderoso para introducirse en tus pensamientos conscientes. Es evidente que trató de advertirte.

—Porque Hank cree que yo tengo tu collar.

—No lo tienes.

—Intenta decírselo a Hank —le pedí.

—¿De eso se trata? ¿De que Hank cree que yo te di mi collar?

—Creo que sí.

Patch frunció el ceño, con mirada calculadora.

—Si te llevo a casa, ¿serás capaz de enfrentarte a Hank y convencerlo de que no tienes nada que ocultar? Necesito que le hagas creer que nada ha cambiado. Esta noche no ha existido. Nadie te culpará si no estás preparada, y yo menos que nadie. Pero primero he de saber si puedes manejar esto.

Le contesté sin vacilar. Por más difícil que fuera, podía guardar un secreto cuando mis seres queridos corrían peligro.