Scott me acompañó a casa en el Charger y su respeto por el límite de velocidad era mucho menor que el mío. Insistí en que aparcara a cierta distancia de la granja. Durante todo el trayecto, me debatí entre dos temores: primero, que el vigilante Nefil nos hubiera seguido a pesar de la cautela de Scott; y segundo, que mamá hubiera llegado a casa antes que nosotros. Lo más probable es que hubiese marcado mi número en el móvil en cuanto viera que mi cama estaba vacía, aunque quizá su enfado al comprobar que había vuelto a desobedecerla por segunda vez en menos de una semana la hubiera dejado sin habla.
—Bien, eso fue muy excitante —le dije a Scott en voz baja.
Él aporreó el volante.
—Treinta segundos más: eso era todo lo que necesitaba. Si no hubiese dejado caer la cámara habríamos obtenido fotos del interior del almacén —dijo, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
Cuando estaba a punto de decirle que, si pensaba regresar, tendría que buscarse otro compinche, él añadió:
—Si el vigilante me vio bien, se lo dirá a Hank. Incluso si no me vio la cara, puede que haya visto mi marca. Hank sabrá que era yo y enviará a unos cuantos para que registren la zona —dijo, mirándome de soslayo—. He oído rumores sobre Nefilim encerrados de por vida en una prisión. Cámaras subterráneas en el bosque o bajo los edificios. No puedes matar a un Nefil, pero sí torturarlo. Tendré que desaparecer durante un tiempo.
—¿Qué marca?
Scott se retiró el cuello de su camisa, revelando un pequeño signo en forma de puño cerrado marcado a fuego en su piel, un símbolo idéntico al de su anillo. La herida había cicatrizado, pero imaginé cuánto le habría dolido.
—Es la marca de la Mano Negra. Fue así como me obligó a unirme a su ejército. Lo único positivo es que no fue lo bastante listo para ponerme un dispositivo de localización.
Yo no estaba de humor para bromas y no le devolví su media sonrisa.
—¿Crees que el vigilante pudo ver tu marca?
—No lo sé.
—¿Crees que me vio a mí?
Scott negó con la cabeza.
—Los faros nos impedían ver nada. Sólo supe que eras tú porque reconocí el Charger.
Eso debería haberme tranquilizado, pero estaba tan tensa que lanzar un suspiro de alivio era imposible.
—Hank debe de estar a punto de dejar a tu madre en casa. —Scott indicó la calle con el pulgar—. Tengo que largarme. Me mantendré oculto durante unas semanas. Espero que el vigilante no haya visto la marca, que crea que soy un gamberro cualquiera.
—De todos modos, sabe que eres un Nefilim. Que yo sepa, los humanos no se dedican a saltar de edificio en edificio. Cuando Hank se entere, no creo que lo tome por una coincidencia.
—Por eso he de ausentarme. Si desaparezco por un tiempo, puede que Hank crea que me he asustado y he abandonado la ciudad. Cuando todo esto haya pasado, vendré a buscarte. Pensaremos otro plan y lo derribaremos por otros medios.
Empecé a perder la paciencia.
—¿Y yo? Tú eres el que me metió esa idea en la cabeza. Ahora no puedes echarte atrás. Él está saliendo con mi madre y yo no puedo mantenerme al margen. Si estaba implicado en el secuestro, quiero que pague por ello. Si planea cosas aún peores, quiero que se lo impidan. No dentro de unas semanas o meses, sino ahora mismo.
—¿Y quién se lo impedirá? —preguntó en tono suave pero firme—. ¿La policía? Tiene a la mitad en nómina. Y a la otra mitad puede someterla con sus trucos mentales. Escúchame, Nora. Nuestro plan es aguantar. Hemos de dejar que pase la tormenta y conseguir que la Mano Negra crea que vuelve a estar al mando. Después nos reorganizaremos e intentaremos atacarlo de otro modo, cuando menos se lo espere.
—Pero él está al mando. No es una coincidencia que salga con mi madre. Ella no es lo más importante, pero montar un ejército Nefilim sí lo es. El Jeshván empieza el mes que viene, en octubre, así que ¿por qué ella? ¿Por qué ahora? ¿Cómo encaja mamá en sus planes? ¡He de descubrirlo antes de que sea demasiado tarde!
Scott pasó la mano por la oreja con gesto irritado.
—No debería haberte contado nada. Te desmoronarás. La Mano Negra lo descubrirá todo. Hablarás, le informarás sobre mí y la caverna.
—No te preocupes por mí —le dije bruscamente. Me apeé del Charger y lo último que añadí, antes de dar un portazo, fue—: Estupendo, mantente al margen. Pero quien se está enamorando de ese monstruo no es tu madre. Acabaré con él, con o sin tu ayuda.
Claro que no tenía ni idea de cómo iba a hacerlo. Hank se había instalado en el mismísimo corazón de la ciudad. Tenía amigos, aliados y empleados. Tenía dinero, recursos y su propio ejército particular. Y lo más preocupante de todo: tenía a mi madre en un puño.
Pasaron dos días sin novedades. Cumpliendo con su palabra, Scott desapareció. En retrospectiva, lamenté mi estallido de ira. Él estaba haciendo lo que debía hacer y no podía culparlo por eso. Lo había acusado de echarse atrás, pero no se trataba de eso en absoluto. Él sabía cuándo avanzar y cuándo retroceder. Era más listo de lo que yo había creído. Y más paciente.
Y además estaba yo. Hank Millar no me gustaba, no me fiaba de él, y cuanto antes descubriera sus intenciones tanto mejor. El mes de Jeshván pendía sobre mi cabeza como un nubarrón, un recordatorio constante de que Hank planeaba algo. No tenía indicios concretos de que mamá formara parte de ese plan, pero había señales de peligro por todas partes. Dado lo que Hank esperaba hacer antes de Jeshván, incluido montar y entrenar a todo un ejército Nefilim con el propósito de recuperar la posesión de sus cuerpos ocupados por los ángeles caídos, ¿por qué le dedicaba tanto tiempo a mi madre? ¿Por qué necesitaba que confiara en él? ¿Por qué la necesitaba, y punto?
Sólo cuando estaba en clase de historia, escuchando con desgana la descripción del profesor sobre los acontecimientos que causaron la Reforma protestante inglesa, se me prendió la lamparita. «Hank conocía a Scott». ¿Por qué no se me había ocurrido antes? Si Hank sospechaba que Scott era el Nefil responsable de husmear en su almacén un par de noches atrás, sabía que él no se arriesgaría a regresar tras haber sido descubierto. Incluso, puede que supusiera que Scott se había ocultado, como en realidad había hecho. Ni en un millón años Hank esperaría que apareciera otro intruso esa misma noche.
Ni en un millón de años…
La velada transcurrió sin novedad. A las diez, mamá me dio el beso de las buenas noches y se retiró a su habitación. Una hora después apagó la luz. Aguardé un par de minutos para cerciorarme y después retiré las mantas. Ya estaba vestida, así que saqué de debajo de la cama una mochila que contenía una linterna, una cámara y las llaves del coche.
Al tiempo que empujaba el Volkswagen silenciosamente a lo largo de Hawthorne Lane, en mi fuero interno agradecí a Scott por regalarme un coche liviano. Nunca lo habría logrado con un camión. No puse el motor en marcha antes de haberme alejado medio kilómetro de la granja, donde mamá no podía oírme.
Veinte minutos después, aparqué el Volkswagen a unas calles del lugar donde Scott había dejado el Charger hacía dos noches. El panorama no había cambiado: los mismos edificios tapiados con tablas, las mismas farolas averiadas. A lo lejos sonó el silbato melancólico de un ferrocarril.
Dado que el almacén de Hank estaba vigilado, descarté la idea de acercarme. Habría de encontrar otro modo de echar un vistazo al interior. Entonces se me ocurrió una idea. Si había algo que podía aprovechar era la construcción: los edificios estaban pegados los unos a los otros. ¡Quizá podría ver el interior del edificio de Hank desde uno situado en la parte de atrás!
Recorrí el camino que Scott y yo habíamos seguido anteriormente y me acerqué al almacén de Hank. Me agazapé entre las sombras y me puse a vigilarlo. Vi que habían retirado la escalera de incendios, así que Hank había tomado precauciones. También habían cubierto las ventanas de la tercera planta, pero el encargado de la tarea no había llegado a la cuarta. Cada diez minutos, puntual como un reloj, un vigilante salía del edificio y recorría el perímetro.
Convencida de que disponía de la suficiente información, rodeé la manzana y fui a dar cerca del edificio trasero del de Hank. En cuanto el vigilante acabó la ronda y volvió a entrar, eché a correr. Sólo que esta vez no me oculté en el callejón de detrás del edificio de Hank sino en uno más allá.
Me encaramé a un cubo de basura y bajé por la escalera de incendios hasta el suelo. Sufría vértigo, pero no estaba dispuesta a que eso me impidiera descubrir qué ocultaba Hank. Tomé aliento y trepé hasta el primer descansillo. Me dije que no debía mirar abajo, pero la tentación era demasiado grande. Recorrí el callejón con la mirada a través de la estructura de hierro de la escalera de incendios. Sentí un calambre en el estómago y se me nubló la vista.
Escalé hasta la segunda planta y luego hasta la tercera. Aunque me sentía algo mareada, intenté abrir una ventana. Las primeras estaban cerradas, pero al final, haciendo palanca, pude abrir una con un chirrido. Cámara en mano, me metí en el edificio.
Un instante después, unas luces me cegaron y me cubrí los ojos con el brazo. Alrededor mío oí el sonido de cuerpos en movimiento. Cuando volví a mirar, vi hileras y más hileras de catres. Un cuerpo en cada catre, todos masculinos, todos excepcionalmente altos.
Nefilim.
Sin darme tiempo a pensar en nada, un brazo me rodeó la cintura desde atrás.
—¡Muévete! —ordenó una voz, y alguien me arrastró hacia la ventana por la que había entrado.
Salí de mi aturdimiento y noté que un par de brazos fuertes me arrastraban a través de la ventana hasta la escalera de incendios. Jev me lanzó un breve vistazo con enfado y me empujó hacia los peldaños en silencio. Mientras descendíamos la escalera, oímos gritos que venían de la parte delantera del edificio. En un momento estaríamos atrapados desde abajo y desde arriba.
Jev me cogió en brazos y me apretó contra su pecho.
—No te sueltes —me ordenó.
En cuanto me aferré, salimos volando directamente hacia abajo. Sin molestarse en descender por la escalera de incendios, Jev había saltado por encima de la barandilla; el viento nos azotó mientras caíamos hacia el callejón. Todo acabó antes de que pudiera gritar, aterricé de golpe y de repente volvía a estar de pie en el suelo.
Jev me cogió de la mano y me arrastró hacia la calle.
—Estoy aparcado a tres manzanas.
Doblamos la esquina, recorrimos una calle y cruzamos un callejón. Más allá, junto al bordillo, vi el Tahoe blanco. Jev abrió las puertas con el mando y nos metimos en el coche.
Jev condujo a toda velocidad, haciendo chirriar los neumáticos en las curvas y acelerando en las rectas hasta poner varios kilómetros de distancia entre nosotros y los Nefilim. Por fin aparcó el Tahoe en una pequeña gasolinera de dos surtidores a mitad de camino entre Coldwater y Portland. En la ventana colgaba un cartel donde ponía «Cerrado» y sólo unas luces tenues brillaban en el interior.
Jev apagó el motor.
—¿Qué estabas haciendo allí? —dijo con furia, en voz baja.
—Escalando la escalera de incendios, ¿no? —repliqué. Se me habían roto los pantalones, tenía raspones en las rodillas y las manos, y enfadarme era lo único que impedía que me echara a llorar.
—Bien, enhorabuena, la escalaste. Y casi te matan. No me digas que tu presencia en ese lugar era una coincidencia. Nadie anda por ese barrio de noche. Y donde irrumpiste era un piso franco de los Nefilim, así que, una vez más: no creo que fuera una coincidencia. ¿Quién te dijo que fueras allí?
Parpadeé.
—¿Un piso franco de los Nefilim?
—¿Te estás haciendo la tonta? Es increíble.
—Creía que el edificio estaba vacío, creía que el edificio adjunto era un almacén de los Nefilim.
—Ambos son propiedad de un Nefil… uno muy poderoso. Un edificio es un señuelo y el otro ciertas noches alberga a unos cuatrocientos Nefilim. Adivina en cuál te metiste.
Un señuelo. Hank era muy listo. Qué pena que no se me hubiera ocurrido veinte minutos antes. Mañana por la mañana ya habría trasladado todo el operativo y yo perdería mi única pista. Al menos ahora sabía qué estaba ocultando. El almacén era el dormitorio de una parte de su ejército Nefilim.
—Me parece que te dije que dejaras de buscarte problemas, que intentaras comportarte como una persona normal durante un tiempo —dijo Jev.
—La normalidad no duró mucho. Justo después de verte por última vez, me topé con un viejo amigo. Un viejo amigo Nefil. —Solté las palabras sin reflexionar, pero no creí que hablarle a Jev de Scott fuera malo. A fin de cuentas, Jev se había puesto de mi parte cuando traté de convencer a Gabe de que soltara a B. J., así que no creí que detestara a los Nefilim tanto como Gabe.
—¿Qué amigo Nefil? —La mirada de Jev se endureció.
—No tengo por qué contestarte.
—Olvídalo. Ya lo sé. El único Nefil al que eres lo bastante crédula como para considerarlo un amigo es Scott Parnell.
No pude ocultar mi sorpresa.
—¿Conoces a Scott?
Jev no respondió, pero dada la expresión asesina de su mirada comprendí que no apreciaba a Scott.
—¿Dónde está? —preguntó.
Pensé en la caverna y en que le prometí a Scott que no le diría nada a nadie.
—No… me lo dijo. Me lo encontré mientras hacía jogging. Mantuvimos una breve conversación. Ni siquiera tuvimos tiempo de intercambiar nuestros números de teléfono.
—¿Dónde estabas?
—En el centro —mentí sin pestañear—. Salió de un restaurante cuando pasé, me reconoció y hablamos un momento.
—Mientes. Scott no aparecería en público, no cuando la Mano Negra ha puesto precio a su cabeza. Apuesto a que lo viste en un lugar más alejado. ¿En el bosque cercano a tu casa? —aventuró.
—¿Cómo sabes dónde vivo? —pregunté en tono inquieto.
—Hay un Nefil que no es de fiar siguiéndote los pasos. Si has de preocuparte por algo, preocúpate por eso.
—¿Que no es de fiar? Me puso al corriente sobre los Nefilim y los ángeles caídos, algo que tú te negaste a hacer. —Procuré tranquilizarme. No quería hablar de Scott. Quería hablar de nosotros y obligar a Jev a sincerarse acerca de nuestro vínculo anterior. Hacía días que fantaseaba con verlo y, ahora que lo había conseguido, no estaba dispuesta a permitir que escapara. Necesitaba saber qué había sido para mí.
—¿Y qué te dijo? ¿Que es una víctima? ¿Que los ángeles caídos son los malos de la película? Puede culparlos por la existencia de su raza, pero él no es una víctima y no es inofensivo. Si merodea por aquí, se debe a que necesita algo de ti. Todo lo demás es falso.
—Es extraño que digas eso, puesto que no me ha pedido ni un favor. Hasta ahora, todo ha girado en torno a mí. Intenta ayudarme a recuperar la memoria. No te sorprendas. Sólo porque tú eres un gilipollas reservado no significa que el resto del mundo también lo sea. Tras ponerme al corriente sobre los Nefilim y los ángeles caídos, me dijo que Hank Millar está montando un ejército secreto de Nefilim. A lo mejor ese nombre no significa nada para ti, pero sí para mí, porque Hank está saliendo con mi madre.
Jev dejó de fruncir el ceño.
—¿Qué has dicho? —preguntó en tono auténticamente amenazador.
—Dije que eras un gilipollas reservado, y lo dije en serio.
Jev miró a través de la ventana y me dio la impresión de que yo acababa de decir algo importante. Apretó las mandíbulas y su mirada se volvió sombría y aterradora. Incluso desde mi asiento, noté la tensión de su cuerpo y el sentimiento nada positivo que lo recorría.
—¿A cuántas personas les has hablado de mí?
—¿Qué te hace creer que le he hablado a alguien de ti? —repliqué.
Me clavó la mirada.
—¿Lo sabe tu madre?
Pensé en soltar otro comentario sarcástico, pero estaba demasiado cansada.
—Puede que haya mencionado tu nombre, pero ella no lo reconoció. Así que volvemos a estar como al comienzo. ¿De dónde te conozco, Jev?
—Si te pidiera que hicieras algo por mí, no me escucharías, ¿verdad? —Cuando le presté atención, continuó—: Te llevaré a casa. Intenta olvidar esta noche. Intenta comportarte de un modo normal, sobre todo en presencia de Hank. No menciones mi nombre.
A guisa de respuesta, le lancé una mirada furibunda y me apeé del Tahoe. Él me imitó y rodeó el coche.
—¿Qué clase de respuesta es ésa? —preguntó, pero no hablaba en tono tan brusco como antes.
Me alejé del Tahoe, por si creía que podía obligarme a volver a subir en el coche.
—No me iré a casa, todavía no. Desde la noche en que me salvaste de Gabe, no he dejado de pensar en cómo volver a encontrarme contigo. Dediqué demasiado tiempo a especular de dónde me conoces, por qué nos conocemos. Puede que no te recuerde, ni a ti ni nada de los últimos cuatro meses, pero sigo teniendo sentimientos, Jev. Y la otra noche, en cuanto te vi, sentí algo que no había sentido nunca. Se me cortaba la respiración cuando te miraba. ¿Qué significa eso? ¿Por qué no quieres que te recuerde? ¿Quién fuiste para mí?
Después me volví hacia él. Tenía los ojos negros muy abiertos y sospeché que ocultaban todo tipo de emociones: arrepentimiento, dolor, cautela.
—¿Por qué me llamaste Ángel la otra noche? —pregunté.
—Si pudiera pensar con claridad, te llevaría a tu casa ahora mismo —dijo en voz baja.
—¿Pero?
—Pero estoy tentado de hacer algo de lo que quizá me arrepienta.
—¿Decirme la verdad? —dije esperanzada.
Sus ojos negros me miraron.
—Primero he de sacarte de la calle. Los hombres de Hank no pueden estar lejos.