Cuando abrí los ojos, vi que ya no estaba en la carretera. El Tahoe, el campo de maíz, la noche estrellada… todo había desaparecido. Me encontraba dentro de un edificio de cemento que olía a aserrín y a algo un poco metálico. Me estremecía, pero no de frío. Había agarrado la camisa de Jev, había oído cómo se desgarraba la tela y puede que le tocara la espalda. Y ahora… estaba en lo que parecía un almacén vacío.
Más allá se destacaban dos figuras: Jev y Hank Millar. Aliviada de no estar sola en ese lugar, me dirigí hacia ellos con la esperanza de que me dijeran dónde estaba y cómo había llegado aquí.
—¡Jev! —grité.
Ninguno de los dos se dio la vuelta, pero tenían que haberme oído, ¿no? En ese enorme recinto la voz resonaba.
Cuando estaba a punto de abrir la boca por segunda vez, me detuve, desconcertada. Detrás de ellos los barrotes de una jaula asomaban bajo una lona y de pronto me invadieron los recuerdos. La jaula. La chica del cabello negro. El retrete del instituto, donde había perdido momentáneamente la conciencia. Tenía las palmas de las manos cubiertas de sudor. Todo eso sólo podía significar una cosa: estaba alucinando.
Otra vez.
—¿Me has traído aquí para mostrarme esto? —le dijo Jev a Hank con tono de enfado—. ¿Acaso no comprendes el peligro que corro cada vez que nos encontramos? No me hagas acudir aquí sólo para charlar, ni para desahogarte. Y nunca me hagas acudir para alardear de tu última conquista.
—Paciencia, muchacho. Te mostré el arcángel porque necesito tu ayuda. Evidentemente, ambos tenemos preguntas que hacer —dijo, echando una mirada elocuente a la jaula—. Bien, ella tiene las respuestas.
—Mi curiosidad respecto de aquella vida acabó hace años.
—Lo quieras o no, esa vida aún es la tuya. Lo he intentado todo para hacerla hablar, pero es cautelosa. —Hank sonrió—. Si logras que me diga lo que necesito saber, te la entregaré. Supongo que no necesito recordarte cuántos problemas te han causado los arcángeles. Si hubiera un modo de vengarte… bien, no he de decir nada más, ¿verdad?
—¿Cómo te las arreglaste para mantenerla enjaulada? —preguntó Jev con frialdad.
—Le serré las alas —dijo Hank, con una sonrisa burlona—. El que no las vea no significa que no tenga una noción bastante precisa de dónde están. Tú me diste la idea. Antes de conocerte, jamás hubiese imaginado que un Nefil podía quitarle las alas a un ángel.
La mirada de Jev se ensombreció.
—Una sierra normal no podría cortar sus alas.
—No utilicé una sierra normal.
—Sea lo que fuere en lo que te has metido, Hank, te aconsejo que lo dejes, y rápidamente.
—Si supieras en qué me he metido, me rogarías que te dejara participar. El imperio de los arcángeles no es eterno. Allí fuera hay poderes que superan incluso los suyos. Poderes que sólo esperan que alguien los aproveche, si sabes dónde buscarlos —dijo en tono críptico.
Haciendo un gesto de disgusto, Jev dio media vuelta dispuesto a marcharse.
—Nuestro acuerdo, muchacho —gritó Hank a sus espaldas.
—Esto no formaba parte de él.
—Entonces tal vez podemos llegar a un nuevo acuerdo. Se rumorea que no lograste que un Nefil jurara lealtad. Sólo faltan unas semanas para Jeshván… —se interrumpió.
Jev se detuvo.
—¿Me ofrecerías a uno de tus propios hombres?
—En bien de todos, sí. —Hank hizo un gesto con la mano, riendo con suavidad—. Podrías elegir. Esta proposición, ¿es lo bastante buena como para no rechazarla?
—Me pregunto qué dirían tus hombres si supieran que estás dispuesto a venderlos al mejor postor.
—Trágate tu orgullo. No ajustarás la cuenta pendiente provocándome. Te diré por qué he llegado hasta donde he llegado en esta vida: no me tomo las cosas de un modo personal y tú tampoco deberías hacerlo. No dejes que este asunto gire en torno a nuestras diferencias pasadas. Ambos saldremos ganando. Ayúdame y yo te ayudaré a ti. Es tan sencillo como eso.
Hizo una pausa para que Jev se lo pensara.
—La última vez que rechazaste una de mis proposiciones, las cosas acabaron muy mal —añadió Hank, frunciendo los labios.
—Se acabó lo de llegar a acuerdos contigo —contestó Jev con calma—. Pero te daré un consejo: suéltala. Los arcángeles notarán su ausencia. Puede que el secuestro sea tu especialidad, pero esta vez estás desafiando a la suerte. Ambos sabemos cómo acabará esto, los arcángeles no pierden.
—Ah, pero resulta que no es así —lo corrigió Hank—. Perdieron cuando los de tu clase cayeron. Volvieron a perder cuando creasteis la raza de los Nefilim. Pueden volver a perder, y lo harán. Por eso debes actuar ahora mismo. Tenemos a uno de los suyos y eso nos da ventaja. Juntos, tú y yo podemos cambiar las tornas. Juntos, muchacho. Pero hemos de actuar ahora.
Me quedé sentada contra la pared, apreté las rodillas contra el pecho e incliné la cabeza hacia atrás hasta golpear contra el cemento. «Inspira profundamente». No era la primera vez que lograba escapar de una alucinación y volvería a hacerlo. Me sequé el sudor de la frente y me concentré en lo que estaba haciendo antes de que la alucinación comenzara. «Vuelve junto a Jev, el Jev auténtico. Abre una puerta en tu cerebro y atraviésala».
—Estoy al tanto acerca del collar.
Al oír las palabras de Hank, abrí los ojos y dirigí la mirada hacia ambos hombres de pie ante mí, centrándome en Hank. ¿Así que sabía lo del collar? ¿Ese que Marcie estaba buscando? ¿Sería posible que se tratara del mismo collar?
«No, no es el mismo —razoné—, nada de esta alucinación es cierto. Tu subconsciente está forjando todos los detalles de esta escena. Concéntrate en crear una salida».
Jev arqueó las cejas.
—Prefiero no revelar mi fuente —contestó Hank con sequedad—. Es evidente que ahora lo único que necesito es un collar. Eres lo bastante listo para saber que ahora te toca actuar a ti. Ayúdame a encontrar un collar de arcángel. Cualquiera servirá.
—Pídele ayuda a tu fuente —replicó Jev, pero en tono desdeñoso.
Hank apretó los labios.
—Dos Nefilim. Los que tú elijas, desde luego —regateó—. Podrías alternar entre ambos…
—Ya no tengo mi collar de arcángel, si eso es a lo que te refieres —dijo Jev, rechazando la propuesta—. Los arcángeles lo confiscaron cuando caí.
—Eso no es lo que me dice mi fuente.
—Tu fuente miente —replicó con tono indiferente.
—Una segunda fuente confirma que vio que lo llevabas el verano pasado.
Transcurrieron unos instantes, luego Jev negó con la cabeza, la echó hacia atrás y soltó una carcajada.
—Dime que no lo hiciste. —Su risa se interrumpió abruptamente—. Dime que no involucraste a tu hija en este asunto.
—Ella vio que llevabas una cadena de plata alrededor del cuello. En junio.
Jev le lanzó una mirada.
—¿Cuánto sabe?
—¿Sobre mí? Empieza a comprender. No me gusta, pero estoy contra la pared. Ayúdame y no volveré a involucrarla.
—Supones que tu hija me importa.
—Te importa una de ellas —dijo Hank con aire desdeñoso—. O al menos te importaba.
Jev se puso tenso y Hank se echó a reír.
—Después de todo este tiempo, aún mantienes el fuego encendido. Qué pena que ella no sepa que existes. Hablando de mi otra hija, también me dijeron que llevaba tu collar en junio. Lo tiene ella, ¿verdad? —Más que una pregunta, era una afirmación.
—No, no lo tiene —replicó Jev, devolviéndole la mirada.
—Hubiera sido un plan genial —dijo Hank, pero como si no diera crédito a las palabras de Jev en absoluto—. No puedo torturarla para que me diga dónde está el collar: no sabe nada.
Rio, pero era una risa falsa.
—Eso sí que sería irónico. La única información que necesito está enterrada en un cerebro cuyos recuerdos he borrado —añadió.
—Es una pena.
Hank quitó la lona de la jaula con gesto teatral, empujó la jaula metálica hacia la luz con el pie y la base se arrastró por el suelo. Los cabellos de la chica le cubrían la cara, círculos negros le rodeaban los ojos, recorría el almacén con la mirada como si tratara de memorizar cada detalle de su prisión antes de que la lona volviera a cegarla.
—¿Y bien? —le preguntó Hank—. ¿Qué opinas, cielo? ¿Crees que encontraremos un collar de arcángel para ti a tiempo?
La chica se volvió hacia Jev y era evidente que lo reconocía. Sus manos apretaron los barrotes con tanta fuerza que su piel se volvió traslúcida. Gruñó una palabra, me pareció que dijo «traidor» y les lanzó una mirada a Hank y a Jev; acto seguido abrió la boca y soltó un alarido penetrante, tan violento que me lanzó hacia atrás. Mi cuerpo atravesó las paredes del almacén y volé a través de la oscuridad girando sobre mí misma. Sentí un retortijón en el estómago y las náuseas se apoderaron de mí.
Y luego me encontré tendida boca abajo en el arcén con las manos hundidas en la grava. Me incorporé hasta sentarme. La fragancia de los campos de maíz flotaba en el aire y se oía el zumbido de los insectos nocturnos. Todo volvía a ser exactamente como antes.
No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. ¿Diez minutos? ¿Media hora? Estaba empapada con sudor y esta vez me estremecí de frío.
—¿Jev? —exclamé con voz ronca.
Pero él había desaparecido.