43

Los días iban siendo más cortos, pero la noche parecía no llegar nunca. Cada minuto se alargaba de forma insoportable, cada segundo parecía durar una eternidad. Durante el tiempo que tardó la luz en desaparecer y dejar paso a la oscuridad, Carl no se movió. Yacía inmóvil en la cama, mirando hacia el techo. Emma se preguntaba si sería consciente de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, o si se habría quedado completamente ido y catatónico. Fuera como fuese, decidió que no quería molestarlo de nuevo. No se atrevía a correr el riesgo. Al menos, mientras siguiera así estaría tranquilo. Temía que si trataba de hablar con él o de moverlo pudiera reaccionar mal, y que su reacción pudiera provocar otra terrorífica respuesta de la enorme multitud fuera de la casa.

Tanto Emma como Michael habían conseguido empaquetar sus pocas pertenencias. Entre los dos habían hecho lo mismo con las cosas de Carl. Lo habían metido todo en bolsas de basura negras. Apilaron el equipaje en lo alto de la escalera, sin atreverse a bajar o a acercarse a la parte delantera de la casa por temor a que los viesen. No había ninguna forma fácil de llegar a las provisiones más importantes, almacenadas en la planta baja.

Salieron al rellano y se hablaron en susurros rápidos y ansiosos.

—¿Estás bien? —preguntó Michael.

Los ojos de Emma parecían cansados y asustados en la penumbra.

—Sí.

—¿Cómo está Carl?

—Sin cambios.

—Entonces, ¿se recuperará?

—No lo sé.

—Dios santo, tú eras la que estaba estudiando para médico.

—Vete a la mierda, esto va más allá de todo lo que he estudiado. Ni siquiera sé si yo voy a volver a estar bien nunca más, imagínate si lo sabré de cualquier otro.

—Lo siento.

—Olvídalo.

—¿Has metido muchas cosas?

—Mi ropa y algunas cosas más. ¿Y tú?

—Lo mismo. Pero tendremos que bajar y coger algunas de las cosas que hay empaquetadas en la cocina.

—¿Cómo vamos a hacerlo? Todas las ventanas son condenadamente grandes. No podemos ir a ningún sitio sin que nos vean desde fuera.

—Lo sé.

—Tendremos que irnos con lo que tenemos, ¿no te parece?

—Y creo que tendremos mucha suerte si conseguimos sacarlo todo.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer?

Michael se encogió de hombros.

—Ya encontraremos más cosas por ahí. Supongo que tendremos que empezar de nuevo en cualquier otro lugar. Volver a hacer lo que hicimos cuando llegamos aquí. Encontraremos algún sitio que parezca medio decente, nos organizaremos y saldremos a buscar provisiones.

—Pero ¿no volverá a ocurrir lo mismo?

—Probablemente.

Ésa no era la respuesta que Emma quería oír. Era lo que sabía que diría, pero había tenido la esperanza de que le diera un poco más de ánimos.

—Entonces, ¿cómo salimos? ¿Has pensado en eso?

Michael se volvió a encoger de hombros.

—Supongo que tendremos que hacerlo a la carrera. Levantaremos a Carl, cargaremos con las cosas y lo intentaremos. Tendremos que luchar para abrirnos paso.

—¿Crees que podemos conseguir?

Un tercer encogimiento de hombros, seguido de un silencio incómodo.

—No te lo podría decir —contestó Michael—. Probablemente. He visto cómo se iban algunos, pero otros muchos siguen llegando por el puente.

—No pueden entrar, ¿verdad?

—Tendríamos que tener muy mala suerte para que consiguieran entrar. Ahí abajo está todo cerrado y atrancado pero…

—Pero ¿qué?

—Pero son miles, Emma. El simple número puede causar daños.

—No creo que puedan forzar la entrada.

—Yo tampoco. Pero ayer a esta hora tampoco pensaba que pudieran atravesar la barrera…

—Pero no la han atravesado, los hemos dejado pasar.

—No importa, ¿no te parece? El hecho es que han pasado. De la misma forma que no importará cómo consigan entrar si consiguen entrar. No importará si rompen una ventana o si los dejamos pasar por la puerta principal. El hecho es que en cualquier caso estaremos completamente jodidos.

—¿Cuándo lo vamos a hacer, Mike?

—En cuanto podamos. Nos estaremos engañando si pensamos que vamos a ganar algo esperando.