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—Entonces, ¿sigues con la idea de irte esta noche? —preguntó Michael, forzándose a hablar.

Una hora después de regresar de Pennmyre, Carl seguía en el exterior, cargando y repostando la moto. Levantó la mirada y asintió.

—Me parece que sí.

—¿Estás seguro de querer correr ese riesgo?

Carl se encogió de hombros.

—Todos corremos riesgos hagamos lo que hagamos —contestó—. No creo que importe a estas alturas.

—Bueno, pues yo creo que te estás buscando problemas. Al menos tendrías que esperar hasta mañana cuando sea…

—No me pasará nada.

—Muy bien.

—Vale.

Michael se sentó en los escalones y miró alrededor del patio, comprobando con rapidez que la barrera siguiera en buen estado; después miró hacia arriba, espiando los árboles de los alrededores, escuchando cómo las gotas de agua de la lluvia de la mañana se deslizaban de hoja en hoja antes de caer al suelo.

—Mira —comenzó; sentía que tenía el deber de intentar de nuevo persuadir a Carl de que no se fuera—, ¿por qué no te das un par de días más y…?

Carl suspiró.

—Dios santo, también tú. Ya he tenido suficiente de esta mierda antes con Emma…

—No es mierda. Sólo estamos preocupados de…

—¿Preocupados de qué?

—Preocupados de que estés cometiendo un error. Hemos escuchado todo lo que has dicho sobre tu deseo de regresar al centro comunitario y comprendemos las razones por las que crees que debes ir, pero…

Carl dejó a un lado lo que estaba haciendo y miró a Michael.

—¿Pero…?

—Creo que estás confuso. Creo que has pasado por demasiado y te cuesta aceptarlo. No creo que seas capaz de tomar las decisiones correctas por el momento y…

—No soy un jodido lunático si es eso lo que estás pensando —le cortó Carl—, sé exactamente lo que estoy haciendo. Pero aquí no me siento seguro. Y antes de que lo digas, ya sé que no estamos seguros en ningún sitio, pero es evidente que yo tengo una sensación diferente a la vuestra sobre este lugar. Esa cosa que llamamos valla no me hace sentir mejor…

—Esa cosa que llamamos valla —replicó Michael enojado—, mantuvo a raya a miles de esos cabrones la pasada noche.

—Lo sé, pero hay millones ahí fuera. Al final, conseguirán pasar.

—No estoy de acuerdo.

—Podemos apostar algo ahora y regresaré el año que viene a ver cómo os va.

A Michael no le hizo gracia la supuesta broma de Carl.

—De acuerdo, aquí no estamos tan aislados como pensamos que lo estaríamos, pero ahora nos ha ido bastante bien, ¿no te parece?

—Mejor de lo que me hubiera imaginado —aceptó.

—Entonces, ¿por qué te vas ahora? Ahí fuera sólo vas a conseguir que te destripen.

Carl reflexionó durante un momento. Había tenido éxito ocultando a los otros sus verdaderos sentimientos durante la mayor parte de la última semana. La pareja había estado tan ocupada asegurando y protegiendo su preciosa torre de marfil que se habían olvidado de todo lo demás que era importante.

—Sobrevivir es importante —dijo en voz baja, con una voz repentinamente en calma—, pero necesitas una razón para hacerlo. No tiene sentido vivir si no tienes nada por lo que valga la pena hacerlo.

* * *

A las seis de la tarde Carl estaba listo para partir. Su moto, cargada con bolsas cuidadosamente empaquetadas, se encontraba cerca del portón de entrada. Vestido con el traje de cuero y las botas que le había cogido al cadáver de Pennmyre, y con el casco, que acababa de desinfectar en la mano, estaba ante la puerta principal de la casa con Emma y Michael. Ya estaba decidido. No había vuelta atrás y no tenía sentido retrasar lo inevitable.

—¿Listo? —preguntó Emma.

Carl asintió y tragó saliva. Tenía la boca seca. Era una noche desapacible con un viento racheado y cortante. Emma se subió la cremallera de la chaqueta de lana y hundió las manos en los bolsillos.

—Última vez que lo pregunto —dijo Michael, intentando hacerse oír por encima del viento—, ¿estás seguro de lo que haces?

Carl asintió de nuevo.

—Mejor ponerse en marcha —contestó, y se puso el casco, que le ocultaba el rostro.

—Abriré el portón —se ofreció Michael mientras se acercaba a la moto—. Empuja la moto hacia el otro lado y arráncala. En cuanto oiga el motor y vea que te alejas, cerraré, ¿de acuerdo?

Carl alzó una mano cubierta de cuero y levantó el pulgar para demostrar que había entendido. Echó una última mirada a Emma y la casa, y se subió a la moto. Levantó la pata con el pie y rodó hacia delante un par de metros de prueba. Michael abrió con cuidado los candados y levantó la barra de madera que aseguraba el portón.

—¿Preparado? —preguntó.

Carl estaba sentado en la moto, las manos agarrando con fuerza el manillar. Asintió. Michael empujó el portón con precaución hasta abrirlo. Carl hizo rodar de nuevo la moto hacia delante y se detuvo al otro lado del puente. Sólo había estado fuera durante unos segundos, pero ya había movimiento en los matorrales de alrededor. Tratando de calmar los nervios, Carl arrancó la moto. El motor resopló y cobró vida con un rugido que envió una nube de humo caliente hacia Michael. Cuando los primeros cadáveres emergieron de las sombras, Carl aceleró. Michael cerró rápidamente el portón, mientras observaban cómo Carl hacía girar la moto para esquivar un cuerpo que se había colocado en medio de su camino. Con manos temblorosas bajó la barra de madera, la colocó en su lugar y cerró cada uno de los pesados candados.

Emma estaba justo detrás de él. Michael se dio la vuelta y su inesperada cercanía le sobresaltó. Soltó aire y entonces, instintivamente, la agarró y la abrazó con fuerza. La calidez de su cuerpo era tranquilizadora. A pesar de todos sus esfuerzos, se sentía culpable por haber dejado ir a Carl.

El ruido de la moto pareció tardar una eternidad en perderse en la noche. Emma tembló al imaginarse el efecto que el ruido iba a tener en los restos lamentables de la población del mundo en ruinas que iba a atravesar Carl en su viaje. El rugido del motor y la luz del faro atraerían la atención de cientos, probablemente de miles de cuerpos, cada uno de los cuales iría tambaleándose hacia Carl hasta que éste desapareciera de su vista o de su oído. Pero en algún momento Carl tendrá que parar la moto. ¿Qué ocurrirá entonces? Prefería no pensar en ello.

Era una noche terriblemente fría.

Una vez que estuvieron seguros de que ya no podían oír el sonido distante de la motocicleta, Emma y Michael entraron y atrancaron la puerta de la casa a su espalda.