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Entre los tres, tardaron casi todo el día siguiente en completar la barrera alrededor de la casa. Trabajaron sin descanso; empezaron poco después de salir el sol y sólo pararon cuando estuvo terminada. Al ir oscureciendo, la tarea se fue haciendo más difícil. Carl, Michael y Emma se esforzaron individualmente para mantenerse centrados en la labor y tratar de olvidar el temor creciente que les traía la oscuridad. Durante todo el día, el generador había permanecido apagado. Siempre que era posible trabajaban bajo la seguridad de un manto de silencio.

A pesar de su aparente apatía anterior, Carl trabajó tan duro como los demás. Establecieron turnos de guardia con la escopeta y, de alguna forma, esa tarea resultó ser la más dura de todas. Emma nunca había tenido un arma en las manos y, aunque Carl le había explicado cómo apuntar y disparar, ella dudaba ser capaz de utilizarla si llegaba el momento. Pensamientos frustrantes y a menudo contradictorios le invadían la cabeza con una regularidad enfurecedora. Había llegado a despreciar a los cadáveres ambulantes que se arrastraban letárgicamente por los restos de su mundo. Ya estaban tan asquerosos, descompuestos y deshechos que le resultaba casi imposible aceptar que hasta hacía muy poco tiempo cada uno de ellos había sido un ser humano con nombre, vida e identidad. Y aun así, si alguno de ellos se cruzaba en su camino, se preguntaba si sería capaz de apretar el gatillo y derribarlo de un disparo. Ni siquiera estaba segura de que una bala produjera algún efecto. Había sido testigo de cómo esas criaturas habían sido machacadas y destrozadas más allá de cualquier límite, pero de alguna manera seguían funcionando, aparentemente insensibles al dolor que sus heridas y podredumbre les deberían haber provocado. Por mucho daño físico que se les infligiese, seguían adelante sin tomarlo en cuenta.

Durante las largas horas que habían permanecido en el exterior, sólo había aparecido un puñado de cuerpos. En cuanto detectaban cualquier movimiento, Michael, Carl y Emma dejaban caer las herramientas, se metían en la casa y esperaban hasta que las harapientas criaturas pasaran de largo o se distrajeran con otro sonido y se alejaran.

Michael estaba impresionado de su propia ingenuidad y adaptabilidad. Como había planeado, habían utilizado el arroyo como una barrera natural a un lado de la granja, reforzando la orilla opuesta con barro, piedras y cantos rodados de la corriente. Los graneros se habían convertido en parte integrante de la barricada al fondo del patio, y la alta puerta, que se abría hacia dentro, de uno de ellos la habían usado para crear un fuerte portón cerrado con candados, que bloqueaba el acceso al puente de piedra que cruzaba el arroyo. Dos grandes vigas atravesadas ofrecían una seguridad adicional para las horas que pasarían encerrados dentro de la casa. La uralita de los graneros había sido arrancada para proporcionar material adicional para construir y reforzar las zonas vitales. En los restos de los graneros, las vigas expuestas apuntaban hacia el cielo como las costillas de la carcasa de un animal.

En algunos puntos la barrera era poco más que una colección de obstáculos cuidadosamente colocados. Pilas de maquinaria de granja y sacos olvidados de productos químicos se amontonaron para crear una barricada, que esperaban que fuera impenetrable. Michael juzgó cada sección de la barrera según pudiera o no pasar al otro lado a través o por encima de ella. Si a él le costaba, entonces los cuerpos en descomposición seguramente no tendrían ninguna posibilidad.

Cuando el lunes llegaba a su fin y se acercaba la oscuridad de las primeras horas del martes, Michael aún se hallaba en el exterior comprobando y recomprobando que la barrera fuera segura. Cualquier cosa que encontrara y que no fueran a necesitar se colocó en la barricada para reforzarla o para aumentar su altura. Mientras trabajaba se le ocurrió pensar que había pasado exactamente una semana desde el inicio de la pesadilla. Los siete días más largos de su vida. En ese tiempo había experimentado más dolor, miedo, frustración y terror absoluto del que hubiera creído posible. No se permitió pensar en lo que le podría esperar al día siguiente.