24

—¿Qué demonios está pasando?

Michael cerró la puerta de un golpe y echó la llave. Emma se dejó caer contra la pared y se fue deslizando hasta el pie de la escalera y puso la cabeza con las manos, aún jadeando.

—Dios sabrá.

Carl empujó a un lado a Michael y miró a través de la pequeña ventana de vidrio de la puerta principal.

—Mierda, hay un montón ahí fuera, un maldito montón de esas cosas. Desde aquí puedo ver al menos diez.

Carl parecía estar cargado de adrenalina, dispuesto para la lucha.

—Tómatelo con calma, colega. Cálmate…

—Tendríamos que salir y deshacernos de ellos.

—Deberíamos quedarnos aquí y esperar a que se vayan —replicó Michael con rapidez.

—Pero…

—Pero nada. Quédate aquí.

Miró ansioso a Carl. Durante un segundo pareció que éste iba a salir. Se quedó junto a la puerta, pero no lo hizo. Aliviado, Michael se sentó en la escalera cerca de Emma.

—Han cambiado —comentó ésta con la cabeza aún baja—. No sé lo que ha ocurrido o por qué, pero han cambiado.

—Lo sé. Lo vi anoche mientras tú y Carl dormíais. Emma levantó la mirada.

—¿Qué ocurrió? ¿Qué viste?

—Salí a apagar el generador y había cuatro de ellos merodeando alrededor del cobertizo.

—No has dicho nada…

—No pensé que tuviera importancia, hasta ahora. En cualquier caso, en cuanto lo apagué, desaparecieron.

—No creo que vayan a acercarse más —comentó Carl, con la cara aún pegada al vidrio y sin prestar atención a su conversación—. Parece como si empezaran a irse.

—¿En qué dirección? —preguntó Michael.

—No estoy seguro. Hacia la parte trasera de la casa, creo.

—¿Hacia el generador?

—Pudiera ser.

—Entonces es eso, ¿no os parece? —intervino Emma.

—¿Es qué?

—El ruido, debe de ser eso. Están empezando a recuperar los sentidos.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué ahora? —preguntó Michael.

—No lo sé. ¿Recuerdas cómo se levantaron de repente y empezaron a moverse por ahí?

—Sí…

—Pues esto debe de ser lo mismo.

—¿De qué demonios estás hablando? —interrumpió Carl, prescindiendo finalmente de lo que estaba ocurriendo en el exterior.

—Quizá no estaban tan mal como pensamos al principio.

—Por Dios —rió Carl, que no podía creer lo que estaba oyendo—. No podían estar mucho peor, ¿o no? ¡Están muertos, por el amor de Dios!

—Lo sé, pero quizás una pequeña parte en su interior haya sobrevivido. Las únicas reacciones que hemos visto hasta ahora han sido básicas e instintivas. Me enseñaron que hay un bulto de gelatina justo en el centro del cerebro que puede ser el responsable de los instintos. Quizá sea esa parte la que ha sobrevivido.

—Pero anoche no me atacaron, ¿no? —le recordó Michael—. Pasé justo al lado de esos cabrones y…

—Quizá anoche sólo acababan de empezar a responder. Esto es algo gradual. Por lo que me has dicho parece posible que sólo lleven así unas pocas horas.

—Eso es una gilipollez —intervino Carl enfadado.

—Lo sé —admitió Emma—, pero si tienes una explicación mejor, estoy dispuesta a escucharla. Una mañana todo el mundo cae muerto. Unos días después, la mitad de ellos se levanta y empieza a andar por ahí de nuevo. Unos pocos días después empiezan a responder al mundo exterior, y los ojos y oídos empiezan a funcionarles de nuevo. Tienes toda la razón, Carl, es estúpido. Parece una gilipollez…

—Pero está pasando —intervino Michael—. No importa lo ridículo o descabellado que parezca, está ocurriendo ahí fuera.

—Lo sé, pero…

—Pero nada. Estos son los hechos y tenemos que enfrentarnos a ellos. Es tan simple como eso.

La conversación finalizó de repente, y la casa se sumió en un silencio de muerte. La falta de ruido inquietaba a Carl.

—Entonces, ¿por qué te atacó esa cosa? —preguntó; y miró directamente a Michael esperando una respuesta que sabía que el otro no le podía dar.

—Quizá no me atacó. Quizá sólo reaccionó ante mi presencia y se tiró sobre mí…

—Estoy segura de que a lo que primero responden es al sonido —dijo Emma—. Oyen algo y se vuelven hacia allí. Una vez que han visto lo que es, intentan acercarse.

—Eso tiene sentido…

—Nada tiene sentido —murmuró Carl.

Sin hacerle caso, Michael continuó.

—El ruido del generador la pasada noche, los disparos esta mañana…

—Así que lo único que tenemos que hacer es estar callados y que no nos vean —concluyó Emma.

—¿Y cómo demonios vamos a hacer eso? —exigió Carl, repentinamente furioso—. ¿De dónde vamos a sacar un coche silencioso? ¿Qué se supone que vamos a hacer? ¿Salir a buscar comida en unas putas bicicletas? ¿Vistiendo putas chaquetas de camuflaje?

—Cállate —intervino Michael, con voz tranquila y firme—. Tienes que intentar vivir con esto, Carl.

—No me des lecciones, cabrón.

—Mirad —comenzó Emma mientras se levantaba con rapidez y se interponía entre los dos hombres—, ¿queréis callaros los dos? Carl, es como dice Michael, no tenemos más alternativa que vivir con esto lo mejor que podamos…

—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Carl un poco más calmado, pero la voz aún le temblaba con una mezcla proporcional de rabia impulsada por la adrenalina y miedo.

—Tenemos que conseguir más provisiones —respondió Michael—. Si se están volviendo más conscientes, entonces creo que debemos salir ahora mismo y conseguir tanto material como podamos transportar. Después deberíamos regresar aquí y escondernos durante un tiempo.

—¿Y cuánto va a durar eso? —preguntó Carl, que empezaba a recobrar de nuevo el empuje—. ¿Una semana? ¿Dos semanas? ¿Un mes? ¿Diez putos años…?

—No lo sé. ¿Quieres dejar de ser tan gilipollas y controlarte…?

—¡Callad! —chilló Emma, silenciándolos inmediatamente a los dos—. Por el amor de Dios, si ninguno puede decir nada sin discutir entonces más vale que no digáis nada en absoluto.

—Lo siento —respondió Michael arrepentido; se pasó los dedos por el cabello apelmazado y después se masajeó las sienes.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Emma.

En lugar de seguir tomando parte en una conversación cada vez más difícil, Carl se dio la vuelta y se fue.

—¿Adónde vas? Carl, vuelve. Necesitamos hablar de esto…

A mitad de la escalera, Carl se detuvo y miró a Emma volviendo la cabeza.

—¿Qué queda por hablar? ¿Cuál es el tema?

—El tema es que tenemos que hacer algo ya —respondió Michael—. No sabemos qué será lo siguiente, ¿no? Mañana las cosas pueden ser cien veces peores.

—Tiene razón —asintió Emma—. Tenemos suficientes cosas para que nos duren un par de días, pero necesitamos poder mantenernos durante semanas. Creo que debemos salir ahora y atrincherarnos en el interior cuando regresemos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Carl; se había sentado en el escalón en el que se había parado—. No quiero encerrarme aquí…

—Quizá no tengamos que hacerlo —explicó Michael—. Quizá podríamos intentarlo de otra forma, aislando la granja del exterior.

—¿Y cómo se supone que lo vamos a hacer? —preguntó Emma.

—Construyendo una valla —contestó él.

—Tendrá que ser una valla la hostia de fuerte —añadió Carl.

—Entonces construiremos una valla la hostia de fuerte. Conseguiremos todos los materiales que necesitemos y podremos empezar. Acéptalo, no vamos a encontrar un lugar mejor que éste para estar. Necesitamos protegerlo.

—Necesitamos protegernos a nosotros mismos —lo corrigió Emma.

—Vamos —dijo mientras cogía las llaves de la furgoneta de un gancho que había en la pared junto a la puerta principal.

—¿Ahora? —preguntó Carl.

—Ahora —contestó Michael.

Michael abrió la puerta y fue hacia la furgoneta; sólo se detuvo para recoger la escopeta, que Carl había dejado tirada en el patio delantero de la casa.