7

Se había acabado la electricidad. Cuando Jeffries fue a encender las luces, no pasó nada. Michael apretó la cara contra una de las ventanas y vio que las farolas de la calle también estaban apagadas. Sabían que ocurriría tarde o temprano, pero todos habían tenido la esperanza de que hubiera sido tarde. Mucho más tarde.

Carl volvió con los demás y los encontró sentados en un solo grupo en un rincón de la sala; al parecer la oscuridad había logrado juntarlos por primera vez. Unos estaban sentados en sillas o bancos; otros se habían acuclillado sobre el duro suelo de linóleo. El grupo se reunía alrededor de una única y pálida lámpara de gas, y un rápido recuento de las cabezas que podía ver reveló a Carl que él era el único ausente. Algunos lo miraron mientras se acercaba. De repente se sintió incómodo, aunque sabía que no había ninguna razón para preocuparse, y fue a sentarse en el extremo más cercano del grupo, entre dos mujeres. Llevaba la mayor parte del día atrapado en ese edificio con ellos y aun así ni siquiera conocía sus nombres. Sabía muy poco sobre ellos, y ellos sabían muy poco sobre él. Aunque necesitara su cercanía y su contacto, encontró que, curiosamente, esa distancia se agradecía.

Un hombre llamado Ralph estaba intentando dirigirse al grupo. Por sus modales, y por la forma precisa y razonada en que hablaba, Carl supuso que debía de haber sido abogado o notario hasta el día anterior por la mañana, cuando el mundo se había vuelto del revés.

—Lo que debemos hacer —decía Ralph con claridad, con precisión y con lenta consideración— es establecer algún tipo de orden aquí antes de pensar en explorar el exterior.

—¿Por qué? —preguntó alguien desde el otro lado del grupo—. ¿Por qué necesitamos poner orden?

—Necesitamos saber a quién y qué tenemos aquí.

—¿Por qué? —volvió a preguntar la voz—. Fuera podemos conseguir todo lo que necesitemos. No deberíamos perder el tiempo aquí dentro, sólo hay que salir y seguir adelante.

La seguridad de Ralph era claramente una fachada profesional y, ante las primeras muestras de resistencia, se removió incómodo. Con la punta del dedo se subió las gafas de montura de pasta hasta lo alto de la nariz y respiró hondo.

—Ésa no es una buena idea. Mira, creo que nuestra seguridad personal debe ser nuestra principal preocupación y después…

—Estoy de acuerdo —volvió a interrumpir la voz—. Pero ¿por qué quedarnos aquí? Hay miles de sitios mejores adonde ir, ¿por qué seguir aquí? ¿Qué hace que estés más seguro aquí que tendido entre los dos carriles de Stanhope Road?

Carl cambió de lugar para poder ver entre la masa de cabezas y cuerpos, e identificar al que hablaba. Se trataba de Michael, el tipo que había cocinado la sopa a primera hora.

—Pero no sabemos lo que va a ocurrir ahí fuera… —empezó Ralph.

—Y en cualquier caso tendremos que salir de aquí, en eso estarás de acuerdo, ¿no? —balbuceó Ralph y volvió a subirse las gafas.

—Sí, pero…

—Mira, Ralph, no estoy intentando hacer esto más difícil de lo que ya lo es, pero no vamos a ganar nada si nos quedamos aquí sentados.

Ralph no pudo responder. A Carl le resultaba evidente que no quería salir precisamente por las mismas razones que Stuart Jeffries había admitido antes. Ambos estaban aterrorizados.

—Podríamos salir y buscar a más gente —dijo Ralph, vacilante—, pero aquí tenemos un refugio que es seguro y…

—Y frío y sucio e incómodo —añadió Carl con rapidez.

—De acuerdo, no es lo ideal pero…

—Pero ¿qué? —presionó Michael—. Me parece que en estos momentos podemos meternos en cualquier sitio y coger cualquier cosa que queramos.

La sala se sumió en un silencio inquietante. Ralph se levantó de repente, se plantó muy tieso y se ajustó las gafas. Creía haber encontrado una razón que justificase su permanencia allí.

—Pero ¿qué pasa con la música y el fuego? —preguntó mucho más animado—. Stuart y Jack consiguieron traernos a todos aquí al encender la hoguera y poner la música. Si lo volvemos a hacer, podríamos encontrar a más supervivientes. Quizá en estos momentos haya personas viniendo hacia aquí.

—No lo creo —replicó Michael—. Después de mí no ha llegado nadie. Si alguien más hubiera oído la música, ya estaría aquí. Estoy de acuerdo con lo que estás diciendo, pero, de nuevo, ¿por qué aquí? ¿Por qué no buscamos algo mejor para refugiarnos, nos organizamos allí y encendemos una hoguera condenadamente grande donde más gente tenga la oportunidad de verla?

Carl estuvo de acuerdo.

—Tiene razón. Deberíamos tener un faro o algo por el estilo, pero primero busquemos un sitio donde estar seguros.

—Una nueva hoguera en algún otro sitio la vería mucha más gente, ¿no es cierto? —preguntó Sandra Goodwin, una ama de casa de cincuenta y un años—. ¿Y no es eso lo que queremos?

—La cuestión crucial —intervino Michael, cambiando el tono y alzando un poco la voz, con lo que, de repente, todos se volvieron hacia él y le prestaron atención— es que primero tenemos que cuidar de nosotros mismos, y después empezar a pensar en cualquier otro que pueda seguir vivo.

—Pero ¿no tendríamos que empezar por encontrar a otros supervivientes? —preguntó alguien.

—No creo que debamos hacerlo —contestó Michael—. Estoy de acuerdo con que debemos tener un faro o algo por el estilo, pero aún no tiene sentido que perdamos el tiempo buscando activamente a otras personas. Si hay otros, entonces ellos tienen muchas más posibilidades de encontrarnos a nosotros que nosotros a ellos.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Sandra.

—Cuestión de lógica. ¿Alguien sabe cuántas personas vivían en esta ciudad?

—Alrededor de un cuarto de millón. Doscientas mil o algo por el estilo —respondió alguien.

—Y sólo veintiséis estamos aquí.

—¿En consecuencia? —preguntó Ralph, que parecía cada vez más incómodo e intentaba desesperadamente recuperar el control de la conversación.

—¿Qué es lo que te dicen esas cifras?

Ralph se encogió de hombros.

—A mí me dicen —prosiguió Michael—, que buscar a alguien más sería como buscar una aguja en un pajar.

Carl asintió, completamente de acuerdo, y tomó el hilo donde lo había dejado Michael.

—Ahí fuera no hay nada —empezó, mientras iba contemplando, de izquierda a derecha, los rostros reunidos a su alrededor. Miró al otro lado de la sala y cruzó una rápida mirada con Michael—. Las únicas personas que he visto moverse desde que comenzó todo esto están sentadas aquí. No sabemos el alcance de lo que ha pasado. Podríamos ser los únicos que quedan…

Ralph lo interrumpió.

—Deja de hablar así. No le hacemos ningún bien a nadie diciendo esas cosas…

Michael volvió a tomar la palabra.

—Desde que empezó esto, ¿alguien ha oído pasar un avión o un helicóptero?

No hubo respuesta.

—El aeropuerto se encuentra a unos ocho kilómetros al sur de aquí; si estuviera volando algún avión, lo habríamos oído. Hay una estación de ferrocarriles que enlaza la ciudad con el aeropuerto y las vías corren al otro lado de Stanhope Road. ¿Alguien ha oído algún tren?

Silencio.

—Si ésta fuera la única región afectada —continuó—, sería lógico pensar que habrían venido a ayudarnos.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó en voz baja un hombre llamado Tim, no muy seguro de querer oír la respuesta.

Michael se encogió de hombros.

—Supongo que intento decir que se trata de un desastre nacional, como mínimo. La falta de tráfico aéreo me hace pensar que puede ser mucho peor que eso.

Un incómodo murmullo recorrió todo el grupo.

—Michael tiene razón —intervino Emma—. Esta cosa se propaga a gran velocidad. No hay forma de saber qué zonas se habrán visto afectadas. Todo ocurrió tan rápido que dudo que se haya podido hacer algo para detener su expansión antes de que fuera demasiado tarde.

—Pero tal vez esta zona esté demasiado infectada para entrar en ella —replicó Tim, con voz tensa y asustada—. Podrían haber aislado Northwich.

—Podrían —asintió Michael—, pero no me parece demasiado probable, ¿no crees? Habríamos oído algo.

Tim no dijo nada.

—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó una voz vacilante desde el centro del grupo.

—Creo que deberíamos marcharnos de aquí —propuso Michael—. Mirad, sólo estoy pensando en mí, y vosotros deberíais hacer lo mismo. No estoy dispuesto a quedarme sentado aquí y esperar una ayuda que estoy bastante seguro de que nunca va a llegar. No quiero quedarme atrapado aquí durante días rodeado de miles de cadáveres. Quiero salir.