Miles de millones murieron en menos de veinticuatro horas.
William Price fue uno de los primeros.
Hacía menos de un minuto que se había levantado de la cama cuando empezó todo. Mientras bajaba la escalera sintió las primeras y dolorosas punzadas en el interior de la boca y en el fondo de la garganta. Cuando llegó junto a su esposa en la sala de estar ya no podía respirar.
El virus le provocó que los tejidos de la garganta se le hinchasen con una rapidez sorprendente. Menos de cuarenta segundos después de la infección inicial, la hinchazón casi le había bloqueado por completo la tráquea. Mientras trataba de tomar aire, los tejidos hinchados empezaron a romperse y a sangrar. Comenzó a ahogarse con la sangre que le bajaba por el interior de la tráquea.
Su esposa intentó ayudarlo, pero lo único que pudo hacer fue cogerlo mientras él caía al suelo. Durante una fracción de segundo, ella fue consciente de que el cuerpo de su esposo empezaba a contorsionarse y sacudirse pero para entonces ella también estaba infectada.
Menos de cuatro minutos después de la infección, William Price estaba muerto. Treinta segundos más y su esposa también estaba muerta. Otro minuto y toda la calle quedó en silencio.