Capítulo 34

Entramos por la puerta del ático fundidos en un apasionado abrazo. Llevo todo el día esperándolo. Estoy a punto de explotar de deseo. Lo necesito dentro de mí, ya.

Me quita el bolso del hombro y lo tira al suelo, me coge por la cintura y me levanta para que rodee la suya con las piernas. Camina hacia la cocina, pulsa un par de botones del mando a distancia y Running up that Hill de Placebo inunda mis oídos rápidamente y aumenta la desesperación con la que lo necesito. Es un hombre de palabra.

—Te quiero en la cama —me dice con urgencia, y sube la escalera a una velocidad alarmante.

Me quito las bailarinas por el camino para que, al llegar arriba, tardemos menos en librarnos de la ropa. Abre la puerta del dormitorio principal de una patada y me deja a los pies de la cama.

—Date la vuelta —dice con ternura. Hago lo que me dice y le doy acceso a la espalda de mi vestido—. Por favor, dime que llevas ropa interior de encaje —suplica mientras me lo desabrocho—. Te necesito vestida de encaje.

—Es de encaje —confirmo con tranquilidad. Últimamente no me pongo otra cosa. Suelta un largo suspiro de alivio, me quita el vestido por la cabeza y lo deja caer al suelo.

Me vuelvo para verle la cara. Tiene la boca relajada y los ojos entrecerrados. Está tan desesperado como yo. Acerca la mano y, despacio, me baja una copa del sujetador rozando el pezón con los nudillos. El corazón se me dispara en el pecho. Está cariñoso, me encanta el Jesse cariñoso.

Se lleva las manos a la espalda, agarra su camiseta y se la quita por la cabeza. Está en tan buena forma que cada vez que veo su cuerpo jadeo. No tiene un gramo de grasa.

—¿Lo has pasado bien hoy? —me pregunta. No me toca, se limita a quedarse ahí, delante de mí, quitándose los zapatos. Mentalmente le suplico que se dé prisa. ¿Quiere ponerse a charlar ahora?

—Ha sido un día encantador —le digo, e intento ignorar lo mejor que puedo el ritmo apasionado de la música que nos envuelve, especialmente si ha decidido que vamos a pasar un ratito charlando.

—Yo también lo he disfrutado mucho. —Está serio y pensativo. No sé cómo tomármelo—. ¿Quieres que lo hagamos aún mejor?

Ay, Dios.

—Sí —jadeo.

—Ven aquí.

Esta vez no va a ser necesaria una cuenta atrás. Doy un paso adelante, le pongo las manos en el pecho de acero y levanto la cabeza para buscar su mirada. Pasamos unos instantes en silencio, contemplándolos, antes de que sus labios tomen los míos y me catapulten al instante al séptimo cielo de Jesse, mi lugar favorito del universo.

Gimo y traslado las manos hacia su pelo. Me agarro a él cuando me levanta y me apoya contra su cuerpo. Nuestras lenguas enredadas se acarician despacio. Me lleva a la cama, se tumba encima de mí y me coloca las manos por encima de la cabeza. No me las sujeta, pero sé que es donde tienen que quedarse.

Abandona mi boca y se sienta. Me deja acalorada, aturdida y jadeante.

Me mira y veo los engranajes de su maravillosa mente trabajando a toda máquina. Quiero saber qué está pensando. Hace días que se pone pensativo de repente.

—Podría quedarme aquí sentado todo el día viendo cómo te arqueas y revuelves con mis caricias —murmura mientras juega con mi pecho. Después baja la otra copa y le dedica a éste las mismas atenciones que al primero.

Se me endurecen los pezones. Los pellizca y estira con los dedos, atento a sus movimientos, que me están volviendo loca. Tiene los labios húmedos, la boca entreabierta. ¡La quiero en mi cuerpo ya!

—No te muevas. —Se levanta de la cama y, ya de paso, me quita las bragas.

Gimoteo un poco al dejar de sentir su peso sobre mí. ¿Adónde va? Lo veo desabrocharse la bragueta de los vaqueros, bajárselos y quitárselos de un puntapié, sin prisa. Luego se saca los bóxeres. Aprieto las piernas con fuerza para controlar el pálpito sordo de mi vientre, que al verlo desnudo ha aumentado en intensidad y frecuencia. Tiene un cuerpo espectacular. Vuelve a la cama, me abre las piernas y me pasa la lengua directamente por el centro del sexo.

—¡Dios, Dios, Dios! —Me cubro la cara con las palmas de las manos y me clavo los dientes en ellas cuando me mete la lengua, la saca y traza lentamente mi circunferencia con ella antes de volver a meterla. Creo que voy a desmayarme.

Empiezo a rotar las caderas siguiendo su ritmo, en busca de más fricción. Me presiona el vientre con la palma de la mano para evitar que me arquee debajo de él. ¿Por qué iba a salir huyendo de él? De todas las estupideces que podría hacer, huir de este hombre se llevaría la medalla de oro.

Levanta la boca y envía una corriente de aire fresco por mi piel antes de volver a su inexorable patrón de tortuoso placer. Cuando comienzo a mover la cabeza de un lado a otro e intento cogerlo del pelo, aumenta la presión y exploto a su alrededor, levantando las caderas en un acto reflejo y exhalando un grito desesperado. Cierra la boca sobre mi sexo y succiona literalmente cada pulsación que sale de mí. Tiemblo como una hoja y arqueo la espalda todo lo que da de sí.

Jesse gime de pura satisfacción.

—Hummm, noto cómo palpitas contra mi lengua, nena.

No puedo ni hablar. La influencia que tiene sobre mi cuerpo es extraordinaria. No creo que yo sea débil, creo que él es demasiado poderoso, está claro que es él quien tiene el poder.

Mi pobre corazón empieza a calmarse y yo le paso los dedos por el pelo mientras disfruto de las atenciones de su boca, que me besa con ternura, me muerde y me chupa la cara interior de los muslos. Estamos haciendo el amor con ternura, pero es imposible saber lo que va a durar. No voy a intentar engañarme a mí misma y convencerme de que no va a decirme nada más de la desobediencia de anoche. Pero ahora mismo me doy por satisfecha con estar aquí tumbada, con Jesse acariciándome y besándome entre las piernas, hasta que él quiera. Y ésa es otra cosa que se hace siempre de acuerdo con sus condiciones.

Cierra los dientes con suavidad sobre mi clítoris y me estremezco. Oigo su risa y traza un camino ascendente de besos por mi cuerpo hasta que encuentra mis labios y comparte conmigo mi orgasmo. Aprieta sus labios suaves contra los míos sin dejar de mirarme. Le pongo los brazos sobre los hombros y acepto su peso cuando entierra la cara en mi cuello y suspira. Su excitación es tremenda y palpita contra mi muslo. Muevo la cadera para que quede justo en mi abertura.

—Me cabreas hasta la locura, señorita —susurra en mi cuello. Levanta las caderas introduciéndose despacio en mí, con un gemido ahogado. Yo también gimo y aprieto todos y cada uno de mis músculos a su alrededor—. Por favor, no vuelvas a hacerlo.

Me busca la pierna y desliza el brazo bajo mi rodilla. Tira de ella para colocársela encima del hombro y luego apoya la parte superior del torso en los antebrazos. Lentamente, se retira y vuelve a entrar mientras me mira fijamente.

—Lo siento —susurro con los dedos enredados en su pelo.

Vuelve a salir y a continuación empuja con un gemido.

—Ava, todo lo que hago, lo hago para protegerte y mantenerme cuerdo. Por favor, hazme caso.

Gimo al recibir otra embestida deliciosa y profunda.

—Lo haré —confirmo, pero soy consciente de que estoy desbordada de placer y de que, una vez más, puede hacerme decir lo que quiera. No necesito que me protejan, excepto de él, tal vez.

Me mira.

—Te necesito. —Parece abatido, y eso me deja fuera de juego—. Te necesito de verdad, nena.

Estoy atontada de placer, me ha engullido por completo, pero no puede seguir diciendo esas cosas así como así, al menos no sin aclarármelas. Me tiene hecha un lío con tanto mensaje en clave. ¿Es que confunde necesitar con desear? Yo he ido más allá del deseo y me da un poco de miedo haberme adentrado en el territorio de necesitar de verdad a este hombre.

—¿Por qué me necesitas? —Tengo la voz ronca y áspera.

—Te necesito y ya está. No me dejes, por favor. —Vuelve a sumergirse en mí, lo que provoca un gemido mutuo.

—Dímelo —gruño, y aprieto sus hombros con fuerza, aunque me aseguro de sostenerle la mirada. Quiero algo más que sus acertijos liosos. Las aguas superficiales se están enturbiando.

—Acéptalo y bésame. —Lo miro, dividida entre mi cuerpo, que lo necesita, y mi mente, que lo que necesita es información. Entra y sale de mí sin prisa, a un ritmo de ensueño que hace que la exquisita presión vuelva a acumularse gradualmente. No puedo controlarlo—. Bésame, Ava.

Mi cuerpo gana, acerco su cara a la mía y lo beso, venero su maravillosa boca mientras él se hunde en mí y vuelve a salir rotando las caderas. La tensión mecánica de mi cuerpo entra en acción cuando alcanzo el punto álgido del placer y empiezo a temblar al borde de la liberación. Se me escapa el aire en jadeos cortos y punzantes, pero intento controlar mi inminente orgasmo.

—Aún no, nena —me advierte con dulzura, y aprieta con fuerza en su embestida.

¿Cómo lo sabe? Me concentro todo lo que puedo, pero con esta música y con Jesse besándome con tanta delicadeza la verdad es que va a costarme. Le clavo los dedos en la espalda, una señal sin palabras de que estoy al borde del precipicio. Gruñe, me muerde el labio y empuja hacia adelante.

—Juntos —masculla contra mi boca. Asiento y aumenta la intensidad de sus arremetidas para acercarnos a ambos al éxtasis supremo. Mantiene el control y la precisión de sus embestidas.

—Ya casi estoy, nena —gime.

—¡Jesse!

—Aguanta, aguanta un poco —dice con suavidad, y me la clava una vez más ejecutando una rotación tan profunda con las caderas que me resulta deliciosamente dolorosa. Se adentra en mí cuanto puede.

Los dos gritamos.

—Ahora, Ava.

Sale y vuelve a entrar, más fuerte.

Me libero. Noto que palpita y tiembla dentro de mí mientras ambos engullimos los gemidos del otro y nos entregamos al placer. Descendemos en una caída apacible y pausada hacia la nada. Mis músculos se estremecen en torno a su pene palpitante y el corazón me late con fuerza en el pecho.

Lo beso con adoración mientras se relaja, aún con mi pierna por encima del hombro y apretándose contra mí, soltando todo lo que tiene, gimiendo de placer puro y duro.

Una molesta invasión de lágrimas se apodera de mis ojos y lucho con todas mis fuerzas para evitar que se derramen y estropeen el momento. Él sigue aceptando mis besos devotos y devuelve a mi lengua, lenta y ávida, una caricia con otra. Estoy intentando decirle algo con este beso. Necesito desesperadamente que lo entienda.

«¡Te quiero!»

Se aparta, deshace nuestro beso y me mira con el ceño fruncido.

—¿Qué ocurre, Ava? —me pregunta con cariño y la voz llena de preocupación.

—Nada —respondo demasiado de prisa. Maldigo mentalmente a mi dichosa mano por ponerse tensa en su nuca. Busca en mis ojos y dejo escapar un suspiro—. ¿Qué es esto? —le pregunto. Sigue moviéndose lentamente dentro de mí.

—¿Qué es qué? —Su tono denota confusión. Estoy enfadada conmigo misma por haber abierto la bocaza.

—Me refiero a ti y a mí. —De repente, me siento idiota y quiero esconderme bajo las sábanas.

Su mirada se torna más dulce y mueve las caderas despacio.

—Somos sólo tú y yo —dice tan tranquilo, como si fuera algo muy sencillo. Me besa con suavidad y me suelta la pierna—. ¿Estás bien?

«No, estoy hecha una mierda».

—Sí —contesto con un tono más cortante del que pretendía. ¿Es tan insensible este hombre que no ve a una mujer enamorada ni cuando la tiene debajo? Tú y yo, yo y tú, eso está más claro que el agua. No veo a nadie más en la cama con nosotros. Me retuerzo debajo de él y entrecierra sus ojos pantanosos—. Necesito hacer pis. —Intento decirlo como si no estuviera cabreada. Fracaso estrepitosamente.

Se muerde el labio inferior y me mira con recelo, pero se aparta y, con no mucho entusiasmo, me libera de su peso. Me llevo la mano a la espalda para desabrocharme el sujetador de camino al cuarto de baño y cierro la puerta al entrar.

¿Por qué no soy capaz de decirlo? Necesito liberar a mi boca de las palabras que me causan esta maldita agonía. Mentalmente, me pego patadas en mi patético culo por todo el baño de lujo, meto la cabeza en el retrete y tiro de la cisterna. Me siento para hacer pis. Soy una perdedora. Seguro que sabe cómo me siento. Me echo a los pies de este hombre como una esclava, le entrego mi mente y mi cuerpo en cuanto chasquea los dedos. No me creo, ni por un segundo, que no haya visto todas las señales.

Termino y me coloco desnuda delante del espejo. Contemplo mi reflejo. Tengo los ojos marrones brillantes otra vez y la piel aceitunada fresca y limpia. Me apoyo en el lavabo doble y dejo escapar un largo suspiro. No tenía planeado estar en esta situación, pero aquí estoy. Este hombre ha arrasado conmigo en todos los sentidos y estoy peligrosamente cerca de que me rompa el corazón. La idea de vivir sin él… Me llevo la mano al pecho. La sola idea de vivir sin él me constriñe el corazón. A pesar de lo difícil que es, estoy enamorada sin remedio. Así son las cosas.

Me sobresalto cuando se abre la puerta y entra, desnudo, impresionante y glorioso. Se pone detrás de mí y me coloca las manos en la cintura y la barbilla en el hombro. Nuestras miradas no se separan en una eternidad.

—¿No habíamos hecho las paces? —pregunta frunciendo un poco sus hermosas cejas.

—Sí. —Me encojo de hombros.

Esperaba una retribución mayor que la que acabo de recibir. Sí, cortó en pedacitos el vestido tabú pero, con todo y con eso, hoy ha sido bastante razonable. Es curioso que pueda reducir la masacre de prendas a algo «bastante razonable».

—Entonces ¿por qué estás enfurruñada?

«¡Porque eres un insensible!»

—No estoy enfurruñada —digo un pelín demasiado ofendida. Joder, está claro que sí.

Sacude la cabeza y suelta un largo suspiro de cansancio. ¿De qué está tan cansado? Menea las caderas contra mi trasero. Se ha puesto duro otra vez. Va a distraerme de mis cavilaciones con su manipulación sexual y exigente. Lo sé.

—Ava, eres la mujer más frustrante que he conocido —gruñe. Abro los ojos como platos. Pero ¡qué morro tiene! ¿Considera que yo soy frustrante? Cierra la boca en mi cuello y su calor penetra en mí—. ¿Me estás ocultando algo a propósito, señorita?

—No —susurro.

¿De qué habla? Nunca me he guardado nada con él. Me entrego a él sin reservas y siempre de buena gana. A veces hace falta un poco de dulce persuasión, pero al final consigue lo que quiere una y otra vez. ¿Que qué me estoy guardando?

Empieza a pasarme la palma de la mano, arriba y abajo, entre los muslos. Es la fricción perfecta al ritmo perfecto. Le sostengo la mirada en el espejo. Mierda, lo estoy deseando otra vez. Echo la cabeza hacia atrás y le ofrezco mi cuello. Su boca traza un sendero por la columna de mi garganta y me rodea el nacimiento de la oreja, esa zona tan sensible.

—¿Lo deseas de nuevo? —me tienta mientras me lame la oreja sin parar de acariciarme el sexo.

—Te necesito.

—Nena, no sabes lo feliz que me hacen esas palabras. ¿Siempre?

—Siempre —confirmo.

Gruñe de aprobación.

—Joder, necesito estar dentro de ti.

Tira de mis caderas hacia él y se coloca en mi entrada antes de clavarse en mi interior con un grito ensordecedor que resuena en el amplio cuarto de baño.

—Ah, ¡mierda, Jesse! —Me sujeto al lavabo doble preparándome para el ataque.

Me embiste.

—¡Esa… boca!

Me somete a una ráfaga desesperada e incesante de estocadas de castigo y grita como un poseso mientras tira de mí y me penetra hasta profundidades insoportables. La cabeza me da vueltas, mi cuerpo no puede más y estoy fuera de mí, colocada con la droga más placentera, intensa y poderosa: don Difícil en persona. Dejo caer la cabeza.

«¡Dios, coño, jodeeeer!»

Me coge de los hombros.

—¡Mírame! —me grita, y se clava en mí para enfatizar su orden.

Cojo aire con dificultad, consigo levantar la cabeza y miro su reflejo, pero me cuesta enfocarlo. Me empuja con mucha fuerza hacia adelante, y mis brazos a duras penas me sostienen cuando me golpea el culo con las caderas entre continuos rugidos. La arruga de su frente es muy profunda y tiene los músculos del cuello tensos. El señor del sexo, brutal y exigente, ha vuelto.

—Nunca vas a guardarte nada, ¿verdad, Ava? —me ladra con esfuerzo entre dientes.

—¡No!

—Porque no vas a dejarme nunca, ¿verdad?

Ya estamos otra vez. Tanto hablar en clave mientras lo hacemos me machaca el cerebro más que el asalto que está soportando mi cuerpo.

—¿Y adónde coño iba a irme? —grito de frustración al recibir otra estocada despiadada.

—¡Esa boca! —ruge—. ¡Dilo, Ava!

—¡Dios! —grito. Me fallan las rodillas y él mueve rápidamente las manos hacia mi cintura para sujetarme.

Mi mundo se queda en silencio cuando cabalgo la vibración de olas de placer que se han disparado en mí con tanta fuerza que creo que el corazón ha dejado de latirme del susto.

—¡Jesús! —Se desploma en el suelo y se tumba de espaldas para que pueda echarme sobre él, yo con la espalda apoyada en su pecho y él con los brazos en cruz.

Me hace ascender y descender al respirar.

Tengo la mente nublada, hecha un revoltijo, y mi pobre cuerpo se pregunta qué coño acaba de pasar. Ha sido el polvo de hacerme entrar en razón por antonomasia. Pero ¿con qué propósito?

—Estoy jo… —me callo antes de ganarme otra reprimenda, pero aun así me hunde los dedos en el hueco de las cosquillas.

—¡Eh! —protesto. He suprimido el impulso. Vamos mejorando.

Me envuelve entre sus brazos e inhala en mi cuello.

—No lo has dicho.

—¿El qué? ¿Que no voy a dejarte? No voy a dejarte. ¿Contento?

—Sí, pero no me refería a eso.

—¿Y a qué te referías?

Resopla con fuerza en mi oreja.

—No importa. ¿Quieres repetir?

Se me entrecorta la respiración. Está de broma, ¿no? Sé que no voy a ser capaz de decir que no, para empezar porque él no va a dejarme, pero ¿va en serio? Noto la leve sacudida de una carcajada ahogada debajo de mí.

—Por supuesto. No me canso de ti —digo con la voz seria y firme.

Se queda petrificado debajo de mí, pero me abraza con más fuerza.

—Me alegro, a mí me pasa lo mismo. Pero mi corazón ya ha sufrido bastante las últimas veinticuatro horas con tu desobediencia y tu rebeldía. No sé si podrá resistir mucho más.

Ya estamos otra vez: desobediencia. ¡Don Controlador!

—Debe de ser la edad —murmuro.

—Oiga, señorita. —Se da la vuelta y yo acabo sobre el suelo del cuarto de baño y él encima de mí. Me muerde la oreja y susurra—: Mi edad no tiene nada que ver. —Vuelve a morderme la oreja y me revuelvo debajo de él—. ¡Eres tú! —dice con tono acusador y haciéndome cosquillas.

—¡No! —grito y hago un intento inútil por escapar—. ¡Vale, me rindo!

—Ya me gustaría —refunfuña, y me suelta.

—Vejestorio —digo con una sonrisa.

Me pone de pie a la velocidad de la luz y me empuja contra la pared. Me sujeta los brazos por encima de la cabeza. Me muerdo los labios para contener la risa. Entorna los ojos, fiero.

—Prefiero que me llames dios —me notifica con un beso de los que te paran el corazón, y me presiona con el cuerpo para hacerme subir por la pared.

—Puedes ser mi dios.

—Señorita, de verdad que no me canso de ti.

Sonrío.

—Eso está bien.

—Eres mi seductora suprema.

Me recorre la cara con los labios y suspiro contra su piel.

—¿Tienes hambre? —pregunta.

—Sí. —Estoy famélica.

Me coge en brazos, camina hacia el lavabo doble y me sienta en él.

—Ya te he follado y ahora voy a alimentarte.

Frunzo el ceño ante su falta de tacto. ¿Por qué no dice que me ha hecho el amor y que ahora va a prepararme la cena?

Me deja en el lavabo y abre el grifo de la ducha. Empiezo a soñar despierta al ver cómo se tensan y relajan con sus movimientos los músculos de su espalda.

—Adentro. —Me tiende la mano.

Me bajo del lavabo, le cojo la mano y dejo que me meta en la ducha.

—Esto me mata —suspira al agarrar la esponja natural.

—¿Qué? —Me agarro a su hombro cuando se arrodilla delante de mí para enjabonarme las rodillas y la cara interior de los muslos con círculos lentos y resbaladizos.

—Odio lavarme y dejar de oler a ti —dice con cara de pena.

¿Lo dice en serio?

Sigo de pie, permitiéndole que limpie los restos que ha dejado en mí, con cuidado, con cariño, y lanzándome sonrisas fugaces cuando me pilla mirándolo. Me pone champú y acondicionador en el pelo y le quito la esponja para devolverle el favor. Tardo bastante más porque su cuerpo es mucho más grande que el mío. Además, siento la necesidad de besar cada centímetro cuadrado de su piel. Me deja salirme con la mía, me sonríe y echa más gel de ducha en la esponja cuando se lo indico. Como de costumbre, me entretengo en su cicatriz con la esperanza de que se abra a mí pero, de nuevo, no lo hace. Un día lo hará, me digo a mí misma, aunque no sé cuándo. Quizá todo haya terminado antes de que me lo cuente. Sólo de pensarlo me deprimo. No quiero que esto se acabe nunca.

Me envuelve en una toalla blanca y suave y me cubre la cara de besos pequeños antes de pasarme el brazo por los hombros y llevarme al dormitorio.

—Ponte algo de encaje —me susurra y se va al vestidor. Reaparece a los pocos minutos con unos pantalones de pijama verdes a rayas. Sonrío. Me encanta verlo vestido de verde pardusco—. Te veo en la cocina, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —le confirmo en voz baja.

Me guiña el ojo antes de salir del dormitorio y me deja buscando un conjunto de encaje. Yo estaba más bien pensando en unas bragas grandes y una sudadera, pero está de tan buen humor que no me apetece fastidiarla por un detalle insignificante. ¿Dónde estará mi ropa interior? ¿Habrá metido Kate en mi maleta lencería de encaje?

Miro alrededor en busca de mis cosas, pero no veo nada. Entro en el vestidor, pero solo hay vestidos y zapatos. Ha dicho que me quede unos cuantos días. Aquí hay ropa para más de unos cuantos días, perfectamente colgada en su pequeño rincón. Sonrío al pensar en Jesse haciendo sitio para mi ropa en su amplio vestidor. ¿Habrá deshecho él mi maleta?

Busco en una de las dos cómodas que encargué en Italia. Abro el primer cajón y encuentro tres pilas perfectas de bóxeres en blanco, negro y gris, todos de Armani. Parecen nuevos. Abro otro y encuentro cinturones, muy bien enrollados, en todos los tonos de cuero negro y marrón que puedan imaginarse.

Es un fanático del orden. ¡Qué mal! Yo soy un desastre en casa. Cierro el cajón y abro el último, pero sólo encuentro calcetines de deporte y varias gorras. A continuación, abro todos los cajones de la otra cómoda: están llenos de una amplia selección de pantalones cortos de correr y camisetas deportivas.

Me rindo y, todavía envuelta en la toalla, bajo a la cocina, donde Jesse tiene la cabeza metida en la nevera.

—No encuentro mis cosas —le digo a la puerta de la nevera.

Saca la cabeza de la nevera y me recorre con la mirada el cuerpo envuelto en una toalla.

—Desnuda me vale —dice, y cierra la puerta. Pasa junto a mí con un tarro de mantequilla de cacahuete—. Cathy tiene el día libre y la nevera está vacía. Voy a encargar comida; ¿qué te apetece?

—Tú —sonrío.

Sonríe, me arranca la toalla, la tira al suelo y admira mi cuerpo desnudo.

—Tu dios debe alimentar a su seductora. —Su mirada danzante se centra en mis ojos—. El resto de tus cosas está en ese enorme arcón de madera que metiste en mi dormitorio. ¿Qué te apetece comer?

Paso de su comentario y me encojo de hombros. Podría comer cualquier cosa.

—Soy fácil.

—Lo sé, pero ¿qué quieres comer?

Tengo que dejar de decir eso.

—Sólo soy fácil contigo —refunfuño. ¿Cree que soy una chica fácil?

—Más te vale. Ahora, dime, ¿qué te apetece comer?

—Me gusta todo. Elige tú. ¿Qué hora es?

He perdido la noción del tiempo. De hecho, pierdo la noción de todo cuando estoy con él.

—Las siete. Ve a secarte el pelo antes de que me olvide de la cena y vuelva a por ti. —Me da la vuelta y me propina un azote en el culo antes de dejarme ir.

Subo escaleras arriba, desnuda, para seguir sus instrucciones. Cuando llego a lo alto, giro a la izquierda en dirección al dormitorio principal y miro hacia la cocina. Jesse está en la puerta observándome en silencio. Le mando un beso y desaparezco en el dormitorio. Antes de perderlo de vista, veo que me lanza una sonrisa de esas que hacen que me tiemblen las rodillas.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, me he secado el pelo como Dios manda, me he limpiado la cara, la he tonificado y he aplicado la crema hidratante que necesitaba, y llevo puesto un conjunto de encaje limpio. Kate se ha olvidado de meter mi ropa de estar por casa —casualmente, sólo ha olvidado eso—. Pero también es verdad que Jesse la ha secuestrado antes de que pusieran las calles esta mañana, así que es probable que simplemente metiera lo que había más a mano. Tengo mis nuevos pantalones tailandeses, pero no tengo camiseta.

Voy al armario a coger una camiseta blanca. Esta vez no elijo la más cara, aunque estoy segura de que todas valen un dineral.

—Iba a ir a buscarte —dice mientras vacía el contenido de varios envases en dos platos—. Me gusta tu camiseta.

—Kate no me ha metido ropa de estar por casa en la maleta.

—¿Ah, no? —Levanta una ceja y lo entiendo al instante.

O bien Kate sí que metió esa ropa en la maleta, o bien no es Kate quien ha hecho la maleta. Sospecho que se trata de lo segundo.

—¿Dónde quieres comer?

—Soy f… —Cierro la boca y me encojo de hombros.

—Sólo conmigo, ¿sí? —Sonríe, se mete una botella de agua debajo del brazo y coge los platos—. Vamos a apoltronarnos en el sofá.

Me lleva al imponente espacio abierto y señala con la cabeza el sofá gigante. Me siento en la rinconera y cojo el plato que me ofrece. Es comida china y huele de maravilla. Perfecto.

Las puertas del tremendo mueble del salón se abren y aparece la tele de pantalla plana más grande que haya visto en toda mi vida.

—¿Quieres ver la tele o prefieres música y conversación? —Me mira sonriente.

El tenedor me cuelga de la boca. No me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba.

Mastico y trago lo más rápido que puedo.

—Música y conversación, por favor.

Era una elección fácil. Asiente como si supiera que ésa iba a ser mi respuesta. A continuación la habitación se llena del sonido relajante de Mumford & Sons. Sorpresa. Cruzo las piernas y me reclino contra el respaldo. Este sofá fue una buena elección.

—¿Está bueno?

Me está observando, con una rodilla en alto y el brazo apoyado en el respaldo del sofá para sostener el plato.

—Muy bueno; ¿tú no cocinas?

—No.

Sonrío con el tenedor en la boca.

—¡Señor Ward! ¿Acaso hay algo que no se le da bien?

—No puedo ser excepcional en todo —dice muy serio y observándome con atención.

Es un capullo engreído.

—¿La asistenta te hace la comida?

—Cuando se lo pido, pero casi siempre como en La Mansión.

Imagino que es lógico que aproveche que tiene una comida deliciosa a su disposición. Si pudiera, yo haría lo mismo.

—¿Cuántos años tienes?

Se queda quieto con el tenedor a medio camino de la boca.

—Alrededor de treinta, más o menos. —Se mete en la boca el tenedor cargado hasta arriba y me observa mientras mastica.

—Más o menos —repito.

—Sí, más o menos. —En la comisura de sus labios aparece una sonrisa.

Vuelvo a mi comida. Su respuesta vaga no me molesta. Seguiré preguntando y él seguirá dándome evasivas. Quizá debería probar a persuadirlo a mi manera, ¿tal vez con un polvo de la verdad o con una cuenta atrás? ¿Qué le haría al llegar a cero? Me pierdo en mis pensamientos al respecto mientras le doy un bocado tras a otro a mi comida china. Se me ocurren muchas cosas, pero ninguna que pudiera ejecutar con facilidad. Tiene más fuerza que yo. La cuenta atrás queda descartada, así que sólo me queda el polvo de la verdad. Tengo que inventar el polvo de la verdad. ¿Qué podría hacer?

—¿Ava?

Levanto la vista y Jesse y su arruga en la frente me están observando.

—¿Sí?

—¿Soñando despierta? —pregunta con un dejo de preocupación.

—Perdona. —Dejo el tenedor en el plato—. Estaba muy lejos de aquí.

—Ya me había dado cuenta. —Recoge mi plato y lo deja en la mesita de café—. ¿Dónde estabas?

Estira el brazo para atraerme hacia él.

Me acurruco a su lado, feliz.

—En ninguna parte.

Cambia de postura, ocupa mi sitio en el rincón y me coloca bajo su brazo. Apoyo la mejilla sobre su pecho desnudo y le paso las piernas por el regazo. Inhalo para percibir todo su esplendor de agua fresca. Suspiro y dejo que la música suave y el calor de Jesse me llenen de paz.

—Me encanta tenerte aquí —dice mientras juega con un mechón de mi pelo.

A mí también me encanta estar aquí, pero no como una marioneta. ¿Será siempre así? Podría hacer esto todos los días, ha sido un día fantástico. Pero ¿podría vivir con su lado controlador y exigente? Le paso el dedo por la cicatriz.

—A mí también me encanta estar aquí —susurro.

Es verdad, sobre todo cuando se porta así.

—Bien. Entonces ¿te quedas?

¿Cuándo? ¿Esta noche?

—Sí. Dime cómo te la hiciste.

Se lleva la mano al estómago y coge la mía para impedir que siga tocando esa zona.

—Ava, de verdad que no me gusta hablar del tema.

Ah.

—Perdona. —Me siento mal.

Eso ha sido una súplica. Le ocurrió algo terrible y me pone enferma saber que le hicieron daño.

Se acerca mi mano a la cara y me besa la palma.

—Por favor, no me pidas perdón. No es nada que importe aquí y ahora. Desenterrar mi pasado no sirve más que para recordármelo.

¿Su pasado? ¿Así que tiene un pasado? Bueno, todos tenemos un pasado, pero la forma en que lo ha dicho y el hecho de que estemos hablando de una cicatriz horrible me ponen muy nerviosa.

—¿A qué te referías cuando dijiste que las cosas son más llevaderas cuando estoy aquí?

Baja la mirada y me pone una mano en la nuca para apretar mi mejilla contra su pecho.

—Significa que me gusta tenerte cerca —dice quitándole importancia.

No le creo ni de coña, pero lo dejo estar. ¿Acaso importa?

Lo beso en el canal que se abre entre sus pectorales y me acurruco junto a él mientras me echo una bronca mental. Estoy tomando el sol en el séptimo cielo de Jesse y disfrutando como una enana de cada minuto, hasta que sienta la necesidad de otra cuenta atrás o de un polvo de hacerme entrar en razón.

Y eso llegará. No me cabe duda.