Salimos de la ciudad en su coche en dirección a Surrey Hills. De vez en cuando, lo sorprendo mirándome a mí en lugar de a la carretera. Y cada vez que lo hago me sonríe y me aprieta la rodilla, sobre la que ha llevado la mano durante la mayor parte del viaje. Empiezo a pensar en lo poco que sé de él. Es apasionado, bastante inestable, tremendamente seguro de sí mismo y exageradamente rico. Ah, y bestial en cuanto al sexo. Pero eso es todo lo que sé. Ni siquiera sé su edad.
—¿Cuánto hace que tienes La Mansión? —pregunto.
Me mira con una ceja enarcada y baja el volumen de la música con los mandos del volante.
—Desde que tenía veintiún años.
—¿Tan joven? —pregunto, y mi tono evidencia mi sorpresa.
Él me sonríe.
—Heredé La Mansión de mi tío Carmichael.
—¿Falleció?
Su sonrisa desaparece.
—Sí.
Vale, ahora quiero saber más.
—¿Cuántos años tienes, Jesse?
—Veintisiete —responde totalmente impasible.
Suspiro.
—¿Por qué no quieres decirme tu edad?
Él me mira con una sonrisa burlona.
—Porque temo que creas que soy demasiado viejo para ti y salgas huyendo.
Lo miro con los ojos entornados desde el asiento del copiloto. No puede ser tan mayor. Quiero gritarle que no voy a irme a ninguna parte.
—Vale, ¿cuántas veces voy a tener que preguntártelo hasta que lleguemos a tu verdadera edad? —Ya lo intenté en otra ocasión y no sirvió de nada.
Sonríe.
—Muchas.
—Yo tengo veintiséis. —Pruebo con un toma y daca mientras lo observo detenidamente.
Me mira.
—Ya lo sé.
—¿Cómo lo sabes?
—Por tu carnet de conducir.
—¿Además del teléfono también has cotilleado en mi bolso? —pregunto indignada, pero él se limita a encogerse de hombros. Yo sacudo la cabeza consternada. Es una regla no escrita. Está claro que este hombre no tiene modales—. ¿Es que crees que eres demasiado mayor para mí? —Después de todo lo que me ha hecho, imagino que su respuesta es negativa pero, puesto que parece ser un problema tan grave, más me vale preguntar.
—No, en absoluto —responde con la mirada fija en la carretera—. El único conflicto que tengo es que sea un problema para ti.
Frunzo el ceño.
—No me supone ningún problema.
Vuelve su atractivo rostro hacia mí, con esos ojos ardientes y maravillosos.
—Entonces deja de preguntármelo.
Apoyo la cabeza en el respaldo, indignada, y me dedico a contemplar el paisaje rural. Su edad no me importa lo más mínimo, al menos de momento. Y no creo que haya nada que pueda hacerme cambiar de opinión al respecto.
Me vuelvo hacia él una vez más.
—¿Y tus padres?
Al ver la línea recta en que se convierten sus labios me arrepiento inmediatamente de haber formulado la pregunta.
—No tenemos relación —responde con tono desdeñoso.
Vuelvo a recostarme y no insisto. Su actitud despectiva despierta aún más mi curiosidad, pero también me obliga a cerrar la bocaza.
Nos detenemos al llegar a La Mansión y Jesse pulsa un botón del salpicadero que hace que se abran las puertas. Al llegar al patio veo a John, el grandullón, que sale de su Range Rover con su traje negro de siempre y con sus enormes gafas de sol. Me saluda con la cabeza cuando salgo del coche y se acerca a Jesse.
—¿Cómo va, John? —le pregunta. Después, me coge de la mano y me guía por los escalones hacia la entrada de La Mansión.
Me estremezco al recordar la última vez que estuve aquí. Salí huyendo y pensé que jamás volvería. Pero aquí estoy. Veo que Jesse estrecha la mano al grandullón de John. Se ha transformado en el empresario que es.
—Todo bien —responde el otro con voz grave. Nos deja pasar a Jesse y a mí primero. Después nos sigue hasta el restaurante. Me sorprende lo tranquilo que está para ser las diez de la mañana de un sábado en un hotel. ¿No es la hora del desayuno?
Jesse se detiene y me mira.
—¿Qué quieres comer? —Incluso a mí me habla con voz de empresario.
—Cualquier cosa. —Me encojo de hombros. Me siento incómoda y empiezo a desear haberme quedado en el sofá tapada con el edredón y con una enorme taza de café. ¿Qué voy a hacer yo aquí mientras él trabaja?
Su expresión se suaviza.
—Pero ¿qué te apetece?
Bueno, eso es fácil.
—Salmón ahumado.
—¿Un sándwich? —pregunta, y yo asiento—. ¿Y un café?
—Por favor.
—¿Cómo sueles tomarlo?
—Capuchino, con doble de café, sin chocolate ni azúcar.
—Desayunarás en mi despacho.
Me encojo de hombros.
—Como quieras. —En cuanto pronuncio esas palabras, lo miro y veo un brillo de satisfacción en sus ojos, acompañado de una sonrisa victoriosa—. Ni una palabra —le advierto.
—No era una pregunta, Ava. John, dame veinte minutos. Pete, ¿has tomado nota?
—Sí, señor.
—Bien. Sírvele a Ava el desayuno en mi despacho —ordena mientras me mira con esos ojos verdes y abrasadores.
Me coge de la mano y me arrastra por La Mansión hasta su despacho. Tengo que correr para ir a su paso y, en cuanto cierra la puerta, tira mi bolso al suelo y me empotra contra ella. Ya tengo el vestido levantado hasta la cintura.
«¡Joder!» ¿No había venido a trabajar? Hunde la cara en mi cuello y yo lo agarro de la camiseta. Sabía que esto iba a pasar. En cuanto le he visto los ojos he sabido lo que estaba pensando. Es la ferocidad lo que me ha cogido por sorpresa. Empiece despacio o de prisa, el resultado es siempre el mismo: jadeo como una loca y estoy lista para suplicar.
—Sabía que no era buena idea traerte aquí. No voy a poder trabajar. —Su voz grave resuena contra mi garganta mientras la lame con ansia. Me recorre ambos lados del cuerpo con las manos hasta llegar a los pechos para amasarlos por encima del vestido.
—Si quieres me voy —exhalo—. ¡Mierda! —El abrupto movimiento de sus caderas me indica que no debería haber dicho eso.
Aumenta la presión de su cuerpo empujándome contra la puerta y su boca impacta contra la mía.
—Esa puta boca —me reprende entre rápidas e intensas caricias con la lengua—. No vas a ir a ninguna parte, señorita. —Me muerde el labio—. Nunca. ¿Estás mojada?
—Sí —jadeo mientras forcejeo con su camiseta. Me enciendo con sólo mirarlo.
Aparta las manos de mis pechos y las desliza hacia abajo. Oigo que se desabrocha la cremallera y entiendo de inmediato su comentario sobre la ausencia de obstrucciones. Me aparta las bragas a un lado.
No me da tiempo a prepararme para la intensidad y la velocidad que se aproxima. Me levanta una pierna hasta la cintura, se coloca y se hunde en mí empotrándome contra la puerta con un bramido. Yo grito.
—No grites —me ordena.
No me da tiempo a adaptarme. Me penetra repetidas veces, con fuerza, una y otra vez, y hace que toque el cielo de placer. Aprieto los labios para evitar gritar y dejo caer la cabeza sobre su hombro con delirante desesperación.
—¿La sientes, Ava? —dice con los dientes apretados.
Señor, dame fuerzas, creo que voy a desmayarme. Me está follando con urgencia, como si estuviera loco, arremetiendo y jadeando a gran velocidad.
—¡Contesta a la pregunta! —grita. ¿Por qué él sí que puede gritar?
—¡Sí! ¡La siento!
Continúa aporreándome más y más hasta que estoy a punto de perder la cabeza de desesperación. Me queda poco para estallar, y la pierna sobre la que me apoyaba ha dejado de tocar el suelo con el ímpetu de los embates.
—¿Te gusta?
—¡Joder, sí! —grito con todo el aire de mis pulmones, y Jesse me toma la boca con ansia.
—Te he dicho que no grites. —Me muerde el labio, y la presión me resulta casi dolorosa.
El ardor que se apodera de mi sexo crepita y estalla, me sume en un éxtasis febril y alcanzo el clímax con un sonoro alarido. Su boca atrapa mis gritos y yo pierdo la razón.
Me agito de manera incontrolable contra él, pero él continúa, grita con su propia explosión y siento que su erección se agita y se derrama dentro de mí.
Joder, ha sido intenso e increíblemente rápido. La cabeza me da mil vueltas. No puedo creer lo que hace conmigo este hombre. Es un puñetero genio. ¡Y en su despacho!
—Creo que voy a traerte al trabajo todos los días —suspira en mi cuello mientras sale de mí lentamente y me deja resbalar por la puerta—. ¿Estás bien?
—No me sueltes —resuello en su hombro. Soy incapaz de mantener el equilibrio.
Se echa a reír y me rodea la cintura con el brazo para enderezarme. Me aparto el pelo de la cara de un soplido y sus magníficos ojos aparecen en mi campo de visión.
Sonrío.
—Hola.
—Ha vuelto. —Pega los labios a los míos, me levanta y me lleva hasta el sofá. Me deja junto a él, se guarda el miembro en los pantalones y se abrocha la cremallera.
Mientras recoge mi bolso del suelo, me coloco bien el vestido y me derrumbo sobre el sofá con una sonrisa en la boca. Su capacidad para pasar de ser salvaje y dominante a tierno y atento me tiene hecha un lío. Pero adoro ambas personalidades. Es demasiado bueno para ser verdad.
Se acerca, se sienta a mi lado y me cobija bajo su brazo.
—He pensado que podrías acercarte a la nueva ala y empezar a esbozar algunas ideas.
—¿De verdad quieres que me encargue del diseño? —Mi voz suena confundida. No me importa, porque lo estoy. Pero es que pensaba que lo del diseño no era más que un cebo para llevarme a la cama.
—Pues claro que sí.
—Creía que sólo me querías por mi cuerpo —bromeo, y él me retuerce un pezón en represalia.
—Te quiero por muchas cosas, además de por tu cuerpo, señorita.
¿En serio? ¿Por qué más?
—Es domingo —digo, y me aparto de su abrazo—. No trabajo los domingos. Y, además, no tengo aquí mi equipo de trabajo.
Arruga la frente, me agarra y me sienta sobre su regazo refunfuñando.
—¿Papel y lápiz? —dice, y me mordisquea juguetonamente la oreja—. Podemos proporcionártelo, pero te lo descontaré de tus honorarios.
Lo cierto es que sí, unas hojas de papel y un lápiz me bastan de momento, pero es domingo. Se me ocurren mil cosas que podría estar haciendo y que preferiría hacer. Además, no es necesario que me desplace a la nueva ala para empezar a plasmar ideas.
Pero entonces pienso que a lo mejor quiere que me vaya de su despacho. Ya ha conseguido lo que quería y ahora le molesto. Y ni siquiera puedo coger mi coche y largarme. Llaman a la puerta y me bajo de su regazo.
—Adelante —ordena mientras me observa con una mirada inquisitiva que decido obviar.
El tío de pelo cano del restaurante entra con una bandeja y la deja sobre la mesita.
—Gracias, Pete —dice Jesse sin apartar la mirada de mí.
—Señor. —Inclina la cabeza ante él y me sonríe amigablemente antes de marcharse.
—¿Me das unas hojas de papel? —pregunto mientras cojo la bandeja y me cuelgo el bolso al hombro.
—¿No vas a desayunar? —Se pone de pie con el ceño todavía fruncido.
—Me lo tomaré arriba. —«No quiero molestarte».
—Ah, de acuerdo. —Se acerca a su mesa.
Hago todo lo posible por ignorar ese culo perfecto que se esconde bajo el pantalón vaquero cuando se agacha y abre un cajón para sacar un bloc de dibujo y un estuche de lápices de colores. ¿Para qué tiene eso? No es algo que uno tenga porque sí. Se acerca y me los entrega. Yo los cojo, los meto debajo de la bandeja y me dirijo hacia la puerta.
—Oye, ¿no se te olvida algo?
Me vuelvo y veo que su mirada curiosa se ha transformado en asesina.
—¿El qué? —pregunto. Sé a qué se refiere, pero no estoy de humor para alimentar su ego.
—Mueve el culo hasta aquí —dice reforzando la orden con un movimiento de cabeza.
Dejo caer los hombros ligeramente. Acabaremos antes si le doy lo que quiere y desaparezco de su vista. Llego hasta él y me esfuerzo al máximo por no poner buena cara, aunque fracaso estrepitosamente.
—Dame un beso —ordena con las manos en los bolsillos. Me pongo de puntillas, acerco los labios a los suyos y me aseguro de que no sea un simple pico. Él no responde—. Bésame de verdad, Ava.
Mi tibio intento por satisfacerlo no ha colado. Suspiro. Tengo una bandeja en las manos, el bolso colgado del hombro y un cuaderno y un lápiz debajo de la bandeja. Esto no está siendo fácil, sobre todo porque él no colabora. Dejo la bandeja y el material de dibujo sobre la mesa, hundo las manos en su pelo y acerco su rostro al mío. No tarda ni un nanosegundo en reaccionar. Cuando nuestros labios se encuentran, me toma por completo. Me rodea la cintura con los brazos y se inclina ligeramente para compensar la diferencia de altura. No quiero disfrutarlo, pero lo hago, y demasiado.
—Mucho mejor —dice pegado a mi boca—. No me niegues nunca lo que te pido, Ava. —Me suelta y me deja ligeramente mareada y desorientada. Alguien llama a la puerta—. Vete —ordena señalando a la puerta con la cabeza.
Recojo mis cosas y me marcho sin mediar palabra. Me ha cabreado. Estoy pisando un terreno muy peligroso, y lo sé. Este hombre tiene la palabra «rompecorazones» escrita por todo el cuerpo.
Abro la puerta del despacho y me encuentro al grandullón de John esperándome. Me saluda con la cabeza y se coloca detrás de mí para escoltarme hasta el piso de arriba.
—Conozco el camino, John —le digo. No es necesario que me acompañe hasta allí.
—Tranquila, mujer —truena, y continúa avanzando con pasos largos. Me sigue por la escalera.
Cuando llegamos a la vidriera que hay en la parte baja del tramo que lleva a la tercera planta, me paro a observar la amplia escalera. En la parte de arriba hay unas puertas de madera con unos preciosos símbolos circulares grabados en ellas. Están cerradas e intimidan bastante.
¿Qué habrá ahí arriba? Podría ser un salón de actos. Una puerta que se abre desvía mi atención de las inmensas e imponentes hojas de madera. Miro hacia el descansillo y veo a un hombre que sale de una habitación subiéndose la cremallera. Alza la vista y me pilla contemplándolo. Me pongo como un tomate y miro a John, que observa al tipo y sacude la cabeza de manera amenazadora. El hombre parece un tanto atemorizado, y yo acelero por el pasillo que da a la ampliación para escapar de esa situación tan incómoda. A John no parece afectarle. Nunca entenderé por qué los hombres creen que es aceptable salir de los aseos y de las habitaciones de los hoteles sin haber acabado de vestirse.
Entro en la última habitación. No hay muebles, así que me siento en el suelo y me apoyo contra la pared.
John asoma la cabeza por la puerta.
—Llama a Jesse si necesitas algo —gruñe.
—Iré directamente.
—No, llámalo —insiste, y cierra la puerta.
Vale, y si necesito ir al baño ¿también tengo que llamar a Jesse? Debería haberme quedado en casa.
Miro en torno a mí hacia la enorme habitación vacía y empiezo a dar bocados al sándwich de salmón. Aunque me cueste admitirlo, está delicioso. Intento recordar las especificaciones. ¿Qué dijo? Ah, sí, que tenía que ser sensual, estimulante y reconstituyente. No es lo que suelen pedirme, pero me las apañaré. Cojo el bloc, saco un lápiz del estuche y empiezo a dibujar camas grandes y lujosas y suntuosas cortinas para las ventanas. Concentrarme en el boceto es la mejor manera de que olvide de las preocupaciones que asedian últimamente mi pobre mente.
Unas horas después, tengo el culo dormido y un diseño de una habitación maravillosa. Deslizo el lápiz sobre el papel, y aplico sombras y retoques por aquí y por allá. Ha quedado muy sensual. Dijo que era fundamental que hubiese una cama grande, y el enorme lecho con dosel que he colocado en medio de la habitación transpira lujuria y sensualidad. Analizo el dibujo y me sonrojo ante mi propio trabajo. Joder, es casi erótico. ¿De dónde ha salido esto? Tal vez me haya influido todo el magnífico sexo que he practicado últimamente. La cama que domina la habitación es una réplica de una que vi en una tienda de artículos de segunda mano hace unos meses. Tiene unos postes gruesos de madera y un dosel reticular, y quedará fantástica con unas cortinas de seda dorada. No sé cómo decorar las paredes porque Jesse sólo dijo que quería elementos decorativos grandes y de madera, probablemente algo parecido a lo que había en la suite en la que me acorraló.
La puerta se abre e interrumpe el hilo de mis pensamientos. Me encuentro con la cara de fastidio de Sarah en el umbral. Refunfuño para mis adentros. Esta mujer está en todas partes… en cualquier parte donde esté Jesse.
—Ava, qué agradable sorpresa.
«¡Mentira!»
Cierra la puerta suavemente a sus espaldas y se dirige al centro de la habitación. Mi maldad me hace desear que tropiece con esos ridículos tacones. No me gusta nada esta mujer. Saca la zorra interior que hay en mí más que ninguna otra persona que haya conocido.
—Sarah. Yo también me alegro de verte. —Me agarro un mechón de pelo y empiezo a juguetear con él mientras me planteo los motivos de su visita. Me mira mientras sigo sentada en el suelo y veo que hoy tiene los labios rojos superhinchados. Sin duda acaba de hacerse algunos retoques. Mi posición, sentada en el suelo, en contraste con la suya, hace que me sienta inferior a ella. Me levantaría si no tuviera el culo tan dormido y supiese que no voy a caerme de nuevo al hacerlo.
—Trabajando un domingo —comenta mientras observa la habitación vacía—. ¿Reciben todos tus clientes el mismo trato especial que le das a Jesse?
¡Menuda zorra! De repente sus motivos están muy claros.
—No —sonrío—. Sólo Jesse.
Mis malos pensamientos hacia ella están más que justificados. No sólo no le caigo bien, sino que me detesta con todas sus fuerzas. Puede que incluso llegue a odiarme. ¿Por qué?
—Es un poco mayor para ti, ¿no te parece? —Cruza los brazos por debajo de su generoso pecho y llego a la conclusión de que también se lo ha operado.
No quiero que sepa que no sé la edad de Jesse. Seguro que ella sí la sabe. Y ese hecho me cabrea sobremanera.
—A mí no me lo parece —respondo con dulzura. Quiero levantarme del suelo para que esta barbie recauchutada deje de mirarme como si fuera superior a mí. ¿A ella qué le importa?
Su cara hinchada refleja la poca gracia que le hace mi presencia y eso, por extraño que parezca, hace que yo también me sienta incómoda por estar aquí. Debería haberme quedado en casa. No tengo por qué aguantar esto.
—Bueno, ¿y qué tiene mi Jesse para hacer que renuncies a tu tiempo libre para trabajar?
«¿Mi Jesse?»
—No creo que eso sea asunto tuyo.
—Tal vez. ¿Es por su dinero? —dice al tiempo que enarca una ceja que ya estaba ridículamente levantada. ¡Bótox!
—No me interesa la riqueza de Jesse —respondo tajantemente. ¡Estoy enamorada de él!
—No, claro que no. —Se acerca a la ventana, con aire relajado y arrogante, y se vuelve hacia mí de nuevo, con una cara igual de fría que su voz—. Te lo advierto, Ava. Jesse no es la clase de hombre con el que una deba plantearse un futuro.
La miro directamente a los ojos e intento imitar su expresión y su tono gélido. No es difícil, siempre me sale de manera natural con esta mujer tan desagradable.
—Gracias por la advertencia, pero creo que soy lo bastante mayorcita para saber lo que me hago. —El corazón se me hunde hasta el estómago.
Ella se echa a reír con condescendencia. Es una risa de lástima que hace que me sienta fatal.
—Pequeña, sal de tu cuento de hadas y abre los o…
De repente, la puerta se abre y Jesse entra a toda prisa. Me ve a mí tirada en el suelo y a Sarah junto a la ventana.
—¿Todo bien? —le pregunta a Sarah.
Yo me cabreo. ¿Por qué coño le pregunta a ella? Ella está perfectamente ahí de pie lanzándome sus advertencias. Es a mí, que estoy aquí sentada con el culo dormido, a la que debería preguntarle. Me quedo todavía más estupefacta cuando ella le regala una ridícula sonrisa falsa y se acerca a él, toda tiesa y sacando pecho.
—Sí, cariño. Ava y yo sólo estábamos hablando sobre las habitaciones nuevas. Tiene unas ideas fantásticas —dice, y le frota el hombro.
Quiero arrancarle las uñas postizas de los dedos. ¡Menuda perra mentirosa! Espero que él no se lo trague. Pero la sonrisa de satisfacción con la que le responde antes de volverse hacia mí me indica que sí lo ha hecho. ¿Está ciego o qué le pasa?
—Es muy buena —dice con orgullo. Está haciendo que me sienta como si fuera una puta cría.
—Sí, tiene mucho talento —ronronea Sarah sonriéndome con malicia—. Os dejo. —Se pone de puntillas y lo besa en la mejilla mientras yo ardo de rabia—. Ava, ha sido un placer volver a verte.
Reúno la educación suficiente para sonreír a esa bestia.
—Lo mismo digo, Sarah.
Espero que note mi tono falso. No había sido menos sincero en mi vida. Se marcha de la habitación y me deja a solas con Jesse. ¿Qué hago aquí y qué papel desempeña esa mujer en la vida de Jesse? Ha estado aquí todas las veces que he venido. Y también estaba en la inauguración del Lusso. ¿Conseguiré librarme alguna vez de esa víbora? Quiere que desaparezca, y sólo puede haber una razón: quiere a Jesse. Me duele el corazón sólo de imaginármelo con otra persona y me entran ganas de matar a alguien. Nunca he sido celosa, ni insegura, ni dependiente. Pero siento que todos estos nuevos sentimientos afloran en mí y se apoderan de todo mi ser. Ha dicho que Jesse no es la clase de hombre con el que una deba soñar. Y creo que eso ya lo sé yo.
—A ver qué has hecho, señorita. —Se sienta a mi lado y me coge el bloc—. ¡Vaya! Me encanta esa cama.
—A mí también —admito con hosquedad. El entusiasmo que sentía por mi idea se ha esfumado.
—¿Qué es todo esto? —dice señalando el dosel.
—Es un diseño reticular. Todas las vigas de madera se superponen y crean ese efecto.
—¿Y se pueden colgar cosas de él? —pregunta con curiosidad.
—Sí, como telas o luces —respondo, y me encojo de hombros.
Abre la boca fascinado al captar el concepto.
—¿En qué colores habías pensado?
—Negro y dorado.
—Me encanta. —Pasa la mano por el dibujo—. ¿Cuándo podemos empezar?
¿Eh?
—Esto es sólo un boceto. Tengo que considerar varias ideas, hacer dibujos a escala, planes de iluminación y esas cosas. —No sé si voy a poder hacer todo eso. He entrado en un profundo estado de depresión después de que me haya echado de su despacho y de las advertencias de Sarah. Tengo que replantearme muy en serio qué hago aquí—. ¿Te importaría llevarme a casa?
Levanta la mirada bruscamente con los ojos cargados de preocupación.
—¿Estás bien?
Levanto el culo dormido del suelo y reúno las pocas fuerzas que tengo para fingir una sonrisa tan falsa como la de Sarah.
—Sí. Es que tengo que preparar unas cosas para mañana —digo mientras me aliso el vestido.
—¿No has dicho que no trabajabas los fines de semana?
—No es trabajo propiamente dicho.
—Ah. —Me mira con una medio sonrisa y me entran ganas de llorar.
«Llévame a mi casa para que pueda pensar sin que estés delante distrayéndome con esa cara y ese cuerpo tan hermosos».
—Está bien. —Se levanta también del suelo y me devuelve el bloc—. ¿Estás segura? —insiste.
Yo mantengo mi sonrisa falsa.
—Estoy bien, ¿por qué no iba a estarlo? —Me esfuerzo por mantener la mano abajo al ver que la levanto de manera involuntaria para llevármela al pelo.
Me mira con recelo.
—Vamos, entonces. —Coge mi bolso y me agarra de la mano.
—La bandeja.
—Ya la recogerá Pete —dice, y me conduce fuera de la habitación y hacia el piso inferior.
Me gustaría soltarle la mano, pero no quiero darle motivos para que piense que no estoy bien. Es difícil, porque no lo estoy en absoluto. Cuanto más lo toco, más me encariño con él.
Cuando llegamos al vestíbulo, Jesse echa un vistazo a su alrededor; parece agitado.
—Espérame aquí, voy a por las llaves y el móvil. Bueno, ve hacia el coche. Está abierto.
Frunzo el ceño cuando me acompaña hasta la puerta y se marcha corriendo en dirección a su despacho.
Bajo los escalones de La Mansión y recorro el suelo de gravilla de camino al DBS. Antes de llegar al coche, oigo las carcajadas de cierta bestia de morros hinchados y lengua viperina. Me pongo tensa de los pies a la cabeza, me vuelvo y la veo de pie en lo alto de los escalones junto a Jesse.
—Vale, cariño. Luego nos vemos. —Y vuelve a besarlo en la mejilla. Me entran arcadas—. ¡Espero volver a verte, Ava! —grita.
Su mirada gélida me fulmina. Jesse se acerca, me devuelve el bolso y me coge de la mano de nuevo. Me siento en el coche y, en cuanto el motor arranca, Creep, de Radiohead, me inunda los oídos. Yo sonrío para mis adentros. Eso, como dice la canción, ¿qué coño hago aquí? Es una buena pregunta.