Capítulo 17

—Buenos días. —Sé que mi voz destila tristeza, pero estoy haciendo todo lo posible por evitarlo.

Tom levanta la vista de su copia de la Interiors Weekly y se baja las gafas hasta la punta de la nariz.

—Querida, ¿a qué viene esa cara tan larga? —pregunta. No tengo energías ni para fingir una sonrisa. Me dejo caer en la silla y Tom se acerca corriendo a mi mesa, en un nanosegundo—. Mira, esto te animará.

Me enseña una página de la revista que está leyendo y ahí, sentada como si tal cosa en el diván de terciopelo del Lusso, aparezco yo.

—Genial —suspiro.

Ni siquiera me molesto en leerlo. Tengo que borrar de mi mente todo lo relacionado con ese edificio.

—¿Mal de amores? —Me mira con compasión.

No, no es eso. Para eso hace falta que haya amor. Me enfurruño. Sabía que sería la última vez que lo veía. Cuando se marchó, supe que no volvería a verlo. No he estado mirando el teléfono cada diez minutos, no he estado dándole vueltas al asunto todo el rato y no estoy jugueteando con mi pelo mientras pienso esto. Admito a regañadientes… que lo echo mucho de menos. Qué ridículo. ¡Sólo era un polvo de despecho!

—Estoy bien —digo, y reúno las fuerzas necesarias para esbozar una sonrisa—. Es viernes, estoy deseando pillarme un pedo mañana por la noche.

Necesito una noche de fiesta.

—¿De verdad vamos a pillarnos un pedo? ¡Fabuloso!

Desvío la atención hacia la entrada de la oficina cuando oigo la voz aguda de Victoria.

—¡Ma-dre mí-a! No vais a creeros lo que acabo de ver. —Está a punto de desmayarse.

Tom y yo la miramos perplejos.

—¿Qué? —preguntamos al unísono.

—Estaba en Starbucks esperando mi capuchino doble con extra de chocolate, y de repente entra un tío… Me suena de algo, pero no sé de qué. Un tío que está como un tren. Pero bueno, estaba ahí de pie, a lo suyo, y de repente ha llegado una mujer pavoneándose y le ha tirado un frappuccino por encima. —Hace una pausa para respirar—. La mujer empieza a gritarle, a decirle que es un capullo egoísta y mentiroso, y se larga y lo deja ahí, empapado de café helado y nata. Ha sido superfuerte.

Me siento y contemplo a Victoria mientras recupera el aliento después de narrar casi sin respirar los sucesos del viernes por la mañana en Starbucks. Cuando voy yo nunca pasa nada.

—Parece que alguien ha sido un chico malo —sonríe Tom con malicia—. ¿Cómo estaba de bueno?

Pongo los ojos en blanco. Sin duda Tom habría ido a rescatarlo.

Victoria levanta las manos con las palmas hacia adelante.

—De portada de la Men’s Vogue.

—¿En serio? —dice Tom mientras se quita las gafas—. ¿Sigue allí?

Ella hace una mueca con su preciosa cara.

—No.

Esto es absurdo.

Patrick irrumpe a toda prisa en la oficina.

—Chicos, ¿hoy se trabaja o el viernes es día festivo? —Pasa a nuestro lado a toda velocidad en dirección a su despacho y cierra la puerta a sus espaldas.

—Venga, vamos a trabajar un poco, ¿no? —Los echo de mi mesa con un gesto de la mano.

—Ah, se me olvidaba —dice Tom tras dar media vuelta—. Van Der Haus ha llamado para decir que vuelve a Londres el lunes. Va a mandarte las especificaciones por correo electrónico y de momento nos ha enviado esto. ¿Está bueno? —Arquea una ceja de manera sugerente y me entrega un sobre.

Es el gay más zorrón que he visto en mi vida, pero voy a complacerlo.

—Mucho —digo abriendo mucho los ojos para darle énfasis a mis palabras. Cojo los planos que me ofrece.

Me mira con recelo.

—¿Por qué siempre te dan a ti los clientes más sexy? —Se marcha hacia su mesa—. Qué no daría yo porque un adonis entrase aquí y me aupara sobre su hombro.

Me apeno al escuchar el comentario de Tom respecto a la escenita de Jesse la última vez que lo vi y saco el teléfono del bolso justo cuando empieza a sonar. No es más que un recordatorio del calendario. Mi cita en la peluquería, mañana por la tarde. Se me había olvidado. Al menos eso me anima un poco. Estaré bien guapa para nuestra gran noche de fiesta. Perfecto.

Reviso montones de presupuestos, fechas de entrega y requisitos de promotores antes de llamar a mis clientes actuales para comprobar que todo va bien. Y así es, excepto por el drama de las cortinas de la señora Peter. Recibo un correo de Mikael. Lo leo rápidamente y decido estudiarlo con más detenimiento el lunes.

Sally se acerca a toda prisa a mi mesa con una entrega.

—Eh… Creo que esto es para ti, Ava. —Se mueve de un lado a otro con una caja en la mano—. ¿Lo quieres?

¿Qué? Sí, lo quiero. Si es una entrega para mí, claro que lo quiero. Esta chica tiene un problema de seguridad. Le cojo la caja de las manos.

—Gracias, Sally. ¿Puedes hacerle un café a Patrick?

—No sabía que quisiera uno.

Su expresión de pánico hace que me den ganas de hacerle yo a ella un café.

—Es que parece que está algo bajo de moral. Vamos a mimarlo un poco.

—¿Está bien? No estará enfermo, ¿verdad?

—No, pero creo que le vendrá bien un café —insisto mientras lucho con todas mis fuerzas por no perder la paciencia.

—Claro. —Se marcha corriendo. Su falda de cuadros se agita alrededor de sus zapatos de salón. No sabría decir qué edad tiene. Parece rondar los cuarenta, pero algo me dice que debe de tener mi edad. Abro la caja y veo todas las muestras de tela que había pedido para la Torre Vida. La meto debajo de la mesa. Ya les echaré un vistazo también el lunes.

Cerca de las seis de la tarde, asomo la cabeza por la puerta de Patrick. No tiene buen aspecto.

—Patrick, me voy ya. ¿Estás bien?

Aparta la vista del ordenador y sonríe, pero sus ojos no brillan como de costumbre.

—Sólo estoy un poco pachucho, flor.

—Deberías irte a casa —digo preocupada.

—Sí, creo que eso es lo que voy a hacer. —Levanta su corpachón de la silla y apaga el ordenador—. Esa dichosa mujer me ha dado de comer algo en mal estado —masculla mientras coge su maletín.

—Lo he apagado todo. Sólo tienes que poner la alarma.

—Estupendo. Que pases un buen fin de semana, flor. Nos vemos el lunes. —Se pasa el dorso de la mano por la frente sudorosa. Algo no va bien.

—De acuerdo, nos vemos el lunes.

Estoy en mi dormitorio, lista para irme. Tengo el pelo perfecto. Llevo unas ondas grandes y naturales cortesía de Philippe, mi peluquero, y un vestido nuevo de Selfridges que compré por impulso para sentirme mejor, aunque me queda genial. Es negro, corto y muy entallado. Me he maquillado los ojos con un negro ahumado muy marcado y he escogido un tono nude para los labios. La verdad es que estoy bastante sexy.

Entro en la cocina y veo a Kate asomada a la ventana, fumándose un cigarrillo a escondidas. ¿En qué estará pensando ahora? Está tan mona como siempre, con un vestido de color crema con la espalda descubierta.

—¡Madre mía! —exclama—. Estás impresionante. —Baja de un salto de la encimera y mete los pies en los tacones dorados—. ¿Es lo bastante corto?

Enarco una ceja e inspecciono su vestido.

—Puta…

Ella ríe con ese gorjeo desenfadado que siempre me saca una sonrisa.

—Toma. —Me pasa una copa de vino. Se la agradezco y prácticamente me la bebo de un trago. Me hacía mucha falta—. Ya está aquí el taxi.

Dejo la copa vacía a un lado y sigo a Kate hasta el taxi. Estoy deseando que llegue esta noche para recuperarme, pero paso por alto el hecho de que pretendo recuperarme de unos cuantos encuentros apasionados con un hombre apasionado, no de la ruptura de mi relación de cuatro años con Matt. Es curioso. La verdad es que en ningún momento sentí la necesidad de salir y ponerme hasta las orejas de alcohol cuando él y yo lo dejamos.

Entramos en el Baroque y de inmediato veo a Tom y a Victoria en la barra.

—¡Madre mía! —exclama Tom mirándome de arriba abajo—. ¡Ava, estás de muerte!

—Estás estupenda, Ava —añade Victoria.

Sólo es un vestido.

—Gracias —digo, y me encojo de hombros para quitarle importancia.

—¿Qué quieres tomar? —pregunta Kate.

Ya me he tomado una copa de vino, así que supongo que debería seguir con lo mismo. Dije que esta noche iba a beber.

—Un rosado, pero que sea Zinfandel, por favor.

Kate pide las bebidas y nos dirigimos a una mesa cerca del DJ. Tom viste su nueva camisa de color coral y unos vaqueros demasiado apretados. Sólo le falta tatuarse la palabra «gay» en la frente. Victoria está tan guapa como siempre. Todo el mundo se ha arreglado mucho para esta noche, incluida yo. ¿Por qué será?

Conforme el vino va entrando en mi cuerpo, mis preocupaciones comienzan a disiparse. Reímos y charlamos, y empiezo a sentirme normal otra vez. Me siento libre y me gusta. Mi madre siempre dice: «El alcohol te suelta la lengua, y quien mucho habla mucho yerra». Acabo de descubrir que tiene razón, porque estoy totalmente desinhibida y he puesto a todo el mundo al día sobre los últimos acontecimientos. Teniendo en cuenta que quería olvidarme de todo, me estoy esforzando mucho por aferrarme a los recuerdos.

Tom está entusiasmado con todo el sexo de despecho que he tenido.

—¿Así que se largó y no lo has visto desde entonces? —pregunta afectado.

—Eso no mola nada —interviene Victoria.

Kate pone los ojos en blanco y mira a los dos como si fuesen tontos de remate.

—Pero ¿es que no lo veis? —resopla enfurruñada.

Tom y Victoria se contemplan el uno a la otra, y después a mí. Yo me encojo de hombros. ¿Qué no vemos? Kate niega con la cabeza.

—Parecéis idiotas. Es muy simple… él la quiere. Ningún hombre se comporta así por un polvo. Ya te lo dije, Ava.

—Entonces ¿por qué ha desaparecido? —Victoria se inclina hacia adelante, totalmente fascinada por la explicación de Kate al comportamiento de Jesse.

—¡No lo sé! Pero creo que es eso. He visto la química que había entre vosotros. Y era una pasada. —Kate se deja caer en su silla alta, totalmente exasperada.

Yo me echo a reír. No sé si es porque he tomado demasiado vino, pero ha sido… gracioso.

—Da igual. Sólo era un polvo y ya está.

Mi explicación no parece satisfacerlos, porque todos continúan contemplándome con cara de incredulidad. Creo que ni siquiera a mí me convence, pero han pasado cuatro días y he logrado resistir la insoportable tentación de llamarlo. Además, él tampoco me ha llamado ni ha vuelto a concertar una cita, así que eso lo dice todo. Voy a pasar página. Sólo estoy tremendamente cabreada conmigo misma por ceder ante su persistencia, lo que lo situaba en posición de dejarme, cosa que ha hecho.

—Oye, ¿podemos cambiar de tema? —les suelto—. He salido a divertirme, no a analizar los detalles de mi polvo de despecho.

Tom remueve su piña colada.

—¿Sabes qué? Todo sucede por una razón.

—¡Venga ya! ¡No empieces con todas esas chorradas! —lo reprende Kate.

—Pero es verdad. Creo firmemente en ello. Tu polvo de despecho es un escalón que te lleva hacia el amor de tu vida. —Me guiña un ojo.

—Y Matt fue un peldaño que duró cuatro años —señala Kate.

—¡Por los peldaños! —exclama Tom.

Kate se une al brindis.

—¡Y por los chupitos!

Apuro el vino y levanto la copa.

—¡Sí! ¡Por los chupitos! —grita Tom, y se marcha bailando hacia la barra.

Nos tambaleamos por la calle hasta nuestro siguiente destino: el Blue Bar. Los porteros nos dejan entrar, aunque uno de ellos mira la camisa de Tom con recelo. Tom y Victoria salen corriendo hacia la pista de baile en cuanto oyen a Flo Rida y a Sia cantando Wild Ones, y Kate y yo nos quedamos pidiendo las bebidas.

Pido una ronda, cojo los vasos de Tom y Victoria y los dejo en el estante que me señalan. Les encanta bailar, así que puede que tarden un rato. Cuando vuelvo con Kate a la barra, me la encuentro hablando con un tipo. No lo conoce. Lo sé porque ha activado todos sus mecanismos de flirteo.

Cuando me acerco, levanta la voz para que la oiga por encima de la música.

—Ava, éste es Greg.

Yo sonrío y le doy la mano. Parece bastante normal.

—Hola, encantada.

—Lo mismo digo. Éste es mi amigo, Alex —dice, y señala a un chico mono de pelo oscuro que está a su lado.

—¡Hola! —grito.

Él sonríe con seguridad.

—Te invito a una copa.

—No, gracias, acabo de pedir una.

Regla número uno: no aceptar jamás copas de un extraño. Dan me lo enseñó en cuanto empecé a salir.

—Como quieras —responde encogiéndose de hombros.

Kate y Greg se apartan de nosotros y nos dejan solos para que charlemos. La verdad es que no me apetece. He salido para olvidarme de los hombres en general. Y ahora me colocan a uno.

—¿A qué te dedicas? —me pregunta Alex.

—Al diseño de interiores, ¿y tú?

—Soy agente inmobiliario.

Me lamento por dentro. Tengo aversión a los agentes inmobiliarios, suelen ser comerciales engreídos y con un ego excesivo. Y Alex tiene todas esas características, además de hablar con una petulancia insoportable.

—Qué bien —digo. Ha perdido todo mi interés, aunque no es que haya tenido mucho en ningún momento.

—Sí, hoy me he ganado un extra considerable. Soy capaz de venderte hasta un cagadero. Vivo de lujo y en Londres, es una pasada. —Joder, menudo capullo—. ¿Quieres que salgamos un día?

«¡NO!»

—Gracias, pero tengo pareja. —Menos mal que este payaso no nos conoce ni a mí ni a mis manías. Me estoy tocando el pelo sin parar.

—¿Seguro? —pregunta, y se acerca y me acaricia el brazo.

Yo me aparto y planeo la huida.

—Seguro. —Sonrío dulcemente y busco a Kate con la mirada.

En lo que tardo en llevarme la copa a los labios, don Petulante desaparece de mi vista. Me lleva dos segundos entender lo que está pasando ante mis ojos pero, cuando lo hago, me quedo horrorizada.

Jesse ha agarrado a Petulante del cuello y lo ha estampado contra una columna.