Capítulo 12

Me despierto exactamente en la misma postura en la que me había dormido, pero tapada con un edredón hasta la cintura. Jesse sigue rodeándome el torso con los brazos y mis manos descansan sobre ellos. El intenso olor a sexo se percibe en el ambiente.

Necesito hacer pis.

Inspecciono la habitación en busca de un reloj. ¿Qué hora será? Oigo la respiración suave y serena de Jesse junto a mi oreja. No quiero moverme para no despertarlo, pero necesito ir al baño urgentemente. Y podría marcharme antes de que él se despierte y me eche.

Despacio, empiezo a despegar sus brazos de mi cuerpo pegajoso. Él gruñe un poco entre sueños y hace que sonría para mis adentros. Me sorprende no estar arrepentida. No siento ningún tipo de remordimiento o culpa. Este hombre es nocivo para mi corazón, lo sé, pero tiene algo que… Su persistencia debería repelerme, pero no lo hace. No me arrepiento en absoluto. Pero tampoco deseo permanecer aquí más de lo debido. De eso nada. Pienso tomar las riendas de esta situación.

Justo cuando creía que estaba progresando, sus brazos se aferran a mí y me inmovilizan.

—Ni se te ocurra, señorita —gruñe con la voz áspera por el sueño.

Lo agarro de los antebrazos con las manos e intento que me suelte.

—Necesito ir al cuarto de baño.

—Me da igual. Aguántate. Estoy cómodo.

—No puedo.

—No te voy a soltar —dice rotundamente, y con un golpe me aparta la mano de su antebrazo mientras sigue sujetándome.

Yo dejo caer la cabeza sobre su hombro de nuevo, desesperada. Se vuelve hacia mí y me besa la mejilla con dulzura. La barba que le ha crecido durante la noche me rasca la cara. Es agradable, pero no es la reacción matutina que esperaba.

Cuando advierto que ha relajado los músculos ligeramente y que está ocupado besándome la mejilla, me dispongo a moverme, pero en cuanto nota que lo hago para huir me pone boca arriba con las piernas separadas y me agarra de las muñecas, una a cada lado de mi cabeza. Me mira con los ojos brillantes y llenos de júbilo. Sí, está orgulloso de sí mismo hasta el extremo y tiene un aspecto absolutamente glorioso con el pelo revuelto y la barba rubia oscura.

Su erección matutina presiona mi dispuesta abertura y solicita la entrada. Estoy indefensa. Mi cuerpo responde ante él y no me deja ni pensar. El dolor en la vejiga pronto se ve sustituido por un intenso ardor entre las piernas, y mi corazón se traslada a algún lugar situado entre mi esternón y mi garganta. Su olor al alba es una mezcla de sudor dulce y de ese aroma a agua fresca que tanto me gusta. Es una fragancia que me embriaga, y soy consciente de que apenas puedo respirar. Debe de pensar que soy demasiado fácil.

Y lo soy… con él.

Me frota la nariz con la suya.

—¿Qué tal has dormido?

¿Ahora quiere ponerse a charlar? Me saltan chispas en la entrepierna…, ¿y él quiere hablar?

—Muy bien —digo, y muevo las caderas de manera sugerente.

Enarca las cejas y se le forma una sonrisa en los labios.

—Yo también.

Espero, resignada, a que él tome la iniciativa. Esta vez quiere ir despacio, y me parece bien. Pero ¡podría darse un poco más de prisa!

Me observa con detenimiento mientras acerca lentamente su rostro al mío. Cuando por fin nuestros labios se rozan, gimo y abro la boca para invitarlo a entrar. Tiemblo de forma involuntaria cuando me lame la lengua suavemente con la suya, tomándose su tiempo, seduciendo mi boca con lentitud y retirándose de vez en cuando para besarme los labios con dulzura antes de continuar explorando. Me encanta este Jesse sensible. Esto no tiene nada que ver con el amo dominante que me encontré ayer.

Cuando considera que ya me tiene cautivada, me libera las muñecas y me acaricia un costado con la punta del dedo índice. Es suficiente para hacer que pierda la razón y empiece a mover las caderas al tiempo que la presión que siento en el vientre desciende a gran velocidad hacia mi sexo.

Su tacto es adictivo. Él es adictivo. Soy totalmente adicta.

Le agarro el culo, duro como una piedra, con las palmas de las manos, y le aplico un poco de presión para apretar sus caderas contra las mías deliberadamente. Ambos gemimos en armonía en la boca del otro.

—Pierdo la razón por completo cuando estoy contigo, señorita —murmura contra mis labios.

Se aparta, me observa el rostro y se hunde lenta e intencionadamente en mí, centímetro a centímetro. Mis manos salen disparadas hacia su espalda y cierro los ojos con fuerza. Me ha llenado por completo.

Él permanece inmóvil y deja que me acople a su alrededor, con la espalda tensa y la respiración entrecortada. Sé que debe de estar costándole una barbaridad quedarse tan quieto.

—Mírame, Ava —susurra.

Abro los ojos y me encuentro con los suyos de inmediato. La expresión de su rostro confirma mis pensamientos: tiene la mandíbula tensa, la arruga de la frente más marcada que de costumbre y los ojos verdes en llamas. Muevo un poco las caderas para darle a entender que estoy bien y, tras mi invitación, empieza a retirarse con lentitud hasta que estoy segura de que va a salir, pero entonces, poco a poco, comienza a hundirse de nuevo hasta la parte más profunda de mi ser, y entra y sale, y entra y sale.

—Hummm… —gimo con un largo suspiro.

—Me encanta el sexo soñoliento contigo —exhala.

Las acometidas, medidas y deliberadas, me están haciendo perder el control, así que empiezo a levantar las caderas para recibir sus penetraciones, dejo que él entre más en mí y yo me excito todavía más. Es una sensación extraordinaria. No voy a aguantar mucho tiempo si sigue así.

—¿Te gusta, Ava? —pregunta en voz baja. Sabe que sí.

Su mirada sigue clavada en la mía; me sorprende ver que soy capaz de mantener ese nivel de intimidad. Me resulta natural, y no me siento ni incómoda, ni violenta, ni angustiada. Es como si estuviésemos predestinados a estar así. Qué tontería.

—Sí —suspiro.

—¿Más rápido?

—No, me gusta así, por favor, sigue así. —Así es perfecto. El Jesse dominante, agresivo y potente es increíble, pero en estos momentos esto es absolutamente perfecto.

Su mirada se pierde mientras me observa y continúa entrando y saliendo de mí con movimientos acompasados. Estoy a punto. Quiero besarlo, pero él parece conformarse con sólo mirarme. Le rodeo el trasero con las piernas y le acaricio suavemente los brazos arriba y abajo. Entonces se retira despacio, se detiene y es como si volviera en sí. Sus ojos sondean los míos.

—Basta de sexo soñoliento —murmura, y se hunde de nuevo hasta los más profundos confines de mi cuerpo sin darme tiempo a adaptarme.

Lanza un grito, se retira y repite el delicioso movimiento una y otra vez, se aparta lentamente y empuja con ímpetu. El placer me inunda como una fuerte tormenta y me hace perder la cabeza. Sus movimientos son exactos y controlados. Estoy llegando al límite. Le agarro del pelo y acerco su boca a la mía, le paso la lengua por el labio inferior, se lo muerdo con suavidad y dejo que se deslice entre mis dientes mientras lo estiro. Él vuelve a entrar y, con expresión tensa, me busca la boca y me besa con pasión.

—No voy a dejarte escapar nunca —me informa entre beso y beso.

Me siento abrumada. Jesse es un potente afrodisíaco para mí. Mi mente y mi corazón están llenándose de sentimientos extraños respecto a este hombre.

—No quiero que lo hagas —respondo contra sus labios. De repente soy consciente de lo que he dicho y me siento confundida.

Él se para, detiene sus embestidas rítmicas justo cuando empezaba a deshacerme en sus brazos. Hago una mueca ante la falta de movimiento, y mi orgasmo queda suspendido en el limbo. Con toda su longitud aún dentro de mí, aparta la cabeza y me mira. Inmediatamente salgo de mis confusos pensamientos al ver la expresión de disgusto de su rostro.

Mierda, ¿he metido la pata al decir eso? Es sólo que me he dejado llevar por la pasión del momento. Aparto la mirada. La he cagado.

—Mírame, Ava —ordena. Yo vuelvo a mirarlo a regañadientes y veo que su expresión se ha suavizado un poco—. Vamos a tener esta conversación cuando estés serena y no loca de lujuria.

Saca de mi interior su gruesa erección hasta la punta y se coloca sobre mí.

Es verdad, pierdo la cabeza cuando estoy con él, sobre todo cuando me toma de esta manera. Me embriaga de placer y acabo diciendo tonterías.

Se pasa la lengua por el labio inferior y jadea mientras empuja de nuevo; su movimiento reactiva mi orgasmo. Siento que me arde la piel mientras bombea con lentitud y fuerza, hasta el fondo. Le cojo la cabeza con las manos y lo aproximo a mis labios para devorarlo mientras él continúa con sus deliberadas arremetidas y me acerca cada vez más a otro orgasmo orgásmico.

—Me voy a correr —farfulla—. Córrete conmigo, Ava. Dámelo.

Y con tres estocadas más, dejo la mente en blanco y los fuegos artificiales empiezan a estallar en mi cabeza. Me corro bajo su cuerpo con un sonoro alarido.

—Eso es, nena —dice entre dientes, y se une a mi placer mientras yo sigo emitiendo gritos y gemidos largos y graves.

Su erección se expande y se agita dentro de mí antes de expulsar, chorro a chorro, su húmeda simiente en mi interior. Jesse se desploma sobre mi cuerpo y sigue apretándome con fuerza, asegurándose de que se vacía hasta la última gota. Estoy exhausta. Ambos permanecemos entrelazados, jadeando y esforzándonos por respirar.

—No sé qué decir —me susurra al oído.

Yo empiezo a recobrar la conciencia. Todavía me estoy recuperando del orgasmo, pero lo he oído, alto y claro, y no sé muy bien cómo tomármelo. Creo que ambos hemos dicho demasiadas cosas ya. Mi propio comentario hace que me sienta un poco incómoda. Eso es lo que sucede cuando te dejas llevar por el momento. La lujuria, el deseo y la pasión se apoderan de tu mente y, antes de que te des cuenta, empiezas a soltar estupideces por la boca.

Tras unos minutos de silencio, estoy mucho más que incómoda, así que me revuelvo un poco debajo de él.

—¿Puedo usar ya el baño? —pregunto.

Él libera un suspiro largo y deliberado para dejarme clara su frustración. Aunque no sé muy bien por qué está frustrado. Acaba de tomarme.

Sale de mi cuerpo y se aparta de encima de mí, haciendo un tremendo y exagerado esfuerzo por dejarse caer sobre la cama. Yo me despego de las sábanas y, sin mediar palabra, camino sobre la moqueta blanca hasta el cuarto de baño y cierro la puerta tras de mí. Sé que ha observado cada paso que he dado. He sentido que sus ojos me aguijoneaban la espalda desnuda. La inevitable incomodidad se ha retrasado, pero ya está aquí. Y ha llegado con ganas.

Uso el retrete, me lavo las manos y me tomo unos momentos para prepararme psicológicamente antes de volver a abrir la puerta. Él sigue echado boca arriba, desnudo sin ningún pudor, y me clava la mirada de inmediato. No sé qué hacer.

Al final, vuelvo a entrar en el cuarto de baño, cojo una toalla blanca y suave del toallero, me envuelvo con ella y sujeto el extremo con la axila. Salgo del aseo, me dirijo directamente a la puerta del dormitorio y llego al espacioso salón. El suelo de la cocina está lleno de cristales que me recuerdan lo que pasó anoche cuando se abalanzó sobre mí de repente. Iba a ocurrir antes o después, lo hiciese o no, pero ahora la naturalidad de nuestros cuerpos al unirse ha disminuido y ha dejado espacio para una sola sensación: la incomodidad.

Veo mis bártulos junto a la puerta de entrada y busco mi teléfono.

«¡Mierda!» Son las siete y media. Se supone que Kate se marcha dentro de media hora. Le mandé un mensaje diciéndole que iba hacia casa y no he aparecido. Aunque ella ni siquiera ha llamado para ver dónde estoy. ¡Qué detalle!

—¡Joder! —exclamo entre dientes.

Me vuelvo y veo a Jesse, todavía desnudo, mirándome con cara de enfadado. Pero ¿por qué coño está enfadado? Ahora soy yo la que está cabreada.

—¡Esa boca! —me reprende con el ceño fruncido.

Está muy mosqueado. Bueno, y yo también. ¡Conmigo misma! Cojo mi maleta y me dirijo hacia su cuarto de baño, aunque me paro para ir recogiendo mi ropa diseminada por el suelo.

—¿Puedo usar la ducha?

—¡No! —espeta.

Yo me echo a reír.

—No seas crío, Jesse —le digo con tono condescendiente, y paso por delante de él, tan lejos como puedo, para volver al cuarto de baño. Sé que es mejor para mí no tocarlo.

Me dispongo a cerrar la puerta, pero él la detiene con el hombro y entra detrás de mí. Lo miro con desaprobación y me aparto para abrir el grifo de la ducha. ¿Está enfadado por lo que he dicho en la cama? No lo culpo. Yo también estoy enfadada conmigo misma. Tiene razones para estarlo. Debería mantener la boca cerrada mientras follamos. Aunque, bien pensado, él debería hacer lo mismo. También ha dicho unas cuantas tonterías.

Busco en mi maleta la camiseta que llevaba puesta ayer, dejo caer las chanclas al suelo embaldosado, tiro el estuche de maquillaje junto a la pila del lavabo y me cepillo los dientes. Durante todo ese tiempo, Jesse permanece ahí, echando humo.

Cuando la habitación está llena de vapor, me quito la toalla con todo el pudor del mundo. Pero estoy enfadada, así que me importa una mierda. Abro la puerta de la ducha y me meto dentro para lavarme los cuatro asaltos de Jesse Ward. Si no fuese porque estoy toda pegajosa por el sudor y el semen que se extienden por todo mi cuerpo, ni siquiera me molestaría. Me habría marchado ya.

El agua caliente me relaja a pesar de la mirada encolerizada de mi espectador. Me lavo el pelo y dejo que el agua caiga sobre mí durante unos momentos más. Pero no tengo tiempo de disfrutar de una ducha calmante. Cuando abro los ojos, la puerta está abierta de par en par. El aire frío envuelve mi cuerpo desnudo. Jesse me mira con una mueca de ira.

—¡No vas a ir a ninguna parte! —me ladra.

Yo lo miro, totalmente exasperada y con la boca abierta hasta el plato de la ducha. Ha hecho lo que ha querido conmigo desde que llegué aquí, ¿y todavía no está satisfecho?

—Por supuesto que sí.

—¡De eso nada!

—Jesse, pero ¿qué problema tienes? —El agua caliente de la ducha cae sobre mí, el aire frío me envuelve y tengo a un tío bueno crispado delante.

—¡TÚ! —me grita.

—¿Yo?

Menuda cara tiene. Paro el agua y me abro paso junto a su enorme cuerpo; ignoro las chispas que recorren el mío al tocarlo. ¿Qué se ha creído que soy? ¿Un objeto que puede follarse a voluntad? Me envuelvo con una toalla y me coloco otra en la cabeza. Me froto con ella para eliminar la humedad. No tengo tiempo de secarme el pelo, y además dudo que don Irracional tenga un secador.

Noto que me agarra del brazo. Yo tiro de él con brusquedad para soltarme y sigo poniéndome la ropa interior, los vaqueros y la camiseta.

—No quiero que te vayas. —Su voz se ha suavizado.

—No seas idiota, Jesse. No puedes encerrarme aquí como a una esclava sexual. Seguro que hay muchas mujeres rendidas a tus pies, búscate a otra. —No puedo creer que le esté hablando con tanta dureza. Sólo con imaginármelo con otra me entran ganas de matar.

Veo su mirada reflejada en el espejo. Tiene los ojos entrecerrados y hacen que me arda la piel.

—No quiero a ninguna otra mujer. Te quiero a ti.

Paro cuando estoy a medio aplicarme la crema.

—¿No has tenido ya suficiente de mí? —pregunto. Una gran parte de mi ser está deseando que diga que no, aunque sabe que las cosas acabarían mal si lo hiciera.

Alarga la mano y me acaricia la mejilla con los nudillos. Yo me apoyo contra ella involuntariamente, y cierro los ojos.

—Lo siento —dice con suavidad, y me rodea la cintura con el otro brazo para atraerme hacia su pecho y posar los labios junto a mi oído—. Perdóname.

Joder, pero ¿qué estoy haciendo? Este hombre es un imán. Absorbe todo mi sentido común y me convierte en una persona irracional. Me vuelvo para mirarlo y dejo que tome mi boca suave y vacilantemente. Desliza la mano desde mi mejilla hasta mi nuca, y hunde los dedos en mi pelo mojado. Me acaricia la lengua y los labios con veneración. Ya he vuelto a caer en su red. Estoy completamente perdida.

Me libera la boca.

—Mucho mejor. —Me da un beso en la nariz—. ¿Aún quieres que te lleve?

Arqueo las cejas y sonrío abiertamente.

—¿A por mi coche?

Vuelve a pegar los labios a los míos y resopla.

—Me encanta esa sonrisa. Dame diez minutos.

Abre el grifo de la ducha y coge una toalla limpia del calentador.

—¿Puedo beber agua? —pregunto.

—Puedes hacer lo que quieras, nena —responde. Me da una palmada en el culo y se mete en la ducha.