42

Baldabiou comunicó a los criadores de Lavilledieu que Pasteur no era digno de confianza, que los dos italianos habían estafado ya a media Europa, que en el Japón la guerra acabaría antes del invierno y que Santa Inés, en sueños, le había preguntado si no eran todos un rebaño de acojonados. A la única a quien no pudo mentirle fue a Hélène.

—¿De verdad es imprescindible que parta, Baldabiou?

—No.

—Y, entonces, ¿por qué?

—Yo no puedo detenerlo. Y si él quiere ir allí, sólo me queda darle una razón más para que vuelva.

Todos los criadores de Lavilledieu pagaron, aun de mala gana, su cuota para financiar la expedición. Hervé Joncour inició los preparativos y a primeros de octubre estaba listo para partir. Hélène, como todos los años, le ayudó, sin preguntar nada, y ocultándole todas sus inquietudes. Sólo la última noche, tras haber apagado la lámpara, halló fuerzas para decirle

—Prométeme que volverás.

Con voz firme, sin dulzura.

—Prométeme que volverás.

En la oscuridad, Hervé Joncour respondió

—Te lo prometo.