PRÓLOGO

Los seres vivos mueren. Pero no siempre se quedan muertos. Créeme, lo sé.

En este mundo hay una raza de vampiros que son, literalmente, muertos vivientes. Reciben el nombre de strigoi, y si no tienes pesadillas con ellos desde este mismo momento, deberías. Son fuertes, rápidos y matan sin piedad ni duda. También son inmortales, lo que hace que destruirlos sea un verdadero infierno. Sólo hay tres maneras de hacerlo: una estaca de plata en el corazón, decapitarlos o prenderles fuego. No resulta fácil llevar a cabo ninguna de ellas, pero eso es mejor que no tener opción alguna.

También hay vampiros decentes por el mundo, los llamados moroi. Están vivos y poseen el increíble poder de ejercer la magia sobre cada uno de los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego (bueno, la mayoría de los moroi puede, pero ya hablaremos luego sobre las excepciones). En realidad, ya no usan la magia para mucho, una pena, sería una gran arma, aunque los moroi tienen la profunda convicción de que sólo ha de usarse de un modo pacífico. Es una de las reglas más importantes de su sociedad. Suelen ser altos, delgados y no toleran bien los excesos de luz solar, pero a cambio disfrutan de unos sentidos sobrehumanos: vista, olfato y oído.

Ambos tipos de vampiros necesitan la sangre; eso es lo que los convierte en vampiros, digo yo. Los moroi, sin embargo, no matan para conseguirla. En lugar de eso, siempre cuentan con humanos a su alrededor que donan pequeñas cantidades de manera voluntaria. Se ofrecen a ello porque las endorfinas que liberan las mordeduras de los vampiros hacen que uno se sienta muy pero que muy bien y pueden llegar a ser adictivas; lo sé por propia experiencia. A estos humanos se les llama «proveedores» y son, básicamente, yonquis de las mordeduras de los vampiros.

A pesar de todo, contar con los proveedores siempre será mejor que la forma que tienen los strigoi de hacer las cosas, porque, como quizá ya te habrás imaginado, matan por la sangre, y creo que disfrutan con ello. Un moroi se convierte en strigoi si mata a una víctima mientras se alimenta de ella. Algunos lo hacen por voluntad propia y renuncian a su magia y a su moralidad a cambio de la inmortalidad. Un strigoi también se puede crear a la fuerza: si uno de ellos bebe la sangre de una víctima y obliga a ésta a beber sangre strigoi a cambio, bueno… ya tienes otro strigoi. Esto le puede pasar a cualquiera: moroi, humano o… dhampir.

Dhampir.

Eso es lo que soy yo. Los dhampir somos mitad humanos, mitad moroi, y a mí me gusta pensar que tenemos los mejores rasgos de cada raza. Soy fuerte y resistente como los humanos y puedo tomar el sol tanto como quiera, pero como los moroi, tengo unos sentidos realmente precisos y unos reflejos bien rápidos. La consecuencia es que un dhampir resulta perfecto como guardaespaldas, y eso es lo que somos la mayoría de nosotros. Nos llaman «guardianes».

Me he pasado la vida entrenándome para proteger a los moroi de los strigoi. Mi horario está repleto de clases y prácticas especiales en la Academia St. Vladimir, un instituto privado para moroi y dhampir; sé usar todo tipo de armas y arrear algunas patadas de lo más doloroso. He zurrado a tíos el doble de grandes que yo, tanto dentro como fuera de clase, al fin y al cabo, los tíos son prácticamente los únicos a los que zurro, ya que hay muy pocas chicas en cualquiera de mis clases.

Y con todas esas cosas buenas que heredamos, hay una sola de la que nos vemos privados: los dhampir no podemos tener hijos con otros dhampir. No me preguntes el porqué, no tengo ni idea de genética ni nada por el estilo. La unión entre humanos y moroi siempre genera descendencia dhampir, de ahí surgimos en su momento, pero no es algo que se produzca mucho ya: los moroi tienden a mantenerse apartados de los humanos. Gracias a otra estrambótica casualidad genética, la unión entre moroi y dhampir procrea hijos dhampir. Que sí, que sí, que es de locos. Lo lógico sería pensar en un bebé que tuviera tres cuartas partes de vampiro, ¿no? Pues no: medio humano, medio moroi.

La mayoría de los dhampir proviene de parejas de hombres moroi y mujeres dhampir. Las mujeres moroi prefieren tener hijos moroi, y esto implica, por regla general, que los hombres moroi se enrollan con mujeres dhampir y luego se largan, lo cual nos deja un montón de madres dhampir solteras que se dedican a criar a sus hijos, por eso no hay muchas que lleguen a guardianas.

Resumiendo, que sólo quedan los tíos y cuatro tías para convertirse en guardianes, pero quienes eligen dedicarse a proteger a los moroi se lo toman muy en serio. Los dhampir necesitan a los moroi para seguir teniendo hijos, tenemos que protegerlos, es sólo… bueno, que es lo más honorable que podemos hacer. Los strigoi son el mal, contra natura, no tienen ningún derecho a dedicarse a cazar inocentes, y los dhampir que se preparan para ser guardianes llevan esto grabado a fuego desde el mismo momento en que aprenden a andar. Los strigoi son el mal. Hay que proteger a los moroi. Éste es el credo de los guardianes, mi credo.

Y hay un moroi a quien quiero proteger por encima del resto del mundo: mi mejor amiga, Lissa, una princesa moroi de entre las doce familias reales que tienen; ella es la última descendiente de la suya, los Dragomir. Aunque hay algo en ella que la hace especial, aparte de ser mi mejor amiga.

¿Recuerdas cuando te conté que todo moroi domina uno de los cuatro elementos? Bueno, resulta que Lissa domina otro que nadie sabía siquiera que existía hasta hace bien poco: el espíritu. Durante años pensamos, simplemente, que ella no iba a desarrollar su capacidad para la magia. Entonces empezaron a ocurrir cosas extrañas a su alrededor. Por ejemplo, todos los vampiros poseen una capacidad denominada coerción que les permite imponer su voluntad sobre los demás, y en los strigoi es muy fuerte. En los moroi no sólo es más débil, sino que además está prohibida. En Lissa, no obstante, es casi tan fuerte como en un strigoi; un simple pestañeo suyo y la gente hace lo que ella quiera.

Pero eso no es lo más alucinante que puede hacer.

Antes dije que quien se muere no siempre se queda muerto. Bueno, ése es mi caso. Tranqui, no soy como los strigoi, pero sí que me morí una vez (no te lo recomiendo). Sucedió cuando el coche en el que iba se salió de la carretera, y en el accidente no sólo morí yo, también se mataron los padres de Lissa y su hermano. Sin embargo, en medio de todo aquel caos —y sin darnos cuenta—, Lissa utilizó el espíritu para traerme de vuelta. Durante mucho tiempo, no fuimos conscientes de aquello; de hecho, ni siquiera sabíamos que existía el espíritu.

Desafortunadamente resultó que una persona sí sabía de la existencia del espíritu antes que nosotras: Victor Dashkov, un príncipe moroi moribundo que descubrió los poderes de Lissa y decidió encerrarla y convertirla en su sanadora personal para el resto de su vida. Cuando me di cuenta de que alguien la acosaba, decidí tomar las riendas y que nos largásemos del instituto a vivir entre los humanos. Andar por ahí siempre huyendo tuvo su punto divertido, pero también su punto paranoico. Nos salimos con la nuestra durante dos años hasta que las autoridades de St. Vladimir nos cazaron y nos trajeron de vuelta hace unos meses.

Y fue entonces cuando Victor Dashkov puso las cartas sobre la mesa, raptó a Lissa y la torturó hasta que ella cedió a sus exigencias. Por el camino se le fue un poco la mano con algunas medidas algo extremas, como el viaje que nos pegó a Dimitri —mi mentor— y a mí con un hechizo de lujuria (enseguida vuelvo a ese tema). Victor también se aprovechó de la forma en que el espíritu estaba empezando a provocar una cierta inestabilidad mental en Lissa, pero aun así, aquello no fue tan terrible como lo que le hizo a su propia hija, Natalie. Llegó a animarla a que se convirtiera en strigoi para ayudarle a huir, y ella acabó atravesada por una estaca. Aun después de verse capturado tras aquel suceso, Victor ni siquiera parecía sentirse un poco culpable por lo que le había pedido a su hija que hiciera. Me lleva a pensar que no me ha ido tan mal criándome sin un padre.

Ahora resulta que tengo que proteger a Lissa de strigoi y de moroi. Sólo unos pocos funcionarios saben lo que es capaz de hacer, pero yo estoy segura de que hay más Víctores sueltos por ahí a quienes les gustaría utilizarla. Por suerte, dispongo de un arma adicional que me ayuda a protegerla. En algún momento durante mi sanación tras el accidente, el espíritu creó una conexión psíquica entre ella y yo. Puedo ver y sentir lo que ella ve y siente (aunque sólo funciona en una dirección, ella no me puede «sentir» a mí). El vínculo me ayuda a estar pendiente de ella y a enterarme si le pasa algo, aunque a veces sea un poco raro meterse en la cabeza de otra persona. Estamos bastante seguras de que el espíritu puede hacer más cosas, pero aún no sabemos qué.

Mientras tanto, yo intento ser lo mejor que puedo como guardiana. Nuestra huida hizo que me estancase en mi formación, así que ahora tengo que recibir clases extra para compensar la pérdida de tiempo. No hay nada en el mundo que desee más que mantener a salvo a Lissa y, por desgracia, hay dos cosas que dificultan mi entrenamiento cada dos por tres. Una, que en ocasiones actúo antes de pensar, y eso que cada vez se me da mejor evitarlo, pero cuando algo me enciende, primero arreo el puñetazo y luego me paro a ver a quién le he pegado. Cuando la gente que me importa se encuentra en peligro… bueno, las normas se vuelven relativas.

El otro problema en mi vida es Dimitri. Fue él quien mató a Natalie, y tiene una mala leche que te pasas. También es bastante atractivo. Vale, más que atractivo, está buenísimo, yo diría que tan bueno como ese típico tío que hace que te pares a medio cruzar la calle y te atropelle un coche; pero, tal y como he dicho, es mi instructor, y además tiene veinticuatro años. Éstos son dos de los motivos por los que yo no debería haberme colgado de él, aunque, para ser sincera, la razón más importante es que él y yo seremos los guardianes de Lissa cuando ella se gradúe, y si estamos pendientes el uno del otro, eso significa que no estaremos cuidando de ella.

La verdad es que no se me ha dado muy bien olvidarle, y estoy bastante segura de que él aún siente lo mismo por mí. En parte, lo que hace de ello algo más difícil es lo caliente que se puso la cosa entre nosotros cuando caímos bajo el hechizo de lujuria. Victor quería distraernos mientras raptaba a Lissa y le funcionó. Yo estaba lista para perder mi virginidad y Dimitri estaba listo para dar cuenta de ella, y aunque rompimos el hechizo en el último momento, tengo aquellos recuerdos siempre presentes y a veces me resulta un poco complicado concentrarme en las técnicas de combate.

Por cierto, me llamo Rose Hathaway, tengo diecisiete años, me preparo para proteger y para matar vampiros, estoy completamente enamorada del tío que no debo, y la magia que ejerce mi mejor amiga puede hacer que se vuelva loca.

Eh, ¿quién dijo que el instituto iba a ser fácil?