DIECISIETE

—¿Qué crees que estás haciendo? —me preguntó. En mi opinión, su voz seguía siendo demasiado alta.

—Nada. Yo…

—Discúlpenos, Lord Ivashkov —masculló. A continuación, como si yo tuviese cinco años, me cogió del brazo y me sacó a trompicones de la sala. El champán se salió de la copa y fue a caerme en la falda del vestido.

—¿Qué crees que estás haciendo tú? —exclamé yo una vez nos encontramos fuera, en el pasillo. Dolida, me miré el vestido—. Esto es seda. Puede que te lo hayas cargado.

Agarró la copa alta de champán y la dejó en una mesa cercana.

—Bien, puede que así dejes de vestirte como una puta barata.

—Hala —dije asombrada—. Un poco fuerte, ¿no? ¿Y cómo es que te has vuelto tan maternal de golpe? —señalé el vestido—. No es que esto sea precisamente barato. Dijiste que había sido un bonito detalle por parte de Tasha el regalármelo.

—Eso es porque no esperaba que te lo pusieras rodeada de moroi y te convirtieses en un espectáculo.

—No estoy dando ningún espectáculo. Y en cualquier caso, me tapa todo.

—Un vestido tan ajustado bien puede estar enseñándolo todo —contestó. Por supuesto, ella vestía de color negro guardián: pantalones de pinzas de lino negro y chaqueta a juego. Tenía también sus curvas, pero la ropa las ocultaba—. En especial, cuando te encuentras con un grupo como ése. Tu tipo… destaca. Y tontear con los moroi no es ninguna ayuda.

—No estaba tonteando con él.

La acusación me molestó porque creía que estaba mostrando un comportamiento realmente bueno en los últimos tiempos. Yo solía tontear sin parar (y hacía otras cosas) con tíos moroi, pero después de unas pocas charlas y un vergonzoso incidente con Dimitri, me había dado cuenta de lo estúpido que era aquello. Las chicas dhampir debían tener cuidado con los moroi, y ahora yo tenía eso siempre presente.

Se me ocurrió una mezquindad.

—Además —dije en tono de burla—, ¿no es eso lo que se supone que tengo que hacer? ¿Liarme con un moroi y perpetuar la raza? Es lo que hiciste.

Puso cara de enfado.

—No a tu edad.

—Sólo eras unos años mayor que yo.

—No hagas una estupidez, Rose —me dijo—. Eres demasiado joven para ser madre. No tienes la experiencia necesaria para ello, ni siquiera has podido vivir aún tu propia vida. No serás capaz de hacer las cosas tal y como desearías poder hacerlas.

Solté un quejido, avergonzada.

—¿Vamos a hablar de esto de verdad? ¿Cómo hemos pasado de mi supuesto tonteo a verme de repente con mi prole? No me acuesto ni con él ni con ningún otro, y si lo hiciese, sé sobre anticonceptivos. ¿Por qué me hablas como si fuera una cría?

—Porque te comportas como si lo fueses —era sorprendentemente parecido a lo que me había dicho Dimitri.

Me encaré con ella.

—¿Así que ahora me vas a mandar a mi cuarto?

—No, Rose —de pronto pareció cansada—. No tienes que irte a tu habitación, pero tampoco vuelvas ahí dentro. Con un poco de suerte, no habrás llamado demasiado la atención.

—Haces que suene como si hubiera estado haciendo un striptease sobre las rodillas de alguien —le dije—. Sólo he cenado con Lissa.

—Te sorprenderían las cosas que pueden hacer que surjan los rumores —me advirtió—. En especial con Adrian Ivashkov.

Con aquello, dio media vuelta y se marchó por el pasillo. Al verla sentí que el resentimiento y la ira me quemaban por dentro. ¿Había mucho de exageración? Yo no había hecho nada malo. Sabía que mi madre tenía metida en la cabeza su paranoia de las prostitutas de sangre, pero aquello era demasiado, incluso para ella. Y lo peor de todo, me había arrastrado fuera de allí y varias personas lo habían presenciado. Para alguien que supuestamente no quiere llamar la atención, había metido bastante la pata con eso.

Salió del salón una pareja de moroi que había estado cerca de Adrian y de mí. Miraron hacia donde yo me encontraba y cuchichearon algo al pasar.

—Gracias, mami —dije para mí a regañadientes.

Humillada, me marché en la dirección contraria, sin saber muy bien hacia dónde me dirigía. Fui hacia la parte de atrás del refugio, lejos del movimiento de la gente.

El pasillo se acababa, pero a la izquierda había una puerta que daba a unas escaleras. No estaba cerrada con llave, así que ascendí por la escalera hasta otra puerta. Para mi satisfacción, daba paso a una pequeña terraza sobre el tejado, al parecer sin mucho uso. Un manto de nieve la cubría por completo, pero allí fuera era por la mañana temprano, el sol brillaba con fuerza y hacía que todo reluciese.

Aparté la nieve de la superficie de un objeto cúbico, como una caja, que parecía ser parte del sistema de ventilación. Sin prestar atención al vestido, me senté allí, me rodeé con los brazos y se me perdió la mirada, admirando la vista y el sol que rara vez lograba disfrutar.

Me sorprendió que la puerta se abriese unos minutos más tarde, y cuando me volví, me quedé aún más sorprendida al ver aparecer a Dimitri. El corazón me dio un pequeño vuelco, y me di la vuelta sin saber muy bien qué pensar. Sus botas crujían sobre la nieve al caminar hasta donde me encontraba yo, y un instante después, se quitó su abrigo largo y me lo pasó por los hombros.

Se sentó junto a mí.

—Debes de estar helada.

Lo estaba, pero no quería admitirlo.

—Ya ha salido el sol.

Echó la cabeza hacia atrás para mirar el cielo azul perfecto. Sabía que a veces él echaba de menos el sol tanto como yo.

—Así es. Pero seguimos en una montaña en pleno invierno.

No le respondí, y nos quedamos allí sentados, en un cómodo silencio, durante un rato. De vez en cuando, una leve brisa movía nubes de nieve a nuestro alrededor. Para los moroi era de noche, y la mayoría se iría pronto a la cama, de manera que las pistas estaban muy tranquilas.

—Mi vida es un desastre —dije por fin.

—No es un desastre —dijo él de forma automática.

—¿Me has seguido desde la fiesta?

—Sí.

—Ni siquiera sabía que estabas allí —su traje oscuro indicaba que debía de haberse encontrado de servicio en la cena—. Entonces verías a la ilustre Janine provocar un escándalo al sacarme a rastras.

—No fue un escándalo. Casi nadie se dio cuenta. Yo lo vi porque te estaba observando.

Me negué a sentirme emocionada con aquello.

—No es lo que ella me ha dicho —le conté—. En su opinión, bien podía parecer que me estaba trabajando una esquina.

Le confié la conversación que habíamos tenido las dos en el pasillo.

—Es sólo que está preocupada por ti —dijo Dimitri cuando finalicé.

—Ha exagerado.

—A veces las madres son sobreprotectoras.

Le miré fijamente.

—Claro, pero es que se trata de mi madre. Y no parece ser tan protectora, en realidad. Creo que estaba más preocupada porque la avergonzase, o algo así. Y todo ese rollo de ser madre tan joven ha sido una estupidez. Yo no voy a hacer algo así.

—Puede que no estuviese hablando de ti —me dijo.

Más silencio. Me quedé boquiabierta.

«No tienes la experiencia necesaria para ello, ni siquiera has podido vivir aún tu propia vida. No serás capaz de hacer las cosas tal y como desearías poder hacerlas».

Mi madre tenía veinte años cuando yo nací. Mientras crecía, aquella edad siempre me había parecido de alguien muy mayor. Pero ahora… a mí apenas me faltaban unos años para tenerla. De mayor, nada. ¿Es que ella pensaba que me había tenido demasiado joven? ¿Es que ella lo había hecho de pena al educarme porque no supo hacerlo mejor en aquel momento? ¿Se lamentaba por el cariz que habían tomado las cosas entre nosotras? ¿Y sería… sería posible quizá que ella por su parte hubiese pasado por una experiencia personal con algún moroi y que otra gente hubiera extendido rumores sobre su persona? Yo había heredado muchos de sus rasgos. Vamos, quiero decir que incluso aquella noche me había dado cuenta del buen tipo que tenía, y también era guapa de cara; es decir, para una tía de casi cuarenta años. Es probable que fuese muy, muy atractiva cuando era más joven…

Suspiré, no tenía ganas de pensar en ello. Si lo hacía, me tocaría reevaluar mi relación con ella —puede que incluso reconocer que mi madre era una persona de carne y hueso—, y yo ya tenía demasiadas relaciones estresantes. Lissa siempre me preocupaba, aunque parecía estar bien, para variar. Mi supuesto romance con Mason se encontraba patas arriba. Y además, por supuesto, estaba Dimitri…

—No nos estamos peleando —le solté.

Me miró de reojo.

—¿Quieres pelea?

—No. Odio pelearme contigo. Verbalmente, quiero decir. En el gimnasio no me importa.

Creí haber detectado el rastro de una sonrisa. Para mí siempre una media sonrisa, rara vez una de oreja a oreja.

—A mí tampoco me gusta pelearme contigo.

Sentada junto a él, allí, me maravillé ante la calidez y las sensaciones agradables que surgían en mi interior. Había algo en estar a su lado que me hacía sentir muy bien, que me conmovía de un modo que no conseguía Mason. Me di cuenta de que no se puede forzar el amor. O lo hay, o no lo hay; y si no lo hay, tienes que ser capaz de admitirlo. Si lo hay, tienes que hacer lo que haga falta para proteger a quien quieres.

Las siguientes palabras que salieron de mi boca me dejaron atónita, tanto por lo absolutamente generosas que eran como por el hecho de que las sentía de verdad.

—Deberías aceptarla.

Dio un respingo.

—¿El qué?

—La oferta de Tasha. Deberías tomarle la palabra. Es una gran oportunidad.

Recordé las palabras de mi madre sobre estar preparada para tener hijos. Yo no lo estaba. Puede que ella no lo estuviese. Pero Tasha sí, y yo sabía que Dimitri también. Encajaban muy bien. Él podía ser su guardián, tener críos con ella… sería un buen trato para ambos.

—Nunca esperé oírte decir algo así —me confesó—. En especial después…

—¿De lo cabrona que he sido? —me apreté más su abrigo, por el frío. Olía a él. Era embriagador, y ya me podía casi sentir abrazada por él. Puede que Adrian hubiese dado en el clavo en cuanto al poder del olor—. Bueno, como ya te he dicho, no me quiero pelear más. No quiero que nos odiemos. Y… bueno… —cerré bien fuerte los ojos y los volví a abrir—. Da igual lo que yo sienta en cuanto a nosotros… quiero que seas feliz.

Y más silencio de nuevo. Me di cuenta entonces de que me dolía el pecho. Dimitri extendió el brazo y me rodeó con él, me atrajo hacia sí y yo apoyé la cabeza sobre su pecho. «Roza» fue todo lo que dijo.

Era la primera vez que me tocaba de verdad desde la noche del conjuro de lujuria. Lo del gimnasio había sido algo distinto… más animal. Esto ni siquiera iba de sexo. Iba tan sólo de estar cerca de alguien que te importa, de las emociones con que te inunda ese tipo de conexión.

Dimitri podría largarse con Tasha, pero yo seguiría amándole. Y probablemente siempre le amaría.

Mason me importaba, pero es probable que nunca le amase.

Miré a Dimitri con el único deseo de poder quedarme así para siempre. Me sentía bien con él, y —al margen de lo mucho que me doliese la idea de él y Tasha— también me sentía bien haciendo lo que era mejor para él. Aquél, sabía yo, era justo el momento de dejar de ser una cobarde y de hacer algo más que también era lo correcto. Mason había dicho que yo tenía que aprender algo sobre mí misma. Acababa de hacerlo.

A regañadientes, me aparté y le entregué a Dimitri su abrigo. Me puse en pie, y él me observó con curiosidad al verme inquieta.

—¿Dónde vas? —preguntó.

—A partirle a alguien el corazón —le respondí.

Admiré a Dimitri un instante más, sus ojos oscuros con mirada de complicidad y su pelo sedoso. A continuación me marché dentro. Tenía que disculparme con Mason… y decirle que nunca habría nada entre nosotros.