QUINCE

A la mañana siguiente estaba intentando pintarme las uñas de los pies —nada fácil con ese pedazo de resaca—, cuando dieron un toque en la puerta. Lissa ya se había marchado cuando me desperté, de manera que crucé la habitación tambaleándome y haciendo lo posible por no estropearme el esmalte de uñas húmedo. Abrí la puerta y vi que fuera aguardaba uno de los empleados del hotel con una caja grande en los brazos. La desplazó ligeramente de forma que pudiese verme.

—Estoy buscando a Rose Hathaway.

—Soy yo.

Le cogí la caja, que era grande pero no muy pesada. Con un veloz «gracias», cerré la puerta y me quedé pensando si debería haberle dado una propina. Bueno, va.

Me senté en el suelo con la caja, que no tenía marcas identificativas y estaba sellada con cinta de embalaje; la rasgué con un bolígrafo. Una vez hube rajado lo suficiente, abrí la caja y miré en el interior.

Estaba llena de perfume.

Tenía que haber no menos de treinta botellitas de perfume empaquetadas allí dentro. Algunos los conocía, otros no, y variaban desde los exageradamente caros, pasando por los de las estrellas de cine, hasta las marcas baratas que había visto en la droguería. Eternity. Angel. Vanilla Fields. Jade Blossom. Michael Kors. Poison. Hypnotic Poison. Pure Poison. Happy. Light Blue. Jovan Musk. Pink Sugar. Vera Wang. Una por una fui cogiendo las cajitas, leyendo las descripciones y, después, saqué las botellas para olerlas.

Estaba a medias cuando caí. Aquello tenía que ser de Adrian.

No sabía cómo se las había ingeniado para conseguir que le enviasen todo aquello al hotel en un plazo tan breve de tiempo, pero el dinero puede lograrlo casi todo. Aun así, yo no necesitaba la atención de un moroi rico y consentido. Al parecer, él no había captado mis señales. A regañadientes, comencé a devolver los perfumes a la caja, y me detuve. Por supuesto que los iba a devolver, pero no le hacía daño a nadie que oliese el resto antes de devolverlos.

De nuevo, empecé a sacarlos botella tras botella. En algunos casos me limité a olisquear el tapón, otros los rocié en el aire. Serendipity. Dolce & Gabbana. Shalimar. Daisy. Uno tras otro, fui distinguiendo los matices: rosa, violeta, sándalo, naranja, vainilla, orquídea…

Para cuando hube finalizado, la nariz apenas si me funcionaba ya, pues todos aquellos perfumes estaban preparados para los humanos, que poseían un sentido del olfato más débil que los vampiros e incluso que los dhampir, de manera que sus aromas resultaban extrafuertes. Comprendí de una forma totalmente novedosa aquello que había querido decir Adrian acerca de que sólo era necesaria una gota de perfume. Si todas aquellas botellitas me estaban mareando a mí, apenas era capaz de imaginarme lo que olería un moroi. La saturación sensorial tampoco estaba ayudando en nada al dolor de cabeza con el que me había levantado.

Empaqueté los perfumes, esta vez de verdad, y sólo me detuve al llegar a uno que realmente me había gustado. Tuve mis dudas, con la cajita en la mano, y a continuación, extraje la botellita roja y la olisqueé de nuevo. Tenía una fragancia fresca, dulce, con algún tipo de fruta, pero no una acaramelada o azucarada. Me estrujé el cerebro en busca de un aroma que una vez olí en una chica con la que me encontré en mi edificio. Me había dicho el nombre, como una mora… pero más fuerte. Grosella, eso era; y allí estaba en aquel perfume, mezclada con algunas flores: muguete y otras que no era capaz de identificar. Cualquiera que fuese la mezcla, algo en ella me atraía: dulce, pero no demasiado. Leí la caja en busca del nombre. Amor Amor.

—Muy apropiado —musité, al ver cuántos problemas sentimentales parecía tener yo últimamente, aunque me quedé con el perfume de todas formas y volví a empaquetar el resto.

Cogí la caja en brazos y la bajé a la recepción, donde encontré cinta de embalaje para cerrarla de nuevo. También conseguí las indicaciones necesarias para llegar hasta la habitación de Adrian. Al parecer, los Ivashkov disponían prácticamente de su propia ala, y no se hallaba demasiado lejos de la habitación de Tasha.

Con la sensación de ser una repartidora, avancé por el pasillo y me detuve frente a su puerta. Antes de que lograse llamar, se abrió, y Adrian se encontró frente a mí. Él tenía el mismo aspecto de estar sorprendido que yo.

—Pequeña dhampir —dijo en tono cordial—. No esperaba verte por aquí.

—Vengo a devolver esto —y alcé la caja hacia él antes de que pudiese protestar. La sostuvo con torpeza, tambaleándose ligeramente por la sorpresa. Una vez la tuvo bien sujeta, retrocedió un par de pasos y la dejó en el suelo.

—¿No te ha gustado ninguno? —me preguntó—. ¿Quieres que te consiga más?

—No me envíes más regalos.

—No es un regalo. Es un servicio público. ¿Qué mujer no tiene su perfume?

—No vuelvas a hacerlo —le dije con firmeza.

De pronto, a su espalda, una voz preguntó:

—¿Rose? ¿Eres tú?

Miré detrás de él. Lissa.

—¿Qué haces aquí?

Entre mi dolor de cabeza y que yo había supuesto que estaba con Christian, aquella mañana había bloqueado mi percepción de ella todo lo que pude. En condiciones normales, al instante de acercarme, yo ya habría sabido que ella se encontraba dentro de la habitación. Me volví a abrir de nuevo y permití que su asombro me llegase a raudales. No se había esperado que yo apareciese por allí.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó.

—Señoritas, señoritas —dijo Adrián en plan bromista—. No hace falta que se peleen por mí.

Le miré fijamente.

—No lo estamos haciendo. Sólo quiero saber qué es lo que pasa aquí.

Percibí una oleada de loción de afeitado y a continuación oí una voz a mi espalda:

—Yo también.

Di un respingo, me volví y vi a Dimitri de pie en el pasillo. No tenía ni idea de qué hacía en el ala de los Ivashkov.

De camino a la habitación de Tasha, me sugirió mi voz interior.

No cabía duda de que Dimitri siempre esperaba que me metiese en todo tipo de problemas, pero el encontrarse a Lissa allí dentro le pilló desprevenido. Pasó a mi lado, se adentró en la habitación y se quedó mirándonos a los tres.

—Los alumnos y las alumnas sólo pueden estar en sus respectivos cuartos.

Yo sabía que apuntar el hecho de que Adrian no era, técnicamente, un alumno no nos iba a sacar de aquel lío. Se suponía que nosotras no podíamos estar en la habitación de ningún tío.

—¿Cómo puedes seguir haciendo esto? —le pregunté a Adrian, frustrada.

—¿Hacer qué?

—Que no deje de parecer que actuamos mal.

Se carcajeó.

—Habéis sido vosotras quienes habéis venido aquí.

—Tú no deberías haberles dejado entrar —le reprendió Dimitri—. Estoy seguro de que conoces las normas de St. Vladimir.

Adrian se encogió de hombros.

—Sí, pero no tengo que seguir ninguna estúpida norma de colegio.

—Quizá no —dijo Dimitri con frialdad—, pero habría creído que aun así las respetarías.

Adrian puso los ojos en blanco.

—En cierto modo me sorprende verte dar clases sobre las menores de edad —vi la ira arder en los ojos de Dimitri y, por un instante, pensé que podía presenciar la pérdida de control que yo le había echado en cara. Pero mantuvo la compostura, y tan sólo sus puños apretados daban fe de lo enfadado que estaba. Adrian prosiguió—: Además, aquí no estaba pasando nada sórdido. Tan sólo pasábamos el rato.

—Si quieres «pasar el rato» con menores, hazlo en una de las zonas comunes.

No me hizo ninguna gracia que Dimitri nos llamase «menores», y me sentí como si su reacción fuese exagerada. Sospechaba también que parte de esa reacción tenía que ver con el hecho de que yo me encontrase allí.

Adrian se rió justo en ese momento. Una risa extraña que me puso los pelos de punta.

—¿Menores? ¿Menores? Seguro. Menores y a la vez mayores. Apenas si han visto nada de la vida y ya han visto demasiado. Una está ungida por la vida y la otra está ungida por la muerte… pero ¿es por ellas por quien te preocupas? Preocúpate por ti, dhampir. Preocúpate por ti y preocúpate por mí, nosotros somos los menores.

El resto nos quedamos así, como pasmados. No creo que ninguno nos esperásemos que se le fuera la pinza de un modo tan repentino y tan brusco.

De nuevo, Adrian había vuelto a la calma y su aspecto era perfectamente normal. Se giró, deambuló hasta la ventana y nos miró, a su espalda, de una manera por completo informal según sacaba sus cigarrillos.

—Vosotras, señoritas, es probable que debáis iros. Tiene razón, soy una mala influencia.

Crucé la mirada con Lissa. Las dos salimos de forma apresurada y seguimos a Dimitri por el pasillo en dirección al vestíbulo.

—Ha sido… extraño —dije un par de minutos después. No era más que constatar algo obvio, pero bueno, alguien tenía que hacerlo.

—Mucho —dijo Dimitri, que no parecía tan enfadado como perplejo.

Cuando llegamos al vestíbulo, salí detrás de Lissa, de regreso a nuestra habitación, pero Dimitri me llamó.

—Rose —dijo—. ¿Puedo hablar contigo?

Sentí un brote de solidaridad procedente de Lissa, me volví hacia Dimitri y me dirigí a una zona apartada en la sala, fuera del tránsito de la gente. Un grupo de moroi envueltos en sus pieles y diamantes pasó a toda prisa junto a nosotros, con la ansiedad dibujada en el rostro. Detrás iban los botones con el equipaje. La gente seguía marchándose en busca de lugares más seguros. La paranoia strigoi estaba lejos de haber finalizado.

La voz de Dimitri atrapó de nuevo mi atención.

—Ése es Adrian Ivashkov —pronunció el nombre igual que lo hacía todo el mundo.

—Sí, lo sé.

—Ésta es la segunda vez que te veo con él.

—Sí —respondí con mucha fluidez—. Nos vemos a veces.

Dimitri levantó una ceja y justo a continuación hizo un gesto con la cabeza para señalar en la dirección de la que proveníamos.

—¿Le ves mucho en su habitación?

En mi cabeza saltaron múltiples contestaciones, y una maravillosa cobró ventaja.

—Lo que pase entre él y yo no es asunto tuyo —logré un tono muy parecido al que él había utilizado conmigo cuando realicé un comentario similar sobre él y Tasha.

—A decir verdad, mientras que estés en la academia, lo que tú hagas es asunto mío.

—En mi vida privada no. Ahí no tienes voz ni voto.

—Aún no eres una adulta.

—Estoy lo bastante cerca. Además, no es como si me fuese a convertir en adulto por arte de magia el día de mi decimoctavo cumpleaños.

—Está claro —dijo él.

Me sonrojé.

—No es eso lo que yo quería decir. Yo…

—Ya sé lo que querías decir, y los detalles técnicos no importan ahora mismo. Eres una alumna de la academia y yo soy tu instructor. Mi trabajo es ayudarte y mantenerte a salvo. Estar en el dormitorio de alguien como él… bueno, eso no es «a salvo».

—Soy capaz de manejar a Adrian Ivashkov —mascullé—. Es raro, raro de verdad, en apariencia, pero inofensivo.

En secreto me preguntaba si el problema de Dimitri no podría ser que estuviese celoso. No se había llevado a Lissa aparte para darle la brasa. La idea me hacía ligeramente feliz, pero entonces recordé la curiosidad que yo había sentido antes en referencia al motivo de que Dimitri hubiese siquiera aparecido.

—Hablando de vidas privadas… supongo que ibas a visitar a Tasha, ¿eh?

Sabía que era algo mezquino y me esperaba una contestación en plan «no es asunto tuyo». En cambio, me respondió:

—En realidad, iba a ver a tu madre.

—¿También te vas a liar con ella? —yo sabía que no iba a hacerlo, pero la ocurrencia me pareció demasiado buena como para desperdiciarla.

Aparentó ser consciente de ello él también y se limitó a mirarme con cara de cansancio.

—No. Íbamos a repasar unos datos nuevos sobre los strigoi que atacaron a los Drozdov.

Se me acabaron el enfado y la impertinencia. Los Drozdov. Los Badica. De pronto, todo lo que había pasado aquella mañana tomaba una apariencia increíblemente trivial. ¿Cómo podía haber estado ahí discutiendo con Dimitri sobre si se estarían produciendo o no ciertos romances mientras él y el resto de guardianes estaban tratando de protegernos?

—¿Qué habéis descubierto? —le pregunté en voz baja.

—Hemos logrado seguirle la pista a algunos de los strigoi —dijo—, o al menos a los humanos que van con ellos. Ha habido testigos, gente que vive en los alrededores, que vieron algunos de los coches que utilizó el grupo. Todas las matrículas eran de estados diferentes, parece que el grupo se ha disgregado, probablemente para ponérnoslo más difícil, pero uno de esos testigos cogió el número de una de las placas. Está registrada con una dirección de Spokane.

—¿Spokane? —pregunté con incredulidad—. ¿Spokane, en el estado de Washington? ¿Quién se monta una guarida en Spokane? He estado allí una vez, y era más o menos igual de aburrido que el resto de esos pueblos perdidos por el noroeste.

—Los strigoi, al parecer —dijo con un gesto inexpresivo—. El domicilio era falso, pero hay otras pruebas que demuestran que de verdad están allí. Hay una especie de centro comercial con algunas galerías subterráneas. Se han producido avistamientos de strigoi por aquella zona.

—Entonces… —fruncí el ceño—. ¿Vais a ir detrás de ellos? ¿Va a ir alguien? Es decir, esto es lo que Tasha dice… si sabemos dónde están…

Lo negó con la cabeza.

—Los guardianes no podemos hacer nada sin el permiso de arriba. No es algo que vaya a suceder de manera inmediata.

Suspiré.

—Porque los moroi hablan demasiado.

—Están siendo cautos —me dijo.

Sentí cómo empezaba a mosquearme otra vez.

—Venga ya. Ni siquiera tú puedes querer ser cauto con esto. Sabes a ciencia cierta dónde se esconden los strigoi, unos strigoi que han masacrado niños, ¿y no quieres ir a por ellos cuando menos se lo esperan? —yo sonaba entonces igual que Mason.

—No es tan fácil —dijo él—. Respondemos ante el Consejo de Guardianes y el Gobierno moroi. No podemos salir por las buenas y actuar de forma impulsiva. Y, de todas maneras, no lo sabemos todo aún. Nunca debes meterte en ninguna situación sin conocer todos los detalles.

—Otra vez las lecciones zen —suspiré. Me pasé una mano por el pelo y me lo sujeté detrás de las orejas—. Y, de todos modos, ¿por qué me lo cuentas a mí? Es un tema de los guardianes, no es de esas cosas que se le cuentan a los novicios.

Meditó sobre sus palabras, y su expresión se ablandó. Él siempre me parecía increíble, pero era así como más me gustaba.

—He dicho algunas cosas… el otro día, y hoy… que no debería haber dicho. Cosas que constituían insultos para tu edad. Tienes diecisiete… pero eres capaz de manejar y procesar las mismas cosas que quienes son mucho mayores que tú.

Se me hinchó el pecho y me palpitó con fuerza.

—¿De verdad?

Él asintió.

—Eres aún muy joven en muchos sentidos, y actúas como tal, pero la única verdadera forma de cambiar eso es tratarte como a un adulto. Tengo que hacerlo más. Sé que tomarás esta información, comprenderás lo importante que es y te la guardarás para ti.

No me entusiasmaba que me dijesen que actuaba como una cría, pero me gustaba la idea de que me hablase como a una igual.

—Dimka —se escuchó una voz. Tasha Ozzera se acercó hasta nosotros y sonrió al verme—. Hola, Rose.

Adiós a mi estado de ánimo.

—Hey —dije en plan cansino.

Le plantó la mano en el antebrazo a Dimitri y deslizó los dedos por el cuero de su abrigo. Observé esos dedos con enfado. ¿Cómo se atrevían a tocarle?

—Tienes esa expresión en la cara —le dijo ella.

—¿Qué expresión? —preguntó él. El rostro adusto que había mostrado conmigo se desvaneció. En sus labios había una leve sonrisa de complicidad, casi de travesura.

—Esa expresión que dice que vas a estar de servicio todo el día.

—¿En serio? ¿Esa cara tengo? —en su voz había un tono bromista, burlón.

Ella asintió.

—¿Cuándo termina oficialmente tu turno?

Dimitri pareció —lo juro— avergonzado.

—Hace una hora.

—No puedes seguir haciendo esto —se quejó ella—. Necesitas un descanso.

—Bueno… si tienes en cuenta que no dejo de ser el guardián de Lissa…

—Por ahora —dijo ella en tono de complicidad. Me sentía más mareada que la noche previa—. En el piso de arriba se está celebrando un gran torneo de billar.

—No puedo —dijo él, pero con la sonrisa aún en el rostro—. Aunque hace mucho que no juego…

¿Pero qué c…? ¿Dimitri jugaba al billar?

De repente, ya no importaba que acabásemos de mantener una conversación acerca del hecho de que no me tratase como a un adulto. Una pequeña parte de mí era consciente del cumplido que aquello suponía, pero el resto de mí deseaba que me tratase como a Tasha. Travieso. Bromista. Informal. Tenían un trato demasiado familiar el uno con el otro, completamente cómodos.

—Vámonos entonces —le suplicó ella—. ¡Sólo una ronda! Les podemos ganar a todos.

—No puedo —repitió él. Sonaba a lamento—. No con todo lo que está ocurriendo.

Ella se puso un poco seria.

—No, supongo que no —me miró, y dijo bromeando—: Espero que te des cuenta del modelo de conducta tan extremo que tienes aquí delante. Nunca está fuera de servicio.

—Bueno —le dije yo en una imitación de la cadencia de su tono de voz anterior—, por ahora, al menos.

Tasha parecía extrañada. No creo que siquiera se imaginase que me reía de ella. La dura mirada de Dimitri me decía que él sí sabía con exactitud lo que estaba haciendo, y de inmediato me di cuenta de que me acababa de cargar cualquier progreso que hubiese hecho por la senda de los adultos.

—Hemos terminado aquí, Rose. Recuerda lo que te he dicho.

—Sí —dije según me volvía. De manera repentina, deseé regresar a mi habitación a no hacer nada durante un rato. Aquel día ya me estaba resultando agotador—. Desde luego.

No había llegado muy lejos cuando me tropecé con Mason. Cielo santo, hombres por todas partes.

—Estás enfadada —me dijo en cuanto estuvo frente a mí. Tenía un don para intuir mis estados de ánimo—. ¿Qué ha pasado?

—Ciertos… problemas disciplinarios. Ha sido una mañana rara.

Suspiré, incapaz de quitarme a Dimitri de la cabeza. Miraba a Mason y recordaba lo convencida que estaba de llegar verdaderamente lejos con él la noche anterior. Estaba de la olla, no era capaz de escoger a nadie, y decidí que la mejor forma de olvidarse de un tío era prestarle atención a otro, así que cogí del brazo a Mason y lo alejé de allí.

—Venga. ¿El trato no era ir a algún sitio… mmm, privado hoy?

—Creí que ya se te había pasado la borrachera —bromeó, pero sus ojos me miraban muy, muy serios. E interesados—. Había asumido que se había acabado todo.

—Eh, que yo me atengo a lo que digo, sea lo que sea —abrí mi mente y busqué a Lissa. No se encontraba ya en nuestra habitación, se había marchado a cualquier otro acto de la realeza, sin duda como preparación para la gran fiesta de Priscilla Voda—. Venga —le dije a Mason—, vamos a mi habitación.

Aparte de las inoportunas veces que a Dimitri le daba por pasarse por los cuartos de la gente, nadie vigilaba de verdad el cumplimiento de la norma de la segregación por sexos. Era prácticamente como si nos encontrásemos allá en mi edificio de la academia. Mientras Mason y yo subíamos, le conté lo que Dimitri me había dicho sobre los strigoi en Spokane. Dimitri me había advertido que me lo guardase para mí, pero de nuevo estaba enfadada con él, y no vi mal alguno en contárselo a Mason. Sabía que a él le interesaría.

Y acerté. Mason se pilló un rebote de los buenos.

—¿Qué? —exclamó cuando entrábamos en mi habitación—. ¿Que no van a hacer nada?

Me encogí de hombros y me senté en mi cama.

—Dimitri ha dicho que…

—Ya lo sé, ya lo sé… ya te he oído. Lo de ser cautelosos y tal —Mason caminaba enfadado por mi habitación—. Pero si esos strigoi van a por más moroi… otra familia real… ¡maldita sea! Entonces van a desear no haber tenido tanto cuidado.

—Olvídalo —le dije. Me sentía en cierto modo molesta por el hecho de que estar sentada en la cama no bastase para quitarle de la cabeza unos alocados planes de combate—. No podemos hacer nada.

Se detuvo.

—Podríamos ir.

—¿Ir adónde? —pregunté de forma estúpida.

—A Spokane. En el pueblo se puede coger un autobús.

—Yo… espera. ¿Quieres que vayamos a Spokane a matar strigoi?

—Desde luego. Eddie también se vendría… Podríamos ir a ese centro comercial. No estarían organizados ni nada, así que podríamos aguardar y liquidarlos uno por uno…

Yo sólo atinaba a quedarme mirándole.

—¿Cuándo te has vuelto tan bobo?

—Ah, ya veo. Gracias por tu voto de confianza.

—No se trata de confianza —le rebatí yo al tiempo que me ponía en pie y me aproximaba a él—. Le puedes partir la cara al más pintado. Yo lo he visto. Pero esto… ésta no es la manera de hacerlo. No podemos enganchar a Eddie e ir a por los strigoi. Necesitamos más gente, planearlo más. Más información.

Puse mis manos sobre su pecho. Él puso las suyas sobre las mías y sonrió. En sus ojos aún se veía el ardor de la batalla, pero yo podía sentir que su mente se estaba empezando a centrar en preocupaciones mucho más inmediatas. Como yo.

—No quería llamarte bobo —le dije—. Lo siento.

—Sólo lo dices porque quieres engatusarme.

—Por supuesto que sí —me reí, contenta de verle relajado. La naturaleza de aquella conversación me recordaba un poco a la que Lissa y Christian habían mantenido en la capilla.

—Bueno —me dijo—, no creo que vaya a ser muy difícil aprovecharse de mí.

—Bien. Porque hay montones de cosas que quiero hacer.

Mis manos se deslizaron, ascendieron y le rodearon el cuello. El tacto de su piel era cálido bajo mis dedos, y me acordé de lo mucho que había disfrutado besándole la noche anterior.

De repente, por las buenas, me dijo:

—Eres de verdad su alumna.

—¿De quién?

—De Belikov. Es que estaba pensando en el momento en el que has mencionado la necesidad de información y ese rollo. Te comportas exactamente igual que él. Te tomas las cosas muy en serio desde que vas por ahí con él.

—No, no lo hago.

Mason me había atraído más cerca de sí, pero entonces, de pronto, ya no me sentí tan romántica. Hubiera preferido que nos enrollásemos y haberme olvidado de Dimitri un rato, y no mantener una conversación sobre él. ¿A qué venía aquello? Se suponía que Mason debía distraerme.

Él no advirtió que algo fuese mal.

—Es sólo que has cambiado, nada más. No es que sea malo… sólo diferente.

Había algo en ello que me molestaba, pero antes de que pudiese contestarle, su boca buscó la mía en un beso. Las discusiones racionales se fueron al garete. En mi interior comenzó a surgir un estado anímico oscuro, pero canalicé esa intensidad en la faceta física al tiempo que Mason y yo nos comprimíamos el uno contra el otro. Le empujé a la cama y conseguí hacerlo sin detener el beso. Si algo tenía yo, era el ser multitarea. Le clavé las uñas en la espalda mientras que sus manos ascendían por mi nuca y me soltaban la coleta que me había hecho unos minutos antes. Sus dedos me recorrían el pelo, ahora en libertad, y su boca se retiró para descender y besarme el cuello.

—Eres… increíble —me dijo, y pude sentir que lo decía de verdad. Todo su rostro brillaba de cariño hacia mí.

Me arqueé hacia arriba para permitir que sus labios hiciesen una mayor presión sobre mi piel mientras sus manos se deslizaban por debajo de mi blusa, ascendían por mi abdomen y apenas llegaban a rozar el aro de mi sujetador.

Teniendo en cuenta que acabábamos de estar discutiendo unos minutos antes, me sorprendía ver que las cosas se estuviesen acelerando tanto. Para ser sincera, sin embargo… no me importaba. Ése era el modo en que yo vivía mi vida; conmigo todo era siempre rápido e intenso. La noche en que Dimitri y yo caímos víctimas del hechizo de lujuria de Victor Dashkov, también se produjo una pasión bastante furiosa, aunque Dimitri la controló, así que a ratos nos tomamos las cosas con calma… y aquello había sido maravilloso a su manera. Pero la mayor parte del tiempo no habíamos sido capaces de contenernos. Podía volver a sentirlo todo. El modo en que sus manos me recorrieron el cuerpo. Los besos profundos, poderosos.

Fue entonces cuando me percaté de algo.

Estaba besando a Mason, pero en mi cabeza, yo me encontraba con Dimitri. Y no es que me limitase a recordarlo, estaba de verdad imaginándome que me encontraba con Dimitri —en aquel preciso instante— reviviendo esa noche de nuevo. Con los ojos cerrados resultaba sencillo fingirlo.

Pero cuando los abrí y vi los ojos de Mason, me di cuenta de que era con él con quien estaba. Hacía mucho tiempo que yo le atraía, y me adoraba. Hacerle esto… estar con él y fingir que me encontraba con otro…

No estaba bien.

Me revolví y me zafé de él.

—No… no lo hagas.

Mason se detuvo de inmediato, porque era de esa clase de tíos.

—¿Demasiado lejos? —preguntó, y yo asentí—. Está bien, no tenemos que hacerlo.

Volvió a acercarse a mí y yo me alejé más.

—No, es sólo que yo no… no lo sé. Vamos a dejarlo, ¿vale?

—Yo… —por un momento se quedó sin palabras—. ¿Qué ha pasado con los «montones de cosas» que querías hacer?

Vale… aquello no parecía estar nada bien, pero ¿qué le iba a decir? No me puedo acostar contigo porque, cuando lo hago, es que me pongo a pensar en ese otro tío que es al que de verdad deseo. Tú no eres más que un sustituto.

Tragué saliva, sintiéndome estúpida.

—Lo siento, Mase. No puedo.

Se sentó y se pasó una mano por el pelo.

—Vale. Muy bien —pude sentir la severidad de su voz.

—Estás enfadado.

Me miró de manera fugaz con una expresión violenta.

—Sólo estoy confundido. No sé interpretar tus señales. En un momento dado eres ardiente y al siguiente eres fría. Me dices que me deseas y me dices que no. Si escogieses una opción, sería perfecto, pero no dejas de hacerme pensar primero una cosa y a continuación te acabas yendo en una dirección completamente distinta. No sólo ahora, siempre —era verdad. Con Mason me había dedicado a un tira y afloja. Unas veces coqueteaba con él y otras le ignoraba por completo—. ¿Hay algo que quieras que haga? —me preguntó al no decir yo nada—. Algo que… no sé. ¿Algo que te vaya a hacer sentir mejor en lo que a mí respecta?

—No lo sé —le dije casi como un susurro.

Él suspiró.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres, en general?

«A Dimitri», pensé. En cambio, lo que realmente hice fue repetirme.

—No lo sé.

Con un quejido, se levantó y se dirigió a la puerta.

—Rose, para alguien que afirma querer reunir tanta información como sea posible, te queda aún muchísimo que aprender sobre ti misma.

Dio un portazo al salir. El ruido me hizo dar un respingo y, mientras estaba allí mirando fijamente el lugar donde Mason acababa de estar de pie, me di cuenta de que él tenía razón. Desde luego que tenía mucho que aprender.