Dos tíos a los que jamás había visto antes se estaban encarando, el uno contra el otro. Aparentaban unos veintitantos y ninguno de los dos reparó en mí. El que se había chocado conmigo propinó un fuerte empujón al otro, que se tambaleó hacia atrás de manera ostensible.
—¡Tienes miedo! —gritaba el tío que estaba a mi lado. Llevaba un bañador largo de color verde y el pelo oscuro echado hacia atrás por el agua—. Todos vosotros tenéis miedo. Lo único que queréis es esconderos en vuestras mansiones y dejar que los guardianes os hagan el trabajo sucio. ¿Y qué vais a hacer cuando estén todos muertos? ¿Quién os va a proteger entonces?
El otro tío se limpió la sangre de la cara con el dorso de la mano. De pronto le reconocí, gracias a sus reflejos rubios. Era el miembro de la realeza que le había gritado a Tasha por querer hacer que los moroi luchasen. Ella le había llamado Andrew. Intentó conectar un golpe y falló, su técnica era un desastre.
—Es el camino más seguro. Haz caso a esa amante de los strigoi y todos estaremos muertos. Está intentando exterminar a toda nuestra raza.
—¡Está intentando salvarnos!
—¡Está intentando conseguir que usemos la magia negra!
La «amante de los strigoi» tenía que ser Tasha. El tío que no pertenecía a la realeza era la primera persona ajena a mi pequeño círculo a quien oía yo hablar en su favor. Me pregunté cuántos más habría por ahí que compartiesen su opinión. Le dio otro puñetazo a Andrew, y mi instinto —o quizá el puñetazo— me hizo entrar en acción.
Di un salto hacia delante y me metí entre los dos. Aún me sentía un poco inestable y mareada, si no hubiesen estado tan cerca el uno del otro, es probable que yo me hubiese caído. Los dos se quedaron parados, claramente sorprendidos.
—Fuera de aquí —me soltó Andrew.
Al ser hombres, y moroi, ambos me superaban en estatura y peso, pero era probable que yo fuese más fuerte que cada uno de ellos. Con la esperanza de sacarle a aquello el mayor partido, agarré a cada uno por el brazo, tiré de ellos hacia mí y a continuación los aparté con el empujón más fuerte que pude lograr. Se tambalearon al no esperarse mi fuerza, y yo también me tambaleé un poco.
El que no pertenecía a la realeza se me quedó mirando y dio un paso hacia mí. Contaba con que estuviese chapado a la antigua y no le pegase a una chica.
—¿Qué estás haciendo? —exclamó. La gente nos rodeaba y nos miraba con expectación.
Yo le devolví la mirada.
—¡Trato de evitar que os volváis más idiotas de lo que ya sois! ¿Queréis ser de ayuda? ¡Dejad de pelearos! Arrancaros la cabeza no va a servir para salvar a los moroi, a no ser que lo que queráis sea disminuir el porcentaje de estupidez de su patrimonio genético —señalé a Andrew—. Tasha Ozzera no está intentando exterminarnos a todos. Está intentando conseguir que dejes de ser una víctima —me volví al otro tío—. Y en cuanto a ti, anda que no te queda todavía si es que piensas que ésta es forma de hacerse entender. La magia, en especial la de ataque, requiere mucho autocontrol y, hasta ahora, no es que el tuyo me haya impresionado. Hasta yo tengo más que tú, y si me conocieses, entenderías lo difícil que es eso.
Los dos tíos permanecieron mirándome, atónitos. En apariencia, yo había sido más efectiva que una pistola Taser. Al menos durante unos segundos lo fui, porque una vez se les pasó el efecto de shock de mis palabras, volvieron a lanzarse el uno contra el otro. Me encontré atrapada en el fuego cruzado y recibí un empujón que casi me tiró al suelo. De repente, a mi espalda, salió Mason en mi defensa y le dio un puñetazo al primero que pudo: el que no pertenecía a la realeza.
Aquel tío salió volando hacia atrás y fue a caer en una de las pozas con un salpicón. Se me escapó un grito al recordar el miedo a partirme la crisma que había sentido antes, pero un segundo después se levantó y se quitó el agua de los ojos.
Agarré a Mason del brazo en un intento por sujetarle, sin embargo se sacudió mi mano y se fue a por Andrew, le dio un fuerte empujón y lo lanzó contra un grupo de moroi —los amigos de Andrew, sospeché yo— que parecía tener la intención de detener la pelea. El tío de la poza trepó por el borde, salió con la furia marcada en el rostro y se dirigió hacia Andrew, aunque esta vez, Mason y yo le bloqueamos el paso. Nos miró a los dos.
—Basta —le advertí.
El tío apretó los puños y a juzgar por su expresión se habría dicho que iba a intentar enfrentarse a nosotros, pero le intimidamos, y él no parecía contar con un séquito de amigos como Andrew, a quien se estaban llevando mientras vociferaba obscenidades. Con unas pocas amenazas entre dientes, el otro se retiró.
En cuanto se fue, me volví hacia Mason:
—¿Has perdido la cabeza?
—¿Eh? —preguntó.
—¡Al meterte ahí en medio!
—Tú también lo has hecho —me dijo.
Fui a rebatírselo y me di cuenta de que tenía razón.
—Es diferente —gruñí.
Él se inclinó hacia delante.
—¿Estás borracha?
—No. Por supuesto que no. Sólo estoy intentando evitar que cometas una estupidez. No porque alucines con que eres capaz de matar a un strigoi vas a tener que pagarlo con todos los demás.
—¿Alucino? —preguntó con frialdad.
Justo en ese momento empecé a sentir náuseas. La cabeza me daba vueltas. Proseguí camino de la salita contigua, rezando por no tropezar.
Pero cuando llegué hasta ella, vi que, en el fondo, no se trataba de un cuarto para los postres o las bebidas, al menos en la forma en que yo había pensado. Era una sala de nutrición: varios humanos reclinados en chaise-lounges forradas de satén con moroi junto a ellos. En el aire, el olor a incienso de jazmín. Perpleja, observé con una fascinación macabra cómo un moroi rubio se inclinaba hacia delante y mordía el cuello de una pelirroja guapísima. Todas aquellas proveedoras eran excepcionalmente guapas, caí justo entonces en la cuenta, como actrices o modelos. Lo mejor de lo mejor para la realeza.
La mordedura fue larga y profunda, la chica cerró los ojos y se le abrieron los labios, una expresión de pura felicidad en la cara conforme las endorfinas del moroi iban fluyendo en su torrente sanguíneo. Sentí un escalofrío, transportada al pasado, a cuando yo había sentido también esa misma forma de euforia. En mi mente alcoholizada, todo aquello pareció de pronto alarmantemente erótico. De hecho, casi me sentí una intrusa, como si estuviese viendo a alguien en plena actividad sexual. Cuando el moroi terminó y limpió la sangre con la lengua, rozó la mejilla de la chica con los labios en un suave beso.
—¿Te presentas voluntaria?
Noté el roce de las yemas de unos dedos en el cuello, pegué un salto, me di la vuelta y vi los ojos verdes de Adrian y su sonrisita de complicidad.
—No hagas eso —le dije, y aparté su mano de un golpe.
—¿Qué estás haciendo aquí, entonces? —me preguntó.
Hice un gesto a mi alrededor.
—Me he perdido.
Me examinó.
—¿Estás borracha?
—No. Por supuesto que no… pero… —las náuseas se habían asentado un poco, aunque no me sentía bien aún—. Creo que debería sentarme.
Me cogió del brazo.
—Vale, no lo hagas aquí. Alguien podría sacar conclusiones erróneas. Vamos a algún sitio tranquilo.
Me condujo a otra estancia, y yo miré a mi alrededor con interés. Era una sala de masaje. Había algunos moroi tumbados boca abajo en camillas, recibiendo masajes en la espalda y en los pies por parte del personal del hotel. El aceite que usaban olía a romero y lavanda. En cualquier otra situación, un masaje me habría sonado a gloria, pero entonces, tumbarme boca abajo, sobre el estómago, me parecía la peor idea del mundo.
Me senté en el suelo enmoquetado, recostada contra la pared. Adrian se marchó y regresó con un vaso de agua, se sentó también y me lo ofreció.
—Bébete esto. Te será de ayuda.
—Te lo he dicho, no estoy borracha —mascullé, pero me la bebí de todos modos.
—Vaya, vaya —me sonrió—. Has hecho un buen trabajo con esa pelea. ¿Quién era el otro tío que te ha ayudado?
—Mi novio —le dije—. O algo así.
—Mia tenía razón, hay un montón de tíos en tu vida.
—No es así.
—Vale —seguía sonriendo—. ¿Dónde está Vasilisa? Me imaginé que la tendrías pegada a ti.
—Está con su novio —le observé.
—¿Y ese tono? ¿Celosa? ¿Es que lo quieres para ti?
—Dios, no. Es sólo que no me cae bien.
—¿La trata mal? —preguntó.
—No —admití—. La adora. Es que es un poco memo.
Era patente que Adrian estaba disfrutando con el tema.
—Aah, estás celosa. ¿Pasa más tiempo con él que contigo?
Hice caso omiso de aquello.
—¿Por qué no dejas de hacerme preguntas sobre ella? ¿Es que te interesa?
Se rió.
—Cálmate, no me interesa de la misma forma que tú.
—Pero te interesa.
—Sólo quiero hablar con ella.
Se fue a traerme más agua.
—¿Te sientes mejor? —me preguntó al tiempo que me entregaba el vaso, que era de cristal y con una intrincada talla. Demasiado elegante para agua sin más.
—Sí… no pensaba que esas bebidas fuesen tan fuertes.
—Ahí reside su atractivo —se carcajeó—. Y hablando de atractivos… ese color te queda genial.
Cambié de postura. Puede que no fuese enseñando tanto como aquellas otras chicas, pero enseñaba más de lo que quería mostrar a Adrian. ¿O es posible que no? Había algo raro en él. Su arrogancia me irritaba… pero aun así me gustaba tenerlo cerca. Puede que la listilla que yo llevaba en mi interior hubiese reconocido a un alma gemela.
En algún recóndito lugar de mi alcoholizada mente se encendió una lucecita, pero no me pude concentrar en ella. Bebí más agua.
—No te has fumado un cigarrillo en, por lo menos, diez minutos —señalé con la intención de cambiar de tema.
Puso cara de desagrado.
—No se puede fumar aquí dentro.
—Estoy segura de que lo habrás compensado con ponche.
Su sonrisa regresó.
—Bueno, algunos sabemos controlarnos con el alcohol. No vas a vomitar, ¿verdad?
Aún me sentía achispada, pero sin náuseas.
—No.
—Bien.
Mi pensamiento regresó a cuando había soñado con él. Sólo había sido un sueño, pero no me lo había quitado de la cabeza, en particular la conversación sobre que estaba rodeada de oscuridad. Quería preguntarle por aquello… aunque sabía que era una estupidez. Había sido mi sueño, no el suyo.
—Adrian…
Volvió sus ojos verdes sobre mí.
—¿Sí, querida…?
No fui capaz de preguntarle.
—Da igual.
Fue a contestarme, y entonces ladeó la cabeza hacia la puerta.
—Ajá, hela aquí.
—¿Quién…?
Lissa entró en la sala, escrutando a su alrededor con la mirada. Cuando nos localizó, vi cómo el alivio se apoderaba de ella, aunque no pude sentirlo. Los estupefacientes, incluido el alcohol, anestesiaban el vínculo: otra razón más por la cual no me debería haber arriesgado de una forma tan estúpida esa noche.
—Estás aquí —dijo al tiempo que se arrodillaba junto a mí. Miró a Adrian y le saludó con un gesto—. Hola.
—Hola a ti también, prima —correspondió él en esos términos de familia que a veces utilizaba la realeza entre sí.
—¿Estás bien? —me preguntó Lissa—. Cuando he visto lo borracha que estabas, he pensado que te podías haber caído por ahí y haberte ahogado.
—No estoy… —dejé de intentar negarlo—. Estoy bien.
La habitual expresión de Adrian se había vuelto seria al estudiar a Lissa. Volvió a recordarme el sueño.
—¿Cómo la has encontrado?
Lissa le miró con cara de perplejidad.
—Yo, mmm, he comprobado todas las salas.
—Ah —pareció decepcionado—. Pensé que podías haber utilizado vuestro vínculo.
Nos miramos las dos.
—¿Cómo te has enterado tú de eso? —le pregunté yo. Sólo unas pocas personas en el instituto lo sabían. Adrian lo había mencionado con tanta normalidad como si hubiese estado hablando del color de mi pelo.
—Oye, no puedo revelar todos mis secretos, ¿vale? —dijo de un modo misterioso—. Y además, las dos actuáis de una cierta forma, la una respecto de la otra, que… resulta difícil explicarlo. Mola mucho… todos los viejos mitos son ciertos.
Lissa le observó con cautela.
—El vínculo sólo funciona en un sentido. Rose puede sentir lo que yo siento y pienso, pero yo no puedo hacer lo mismo con ella.
—Ah —nos quedamos sentados en silencio un momento, y yo seguí bebiendo agua. Adrian volvió a intervenir—: De todas formas, ¿en qué te has especializado, prima?
Lissa parecía incómoda. Las dos sabíamos lo importante que era mantener en secreto los poderes relacionados con el espíritu delante de otros que pudiesen abusar de su capacidad de sanar, pero la historia que usaba de tapadera acerca de que no se había especializado siempre le preocupaba.
—No lo he hecho —dijo ella.
—¿Piensan que lo harás? ¿Un desarrollo tardío?
—No.
—Sin embargo, es probable que seas más fuerte en los demás elementos, ¿eh? No lo bastante como para dominar ninguno, ¿no? —alargó el brazo para darle unas palmaditas en el hombro, en una exagerada muestra de consuelo.
—Claro, ¿y en qué te has…?
Lissa contuvo el aliento en el preciso instante en que sintió el contacto de los dedos de Adrian. Fue como si hubiese recibido el impacto de un rayo, y su rostro adoptó una expresión de lo más extraña. Aun borracha, yo sentía la oleada de gozo que me llegaba a raudales a través del vínculo. Ella se quedó mirando fijamente a Adrian, alucinada. Él también tenía los ojos clavados en ella. Yo no entendía por qué se estaban mirando de esa manera, pero me preocupó.
—Eh —dije—. Para ya. Que te he dicho que tiene novio.
—Ya lo sé —dijo él sin dejar de mirarla. Sus labios esbozaron una leve sonrisa—. Tú y yo tenemos que charlar un día, prima.
—Sí —accedió ella.
—Eeh —yo estaba más confusa que nunca—. Que tú tienes novio. Y está aquí.
Lissa parpadeó al volver en sí, y los tres nos volvimos a mirar hacia la puerta. Allí estaban Christian y los demás. Me sentí de repente reviviendo el momento en que me encontraron a mí rodeada por el brazo de Adrian, y esta situación no era mucho mejor: las dos estábamos sentadas con él, cada una a un lado, muy cerca.
Lissa se levantó de un salto, con un aspecto ligeramente culpable. Christian la observaba con curiosidad.
—Nos estamos preparando para marcharnos —dijo él.
—Vale —contestó ella, y bajó la vista hacia mí—. ¿Estás lista?
Asentí y empecé a ponerme en pie con dificultades. Adrian me agarró del brazo y me ayudó a erguirme. Sonrió a Lissa.
—Ha sido un placer hablar contigo —y a mí me murmuró en voz muy baja—: No te preocupes. Ya te lo he dicho, ella no me interesa en ese sentido, el traje de baño no le queda igual de bien. Y es probable que quitárselo tampoco.
Retiré mi brazo de un tirón.
—Bueno, eso nunca lo sabrás.
—Vale —dijo—, tengo buena imaginación.
Me uní al resto y nos dirigimos de regreso a la zona principal del refugio. Mason me puso la misma cara extraña que Christian le había puesto a Lissa y mantuvo las distancias conmigo, caminando delante con Eddie. Para mi sorpresa y desagrado, me encontré andando al lado de Mia. Parecía triste.
—Yo… siento mucho de verdad lo que ha pasado —dije por fin.
—No tienes que hacer como si te importase, Rose.
—No, no. Lo digo en serio. Es horrible… lo siento mucho —ella ni me miraba—. Y… bueno, ¿vas a ir a ver a tu padre?
—Cuando se celebre el funeral —dijo con frialdad.
No supe qué más decir, dejé el tema y centré mi atención en las escaleras mientras ascendíamos de vuelta al piso principal del refugio. De manera inesperada, fue Mia quien continuó con la conversación.
—Te he visto parar la pelea… —dijo en un tono bajo—. Mencionaste la magia de ataque, como si supieras algo de ella.
Sí. Genial. El tema era que me iba a hacer chantaje. ¿O no? En aquel instante casi parecía hasta cortés.
—Sólo eran simples deducciones —le dije. Yo no iba a tumbar a Tasha y a Christian de ninguna de las maneras—. En realidad no sé tanto, sólo los cuentos que he oído.
—Ya —bajó la mirada—. ¿Qué tipo de cuentos?
—Mmm, bueno… —intenté pensar en algo que no fuese ni demasiado vago ni demasiado específico—. Como les he dicho a esos tíos… la concentración es clave, porque si estás luchando con un strigoi, te puede distraer todo tipo de cosas. Así que tienes que mantener el control.
Aquello era en realidad una de las normas básicas de los guardianes, pero debía de sonar a novedad para Mia. Los ojos se le abrieron por la expectación.
—¿Qué más? ¿Qué tipo de hechizos usa la gente?
Meneé la cabeza en un gesto negativo.
—No lo sé. Ni siquiera sé cómo funcionan los hechizos, y como te he dicho, no son más que… cuentos que he oído. Me imagino que simplemente das con la forma de utilizar tu elemento como un arma. Como… los que utilizan el fuego tienen ventaja, porque el fuego mata a los strigoi, de modo que les resulta sencillo; y los del aire pueden asfixiar a la gente —la verdad es que yo había experimentado eso de manera vicaria a través de Lissa. Fue horrible.
Los ojos de Mia se abrieron más aún.
—¿Y los que utilizan el agua? —preguntó ella—. ¿Cómo puede el agua causar daño a un strigoi?
Hice una pausa.
—Yo, esto, nunca he oído ninguna historia sobre los que usan el agua. Lo siento.
—Aun así, ¿se te ocurre algo? Algún modo en que, bueno, alguien como yo pudiese aprender a luchar.
Ajá. Así que de eso se trataba. En realidad no había nada raro. Me acordé del aspecto tan emocionado que tenía en la reunión cuando Tasha habló de atacar a los strigoi. Mia quería venganza de los strigoi por la muerte de su madre. No era de extrañar que ella y Mason hubiesen estado hablando tanto.
—Mia —dije con amabilidad a la vez que sujetaba la puerta para dejar que pasara, casi estábamos en el vestíbulo—. Ya sé las ganas que debes de tener de… hacer algo. Pero yo creo que te iría mejor si te dieses un tiempo, mmm, para el luto.
Se sonrojó y, de pronto, me hallé de nuevo frente a la habitual y cabreada Mia.
—No me hables en tono condescendiente —dijo.
—Eh, que no lo hago. Lo digo en serio. Sólo digo que no deberías hacer nada precipitado mientras estés alterada. Además… —me mordí la lengua.
Entrecerró los ojos.
—¿Qué?
A la mierda, ella tenía que saberlo.
—Bueno, no tengo muy claro en qué puede ayudar alguien que use el agua contra los strigoi. Probablemente sea el elemento menos útil a la hora de usarlo contra uno de ellos.
Una expresión de ultraje se apoderó de su rostro.
—Eres una verdadera zorra, ¿lo sabías?
—Sólo te estoy diciendo la verdad.
—Muy bien, pues déjame que te diga la verdad yo a ti: eres una idiota de remate en cuanto a los tíos —pensé en Dimitri. No iba muy desencaminada—. Mason es fantástico, uno de los tipos más encantadores que conozco, ¡y ni te enteras! Él haría cualquier cosa por ti, y tú por ahí tirándote al cuello de Adrian Ivashkov.
Sus palabras me sorprendieron. ¿Se habría encaprichado Mia con Mason? Y aunque yo, sin duda, no había estado tirándome al cuello de Adrian, sí que veía cómo podía haber parecido que lo hacía. Y pese a que no fuera cierto, aquello no hubiese hecho que Mason dejase de sentirse dolido y traicionado.
—Tienes razón —le dije.
Mia se me quedó mirando tan sorprendida de que estuviese de acuerdo con ella, que no dijo nada más durante el resto del paseo.
Llegamos a la zona donde el refugio se dividía en alas diferentes para chicos y chicas. Sostuve a Mason por el brazo mientras los demás se marchaban.
—Espera un momento —le dije. Necesitaba tranquilizarle a toda costa al respecto de Adrian, pero una ínfima parte de mí se preguntaba si lo estaba haciendo porque en realidad quería a Mason o simplemente porque me gustaba la idea de que me quisiese él a mí, y de forma egoísta yo no deseaba perder aquello. Se detuvo y me miró. Su rostro expresaba cautela—. Quería decirte que lo siento. No debería haberte gritado después de la pelea, sé que sólo estabas intentando ayudar. Y en cuanto a Adrian… no ha pasado nada. De verdad.
—No es lo que parecía —dijo Mason, pero el enfado se había borrado de su expresión.
—Lo sé, pero créeme, esto es cosa suya. Es como si se hubiese encaprichado conmigo de una forma estúpida.
Mi tono debió de ser convincente porque Mason sonrió.
—Bueno, resulta difícil no hacerlo.
—No me interesa —proseguí—, ni él ni ningún otro.
Era una pequeña mentira, pero no pensé que aquello importase justo en ese momento. Yo me olvidaría pronto de Dimitri, y Mia tenía razón en lo de Mason. Era genial, dulce y un encanto. Sería una idiota de no perseguir aquello… ¿no?
Mi mano se hallaba aún en su brazo, y le atraje hacia mí. Él no necesitó más señales, se inclinó y me besó, y de paso me vi atrapada contra la pared, algo muy al estilo de lo de Dimitri en el gimnasio. Por supuesto, lo que sentí no tuvo nada que ver con lo de Dimitri, pero también estuvo bien a su manera. Rodeé a Mason con los brazos y comencé a apretarlo contra mí.
—Podemos ir… a algún sitio —dije.
Él se apartó y se rió.
—No mientras estés borracha.
—No estoy… ya… tan borracha —le dije conforme intentaba atraerle de nuevo hacia mí.
Me dio un breve beso en los labios y se retiró.
—Lo bastante. Mira, esto no es fácil, créeme, pero si aún me deseas mañana, cuando estés sobria, entonces hablamos.
Se inclinó y volvió a besarme. Yo intenté abrazarle de nuevo pero él se apartó una vez más.
—Calma, nena —bromeó al tiempo que caminaba de espaldas hacia su pasillo.
Me quedé mirándole, pero él se limitó a reírse y a darse la vuelta. Cuando se alejó, aparté la vista y me dirigí a mi habitación con una sonrisa en la cara.