TRECE

La gente se levantó y comenzó a dar gritos, todo el mundo quería que se oyese su opinión aun cuando, por así decirlo, todos mantenían el mismo punto de vista: Tasha se equivocaba. Le decían que estaba loca. Le decían que al enviar a moroi y a dhampir a luchar contra los strigoi estaba acelerando la extinción de ambas razas. Se atrevieron incluso a sugerir que todo el tema era un plan urdido por Tasha, que de alguna forma estaba colaborando con los strigoi en aquello.

Dimitri se puso en pie con una expresión de asco en la cara según observaba el caos.

—Vosotros también deberíais marcharos. De aquí no va a salir ya nada útil.

Mason y yo nos levantamos, pero él hizo un gesto negativo con la cabeza cuando comencé a seguir a Dimitri al exterior.

—Vete tú —dijo Mason—, yo quiero comprobar una cosa.

Miré a la gente, que discutía de pie, y me encogí de hombros.

—Buena suerte.

No me podía creer que sólo hubiese pasado unos días sin hablar con Dimitri. Al salir con él al pasillo, me sentí como si hubieran sido años. Estar con Mason ese par de días había sido fantástico, pero al ver de nuevo a Dimitri, todos mis sentimientos por él se hicieron presentes a la velocidad del rayo. De pronto, Mason me parecía un crío. Mi malestar por la situación con Tasha reapareció también, y de mi boca empezaron a salir estupideces antes de que pudiera detenerlas.

—¿No deberías estar tú ahí dentro protegiendo a Tasha? —le pregunté—. ¿Antes de que la enganche la marabunta? Se va a meter en un lío muy serio por utilizar así la magia.

Él arqueó una ceja.

—Sabe cuidarse sola.

—Claro, claro, porque es una maga karateca de pelotas. Ya me conozco la historia. Sólo me imaginaba que como tú vas a ser su guardián y todo lo…

—¿Dónde has oído tú eso?

—Tengo mis fuentes —en cierto modo, decir que me lo había contado mi madre sonaba menos guay—. Lo has decidido ya, ¿no? Es decir, parece un buen trato en vista de que ella te va a dar un incentivo extra…

Me miró con una expresión seria.

—Lo que pase entre ella y yo no es asunto tuyo —respondió de forma resuelta.

La expresión «entre ella y yo» me escoció. Sonaba como si Tasha y él fuesen algo consumado y, tal y como solía suceder cuando me sentía dolida, mi pronto y mi carácter tomaron el mando.

—Vale, estoy segura de que vais a ser felices juntos. Además, ella es justo tu tipo, sé lo mucho que te gustan las mujeres que no son de tu edad. Es decir, ella te saca… qué, ¿seis años? ¿Siete? Y yo soy siete años más joven que tú.

—Sí —dijo tras unos instantes en silencio—. Lo eres, y a cada segundo de más que se alarga esta conversación, lo único que haces es demostrar tu verdadera juventud.

¡Ahí va! La mandíbula me llegó casi hasta el suelo. Ni siquiera el puñetazo de mi madre me había dolido tanto como aquello. Por un instante creí ver una sombra de lamento en sus ojos, como si él se hubiese dado cuenta también de lo duras que habían sido sus palabras. Pero ese instante pasó y su expresión recobró su dureza.

—Pequeña dhampir —sonó de pronto una voz por allí cerca.

Lentamente, aún perpleja, me volví hacia Adrian Ivashkov. Él me sonrió y le hizo un leve gesto de saludo a Dimitri con la cabeza. Sospeché que tendría la cara al rojo vivo, ¿hasta dónde habría oído Adrian?

Levantó las manos en un gesto informal.

—No quiero interrumpir ni nada. Sólo me gustaría hablar contigo cuando tengas tiempo.

Y yo quería decirle a Adrian que no tenía tiempo para jugar a lo que fuera que pretendiese jugar ahora, pero las palabras de Dimitri aún me escocían. Él miraba en aquel momento a Adrian de un modo muy desaprobatorio, y me imaginé que Dimitri, como todo el mundo, habría oído hablar de su mala reputación. «Bien», pensé. De repente quise ponerle celoso. Quise hacerle tanto daño como él me había estado haciendo últimamente.

Me tragué mi dolor y desenterré mi sonrisa de devoradora de hombres, esa que no había usado con todas las de la ley desde un tiempo atrás. Me acerqué a Adrian y le puse la mano sobre el brazo.

—Ahora tengo tiempo —imité el gesto de saludo a Dimitri y aparté a Adrian de allí, caminando muy pegada a él—. Hasta luego, guardián Belikov.

Los ojos oscuros de Dimitri nos siguieron con frialdad. Me alejé y no miré atrás.

—No te van los tíos mayores, ¿eh? —dijo Adrian una vez nos encontramos a solas.

—Imaginaciones tuyas —le dije—. Está claro que mi imponente belleza te ha nublado el juicio.

Hizo gala de esa risa suya tan agradable.

—Es muy posible.

Empecé a apartarme de él, pero me rodeó con el brazo.

—No, no, tú has querido hacerte la colega conmigo, así que ahora vas a tener que llevarlo hasta el final.

Le miré poniendo los ojos en blanco y dejé que el brazo se quedara allí. Percibía su olor a alcohol al igual que su sempiterno aroma de clavo. Me pregunté si no estaría borracho entonces. Tenía la sensación de que habría pocas diferencias en su comportamiento ya estuviese borracho o sobrio.

—¿Qué quieres? —le pregunté.

Me observó un momento.

—Quiero que agarres a Vasilisa y os vengáis conmigo. Vamos a pasarlo bien. Es probable que también queráis llevar un bañador —pareció decepcionarle el dar voz a aquello—. A menos que queráis quedaros desnudas.

—¿Qué? Acaban de masacrar a un grupo de moroi y dhampir, ¿y tú quieres ir a darte un baño y a «pasarlo bien»?

—No sólo a darnos un baño —dijo con paciencia—. Además, esa masacre es justo el motivo por el que deberíais hacerlo.

Antes de que se lo pudiese discutir, vi a mis amigos a la vuelta de la esquina: Lissa, Mason y Christian. Eddie Castile se había unido al grupo, lo cual no tenía por qué sorprenderme, pero Mia también estaba, y eso, sin duda, me sorprendió. Se encontraban muy metidos en una conversación, sin embargo, todos dejaron de hablar cuando me vieron.

—Aquí estás —dijo Lissa con una mirada de confusión en el rostro.

Recordé que aún me rodeaba el brazo de Adrian y me lo quité de encima.

—Eh, ¿qué pasa, tíos? —dije. Se produjo un momento incómodo y casi podría jurar haber oído una risita de Adrian por lo bajini. Le sonreí a él primero y después a mis amigos—. Adrian nos ha invitado a darnos un baño.

Se me quedaron mirando, sorprendidos, y prácticamente vi los engranajes de sus especulaciones dándoles vueltas en la cabeza. El rostro de Mason se oscureció un poco pero, al igual que el resto, no dijo nada. Yo contuve un gruñido.

Adrian se tomó bastante bien que invitase a todos los demás. Con su actitud relajada, no es que yo me esperase otra cosa en realidad. Una vez tuvimos los bañadores, seguimos sus indicaciones hasta una entrada en una de las alas más alejadas del refugio. Daba a una escalera que bajaba… y bajaba, y bajaba. Yo casi me mareé dando vueltas y más vueltas. Había luces eléctricas en los muros que, conforme fuimos descendiendo, se transformaron de paredes pintadas en roca excavada.

Cuando alcanzamos nuestro destino descubrimos que Adrian estaba en lo cierto: no se trataba sólo de un baño. Nos encontrábamos en una especie de balneario dentro de las instalaciones, una zona especial, para uso exclusivo de la mayor élite de los moroi. En este caso, estaba reservada para un grupo de miembros de familias reales que yo asumí que eran los amigos de Adrian. Había unos treinta, todos de su edad o mayores, y todos con la impronta del bienestar y el elitismo.

El balneario consistía en una serie de pozas naturales de agua caliente. Puede que antaño se hallasen en el interior de una cueva o algo así, pero los constructores del refugio habían hecho desaparecer cualquier rastro del ambiente rústico a su alrededor. Los muros y techos de piedra negra brillaban tanto y eran tan bonitos como todo lo demás en las instalaciones. Era como estar en una cueva: una cueva de diseño verdaderamente agradable. En las paredes había una serie de toalleros alineados, igual que unas mesas repletas de comida exótica. Los baños iban a juego con el resto de la decoración tallada: unas pozas de piedra con agua caliente cuyo calor procedía de algún lugar subterráneo. El vapor llenaba la sala, y suspendido en el aire había un olor difuso, metálico. El sonido del chapoteo y las risas de los participantes en la fiesta resonaban a nuestro alrededor.

—¿Por qué está Mia con vosotros? —le pregunté a Lissa en voz baja. Íbamos caminando por la sala en busca de una poza que estuviese libre.

—Estaba hablando con Mason cuando nos preparábamos para marcharnos —me contestó. Mantuvo el tono de voz igual de bajo—. Me parecía cruel… no sé… dejarla ahí… —hasta yo estaba de acuerdo con aquello. Por todo su rostro había unos signos obvios de dolor, pero Mia parecía distraída, al menos por el momento, con lo que fuese que Mason le estaba contando—. Pensé que no conocías a Adrian —añadió Lissa.

Tanto su voz como el vínculo se encontraban cargados de desaprobación. Llegamos por fin a una poza grande y un poco apartada del resto. Había una pareja en el extremo opuesto, muy centrados el uno en el otro, pero quedaba sitio de sobra para todos. Resultaba sencillo no hacerles caso.

Introduje un pie en el agua y lo retiré de inmediato.

—No lo conozco —le dije. Con precaución, fui metiendo de nuevo el pie en el agua y, lentamente, fue detrás el resto del cuerpo. Hice una mueca al llegar al estómago. Llevaba puesto un biquini de color granate, y el agua hirviendo me había pillado por sorpresa al llegar a esa altura.

—Debes conocerle un poco, te ha invitado a una fiesta.

—Claro, pero ¿es que tú le ves por aquí ahora, con nosotras?

Lissa siguió la dirección de mi mirada. Adrian estaba de pie al otro lado de la sala con un grupo de chicas que llevaban biquinis mucho más pequeños que el mío, uno de ellos un modelo Betsey Johnson que había visto en una revista y que había codiciado. Suspiré y aparté la vista. Para entonces todos nos habíamos sumergido ya en el agua, que estaba tan caliente que me hizo sentir como si me encontrase en una cacerola. Ahora que Lissa parecía convencida de mi inocencia con Adrian, me metí en la conversación del resto.

—¿De qué estáis hablando? —interrumpí. Resultaba más fácil que escuchar y descubrirlo por mí misma.

—De la reunión —dijo un Mason emocionado. Al parecer ya se había repuesto de vernos juntos a Adrian y a mí.

Christian se había apoyado en un pequeño saliente que ofrecía la poza, y Lissa se había acurrucado junto a él, que la rodeó con el brazo en un gesto territorial y se echó hacia atrás para recostarse contra el borde.

—Tu novio quiere conducir un ejército contra los strigoi —me dijo. Pude notar que lo decía para provocarme.

Lancé a Mason una mirada interrogativa. No merecía la pena el esfuerzo de desmentir el comentario del «novio».

—Eh, que fue tu tía quien lo sugirió —le recordó Mason a Christian.

—Ella sólo ha dicho que deberíamos encontrar a los strigoi antes de que ellos nos vuelvan a encontrar a nosotros —contestó Christian—. No ha presionado para que los novicios entren en combate. Ésa ha sido Monica Szelsky.

En ese momento apareció una camarera con una bandeja de bebidas de color rosa en unos elegantes vasos altos de cristal con el borde azucarado. Tenía la fuerte sospecha de que se trataba de bebidas alcohólicas, pero dudaba de la posibilidad de que nos pidieran el carné a ninguno de los que estábamos en la fiesta. Ni la menor idea de lo que era. La mayor parte de mi experiencia con el alcohol se limitaba a la cerveza barata. Tomé un vaso y de nuevo me volví a Mason.

—¿Crees que es una buena idea? —le pregunté. Con precaución, di un sorbito de la bebida. Como guardiana en adiestramiento, sentía la obligación de estar siempre alerta, pero aquella noche me volvía a sentir como una rebelde. Aquello sabía a ponche, zumo de pomelo, algo dulce, como las fresas. Seguía bastante segura de que contenía alcohol, aunque no parecía lo suficientemente fuerte como para quitarme el sueño.

Otra camarera apareció enseguida con una bandeja de comida. Le eché un ojo y no reconocí casi nada. Había algo con un aspecto que se asemejaba de forma vaga a unos champiñones rellenos de queso, y otras cosas que parecían pequeñas tartaletas redondas de carne o salchichas. Como buena carnívora, estiré el brazo para coger una, pensando que no podía estar malo.

—Es foie gras —dijo Christian. Había en su rostro una sonrisa que no me gustó.

Le miré con cautela.

—¿Qué es eso?

—¿No lo sabes? —dijo con un tono de cierta chulería, y por una vez en su vida, sonó como un verdadero miembro de la realeza que nos apuntaba a nosotros, sus vasallos, con su refinado conocimiento. Se encogió de hombros—. Arriésgate y descúbrelo.

Lissa suspiró exasperada.

—Es hígado de oca.

Retiré la mano de golpe. La camarera avanzó y Christian se rió. Yo me quedé mirándole fijamente.

Mientras tanto, Mason seguía aún atascado en mi pregunta sobre si le parecía buena idea que los novicios entraran en combate antes de haberse graduado.

—¿Qué otra cosa vamos a hacer? —preguntó indignado—. ¿Qué vas a hacer tú? Sales a correr todas las mañanas con Belikov, ¿de qué te sirve eso a ti? ¿Y a los moroi?

¿Que para qué me servía a mí aquello? Pues para que se me acelerara el pulso y para tener pensamientos impuros.

—No estamos preparados —preferí decir.

—Sólo nos quedan seis meses más —intervino Eddie.

Mason reconoció estar de acuerdo con un gesto.

—Eso. ¿Cuánto más vamos a poder aprender?

—Mucho —dije yo, pensando en todo lo que había aprovechado mis tutorías con Dimitri. Me terminé la bebida—. Además, ¿dónde acabaría eso? Digamos que dan por terminado el curso seis meses antes y nos mandan fuera. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Decidirían ir más lejos y se cargarían nuestro último año? ¿El penúltimo año?

Se encogió de hombros.

—Yo no tengo miedo a combatir. Ya podía haberme enfrentado a los strigoi cuando era un alumno de segundo año.

—Claro —dije cortante—. Igualito que bajaste la pista con los esquís.

El rostro de Mason, ya sonrojado por el calor, se puso aún más rojo, y yo lamenté de inmediato mis palabras, en especial cuando Christian se empezó a reír.

—Nunca pensé que viviría para ver el día en que estuviese de acuerdo contigo, Rose, pero lamento reconocerlo, sí —regresó la camarera de los cócteles y tanto Christian como yo nos cogimos otra bebida—. Los moroi deben arrimar el hombro defendiéndose a sí mismos.

—¿Con magia? —preguntó Mia de repente.

Era la primera vez que hablaba desde que habíamos llegado allí. Obtuvo un silencio por respuesta. Creo que Mason y Eddie no respondieron porque ellos no sabían nada sobre luchar con magia. Lissa, Christian y yo sí lo sabíamos y estábamos haciendo un esfuerzo titánico por aparentar que no. Sin embargo, en los ojos de Mia había una curiosa especie de esperanza, y sólo era capaz de imaginarme por lo que había pasado aquel día. Se habría despertado con la noticia de que su madre estaba muerta y, a continuación, se habría visto sometida a horas y horas de buenas caras y de estrategias de guerra. El simple hecho de que se encontrase allí sentada con una apariencia semicompuesta era ya un milagro. Yo tenía asumido que la gente que de verdad apreciaba a su madre sería apenas capaz de respirar en una situación así.

Finalmente, cuando dio la impresión de que nadie más iba a responder a su pregunta, dije:

—Supongo, pero… yo no sé mucho de eso.

Me terminé la bebida y desvié la mirada con la esperanza de que alguien más retomase la conversación. No lo hicieron. Mia pareció decepcionada pero no dijo nada más cuando Mason volvió a cambiar de tema al debate sobre los strigoi.

Cogí una tercera bebida y me sumergí en el agua hasta donde razonablemente podía al tiempo que sostenía el vaso. Ésta era diferente. Parecía chocolate y tenía nata montada en lo alto. La probé y sí, ahora seguro, detecté la presencia del alcohol. Aun así, me imaginé que el chocolate lo diluiría con toda probabilidad.

Cuando estuve lista para una cuarta copa, la camarera no aparecía por ninguna parte. De pronto, Mason me empezó a parecer muy, muy mono de verdad. Me hubiera encantado recibir un poco de atención romántica por su parte, pero ahí continuaba él dale que te pego con los strigoi y la logística de lanzar un ataque en pleno día. Mia y Eddie no paraban de asentirle encantados, y tuve la sensación de que, si hubiese decidido salir a cazar strigoi en aquel preciso instante, ellos le habrían seguido. Christian participaba también en la conversación, pero más bien para desempeñar el papel de abogado del diablo. Típico. Él pensaba que cualquier forma de ataque preventivo requeriría guardianes y moroi, justo como Tasha había dicho. Mason, Mia y Eddie le decían que si los moroi no estaban por la labor, los guardianes deberían encargarse de solucionar el asunto.

Lo confieso, su entusiasmo era en cierto modo contagioso. Me empezaba a gustar la idea de ganar a los strigoi por la mano, sin embargo en los ataques de los Badica y los Drozdov, todos los guardianes habían muerto. Había que admitir que los strigoi se habían organizado en grupos enormes y que contaban con ayuda, pero lo que todo aquello me decía era que nuestro bando había de ser mucho más cuidadoso.

Dejando a un lado que me pareciese una monada, no me apetecía seguir oyendo hablar a Mason sobre sus técnicas de combate. Quería otra copa. Me levanté y me subí al borde de la poza. Para mi perplejidad, el mundo empezó a dar vueltas. Ya me había pasado eso otras veces, cuando salía de una piscina o de una bañera caliente demasiado rápido, pero al ver que las cosas no se enderezaban por sí solas, me percaté de que quizá aquellas bebidas podían haber sido algo más fuertes de lo que creía.

También decidí que una cuarta no era tan buena idea, aunque no me apetecía volver a meterme y que todos se enterasen de que estaba borracha. Me dirigí hacia una habitación contigua en cuyo interior había visto desaparecer a la camarera. Tenía la esperanza de que pudiese haber un alijo secreto de postres por alguna parte: mousse de chocolate en lugar de hígado de oca. Mientras caminaba, iba prestando una especial atención al suelo resbaladizo y pensando que caerme en una de las pozas y romperme el cráneo sin duda me restaría puntos en la clasificación de popularidad.

Estaba tan atenta a mis pies e intentando no tambalearme que me di un encontronazo con alguien. En mi defensa hay que decir que fue culpa suya. Él se había echado hacia atrás, contra mí.

—Hey, cuidado —dije guardando el equilibrio.

Pero él no me prestaba atención a mí. Su mirada estaba fija en otro tío, un tío con la nariz ensangrentada.

Me había metido de lleno en medio de una pelea.