De un álbum de recortes propiedad de Ben Mears (recortes procedentes en su totalidad del Press-Herald de Portland):
19 de noviembre de 1975 (pág. 27):
JERUSALEM'S LOT — La familia de Charles V. Pritchett, que adquirió una granja situada en la población de Jerusalem’s Lot, condado de Cumberland, hace tan solo un mes, ha decidido abandonar la propiedad porque oían golpes por las noches, según declaraciones de Charles y Amanda Pritchett, que se instalaron en la zona procedentes de Portland. La granja, lugar emblemático construido en Schoolyard Hill, había sido propiedad de Charles Griffen. El padre de Griffen era el dueño de la lechería Sunshine Dairy, Inc., empresa absorbida por la Corporación Slewfoot Dairy en 1962. Este periódico no ha podido obtener comentario alguno de Charles Griffen, que vendió la granja a través de una inmobiliaria de Portland por lo que Pritchett calificó de «un precio irrisorio». Amanda Pritchett habló a su esposo de los «ruidos extraños» que había oído en el granero después de que…
4 de enero de 1976 (pág. 1):
JERUSALEM'S LOT — Anoche o bien a primera hora de esta mañana se produjo un extraño accidente de automóvil en la pequeña localidad de Jerusalem’s Lot, situada en el sur de Maine. En función de las marcas de neumáticos halladas en las inmediaciones del lugar del accidente, la policía deduce que el vehículo circulaba a velocidad excesiva, razón por la cual se habría salido de la carretera antes de estrellarse contra un poste de la Central Eléctrica de Maine. El coche quedó completamente destrozado, pero si bien se halló sangre en el asiento delantero y en el salpicadero, no se ha localizado a ninguno de sus ocupantes. La policía ha comunicado que el vehículo está registrado a nombre del señor Gordon Phillips, domiciliado en Scarborough. Según uno de sus vecinos, Phillips y su familia se dirigían a visitar a unos parientes en Yarmouth. La policía sostiene la teoría de que Phillips, su esposa y sus dos hijos podrían haberse alejado del coche a causa del aturdimiento y haberse perdido. Se están ultimando los detalles para la búsqueda…
14 de febrero de 1976 (pág. 4):
CUMBERLAND — Esta mañana, la señora Gertrude Hersey ha acudido a la oficina del sheriff del condado de Cumberland para denunciar la desaparición de su tía, la señora Fiona Coggins, una viuda que vivía sola en Smith Road, West Cumberland. La señora Hersey explicó a la policía que su tía apenas salía de casa y no gozaba de buena salud. Los ayudantes del sheriff han abierto una investigación, pero afirman que en estos momentos resulta imposible desentrañar…
27 de febrero de 1976 (pág. 6):
FALMOUTH — John Farrington, un anciano granjero residente en Falmouth desde su nacimiento, ha sido hallado muerto esta mañana en su granero por su yerno, Frank Vickery. Vickery declaró que Farrington yacía boca abajo junto a un montón de heno, con una horca cerca de la mano. David Rice, forense del condado, explica que, por lo visto, Farrington murió a consecuencia de un derrame cerebral o tal vez de una hemorragia interna…
20 de mayo de 1976 (pág. 17):
PORTLAND — La Oficina de la Fauna y Flora de Maine ha ordenado a los guardas forestales del condado de Cumberland que estén atentos a la presencia de una jauría de perros salvajes que podría hallarse en la zona de Jerusalem’s Lot-Cumberland-Falmouth. El mes pasado, varias ovejas fueron halladas muertas con el cuello y el vientre destrozados, en algunos casos incluso evisceradas. «Como saben, este problema se ha agravado de forma considerable en el sur de Maine», declara el subjefe de los guardas forestales, Upton Pruitt.
29 de mayo de 1976 (pág. 1):
JERUSALEM'S LOT — La desaparición de la familia de Daniel Holloway, que se había instalado hace poco en una casa de Taggart Stream Road, en esta pequeña localidad del condado de Cumberland, ha suscitado las sospechas de la policía. El abuelo de Daniel Holloway fue quien alertó a la policía tras intentar en vano localizar a su nieto por teléfono varias veces.
El matrimonio Holloway y sus dos hijos se trasladaron a Taggart Stream Road en abril, y en diversas ocasiones comentaron a amigos y parientes que oían «ruidos extraños» al caer la noche. Jerusalem’s Lot ha sido escenario de varios sucesos extraños en los últimos meses, y numerosas familias han…
4 de junio de 1976 (pág. 2):
CUMBERLAND — La señora Elaine Tremont, viuda y propietaria de una pequeña casa en Back Stage Road, situada en la parte occidental de esta pequeña localidad del condado de Cumberland, ha ingresado en el Hospital de Cumberland a primera hora de esta mañana a causa de un infarto. Según ha declarado a un periodista de este rotativo, oyó una especie de arañazo en la ventana de su dormitorio mientras miraba la televisión, y al alzar la vista se topó con un rostro que la miraba desde el exterior.
«Sonreía», afirma la señora Tremont. «Fue horrible. No había estado tan asustada en toda mi vida. Y eso que desde que mataron a aquella familia de Taggart Stream Road, siempre estoy asustada». La señora Tremont se refería a la familia de Daniel Holloway, que desapareció de su residencia de Jerusalem’s Lot a principios de esta semana. La policía ha informado de que está investigando la posible relación entre ambos sucesos, pero…
2
El hombre alto y el niño llegaron a Portland a mediados de septiembre y se alojaron en un motel durante tres semanas. Estaban habituados al calor, pero tras el clima seco de Los Zapatos, a ambos les resultó desagradable la elevada humedad atmosférica. Con frecuencia se bañaban en la piscina del motel y pasaban largos ratos contemplando el cielo. El hombre compraba cada día el Press-Herald, de Portland, y ahora sus páginas estaban frescas, sin marcas del tiempo ni de orina canina. Leía el parte meteorológico y buscaba artículos relacionados con Jerusalem’s Lot. Nueve días después de su llegada a Portland, desapareció un hombre en Falmouth. Su perro fue hallado muerto en el jardín. La policía investigaba el suceso.
El 6 de octubre, el hombre se levantó temprano y salió al patio delantero del motel. Casi todos los turistas habían regresado a Nueva York, New Jersey, Florida, Ontario, Nueva Escocia, Pensilvania o California, dejando atrás sus residuos y sus dólares estivales para que así los lugareños pudieran disfrutar de la estación más bella de su estado.
Aquella mañana se respiraba algo nuevo en el ambiente. El olor a gases de escape procedente de la carretera principal no era tan intenso. El horizonte no aparecía emborronado por la bruma, y la niebla baja no envolvía lechosa los soportes de la valla publicitaria colocada en el campo frente al motel. El cielo aparecía despejado, y el aire era fresco. Por lo visto, el veranillo de San Martín había acabado de la noche a la mañana.
El niño salió de la habitación y se situó junto a él.
—Hoy —dijo el hombre.
3
Era casi mediodía cuando alcanzaron el desvío de Salem’s Lot. A Ben lo asaltó el doloroso recuerdo del día en que había llegado al pueblo, resuelto a exorcizar todos los demonios que lo atormentaban y convencido de que lo lograría. Aquel día lejano era más caluroso, con un viento del oeste menos intenso, y el veranillo de San Martín acababa de comenzar. Recordaba a dos muchachos con cañas de pescar. Hoy el cielo brillaba con un azul más duro y frío.
La radio del coche anunció que el peligro de incendios se situaba en el nivel 5, el segundo más alto que existía. En el sur de Maine no llovía de forma significativa desde principios de septiembre. El locutor de la WJAB conminó a los oyentes a apagar sus cigarrillos y luego puso una canción sobre un tipo a punto de arrojarse desde lo alto de un depósito de agua por amor.
Fueron por la carretera 12, pasaron delante del rótulo de Elks y tomaron Jointner Avenue. Ben advirtió al instante que el semáforo del cruce estaba apagado; había perdido su razón de ser.
Al poco se adentraron en el pueblo. Lo atravesaron despacio, y Ben sintió que el miedo de antaño lo envolvía como un abrigo guardado largo tiempo en el armario, que le fuera apretado pero aún le cupiera. Mark estaba sentado muy rígido junto a él, sosteniendo un vial del agua bendita que se había llevado de Los Zapatos. El padre Gracon se lo había dado como regalo de despedida.
El miedo llegó acompañado de recuerdos que partían el corazón.
Habían convertido Spencer’s en una franquicia de La Verdiere’s, pero a todas luces no había funcionado mejor, porque los ventanales cerrados se veían sucios y desnudos. El rótulo de la terminal de autocares Greyhound había desaparecido. En el escaparate del Café Excellent había un cartel de EN VENTA ladeado, y alguien había retirado todos los taburetes de la barra para trasladarlos a algún comedor más próspero. Calle arriba, el letrero instalado sobre lo que antaño era una lavandería aún anunciaba a BARLOW Y STRAKER. MUEBLES DE CALIDAD, pero las letras doradas aparecían opacas y se enfrentaban a aceras desiertas. El escaparate estaba vacío, y la mullida moqueta aparecía muy sucia. Ben pensó en Mike Ryerson y se preguntó si aún yacería en la caja de la trastienda. La idea le dejó la boca seca.
Al llegar al cruce aminoró la velocidad. En lo alto de la cuesta divisó la casa de los Norton. El césped del jardín delantero y del trasero, donde Bill Norton tenía la barbacoa de ladrillo, había crecido y adquirido un matiz amarillento. Algunas ventanas de la casa estaban rotas.
Ben detuvo el coche un poco más adelante y echó un vistazo al parque. El Monumento a los Caídos presidía una jungla de matorrales y hierbajos. El estanque aparecía sofocado por las plantas acuáticas. La pintura verde de los bancos se veía resquebrajada. Las cadenas de los columpios se habían oxidado, y montar en uno de ellos provocaría chirridos lo bastante desagradables para dar al traste con la diversión. El resbaladizo tobogán había caído y yacía de costado con las patas rígidas, como un antílope abatido. En un rincón del cajón de arena, con un brazo fláccido acariciando la hierba, Ben vio una muñeca de trapo abandonada. Sus ojos de botones parecían reflejar un horror negro y sordo, como si hubiera presenciado todos los secretos de las tinieblas durante su larga estancia en el cajón. Tal vez fuera así.
Ben alzó la mirada y vio la casa de los Marsten, los postigos aún cerrados, cerniéndose sobre el pueblo con una suerte de maldad desvencijada. Ahora era inofensiva, pero ¿y cuando anocheciera…?
Las lluvias habrían arrastrado la hostia sagrada con que Callahan la había sellado. Podía volver a ser suya si la querían, un santuario, un faro oscuro vigilando el pueblo intocable y mortífero. ¿Se reunían allí?, se preguntó. ¿Deambulaban, pálidos, por sus pasillos tenebrosos y celebraban retorcidos oficios en honor del Creador de su Creador?
Ben apartó la mirada, presa de un estremecimiento.
Mark paseaba la mirada por las casas. Casi todas ellas tenían las persianas bajadas, pero en otras, las ventanas descubiertas permitían entrever estancias vacías. Aquellas eran peores que las cerradas, pensó Ben, porque daban la impresión de vigilar a los dos intrusos diurnos con la mirada vacua de los débiles mentales.
—Están en esas casas —masculló Mark con voz tensa—. Ahora mismo, en esas casas, detrás de las persianas. En camas, en armarios, en sótanos, debajo del suelo. Escondidos.
—No te alteres —advirtió Ben.
Dejaron atrás el pueblo. Ben torció por Brooks Road, y pasaron delante de la casa de los Marsten, los postigos aún desvencijados, el césped convertido en una extensión salvaje y desordenada de hierba alta y flores amarillas que crecían libremente.
Mark señaló algo, y Ben miró en aquella dirección. Se veía un sendero de hierba aplastada y blanquecina en medio de la jungla, un sendero que conducía desde la carretera hasta el porche. Al poco también lo dejaron atrás, y Ben sentía que se le quitaba un peso del estómago. Se habían enfrentado a lo peor y lo habían dejado atrás.
Tras seguir un rato por Burns Road, no demasiado lejos del cementerio Harmony Hill, Ben detuvo el coche, ambos se apearon y se adentraron juntos en el bosque. La maleza seca crujía bajo sus pies. El aire estaba impregnado de la penetrante fragancia del enebro y el chirrido de los grillos rezagados. Al poco alcanzaron un pequeño promontorio que daba a una herida abierta en el bosque, donde los postes de la Central Eléctrica de Maine centelleaban a la brisa fresca. Algunos de los árboles empezaban a teñirse de colores.
—Los viejos dicen que fue aquí donde empezó todo —observó Ben—. En 1951. Soplaba un viento del oeste. Creen que tal vez alguien se despistó con un cigarrillo. Un insignificante cigarrillo. Y el viento extendió el incendio por los pantanos y nadie lo pudo detener.
Se sacó un paquete de Pall Mall del bolsillo, contempló con aire pensativo el emblema, in hoc signo vinces, y por fin arrancó el envoltorio de celofán. Encendió un cigarrillo y sacudió la cerilla para apagarla. El cigarrillo le supo sorprendentemente bien pese a que llevaba meses sin fumar.
—Tienen sus lugares —prosiguió—. Pero podrían perderlos. Muchos de ellos podrían morir… o ser destruidos. Me gusta más esta palabra. Pero no todos, ¿lo entiendes?
—Sí —asintió Mark.
—No son muy inteligentes. Si pierden sus escondrijos, la segunda vez no sabrán ocultarse. Tan solo un par de personas buscando en los sitios más evidentes podrían arreglárselas muy bien. Todo podría haber acabado en Salem’s Lot antes de la primera nevada. Pero también podría no acabar nunca. No hay garantías. Pero sin… algo… que los ahuyente…, que los asuste, no tenemos ninguna posibilidad.
—Ya.
—Sería desagradable y peligroso.
—Lo sé.
—Pero dicen que el fuego purifica —musitó Ben, reflexivo—. La purificación tiene su importancia, ¿no crees?
—Sí —repitió Mark.
—Deberíamos volver —advirtió Ben al tiempo que se levantaba.
Arrojó el cigarrillo a un montón de matorrales muertos y hojas secas. El lazo de humo blanco se elevó alrededor de medio metro, recortado contra el oscuro telón de fondo de los enebros, antes de que el viento lo dispersara. A unos siete metros de distancia en la dirección del viento había un barranco escarpado y profundo.
Contemplaron el humo, fascinados.
El humo se tornó más denso y por fin apareció una llama. Los matorrales emitieron un chasquido cuando empezaron a prender las ramitas secas.
—Esta noche no perseguirán ovejas ni visitarán granjas —aseguró Ben en voz baja—. Esta noche saldrán huyendo. Y mañana…
—Tú y yo —terminó Mark por él.
Su rostro había perdido la palidez y relucía enrojecido. Sus ojos centelleaban.
Regresaron a la carretera, subieron al coche y se fueron.
En el pequeño claro que daba a los postes de electricidad, el fuego entre los matorrales empezó a arder con más fuerza, azuzado por el viento otoñal que soplaba del oeste.
Octubre de 1972
Junio de 1975