Ningún organismo viviente puede seguir existiendo durante mucho tiempo en la realidad absoluta sin perder la razón; hay quien supone que incluso las alondras y las cigarras sueñan. Hill House, un lugar que nadie asociaría precisamente con la cordura, se erguía sola sobre sus colinas reteniendo dentro de sí la oscuridad: hacía ochenta años que se mantenía así y podía seguir haciéndolo durante otros ochenta más. En su interior, las paredes conservaban su perfecta verticalidad, los ladrillos se unían con pulcritud, el suelo se mantenía firme y las puertas cerradas. El silencio se afirmaba pesadamente contra la madera y la piedra de Hill House, y cualquier cosa que por allí apareciera, aparecía sola. SHIRLEY JACKSON, The Haunting of Hill House |