XXII

—Buenos días —dijo el principito.

—Buenos días —dijo el guardaagujas.

—¿Qué haces aquí? —dijo el principito.

—Clasifico a los viajeros por paquetes de mil —dijo el guardaagujas—. Despacho los trenes que los llevan, tanto hacia la derecha como hacia la izquierda.

Y un rápido iluminado, rugiendo como el trueno, hizo temblar la cabina de las agujas.

—Llevan mucha prisa —dijo el principito—. ¿Qué buscan?

—Hasta el hombre de la locomotora lo ignora —dijo el guardaagujas.

Y un segundo rápido iluminado rugió, en sentido inverso.

—¿Vuelven ya? —preguntó el principito.

—No son los mismos —dijo el guardaagujas—. Es un cambio.

—¿No estaban contentos donde estaban?

—Nadie está nunca contento donde está —dijo el guardaagujas. Y rugió el trueno de un tercer rápido iluminado.

—¿Persiguen a los primeros viajeros? —preguntó el principito.

—No persiguen absolutamente nada —dijo el guardaagujas—. Ahí adentro duermen o bostezan. Sólo los niños aplastan sus narices contra los vidrios.

—Sólo los niños saben lo que buscan —dijo el principito—. Pierden tiempo por una muñeca de trapo y la muñeca se transforma en algo muy importante, y si se les quita la muñeca, lloran…

—Tienen suerte —dijo el guardaagujas.