XX

Pero sucedió que el principito, habiendo caminado largo tiempo a través de arenas, de rocas y de nieves, descubrió al fin una ruta. Y todas las rutas van hacia la morada de los hombres.

—Buenos días —dijo.

Era un jardín florido de rosas.

—Buenos días —dijeron las rosas.

El principito las miró. Todas se parecían a su flor.

—¿Quiénes sois? —les preguntó, estupefacto.

—Somos rosas —dijeron las rosas.

—¡Ah! —dijo el principito.

Y se sintió muy desdichado. Su flor le había contado que era la única de su especie en el universo. Y he aquí que había cinco mil, todas semejantes, en un solo jardín.

«Se sentiría bien vejada si viera esto —se dijo—; tosería enormemente y aparentaría morir para escapar al ridículo. Y yo tendría que aparentar cuidarla, pues, si no, para humillarme a mí también, se dejaría verdaderamente morir…»

Luego, se dijo aún: «Me creía rico con una flor única y no poseo más que una rosa ordinaria. La rosa y mis tres volcanes que me llegan a la rodilla, uno de los cuales quizá está apagado para siempre. Realmente no soy un gran príncipe…». Y, tendido sobre la hierba, lloró.