Un pintoresco fuego ardía en la chimenea de piedra y de ladrillos, y el aire de la sala estaba endulzado con una elegante nota de humo de cerezo. Una pálida pero serena Caddy Mellery compartía el sofá con un hombre bien vestido de setenta y pocos años.
Cuando entraron Gurney y Hardwick, el hombre se levantó del sofá con sorprendente facilidad para su edad.
—Buenas tardes, caballeros —dijo. Las palabras tenían una entonación refinada, vagamente del sur—. Soy Carl Smale, un viejo amigo de Caddy.
—Soy el investigador jefe Hardwick, y él es Dave Gurney, amigo del difunto marido de la señora Mellery.
—Ah, sí, el amigo de Mark. Caddy me lo estaba contando.
—Lamentamos molestarlos —dijo Hardwick, mirando en torno a la sala mientras hablaba. Sus ojos se fijaron en el pequeño escritorio Sheraton apoyado en la pared opuesta a la chimenea—. Hemos de acceder a algunos papeles, posiblemente relacionados con el crimen, y tenemos motivos para creer que están en ese escritorio. Señora Mellery, lamento importunarla con preguntas como ésta, pero ¿le importa que eche un vistazo?
La mujer cerró los ojos. No estaba claro que entendiera la pregunta.
Smale volvió a sentarse en el sofá, junto a ella, y colocó su mano sobre el antebrazo de la señora Mellery.
—Estoy seguro de que Caddy no tiene inconveniente.
Hardwick vaciló.
—¿Está hablando… como representante de la señora Mellery?
La reacción de la señora Mellery fue casi invisible —tan sólo arrugó levemente la nariz—, como la respuesta de una mujer sensible a una palabra grosera durante un banquete.
La viuda abrió los ojos y habló a través de una sonrisa triste.
—Estoy seguro de que se da cuenta de que éste es un momento difícil. Confío en Carl. Diga lo que diga, es más sensato que cualquier cosa que pueda decir yo.
Hardwick insistió.
—¿El señor Smale es su abogado?
Ella se volvió hacia Smale con una benevolencia que Gurney sospechaba que el Valium había ayudado a consolidar. Dijo:
—Ha sido mi abogado, mi representante en la enfermedad y en la salud, en los buenos y los malos tiempos, durante más de treinta años. Dios mío, Carl, ¿no es aterrador?
Smale sonrió con nostalgia a la viuda, luego se dirigió a Hardwick con una crispación nueva en su tono.
—Por supuesto, puede examinar esta sala para buscar materiales que pudieran estar relacionados con su investigación. Naturalmente nos gustaría recibir una lista de cualquier objeto que deseen llevarse.
Aquello de «esta sala» no se le escapó a Gurney. Smale no estaba concediendo a la Policía una orden de registro completa. Al parecer, tampoco se le había escapado a Hardwick, a juzgar por la dura mirada que dedicó al atildado hombrecillo del sofá.
—Todas las pruebas de las que tomamos posesión estarán perfectamente inventariadas.
El tono de Hardwick transmitía la parte no expresada del mensaje: «No le damos una lista de cosas que deseamos llevarnos. Le damos una lista de las cosas que nos estamos llevando».
Smale, que obviamente era capaz de percibir mensajes implícitos como aquél, sonrió. Se volvió hacia Gurney y preguntó con su voz cansina.
—Dígame, ¿es usted el mismísimo Dave Gurney?
—Soy el único que tuvieron mis padres.
—Bueno, bueno, bueno. ¡Un detective de leyenda! Es un placer conocerle.
Gurney, a quien de manera inevitable esta clase de reconocimiento le resultaba incómoda, no dijo nada.
Caddy Mellery rompió el silencio.
—Debo pedir disculpas, pero tengo una migraña terrible y he de acostarme.
—La comprendo —dijo Hardwick—, pero necesito su ayuda con unos pocos detalles.
Smale miró a su cliente con preocupación.
—¿No podría esperar una hora o dos? La señora Mellery está sufriendo.
—Mis preguntas no la ocuparán más de dos o tres minutos. Créame, preferiría no entrometerme, pero un retraso crearía problemas.
—¿Caddy?
—No pasa nada, Carl. Ahora o después no cambia nada. —Cerró los ojos—. Le escucho.
—Lamento hacerle pensar en estas cosas —dijo Hardwick—, ¿le importa que me siente aquí? —Señaló el sillón de orejas que estaba más cerca del lado del sofá que ocupaba Caddy.
—Adelante. —Aún tenía los ojos cerrados.
Hardwick se sentó en el borde del cojín. Interrogar a los allegados de la víctima era una labor incómoda para cualquier policía. Sin embargo, él no parecía demasiado molesto por la tarea.
—Quiero repasar algo que me ha contado esta madrugada para asegurarme de que no estoy confundido. Ha dicho que el teléfono sonó poco después de la una de la mañana, que usted y su marido estaban durmiendo en ese momento.
—Sí.
—¿Y sabe la hora porque…?
—Miré el reloj. Me pregunté quién podía llamarnos a esa hora.
—¿Y su marido contestó?
—Sí.
—¿Qué dijo?
—Dijo «hola, hola, hola», tres o cuatro veces. Luego colgó.
—¿Le dijo si el que llamaba había dicho algo?
—No.
—¿Y al cabo de unos minutos, oyó un grito animal en el bosque?
—Un chillido.
—¿Un chillido?
—Sí.
—¿Qué diferencia hay entre chillar y gritar?
—Gritar… —Se detuvo y se mordió con fuerza el labio inferior.
—¿Señora Mellery?
—¿Va a haber muchas más preguntas así? —preguntó Smale.
—Sólo he de saber lo que oyó.
—Gritar es más humano. Gritar es lo que hago cuando… —Parpadeó como para quitarse una mota del ojo antes de continuar—. Era una especie de animal. Pero no fue en el bosque. Sonó más cerca de la casa.
—¿Cuánto tiempo se prolongó ese grito…, chillido?
—Un minuto o dos, no estoy segura. Paró después de que Mark bajó.
—¿Dijo lo que iba a hacer?
—Dijo que iba a ver qué era. Nada más. Sólo… —Paró de hablar y empezó a respirar lenta y profundamente.
—Lo siento, señora Mellery. Ya casi he terminado.
—Sólo quería ver de qué se trataba, nada más.
—¿Oyó algo más?
Caddy Mellery se tapó la boca, agarrándose las mejillas y la mandíbula en un aparente esfuerzo por controlarse. Aparecieron manchas rojas y blancas bajo sus uñas debido a la fuerza de su agarre.
Cuando habló, las palabras sonaron en sordina a causa de la mano.
—Estaba medio dormida, pero sí oí algo, algo como un aplauso, como si alguien hubiera aplaudido. Nada más. —Continuó sosteniéndose la cara como si la presión fuera su único alivio.
—Gracias —dijo Hardwick, levantándose del sillón de orejas—. Reduciremos al mínimo nuestras intrusiones. Por ahora, lo único que he de hacer es examinar ese escritorio.
Caddy Mellery levantó la cabeza y abrió los ojos. Su mano cayó sobre el regazo. Dejó ver las marcas lívidas de sus dedos en las mejillas.
—Detective —dijo con voz frágil pero decidida—, puede llevarse todo lo que sea relevante, pero, por favor, respete nuestra intimidad. La prensa es irresponsable. El legado de mi marido es de suma importancia.