I. SENTIDO DEL «ROMANCERO GITANO». («Romancero gitano» , Colección Austral nº 156, introducción de Esperanza Ortega; y «Romancero gitano» Edic. Cátedra).
El libro tuvo un éxito rotundo cuando se publicó en 1929: fue el texto más vendido en la feria del libro de su época. Lorca llegó a decir: «Es mi obra más popular, la que indudablemente tiene más unidad y es donde mi rostro poético aparece con personalidad propia, y lo llamo gitano porque el gitano es lo más elevado, lo más profundo, lo más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza y universal».
El personaje principal (según el propio Lorca) es la PENA, que no es nostalgia, melancolía, sino «lucha de la inteligencia amorosa con el misterio que la rodea y no comprende».
No hay interés costumbrista. El gitano para Lorca va a significar el conflicto de la vida: el individuo que trata de afirmar su individualidad frente al mundo, de ahí nace su destino trágico.
El gitano del romancero es el gitano idealizado, convertido en mito. Lo que buscaba Lorca en esos gitanos andaluces era la «raíz oculta» (en expresión de Ángel Valente) de toda la humanidad.
El gitano simboliza el conflicto entre primitivismo y civilización, entre instinto y razón. El gitano representa los impulsos naturales, lo espontáneo; es también el prototipo de hombre libre, en lucha con las fuerzas que representan la coacción y la represión (como la guardia civil). El mundo del gitano es un mundo inestable, de sueño («juego de luna y arena»), el mundo del deseo que se debate entre la vida y la muerte. El gitano sucumbe a su ‘fatum’ a su destino trágico del que no puede escapar.
El lema del romancero podía ser el último verso del «Romance de la guardia civil española»: «Juego de luna y arena», dos símbolos negativos que resumen la vida de los gitanos, una vida marcada por la frustración y la tragedia.
Unido al símbolo del gitano hay dos temas recurrentes en el romancero: el amor y la muerte:
El amor frustrado: las presencias del erotismo son turbadoras. El romance de La casada infiel es el romance de sexo superficial y físico, sin implicaciones, sin trascendencia ni repercusión alguna para el espíritu de los actores y, en especial, para el espíritu del gitano que en primera persona hace la narración un tanto exhibicionista del suceso sexual. En el Romance de la luna, luna, con esa luna mujer-bailarina desnuda, lúbrica y pura, que seduce y posee al niño con posesión mortal. Y la tónica seguirá hasta el romance último, en el cual aquella luna que en el primero tenía senos de duro estaño, se transforma en pechos durísimos de la hermanastra de Amnón, en el romance decimoctavo, el de Thamar y Amnón, en que la luna preside una bíblica y agitanada violación sexual entre hermanastros. En Preciosa y el aire se narra la agresión sexual de un viento hipermasculinizado sobre una grácil doncella, etc. De hecho, la obra de Lorca es el documento literario más impresionante de la literatura española en todos los tiempos creado sobre la realidad amorosa frustrada en sus raíces más íntimas y fundamentales.
Violencia y muerte: en el primer romance, aquella luna-mujer-muerte ejerce su actividad mortífera, reproduciéndose en el cuerpo indefenso, en esa promesa de vida que es el niño gitano que allí muere, inaugurando el desfile, ya casi ininterrumpido, de muertes y violencias del Romancero Gitano. En el último romance, junto a la violencia de los esclavos negros del rey David, que quieren matar a Amnón («negros le dirigen flechas / desde muros y atalayas»), y junto a la violencia de otra índole del propio rey, del propio Lorca, matando el libro que escribe, poniendo fin terminante a esta subespecie poética que está cultivando: («David con unas tijeras / cortó las cuerdas del arpa»). Entre estos romances extremos del libro, todo un conglomerado de violencias y, frecuentemente, de crímenes. Es la violencia agresora, augurio de la consumada violación con que se cerrará el libro, del viento-hombrón sobre la alegre y despreocupada Preciosa, en el romance segundo. Es la violencia intrínseca al grupo humano protagonista del libro, que desemboca en turbulenta discusión en el romance tercero, aquel en el que «el toro de la reyerta / se sube por las paredes». Un toro que cornea mortalmente a Juan Antonio el de Montilla, y cuya acción asesina se resume en el parte con que Lorca nos da noticia final de la «Reyerta», mezclando los planos históricos en uso magistral de esa categoría de Dios poético en que instala Lorca:
Señores guardias civiles:
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
Y cinco cartagineses.
El Antoñito que en el romance undécimo provocó el lamento lorquiano por el ocaso de una raza violenta («Se acabaron los gitanos / que iban por el monte solos»), en el romance siguiente, el duodécimo, tributa con sangre y vida a la muerte voraz y grande que domina el microcosmos del Romancero gitano, congraciándose así con el favor del poeta que puede ya sublimarlo hasta hacerlo morir de perfil: «viva moneda que nunca / se volverá a repetir». Poemas de muerte también, los romances decimotercero y decimocuarto, con Muerto de amor, en el decimotercero, y con un hombre al que la muerte enamorada le ha dado cita exacta (Romance del emplazado, decimocuarto del libro) desde dos meses antes, para cerrarle los ojos el 25 de agosto, en proximidad de fechas con el propio asesinato de Lorca. Tanta violencia aislada, tanta muerte individual halla su eclosión natural en un pletórico asesinato colectivo, en una orgía desenfrenada de violencias, de saqueo a sable, fusil y fuego, en el romance decimoquinto, el de la Guardia Civil Española: «aquel en el que los sables cortan las brisas / que los cascos atropellan; aquel en el que tercos fusiles agudos / por toda la noche suenan / … / en un aire donde estallan / rosas de pólvora negra; aquel en el que joven y desnuda / la imaginación se quema». Así es el final, coherente, macabro y definitivo de los poéticos gitanos de Lorca, proyección de su yo más íntimo. Todo cuanto ha cantado, cuanto de sí mismo ha cantado, es estúpidamente destruido y arde por la voluntad ajena y asesina de las fuerzas de la represión, de las fuerzas que están para exterminar cualquier forma de heterodoxia. En definitiva, en el romance decimoquinto, el de la Guardia Civil, arde inmotivadamente la lorquiana ciudad de los gitanos en uno de esos tétricos amaneceres en que el poeta acostumbra a situar los puntos culminantes de sus relatos trágicos: «el alba meció sus hombros / en largo perfil de piedra». Arde esa ciudad que existió sólo en el sueño misterioso y mágico de quien construyó una imposible ciudad hecha de inconsistente arena:
Que te busquen en mi frente.
Juego de luna y arena.