Introducción

Este Romancero apareció, por primera vez, como cuerpo unitario e indivisible de «18 romances», en Madrid en el mes de julio de 1928, en la Revista de Occidente y su redacción abarca desde 1923 hasta 1927. En la primavera de 1923 escribe Federico García Lorca una carta a Fernández Almagro, donde dice: «… pienso construir varios romances con lagunas, romances con montañas, romances con estrellas; una obra misteriosa y clara, que sea como una flor (arbitraria y perfecta como una flor): ¡toda perfume! Quiero sacar de la sombra algunas niñas árabes que jugarán por estos pueblos y perder en mis bosquecillos líricos a las figuras ideales de los romancillos anónimos. Figúrate un romance que en vez de lagunas tenga cielos. ¡Hay nada más emocionante! Este verano, si Dios me ayuda con sus palomitas, haré una obra popular y andalucísima. Voy a viajar un poco por estos pueblos maravillosos, cuyos castillos, cuyas personas parece que nunca han existido para los poetas y… ¡¡Basta ya de Castilla!».

En 1927 escribe, sin embargo, el mismo poeta a Jorge Guillén: «… mandaros (a la revista Verso y Prosa de Murcia) algo no puedo. Más adelante. Y desde luego no serán romances gitanos. Me va molestando un poco mi mito de gitanería. Confunden mi vida y mi carácter. No quiero de ninguna manera. Los gitanos son un tema. Y nada más. Yo podía ser lo mismo poeta de agujas de coser o de paisajes hidráulicos. Además el gitanismo me da un tono de incultura, de falta de educación y de poeta salvaje que tú sabes bien no soy. No quiero que me encasillen. Siento que me van echando cadenas. No…». Esta primera opinión, cargada de criterios negativos y hasta impregnada de cierta amargura y desilusión, cambia con el transcurrir del tiempo, de manera que el mismo Lorca escribe en la página 50 de su conferencia sobre el «Romancero gitano» (1935):

«He elegido para leer con pequeños comentarios el Romancero gitano no sólo por ser mi obra más popular sino porque indudablemente es la que hasta ahora tiene más unidad y es donde mi rostro poético aparece por vez primera con personalidad propia, virgen de contacto con otro poeta y definitivamente dibujado».

La exposición de estas ideas evidencian que la redacción de esta obra preocupó profundamente al poeta andaluz, pero una vez pasada la primera impresión —sobre la aparición de cuyo Romancero escribe José Luis Cano, «El éxito del libro es fulminante, y la edición se agota en pocos meses»—, recupera Lorca su visión objetiva y lo juzga serenamente.

Los «18 romances» que componen el Romancero gitano tratan, entonces, el tema de los gitanos, pero su GITANISMO, como escribe el mismo autor, es únicamente un tema y nada más. Entre la vasta paleta de motivos que se le ofrecían escogió el de los gitanos y el de Andalucía, porque nadie los había cantado con tal intensidad, en oposición a todo lo escrito por la «Generación de 98» sobre Castilla. Además, no hay que pensar que el poeta granadino quisiera cantar el mundo de los gitanos, en su total dimensión etnológica, racial y generalizadora, sino una minoría elitista a la que quizá él mismo se creía perteneciente por sus raíces andaluzas. Su canto es, en el fondo, un «retablo de Andalucía». Presentando y reproduciendo este retablo, en el sentido específico de obra de arte, lo más selecto: «retablo de Andalucía, pero antipintoresca, antifolklórica y antiflamenca. Lo llamo gitano no porque sea gitano de verdad, sino porque canto a Andalucía, y el gitano es en ella la cosa más pura y más auténtica. Los gitanos no son aquellas gentes que van por los pueblos, harapientos y sucios; éstos son húngaros. Los verdaderos gitanos son gentes que nunca han robado nada y que no se visten de harapos». Los gitanos, a los que él se refiere, son al máximo «diez familias de la más impenetrable casta pura»:

Consideramos que los argumentos y citas que acabamos de aportar dejen vislumbrar la verdadera dimensión gitana del Romancero de García Lorca. Estos argumentos evidencian, además, que el escoger una temática, en arte, no quiere decir, ni mucho menos, plena adhesión a lo escrito, sino, en algunos casos, idealización suma como ocurre, por ejemplo, con los personajes:

Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte
.

O bien Antonio Torres Heredia:

Moreno de verde luna,
anda despacio y garboso.
Sus empavonados bucles
le brillan entre los ojos
.

He aquí una presentación muy breve del Primer Romancero gitano de Federico García Lorca. Con ésta perseguimos dos metas: primero, mostrar que el poeta granadino escogió el tema gitano y andaluz sólo como motivo artístico y sin ningún deseo de defender a una minoría perseguida y discriminada; segundo, que los gitanos que él canta no tienen nada que ver con una masa vagabunda y en constante éxodo, sino con una élite, cuyos nombres se encuentran citados en las páginas 169-189 de su conferencia-ensayo: «Teoría y juego del duende» (Prosa); sus primeras palabras de la página 171 no tienen ni un pelo de desperdicio:

Señoras y señores:

Desde el año 1918, que ingresé en la Residencia de Estudiantes de Madrid, hasta 1928, en que la abandoné, terminados mis estudios de Filosofía y Letras, he oído en aquel refinado salón, donde acudía para corregir su frivolidad de playa francesa la vieja aristocracia española, cerca de mil conferencias.

Romancero gitano canta fraternalmente a una raza marginada y perseguida. Es un recurso de Lorca para ilustrar el destino trágico, porque, por encima de los gitanos, se eleva un único personaje, la pena negra, que está presente en todos los rincones. Hablando sobre esta obra en una conferencia, Lorca dijo lo siguiente:

«El libro, en conjunto, aunque se llama gitano, es el poema de Andalucía, y lo llamo gitano porque el gitano es lo más elevado, lo más profundo, más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza y universal. Así pues, el libro es un retablo de la Andalucía, con gitanos, caballos, arcángeles, planetas, con su brisa judía, con su brisa romana, con ríos, con crímenes, con la nota vulgar del contrabandista, y la nota celeste de los niños desnudos de Córdoba que burlan a San Rafael. Un libro donde apenas si está expresada la Andalucía que se ve, pero donde está temblando la que no se ve. Y ahora lo voy a decir. Un libro antipintoresco, antifolklórico, antiflamenco. Donde no hay ni una chaquetilla corta ni un traje de torero, ni un sombrero plano ni una pandereta, donde las figuras sirven a fondos milenarios y donde no hay más que un solo personaje grande y oscuro como un cielo de estío, un solo personaje que es la Pena que se filtra en el tuétano de los huesos y en la savia de los árboles, y que no tiene nada que ver con la melancolía ni con la nostalgia ni con ninguna aflicción o dolencia de ánimo, que es un sentimiento más celeste que terrestre; pena andaluza que es una lucha de la inteligencia amorosa con el misterio que la rodea y no puede comprender».

Lorca tuvo problemas con la justicia tras la denuncia que se hizo en su contra, por el supuesto carácter ofensivo de su «Romance de la Guardia Civil». Es más, todavía sigue asociándose el contenido de algunos romances a las causas de sus asesinato. Pero está claro que el libro no es un testimonio social, documental de la raza gitana, sino que se utilizan elementos anecdóticos y realistas del ámbito gitano para expresar todo su mundo espiritual, su complejidad anímica. El gitano representa una marginalidad, a veces delictiva, que le interesa exclusivamente para proyectar sus aspiraciones y sus sueños íntimos, sus deseos de unos modos de vida marginales y libres, su anhelo de libertad. El gitano representa el hombre que vive fuera de la sociedad, el hombre primitivo, la fuerza elemental de la naturaleza, que existe al margen de las leyes y de las convenciones sociales.

Es un libro profundo, escrito con materiales folklóricos, que enfrenta el impulso vital y las pasiones amorosas con la ley, la norma, las costumbres establecidas, los intereses sociales o las imposiciones de la civilización.