78

EL ASESINO

El Secretario General, Edgar Andrev, Presidente de la Tierra, era un hombre alto e imponente, rasurado al estilo espacial. Se movía siempre con mesura, como si estuviera en constante exhibición, y tenía un cierto aire centelleante como si siempre estuviera encantado de sí mismo. Su voz era tal vez algo estridente que no encajaba en su constitución, pero no llegaba a ser molesta. Sin parecer obstinado, era difícil de hacerle cambiar de idea. Y esta vez cedió:

—Imposible —dijo con firmeza a D.G.—. Debe hacer su aparición.

—Ha tenido un día muy pesado, Secretario General —protestó D.G.—. No está acostumbrada a las multitudes ni a este ambiente. Yo soy responsable ante Baleymundo de su bienestar y mi honor personal está en juego.

—Comprendo su posición —respondió Andrev—, pero yo represento a la Tierra y no puedo negar a su gente que la vea. Los corredores están abarrotados, los canales de hiperonda están preparados, y yo no podría esconderla aunque lo deseara desesperadamente. Después de esto… ¿cuánto tiempo puede durar? ¿Media hora? Podrá retirarse y no tendrá necesidad de reaparecer hasta el discurso de mañana por la noche.

—Hay que cuidar su comodidad insistió D.G. abandonando tácitamente su posición—. Hay que mantenerla a cierta distancia de la multitud.

—Habrá un cordón de guardias de seguridad que le proporcionará un amplio espacio despejado. La primera fila del público se retirará. Ya están todos allá. Si no les anunciamos que aparecerá pronto, se organizará un tumulto.

—No teníamos que haberlo preparado. No es seguro. Hay gente de la Tierra que no traga a los espaciales.

El Secretario General se encogió de hombros.

—¡Ojalá pudiera decirte cómo podía haber evitado arreglarlo! En este momento es una heroína y no se la puede retener. Nadie le hará nada sino vitorearla… de momento. Pero si no se presenta, la cosa puede cambiar. Ahora, vamonos.

D.G. retrocedió disgustado. Miró a Gladia. Parecía cansada y más

que un poco desgraciada. Le dijo:

—Hay que hacerlo, Gladia. No tenemos más remedio.

Por un instante se miró las manos como preguntándose si podrían hacer algo para protegerla, luego se irguió y levantó la barbilla. ¡Una espacial menuda entre una horda de bárbaros!

—Si hay que hacerlo, lo haré. ¿Te quedarás conmigo?

—A menos que me retiren físicamente.

—¿Y mis robots?

D.G. vaciló:

—Gladia, ¿cómo pueden dos robots ayudarte en medio, de millones de seres humanos?

—Lo sé, D.G. También sé que tendré que prescindir de ellos eventualmente si debo continuar mi misión. Pero todavía no, por favor. De momento me sentiré más segura con ellos, tanto si te parece sensato como si no. Si estos funcionarios quieren que me presente al público, que sonría, que agite la mano, que haga todo lo que se supone que debo hacer, la presencia de Daneel y Giskard me confortará… Mira, D.G., estoy consintiendo en algo que es muy importante para mí, aunque tengo tanto miedo que creo que nada sería mejor que salir huyendo. ¡Que me consientan esto tan insignificante!

—Lo intentaré —murmuró D.G. claramente desanimado y al acercarse a Andrev, Giskard avanzó junto a él. Unos minutos después. Gladia, rodeada de un contingente de funcionarios, cuidadosamente seleccionados, hizo su entrada en una tribuna; D.G. permaneció unos pasos detrás de ella, flanqueado a su izquierda por Giskard y a su derecha por Daneel. El Secretario General había dicho, resignado:

—Está bien, está bien. No sé cómo ha conseguido hacerme aceptar, pero de acuerdo. —Se pasó la mano por la frente, notando un pequeño dolor en la sien derecha. Por casualidad tropezó con la mirada de Giskard y se volvió con un ligero estremecimiento. —Pero debe conseguir mantenerlos inmóviles, capitán, recuérdelo. Y, por favor, trate de retener al que parece más robot, lo más disimulado que pueda. Me pone nervioso y no quiero que la gente lo vea más de lo que sea necesario.

D.G. le tranquilizó:

—Estarán mirando a Gladia, Secretario General. No verán a nadie más.

—Así lo espero… —dijo Andrev de mala gana. Se detuvo para recoger un mensaje en una cápsula que alguien le puso en la mano. Se lo guardó en el bolsillo, reanudó la marcha y no se acordó más hasta que llegaron a la tribuna.

79

A Gladia, cada vez que cambiaba de lugar, le parecía peor: más gente, más ruido, más luces desconcertantes, más invasión en todos los sentidos. Hubo gritos. Podía oír su nombre pronunciado a gritos. Con dificultad se sobrepuso al impulso de huir y se quedó quieta. Levantó el brazo, lo agitó, y sonrió. El griterío se hizo más fuerte. Alguien empezó a hablar, resonando la voz por encima del sistema de altavoces, y vio su imagen reflejada en una enorme pantalla colocada en alto, visible para todo el mundo. Indudablemente era también visible en innumerables pantallas de innumerables locales, en cada sección de cada ciudad del planeta. Gladia suspiró aliviada al ver a alguien más, bajo los focos. Trató de encogerse y dejar que la voz del orador distrajera la atención del público. El Secretario General Andrev, amparándose bajo la voz, lo mismo que hacía Gladia, agradecía el que por dar preferencia a Gladia no parecía necesario dirigirse a la multitud. De pronto recordó el mensaje que había guardado en el bolsillo.

Frunció el entrecejo, molesto por lo que pudiera justificar la interrupción de tan importante ceremonia y experimentó una fuerte irritación por si el mensaje resultaba ser intrascendente.

Apretó la yema del pulgar con fuerza sobre la ligera concavidad diseñada para recibir la presión, y la cápsula se abrió. Retiró la delgada pieza de plastipapel, leyó el mensaje y después lo contempló autodestruirse. Sacudió el polvillo impalpable que había quedado e hizo un gesto imperioso a D.G. En las condiciones de tremendo e incesante ruido en la plaza, era innecesario hablar en voz baja. Andrev dijo:

—Me contó usted que se encontró con una nave de guerra aurorana dentro del espacio del Sistema Solar.

—Sí. Imagino que los sensores de la Tierra la detectaron.

—Naturalmente. Me dijo también que no hubo ninguna acción hostil por parte de nadie.

—No se empleó ningún arma. Reclamaban a Gladia y a sus robots. Yo me negué y se fueron. Ya se lo expliqué.

—¿Cuánto se tardó en todo ello?

—No mucho. Varias horas.

—¿Quiere decirme que Aurora mandó una nave de guerra sólo para discutir con usted durante unas horas, y que luego se marchó?

D.G. se encogió de hombros.

—Secretario General, ignoro sus motivos, sólo puedo informarle de lo que ocurrió.

El Secretario General le contempló con altivez, y añadió:

—Pero no me informó de todo lo ocurrido. La información de los sensores ha sido ya analizada por computadora y parece ser que usted les atacó.

—No disparé ni un solo kilovatio de energía, señor.

—¿Tuvo usted en cuenta la energía cinética? Utilizó su propia nave como proyectil.

—Tal vez se lo pareció. Prefirieron evitarme y no tomarme a broma.

—Pero ¿era una broma?

—Pudo haber sido.

—Me parece, capitán, que estaba usted dispuesto a destruir dos naves dentro del Sistema Solar y tal vez crear un estado de guerra. Fue correr un tremendo riesgo.

—No pensé que llegáramos a destruirnos, y no ocurrió así.

—Pero todo el proceso le retrasó y distrajo su atención.

—Sí, puede que sí, pero ¿por qué me lo hace notar?

—Porque nuestros sensores detectaron algo que usted no observó… o por lo menos no hizo constar en su informe.

—¿Qué pudo ser. Secretario General?

—Detectaron el lanzamiento de un módulo orbital que parece ser llevaba dos personas a bordo y que se dirigió a la Tierra. Ambos estaban sumidos en su propio mundo. Ningún otro ser humano, en la tribuna, les prestaba la menor atención. Sólo los dos robots que flanqueaban a D.G. les miraban y escuchaban. Fue entonces cuando el orador terminó, y sus últimas palabras fueron:

—La señora Gladia, espacial de nacimiento, procedente del mundo de Solaria, residente en Aurora, pero pasando a ser ciudadana de la Galaxia en el mundo colonizador de Baleymundo. —Se volvió hacia ella y le hizo un gesto cortés—. Señora Gladia…

El ruido de la muchedumbre fue como un interminable trueno feliz. Aquella masa de cabezas se transformó en un bosque de brazos alzados. Gladia notó una mano en su hombro y una voz que le decía al oído:

—Por favor, unas palabras.

Gladia dijo débilmente:

—Gente de la Tierra. —Las palabras retumbaron y se hizo un extraño silencio. Gladia repitió, con voz más firme—: Gente de la Tierra: me encuentro ante vosotros como un ser humano, lo mismo que vosotros. Un poco más vieja, lo confieso, asi que carezco de vuestra juventud, de vuestras esperanzas, de vuestra capacidad de entusiasmo. No obstante, mi desgracia está mitigada ahora por el hecho de que en vuestra presencia me siento capaz de inflamarme con vuestro fuego, como si los años se apartaran de mí…

El aplauso creció y uno de la tribuna explicó a otro:

—Les hace sentirse felices por tener la vida breve. Esta espacial tiene el descaro del demonio.

Andrev no prestaba atención, insistió con D.G.:

—Todo este episodio pudo haber sido una trampa para mandar esos dos hombres a la Tierra.

D.G. comentó:

—No podía saberlo. No podía pensar en otra cosa que salvar a Gladia y a mi nave. ¿Dónde aterrizaron?

—No lo sabemos. No han tocado en ninguno de los aeródromos espaciales de la Ciudad. Claro, iban a evitarla.

—No tiene más importancia que provocarme una molestia pasajera. En los últimos años hemos tenido muchas llegadas de este tipo, aunque ninguna tan cuidadosamente preparada. Nada ha ocurrido jamás, y no les prestamos atención. La Tierra, después de todo, es un mundo abierto. Es el hogar de la humanidad y cualquier persona de cualquier mundo puede ir y venir libremente…, incluso los espaciales, si así lo desean.

D.G. se frotó la barba con un ruido característico.

—No obstante, sus intenciones a lo mejor no nos hacen ningún bien.

(Gladia estaba diciendo entonces: "Os deseo a todos lo mejor en este mundo de origen humano, en este mundo especial y lleno de gente, en esta Ciudad maravillosa…", y aceptó el aplauso con una sonrisa, agitando la mano, de pie, dejando que el entusiasmo creciera… y se concentrara.)

Andrev levantó la voz para dejarse oír por encima del clamor:

—Sean cuales fueren sus intenciones, no ocurrirá nada. La paz que ha descendido sobre la Tierra, desde que los espaciales se retiraron y empezó la colonización, nada ni dentro ni fuera la romperá. Hace ya muchas décadas que los más alocados entre nosotros se han ido a los mundos colonizados, y un espíritu como el suyo, capitán, que ose arriesgar la destrucción de dos naves en el espacio del Sistema Solar, ya no existe aquí.

Ya no hay nivel sustancial de crímenes en este planeta, ni violencia. Los guardias de seguridad asignados para controlar a esa muchedumbre no llevan armas, porque no las necesitan.

Mientras hablaba, de entre el anonimato de la gran concurrencia, un desintegrador apuntó a la tribuna cuidadosamente.

80

Muchas cosas ocurrieron casi a la vez.

La cabeza de Giskard se volvió hacia la gente, atraído de pronto por algo.

Los ojos de Daneel le siguieron, vieron el desintegrador apuntando y con rápidos reflejos humanos, se lanzó.

Se oyó el ruido del disparo.

La gente de la tribuna se quedó petrificada y a continuación empezaron a exclamar. D.G. tomó a Gladia y la apartó a un lado. El ruido de la multitud se transformó en un enorme y terrorífico rugido. Daneel se lanzó sobre Giskard y lo derribó.

El disparo del desintegrador entró por encima de la tribuna haciendo un agujero en el techo. De haber trazado una línea del arma al agujero, ésta habría pasado en medio del espacio ocupado segundos antes por la cabeza de Giskard.

Giskard murmuró al ser derribado:

—No humano. Fue un robot.

Daneel soltó a Giskard y observó rápidamente la escena. El piso estaba a unos seis metros por debajo de la tribuna, y el espacio inmediato estaba vacío. Los guardias de seguridad luchaban por abrirse paso hacia el punto donde el revuelo de la gente indicaba el lugar en que el presunto asesino había estado. Daneel saltó por encima de la barandilla y cayó, su esqueleto metálico absorbió fácilmente el choque, como no lo hubiera hecho un ser humano. Corrió hacia la gente. Daneel no tenía elección. Jamás se había visto en semejante situación. La necesidad suprema era alcanzar al robot con el desintegrador antes de que lo destrozaran y con esto in mente, Daneel se encontró, por primera vez en su existencia con que no podía entretenerse en no lastimar, o evitar que lastimaran a los seres humanos. Tenía que sacudirlos. Y los fue empujando a un lado y a otro, mientras se metía entre la gente gritando con voz estentórea.

—¡Dejen paso! ¡Dejen paso! ¡La persona con el arma debe ser interrogada! Los guardias de seguridad fueron tras él y al fin encontraron a la "persona", en el suelo y algo machacada.

Incluso en una Tierra que presumía de no ser violenta, un estallido de rabia contra un evidente asesino, dejaba su huella. El asesino había sido sujetado, pateado y golpeado. Fue precisamente la densidad del público lo que le salvó de ser destrozado. Los múltiples agresores, tropezando unos con otros, lograron hacer poco. Los guardias de seguridad apartaron a la gente con dificultad. En el suelo, junto al robot caído, estaba el desintegrador. Daneel lo ignoró. En cambio se arrodilló junto al asesino capturado. Le dijo:

—¿Puedes hablar?

Unos ojos brillantes se fijaron en los de Daneel.

—Sí, puedo —contestó el asesino en voz baja pero perfectamente normal.

—¿Eres originario de Aurora?

El asesino no respondió. Pero Daneel dijo al momento:

—Sé que lo eres. Fue una pregunta innecesaria. ¿Dónde está tu base en este planeta?

El asesino no respondió. Daneel insistió:

—¿Tu base? ¿Dónde está? Debes contestar. Te ordeno que contestes. El asesino dijo:

—No puedes darme órdenes. Eres R. Daneel Olivaw. Me han hablado de tí y no necesito obedecerte.

Daneel levantó la cabeza, tocó al guardia más cercano y le dijo:

—¿Señor, ¿querría preguntar a esta persona dónde está su base?

El guardia, sorprendido, intentó hablar. Solamente se oyó una voz ronca. Avergonzado, tragó saliva, carraspeó y preguntó violentamente:

—¿Dónde está su base?

—Se me ha prohibido contestar a esta pregunta, señor —dijo el asesino.

—Debes contestar —insistió Daneel—. Un oficial planetario te lo está preguntando. Señor, ¿quiere ordenarle que lo haga?

El guardia no se hizo de rogar:

—Le ordeno que conteste, prisionero.

—Se me ha prohibido contestar a esta pregunta, señor.

El guardia alargó la mano pra agarrar al asesino por el hombro, pero Daneel dijo al instante:

—Creo que sería mejor no emplear la violencia, señor.

Daneel miró a su alrededor. Gran parte del clamor se había apagado. Se notaba cierta tensión en la atmósfera, como si un millón de personas esperaran ansiosamente para ver lo que Daneel hacía. Daneel dijo a los guardias que ahora les rodeaban a él y al asesino caído:

—¿Quieren abrirme paso, señores? Debo llevar al prisionero ante la señora Gladia. Tal vez ella logre una respuesta.

—¿Y que hay de la atención médica para el prisionero? —preguntó uno de los guardias.

—No será necesario, señor —dijo Daneel, y no dio más explicaciones.

81

—¡Que haya ocurrido esto! —se lamentó Andrev fastidiado, temblándole los labios de pasión contenida. Estaban en la habitación contigua a la tribuna, y miró el agujero del techo que permanecía como mudo testigo de la violencia que allí había tenido lugar. Gladia, con voz que se esforzó por mantener firme, le tranquilizó:

—No ha ocurrido nada. Estoy ilesa. Hay un agujero en el techo que tendrá que reparar y tal vez algo más en la habitación de arriba. Y nada más.

Mientras hablaba, oía gente que se movía arriba apartando lo que había cerca del agujero y presumiblemente evaluando los daños.

—Sí que hay más. Ha estropeado nuestros planes para su aparición de mañana, para su discurso al planeta.

—Ha hecho todo lo contrario. El planeta estará más impaciente por oírme sabiendo que he sido casi víctima de un intento de asesinato.

—Pero, es posible que haya otro intento.

Gladia se encogió levemente de hombros.

—Esto me hace pensar que estoy en el buen camino. Secretario General, hace poco tiempo descubrí que tengo una misión en la vida. No se me ocurrió que dicha misión pudiera ponerme en peligro, pero ya que es así, también pienso que no estaría en peligro, ni merecería la pena matarme, si no diera en el clavo. Si el peligro es una medida de mi efectividad, estoy dispuesta a arriesgarme.

Giskard interrumpió:

—Gladia, ha llegado Daneel con, supongo, el individuo que apuntó su desintegrador en esta dirección.

No fue solamente Daneel, trayendo una figura relajada e indiferente lo que asomó por la puerta, sino también media docena de guardias de seguridad. En el exterior, el rumor de la gente parecía más débil, más lejano. La multitud empezaba a dispersarse y regularmente podía oírse por los altavoces, el anuncio:

—No hay ningún herido. No hay peligro. Regresad a vuestros hogares.

Andrev alejó a los guardias con un gesto, y preguntó tajante:

—¿Es éste?

Daneel contestó:

—No cabe duda, señor, de que éste es el individuo con el desintegrador. El arma estaba junto a él, la gente que le rodeaba es testigo de su acto y él mismo admite su culpabilidad.

Andrev se quedó mirando, asombrado:

—Está muy tranquilo. Ni siquiera parece humano.

—No es humano, señor. Es un robot, un robot humanoide.

—Pero en la Tierra no tenemos robots humanoides… Excepto usted.

—Este robot. Secretario General —explicó Daneel— es como yo, de manufactura aurorana.

Gladia se estremeció:

—No es posible. Un robot no pudo haber recibido la orden de asesinarme. Exasperado, y con un brazo posesivamente protector pasado por los hombros de Gladia, D.G. dijo con rabia:

—Un robot aurorano especialmente programado…

—Tonterías, D.G. —interrumpió Gladia—. De ninguna manera. Aurorano o no, especialmente programado o no, un robot no puede deliberadamente agredir a un ser humano sabiendo que es un ser humano. Si este robot disparó el arma en mi dirección, debió fallar voluntariamente.

—¿Con qué fin? —preguntó Andrev—. ¿Por qué iba a fallar, señora?

—¿Es que no se da cuenta? Cualquiera que diera la orden al robot, debió pensar que el intento bastaría para desbaratar mis planes aquí, y era esto lo que buscaban. No podían ordenar al robot que me matara, pero podían ordenarle que errara el tiro… Y si con ello bastaba para desanimarme, se sentirían satisfechos… Excepto que no se interrumpirá el programa. No lo permitiré.

—No te pongas heroica, Gladia —aconsejó D.G.—: Ignoro lo que intentarán la próxima vez, pero nada…, ¡nada!…, vale tu pérdida.

La mirada de Gladia se dulcificó:

—Gracias, D.G. aprecio tus sentimientos, pero tenemos que arriesgarnos.

Andrev,. perplejo, se tiró de la oreja y preguntó:

—¿Qué vamos a hacer? Saber que un robot humanoide utilizó un desintegrador en una concentración de seres humanos no será bien recibido por los habitantes de la Tierra.

—Por supuesto que no —dijo D.G.—. Por lo tanto es mejor no decírselo.

—Un cierto número de gente debe de haberse enterado ya… o adivinado que nos enfrentamos con un robot.

—Pero eso no bastará para acallar el rumor, Secretario General, y es necesario que no vaya más allá; para ello es mejor un anuncio oficial.

Andrev insistió:

—Si Aurora está dispuesta a llegar a este extremo para…

—Aurora, no —cortó Gladia al instante—. Sólo cierta gente de Aurora, ciertos exaltados. Sé que también entre los colonizadores existen extremistas belicosos, y probablemente incluso en la Tierra. No haga el juego a esa gente, Secretario General. Apelo a la gran mayoría de personas sensatas de ambos bandos y no debe hacerse nada que debilite mi llamada. Daneel, que había estado esperando pacientemente, encontró al fin una pausa lo suficientemente larga para que él pudiera hablar:

—Gladia…, señores… es importante averiguar por el robot dónde tiene su base. Puede haber otros.

—¿No se lo ha preguntado? —inquirió Andrev.

—Sí, lo he hecho, Secretario General, pero soy un robot. Este no está autorizado a contestar a preguntas formuladas por otro robot. Ni tampoco a obedecer mis órdenes.

—Bien, pues, yo preguntaré.

—Puede que esto no nos sea útil, señor. Este robot está bajo severísimas órdenes de no responder, y su orden tal vez no pueda superarlas. Desconoce usted la fraseología y entonación apropiadas. Gladia es aurorana y sabe cómo debe hacerse… Gladia, ¿querría usted averiguar dónde tiene su base planetaria?

Gladia dijo en voz muy baja que sólo Daneel pudo oír:

—Tal vez no pueda. Acaso se le haya ordenado una congelación irreversible, si las preguntas son demasiado insistentes.

Daneel se volvió a mirar a Giskard. Murmuró:

—¿Puedes evitarlo?

—Dudoso. El cerebro ha sido físicamente dañado por disparar un desintegrador contra seres humanos.

Daneel se volvió de nuevo hacia Gladia y le dijo:

—Señora, quisiera sugerirle que más bien le tantee, antes de tratarle con brutalidad.

—Pues no sé. —Gladia pareció dudosa. Se enfrentó con el robot asesino, respiró profundamente y con voz muy firme, pero a la vez dulce, le preguntó— Robot, ¿cómo debo dirigirme a ti?

—Se me conoce como R. Ernett Second, señora.

—Ernett, ¿puedes decirme si soy aurorana?

—Habla al estilo de Aurora, pero no del todo, señora.

—Nací en Solaria, pero soy una espacial que ha vivido veinte décadas en Aurora y estoy acostumbrada a que mis robots me sirvan. He esperado y recibido servicio por parte de los robots todos los días de mi vida desde que era pequeña. Nunca me han decepcionado.

—Acepto lo que me dice, señora.

—¿Contestarás a mis preguntas y obedecerás mis órdenes, Ernett?

—Lo haré, señora, siempre que no sean contrarias a una orden previa.

—Si te pregunto la situación de tu base en este planeta y qué porción de ella consideras como la residencia de tu amo…, ¿me contestarás?

—No podré hacerlo, señora. Ni ninguna otra pregunta sobre mi amo. Ninguna.

—¿Te das cuenta de que si no contestas me sentiré profundamente decepcionada y que lo que tengo derecho a esperar del servicio robótico quedará permanentemente embotado?

—Lo comprendo, señora —respondió el robot con voz apagada.

Gladia miró a Daneel; preguntó:

—¿Lo intento?

—No hay más alternativa que intentarlo, Gladia —aconsejó Daniel— Si, pese al esfuerzo, nos quedamos sin información, no estaremos peor que ahora.

Con voz vibrante y autoritaria, Gladia ordenó:

—No me causes daño, Ernett, negándote a decirme dónde está tu base en este planeta. Te ordeno que me lo digas.

El robot pareció envararse. Abrió la boca pero no dijo nada. Volvió a abrirla y murmuró en un susurro ronco "…milla…". La abrió por tercera vez silenciosamente… y, entonces, con la boca todavía abierta, se apagó el brillo de sus ojos y se quedaron ciegos. Uno de los brazos, que había empezado a levantar, cayó hacia abajo. Daneel declaró:

—Su cerebro positrónico se ha congelado.

Giskard musitó sólo para Daneel:

—¡Irreversible! Hice cuanto pude pero no lo soportó.

—Ahora no tenemos nada —comentó Andrev— Ni siquiera sabemos dónde pueden estar los otros robots.

—Dijo "milla"… —hizo notar D.G.

—No conozco la palabra —dijo Daneel—. No figura en el estándar galáctico como el que empleamos en Aurora.

—Pudo haber tratado de decir "mil", o "Miles". Una vez conocí a un hombre que se llamaba así —observó Andrev.

—No veo que una y otra palabra tengan sentido como respuesta o parte de una respuesta a la pregunta —explicó Daneel—. Ni tampoco percibí una sibilante antes o después del sonido. Un anciano de la Tierra, que había guardado silencio hasta entonces, dijo con cierta timidez.

—Tengo la impresión de que milla puede ser una antigua medida de longitud, robot.

—¿Qué longitud, señor? —preguntó Daneel.

—No lo sé bien—contestó el de la Tierra—. Algo más de un kilómetro, me parece.

—¿Y ya no se emplea, señor?

—No, desde la era prehisperespacial.

D.G. mesó su barba y dijo, pensativo.

—Todavía se usa. Por lo menos en Baleymundo tenemos un viejo dicho: "Tanto vale un error como una milla". Quiere decir que si se trata de evitar la desgracia, evitarla por poco es igual que evitarla por mucho. Siempre creí que "milla" significaba mucho. Si realmente significa una medida de distancia, comprendo mejor la frase.

—De ser así —musitó Gladia—, un robot de este tipo no parece extraordinariamente complejo. No creo que pudiera emplear frases que existen en Baleymundo, pero que jamás se han oído en Aurora. Se le hizo una pregunta, y estaba solamente tratando de contestarla.

—¡Ah! —exclamó Andrev—, tal vez trataba de contestar. Intentaba decimos que su base estaba a cierta distancia de aquí. Por ejemplo, a tantas millas.

—En este caso —preguntó D.G.—, ¿por qué utilizaba una medida de distancia arcaica? Ningún aurorano emplearía otra cosa que kilómetros, y por tanto ningún robot fabricado en Aurora tampoco. En realidad prosiguió con cierta impaciencia— el robot estaba pasando rápidamente a su inactividad total y pudo muy bien haber formado solamente sonidos sin sentido. Es inútil tratar de encontrarle un significado a algo que no lo tiene… Y ahora quiero tener la seguridad de que Gladia pueda descansar o por lo menos que salga de esta habitación antes de que el resto del techo se nos caiga encima.

Salieron rápidamente y Daneel dijo bajito a Giskard:

—¡Fallamos de nuevo!

82

La Ciudad no se quedaba nunca silenciosa del todo, pero había momentos en que las luces perdían intensidad, el ruido de la siempre concurrida autopista disminuía y el interminable chocar de maquinaria y humanidad cedía solamente un poco. En muchos millones de apartamentos la gente dormía.

Gladia se acostó en el lecho que le había sido asignado, incómoda por la falta de comodidades que pudiera forzarla a salir de noche a los corredores.

¿Era también de noche en la superficie —se preguntó poco antes de quedarse dormida—, o era solamente un arbitrario "período de descanso" previsto en esta determinada cueva de acero, por respeto a un hábito desarrollado durante los cientos de millones de años en que los seres humanos y sus antepasados habían vivido en la superficie de la Tierra? Y entonces se quedó dormida.

Daneel y Giskard no dormían. Daneel descubrió una terminal de computadora en el apartamento y se pasó más de media hora absorto aprendiendo el desconocido tablero y las diferentes combinaciones. No encontró instrucciones de ningún tipo disponibles (pero ¿quién necesita instrucciones para lo que todo muchacho aprende en la primaria?; afortunadamente, los controles, aunque no se parecían a los de Aurora, tampoco eran completamente diferentes. Pudo conectar con la sección de referencias de la Biblioteca de la Ciudad, y hablar con la enciclopedia. Pasaron horas. En lo más profundo del sueño de los humanos, dijo Giskard:

—Amigo Daneel.

Daneel levantó la cabeza.

—¿Sí, amigo Giskard?

—Debo pedirte una explicación por lo que hiciste en la tribuna.

—Amigo Giskard, tú mirabas al público. Yo seguí tu mirada, vi un arma dirigida a nosotros y reaccioné al instante.

—En efecto, amigo Daneel, y dadas ciertas suposiciones, entiendo por qué te lanzaste para protegerme. Empecemos porque el presunto asesino era un robot. En tal caso, por más que se hubiera programado no podía apuntar el arma contra ningún ser humano con la intención de acertar. Tampoco era probable que te apuntara a tí porque pareces lo bastante humano para que se active la primera ley. Incluso si el robot estaba enterado de que un humanoide se encontraba en la tribuna no podía estar seguro de que fueras tú. Por consiguiente, si el robot pretendía destruir a alguien de la tribuna, sólo podía ser a mí, el robot, y actuaste al momento para protegerme.

Empecemos por decir que el asesino era aurorano…, no importa que fuera humano o robot. Es más que probable que el doctor Amadiro ordenara dicho ataque, puesto que es un extremista en su actitud anti-Tierra, y nosotros creemos que está tramando su destrucción. Quizá se halla enterado de mis habilidades especiales por Vasilia, y daría prioridad a mi destrucción, dado que, naturalmente, me teme más que a nadie…, robot o humano. Siguiendo este razonamiento, es lógico que actuaras como lo hiciste para protegerme… Y la verdad, de no haberme derribado, creo que el disparo me habría destruido.

Pero, amigo Daneel, tú no podías saber que el asesino fuera un robot, o que fuera aurorano. Sólo yo había captado la extraña anomalía de un cerebro robótico entre la inmensa masa de emociones humanas, cuando me golpeaste… Fue después, cuando tuve oportunidad de informarte. Sin mi capacidad, sólo podías darte cuenta de que nos apuntaba un arma, que naturalmente supusiste que la sostenía un humano y que éste era de la Tierra. El blanco lógico era, pues, la señora Gladia como, realmente creyeron todos los de la tribuna. ¿Cómo ignoraste a Gladia y en cambio me defendiste a mí?

—Amigo Giskard, ten en cuenta mi forma de pensar. El Secretario General había dicho que un módulo aurorano con dos pasajeros a bordo había llegado a la Tierra. Asumí al instante que el doctor Amadiro y el doctor Mandamus habían venido. Para ello sólo había una razón. El plan que llevan entre manos, sea cual fuere su naturaleza, ya casi está maduro o lo está realmente. Como tú has venido a la Tierra, amigo Giskard, ellos se han precipitado para llevarlo a la práctica antes de que tengas la oportunidad de impedirlo gracias a tus poderes de ajustes mentales. Para estar más seguros, tratarían de destruirte si podían. Por lo tanto, cuando vi un arma apuntando, me lancé para alejarte de la línea de fuego.

—La primera ley debió empujarte a apartar a Gladia de la línea de fuego —dijo Giskard—. Ni razonamientos, ni pensamientos, debieron alterar esto.

—No, amigo Giskard. Tú eres mucho más importante que Gladia. En verdad, en este momento tú eres mucho más importante que cualquier ser humano. Si hay alguien que pueda impedir la destrucción de la Tierra, ése eres tú. Como yo conozco tu servicio potencial a la humanidad, al verme ante la necesidad de elegir, la ley Cero requiere que te proteja por encima de todo y de todos.

—¿Y no te sientes incómodo por haber actuado desafiando la primera ley?

—No, porque actué en obediencia de la suprema ley Cero.

—Pero la ley Cero no te ha sido implantada.

—La acepté como corolario de la primera ley, porque ¿cómo puede protegerse al humano de ser lastimado, sino asegurándose de que la sociedad humana en general está protegida y mantenida en activo?

Giskard pensó.

—Veo lo que estás tratando de decirme, pero si… si al actuar para salvarme y, por tanto, salvando a la humanidad, hubiera resultado que no era a mí a quien apuntaban y Gladia hubiera muerto, ¿cómo te hubieras sentido entonces, amigo Daneel?

—No lo sé, amigo Giskard –musitó— Sin embargo, si hubiera saltado para salvar a Gladia y hubiera ocurrido que ella estaba a salvo dejando que tú fueras destruido y contigo, en mi opinión el futuro de la humanidad, ¿cómo podría sobrevivir a semejante golpe?

Los dos se miraron…, cada uno sumido en sus pensamientos. Por fin, Giskard dijo:

—Puede que así sea, amigo Daneel, pero estarás de acuerdo en que, a veces, es difícil juzgar.

—Estoy de acuerdo, amigo Giskard.

—Ya es difícil elegir cuando se hace rápidamente entre individuos, y decidir cuál de ellos debe sufrir…, o infligir…, el mayor daño. Elegir entre un individuo y la humanidad, cuando no se está seguro de qué aspecto de la humanidad es el que está ante nosotros, es tan difícil que la propia validez de las leyes robóticas parece sospechosa. Tan pronto como nos enfrentamos con la humanidad en sentido abstracto, las leyes robóticas empiezan a confundirse con las leyes de la humanidad…, que a lo mejor ni siquiera existen.

—No te comprendo, amigo Giskard —protestó Daneel.

—No me extraña. No estoy seguro de entenderme yo mismo. Pero piensa… Cuando hablamos de la humanidad que hay que salvar, nos referimos a la gente de la Tierra y a los colonizadores. Son mucho más numerosos que los espaciales, más vigorosos, más expansivos. Muestran más iniciativa porque dependen menos de los robots. Tienen un mayor potencial biológico y evolución social, porque su vida es breve, aunque lo bastante longeva como para contribuir individualmente en cosas grandes.

—Sí —asintió Daniel—, lo has dicho en pocas palabras.

—No obstante, los de este planeta y los colonizadores parecen poseer una confianza mística, incluso irracional, en la santidad e inviolabilidad de la Tierra. ¿No podría ser fatal esa mística para su desarrollo, como lo fueron la mística de los robots y la longevidad que atenazan a los espaciales?

—No lo había pensado —dijo Daneel—. No lo sé.

—Si captaras las mentes como yo, te sería imposible evitar pensarlo. ¿Cómo se elige? —prosiguió, tenso— Piensa en la humanidad dividida en dos especies: los espaciales con una mística aparentemente fatal, y en la Tierra los colonos, con otra mística posiblemente fatal. Tal vez en el futuro habrá otras especies, con propiedades aún menos atractivas. Así que no basta elegir, amigo Daneel. Hay que poder darles forma en una especie deseable y luego protegerla, antes que encontrarnos obligados a seleccionar entre dos o más cosas indeseables. Pero, ¿cómo podemos alcanzar lo deseable a menos que dispongamos de la psicohistoria, la ciencia con la que sueño y no puedo lograr?

—No he apreciado la dificultad, amigo Giskard, de poseer la habilidad de captar e influir en las mentes. ¿Es posible que hayas aprendido demasiado para permitir que las tres leyes de la Robótica funcionen sin tropiezos en tu interior?

—Siempre ha sido posible, amigo Daneel, hasta que los acontecimientos recientes han hecho real esa posibilidad. Sé cuál es el esquema de los circuitos que producen esa captación e influencia de mentes en mi interior. Durante décadas me he estudiado cuidadosamente a fin de estar perfectamente enterado de mi funcionamiento y poder pasártelo para que te programes como yo y seas como yo…, pero en cierto modo me he resistido al impulso. Sería cruel para tí. Es suficiente que yo lleve este peso.

—Sin embargo, amigo Giskard, si alguna vez juzgas que el bien de la humanidad lo requiere, estoy dispuesto a aceptar el peso. En verdad, me vería obligado a hacerlo en nombre de la ley Cero.

—Pero esta discusión es inútil —dijo Giskard—. Parece evidente que la crisis ha llegado… y como no hemos conseguido siquiera averiguar la naturaleza de dicha crisis…

Daneel le interrumpió:

—En eso, por lo menos, estás equivocado, amigo Giskard. Conozco ahora la naturaleza de la crisis.

83

Uno no esperaba que Giskard mostrara sorpresa. Su rostro, naturalmente, era incapaz de expresión. Su voz poseía modulaciones, así que su habla parecía humana y no resultaba ni monótona ni desagradable. Esa modulación, no obstante, jamás se veía alterada de modo patente por alguna emoción.

Por lo tanto, cuando dijo: "¿Estás seguro?", parecía como si expresara cierta duda sobre la observación que Daneel había hecho respecto del tiempo que tendrían al día siguiente. Pero, por el modo de volver la cabeza hacia Daneel, y el modo de alzar una mano, no cabía duda de que estaba sorprendido.

—Lo estoy, amigo Giskard.

—¿Cómo te llegó a tí la información?

—En parte, por lo que me explicó la señora subsecretaría Quintana durante la cena.

—Pero ¿no me dijiste que no habías sacado nada útil de la conversación?, ¿que suponías que no habías formulado las preguntas pertinentes?

—Así parecía en aquel momento. Pero después de reflexionar, me encontré capaz de hacer deducciones útiles de lo que me había dicho. He estado buscando en la enciclopedia central de la Tierra, gracias a los datos computados últimamente…

—¿Y has visto confirmadas tus deducciones?

—Exactamente, no; pero no he encontrado nada que las refutara, lo que es tal vez la mejor alternativa.

—Pero la evidencia negativa basta para la certeza.

—No basta, así que no estoy del todo seguro. Pero voy a exponerte mi razonamiento y si le encuentras fallas, dímelo.

—Adelante, amigo Daneel.

—La energía por fusión, amigo Giskard, fue desarrollada en el planeta Tierra antes de la época de los viajes hiperespaciales, y por ello, mientras los humanos se encontraban solamente en el planeta Tierra. Esto es conocido. Se tardó mucho en desarrollar prácticamente la energía por fusión controlada, después de que esta posibilidad fuera concebida por primera vez y sentada científicamente. La dificultad principal para llevarla a la práctica consistía en lograr una temperatura suficientemente alta en un gas suficientemente denso para un tiempo suficientemente largo que provocara la ignición por fusión.

Sin embargo, varias décadas antes de que se estableciera la energía por fusión controlada, existían las bombas por fusión… representando una reacción por fusión incontrolada. Pero, controlada o no, la fusión no podía tener lugar sin una temperatura extremadamente elevada a millones de grados. Si los humanos no podían producir la temperatura necesaria para lograr la energía por fusión controlada, ¿cómo podían hacerlo para una explosión por fusión incontrolada?

Quintana me explicó que antes de que la fusión existiera en la Tierra, existía otra variedad de reacción nuclear: la fisión nuclear. La energía derivada de la fragmentación o fisión de grandes núcleos, como los del uranio o el torio. Pensé que esto podía ser un medio de obtener temperaturas muy altas.

La enciclopedia que he estado consultando esta noche da muy poca información sobre bombas nucleares de cualquier tipo, y ningún detalle válido. Tengo entendido que es un tema tabú, y así debe de ser en todos los mundos porque nunca he leído sobre tales cosas en Aurora, ni referencias a ellas. Esta es una parte de la historia de la que los seres humanos están avergonzados o atemorizados, o ambas cosas a la vez, y lo encuentro racional. En lo que pude leer sobre bombas de fusión, no encontré nada sobre su ignición que hubiera eliminado la bomba de fisión como mecanismo de encendido; así que sospecho que, basándome en parte en esta evidencia negativa, la bomba de fisión fue el mecanismo de ignición.

Pero, entonces, ¿cómo se encendió la bomba de fisión? Ésta existía antes de la de fusión y si las bombas de fisión requerían una temperatura ultraelevada para la ignición, igual que las de fusión, es qus no existía nada antes de las bombas de fisión que proporcionara una temperatura lo bastante elevada. A partir de eso, llegué a la conclusión de que aun cuando la enciclopedia no contenía información sobre el tema, las bombas de fisión podían encenderse a temperaturas relativamente bajas, tal vez incluso a temperatura corriente. Se presentaron dificultades, porque llevó muchos años de esfuerzo continuado después del descubrimiento de que existía la fisión, pero antes de desarrollar la bomba. Fueran cuales fueren las dificultades, no estaba entre ellas la producción de temperaturas ultraelevadas… ¿Qué piensas de todo eso, amigo Giskard?

Giskard había mantenido los ojos fijos en Daneel a lo largo de toda la explicación, y ahora le dijo:

—Creo que la estructura que has montado, amigo Daneel, contiene puntos gravemente débiles, y por lo tanto no del todo dignos de confianza…, pero incluso si todo fuera perfectamente válido, no tiene nada que ver con la posible e inmediata crisis que nos esforzamos por comprender.

—Te ruego que tengas paciencia, amigo Giskard, y proseguiré. Ocurre que tanto el proceso de fusión, como el de fisión, son expresiones de las interacciones débiles, de una de las cuatro interacciones que controlan todos los elementos del Universo. En consecuencia, ese mismo intensificador nuclear que puede hacer estallar un reactor de fusión, hará también estallar uno de fisión. Sin embargo, hay una diferencia. La fusión tiene lugar solamente a temperaturas ultraelevadas. El intensificador hace que explote la porción ultracaliente del combustible que está sufriendo activamente la fusión, más algo del combustible inmediato que se ha calentado a temperatura de fusión en la explosión inicial… antes de que el material estalle hacia fuera y el calor se disperse a donde el combustible de fusión se ha dispersado, pero mucho o tal vez la mayor parte, no. La explosión es lo bastante potente, a pesar de todo, para destruir el reactor de fusión y cualquier cosa en sus alrededores inmediatos, tal como una nave que transportara el reactor.

Por el contrario, un reactor de fisión puede operar a baja temperatura, quizá poco más que el punto de ebullición del agua, quizás a temperatura normal del ambiente. El efecto del intensificador nuclear será entonces eliminar todo el combustible de fisión. Incluso, en el caso en que el reactor de fisión no funcione activamente, el intensificador lo hará estallar. Aunque, gramo a gramo, el combustible de fisión libera menos energía que el de fusión, el reactor de fisión producirá una mayor explosión porque su combustible explota en mayor cantidad que en el caso del reactor de fusión.

Giskard asintió, moviendo despacio la cabeza y dijo:

—Puede que todo sea asi, amigo Daneel, pero ¿quedan en la Tierra estaciones de energía por fisión?

—No, no las hay… Así me lo dijo la subsecretaría Quintana, y la enciclopedia parece estar de acuerdo. En realidad, aunque hay instalaciones en la Tierra cuya energía procede de pequeños reactores de fusión, no queda nada, absolutamente nada, operado por reactores de fisión, grandes o pequeños.

—Entonces,, amigo Daneel, no hay nada que justifique la utilización de un intensificador nuclear. Todo tu razonamiento, aunque sea impecable, termina en nada.

—No del todo, amigo Giskard —insistió Daniel— Queda un tercer tipo de reacción nuclear a tener en cuenta.

—¿De qué se trata? No se me ocurre ninguna.

—No es una idea cómoda, amigo Giskard, porque en los mundos espaciales o colonizados, hay muy poco uranio y torio en las cortezas planetarias y, por consiguiente, muy insignificante en cuanto a la radiactividad. El tema es poco interesante y en consecuencia ignorado por todos excepto por unos pocos físicos teóricos. Sin embargo, en la Tierra, como me hizo notar Quintana, el uranio y el torio son relativamente corrientes y la radiactividad natural con su ultralenta producción de calor y de radiación energética, debe ser parte relativamente notable del entorno. Éste es el tercer tipo de reacción nuclear a tener en cuenta.

—¿De qué forma, amigo Daneel?

—La radiactividad natural es también una expresión de la interacción débil. Un intensificador nuclear que haga estallar un reactor de fusión o un reactor de fisión, supongo que puede también acelerar la radiactividad natural hasta el punto de hacer saltar parte de la corteza… si se encuentra en ella suficiente uranio o torio.

Giskard se quedó mirando un buen rato a Daneel, sin moverse, sin hablar. Luego dijo despacio:

—Sugieres que el plan del doctor Amadiro es hacer que estalle la corteza de la Tierra, destruir el planeta como centro de vida y, a su modo, asegurar el dominio de la Galaxia por los espaciales.

—O, si no hay bastante uranio o torio para la explosión en masa —asintió Daniel—, el aumento de radiactividad produce un exceso de calor que altera el clima, y un exceso de radiaciones que produzcan cáncer y taras en los recién nacidos, y todo ello servirá al mismo propósito, aunque más despacio.

—Esta posibilidad es espantosa —dijo Giskard—. ¿Crees realmente que puede provocarse?

—Posiblemente. Me parece que hace ahora muchos años, no sabría decir cuántos, los robots humanoides de Aurora, como el presunto asesino, están instalados en la Tierra; son lo bastante avanzados para una programación compleja y pueden, en caso— necesario, entrar en las ciudades para equiparse. Como es de imaginar, han estado montando intensificadores nucleares en los puntos donde la tierra es rica en uranio y torio. Quizás en todos estos años se han montado muchos intensificadores nucleares. El doctor Amadiro y el doctor Mandamus han venido para supervisar los últimos detalles y para activar los intensificadores. Presumiblemente, están organizando las cosas para disponer del tiempo necesario para huir, antes de que el planeta sea destruido.

—En este caso es imperativo que se informe al Secretario General de que las fuerzas de seguridad del planeta deben ser movilizadas al instante, de la necesidad de localizar a los doctores Amadiro y Mandamus e impedir que completen su proyecto.

—No creo que pueda hacerse, amigo Giskard. Es posible que el Secretario General se niegue a creernos, gracias a la extendida creencia mística sobre la inviolabilidad del planeta. Te referiste a ella como a algo que obraría en contra de la humanidad y sospecho que, en este caso, será así. Creo que si la posición única de la Tierra se pone en entredicho, él se negará a dejar que su convicción por irracional que sea se modifique y se refugiará en la negativa a creer en nosotros. Pero, incluso si nos creyera, cualquier preparación para tomar medidas tendría que pasar por la burocracia gubernamental y, por más que se acelerara el proceso, llevaría demasiado tiempo para servir el propósito. No solamente eso, sino que incluso pudiendo imaginar que todos los recursos de la Tierra se movilizaran en el acto, no creo a la gente de la Tierra preparada para localizar la presencia de dos seres humanos en un enorme desierto. La gente ha vivido en las ciudades por muchas décadas y casi nunca se aventura lejos de los confines ciudadanos. Lo recuerdo bien de cuando vine por primera vez a la Tierra con Elijah Baley. Incluso si estuvieran dispuestos a recorrer los espacios abiertos, no es fácil que se encuentren con dos seres humanos lo suficientemente pronto para que pueda salvarse la situación excepto si ocurriera la más increíble coincidencia, y esto es algo con lo que no podemos contar.

—Los colonizadores podrían formar fácilmente una partida de búsqueda. No temen a los espacios abiertos, ni a lo desconocido.

—Pero estarían tan firmemente convencidos de la inviolabilidad del planeta como la gente de la Tierra, igualmente reacios a creer en nosotros, y tan incapaces de encontrar a dos humanos lo bastante de prisa como para salvar la situación, en el supuesto de que nos creyeran.

—Y los robots de la Tierra, ¿qué? —preguntó Giskard— Abundan en el campo, entre las ciudades. Algunos deben de haberse dado cuenta de la presencia de humanos entre ellos. Deberían ser interrogados.

—Los humanos que viven junto a ellos son robotistas expertos. Se hubieran dado cuenta de que otros robots en las inmediaciones ignoraban su presencia. Por la misma razón, no podían sentir temor de un robot formando parte del grupo de búsqueda. Al grupo se le puede ordenar retroceder y olvidar. Peor aún, los robots de la Tierra son modelos relativamente simples, diseñados únicamente para tareas determinadas como las agrícolas, cuidado de animales y minas. No se les puede adaptar a trabajos generalizados como dirigir un contingente dedicado a la búsqueda específica de algo.

—¿Has eliminado toda acción posible, amigo Daneel?. ¿Queda alguna otra posibilidad?

—Nosotros debemos buscar a dos seres humanos y detenerles… y hay que hacerlo ahora.

—¿Sabes dónde se encuentran, amigo Daneel?

—No, amigo Giskard.

—Entonces, parece improbable que un complicado grupo de búsqueda compuesto por muchos, muchos seres de la Tierra, o colonizadores, o robots, o los tres a la vez, consigan encontrar su situación a tiempo, excepto por la más extraordinaria coincidencia. Entonces, ¿cómo podemos hacerlo los dos solos?

—Lo ignoro, amigo Giskard, pero debemos hacerlo.

Y Giskard, en un tono de voz cortante y duro en la elección de las palabras, dijo:

—La necesidad no basta, amigo Daneel. Has recorrido un largo camino,has descubierto la existencia de una crisis y, poco a poco, has deducido su naturaleza. Y no sirve de nada. Aquí estamos, desvalidos, sin poder hacer nada.

—Queda una posibilidad…. una remota posibilidad, tal vez inútil, pero debemos probar. Amadiro por miedo a tu capacidad, ha enviado un asesino-robot para destruirte, y esto puede quizá volverse contra él, ser su gran error.

—¿Y si esa remota e inútil posibilidad falla, amigo Daneel?

Daneel miró tranquilamente a Giskard y dijo:

—Entonces no hay nada que hacer, y la Tierra será destruida, y la historia de la humanidad se irá apagando hasta desaparecer.