Gladia contempló el globo de Aurora en la pantalla. Su envoltura de nubes parecía atrapada al vuelo a lo largo de la gruesa medialuna que brillaba a la luz de su sol.
—No puede ser que estemos tan cerca —dijo.
—En absoluto —respondió D.G.—. Lo estamos viendo a través de una lente muy buena. Está aún a varios días de distancia, contando con la aproximación en espiral. Si logramos conseguir un vuelo antigravídico, con el que sueñan los físicos, pero que parecen incapaces de lograr, el vuelo espacial se volverá sencillo y rápido. Tal como está ahora, nuestros "saltos" solamente nos llevan a una buena distancia de la masa planetaria.
—Es curioso.
—¿Qué cosa, señora?
—Cuando íbamos hacia Solaria, me dije: "Voy a casa", pero cuando llegué a tierra me encontré con que no estaba nada en casa. Ahora vamos hacia Aurora, y me dije: "Ahora, me voy a casa", pero este mundo que veo allá abajo, tampoco es mi hogar.
—¿Dónde está el hogar, pues, señora?
—Estoy empezando a preguntármelo… Pero, ¿por qué persiste en llamarme "señora"?
D.G. pareció sorprendido.
—¿Prefiere "Lady Gladia", que le llame Lady Gladia?
—Esto también suena burlón. ¿Es esto lo que siente por mí?
—¿Un respeto burlón? Claro que no. Pero, ¿cómo si no debe un colono dirigirse a una espacial? Intento ser correcto y conformarme a sus costumbres, hacer lo que la haga sentirse cómoda.
—Esto no me hace sentirme cómoda. Llámeme solamente Gladia. Ya se lo sugerí antes. Después de todo, yo bien le llamo D.G.
—Y me parece estupendo, aunque delante de mis hombres y mis oficiales preferiría que me llamara "capitán"; y yo la llamaré "señora". Hay que mantener la disciplina.
—Sí, claro —murmuró Gladia, distraída, mirando otra vez a Aurora—. Yo no tengo hogar.
Se volvió de pronto a D.G. y le preguntó:
—¿Habla en serio cuando me dice que me llevará a la Tierra, D.G.?
—Medio en serio –contestó D.G., sonriente—. A lo mejor no quiere ir…, Gladia.
—Creo que quiero ir, a menos que pierda el valor.
—No existe infección, y esto es lo que temen los espaciales, ¿verdad?
—En exceso, tal vez. Después de todo yo conocí a su antepasado y no me contagié. Estuve en su nave y he sobrevivido. Fíjese, ahora está junto a mí. Incluso he estado en su mundo, rodeada de millares de personas.
Creo que he conseguido un cierto grado de inmunidad.
—Debo decirle, Gladia, que la Tierra es mil veces más poblada que Baleymundo.
—No me importa —dijo Gladia con cierto calor en la voz—. He cambiado de modo de pensar en muchas cosas. Le dije que después de veintitrés décadas no queda nada por qué vivir, y resulta ser que sí queda. Lo que me ocurrió en Baleymundo, mi discurso, la reacción de la gente, fue algo enteramente nuevo, algo que nunca había imaginado. Fue como volver a nacer, empezar de nuevo en la primera década. Ahora me parece que, incluso si la Tierra me mata, habrá valido la pena, porque moriría joven y defendiéndome de la muerte, en lugar de vieja, harta y suspirando por ella.
—¡Bien! —exclamó D.G. alzando los brazos en un gesto pseudo-heroico—. Suena como una serie histórica de hiperonda. ¿No las miró alguna vez en Aurora?
—Claro. Son muy populares.
—¿Está imitando una, Gladia, o cree realmente en lo que ha dicho?
Gladia se rió:
—Me figuro que sueno a idiota, D.G., pero lo divertido es que lo digo en serio… si no me falla el valor.
—En este caso, de acuerdo. Iremos a la Tierra. Creo que la considerarán digna de una guerra, especialmente si informa detalladamente sobre los acontecimientos en Solaria, como quieren que haga, y me da su palabra de honor de mujer espacial, si es algo que se hace allí… de que regresará.
—Es que no quiero regresar.
—Pero querrá algún día… Y ahora, Gladia, hablar con usted es siempre un placer, pero siento la tentación de pasar demasiado tiempo haciéndolo y estoy seguro de que me necesitan en la sala de control. Si no es así, y pueden prescindir de mí…, así y todo preferiría que no se enteraran.
—¿Fue cosa tuya, amigo Giskard?
—¿A qué te refieres, amigo Daneel?
—Gladia está ansiosa por ir a la Tierra e, incluso, por no regresar. Este es un deseo tan contrario a lo que una espacial como ella puede desear que, sospecho que has hecho algo a su mente para hacerla pensar así.
—No la he tocado —dijo Giskard—. Ya es suficientemente difícil tocar a cualquier ser humano dentro de los límites de las tres leyes. Hacer algo en la mente de una persona de cuya seguridad uno es directamente responsable, es todavía más difícil.
—Entonces, ¿por qué quiere ir a la Tierra?
—Sus experiencias en Baleymundo han modificado considerablemente su punto de vista. Tiene una misión…, la de mantener la paz en la Galaxia …, y arde en deseos de conseguirlo.
—En este caso, amigo Giskard, ¿no sería mejor hacer lo que puedas para persuadir al capitán, a tu modo, de que vaya directamente a la Tierra?
—Esto crearía dificultades. Las autoridades auroranas insisten tanto en que Gladia sea devuelta a Aurora que será mejor hacerlo…, aunque sea temporalmente.
—Pero puede ser peligroso hacerlo —dijo Daneel.
—¿Es que sigues creyendo, amigo Daneel, que es a mí a quien quieren retener porque se han enterado de mis habilidades?
—No veo otra razón por su insistencia en el regreso de Gladia.
—Pensar como un hombre tiene sus peligros, veo. Es posible suponer dificultades que no pueden existir. Incluso, si alguien en Aurora estuviera al corriente de la existencia de mi habilidad, es con dicha habilidad con la que podría alejar la sospecha. No hay nada que temer, amigo Daneel.
Y Daneel aceptó de mala gana:
—Como tú digas, amigo Giskard.
Gladia miró pensativa a su alrededor, despidiendo a sus robots con un distraído movimiento de la mano. Se miró la mano al hacerlo, casi como si la estuviera viendo por primera vez. Era la misma mano con la que había estrechado las de cada uno de los tripulantes de la nave, antes de entrar en el pequeño ténder que los llevaría a ella y aD.G. a Aurora. Cuando les prometió regresar, la vitorearon.
y Niss le gritó:
—No nos iremos sin usted.
Le había gustado muchísimo que la vitorearan. Sus robots la servían continuamente, leal y pacientemente, pero nunca la vitoreaban. D.G., que la estaba observando con curiosidad, le dijo:
—Seguro que ahora sí se siente en casa, Gladia.
—Estoy en mi vivienda –murmuró—. Ha sido mi vivienda desde que el doctor Fastolfe me la asignó, hace veinte décadas, y todavía se me hace rara.
—Para mí sí es rara —comentó D.G.—. Me encuentro perdido viviendo aquí, solo.
Miró a su alrededor con una media sonrisa, a la complicada decoración, al adorno de las paredes.
—No estará solo, D.G. — le tranquilizó Gladia—. Mis robots estarán con usted y han recibido amplias instrucciones. Se dedicarán a su comodidad.
—¿Entenderán mi acento colonizador?
—Si no lo entienden, le pedirán que lo repita y en este caso hable despacito y con gestos. Le prepararán comida, le enseñarán cómo servirse de las distintas comodidades de la habitación de invitados… y le vigilarán por si se comporta en desacuerdo con su estado. Se lo impedirán, si fuera necesario, pero lo harán sin lastimarle.
— Espero que no me vayan a considerar no-humano.
—¿Como la capataz? No, puedo garantizárselo, D.G. Aunque su barba y su acento pueden confundirles hasta el extremo de que tarden un segundo o dos en reaccionar.
—Y espero también que me protegerán contra los intrusos.
—Lo harán, pero no habrá intrusos.
—El Consejo querrá apoderarse de mí.
—En ese caso mandarían robots y los míos les echarán.
—¿Y si sus robots no dominan a los del Consejo?
—No puede ocurrir, D.G. Una vivienda es inviolable.
—Vamos, Gladia. Quiere decir que nadie nunca ha…
—¡Nadie!, ¡nunca! —respondió vivamente—. Permanezca aquí, tranquilamente y mis robots se ocuparán de todas sus necesidades. Si quiere ponerse en contacto con su nave, con Baleymundo, incluso con el Consejo de Aurora, saben exactamente lo que hay que hacer. No tendrá que mover un solo dedo.
D.G. se dejó caer en el sillón más cercano, se acomodó en él y suspiró profundamente.
—¡Qué prudentes somos al no permitir robots en nuestros mundos! ¿Sabe cuánto tiempo tardaría en corromperme, sumirme en el ocio, si me quedara en este tipo de sociedad? Cinco minutos como máximo. En realidad, ya estoy corrompido. —Bostezó y se desperezó.— ¿Les importará si me quedo dormido?
—Claro que no. Si lo hace, se preocuparán de que su entorno se mantenga silencioso y oscuro.
D.G. se enderezó de pronto.
—¿Y si no vuelve?
—¿Por qué no iba a volver?
—El Consejo parece reclamarla con mucha urgencia…
—No pueden retenerme. Soy ciudadana aurorana libre, y voy a donde quiero.
—Siempre surgen emergencias cuando un gobierno desea fabricarlas…, y en una emergencia, suelen romperse las reglas.
—Tonterías. Giskard, ¿van a retenerme allí?
—Gladia, no la retendrán. El capitán no debe preocuparse por esto.
—Ya lo ve, D.G. Su antepasado, la última vez que me vio, me encareció que siempre confiara en Giskard.
—¡Bien! ¡Excelente! De todos modos, la razón de que haya venido con usted, Gladia, era para estar seguro de que la recuperaré. Recuérdelo y dígaselo a su doctor Amadiro, si es preciso. Si tratan de retenerla contra su voluntad, tendrán que retenerme a mí también… Mi nave, que esta en órbita, es perfectamente capaz de reaccionar.
—No, por favor —suplicó Gladia turbada—. No piense en hacer tal cosa. Aurora también tiene naves, y estoy segura que la suya está bajo vigilancia.
—Pero hay una diferencia, Gladia. Dudo mucho de que Aurora quiera ir a la guerra por usted. Por el contrario, Baleymundo estaría dispuesto a hacerlo.
—No puede ser. No me gustaría que fueran a la guerra por mi causa. ¿Y por qué iban a hacerlo? ¿Porque fui amiga de su antepasado?
—No; precisamente por eso, no. No creo que nadie pueda creer que usted fuera su amiga. Tal vez su bisabuela, pero no usted. Incluso yo no creo que fuera usted.
—Sabe que fui yo.
—Intelectualmente, sí. Emocionalmente, lo encuentro imposible. Eso ocurrió hace veinte décadas.
Gladia sacudió la cabeza.
—Es que tiene un punto de vista de vida breve.
—Puede que sea así, pero no importa. Lo que la hace importante para Baleymundo es el discurso que les hizo. Es una heroína y debe ser presentada en la Tierra. Nadie debe impedirlo.
—¿Presentada en la Tierra? —exclamó Gladia algo alarmada— ¿Con toda ceremonia?
—Con la máxima ceremonia.
—¿Por qué se me considera tan importante como para valer una guerra?
—No estoy seguro de poder explicárselo a una espacial. La Tierra es un mundo especial. La Tierra es un mundo… sagrado. Es el único mundo de verdad. Es donde surgieron los seres humanos y es el único mundo donde evolucionaron y se desarrollaron y vivieron sobre todo un fondo de vida. En Baleymundo tenemos árboles e insectos… En la Tierra tienen una loca profusión de árboles y de insectos que jamás hemos visto en ninguna parte excepto en la Tierra. Nuestros mundos son imitaciones, pálidas imitaciones. No existen, ni pueden existir excepto por la fuerza intelectual, cultural y espiritual que extraen de la Tierra.
—Esto está en oposición a la opinión que los espaciales tienen de la Tierra —musitó Gladia—. Cuando nos referimos a ella, y pocas veces lo hacemos, es como hablar de un mundo bárbaro y en decadencia.
D.G. enrojeció:
—Por eso los mundos espaciales han ido debilitándose. Son como plantas que se han desarraigado, como animales que se han arrancado el corazón.
—Pues yo —dijo Gladia— deseo ver la Tierra por mí misma, pero ahora tengo que marcharme. Por favor, considere ésta como su propia casa hasta que vuelva.
Se dirigió vivamente hacia la puerta, pero se detuvo y agregó: —En esta vivienda ni en ninguna parte de Aurora hay bebidas alcohólicas ni tabaco, ni estimulantes alcaloides, ni nada de tipo artificial, nada a lo que usted pueda estar acostumbrado… ,
D.G. sonrió con amargura:
—Lo sabemos. Su gente es muy puritana.
—Nada de puritanos —protestó Gladia—. Las treinta o cuarenta décadas de vida hay que pagarlas… y éste es uno de los pagos. No supondrá que se consigue por arte de magia, ¿verdad?
—Bueno, me arreglaré con sanos zumos de frutas, con imitación de café y oleré las flores.
—Encontrará abundante surtido de tales cosas. Cuando regrese a su nave, estoy segura de que encontrará compensación por todos los síntomas de abstinencia que tenga que sufrir ahora.
—Sufriré sólo por su ausencia,— declaró gravemente D.G.
Gladia se vio obligada a sonreír:
—Es un embustero incorregible, capitán. Volveré… Daneel… Giskard.
Gladia estaba sentada, rígida, en el despacho de Amadiro. Durante muchas décadas había visto solamente a Amadiro a distancia, o en la pantalla… En esas ocasiones, le volvía la espalda. Le recordaba solamente como al gran enemigo de Fastolfe y ahora, por primera vez, se encontraba en la misma habitación que él, cara a cara, y tenía que borrar toda expresión de su rostro para que no viera asomar el odio que sentía, Aunque ella y Amadiro eran los únicos seres humanos presentes en la estancia, había por lo menos una docena de altos cargos, incluido el propio Presidente, que presenciaban la entrevista por holovisión de circuito cerrado. Gladia reconoció al Presidente y a algún otro, pero no a todos.
Era una extraña experiencia. Se parecía a la visión generalizada en Solaria, a la que se había acostumbrado de niña… y que recordaba con tanto disgusto.
Hizo un esfuerzo por hablar claramente, sin emoción pero con precisión. Cuando se le formulaba una pregunta, respondía con tanta brevedad como le permitía la claridad y tan indiferente como podía sin faltar a la cortesía. El Presidente escuchaba impasible y los demás le imitaban. Era un hombre mayor. . , Todos los presidentes lo eran porque se trataba de un cargo que alcanzaban a edad avanzada. Tenía un rostro alargado, mucho cabello aún en la cabeza y cejas hirsutas. Su voz era meliflua, pero nada amistosa. Cuando Gladia terminó, le dijo:
—¿Sugiere que los solarios han redefinido "ser humano" en un sentido limitado que lo reduce a los solarios solamente?
—No sugiero nada, señor Presidente. Es simplemente que nadie ha podido encontrar otra explicación que justifique los acontecimientos.
—¿Se da usted cuenta, señora Gladia, de que en toda la historia de la ciencia robótica, ningún robot ha sido diseñado con una definición limitada del "ser humano"?
—No soy una robotista, señor Presidente, y no conozco nada de la matemática de los circuitos positrónicos. Puesto que usted dice que no se ha hecho nunca, yo, claro, lo acepto. Pero por lo que sé, de que no se haya hecho nunca, no se desprende que no pueda hacerse en el futuro.— Sus ojos jamás habían parecido tan grandes y tan inocentes como ahora. El Presidente se ruborizó, y dijo:
—Teóricamente no es imposible limitar la definición, pero es impensable.
Con los ojos bajos, la mirada puesta en las manos que tenía cruzadas sobre su regazo, Gladia comentó:
—A veces la gente piensa en tales peculiaridades.
El Presidente cambió de tema, y preguntó:
—Una nave aurorana fue destruida, ¿cómo se lo explica?
—Yo no estaba presente en el lugar del incidente, señor Presidente. No tengo idea de lo que ocurrió, ni puedo explicárselo.
—Estaba usted en Solaria, y ha nacido en el planeta. Dada su reciente experiencia y el ambiente de su juventud, ¿que diría que ocurrió?
El Presidente daba muestras de una mal disimulada impaciencia.
—Si quiere que lo adivine —dijo Gladia—, yo diría que nuestra nave fue destruida por el uso de un intensificador nuclear portátil, similar al que estuvo a punto de utilizarse contra la nave colonizadora.
—¿No le llama la atención que los dos casos sean diferentes? En uno, la nave colonizadora invade Solaria para confiscar robots solarios; en el otro, una nave de Aurora llega a Solaria para ayudar en la protección de un planeta hermano.
—Yo sólo puedo suponer, señor Presidente, que los capataces, los robots humanoides dejados para guardar el planeta, fueron insuficientemente instruidos para detectar la diferencia.
El Presidente pareció ofendido.
—Es inconcebible que no fueran instruidos sobre la diferencia que hay entre colonizadores y compañeros espaciales.
—Si usted lo dice, señor Presidente. No obstante, si la única definición de ser humano es aquel que, con aspecto físico de humano, habla en solario, como nos pareció a los que nos encontrábamos en el lugar, lógicamente los auroranos, que no hablan al estilo, no encajaban con la definición que poseían los capataces.
—Entonces me está diciendo que los solarianos definieron a los espaciales como no-humanos y los sometieron a destrucción.
—Lo presento sólo como una posibilidad porque no se me ocurre otro medio para explicar la destrucción de una nave de guerra aurorana. Gente con más experiencia tal vez presente explicaciones alternativas. —Y de nuevo aquella mirada inocente, casi vacía.
—¿Se propone regresar a Solaria, señora Gladia? —preguntó el Presidente.
—No, señor Presidente, no tengo tal propósito.
—¿No se lo ha pedido su amigo colonizador, a fin de limpiar el planeta de capataces?
Gladia sacudió lentamente la cabeza.
—No me ha pedido nada de eso. De haberlo hecho, me habría negado. Fui a Solaria, en primer lugar, para cumplir mi deber para con Aurora. El doctor Levular Mandamus, del Instituto de Robótica, que trabaja a las órdenes del doctor Amadiro, me lo pidió. Se me pidió que fuera para, a mi regreso, informar sobre los acontecimientos…, como acabo de hacer. La petición, por lo que oí y comprendí, tenía todo el aspecto de una orden, y la recibí —miró fugazmente en dirección de Amadiro— del propio doctor Amadiro.
Amadiro no reaccionó visiblemente. El Presidente prosiguió: ¿Cuáles son sus planes para el futuro?
Gladia esperó un par de latidos y luego decidió que era mejor enfrentarse directamente con la situación.
—Mi intención, señor Presidente —dijo Gladia despacio y con voz muy clara— es visitar la Tierra.
—¿La Tierra? ¿Y por qué quiere visitar la Tierra?
—Puede ser importante, señor Presidente, para las autoridades auroranas averiguar lo que está ocurriendo allí. Como he sido invitada por las autoridades de Baleymundo a visitarla y el capitán Batey está dispuesto a llevarme, sería una buena oportunidad para traer un informe sobre los acontecimientos, lo mismo que ahora he informado sobre los que tuvieron lugar en Solaria y en Baleymundo.
"Bien —pensó Gladia—, ¿violará la costumbre y me encarcelará en Aurora? De ser así, debía de haber medios para discutir la decisión." Gladia sintió que aumentaba la tensión y dirigió una rápida mirada a Daneel que, naturalmente, parecía totalmente impasible. No obstante, el Presidente, con expresión seria, expuso:
—A este respecto, señora Gladia, tiene usted el derecho de todo aurorano de hacer lo que le parezca, pero será bajo su propia responsabilidad. Nadie se lo va a pedir, como algunos solicitaron, según usted, su visita a Solaria. Por esta razón la advierto que Aurora no se sentirá obligada a ayudarla en caso de una desgracia.
—Lo comprendo, señor.
El Presidente dijo de pronto:
—Habrá mucho que discutir sobre el asunto más tarde, Amadiro. Me pondré en contacto con usted.
Las imágenes desaparecieron y Gladia se encontró repentinamente sola con sus robots y con Amadiro y los suyos.
Gladia se puso en pie y dijo, evitando cuidadosamente mirar a Amadiro al hablarle:
—Me figuro que la reunión ha terminado, así que me voy ya.
—Por supuesto, pero tengo que hacerle una o dos preguntas, que confío en que no la molestarán. —Su alta figura parecía dominarla cuando se puso en pie, pero le sonrió y se dirigió a ella con suma cortesía, como si se hubiera establecido cierta amistad entre ambos. —Deje que la acompañe, señora Gladia. ¿Así que va a ir a la Tierra?
—Sí. El Presidente no tuvo ninguna objeción y una ciudadana aurorana puede viajar libremente por la Galaxia en tiempos de paz. Le ruego me perdone, pero mis robots, y los suyos si fuera necesario, son suficiente compañía.
—Como usted diga. —Un robot les abrió la puerta. —Me figuro que llevará robots con usted, cuando vaya a la Tierra.
—Por supuesto.
—¿Qué robots, señora, si me permite preguntárselo?
—Estos dos. Los dos que están conmigo —sus zapatos pisaban fuerte al avanzar, rápida, por el corredor tras Amadiro sin hacer el menor esfuerzo por averiguar si la había oído.
—¿Es eso prudente, señora? Son robots muy avanzados, productos poco corrientes del gran doctor Fastolfe. Estará rodeada de bárbaros que pueden codiciarlos.
—Supongo que serán codiciados, pero le aseguro que no los conseguirán.
—No minimice el peligro, ni sobrestime la protección robótica. Estará en una de sus ciudades, rodeada por decenas de millones de esa gente y los robots no pueden dañar a los seres humanos. En realidad cuanto más perfecto es un robot, más sensible es a los matices de la; tres leyes, y menos dispuesto a tomar cualquier acción que pueda lastimar a un ser humano… ¿No es así, Daneel?
—Sí, doctor Amadiro.
—Imagino que Giskard está también de acuerdo.
—Lo estoy —dijo Giskard.
—¿Se da cuenta, señora? Aquí, en Aurora, en una sociedad libre de violencia, sus robots pueden protegerla contra otros. En la Tierra, locos, decadentes y bárbaros, será imposible que dos robots puedan protegerla y protegerse. No querríamos verla privada de ellos. Ni nosotros, por decirlo de una forma más egoísta, los del Instituto ni el gobierno estamos dispuestos a ver robots avanzados en manos de los bárbaros. ¿No sería preferible llevarse robots de un tipo más corriente, que la gente de la Tierra ignorara? En este caso puede llevarse cuantos quiera.
—Doctor Amadiro —dijo Gladia—, me llevé a estos dos robots a Solaria en una nave y visité un mundo de colonizadores. Nadie hizo el menor gesto para apropiarse de ellos.
—Los colonizadores no utilizan robots y presumen de no quererlos. Pero en la Tierra todavía utilizan robots.
—Si me permite interrumpir, doctor Amadiro —interpuso Daniel—. Tengo entendido que en la Tierra hay una redistribución de robots. Hay muy pocos en las ciudades. Casi todos son utilizados ahora en operaciones agrícolas o mineras. Por lo demás, el automatismo no robótico es la norma.
Amadiro echó una mirada a Daneel y volvió a dirigirse a Gladia:
—Su robot tiene probablemente razón. Supongo que no correrá ningún riesgo llevándose a Daneel; además, casi puede pasar por humano. No obstante, Giskard debería quedarse en su vivienda. Podría despertar instintos adquisitivos en una sociedad adquisitiva, si bien es cierto que están intentando liberarse de los robots.
—No se quedará ninguno, señor. Vendrán conmigo. Solamente yo puedo juzgar qué partes de mis propiedades pueden venir conmigo y cuáles no.
—Naturalmente. —Amadiro sonrió con suma amabilidad. —Nadie se lo discute… ¿Le importa esperar un momento ahí?
Se abrió otra puerta mostrando una estancia cómodamente amueblada. No tenía ventanas, pero estaba iluminada por una luz difusa y se oía una música suave.
Gladia se detuvo bruscamente en el umbral y preguntó tajante:
—¿Por qué?
—Un miembro del Instituto desea verla y hablarle. No le llevará , mucho tiempo, pero es necesario. Una vez que haya terminado, podrá marcharse. Ni siquiera la molestaré con mi presencia, a partir de ahora. Por favor.
Había un dejo acerado en sus últimas palabras. Gladia alargó los brazos hacia Daneel y Giskard, diciéndoles:
—Entramos juntos.
—¿Cree que intento separarla de sus robots? —preguntó Amadiro sonriente—, ¿Cree que ellos me lo permitirían? Ha pasado demasiado tiempo con los colonizadores, querida.
Gladia contempló la puerta cenada y dijo entre dientes:
—Este hombre me disgusta profundamente, y mucho más cuando sonríe y trata de apaciguarme… En todo caso, estoy cansada. Si alguien viene con preguntas sobre Solaria y Baleymundo, verán las respuestas que van a recibir.
Se desperezó y sus articulaciones crujieron ligeramente. Se sentó en un diván que cedió bajo su peso. Se descalzó, levantó los pies sobre el diván, sonrió medio adormilada, respiró profundamente, se echó de lado y con la cabeza hacia la pared, se sumió, al instante, en un profundo sueño.
—Es una suerte que tuviera sueño natural —dijo Giskard—. Así he podido aumentárselo sin causarle ningún daño. No quisiera que Gladia oyera lo que va a ocurrir.
—¿Qué puede ocurrir, amigo Giskard?
—Lo que va a ocurrir es el resultado, creo yo, de que estoy equivocado y tú, amigo Daneel, estás en lo cierto. Hubiera debido tener más en cuenta tu excelente mente.
—¿Es a ti a quien quieren en Aurora?
—Sí. Y reclamando urgentemente el regreso de Gladia, reclamaban el mío. Ya oíste al doctor Amadiro pedir que no nos llevara. En un principio a los dos, luego a mí solo.
—¿Puede ser que sus palabras no tengan más que un significado superficial, y que realmente juzgue peligroso llevar a la Tierra, y perderlo, a un robot superior?
—Había una gran corriente de ansiedad, amigo Daneel, que considero excesiva en relación con sus palabras.
—¿Puedes decirme si está enterado de tu especial habilidad?
—No puedo decírtelo directamente ya que no leo los pensamientos. No obstante, por dos veces en el curso de la entrevista con los miembros del Consejo reunido hubo una súbita aceleración en el nivel de intensidad emocional del doctor Amadiro. Unas subidas extraordinariamente agudas. No puedo describirlo con palabras pero sería parecido, quizás, a contemplar una escena en blanco y negro y, de pronto, rápida y fugaz, verla manchada de intenso color.
—¿Cuándo ocurrió esto, amigo Giskard?
—La segunda vez fue cuando Gladia mencionó que pensaba ir a la Tierra.
—Pero esto no creó inquietud visible entre los miembros del Consejo. ¿Cómo estaban sus mentes?
—No podría decírtelo. Estaban presentes mediante holovisión y estas imágenes no van acompañadas por sensaciones mentales que pueda detectar.
—Llegamos, pues, a la conclusión de que tanto si el Consejo está preocupado no por el proyectado viaje de Gladia a la Tierra, como si no lo está, el doctor Amadiro, por lo menos, sí lo está.
—No era una simple preocupación. El doctor Amadiro experimentaba una extrema ansiedad; algo previsible, como si, por ejemplo, tuviera un proyecto, como el que sospechamos de la destrucción de la Tierra, y temiera que se descubriera. Y lo que es más, cuando Gladia mencionó su intención, amigo Daneel, el doctor Amadiro me lanzó una mirada de refilón; la única vez que lo hizo en toda la sesión. El destello de intensidad emocional coincidió con aquella mirada. Creo que fue la idea de que yo fuera a la Tierra lo que le angustió. Como si creyera que yo, con mi habilidad especial, fuera un peligro determinado para sus planes.
—También sus actos pueden tomarse, amigo Giskard, como de acuerdo con su temor de que los de la Tierra traten de apropiarse de ti por ser un robot superior y que esto es malo para Aurora.
—La posibilidad de que esto ocurra, amigo Daneel, y el grado de perjuicio que esto cause a la comunidad espacial es demasiado pequeño para justificar su alto grado de ansiedad. ¿Qué daño podría yo causar a Aurora si estuviera en poder de la Tierra siendo el Giskard que figura que soy?
—¿Entonces has llegado a la conclusión de que el doctor Amadiro sabe que no eres el Giskard que pareces ser?
—No estoy seguro. Puede que solamente sospeche. Si lo supiera, ¿no haría cualquier esfuerzo para evitar hacer planes en mi presencia?
—Tal vez su desgracia resida en que Gladia no quiere separarse de nosotros. No puede insistir en que no estés presente, amigo Giskard, sin que descubra lo que sabe de ti… —Daneel hizo una pausa, luego prosiguió: —Amigo Giskard, tienes una gran ventaja al poder pesar el contenido emocional de las gentes. Pero dijiste que la crecida de intensidad emocional del doctor Amadiro, al oír mencionar el viaje a la Tierra, fue la segunda. ¿Cuál fue la primera?
—La primera ocurrió cuando se habló del intensificador nuclear, y esto también es significativo. El concepto de intensificador nuclear es sobradamente conocido en Aurora. No tienen ninguno portátil, ni lo suficientemente ligero y efectivo como para que resulte útil a bordo de una nave, pero no es algo que le sacudiera como una descarga. ¿Por qué tanta ansiedad?
—Posiblemente, porque un intensificador de este tipo tiene que ver con sus planes sobre la Tierra.
Y fue en aquel momento cuando la puerta se abrió, alguien entró, y una voz exclamó:
—Vaya… ¡Giskard!
Giskard miró a la recién llegada y dijo con voz tranquila:
—Señora Vasilia.
—¡Así que te acuerdas de mí! —comentó Vasilia sonriendo afectuosa.
—Sí, señora. Es usted una famosa robotista y su rostro aparece en las noticias de hiperhonda de vez en cuando.
—Vamos, Giskard, no me refiero a que me reconozcas. Todo el mundo puede hacerlo. Quiero decir si me recuerdas. En otris tiempos me llamabas señorita Vasilia.
—También lo recuerdo, señora. Pero hace mucho tiempo.
Vasilia cenó la puerta tras sí y se sentó en una de las butacas. Se volvió hacia el otro robot y añadió:
—Y tú eres Daneel, naturalmente.
—Sí, señora —respondió Daneel—. Sirviéndome de la distinción que acaba de hacer, no solamente la recuerdo, porque me encontraba con el inspector Elijah Baley una vez que la interrogó, sino que también la reconozco.
—No debes volver a mencionar ese nombre —cortó Vasilia—, También te reconozco yo, Daneel. A tu manera eres tan famoso como yo. Ambos son famosos por ser las mayores creaciones del malogrado doctor Han Fastolfe.
—De su padre, señora — corrigió Giskard.
—Sabes perfectamente, Giskard, que no doy la menor importancia a esa relación puramente genética. No vuelvas a referirte a él como tal.
—No lo haré, señora.
—¿Y ésta? —indicó, despectiva, a la durmiente del diván—. Puesto que ambos están aquí tengo que suponer, razonablemente, que la bella durmiente es la mujer Solaria.
—Es la señora Gladia y le pertenezco —aclaró Giskard—. ¿Quiere que la despierte, señora?
—No haríamos sino molestarla, Giskard, si tú y yo hablamos de tiempos pasados. Déjala dormir.
—Sí, señora.
—Tal vez la discusión que Giskard y yo sostendremos no tendrá el menor interés para ti, Daneel. ¿Quieres esperar fuera? —dijo Vasilia.
—Temo no poder salir, señora. Mi obligación es guardar a Gladia.
—No creo que necesite que se la guarde de mí. Te fijarás que no he traído a ninguno de mis robots, así que Giskard solo será protección más que suficiente para su señora Solaria.
—No tiene robots en esta habitación, señora, pero he visto a cuatro esperando en el corredor cuando se abrió la puerta. Será mejor que me quede.
—Bien, no quiero interferir en tus órdenes. Puedes quedarte. ¡Giskard!
—Sí, señora.
—¿Recuerdas cuándo fuiste activado por primera vez?
—Sí, señora.
—¿Qué recuerdas?
—Primero luz. Luego sonido. Luego una cristalización a la vista del doctor Fastolfe. Podía entender el galáctico estándar y poseía cierto conocimiento innato integrado en mis circuitos positrónicos cerebrales. Las tres leyes, naturalmente; un amplio vocabulario, con definiciones; obligaciones robóticas; costumbres sociales. Lo demás lo aprendí rápidamente.
—¿Te acuerdas de tu primer propietario?
—Sí, como te he dicho ya, el doctor Fastolfe.
—Vuelve a pensar, Giskard. ¿No fui yo?
Giskard no tardó en contestar:
—Señora, fui asignado para guardarla en mi capacidad de posesión del doctor Han Fastolfe.
—Creo que fue algo más que esto. Me obedeciste solamente a mí durante diez años. Si obedecías a alguien más, incluyendo al doctor Fastolfe, fue sólo incidentalmente, como consecuencia de tus deberes robóticos y sólo en cuanto tenía que ver con tu función de guardarme.
—Es cierto que fui asignado a usted, señora Vasilia, pero el doctor Fastolfe retuvo la propiedad. Una vez que abandonó usted su residencia, volvió a tener completo control de mí, como propietario. Siguió siendo mi propietario incluso cuando, más tarde, me asignó a Gladia. Fue mi solo y único propietario mientras vivió. A su muerte, y por su testamento, se transfirió mi propiedad a Gladia y así hasta ahora.
—Nada de eso. Te he preguntado si recuerdas cuándo fuiste activado por primera vez, y qué recuerdas. Lo que eras cuando fuiste activado por primera vez, no es lo que eres ahora.
—Mis bancos de memoria, señora, están ahora incomparablemente enriquecidos: poseo una enorme experiencia que no tenía entonces.
La voz de Vasilia se hizo más severa:
—Ni te hablo de memoria, ni te hablo de experiencia. Te hablo de capacidad. Aumenté tus circuitos positrónicos. Los ajusté. Los mejoré.
—Sí, señora; lo hizo, con ayuda y aprobación del doctor Fastolfe.
—En cierto momento, Giskard, en una ocasión, introduje por lo menos una mejora más, una extensión, sin la ayuda y aprobación del doctor Fastolfe. ¿Lo recuerdas?
Giskard permaneció en silencio un buen rato, luego dijo:
—Recuerdo una ocasión en que no fui testigo de que le consultara, y supuse que le había consultado en un momento en que yo no estaba presente.
—Si supusiste tal cosa, supusiste mal. De hecho, por conocer que no estaba en nuestro mundo entonces, no pudiste haberlo asumido. Te estás mostrando evasivo, por no emplear una palabra más fuerte.
—No, señora. Pudo haberle consultado por hiperonda. Consideré esta posibilidad.
—Sin embargo, ese añadido fue solamente mío. El resultado fue que te volviste un robot sustancialmente diferente de lo que habías sido antes. El robot que has sido desde que introduje aquel cambio ha sido diseño mío, mi creación, y lo sabes perfectamente.
Giskard guardó silencio.
—Ahora bien, Giskard, ¿con qué derecho era el doctor Fastolfe tu amo cuando fuiste activado? —Esperó, luego le insistió violentamente:
—Contéstame, Giskard. ¡Es una orden!
—Por haberme diseñado y haber supervisado mi construcción, era propiedad suya.
—Y cuando yo, en efecto, te rediseñé y reconstruí de forma muy fundamental, ¿no pasaste a ser propiedad mía?
—No puedo contestar esta pregunta. Sería precisa la intervención y decisión de un tribunal para discutir este caso específico. Tal vez dependería del grado en que fuí rediseñado y reconstruido.
—¿Te das cuenta de hasta qué grado se hizo?
Giskard volvió a guardar silencio.
—Esto es infantil, Giskard —declaró Vasilia—. ¿Tengo que darte un empujón después de cada pregunta? No me provoques. En este caso, al menos, el silencio es una clara indicación afirmativa. Sabes bien cuál fue el cambio y cuan fundamental. Sabes que yo sé que lo fue. Has dormido a la mujer Solaria porque no querías que se enterara por mí de lo que ocurrió. No lo sabe, ¿verdad?
—No lo sabe, señora —respondió Giskard.
—¿Y no quieres que lo sepa?
—En efecto, señora.
—¿Lo sabe Daneel?
—Lo sabe, señora.
—Me lo supuse por su interés en quedarse. Ahora, escúchame bien, Giskard. Supon que un tribunal descubre que, antes de que te rediseñara, eras un robot ordinario y que, después de rediseñarte eres un robot capaz de percibir el funcionamiento de la mente humana y de ajustarla a tu gusto. ¿Crees que podrían dejar de considerarlo un cambio lo bastante grande para que los derechos de propietario pasaran a mis manos?
—Señora Vasilia —dijo Giskard—, sería imposible que esto pasara ante un tribunal de justicia. Dadas las circunstancias, se me declararía, con toda seguridad, propiedad del Estado por razones más que obvias. Incluso podría darse la orden de desactivarme.
—Tonterías. ¿Me tomas por una niña? Con tu habilidad podrías evitar que el tribunal llegara a esta decisión. Pero no se trata de eso, no estoy sugiriendo que lo lleves ante los tribunales. Te pregunto tu propia opinión. ¿No dirías que soy tu legítima propietaria, y que lo he sido desde que era joven?
—Gladia se considera mi propietaria y hasta que la ley dicte lo contrario, debe ser considerada como tal.
—Pero tú sabes que tanto ella como la ley están equivocadas. Si te preocupan los sentimientos de tu mujer Solaria, sería fácil ajustar su mente para que no le importara que no fueras propiedad suya. Incluso puedes hacer que se sienta aliviada de que la libre de tí. Voy a ordenarte que lo hagas así tan pronto como te decidas a admitir lo que ya sabes… que soy tu propietaria. ¿Desde cuándo está Daneel enterado de tu naturaleza?
—Desde hace décadas.
—Puedes hacer que lo olvide. Hace algún tiempo que el doctor Amadiro también lo sabe y hay que hacérselo olvidar. Solamente tú y yo lo sabremos.
Daneel intervino, de pronto:
—Señora, puesto que Giskard no se considera propiedad de usted, puede hacer fácilmente que usted se olvide y así estará perfectamente satisfecha con las cosas tal como están.
Vasilia dirigió una fría mirada a Daneel.
—¿Crees que puede? Lo que ocurre es que él no es quién para decidir a quién debe considerar como su dueño. Sé que Giskard sabe que yo soy su dueña, así que su obediencia, según las tres leyes, me pertenece por entero. Si hace que alguien olvide, y puede hacerlo, sin causarle daño físico, será necesario que elija a cualquiera menos a mí. No puedo hacerme olvidar ni modificar mi mente de ningún modo. Te agradezco, Daneel, que me hayas dado la oportunidad de poner esto bien en claro.
—Pero las emociones de Gladia están tan puestas en él –insistió Daniel—que para forzarla a olvidar, Giskard podría lastimarla.
—Giskard es el que debe decidirlo… Giskard, eres mío. Sabes que eres mío y te ordeno que impongas el olvido a este robot imitación de hombre que está junto a mí y a la mujer que equivocadamente te trató como su propiedad. Hazlo mientras duerme y no se la lastimará en nada.
—Amigo Giskard, la señora Gladia es tu propietaria legal. Si induces el olvido en la señora Vasilia, no le harás ningún daño.
—Sí lo hará —dijo Vasilia al instante—. La mujer Solaria no sufrirá, porque sólo necesita olvidar que está bajo la impresión de que es propietaria de Giskard. Yo, por el contrario, sé que Giskard posee poderes mentales. Arrancarme esto sería mucho más complejo. Giskard conoce bien mi intensa determinación de conservar este conocimiento, así que no podría evitar causarme daños en el proceso de arrancármelo.
—Amigo Giskard…
Vasilia interrumpió con una voz dura como el diamante:
—Te ordeno, robot Daneel Olivaw, que te calles. No soy tu dueña, pero tu dueña duerme y no puede revocar la orden, así que mí orden debe ser obedecida.
Daneel guardó silencio, pero sus labios temblaron como si tratara de hablar, pese a la orden impuesta.
Vasilia le observó con una sonrisa divertida en los labios:
—Como ves, Daneel, no puedes hablar.
Y Daneel dijo en un murmullo enronquecido:
—Sí, puedo, señora, pero lo encuentro difícil; puedo, porque descubro que algo tiene preferencia sobre su orden, algo solamente gobernado por la segunda ley.
Los ojos de Vasilia se desorbitaron y exclamó:
—Silencio, he dicho. Nada tiene preferencia sobre mi orden, excepto la primera ley, y ya he demostrado que Giskard causará el mínimo daño… Bueno, no causará ningún daño… si vuelve a mí. A mí no me dañará, es a quien menos daño puede hacer, si toma otra decisión.
Volvió a señalar a Daneel con el dedo y en un siseo, ordenó:
—¡Silencio!
Daneel tuvo que hacer un enorme esfuerzo por no emitir ningún sonido. La pequeña bomba interior que manipulaba la corriente de aire que producía el sonido, hacía un ruido apagado como un pequeño zumbido, mientras trabajaba. No obstante, aunque su murmullo fue más ronco, podía oírse aún. Dijo:
—Señora Vasilia, hay algo que trasciende incluso la primera ley.
Giskard habló entonces, con voz igualmente baja, pero clara:
—Amigo Daneel, no debes decir eso. Nada trasciende la primera ley.
Vasilia, todavía ceñuda, mostró cierto interés:
—¿De veras? Daneel, te advierto que si intentas seguir adelante en esa extraña discusión, terminarás destruyéndote. Jamás he visto ni oído a un robot haciendo lo que estás haciendo tú y sería fascinante contemplar tu autodestrucción. Sigue hablando.
Recibida la orden, la voz de Daneel volvió inmediatamente al tono normal:
—Gracias, Vasilia… Hace años, me senté junto al lecho de muerte de un hombre de la Tierra, al que me ha pedido que no nombre. ¿Puedo ahora hablar de él?, ¿sabe a quién me refiero?
—Hablas del policía aquel, Baley —dijo Vasilia con voz opaca.
—Sí, señora. En su lecho de muerte me dijo: "El trabajo de un individuo contribuye al de todos y así se vuelve una parte inmortal de la totalidad. La totalidad de las vidas humana pasadas, presentes y futuras,… forma un tapiz que existe desde hace decenas de millares de años y cada vez se hace más complicado y, en general, más hermoso cada día. Incluso los espaciales forman parte del tapiz, y ellos, también añaden complicación y belleza al dibujo. Una vida individual es como una hebra en el tapiz, ¿y qué es una hebra comparada con toda la pieza? Daneel, manten fijamente tu mente en el tapiz y no permitas que una sola hebra suelta te afecte."
— ¡Sentimentalismo nauseabundo! —murmuró Vasilia.
—Creo que el colega Elijah trataba de protegerme contra su muerte cercana —prosiguió Daneel—. Era su propia vida la que comparaba a una hebra del tapiz; era su propia vida "la hebra suelta" que no debía afectarme. En aquella crisis sus palabras me protegieron.
—Sin duda —dijo Vasilia—. Pero llega al punto de trascender la primera ley. Que es lo que ahora va a destruirte.
—Durante décadas he meditado sobre lo que me dijo el inspector Elijah Baley, y es más que probable que lo hubiera entendido en el acto si las tres leyes no se hubieran interpuesto. Me ha ayudado en la investigación mi amigo Giskard, que desde hace tiempo ha pensado que las tres leyes son incompletas. También he sido ayudado en algunos puntos por Gladia, por algo que dijo en un reciente discurso, en un mundo colonizador, Y lo que es más, señora Vasilia, esta crisis actual ha servido para agudizar mi forma de pensar. Ahora estoy seguro de la manera en que las tres leyes son incompletas.
—Un robot, que también es robotista —comentó despectiva, Vasilia. ¿En qué son incompletas las tres leyes, robot?
—El tapiz de la vida es más importante que una sola hebra. Apliquen esto no sólo al colega Elijah Baley, sino generalícenlo y podemos llegar a la conclusión de que la humanidad, como un todo, es más importante que un solo ser humano.
—Te trabas al decirlo, robot. No lo crees.
—Hay una ley que es superior a la primera ley. "Un robot no puede lastimar a la humanidad o, por falta de acción, permitir que la humanidad sufra daños." La considero ahora la ley Cero de la Robótica, La primera ley debería decir: "Un robot no debe dañar a un ser humano, o permitir, por inacción, que el ser humano sufra algún daño, a menos que tal acción viole la ley Cero de la Robótica.
—¿Y sigues en pie, robot? —rezongó Vasilia.
—Y sigo en pie, señora.
—Entonces voy a explicarte algo, robot, y veremos si puedes sobrevivir a la explicación… Las tres leyes de la Robótica se refieren a seres humanos y robots individuales. Puedes indicarme un individuo o un robot individual. Pero, ¿qué es tu "humanidad" sino una abstracción? ¿Puedes mostrarme la humanidad? Puedes dañar, o no dañar, a un ser humano específico y comprender el daño o la falta del daño que ha ocurrido. ¿Puedes ver un daño hecho a la humanidad? ¿Puedes comprenderlo? ¿Puedes señalármelo?
Daneel guardó silencio. Vasilia sonrió satisfecha:
—Contesta, robot. ¿Puedes ver un daño a la humanidad y señalármelo?
—No, señora, no puedo. Sin embargo, creo que este daño puede existir, y como puedo ver todavía sigo en pie.
—Entonces pregunta a Giskard si él obedecerá, o si puede obedecer a tu ley Cero de la Robótica.
Daneel volvió la cabeza hacia Giskard y le dijo:
—¿Amigo Giskard?
—No puedo aceptar la ley Cero, amigo Daneel —respondió Giskard lentamente—. Sabes que he leído mucho sobre la historia humana. En ella he descubierto grandes crímenes cometidos por seres humanos y la excusa era siempre que estaban justificados por las necesidades de la tribu, del Estado o, incluso, de la humanidad una abstracción por lo que se la utiliza libremente para justificar cualquier cosa y, por tanto, tu ley Cero es inconveniente.
—Tú sabes, amigo Giskard —insistió Daneel—, que ahora existe un peligro para la humanidad y que seguramente dará su fruto cuando pases a ser propiedad de Vasilia. Esto por lo menos no es una abstracción.
—El peligro a que te refieres no es algo conocido, solamente supuesto. No podemos cimentar nuestras acciones desafiando las tres leyes, por esa suposición.
Daneel calló y luego añadió en voz baja:
—Tienes la esperanza de que tus estudios de la historia humana te ayuden a desarrollar las leyes que rigen el comportamiento humano, de que aprenderás a predecir y guiar la historia humana… o, por lo menos, iniciar algo para que algún día alguien aprenda a predecir o a guiar. Incluso has calificado esta técnica de “psicohistoria”. Con ello, ¿no estás manejando el tapiz humano? ¿No estás tratando de trabajar con la humanidad como con un todo generalizado, más que como una colección de seres humanos individuales?
—En efecto, amigo Daneel, pero hasta ahora no es más que una esperanza y no puedo basar mis actos sobre una mera esperanza, ni puedo modificar las tres leyes por la misma razón.
A esto Daneel no respondió; pero Vasilia replicó:
—Bien, robot, todos tus esfuerzos no han llegado a nada y, no obstante, sigues en pie. Eres curiosamente testarudo. Un robot como tú, que se atreve a denunciar las tres leyes y sigue funcionando, es un claro peligro para todos y cada uno de los seres humanos. Por esta razón creo que debes ser desactivado al instante. El caso es demasiado peligroso para esperar la lenta majestad de la ley, especialmente después de todo, por ser un robot y no el ser humano al que tratas de parecerte.
—De seguro, señora —objetó Daneel—; no está bien que tome semejante decisión por si sola.
—Pues la he tomado y si hay repercusiones legales a partir de ahora, me ocuparé de ellas.
—Privará así a Gladia de un segundo robot…, uno al que no tiene usted derecho.
—Entre ella y Fastolfe me han privado de mi robot, Giskard, por más de veinte décadas. No creo que eso les preocupara ni por un momento. Ahora, por tanto, no me preocupará privarla a ella. Tiene docenas de robots y hay muchos aquí, en el Instituto, que la acompañarán, que la guardarán hasta que pueda volver a los suyos.
—Amigo Giskard, si pudieras despertar a Gladia, tal vez ella pueda persuadir a la señora Vasilia…
Vasilia miró a Giskard, frunció el entrecejo y ordenó:
—No, Giskard. Deja dormir a la mujer.
Giskard, que se había movido al oír las palabras de Daneel, se quedó quieto.
Vasilia chasqueó el pulgar y el índice de la mano derecha por tres veces seguidas y al momento se abrió rápidamente la puerta y entraron cuatro robots.
—Tenías razón Daneel. Hay cuatro robots. Te desarmarán; te ordeno que no te resistas. A partir de ahora, Giskard y yo nos ocuparemos de todo lo demás.
Los robots miraron a Daneel, y por unos segundos no se movieron. Vasilia ordenó, impaciente:
—Os he dicho que es un robot; no tengáis en cuenta sus apariencia humana. Daneel, diles que eres un robot.
—Soy un robot, y no me resistiré.
Vasilia se hizo a un lado y los cuatro robots avanzaron. Los brazos de Daneel permanecieron inmóviles. Se volvió para mirar a la durmiente Gladia una última vez y luego se enfrentó con los robots.
Vasilia sonrió y murmuró:
—Esto va a ser interesante.
Los robots se detuvieron. Vasilia insistió:
—¡Terminen!
No se movieron. Vasilia se volvió para mirar, estupefacta, a Giskard. No terminó el movimiento. Sus músculos cedieron y cayó al suelo. Giskard la levantó y la sentó con la espalda apoyada en la pared. Dijo con voz apagada:
—Necesito un momento; luego nos iremos.
Pasó el momento. Los ojos de Vasilia permanecieron vidriosos, perdidos. Sus robots seguían inmóviles. Daneel se acercó a Gladia de una zancada. Giskard levantó la cabeza y dijo a los robots de Vasilia:
—Guarden bien a vuestra señora. No dejen entrar a nadie hasta que despierte. Despertará plácidamente.
Mientras él hablaba, Gladia despertó y Daneel la ayudó a levantarse.
—¿Quién es esta mujer? ¿De quién son estos robots? ¿Cómo…?
Giskard dijo con voz firme, pero con cierto agotamiento:
—Después se lo explicaré, Gladia. Ahora debemos damos prisa.
Y se fueron.