—¡Recuerdos!
Pesaban en la mente de Daneel como un libro cerrado, infinitamente detallado, siempre disponible para su uso. Con frecuencia revisaba algunos pasajes para su mayor información, pero solamente se revisaban unos pocos porque Daneel quería simplemente sentir su tacto. Eran muy pocos; y en su mayoría eran los que se referían a Elijah Baley.
Muchas décadas atrás, Daneel vino a Baleymundo mientras Elijah Baley estaba todavía vivo. Gladia viajó con él, pero una vez en órbita de Baleymundo, Bentley Baley descendió en su pequeña nave para encontrarse con ellos y subió a bordo. En aquel momento ya esa un hombre envejecido. Miró a Gladia con ojos ligeramente hostiles, y le dijo:
—Usted no puede verle, señora,
Y Gladia que había estado llorando preguntó:
— ¿Por qué no?
— Porque él no lo desea, señora, y debo respetar sus deseos.
—No puedo creerlo, señor Baley.
—Traigo una nota escrita y una grabación de su voz, señora. Ignoro si puede reconocer su escritura o su voz, pero le doy mi palabra de honor de que son suyas y que ninguna influencia indebida le obligó a facilitárnosla.
Entró en su camarote para leer y escuchar a solas, Luego reapareció, con expresión derrotada, pero consiguió decir con voz firme:
—Daneel, debes ir solo a verle. Es su deseo. Pero deberás informarme de todo cuanto se haga y se diga.
—Sí, señora.
Daneel se trasladó a la nave de Bentley y éste le dijo:
—Los robots no están autorizados en nuestro mundo, pero se ha hecho una excepción en tu caso porque se trata del deseo de mi padre y porque así se le reverencia. Yo no siento ninguna aversión personal contra ustedes, compréndelo, pero tu presencia aquí debe ser forzosamente limitada. Se te llevará directamente junto a mi padre. Cuando haya terminado contigo, serás devuelto inmediatamente a la órbita. ¿Lo comprendes?
—Lo comprendo, señor. ¿Cómo está su padre?
—Está muriéndose —contestó Bentley, quizá con voluntaria brutalidad.
—Esto también lo comprendo .dijo Daneel, y su voz tembló perceptiblemente, no por una emoción normal, sino porque el conocimiento de la muerte de un ser humano, por inevitable que fuera, desordenaba sus circuitos positrónicos cerebrales—. Quiero decir que, ¿cuánto tiempo puede tardar en morir?
—Debió haber muerto hace tiempo. Pero está aferrado a la vida porque se niega a abandonarnos hasta que te haya visto.
Llegaron a tierra. Era un mundo, grande, pero el sector habitado, si esto era todo, era pequeño y destartalado. Estaba nublado y había llovido recientemente. Las calles, amplias y rectas, estaban vacías como si el pueblo allí residente no estuviera de humor para reunirse para contemplar a un robot.
El transporte de tierra les llevó a través de aquel vacío hasta una vivienda algo mayor y más importante que las demás. Entraron juntos.
Delante de una puerta, Bentley se detuvo:
—Aquí está mi padre —dijo con tristeza—. Debes entrar solo. No quiere que yo vaya contigo. Entra. Puede que no le reconozcas.
Daneel penetró en la oscuridad de la estancia. Su vista se ajustó rápidamente y descubrió un cuerpo cubierto por una sábana, metido dentro de una especie de cuna transparente que se distinguía solamente por un leve resplandor. La luz aumentó en el interior de la habitación, y Daneel pudo entonces ver el rostro con claridad.
Bentley tenía razón. Daneel apenas reconoció a su viejo colega.
Estaba flaco, descarnado. Tenía los ojos entornados y a Daneel le pareció que estaba mirando un cadáver. Jamás había visto a un ser humano muerto y cuando se dio cuenta de ello, se estremeció y pareció como si sus piernas no pudieran sostenerlo.
El anciano abrió los ojos y Daneel recobró el equilibrio aunque continuó experimentando una desusada debilidad.
Los ojos ie miraron y una débil sonrisa curvó los labios pálidos y resecos.
—Daneel, mi viejo amigo Daneel —percibió débilmente el recordado tono de voz de Elijah Baley en aquel murmullo. Un brazo salió con dificultad de debajo de la sábana y Daneel pareció reconocer, pese a todo, a Elijah.
—Colega Elijah —murmuró con dulzura.
—Gracias…, gracias por venir.
—Para mí era importante venir, colega Elijah.
—Tuve miedo de que no te lo permitieran. Ellos…, los otros…, incluso mi hijo…, sólo ven en tí a un robot.
—Soy un robot.
—No para mí, Daneel. No habrás cambiado—, ¿verdad? No te veo muy bien, pero me parece que eres exactamente ei mismo que yo recuerdo. ¿Cuánto te vi por última vez? ¿Hace veintinueve años?
—Sí, y en todo este tiempo, colega Elijah, no he cambiado, así que ya ves, sigo siendo un robot.
—Pero yo sí he cambiado, y mucho. No hubiera debido permitir que me vieras así, pero me sentía demasiado débil para resistirme al deseo de volver a verte. —Parecía como si la voz se hubiera fortalecido, como si al ver a Daneel hubiera recobrado más fuerza.
—Aunque hayas cambiado, colega Elijah, me complace verte.
—¿Y Gladia, cómo está?
—Está bien. Vino conmigo.
—No está…, —Una expresión de alarmada angustia le hizo mirar a su alrededor y afectó su voz.
—No ha bajado a este mundo, pero sigue en órbita. Se le comunicó que no deseabas verla… y comprendió.
—No es verdad. Deseo verla, .pero he podido resistir la tentación. No ha cambiado, ¿verdad?
—Sigue igual a como la viste la última vez.
—Bien… Pero no podía dejar que me viera así. No podía permitir que éste fuera el último recuerdo que tuviera de mí. Contigo es diferente.
—Es porque soy un robot, colega Elijah.
—Deja de insistir —murmuró impaciente el moribundo—. Ni significarías más para mí, Daneel, si fueras un hombre.
Por un momento permaneció silencioso en su cuna, luego dijo:
—En todos estos años, nunca la he hipervisado, ni le he escrito. No podía, no debía interferir en su vida… ¿Sigue Gladia casada con Grenuonis?
—Sí, señor.
—¿Y es feliz?
—No puedo juzgarlo, Pero no se comporta de un modo que pudiera interpretarse como que fuera desgraciada.
—¿Hijos?
—Los dos autorizados.
— ¿No se ha enfadado nunca por no comunicarme con ella?
—En mi opinión, comprendió tus motivos.
—¿Alguna vez habla de mí?
—Casi nunca, pero según Giskard, piensa en ti con frecuencia.
—¿Cómo está Giskard?
—Funciona perfectamente…, de la forma que tú ya conoces.
—Entonces, pues…, ¿conoces tú también sus habilidades?
—Me las ha confiado, colega Elijah.
De nuevo guardó silencio Baley, después se movió y dijo:
—Daneel, he querido que vinieras por un deseo egoísta de verte, de ver por mí mismo que no has cambiado, de que todavía queda un aliento de aquellos grandes días de mi vida, que me recuerdas y que seguirás recordándome… Pero también quiero decirte algo.
No tardaré en morir, Daneel, y sabía que la noticia te llegaría. Incluso si no estuvieras aquí, incluso si siguieras en Aurora, la noticia habría llegado a ti. Mi muerte será una noticia de carácter galáctico. —Su pecho se alzó en una risa débily silenciosa. —¿Quién podía haberlo pensado?
Gladia también se habría enterado, claro, pero Gladia sabe que debo morir y acepta el hecho, por triste que le resulte. Lo que temí era el efecto que esto te causaría, puesto que eres, tú insistes en ello y yo lo niego, un robot. En recuerdo de los viejos tiempos podrías sentirte en la obligación de no dejarme morir y el hecho de que no puedas hacerlo podía, quizá, tener un efecto deletéreo sobre ti. Déjame que lo discuta contigo—.
La voz de Baley iba debilitándose. Aunque Daneel se encontraba sentado, inmóvil, su rostro estaba en la insólita situación de reflejar tristeza.
Tenía una expresión fija de preocupación y angustia. Los ojos de Baley estaban cerrados y no podía darse cuenta de ello.
—Mi muerte, Daneel —prosiguió— no es importante. Ninguna muerte individual es importante entre los humanos. Todo el que muere deja tras él su trabajo y eso no muere del todo. Jamás muere enteramente mientras exista la humanidad… ¿Comprendes lo que estoy diciendo?
—Sí, colega Elijah.
—El trabajo de cada individuo es una contribución a la totalidad y de este modo se vuelve parte inmortal de ella. La totalidad de las vidas humanas, pasadas, presentes y futuras, forma un tapiz que existe desde hace miles de millares de años y que se ha ido haciendo cada vez más hermoso y más complicado en todo este tiempo. Incluso los espaciales son un brote de este tapiz y ellos también añaden a la complicación y belleza del dibujo. Una vida individual es como una hebra del tapiz , y ¿qué es una hebra comparada con toda la pieza?
Daneel, manten tu mente firmemente fija en el tapiz y no dejes que una sola hebra suelta te afecte. Hay muchas más hebras, cada una de ellas, valiosísima; cada una contribuyendo…
Baley dejó de hablar, pero Daneel esperó, paciente. Luego abrió los ojos, miró a Daneel y frunció ligeramente el entrecejo.
—¿Todavía estás aquí? Ha llegado la hora de que te vayas. Ya te he dicho lo que quería decirte.
—No quiero irme, colega Elijah.
—Debes irte. No puedo retener la vida por más tiempo. Estoy cansado… Desesperadamente cansado. Quiero morir. Ya es hora.
—¿No me dejas que espere, mientras estás vivo?
—No quiero. Si muero mientras me contemplas, puede afectarte gravemente, pese a todo lo que te he dicho. Vete ahora. Es una… orden. Te permitiré que seas un robot, si así lo deseas, pero debes obedecer mis órdenes. Por más que hagas, no puedes salvar mi vida, así que no hay nada que preceda a la segunda ley. ¡Vete!
El dedo de Baley le apuntó débilmente y dijo:
—Adiós, amigo Daneel.
Daneel se volvió despacio, siguiendo las órdenes de Baley con inusitada dificultad.
—Adiós, colega… —Se detuvo y le dijo con voz enronquecida:
—Adiós, amigo Elijah.
Bentley se enfrentó a Daneel en la habitación contigua:
—¿Está vivo aún?
—Lo estaba cuando salí.
Bentley entró y salió casi al instante.
—Ya no lo está. Te vio… y luego se abandonó.
Daneel tuvo que apoyarse en la pared. Tardó mucho antes de poder mantenerse erguido.
Bentley, con los ojos apartados de él, esperó y luego juntos regresaron a la pequeña nave, subiendo a la órbita donde esperaba Gladia. Ella también preguntó si Elijah Baley vivía aún, y cuando con dulzura le dijeron que ya no, dio media vuelta, y se metió en su camarote para llorar.
Daneel siguió el hilo de su pensamiento como si el vívido recuerdo de la muerte de Baley, con todos sus detalles, no lo hubiera interrumpido momentáneamente.
—Y, sin embargo, puedo entender algo más de lo que el colega Elijah me decía, y lo comprendo ahora a la luz del discurso de Gladia.
—¿De qué modo?
—Todavía no estoy seguro. Me resulta muy difícil pensar en la dirección que intento seguir.
—Esperaré todo lo que sea necesario —dijo Giskard.
Genovus Pandaral era alto y no muy viejo, a pesar de su espesa melena blanca que, junto con sus vaporosas patillas, le daba. una apariencia digna y distinguida. Su aspecto de líder le había ayudado a un rápido ascenso; pero, como él sabía muy bien, su aspecto era infinitamente superior a su valía.
Tan pronto como fue elegido para formar parte del Directorio superó con rapidez el júbilo inicial. Su cargo era superior a sus merecimientos. Cada año, a medida que ascendía automáticamente un peldaño, lo veía con mayor claridad. Ahora era Director Decano.
¡Nada menos que Director Decano!
En épocas pasadas, la tarea de gobernar había sido fácil. En la época de Nephi Morler, hacía ocho décadas, el propio Morler, siempre había sido presentado a los escolares como el mayor Director de todos los tiempos, no fue gran cosa, ¿Qué era entonces Baleymundo? Un mundo pequeño, una sarta de granjas, un puñado de ciudades agrupadas a lo largo de líneas naturales de comunicación. La población total no pasaba de cinco millones y las exportaciones más importantes eran lana virgen y algo de titanio.
Los espaciales los ignoraban por completo bajo la influencia benigna de Han Fastolfe de Aurora, y la vida era sencilla. La gente podía siempre viajar de vuelta a la Tierra…, si deseaba respirar cultura o palpar tecnología, y siempre había una corriente incesante de gente del planeta Tierra que llegaba como inmigrante. La enorme población de la Tierra era inagotable.
¿Por qué Morler no pudo ser un gran director? Porque no tuvo nada que hacer.
En el futuro, iba también a resultar sencillo gobernar. A medida que los espaciales se fueran degenerando (a los escolares se les decía que se ahogarían en las contradicciones de su sociedad, aunque Pandaral se preguntaba, a veces, si esto era realmente cierto) y los colonizadores crecieran en numero y fuerza, no tardaría en llegar el momento en que la vida volvería a ser segura. Los colonizadores vivirían en paz y desarrollarían al máximo su propia tecnología.
A medida que se llenara Baleymundo, asumiría las proporciones y los modos de otra Tierra, como los demás mundos, mientras irían surgiendo otros nuevos cada vez más abundantes hasta formar el futuro Imperio Galáctico. Y por supuesto, Baleymundo, como el más antiguo y más populoso de los mundos colonizados, siempre tendría un primer puesto en ese imperio bajo la égida bondadosa y perpetua de la Madre Tierra.
Pero no fue en el pasado cuando Pandaral fue Director Decano.
Tampoco en el futuro. Era ahora.
Han Fastolfe había muerto, pero ahora el que vivía era Kelden Amadiro. Hacía veinte décadas que Amadiro había estado en contra de que se autorizara a la Tierra a que enviara colonos, y seguía aún en vida para crearles problemas. Los espaciales eran demasiado fuertes para no tenerlos en cuenta; los colonizadores no eran lo bastante fuertes como para avanzar confiados. De un modo u otro los colonizadores deberían mantener a raya a los espaciales hasta que la balanza estuviera suficientemente equilibrada. La tarea de mantener a los espaciales tranquilos y a los colonizadores decididos y sensatos, pesaba cada vez más sobre los hombros de Pandaral que sobre los de ningún otro. Era una tarea que ni le gustaba ni la deseaba.
Era una mañana fría y gris que amenazaba con otra nevada, aunque eso no era ninguna sorpresa, y se fue solo al hotel. No quería séquito.
Los guardias de seguridad se cuadraron al verle pasar y él les saludó, cansado. Habló con el capitán de la guardia cuando éste se le acercó:
—¿Problemas, capitán?
—Ninguno, Director. Todo está tranquilo.
Pandaral inclinó la cabeza y preguntó:
—¿En qué habitación han instalado a Baley? ¡Ah! Y la mujer espacial y sus robots, ¿están bien guardados? Muy bien.
Siguió adelante. En general, D.G. se había portado bien. Solaria, abandonado, podía ser utilizado por los mercaderes como un infinito depósito de robots y como fuente de grandes beneficios, "aunque los beneficios no deben considerarse como equivalentes naturales de seguridad mundial", se dijo Pandaral con prevención. Pero Solaria, cosido de trampas, era mejor dejarlo. No valía una guerra. D.G. había obrado bien despegando inmediatamente.
Y llevándose el intensificador consigo. Hasta aquel momento tales artefactos eran tan pesados que solamente podían ser utilizados en grandes y costosas instalaciones dedicadas a destruir naves invasoras, e incluso éstas jamás habían ido más allá de la preparación del descenso.
Demasiado costoso. Era absolutamente necesario poseer versiones más pequeñas y más baratas, así que D.G. estaba en lo cierto al pensar que llevar un intensificador de Solaria a su mundo era mucho más importante que todos los robots de aquel mundo, reunidos. Aquel intensificador ayudaría enormemente a los científicos de Baleymundo.
Sin embargo, si uno de los mundos espaciales poseía un intensificador portátil, ¿por qué no los demás? ¿Por qué no Aurora? Si ese tipo de armas se hacía lo bastante pequeño como para colocarlo en las naves de guerra, una flota espacial podía eliminar sin el menor problema cualquier número de naves de los colonizadores. ¿Hasta qué punto de desarrollo habían llegado? ¿Y a qué velocidad podía Baleymundo progresar con la ayuda del intensificador que D.G. había traído?
Llamó a la puerta de la habitación de D.G. y a continuación entró sin esperar casi la invitación a hacerlo. Había ciertas ventajas que eran inherentes al nombramiento de Director Decano.
D.G. miró desde el cuarto de baño y dijo por entre la toalla con la que se estaba secando el pelo:
—Me hubiera gustado recibir a Vuestra Excelencia de una forma más digna, pero me ha sorprendido en desventaja: me encuentro en la posición poco digna de acabar de salir de la ducha.
—Cállate ya —dijo Pandaral.
En general disfrutaba con la irreprensible frivolidad de D.G. pero no en aquel momento. En cierto modo nunca había acabado de entender a D.G. Era un Baley, un descendiente directo del gran Elijah y del fundador, Bentley. Esto situaba a D.G. como un sucesor natural para el cargo de Director, especialmente porque poseía el tipo de afabilidad que atraía al público. No obstante, eligió ser un mercader, lo cual acarreaba una vida difícil y peligrosa. Podía enriquecerle, pero era más probable que le matara o, lo que era mucho peor, que le envejeciera prematuramente.
Además, la vida de D.G. como mercader le tenía mucho tiempo apartado de Baleymundo, por espacio de varios meses seguidos, y Pandaral prefería sus consejos a los de la mayoría de sus jefes de departamento. Uno no podía decir cuándo D.G. hablaba en serio, excepto por eso, merecia la pena escucharle. Pandaral dijo, abrumado:
—No creo que e! discurso de esa mujer haya sido lo mejor que podía ocurrirnos.
D.G., ya casi vestido, se encogió de hombros y respondió:
—¿Quién podría haberlo previsto?
—Tú podías. Debiste haberte enterado de su procedencia si te decidiste a traerla.
—Ya lo creo que estudié su procedencia. Director. Pasó más de tres décadas en Solaria. Fue en Solaria donde se formó, y allí vivió enteramente rodeada de robots. Veía a los seres humanos solamente en imágenes holográficas, excepto a su marido…, y éste no la visitaba con frecuencia. Tuvo mucha dificultad para adaptarse cuando llegó a Aurora, e incluso allí vivió entre robots. En ningún momento de sus veintitrés décadas se hubiera enfrentado con más de veinte personas reunidas, y mucho menos con cuatro mil. Di por seguro que no podría pronunciar más de unas pocas palabras si lo conseguía. No hubo forma de saber que podía soliviantar a las masas.
—Pudiste pararla una vez que descubriste que lo estaba haciendo. Estabas sentado a su lado.
—¿Deseaba usted un tumulto? La gente estaba disfrutando con ella. Usted estaba allí. Lo vio también. Si la hubiera obligado a sentarse habrían asaltado la tribuna. Después de todo, Director, usted tampoco trató de hacerla callar.
Pandaral se aclaró la garganta.
—La verdad es que lo pensé, pero todas las veces que miré hacia atrás, tropecé con la mirada de su robot, el que parece un robot.
—Giskard. Bueno, ¿y qué? No podía hacerle ningún daño.
—Ya lo sé. Pero de todos modos me ponía nervioso, y en cierto modo me lo impidió.
—Bueno, no se preocupe, Director —le tranquilizó D.G. Ya estaba completamente vestido y le acercó la bandeja del desayuno. —El café está todavía caliente. Sírvase bollos y mermelada si le apetece. Todo pasará. No creo que el público rebose de amor por los espaciales y estropee nuestra política. Incluso podría servir a algún propósito. Si los espaciales se enterasen, el partido de Fastolfe podría verse reforzado. Fastolfe está muerto, pero no su partido, por lo menos, no del todo, y necesitamos animar su política de moderación.
—En lo que yo estoy pensando —objetó Pandaral— es en que dentro de cinco meses tenemos el Congreso de Colonizadores. Voy a tener que tragarme todo tipo de referencias sarcásticas sobre la pacificación de Baleymundo y sobre el amor a los espaciales por parte de los baleymundistas. Te digo —añadió, abatido— que cuanto más pequeño es el mundo, más agresivo resulta.
—Entonces, dígaselo así —aconsejó D.G.— Muéstrese muy estatal en público, pero cuando les tenga a solas, míreles a los ojos no oficialmente. Explíqueles que en Baleymundo hay libertad de expresión y que nos proponemos que siga así. Dígales que Baleymundo tiene muy a pecho los intereses de la Tierra, pero si cualquiera de los mundos desea demostrar su mayor devoción al planeta Tierra declarando la guerra a los espaciales, Baleymundo lo contemplará interesado, pero nada más. Esto les hará callar.
—¡Oh, no! —exclamó Pandaral, alarmado—. Un comentario de este tipo se filtraría, y crearía un clima imposible.
—Tiene razón, y es una lástima. Pero piénselo así y no deje que esos pequeños fanfarrones le atosiguen.
—Supongo que lo superaremos —suspiró Pandaral—, pero lo de anoche desbarató al máximo nuestros planes. Eso es lo que lamento.
—¿Hasta qué máximo?
—Cuando dejaste Aurora en dirección a Solaria, dos naves de guerra fueron también a Solaria. ¿Lo sabías?
—No, pero era algo que esperaba que ocurriera —dijo D.G. con indiferencia—. Por esa razón me tomé la molestia de pasar por una ruta de evasión.
—Una de las naves auroranas aterrizó en Solaria, a miles de kilómetros de distancia de ustedes, así que no daba la impresión de que los estuviera siguiendo, y la otra permaneció en órbita.
—Sensato. Es lo mismo que yo habría hecho de haber tenido una segunda nave a mi disposición.
—La nave aurorana que aterrizó fue destruida a las pocas horas. La que quedó en órbita informó de ello y la mandaron regresar. Una estación monitora de los mercaderes captó el informe y nos lo transmitió.
—¿Estaba en clave?
—Por supuesto, pero era una de las que habíamos descifrado.
D.G. asintió, pensativo y, luego comentó:
—Muy interesante. Deduzco que no tendrían a nadie que hablara solario.
—Es evidente. A menos que alguien pueda averiguar a dónde han ido a parar los solarios, esa mujer que trajiste es la única disponible en la Galaxia.
—Y dejaron que me la llevara… ¡Malo para los auroranos!
—En todo caso, yo iba a anunciar anoche la destrucción de la nave de Aurora. Así, sencillamente, sin alardear, pero habría excitado a cada colono de la Galaxia. Quiero decir que nosotros escapamos con vida y los auroranos no.
—Disponíamos de una Solaria —le recordó D.G.—. Los auroranos, no.
—Es lo mismo. Te hubiera favorecido a tí y a la mujer también, pero todo se ha venido abajo. Después de lo que hizo esa mujer, cualquier otra cosa habría parecido una fruslería, incluso las noticias de la destrucción de una nave de guerra aurorana. Eso por no mencionar que todo el mundo acaba de aplaudir lo del parentesco y el amor, y esto hubiera ido en contra. Bueno, por lo menos por espacio de media hora. No se podía aplaudir la muerte de un par de centenares de parientes auroranos.
—Naturalmente. Así que hemos perdido una enorme baza psicológica.
D.G. estaba ceñudo, cuando añadió:
—Olvídelo, Director. Siempre puede dirigirse la propaganda en otro sentido y en un momento más apropiado. Lo importante es lo que significa. Una nave aurorana volada. Eso quiere decir que no contaban con la utilización de un intensificador nuclear. A la otra nave se le ordenó retroceder y esto significa que no estaba equipada para defenderse…
Tal vez ni siquiera tienen con qué defenderse. De todo ello deduzco que ese intensificador portátil, o en todo caso semiportátil, es una creación específicamente solaria no desarrollada por los auroranos. Para nosotros es una gran noticia si es cierta. De momento no nos preocupemos de los puntos débiles de la propaganda sino concentrémonos en sacar la máxima información que podamos de ese intensificador. Queremos estar por delante de los espaciales en este aspecto, si es posible.
Pandaral mordisqueó un bollo y replicó:
—Puede que tengas razón. Pero en tal caso, ¿cómo vamos a colocar la otra noticia?
—¿Qué otra noticia? Director, ¿va usted a proporcionarme la información que necesito para entendernos o se propone dejarla en el aire para que tenga que saltar y cazarla al vuelo?
—No te enfades, D.G. Es inútil hablar contigo si no puede hacerlo sin ceremonias. Tú sabes lo que es una reunión del Directorio. ¿Te apetece mi cargo? Puedes quedarte con él si quieres.
—No, gracias, no lo quiero. Lo que sí quiero es la noticia.
—Hemos recibido un mensaje de Aurora. Un auténtico mensaje. Esta vez se han dignado comunicarse directamente con nosotros en lugar de hacerlo a través de la Tierra.
—Entonces, podemos considerarlo un mensaje importante…, para ellos. ¿Qué quieren?
—Quieren que les devolvamos a la mujer solaria.
—Está claro, pues, que saben que nuestra nave escapó de Solaria y ha llegado a Baleymundo. Ellos también tienen sus estaciones monitoras y escuchan nuestras comunicaciones como nosotros las suyas.
—Absolutamente —asintió Pandaral, irritado—. Descifran nuestras claves tan de prisa como nosotros las suyas. Mi opinión es que deberíamos llegar a un acuerdo para que ambos enviemos los mensajes sin cifrar. Ninguno de los dos perdería nada.
—¿Dijeron por qué querían a la mujer?
—Claro que no. Los espaciales no dan explicaciones, sólo dan órdenes.
—¿Han descubierto exactamente qué fue lo que la mujer consiguió en Solaria? Dado que es la única persona que habla auténtico solario, ¿no será que la necesitan para que limpie el planeta de capataces?
—No sé cómo habrán podido descubrirlo, D.G. Anoche nosotros anunciamos solamente su intervención. El mensaje de Aurora se recibió mucho antes. Pero no importa el porqué la quieren. La pregunta es: ¿Qué hacemos? Si no la devolvemos, nos veremos envueltos en una crisis con Aurora y no lo quiero. Si la devolvemos, los baleymundistas lo encontrarán mal y el viejo Bistervan se apuntará un tanto tachándonos de serviles ante los espaciales.
Se miraron preocupados, luego D.G. dijo arrastrando las palabras:
—Tendremos que devolverla. Después de todo, es una espacial, una ciudadana de Aurora. No podemos retenerla contra la voluntad de Aurora o pondremos en peligro a cada mercader que se aventure a ir por negocios al territorio espacial. Pero la traeré de vuelta, Director, y cúlpeme a mí de ello. Dígales que las condiciones de que me la llevara a Solaria fueron que la devolvería a Aurora, lo que es verdad, aunque no se hizo por escrito, y que como soy un hombre de palabra, sabré cumplir el acuerdo… Tal vez resulte en beneficio nuestro.
—¿De qué forma?
—Tengo que estudiarlo. Pero si hay que hacerlo, Director, mi nave tendrá que ser reparada con fondos planetarios. Mis hombres necesitarán una prima suculenta…Vamos, Director, tenga en cuenta que no disfrutarán de su permiso.
Considerando que no se había propuesto volver a su nave hasta por lo menos pasados tres meses, D.G. estaba de excelente humor. Y considerando que Gládia tenía un alojamiento mayor y más lujoso que el anterior, se mostraba claramente deprimida.
—¿Qué es todo esto?—preguntó.
—¿Cómo, mirando el dentado a un caballo regalado? –preguntó D.G. a su vez.
—Yo sólo pregunto. ¿Por qué?
—En primer lugar, señora, es usted una heroína de clase A. Cuando se reparó la nave, este aposento fue remozado para usted.
—¿Remozado?
—Es una expresión. Embellecido, si lo prefiere.
—Este espacio tuvo que ser creado para alguien. ¿A quién he perjudicado?
—En realidad era el cuarto de estar de la tripulación, pero ellos insistieron, ¿sabe? Es su favorita. El caso es que Niss… ¿Se acuerda de Niss?
—Ya lo creo.
—Quiere que se quede con él en lugar de Daneel. Dice que Daneel no disfruta con su puesto y que no deja de pedir perdón a sus víctimas, En cambio él destruirá a cualquiera que le cause la menor molestia, disfrutará haciéndolo, y nunca pedirá perdón por ello.
Gladia sonrió;
—Dígale que tendré en cuenta su ofrecimiento y que será un placer estrecharle la mano, si podemos arreglarlo. No tuve oportunidad de hacerlo antes de aterrizar en Baleymundo.
—Confío en que lleve sus guantes cuando le estreche la mano.
—Claro, pero me pregunto si es realmente necesario. No he estornudado siquiera desde que salí de Aurora. Las inyecciones que me pusieron han reforzado maravillosamente mi sistema inmunológico. —Volvió a mirar alrededor. —Incluso han puesto hornacinas para Daneel y Giskard. Muy amable por su parte, D.G.
—Señora, nos esforzamos por complacerla y estamos encantados de que esté satisfecha.
—Aunque le parezca raro —Gladia parecía realmente desconcertada por lo que iba a decir—, no estoy realmente satisfecha, no estoy segura de que quiera abandonar este mundo.
—¿No? Frío, nieve, lúgubre, primitivo, multitudes gritando incesantemente por todas partes. ¿Qué puede atraerla aquí?
Gladia enrojeció:
—No son las multitudes vociferantes.
—Haré como si la creyera, señora.
—No, no. Es algo completamente distinto. Yo…, yo jamás había hecho nada. Me he divertido de forma trivial, me he interesado por colorear campos magnéticos y me he dedicado al exodiseño de robots. He hecho el amor y he sido esposa y madre… En ninguna de esas cosas he conseguido individualizarme. Si hubiera desaparecido de pronto del mundo o si jamás hubiera nacido, nadie ni nada se habría sentido afectado, excepto, quizá, uno o dos amigos íntimos. Ahora es distinto.
—¿Sí? —En la voz de D.G. se percibía un dejo de ironía.
—¡Sí! Puedo influir en la gente. Puedo elegir una causa y hacerla propia. He elegido una causa. Quiero evitar la guerra. Quiero que el universo esté poblado por espaciales y colonizadores por igual. Quiero que cada grupo conserve sus peculiaridades y acepte libremente las de los demás. Quiero trabajar en ello con tanto empeño que cuando ya no esté, la historia haya cambiado porque yo lo quise y la gente diga: "De no ser por ella las cosas no serían tan satisfactorias como son."
Se volvió a D.G. con el rostro resplandeciente:
—¿Sabe la diferencia que hay después de dos siglos y un tercio de no ser nadie y tener la oportunidad de ser alguien?, ¿de descubrir que una vida que había creído vacía resulta contener algo maravilloso? ¿de ser feliz mucho después de haber abandonado la esperanza de serlo?
—Para tener todo eso, señora, no es preciso estar en Baleymundo.
D.G. estaba en cierto modo un poco impresionado.
—En Aurora no voy a tenerlo. Solamente soy una solaria emigrada en Aurora, una espacial en un mundo de colonizadores, algo fuera de lo corriente.
—Sin embargo, en diferentes ocasiones, y con mucha insistencia, ha declarado que quería regresar a Aurora.
—Hace algún tiempo, sí, pero ahora no, D.G. De veras que ya no quiero.
—Eso nos honra a nosotros, pero Aurora la reclama. Nos lo han participado.
Gladia se mostró claramente asombrada:
—¿Que me reclaman?
—Un mensaje oficial del Presidente del Consejo de Aurora lo ha dicho así. Estaríamos encantados de conservarla con nosotros, pero los Directores han decidido que retenerla no vale una crisis interestelar. Yo no estoy de acuerdo con ellos, pero ellos mandan.
—¿Y por qué iban a quererme? —preguntó Gladia, sorprendida—. He vivido en Aurora más de veinte décadas y en ningún momento demostraron quererme… ¡Espere! ¿Supone que me consideran como el único medio de parar a los capataces de Solaria?
—Yo he tenido la misma idea, señora.
—Pues no lo haré. Contuve a aquella capataza por un pelo y tal vez nunca más pueda repetir lo que hice entonces. Sé que no podré. Además, ¿para qué necesitan tomar tierra en el planeta? Pueden destruir las capatazas a distancia, ahora que saben lo que son.
—En realidad —añadió D.G.—, el mensaje reclamando su regreso fue enviado antes de que se enteraran de su conflicto con la capataza. Deben quererla para algo más.
—¡Oh! —Parecía estupefacta. Luego, indignada de nuevo, dijo:
—No me importa el motivo. No quiero regresar. Aquí es donde tengo mi trabajo, y me propongo continuarlo.
D.G. se puso en pie.
—Me alegra oírselo decir, señora Gladia. Tenía la esperanza de que pensara así. Le prometo que haré lo imposible por traerla de vuelta conmigo cuando salgamos de Aurora. Pero, ahora mismo, debo ir a Aurora y usted conmigo.
Gladia contempló cómo se alejaba Baleymundo con emociones distintas a las que experimentó cuando lo vio acercarse. Ahora era precisamente aquel mundo frío, gris y miserable que le había parecido en un principio, pero su gente estaba llena de calor y vida. Era gente real, sólida. Solaria, Aurora, los otros mundos espaciales que había visitado o contemplado en hipervisión, parecían llenos de gente insustancial, "gaseosa". Ésa era la palabra. "Gaseosos."
No importaba que fueran pocos los humanos que vivían en un mundo espacial, se extendían para llenar el planeta del mismo modo que las moléculas de gas se extienden para llenar el recipiente que las contiene.
Era como si los espaciales se repelieran.
Y lo hacían, se dijo deprimida. Los espaciales la habían repelido siempre. En Solaria la habían educado para ejercer esa repulsión, pero incluso en Aurora, cuando en un principio disfrutó locamente con el sexo, descubrió que lo menos divertido era la gran proximidad que se hacía necesaria.
Excepto…, excepto con Elijah. Pero él no era un espacial. Baleymundo no era así. Probablemente los demás mundos colonizados no lo eran. Los colonos se agrupaban dejando grandes extensiones vacías a su alrededor como precio a la agrupación.. espacios vacíos, hasta que el aumento de poblacion los llenara, un mundo de colonos era un mundo de agrupaciones, de piedras y rocas, pero no de gas.
¿Y por qué era así? ¡Quizá por los robots! Disminuían la dependencia de la gente. Llenaban los intersticios. Eran el aislamiento que disminuía la natural atracción de la gente entre sí, de modo que todo el sistema se deshacía y formaba puntos aislados.
Tenía que ser así. En ninguna parte había más robots que en Solaria y su efecto aislante había sido tan grande que las moléculas separadas de gas, que eran los seres humanos, se volvían tan sumamente inertes que casi nunca se relacionaban entre sí. (¿Adónde habían ido los solarios, volvió a preguntarse, y cómo vivían?)
La longevidad tenía también que ver con ello. ¿Cómo podía mantenerse un lazo emocional que no se fuera volviendo agrio a medida que transcurrían las múltiples décadas?, o, si uno moría, ¿cómo podía soportarse el dolor de la separación durante infinidad de décadas? Uno aprendía, por tanto, a no unirse emocionalmente sino a apartarse, a aislarse.
Por el contrario, los seres humanos, si eran de vida breve, no podían tan fácilmente despegarse de la atracción de la vida. Como las generaciones se sucedían rápidamente, el balón de la fascinación saltaba de mano en mano sin tocar el suelo jamás.
Recientemente había dicho a D.G. que no tenía más que hacer ni más que conocer, que había experimentado todo, que tenía que seguir viviendo en mortal aburrimiento. Y no había conocido, ni soñado siquiera hablar a multitudes de seres , apiñados unos junto a otros; dirigirse a muchos que se fundían en un mar de cabezas; oír su respuesta, no en palabras sino en sonidos sin palabra; fundirse con ellos; sentir como sentían ellos, transformarse en un solo gran organismo.
Y no era porque anteriormente nunca hubiera experimentado tal cosa, era que nunca había soñado que algo así pudiera experimentarse. ¿De cuántas cosas más no sabía nada pese a su larga vida? ¿Qué más existía para experimentar que fuera incapaz de imaginar?
Daneel le avisó, dulcemente:
—Gladia, creo que el capitán pide permiso para entrar.
—Déjale pasar.
D.G. entró, enarcando las cejas y dijo:
— ¡Qué alivio! Pensé que a lo mejor no estaba.
—En cierto modo, no estaba —respondió Gladia sonriendo—. Estaba perdida en mis pensamientos. Suele ocurrirme.
—Tiene suerte. Mis pensamientos no son nunca lo suficientemente extensos para que me pierda en ellos. ¿Se ha reconciliado con la idea de visitar Aurora, señora?
—En absoluto. Entre los pensamientos en los que me había perdido había uno referente a que todavía no tengo la menor idea de por qué debe ir a Aurora. ¿Puede ser solamente para devolverme? Cualquier transporte espacial podía llevarme.
—¿Puedo sentarme, señora?
—Claro que sí. No hace falta decirlo, capitán. Quisiera que dejara de tratarme como a una aristócrata. Resulta agotador. Y si es una indicación irónica porque soy una espacial, entonces es mucho peor. La verdad, yo preferiría que me llamara Gladia.
—Parece deseosa de deshacerse de su identidad espacial, Gladia —dijo D.G. sentándose y cruzando las piernas.
—Preferiría olvidarme de distinciones no esenciales.
—¿No esenciales? No, mientras viva cinco veces más que yo.
—Es curioso que estuviera yo pensando precisamente en esto como en una molesta desventaja para los espaciales. ¿Cuánto tardaremos en llegar a Aurora?
—Esta vez no habrá acción evasiva. Unos días para alejamos lo bastante de nuestro sol y poder dar el "salto" a través del hiperespacio que nos llevará a pocos días de Aurora… y nada más.
—¿Y por qué debe usted ir a Aurora, D.G.?
—Podría decirle que es por pura cortesía, pero la realidad es que me gustaría explicar a su Presidente o a cualquiera de sus subordinados, lo que ocurrió exactamente en Solaria.
—¿Ignoran lo que ocurrió?
—Conocen lo esencial. Fueron lo bastante amables para intervenir nuestras comunicaciones, como habríamos hecho con las suyas en la misma situación. Pero pueden no haber sacado las debidas conclusiones. Si es así, me encantaría corregírselas.
—¿Y cuáles son las debidas conclusiones, D.G.?
—Como ya sabe, los capataces de Solaria fueron programados para responder a una persona humana solamente si él o ella hablaban con acento solario, como usted. Eso quiere decir que no solamente los colonizadores no eran considerados humanos, sino que los espaciales no solarios tampoco lo eran. Para ser exacto, los auroranos no hubieran sido tenido por humanos en caso de aterrizar en Solaria.
Gladia abrió los ojos, asombrada:
—Es increíble. Los solarios no programarían a sus capataces para atacar a los auroranos como hicieron con ustedes.
—¿Lo cree así? Ya han destruido una nave aurorana. ¿Lo sabía?
— ¡Una nave aurorana! No, no lo sabía.
—Le aseguro que lo hicieron. Tocó tierra casi al mismo tiempo que nosotros. Nosotros nos libramos, pero ellos no. Nosotros la teníamos a usted, ¿comprende?, y ellos no. La conclusión es o debería ser, que Aurora no puede tratar automáticamente a otros mundos espaciales como aliados. En caso de emergencia, será cada mundo espacial por sí solo.
Gladia sacudió violentamente la'cabeza.
—Sería poco seguro generalizar, a juzgar por un solo incidente –observó Gladia—. Los solarios habrían encontrado difícil hacer que los capataces reaccionaran favorablemente a cincuenta acentos distintos y en contra de varios otros. Resultaba más fácil limitarles a un. solo acento, Nada más. Jugaron a que ningún otro espacial trataría de aterrizar en su mundo y perdieron.
—Sí, estoy seguro de que así es como argüirán los jefes auroranos, ya que la gente encuentra más fácil llegar a una deducción agradable que a una desagradable. Lo que yo quiero es asegurarme de que vean la posibilidad de la desagradable y que esto les resulte incómodo. Perdone mi presunción, pero no puedo confiar en que nadie lo haga tan bien como yo; por lo tanto creo que soy yo, y nadie más que yo, el que debe ir a Aurora.
Gladia se sintió desagradablemente turbada. No quería ser una espacial; quería ser un humano y olvidar lo que acababa de calificar de “distinción no esencial”. Sin embargo, cuando D.G. habló, satisfecho de obligar a Aurora a una postura humillante, se sintió todavía un poco espacial.
—Me figuro que también habrá tiranteces entre los mundos colonizados observó, fastidiada—. ¿No es también cada mundo colonizado por sí solo?
D.G. sacudió la cabeza negativamente.
—Le puede parecer que esto debe ser así y no me sorprendería que un mundo colonizado sienta a veces el impulso de anteponer su propio interés al del conjunto, pero nosotros tenemos algo de lo que carecen los espaciales.
—¿Y qué es? ¿Una mayor nobleza?
—De ningún modo. No somos más nobles que los espaciales. Lo que tenemos nosotros es la Tierra. Es nuestro mundo. Cada colono visita la Tierra con tanta frecuencia como puede. Cada colono sabe que hay un mundo, grande, avanzado, con una increíble riqueza histórica, una variedad cultural y una complejidad ecológica, que es suyo y al que pertenece. Los mundos colonizados pueden disputar entre sí, pero su disputa no degenerará en violencia o en una permanente ruptura de relaciones, porque el gobierno de la Tierra está automáticamente llamado a mediar en todos los problemas y su decisión es suficiente e indiscutible.
Éstas son nuestras tres ventajas, Gladia: la falta de robots, algo que nos permite construir nuevos mundos con nuestras propias manos; la rápida sucesión de generaciones, que ofrece un cambio constante; y, por encima de todo, laTierra,que es nuestro núcleo central.
Gladia insistió, impaciente:
—Pero los espaciales… —y se calló.
D.G. sonrió con cierta amargura.
—Iba usted a decirme que los espaciales también son descendientes de la Tierra y que también es su planeta, ¿verdad? Es de hecho cierto pero psicológicamente falso. Los espaciales han hecho lo imposible para negar su herencia. No se consideran descendientes de la Tierra. Si yo fuera un místico, diría que por el hecho de separarse de sus raíces, de cortarlas, los espaciales no pueden sobrevivir por mucho tiempo. Pero, claro, no soy un místico y no voy a decirlo así. De todos modos no pueden sobrevivir. Lo creo.
Luego, pasada una pequeña pausa, añadió con cierta turbación afectuosa, como si se diera cuenta de que en su excitación la hería en un punto sensible de su interior:
—Pero, por favor, Gladia, piense en usted como un ser humano y no sólo como espacial, y yo pensaré en mí como ser humano más que como un colonizador. La humanidad sobrevivirá, ya sea en forma de colono ya en forma de espacial o de ambos a la vez. Creo que será solamente en forma de colonizadores, pero puedo estar equivocado.
—No —dijo Gladia, tratando de eliminar la emoción—, creo que tiene razón, a menos que de un modo u otro la gente aprenda a dejar de insistir en la distinción espacial/colono. Mi meta es ésta: ayudar a la gente a conseguirlo.
—Pero, estoy retrasando su cena —se excusó D.G. mirando la cinta horaria que recorría la pared—. ¿Puedo cenar con usted?
—Naturalmente.
D.G. se levantó:
—Iré a encargarla. Podría enviar a Daneel o Giskard, pero me resisto a adquirir la costumbre de dar órdenes a los robots. Además, por mucho que la tripulación la adore, me temo que la adoración no se extiende a sus robots.
Gladia no disfrutó gran cosa de la comida que le trajo D.G. No parecía acabar de acostumbrarse a la falta de sutileza en los sabores, que podían ser la herencia del planeta Tierra, que preparaba comida con levadura para las masas, pero tampoco especialmente repulsiva. Comió impertérrita.
Al darse cuenta D.G. de su falta de entusiasmo, preguntó:
—No le hará daño la comida, ¿verdad?
—No. Aparentemente, estoy aclimatada. Tuve algunos trastornos desagradables cuando llegué a bordo la primera vez, pero no fueron especialmente graves.
—Me alegro, pero Gladia…
—¿Qué?
—¿Se le ocurre alguna razón por la que el gobierno de Aurora la desea de vuelta tan urgentemente? No puede ser su proceder con la capataza, ni tampoco su discurso. La petición fue enviada mucho antes de que se enteraran de ambas cosas.
—En ese caso, D.G. —dijo Gladia tristemente—, no pueden quererme para nada. Nunca lo han hecho.
—Pero debe de haber algo. Como le digo, el mensaje llegó de parte del Presidente del Consejo de Aurora.
—Ese determinado Presidente, en este momento determinado, es considerado como un figurón.
—¡Ah! ¿Y quién está detrás de él? ¿Kelden Amadiro?
—Exactamente. ¿Lo conoce?
—Ya lo creo —contestó D.G., sombrío—, es el centro de los fanáticos anti-Tierra. Es el hombre que políticamente fue aplastado por el doctor Fastolfe hace veinte décadas y que sobrevive para amenazamos de nuevo. Él es un ejemplo de la mano muerta de la longevidad.
—Sí, pero también hay un raro rompecabezas. Amadiro es un hombre vengativo. Sabe que Elijah Baley fue la causa de esa derrota de que me habló, y cree que yo también soy responsable. Su odio, su odio extremo, se extiende hasta mí. Si el Presidente me reclama, sólo puede ser porque Amadiro me reclama…, ¿y para qué iba a hacerlo? Preferiría deshacerse de mí. Probablemente fue por lo que me envió con usted a Solaria. Contaba seguramente con que nuestra nave sería destruida y yo con ella. Esto no le hubiera causado el menor disgusto.
—Con lágrimas de cocodrilo, ¿verdad? —murmuró D.G., pensativo—. Pero tengo la seguridad de que no le explicaron nada. Nadie le dijo: "Vayase con ese loco mercader porque nos encantaría que la mataran".
—No. Me dijeron que usted necesitaba que yo le ayudara y que era político cooperar con los mundos colonizadores en aquel momento, y que redundaría en un gran bien para Aurora el que yo, a mi regreso de Solaria, les informara de todo cuanto hubiera ocurrido.
—Sí, cabía esperarlo. Incluso podían haberlo pensado así hasta cierto punto. Entonces es posible que deseen una relación de primera mano de lo ocurrido al ver que nuestra nave escapó, contra todo lo previsto, mientras la suya era destruida. Por tanto, el traérmela a Baleymundo en lugar de regresarla a Aurora, les ha hecho reclamar a gritos su regreso. Podía ser eso. Pero, ahora, conocen la historia, así que ya no la necesitan. No obstante —añadió mas para sí que para Gladia—, lo que saben es lo que captaron por la hipervisión de Baleymundo y puede que prefieran no aceptar la versión que hemos dado. Y, sin embargo…
—Sin embargo, ¿qué, D.G.?
—Instintivamente, algo me dice que su mensaje no ha sido motivado por el mero deseo de que usted vuelva. La insistencia con que está redactado, me parece que va más allá.
—No pueden querer nada más de mí. Nada —repitió Gladia.
—¡Quién sabe!
—También me lo pregunto yo —dijo Daneel desde su hornacina aquella noche.
—¿Qué es lo que te preguntas, amigo Daneel? —preguntó Giskard.
—Me pregunto sobre la verdadera intención del mensaje de Aurora reclamando a Gladia. En mi opinión, como en la del capitán, el deseo de que les informe no me parece un motivo suficiente.
—¿Se te ocurre otra cosa?
—Tengo una idea, amigo Giskard.
—¿Puedo conocerla, amigo Daneel?
—Pienso que al reclamar el regreso de Gladia, el Consejo de Aurora espera obtener más de lo que reclama. ., y puede que no sea Gladia lo que realmente quiere.
—¿Qué es lo que quieren obtener además de Gladia?
—Amigo Giskard, ¿es concebible que ella regrese sin tí y sin mí?
—No, pero ¿de qué serviríamos tú y yo al Consejo de Aurora?
—Yo, amigo Giskard, no les serviría de nada. Tú eres único porque puedes captar directamente las mentes.
—Es cierto, amigo Daneel, pero no lo saben.
—¿Es posible que desde que nos fuimos lo hayan descubierto y hayan empezado a lamentar amargamente haber autorizado tu salida de Aurora?
Giskard no dudó, aparentemente.
—No, no es posible, amigo Daneel. ¿Cómo podían descubrirlo?
— Lo he razonado de la siguiente manera —dijo Daneel cuidadosamente—. En tu lejano viaje a la Tierra con el doctor Fastolfe, lograste ajustar algunos robots de modo que dispusieran de una muy limitada capacidad mental, lo suficiente para permitirles que continuaran tu trabajo de influencia sobre funcionarios de la Tierra para que admitieran con valor y buena disposición el proceso de colonización. Así me lo contaste tú una vez. Por lo tanto, en la Tierra hay robots capaces de manejar la mente.
También, como hemos empezado a sospechar, recientemente el Instituto de Robótica de Aurora ha enviado humanoides a la Tierra. Ignoramos cuál es su propósito, pero lo menos que cabe esperar de esos robots es que observen los acontecimientos e informen sobre ellos. Incluso si los robots auroranos no pueden captar las mentes, pueden enviar informes si este o aquel alto funcionario ha variado de actitud hacia la colonización y, quizá, desde que abandonamos Aurora alguien importante o el propio doctor Amadiro, han supuesto que esto sólo puede explicarse por la presencia en la Tierra de robots capaces de ajustar las mentes. Puede ocurrir que esto lo relacionen con el doctor Fastolfe o contigo.
Esto, a su vez, aclararía a los auroranos el significado de ciertos acontecimientos que podrían achacarse más a ti que al doctor Fastolfe. Como resultado, te necesitan con urgencia, si bien no pueden reclamarte directamente, porque serviría para descubrir el hecho de su reciente conocimiento. Así que reclaman a Gladia, una reclamación natural, sabiendo que si ella vuelve, tú también irás.
Giskard guardó silencio un buen rato y dijo al fin:
—Tu razonamiento es muy interesante, amigo Daneel, pero falla en algo. Esos robots que yo diseñé para animar la colonización terminaron su trabajo hace más de dieciocho décadas y han estado inactivos desde entonces, por lo menos en lo que se refiere al ajuste mental. Y lo que es más, en la Tierra retiraron los robots de sus ciudades y los confinaron en áreas no ciudadanas y despobladas hace mucho tiempo.
Esto significa que los robots que nosotros creemos que han sido enviados a la Tierra no habrán tenido ocasión de encontrarse con los que yo programé y que tampoco se habrán podido enterar de ninguna programación, dado que ya no están ocupados en ello. Es por lo tanto imposible que hayan descubierto mi especial habilidad de la forma que tú sugieres.
—¿No hay otro modo de descubrirlo, amigo Giskard?
—Ninguno—dijo Giskard, tajante.
—Pues yo… sigo preguntándomelo —terminó Daneel.