EL DISCURSO

33

Una vez dentro del edificio se quitaron los sobretodos y los entregaron a los servidores. Daneel y Giskard también se despojaron de los suyos y los sirvientes echaron curiosas miradas a este último, acercándosele con cautela.

Gladia se reajustó los filtros nasales nerviosamente. Jamás se había encontrado en presencia de grandes concentraciones de humanos de vida breve,.., vida breve, en parte, porque sabía (o siempre se lo habían dicho) que llevaban en sus cuerpos infecciones crónicas y hordas de parásitos.

—¿Volveré a tener mi sobretodo? —preguntó en un murmullo.

—Es suyo y de nadie más. Los mantendrán vigilados y esterilizados por radiación.

Gladia miró cautelosa a su alrededor. Tenía la sensación de que incluso el contacto óptico podía ser peligroso.

—¿Quiénes son éstos? —preguntó indicando a varias personas que vestían ropas de vivos colores y que aparecían armadas.

— Guardias de seguridad, señora —respondió D.G.

—¿Incluso aquí? ¿En un edificio del gobierno?

—Absolutamente. Y cuando estemos en la tribuna, habrá una cortina de energía que nos separará del público.

—¿No confian en su propio cuerpo legislativo?

—No del todo. Éste es un mundo todavía muy primitivo y tenemos que seguir nuestro sistema. Todavía no se han podido limar ciertas aristas y no disponemos de robots para vigilarnos. Tenemos además unos partidos de minorías belicistas; tenemos nuestros halcones de guerra.

—¿Qué son los halcones de guerra?

La mayoría de los asistentes se habían despojado de sus sobretodos y se estaban sirviendo bebidas. Había un zumbido de conversaciones en el aire y muchos miraban fijamente a Gladia, pero ninguno se acercó a hablarle. Para Gladia era obvio que se la evitaba, que se había formado un vacío alrededor. D.G. observó su mirada a un lado y a otro y la interpretó correctamente:

—Se les ha dicho —le explicó— que usted les agradecería que no se le acercaran demasiado. Creo que comprenden su temor a la infección.

—Espero que no lo encuentren insultante.

—Puede que sí, pero junto a usted hay algo que es claramente un robot y la mayoría de los baleymundistas no desean este tipo de infección. Especialmente los halcones de guerra.

—No me ha dicho lo que son.

—Lo haré si nos queda tiempo. Usted y yo y los demás que estamos en la tribuna tendremos que ponernos en marcha dentro de poco… Muchos colonizadores ni quieren ni pueden competir con éxito en la carrera expansionista. También sabemos que llevará tiempo. No lo veremos. Probablemente nuestros hijos tampoco. ¡Quién sabe!, a lo mejor puede tardar mil años. Los halcones de guerra no quieren esperar. Lo quieren conseguir ahora.

—¿Quieren la guerra?

—No dicen eso, precisamente. Y no se llaman a sí mismos halcones de guerra. Así es como les llama la gente sensata. Ellos se denominan supremacistas terrenos. Después de todo, es difícil discutir con gente que anuncia que está a favor de que el planeta Tierra sea el supremo. Todos estamos a favor, pero la mayoría de nosotros no espera necesariamente que ocurra mañana y no se siente decepcionada si no ocurre. .

—¿Y estos halcones de guerra podrían atacarme físicamente?

D.G. le indicó que avanzara:

—Creo que debemos ponernos en movimiento, señora. Nos lo están indicando… No, no creo realmente que vaya a ser atacada, pero siempre es mejor tener cuidado.

Gladia se detuvo y D.G. le indicó que volviera a la fila.

—No, sin Daneel y Giskard, D.G. Sigo sin querer ir a ninguna parte sin ellos. Ni siquiera a la tribuna. No, después de lo que acaba de decirme sobre los halcones.

—Me está pidiendo mucho, señora.

—Por el contrario, D.G. Yo no pido nada. Lléveme a casa ahora mismo… con mis robots.

Gladia miró, tensa, mientras D.G. se acercaba a un pequeño grupo de altos funcionarios Hizo una media inclinación, con los brazos caídos ligeramente oblicuos. Gladia sospechó que debía de ser un gesto de respeto en Baleymundo.

No pudo oír lo que estaba diciendo D.G,, pero por su mente cruzó involuntariamente una fantasía dolorosa. Si hacían cualquier intento por separarla de sus robots, contra su voluntad, Daneel y Giskard intervendrían seguramente y harían cualquier cosa para evitarlo. Se moverían con excesiva rapidez y precisión para no lastimar a nadie…, pero los guardias de seguridad emplearían sus armas al momento.

Tendría que evitarlo a toda costa, simular que se separaba de Daniel y Giskard voluntariamente y pedirles que esperaran detrás. ¿Cómo podría hacerlo? Nunca había estado totalmente sin robots en su vida. ¿Cómo podría sentirse a salvo sin ellos? Sin embargo, ¿qué otro medio se le ofrecía para solucionar el dilema?

D.G. volvió a su lado:

—Su categoría de heroína, señora, es buena cosa para negociar. Y también yo soy un individuo persuasivo, naturalmente. Sus robots pueden ir con usted. Se sentarán detrás de usted en la tribuna, pero ningún reflector les iluminará. Y, en nombre de mi antepasado, señora, no llame la atención sobre ellos. No los mire siquiera.

Gladia suspiró aliviada.

—Es usted muy bueno, D.G. —dijo temblorosa—. Gracias.

Ocupó su puesto cerca de la cabecera de la fila, con D.G. a su izquierda, Daneel y Giskard detrás, y a continuación una larga fila de funcionarios de ambos sexos.

Una mujer, con un bastón en la mano que parecía un símbolo de su cargo, habiendo vigilado cuidadosamente la fila, hizo un gesto afirmativo, se colocó a la cabeza y se pusieron en marcha. Todos la siguieron.

Gladia se dio cuenta de una música, una marcha con un ritmo simple y reiterado, y se preguntó si se suponía que había que desfilar de un modo algo marcial. ("La costumbres varían infinita e irracionalmente de mundo a mundo", se dijo.)

Mirando por el rabillo del ojo, vio que D.G. se movía con indiferencia, casi arrastraba los pies. Apretó los labios, no le parecía bien, y se puso a andar rítmicamente, con la cabeza erguida y la espalda tiesa. Faltándole directrices, andaría como le pareciera mejor.

Llegaron a un escenario y, al hacerlo, unas butacas salieron del suelo silenciosamente. La fila se deshizo, pero D.G. la tomó de la manga ligeramente, y ella le siguió. Los dos robots fueron tras ella.

Se quedó frente al asiento que le indicó D.G. La música se hizo más fuerte, pero la luz brillaba menos que antes. Y luego, después de una espera que le pareció interminable, sintió un tirón imperceptible hacia abajo. Se sentó y los demás la imitaron.

Percibió el brillo apagado del campo magnético y más allá millares de personas. Cada asiento de un amplio anfiteatro estaba ocupado. Todos iban vestidos en tonos apagados, marrones y negros, ambos sexos igual (casi no podían distinguirse). Los guardias de seguridad, apostados en los pasillos, destacaban por sus uniformes carmín y verdes. Indudablemente se les reconocía al instante. ("Aunque —pensó Gladia—, también resultan blancos perfectos.")

Se volvió a D.G. y le dijo en voz baja:

—Tienen ustedes un enorme cuerpo legislativo.

D.G. se encogió de hombros.

—Creo que todo el que pertenece al aparato gubernamental está aquí, con cónyuge e invitados. Es un tributo a su popularidad, señora.

Ella miró al público de derecha a izquierda y hacia atrás y al completar el arco trató de vislumbrar a Daneel o a Giskard, aunque fuera de refilón, sólo para asegurarse de que estaban allí. Y de pronto, rebelándose, pensó que no ocurriría nada si echaba una rápida mirada, y volvió la cabeza. Allí estaban. También captó la mirada de D.G. que levantaba los ojos, exasperado.

Se sobresaltó cuando un foco iluminó a una de las personas de la tribuna, mientras el resto del local se sumía en penumbra.

La figura iluminada se puso en pie y empezó a hablar. Su voz no era demasiado fuerte, pero Gladia pudo notar una ligera reverberación que rebotaba de las paredes del fondo. Pensó que la voz penetraba hasta el último rincón de la gran sala. ¿Era esto debido a un sistema amplificador por un aparato tan disimulado que no lo podía ver, o tenía la sala una forma acústica especialmente inteligente? Lo ignoraba, pero ello animó a su desconcertada curiosidad a continuar observando, porque la aliviaba, de momento, de la necesidad de tener que escuchar lo que se estaba diciendo.

En un momento dado oyó la palabra "quakenbush" procedente de un lugar indeterminado del público. Eso es lo que creyó entender y supuso que sería una grosería. El sonido se apagó casi en seguida y Gladia admiró la profundidad del silencio que siguió.

Si el salón era tan perfectamente acústico que cualquier rumor podía oírse, el público debía guardar absoluto silencio o el ruido y la confusión serían intolerables. Una vez establecida la costumbre de silencio y el ruido del público como tabú, era impensable cualquier cosa que no fuera silencio… Excepto cuando el impulso de murmurar "quakenbush" se hacía irresistible, supuso.

Gladia se dio cuenta de que su mente se enturbiaba y sus ojos se cerraban. Se enderezó con una pequeña sacudida. La gente del planeta trataba de honrarla y si se quedaba dormida en el transcurso del acto, podía resultar un insulto intolerable. Se esforzó por mantenerse despierta obligándose a escuchar, pero esto le producía todavía más sueño.

Para evitarlo se mordió el interior de las mejillas y respiró profundamente.

Los altos funcionarios hablaron, uno tras otro, con una casi bendita brevedad, y de pronto despertó sobresaltada (¿se había quedado realmente dormida, pese a sus esfuerzos, con miles de ojos puestos en ella?) cuando el foco iluminó su izquierda, y D.G. se levantó para hablar, de pie ante su butaca.

Parecía completamente relajado, con los pulgares metidos en su cinturón.

—Hombres y mujeres de Baleymundo —empezó—, funcionarios, legisladores, honorables jefes y compañeros todos del planeta, habéis oído algo de lo que ocurrió en Solaria. Sabéis que el éxito fue absoluto. Sabéis también que la señora Gladia de Aurora contribuyó a este éxito. Ha llegado la hora de contaros algunos de los detalles, a vosotros, y a los demás habitantes del planeta que están viéndonos por hipervisión.

Procedió a describir los acontecimientos ligeramente modificados, y Gladia se sintió divertida ante la naturaleza de esas modificaciones.

Contó someramente su derrota a manos del robot humanoide. Giskard no fue mencionado en ningún momento: el papel de Daneel, minimizado; el de Gladia ampliamente exagerado. E] incidente se transformó en un duelo entre dos mujeres…, Gladia y Landaree…, y fueron el valor y el sentido de autoridad de Gladia los que vencieron" Para terminar, D.G. anunció:

—Y ahora, la señora Gladia, Solaria por nacimiento y aurorana por ciudadanía, pero baleymundista por sus actos… (grandes aplausos, los más fuertes que Gladia había jamás oído, porque los primeros oradores habían sido recibidos con cierta tibieza).

D.G. alzó las manos en petición de silencio y se hizo al instante.

Le oyó terminar…

—… les hablará ahora.

Gladia se encontró iluminada por el reflector y se volvió a D.G.; presa de súbito pánico. Oyó aplausos, D.G. también la aplaudía. Protegido por el ruido, se volvió a ella y le dijo en voz baja:

—Los ama a todos, desea la paz y como no es una legisladora no está acostumbrada a los largos discursos de pequeño contenido. Dígales esto y siéntese.

Lo miró sin comprenderle, demasiado nerviosa para enterarse de lo que él le había dicho. Se puso de pie y se encontró frente a infinitas hileras de gente

34

Gladia se sintió pequeña (y no por primera vez en su vida) al mirar al escenario. Los hombres que estaban allí eran todos mucho más altos que ella, y lo mismo las otras tres mujeres. Sintió que, aunque estaban todos sentados y ella de pie, seguían dominándola. En cuanto al público, que esperaba ahora en silencio, un silencio que parecía amenazador, estaba compuesto seguramente por gente más alta que ella.

Respiró profundamente y dijo:

—Amigos… —pero le salió un hilo de voz, casi un silbido jadeante. Se aclaró la garganta (con lo que le pareció un carraspeo atronador) y volvió a empezar.

—Amigos… —Pero le salió un hilo de voz, casi un silbido jadeante.

Y volvió a empezar: ¡Amigos! Esta vez el tono tenía una cierta normalidad—. Todos vosotros sois descendientes de los hombres de la Tierra, todos y cada uno de vosotros. Yo también, desciendo de ellos. No hay ningún ser humano en ninguno de los mundos habitados, ya sean espaciales, colonizados o de la propia Tierra, que no sean de la Tierra por nacimiento, o por descendencia. Todas las demás diferencias se desvanecen frente a este hecho tan importante.

Sus ojos parpadearon hacia la izquierda en busca de D.G. y se encontró con que sonreía ligeramente y que uno de sus párpados temblaba como si estuviera haciéndole un guiño. Prosiguió:

—Esto debería servirnos de guía en cada acto y en cada pensamiento. Os doy las gracias a todos por considerarme como otro ser humano y por aceptarme entre vosotros sin tener en cuenta ninguna otra clasificación en la que pudierais sentir la tentación de incluirme. Por esto y con la esperanza de que algún día, muy pronto, cuando los dieciséis mil millones de seres humanos vivan en paz y armonía, se consideren así y nada más que así… y nada menos que así… pienso en todos vosotros no solamente como amigos, sino como verdaderos parientes.

Estallaron los aplausos ensordecedores y Gladia entrecerró los ojos, con alivio. Permaneció de pie para permitir que continuaran y la envolvieran en su bienvenida indicación de que había hablado bien, y lo que era más, suficiente. Cuando empezaron a ceder, sonrió, se inclinó a derecha e izquierda y empezó a sentarse,

Entonces, de entre el público, una voz dijo:

—¿Por qué no nos habla en solariano?

Se quedó helada, a pocos centímetros de la butaca. Sobresaltada, miró a D.G., que movió ligeramente la cabeza y articuló en silencio "Ignórelo". Luego disimuladamente le indicó que se sentara.

Lo miró por espacio de uno o dos segundos, e inmediatamente se dio cuenta del mal efecto que les haría, con su posición semiagachada porque estaba a mitad de camino de sentarse. Se enderezó al momento y dirigió una sonrisa al publico, moviendo la cabeza de uno a otro lado.

Por primera vez se percató de ciertos objetos, al fondo de la sala cuyas lentes brillantes estaban enfocadas a ella.

¡Claro! D.G. había mencionado que el acto iba a transmitirse por hipervisión. Y, curiosamente, ya no le importaba, había hablado y había sido aplaudida y se encontraba delante de un público que podía ver, erguida y sin nerviosismo. ¿Qué podía importar la invisible adición?

Sin dejar de sonreír, respondió:

—La pregunta me parece amistosa. Queréis que os muestre lo que sé hacer. ¿Cuántos deseáis que os hable en solario? No vaciléis. Levantad la mano derecha.

Unas cuantas manos se alzaron. Gladia prosiguió:

—El robot humanoide de Solaria me oyó hablar en solariano. Esto fue lo que al final venció. Vamos…, dejad que vea a todos aquellos a los que les gustaría una demostración.

Más brazos se alzaron y, al momento, el público fue un mar de brazos levantados. Gladia sintió que una mano daba un ligero tirón a la pernera de sus pantalones y, de un rápido manotazo, la apartó.

—Muy bien. Podéis bajar los brazos ya, amigos y parientes. Tened en cuenta que lo que utilizo ahora es galáctico estándar, que es también vuestro idioma. Pero yo, claro, lo hablo como una aurorarna y sé que todos me comprendéis aunque mi acento, la forma de pronunciar mis palabras, os parezca divertida y la elección de las mismas pueda a veces desconcertaros un poco. Observaréis que en mi forma de hablar hay como notas que suben y bajan, casi como si cantara mis palabras. Esto parece siempre ridículo a cualquiera que no sea aurorano, incluso a los otros espaciales. Por el contrario, si paso al estilo solariano, como estoy haciendo ahora, observaréis al momento que el canto cesa y que las palabras se vuelven guturales, con unas "erres" que se arrastran… especialmente si no hay "rrrr" en ninguna parrrrte del panorrrrama verbal.

El público se echó a reír y Gladia lo observó con expresión seria.

Al fin, levantó los brazos e hizo un movimiento cortante hacia abajo y hacia afuera y las risas cesaron.

—No obstante, es posible que jamas vuelva a Solaria, así que no tendré ocasión de volver a servirme del dialecto solario. Y el buen capitán Baley —se volvió y se inclinó en su dirección, observando que tenía la frente cubierta de sudor— me ha informado que no sabe en qué momento podré regresar a Aurora, asi que también tendré que dejar de utilizar el dialecto aurorano. La única alternativa será hablar el dialecto de Baleymundo, y voy a empezar a practicarlo desde ahora.

Metió sus pulgares en un cinturón inexistente, sacó el pecho, bajó la barbilla, adoptó la sonrisa segura de D.G. y dijo con simulada voz de barítono:

—Hombres y mujeres de Baleymundo, funcionarios, legisladores, honorables jefes y compañeros todos del planeta, y en esto debo incluir a todos, excepto quizás a los no honorables jefes. —Se esforzó por incluir lo mejor que supo las pausas glóticas, y las "aes" átonas y pronunció cuidadosamente la "h" de "honorables", lo que resultaba casi un jadeo.

La risa fue esta vez más fuerte y más prolongada. Gladia se permitió sonreír y esperar tranquilamente a que se apagara. Después de todo, les estaba enseñando a reírse de sí mismos.

Y cuando todo volvió a estar tranquilo, dijo sencillamente en un aurorano sin exageración:

—Cada dialecto es divertido, o peculiar, para aquellos que no están acostumbrados a él. Y cada uno tiende a marcar a los seres humanos en grupos separados, y frecuentemente en enemigos. Sin embargo, los dialectos son solamente obra de la lengua. En su lugar, vosotros y yo y los otros seres humanos de cada mundo habitado, deberíamos escuchar la lengua del corazón, y para esto no hay dialectos. Ese idioma, si lo escuchamos, suena igual en todos nosotros.

Había terminado. Estaba dispuesta a volver a sentarse, pero surgió otra pregunta. Esta vez la voz era de mujer.

—¿Qué edad tiene?

Ahora, D.G. masculló entre dientes:

—Siéntese, señora. Ignore la pregunta.

Gladia se volvió a mirarle. Estaba a medio levantar. Los otros componentes del grupo de la tribuna, por lo poco que podía verles fuera de la luz del reflector, estaban tensos, inclinados hacia ella. Se volvió al público y exclamó con vos estentórea:

—La gente de la tribuna quiere que me siente. ¿Cuántos de ustedes quieren que me siente? Los noto silenciosos.. , ¿Cuántos quieren que siga aquí y les conteste honradamente?

Hubo un estallido de aplausos y gritos de:

—¡Conteste! ¡Conteste!

—La voz del pueblo —dijo Gladia—. Lo siento. D.G. y todos ustedes, pero me mandan hablar.

Miró al reflector, cerrando los ojos y gritó:

—Ignoro quién controla las luces, pero ilumine el salón y apague el reflector. No me importa lo que pueda significar para las cámaras de hipervisión. Asegúrese solamente de que el sonido siga perfecto. A nadie le importará si no se me ve muy bien, siempre y cuando puedan oírme.

¿Entendido?

—Entendido —fue la respuesta multitudinaria. Luego: — ¡Luces! ¡Luces!

Alguien de la tribuna hizo un gesto desesperado y el público fue inundado de luz.

—Así está mucho mejor —dijo Gladia—. Ahora puedo veros a todos, amigos míos. Querría especialmente ver a la mujer que hizo la pregunta, la que quiere saber mi edad. Me gustaría dirigirme a ella directamente. No se avergüence. Si ha tenido el valor de formular la pregunta, debe tener el valor de hacerla abiertamente.

Esperó y finalmente una mujer se levantó en las filas centrales.

Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás, el color de su tez era canela claro y su ropa, muy ceñida para poner de relieve su cuerpo esbelto, era de diferentes tonos de marrón oscuro. Con voz algo estridente, protestó:

—No tengo miedo de levantarme. Ni tengo miedo de volver a preguntarle: ¿qué edad tiene?

Gladia la miró tranquila y se encontró incluso feliz por la confrontación. (¿Cómo era posible? Durante sus tres primeras décadas, había sido cuidadosamente preparada para encontrar intolerable la presencia real de un ser humano, y he aquí que ahora se enfrentaba sin temblar a miles de ellos. Estaba vagamente sorprendida y totalmente satisfecha.)

—Por favor, señora —le rogó Gladia— permanezca en pie, y hablemos. ¿Cómo puede medirse la edad? ¿En años transcurridos desde el nacimiento?

La mujer le dijo con perfecta compostura:

—Me llamo Sindra Lambid. Soy un miembro de la legislatura y por tanto uno de los "legisladores", y "honorables jefes" del capitán Baley. Honrada, en todo caso (se oyeron unas risas y pareció que el público estaba cada vez de mejor humor). Voy a contestar a su pregunta, creo que el número de años galácticos transcurridos desde el nacimiento es la definición habitual de la edad de una persona. Así, yo tengo cuarenta y cuatro años. ¿Y usted? ¿Por qué no nos dice un número?

—Lo haré. Desde mi nacimiento, han pasado y dejado atrás doscientos treinta y tres años galácticos, así que tengo algo más de veintitrés décadas…, o algo más de cuatro veces la edad de usted.

Gladia se mantuvo erguida, sabiendo perfectamente que su cuerpo menudo y esbelto, en aquella media luz, la hacía aparecer en aquel momento extraordinariamente juvenil.

Hubo un murmullo confuso por parte del público y un gemido por su izquierda. Una fugaz mirada en aquella dirección le mostró que D.G. se había llevado la mano a la frente. Gladia prosiguió:

—Pero esto es una forma enteramente pasiva de medir el tiempo transcurrido. Es una medida de cantidad que no tiene en cuenta su calidad. Mi vida se ha deslizado tranquila, podría decirse que ha sido aburrida. He atravesado una rutina establecida, resguardada de todos los acontecimientos exteriores por un bien engrasado sistema social que no dejaba lugar ni a cambios ni a experimentos, y guardada por mis robots, que se interponían entre yo y cualquier tipo de desventura.

Sólo dos veces en mi vida he sentido excitación y en ambas ocasiones intervino la tragedia. Cuando tenía treinta y tres años, más joven en años que ninguno de los que me estáis escuchando ahora, hubo un momento, afortunadamente corto, en que una acusación de asesinato se cernió sobre mí. Dos años más tarde hubo otro período que tampoco fue largo, en el que me vi involucrada en otro asesinato. En ambas ocasiones, Elijah Baley estuvo a mi lado. Creo que la mayoría de vosotros, quizá todos vosotros, estáis familiarizados con la historia contada y escrita por el hijo de Elijah Baley,

Debo añadir una tercera ocasión; en este último mes, en la que me he enfrentado con mucha excitación, alcanzando el punto álgido al ser requerida para enfrentarme a todos vosotros, algo que es enteramente distinto de cuanto haya podido hacer en mi larga vida. Y debo confesar que solamente vuestro natural bondadoso y vuestra amable aceptación de mí. lo han hecho posible.

Pensad cada uno de vosotros, el contraste de todo esto con vuestras propias vidas. Sois pioneros, y vivís en un mundo pionero. Este mundo ha ido creciendo durante todas vuestras vidas, y continuará creciendo. Este mundo no está aún del todo colonizado, y cada día es, y debe ser, una aventura. El clima en sí ya es una aventura. Primero tenéis frío, luego calor y otra vez frío. Es un clima rico en vientos y tormentas y cambios bruscos.

En ningún momento podéis sentaros y dejar que el tiempo transcurra, adormilado, en un mundo que va cambiando suavemente.

Muchos baleymundistas son mercaderes, o pueden elegir serlo y así pueden pasar la mitad de sus vidas recorriendo las sendas del espacio. Y si alguna vez este mundo es domado, la mayoría de sus habitantes pueden elegir pasar de esta esfera de actividades a otra menos desarrollada o formar parte de una expedición que encontrará un mundo apropiado, que todavía no ha conocido el paso de los humanos, y participarán en formarlo, sembrarlo y adecuarlo para la ocupación humana.

Medid la longitud de la vida por hechos y acontecimientos, logros y estímulos, y veréis en mí una niña, más joven que cualquiera de vosotros. La mayor parte de mis años han valido solamente para cansarme y aburrirme; los menos, para enriqueceros y estimularos… Así que, dígame otra vez, señora Lambid, ¿qué edad tiene?

Lambid sonrió:

—Tengo cuarenta y cuatro años útiles, señora Gladia.

Se sentó otra vez y los aplausos atronaron incesantes. A cubierto del ruido, D.G. preguntó con voz ronca:

—Señora Gladia, ¿quién le enseñó a manejar un público como éste?

—Nadie –musitó—. Nunca lo había intentado hasta ahora.

—Abandone mientras los domina. La persona que ahora se pone de pie es nuestro principal halcón de guerra. No necesita hacerle frente. Diga que está cansada y siéntese. Nosotros nos ocuparemos del viejo Bistervan.

—Pero es que no estoy cansada. Y me divierto.

El hombre que tenía ante ella, ubicado en la extrema derecha pero muy cerca de la tribuna, era alto, vigoroso, con unas cejas hirsutas y blancas, caídas sobre sus ojos. Su escaso pelo también era cano y sus ropas, de un negro profundo, llevaban una línea blanca a lo largo de cada manga y cada pernera como si quisiera poner límites a su cuerpo. Su voz era profunda y musical.

—Mi nombre –declaró— es Tomás Bistervan y me conocen muchos como El Viejo, en especial, creo yo, porque les gustaría que así fuera y que no me demorara mucho en morir. No sé cómo dirigirme a usted porque no parece llevar un apellido y porque no la conozco bastante como para llamarla por su nombre. Y a fuer de ser sincero, tampoco deseo conocerla.

Aparentemente, ha salvado usted una nave de Baleymundo en Solaria contras las trampas y artefactos montados por su gente, y se lo agradecemos. A su vez nos ha largado una sarta de tonterías pacatas sobre amistad y parentesco… ¡Pura hipocresía!

¿En qué momento su gente se ha sentido emparentada con nosotros? ¿Cuándo han sentido los espaciales algún tipo de relación con la Tierra y su gente? Es obvio que ustedes, los espaciales, descienden de la Tierra. No lo olvidamos. Tampoco olvidamos que ustedes sí lo han olvidado. Por más de veinte décadas, los espaciales controlaron la Galaxia y trataron a los del planeta Tierra como si fueran animales odiosos, de vida breve y contaminados. Ahora que estamos volviéndonos fuertes, nos tiende la mano de la amistad, pero esta mano lleva un guante, como todas vuestras manos. Procura no apartar su nariz de nosotros, pero esa nariz, aunque no se volviera, lleva filtros. ¿Qué? ¿Estoy en lo cierto?

Gladia levantó ambas manos y dijo:

—Puede ser que el público que está en este salón, y mucho más la gente que me ve por hiperonda, no sepa que llevo guantes. No se notan, pero aquí están. No lo niego. Y llevo filtros que tamizan el polvo y los microorganismos sin interferir mi respiración. Tengo mucho cuidado en pulverizarme periódicamente la garganta. Me lavo quizás algo más de lo que requiere la mera limpieza. No niego nada.

Pero esto es el resultado de mis limitaciones, no de las vuestras. Mi sistema ininunológico no es fuerte. Mi vida ha sido demasiado cómoda y no he estado expuesta a casi nada. No fue elegido deliberadamente por mí, pero debo pagar por ello. Si alguno de vosotros se encontrara en mi infortunada situación, ¿qué haríais? En especial, el señor Bistervan, ¿qué haría usted?

Bistervan respondió, sombrío:

—Haría lo mismo que usted y lo consideraría un indicio de debilidad, un indicio de que no estoy adaptado ni preparado para vivir y que, por lo tanto, debo dejar el sitio a los que son más fuertes. Mujer, no nos hable de parentesco. No es parienta mía. Es una de aquellos que nos persiguieron y trataron de destruirnos cuando ustedes eran fuertes, y que vienen gimoteando ahora que se sienten débiles.

Hubo un revolverse inquieto de público, nada amistoso, pero Bistervan se mantuvo firme. Gladia dijo con dulzura:

—¿Recuerdan el mal que les hicimos cuando éramos fuertes?

—No tema que lo olvidemos —repuso Bistervan—. Todos los días lo tenemos presente.

—¡Bien! Porque ahora ya saben lo que deben evitar. Habéis aprendido que cuando el fuerte oprime al débil, está mal. Por tanto, cuando sois fuertes y nosotros débiles, no debéis ejercer la opresión.

—¡Ah, sí! Ya he oído el argumento. Mientras fueron fuertes no oyeron hablar de moralidad; ahora, al ser débiles, la predican.

—Pero en vuestro caso, mientras fuisteis débiles sabíais todo sobre la moral y os aterraba el comportamiento de los fuertes, y ahora que sois fuertes os habéis olvidado de la moral. Con toda seguridad es mejor que el inmoral aprenda la moral a través de la adversidad, que el moral olvide serlo en la prosperidad.

—Daremos lo que recibimos —insistió Bistervan alzando el puño,

—Deberíais dar lo que os hubiera gustado recibir. —Y Gladia alargólos brazos como si les abrazara. —Puesto que todo el mundo puede pensar en algún viejo agravio que vengar, lo que está diciendo, amigo mío, es que está bien que el fuerte oprima al débil. Y al decirlo justifica a los espaciales del pasado y por tanto no debería quejarse del presente. Lo que digo es que la opresión estuvo mal cuando se practicó en el pasado y será igualmente mala si se practica en el futuro. Desgraciadamente, no podemos cambiar el pasado, pero todavía podemos decidir lo que va a ser el futuro.

Gladia hizo una pausa. Al notar que Bistervan tardaba en contestarle, gritó:

—¿Cuántos deseáis una nueva Galaxia, no la antigua Galaxia incesantemente repetida?

Se reanudó el aplauso, pero Bistervan alzó los brazos y clamó con voz estentórea:

—¡Esperad! ¡Esperad! ¡Nos seáis locos! ¡Basta!

Poco a poco volvió el silencio y Bistervan habló:

—¿Suponéis acaso que esta mujer cree en lo que está diciendo? ¿Suponéis que los espaciales nos desean algún bien? Todavía se creen fuertes, y nos desprecian e intentan destruirnos si no les destruimos nosotros antes. Esta mujer viene aquí, y, como imbéciles, le damos la bienvenida y la consideramos importante. Bien, poned a prueba sus palabras. Que cualquiera de vosotros pida permiso para visitar un mundo espacial y veréis si os dejan. O si hay un mundo detrás de vosotros y podéis serviros de amenazas, como hizo el capitán Baley y así estar autorizados para tomar tierra en el planeta, ¿cómo os tratarán? Preguntad al capitán si se le trató como pariente.

Esta mujer es una hipócrita, pese a todas sus palabras; no, precisamente por ellas. Son como advertencias declaradas de su hipocresía. Se lamenta y se queja de su inadecuado sistema de inmunidad y asegura que debe protegerse contra el peligro de infección. Naturalmente, no lo hace porque crea que ¡somos inmundos y enfermos! ¡Me figuro que jamás tuvo semejante idea!

Se lamenta de su vida pasiva, protegida de desventuras y desatinos por una sociedad demasiado establecida y un montón de robots demasiado solícitos. ¡Cómo debe de aborrecerlo!

Pero aquí, ¿qué peligro corre? ¿Qué desventura puede cebarse en ella en nuestro planeta? No obstante, se ha traído sus dos robots consigo.

En este salón nos hemos reunido para conocerla y honrarla, y tenerla en gran estima, pero hasta aquí se ha traído sus robots. Están allí, en la tribuna con ella. Ahora que el salón está iluminado podéis verlos. Uno es una imitación del ser humano y su nombre es R. Daneel Olivaw. El otro es un descarado robot, de estructura abiertamente metálica, y se llama R. Giskard Reventlov. Saludadles, queridos conciudadanos, ellos son la familia de esta mujer.

—Jaque mate —murmuró D.G.

—Todavía no —respondió Gladia.

Entre el público se veían cabezas que se esforzaban por ver, parecía que a todos les hubiera entrado un escozor y la palabra "robot" circulaba de punta a punta del salón en miles de susurros.

—Los veréis sin esfuerzo —sonó la voz de Gladia—. Daneel, Giskard, levantaos.

Al momento ambos robots se pusieron de pie detrás de ella.

—Colocaos uno a cada lado —les dijo— para que mi cuerpo no entorpezca la vista. Por más que mi cuerpo no es lo bastante grande para entorpecer algo. Ahora, dejad que os aclare ciertas cosas. Estos dos robots no han venido conmigo para servirme. Sí, me ayudan en la buena marcha de mi vivienda en Aurora, junto con cincuenta y uno más, y no hago lo que un robot pueda hacer por mí. Ésta es la costumbre del mundo en el que vivo. Los robots varían en complejidad, habilidad e inteligencia y estos dos son superiores en estos aspectos. Daneel, en especial, es, en mi opinión, el robot por excelencia, cuya inteligencia es la más parecida a la humana en todas aquellas áreas que se pueden comparar.

He traído solamente a Daneel y Giskard, pero no para prestarme servicios. Por si les interesa, me visto, me baño, me sirvo de mis cubiertos cuando como y ando sin que me lleven.

¿Los utilizo para mi protección personal? No. Me protegen, sí, pero protegen igualmente a cualquiera que necesite protección. En Solaria, recientemente, Daneel hizo lo que pudo para proteger al capitán Baley y estaba dispuesto a dar su existencia para protegerme a mí. Sin él, la nave no hubiera podido salvarse.

Y por supuesto, no necesito protección en esta tribuna. Después de todo hay un campo de fuerza que cubre la plataforma y ésta es suficiente protección. Está sin que yo lo solicitara, pero aquí está, y me proporciona toda la protección que necesito.

Así que, ¿por qué están mis robots conmigo?

Aquellos que conocen la historia de Elijah Baley, que liberó a la Tierra de sus amos espaciales, que concibió la nueva política de colonización, y cuyo hijo guió al primer contingente humano a Baleymundo, ¿por qué si no se le ha dado este nombre?, sabéis que antes de que me conociera trabajó con Daneel. Trabajó con él en la Tierra, en Solaria y en Aurora en cada uno de sus grandes empeños. Para Daneel, Elijah Baley fue siempre "colega Elijah". No sé si este dato aparece en su biografía, pero os doy mi palabra de que fue así. Y aunque Elijah Baley como hombre de la Tierra, empezó con una gran desconfianza hacia Daneel, una gran amistad se estableció entre ellos. Cuando Elijah Baley se sintió morir, aquí, en este planeta hace más de dieciséis décadas, cuando esto no era más que un puñado de casas prefabricadas rodeadas de jardines, no fue su hijo el que estuvo con él hasta el último momento. Ni fui yo (por un momento temió que su voz se quebrara). Mandó llamar a Daneel, y se aferró a la vida hasta que Daneel llegó.

Sí, ésta es la segunda visita de Daneel a este planeta. Yo vine con él, pero me quedé en órbita (¡ánimo!). Fue solamente Daneel el que llegó a tierra y el que recibió sus últimas palabras… Bien, ¿significa todo esto algo para vosotros?

Su voz se elevó un tono y agitó las manos en alto:

—¿Debo decíroslo? ¿No lo sabéis ya? Éste es el robot por si que Elijah Baley sintió cariño. Sí, le quería. Yo quería ver a Elijah antes de que muriera para despedirme de él; pero él quiso a Daneel, y éste es Daneel. El auténtico.

Y este otro es Giskard, que solamente conoció a Elijah en Aurora, pero que logró salvarle la vida allí.

Sin estos dos robots, Elijah Baley no habría alcanzado su meta. El mundo espacial seguiría siendo supremo, los mundos colonizados no existirían y ninguno de vosotros estaría aquí. Lo sé. Sabéis que es así. Me pregunto si también lo sabe el señor Tomás Bistervan.

En este mundo, Daneel y Giskard son dos nombres tenidos en gran consideración. Los utilizan los descendientes de Elijah Baley a petición suya. Yo he llegado en una nave cuyo capitán se llama Daneel Giskard Baley. Me pregunto cuántos, entre los que me están viendo…, en persona o por vía hiperonda…, llevan el nombre de Daneel o Giskard. Pues bien, esos robots que están detrás de mí, son los robots cuyos nombres les conmemoran. ¿Y van a ser ofendidos por Tomás Bistervan?

El creciente murmullo del público iba en aumento, y Gladia levantó los brazos, implorando:

—Un momento. Un momento. Dejadme terminar. No os he dicho aún por qué he traído a los dos robots.

Se hizo el silencio.

—Estos dos robots —explicó Gladia— jamás han olvidado a Elijah Baley, como tampoco lo he olvidado yo. Las décadas transcurridas no han apagado en lo más mínimo nuestros recuerdos. Cuando ya estuve decidida a subir a la nave del capitán Baley, cuando supe que podía visitar Baleymundo, ¿cómo podía negarme a llevar a Daneel y a Giskard conmigo?

Querían ver el planeta que Elijah Baley había hecho posible, el planeta en el que pasó sus últimos años y en el que murió.

Sí, son robots, pero son robots inteligentes que sirvieron bien y con lealtad a Elijah Baley. No basta con sentir respeto por todos los seres humanos, uno debe respetar a todos los seres inteligentes. Así que los he traído aquí. —Luego en una súplica final que requería una respuesta, exclamó: —¿He hecho mal?

Y obtuvo su respuesta. Un gigantesco grito de "¡No!" resonó por todo el local Todo el mundo, puesto en pie, aplaudía, gritaba, rugía, chillaba… una vez…, y otra…, y otra…

Gladia, sonriendo a medida que el ruido seguía, incesante, se dio cuenta de dos cosas: Primera, que estaba empapada en sudor. Segunda, que estaba más feliz de lo que jamás se había sentido en su vida.

Era como si en todo ese tiempo hubiera estado esperando este momento, el momento en que ella, educada en aislamiento, aprendía después de veintitrés décadas, que podía hacer frente a la multitud, conmoverla y doblegarla a su voluntad.

Escuchó la incansable y ruidosa respuesta… una y otra vez…, y otra…, y otra…

35

Muchísimo más tarde, no podría decir cuánto tiempo, Gladia creyó volver en sí.

Hubo primero aquel estruendo interminable, la sólida muralla de los agentes de seguridad conduciéndola a través de la multitud hasta llegar a unos túneles infinitos que parecían penetrar cada vez más profundamente en la tierra.

Desde el primer momento perdió contacto con D.G. y no supo con seguridad si Daneel y Giskard estaban a salvo con ella. Quería preguntar por ellos, pero estaba rodeada de gente desconocida. Pensó vagamente que los robots tenían que estar cerca, porque de lo contrario se habrían resistido a la separación y hubiera oído el tumulto.

Cuando por fin llegó a la habitación, los dos robots estaban allí.

No sabía exactamente dónde se hallaba, pero la estancia era grande y limpia. Era poca cosa comparada con su hogar en Aurora, pero comparada con el camarote de la nave, resultaba lujosa.

—Aquí estará a salvo, señora —le dijo el último de los guardias al marcharse—. Sí necesita algo, avísenos —indicó un aparato sobre una mesita, junto a la cama.

Se quedó mirando, pero cuando se volvió para preguntar qué era y cómo funcionaba, el guardia ya se había ido. "Oh, bueno –pensó— ya me arreglaré."

—Giskard —dijo, agotada— descubre cuál de estas puertas lleva al cuarto de baño y averigua si la ducha funciona. Lo que ahora necesito es una buena ducha.

Se sentó con cuidado, consciente de que estaba empapada y reacia a manchar de sudor la butaca. Giskard apareció cuando ya empezaba a experimentar dolor por la rígida postura que había adoptado

—Señora, la ducha funciona y está a la temperatura adecuada. Hay un objeto sólido que supongo que es jabón, de un tipo muy primitivo, y una especie de material como de toalla, junto con otros varios artículos que pueden resultar útiles.

—Gracias, Giskard —dijo Gladia, consciente de que pese a su grandilocuencia respecto de que los robots como Giskard no se dedican a trabajos domésticos, esto era precisamente lo que le había pedido que hiciera. Pero las circunstancias alteran a veces…

Sí nunca en su vida había necesitado una ducha tanto como ahora, tampoco nunca había disfrutado tanto de ella como ahora. Se quedó bajo el agua mucho más rato de lo preciso y cuando terminó no se le ocurrió preguntarse si las toallas habían sido esterilizadas por radiación, hasta mucho después de haberse secado, y para entonces ya era demasiado tarde.

Buscó entre los artículos que Giskard le había preparado: talco, desodorante, peine, pasta de dientes, secador. ., pero no encontró nada que pudiera servir de cepillo de dientes. Finalmente renunció y se arregló con el dedo, pero lo encontró poco satisfactorio. Tampoco había cepillo para el pelo y también la fastidió. Lavó bien el peine con jabón antes de utilizarlo, pero así y todo la disgustó. Descubrió una prenda que parecía adecuada para la cama. Olía a limpia, pero era demasiado holgada.

Daneel la advirtió:

—Señora, el capitán quiere saber si puede recibirle.

—Supongo que sí contestó mientras seguía buscando una prenda de noche que estuviera mejor—. Déjalo entrar.

D.G. no solamente parecía cansado, sino desencajado también, pero cuando se volvió para saludarle, él le sonrió con dulzura y le dijo:

—Es difícil creer que tiene más de veintitrés décadas.

—¿Qué? ¿Con esto?

—Esto ayuda. Es semitransparente…, ¿o no lo sabía?

Se miró, desconfiada, el camisón, y concedió:

—Bueno, si le divierte, pero de todos modos llevo viviendo dos siglos y un tercio.

—Nadie viéndola lo adivinaría. Debe de haber sido muy hermosa en su juventud.

—Nunca me lo dijeron, D.G. Graciosa, mona, siempre creí que era a lo más que podía aspirar… Por si acaso, ¿cómo funciona este instrumento?

—¿El avisador? Toque el cuadradito de la derecha y alguien le preguntará en qué puede servirla, y a partir de ese momento puede pedir lo que sea.

—Bien. Necesito un cepillo de dientes un cepillo para el pelo y ropa.

—Me ocuparé de que le proporcionen los dos cepillos. En cuanto a ropa, ya se habían ocupado de ello. Tiene una bolsa de ropa colgada en su armario. Encontrará que contiene lo mejor de la moda de Baleymundo, que a lo mejor no le gusta, claro. Y tampoco puedo garantizarle que le vaya bien. La mayoría de las mujeres baleymundistas son más altas que usted y mucho más gruesas… Pero no importa. Creo que permanecerá recluida una temporada.

—¿Por qué?

—Pues, señora, al parecer esta noche pasada ha largado usted un discurso y, me acuerdo de que no quiso sentarse aunque se lo pedí varias veces.

—Yo creo que tuve mucho éxito, D.G.

—Lo tuvo— Un éxito delirante —D.G. rió abiertamente y se rascó el lado derecho de su barba como estudiando bien lo que iba a decir—. No obstante, el éxito tiene también su penitencia. En este momento yo diría que es la persona más famosa de Baleymundo y que cada uno de sus habitantes quiere verla y tocarla. Si la llevamos a cualquier parte, se organizará un tumulto. Por lo menos hay que esperar a que las cosas se enfríen. Y no sabemos cuánto tardarán.

Además incluso los halcones de la guerra claman por usted, pero, a la fría luz de la mañana, cuando se apague el hipnotismo y la histeria, se sentirán furiosos. Si el viejo Bistervan no decidió matarla inmediatamente después de su discurso, lo pensará mañana. La ambición de su vida es matarla mediante una lenta tortura. Y hay gente de su partido que se ofrecería para ayudar al viejo a satisfacer este pequeño capricho.

Es por lo que está aquí, señora. Es por lo que esta habitación, este piso, este hotel por completo, está guardado y vigilado por no sé cuántos destacamentos de agentes de seguridad, entre los que ojalá no se encuentre ningún halcón encubierto. Y por haber estado tan íntimamente asociado con usted en este juego de héroe-heroína, me encuentro atado aquí también, y no puedo salir.

—¡Oh! —se excusó Gladia—. Cuánto lo siento. Entonces no podrá ver a su familia.

D.G. se encogió de hombros.

—Los mercaderes no tenemos demasiada familia.

—A su amiga, pues.

—Sobrevivirá… probablemente mejor que yo. —Y dirigió una mirada especulativa a Gladia.

—Ni siquiera lo piense, capitán —protestó ella.

—No hay forma de evitar que lo piense, pero no voy a hacer nada, señora.

—En serio, ¿cuánto tiempo cree que tendré que quedarme aquí?

—Depende del Directorio.

—¿El Directorio?

—Nuestro consejo ejecutivo, señora. Cinco personas… —levantó la mano con los cinco dedos bien abiertos —cada una de ellas sirviendo por cinco años alternativos, con un reemplazo cada año, y elecciones especiales en caso de muerte o invalidez. Esto proporciona continuidad y disminuye el peligro del gobierno de una sola persona. También significa que cada decisión debe discutirse y esto lleva tiempo, a veces más tiempo del que podemos permitirnos.

—Se me ocurre —dijo Gladia— que si uno de los cinco fuera un individuo decidido y fuerte…

—Podría imponer su opinión sobre los demás. Cosas así ya han ocurrido a veces, pero ahora no es como antes… No sé si me entiende. El director más antiguo es Genovus Pandaral. No hay nada malo en él, pero es un indeciso…,.y esto a veces es malo. Le pedí que permitiera a sus robots estar en la tribuna con usted, y resultó ser una mala idea.

—Pero, ¿por qué fue una mala idea? La gente estaba encantada.

—Demasiado, señora. Queríamos que usted fuera nuestra heroína espacial preferida y que nos ayudara a mantener la indiferencia, de modo que no tuviéramos que iniciar una guerra prematura. Estuvo muy bien en cuanto a longevidad; estuvieron aplaudiendo y vitoreando la vida breve.

Pero después los tuvo vitoreando a los robots y eso no nos gusta. Por esta razón, no nos gusta demasiado que el público vitoree la noción de parentesco con los espaciales.

—No desean una guerra prematura, pero no desean una paz prematura tampoco. ¿Es eso?

—Bien planteado, señora.

—Entonces, ¿qué es lo que quieren?

—Queremos la Galaxia, toda la Galaxia. Queremos colonizar y poblar cada planeta habitable que haya en ella, y establecer nada menos que el Imperio Galáctico. Y no queremos que los espaciales nos interfieran.

Pueden quedarse en sus propios mundos y vivir en paz como quieran, pero no deben interponerse.

—Pero entonces los encerrarán en sus cincuenta mundos, como nosotros hicimos con la Tierra y sus habitantes, durante muchos años. La misma injusticia. Es usted tan malo como Bistervan.

—Las situaciones son diferentes. Los de la Tierra fueron encerrados por su potencial expansivo. Ustedes, espaciales, no tienen tal potencial. Eligieron el camino de la longevidad y los robots y perdieron el potencial. Ni siquiera tienen ya cincuenta mundos. Solaria ha sido abandonada. Los demás irán cayendo igual. Los colonizadores no están interesados en empujar a los espaciales hacia la extinción, pero, ¿por qué íbamos a interponernos en su voluntaria elección? Su discurso tendía a interponerse en contra.

—Me alegro. ¿Qué pensó que iba a decir?

—Se lo dije. Paz, amor y siéntese. Hubiera terminado en un minuto.

Gladia protestó, furiosa:

—No puedo creer que esperara algo tan estúpido por mi parte.¿Por quién me había tomado?

—Por lo que usted misma se había tomado… Por alguien mortalmente asustada de hablar. ¿Cómo podíamos saber que era una loca que podía, en media hora, persuadir a los baleymundistas de que gritaran a favor de lo que durante varias vidas hemos estado persuadiéndoles de que gritaran en contra? Pero esta conversación no nos llevará a ninguna parte. — Se puso en pie pesadamente. —Yo también necesito una ducha y dormir toda la noche… si puedo. La veré mañana.

—Pero, ¿cuándo sabremos lo que el Directorio decidirá hacer conmigo?

—Cuando ellos lo descubran, que no va a ser pronto. Buenas noches, señora.

36

—He hecho un descubrimiento —dijo Giskard, sin la menor emoción en la voz—. Lo he hecho porque, por primera vez en mi existencia me encontré frente a millares de seres humanos. De haberlo hecho doscientos años atrás, lo habría descubierto entonces. Si nunca me hubiera enfrentado con tantos a la vez, no lo habría descubierto nunca. Piensa en cuántos puntos vitales podría fácilmente captar, pero no lo he hecho nunca ni lo haré, simplemente porque las condiciones adecuadas no se cruzan en mi camino. Sigo ignorante menos cuando las circunstancias me ayudan: no puedo contar con las circunstancias.

—Yo no creía, amigo Giskard, que Gladia, con su tan continuado modo de vivir, pudiera enfrentarse con tanta ecuanimidad a millares de personas. No creía que fuera capaz de hablarles. Cuando resultó que sí podía, presumí que la habías ajustado y que habías descubierto que podías hacerlo sin dañarla. ¿Era éste tu descubrimiento?

—Amigo Daneel, lo único que realmente me atreví a hacer fue aflojar unas hebras de su inhibición, lo bastante para permitirle decir unas pocas palabras, de modo que pudieran oírla.

—Pero ella hizo mucho más que eso.

—Después del ajuste microscópico, me volví a la multiplicidad de mentes que veía entre el público. Nunca había experimentado a tantas, lo mismo que Gladia. Me quedé tan estupefacto como ella. Al principio me encontré con que no podía hacer nada en aquel vasto entrelazado mental que me golpeaba. Me sentí desamparado. Y de pronto empecé a notar pequeñas simpatías, curiosidades, intereses, no puedo describírtelo con palabras, con un tono de simpatía por Gladia en todos ello. Jugué con lo que pude descubrir que tuviera ese tono de simpatía, apretando y apretando muy ligeramente. Buscaba una pequeña respuesta en favor de Gladia para que se sintiera animada, para que me resultara necesario sentir la tentación de tantear más en la mente de ella. Eso fue lo único que hice.

—¿Y luego qué, amigo Giskard?

—Encontré, Daneel, que había puesto en marcha algo que era autocatalítico. Cada hebra que tensaba, tensaba otra hebra cercana del mismo tipo y las dos juntas tensaban otras varias, también cercanas. No tenía que hacer nada más. Pequeños movimientos, pequeños sonidos, pequeñas miradas que parecían aprobar lo que decía Gladia, y que animaban a otros.

Luego encontré algo todavía más extraño. Todos estos pequeños indicios de aprobación, que yo podía detectar porque las mentes estaban abiertas para mí, también debió de detectarlas ella, porque las otras inhibiciones de su mente fueron cayendo sin que yo tuviera que tocarlas. Empezó a hablar más de prisa, con más confianza, y el público respondió mejor que nunca…, sin que yo hiciera nada. Al final hubo histeria, una tormenta, una tempestad de truenos y relámpagos mentales tan intensos que tuve que cerrar mi propia mente o se me hubieran recargado los circuitos.

Nunca en toda mi existencia había encontrado algo parecido. No obstante, empezó sin que yo introdujera ninguna modificación en aquella muchedumbre, como las que en el pasado introduje entre un pequeño grupo de personas. La verdad es que sospecho que el efecto se extendió más allá de la gente sensible a mi mente, y al gran público le llegó vía hiperonda.

—No sé cómo puede ser eso, amigo Giskard.

—Ni yo, amigo Daneel. No soy humano. No experimento directamente la posesión de una mente humana con todas sus complejidades y contradicciones, así que no capto el mecanismo, o mecanismos, al que responden. Aparentemente, las multitudes se manejan más fácilmente que los individuos. Parece una paradoja. Mucho peso es más difícil de levantar que poco peso. Es más difícil contrarrestar mucha energía que poca energía. Cuesta más tiempo recorrer una gran distancia que una pequeña distancia. Entonces, ¿por qué resulta más fácil manejar a mucha gente que sacudir a unos pocos? Amigo Daneel, tú que piensas como un ser humano, ¿puedes explicármelo?

—Tú mismo lo has dicho, amigo Giskard: un efecto autocatalítico, un caso de contagio. Una sola chispa puede hacer que se queme un bosque.

Giskard pareció estar sumido en profundos pensamientos. Al cabo de unos minutos, dijo:

—No es la razón la que es contagiosa, sino la emoción. Gladia eligió argumentos que sabía que conmoverían al público. No trató de razonar con ellos. Puede ser que cuanto mayor sea el grupo de gente, más fácilmente se la convence por la emoción que por la razón. Como las emociones son pocas y las razones muchas, el comportamiento de una masa de gente es más fácil de predecir que el comportamiento de una sola persona. Y esto, a su vez, significa que si deben desarrollarse las leyes que permitan predecir el curso de la historia, uno debe tratar con grandes concentraciones de gente, cuanto mayores mejor. Esto podría ser la primera ley de Psicohistoria, la clave para estudiar a los humanos. Pero…

—¿Sí?

—Me asombra que hayas tardado tanto tiempo en comprender esto, solamente porque no soy un ser humano. Un humano tal vez comprendería instintivamente su propia mente lo bastante bien para saber cómo manejar otras parecidas. Gladia, sin ninguna experiencia en dirigirse a multitudes, llevó el asunto magistralmente. ¡Cuánto mejor hubiera ido todo si tuviéramos con nosotros a alguien como Elijah Baley! Amigo Daneel, ¿no piensas en él?

—¿Puedes ver su imagen en mi mente? Es asombroso, amigo Giskard.

—No lo veo, amigo Daneel. No puedo recibir tus pensamientos. Pero puedo percibir emociones y estados de ánimo… Tu mente posee una calidad, lo sé por antiguas experiencias, que sé que está asociada con Elijah Baley.

—Gladia mencionó que yo fui el último que vio al colega Elijah en vida, así que, en el recuerdo, escucho otra vez aquel momento. Pienso otra vez en lo que dijo.

—¿.Qué fue, amigo Daneel?

—Busco el significado. Sé que es importante.

—¿Cómo puede ser que lo que dijo encerrara un significado más allá del valor de las palabras? Si hubiera habido un significado oculto, Elijah Baley lo habría dicho.

—Quizá —musitó Daniel— el propio colega Elijah no comprendía el significado de lo que me estaba diciendo.