EL MUNDO DE LOS COLONIZADORES

29

La nave de D.G. volvía a estar en el espacio rodeada de la eterna inmutabilidad del vacío infinito.

“¡Ya era hora!", pensó Gladia, que había disimulado muy mal la tensión provocada por la posibilidad de que otra capataza…, con otro intensificador…, pudiera aparecer de sopetón. El hecho de que la muerte fuera rápida, una muerte sin sentirla, no la satisfacía del todo. La tensión había estropeado lo que hubiera podido ser una ducha maravillosa junto con otras formas de renovación y comodidad.

Tuvo que esperar el verdadero despegue, después de oír el suave zumbido de los reactores protónicos, para poder disponerse a dormir.

“Qué raro”, pensó a medida que empezaba a perder la conciencia, “que el espacio le pareciera más seguro que el mundo de su niñez, que abandonara Solaria,— mucho más feliz esta segunda vez que la primera.”

Pero Solaria ya no era el mundo de su infancia y su juventud. Era un mundo sin humanidad, guardado solamente por parodias distorsionadas de los humanos, robots humanoides que eran como una mofa del dulce Daneel y del inteligente Giskard.

Al fin se durmió… Mientras dormía, Daneel y Giskard pudieron hablarse otra vez.

—Amigo Giskard, estoy completamente seguro de que fuiste tú quien destruyó el robot.—

—No tenía elección, amigo Daneel. Fue puramente accidental que llegara a tiempo, porque mis sentidos estaban enteramente dedicados a la búsqueda de otros seres humanos y no encontraba ninguno. No hubiera percibido el significado de los acontecimientos, de no ser por la rabia y desesperación de Gladia. Fue eso lo que capté a distancia y lo que me llevó a correr hacia la escena con el tiempo justo. En este aspecto, Gladia salvó la situación, por lo menos en cuanto al capitán y a tí. Todavía habría podido salvar la nave, creo, aun llegando demasiado tarde para salvaros.

—Calló un momento y siguió: —Para mí no hubiera sido nada satisfactorio llegar demasiado tarde para salvarte.

Con voz grave, dijo Daneel:

—Gracias, amigo Giskard. Me alegra que tú no sintieras inhibición ante el aspecto humano de la capataza. Eso había hecho más lentas mis reacciones, lo mismo que mi aspecto lo había hecho con las suyas.

—Amigo Daneel, su aspecto físico no significaba nada para mí porque yo percibía la pauta de sus pensamientos. Era tan limitada y tan enteramente distinta del amplio alcance de las pautas humanas, que no me fue necesario hacer el menor esfuerzo para identificarla de modo positivo. La identificación negativa de no-humana era tan clara que actué al instante. En realidad, no me di cuenta de mi reacción hasta después de haber tenido lugar.

—Es lo que había pensado yo, amigo Giskard, pero deseaba confirmación, por si estaba equivocado. Puedo suponer que no sentiste la menor incomodidad por haber matado lo que, en apariencia, era un ser humano.

—Ninguna, porque era un robot.

—Me parece que si yo hubiera logrado destruirla, habría sufrido alguna obstrucción en la libre circulación positrónica, por más que supiera que se trataba de un robot.

—El aspecto humanoide, amigo Daneel, no puede dejar de considerarse cuando es lo único por lo que uno se guía. Ver es mucho más inmediato que deducir. Solamente porque pude observar su estructura mental, y concentrarme en ella, me fue posible ignorar su estructura física.

—¿Qué supones que hubiera experimentado la capataza si nos hubiera destruido, a juzgar por su estructura mental?

—Había recibido unas instrucciones muy precisas y en sus circuitos no cabía duda de que, según su definición, tú y el capitán no eran seres humanos.

—Pero pudo haber destruido también a Gladia.

—De eso no podemos estar seguros, amigo Daneel.

—De haberlo hecho, amigo Giskard, ¿habría sobrevivido? ¿Puedes decirlo?

Giskard guardó silencio largo rato.

—No tuve tiempo suficiente para estudiar su diseño mental. No puedo decir cuál habría sido su reacción de haber matado a Gladia.

—Si me pongo en el lugar de la capataza… —La voz de Daneel tembló y bajó de tono—. Me parece que podría matar a un ser humano a fin de salvar la vida de otro humano que, por alguna buena razón, fuera más necesario salvar. No obstante, el acto sería difícil y lesivo. Matar a un ser humano simplemente por destruir algo que yo considerara no humano, resultaría inconcebible.

—Se limitó a amenazar. No llevó a cabo la amenaza.

—¿Lo habría hecho, amigo Giskard?

—¿Cómo podemos saberlo, si desconocemos la naturaleza de sus instrucciones?

—¿Podían estas instrucciones negar tan completamente la primera ley?

—Tu único propósito en esta discusión ha sido plantear esa cuestión. Te aconsejo que no sigas adelante.

Daneel, obcecado, insistió:

—Lo plantearé en condicional, amigo Giskard. Es obvio que lo que no puede expresarse como hecho, puede plantearse como fantasía. Si se pudieran soslayar las instrucciones con definiciones y condiciones, si las instrucciones pudieran darse suficientemente detalladas de forma suficientemente firme, ¿podría ser posible matar a un ser humano por un motivo menos abrumador que salvar la vida de otro ser humano?

Giskard respondió con voz apagada:

—No lo sé, pero supongo que podría ser posible.

—Pero, entonces, si tu sospecha fuera correcta, implicaría que era posible neutralizar la primera ley en condiciones especiales. La primera ley, en este caso, y por tanto también las otras leyes, podrían ser modificadas hasta lograr que no existieran. Las leyes, incluso la primera, podrían no ser absolutas, pero serían las que los diseñadores de robots definieran.

—Ya basta, amigo Daneel. No sigas adelante.

—Queda un paso más, amigo Giskard. El colega Elijah hubiera dado ese paso adicional.

—Era un ser humano. Podía hacerlo.

—Debo intentarlo. Si las leyes de la Robótica, incluso la primera ley, no son absolutas, y si los humanos pueden modificarlas, no sería posible, bajo condiciones adecuadas mod…

Calló. Y Giskard murmuró:

—No sigas.

Daneel, con voz ronca, asintió:

—No seguiré.

El silencio duró un buen rato. Con dificultad los circuitos positrónicos de ambos dejaron de sufrir discordancias. Al fin, dijo Daneel:

—Tengo otra idea. La capataza era tan peligrosa no sólo por las instrucciones sino por su apariencia. Me inhibió a mí y también al capitán. Podía engañar a todos los seres humanos, como yo engañé sin proponérmelo al navegante de Primera Clase, Niss. Al principio no se dio cuenta de que yo era un robot.

—¿Y a qué viene esto, amigo Daneel?

—En Aurora se construyeron varios robots humanoides en el Instituto de Robótica, bajo la dirección del doctor Amadiro, según los diseños del doctor Fastolfe.

—Todos lo saben.

—¿Qué ocurrió con esos robots humanoides?

—El proyecto fracasó.

—También lo saben todos —dijo Daneel, pero no contesta la pregunta. ¿Qué ocurrió con esos robots humanoides?

—Se supone que fueron destruidos.

—Tal suposición no debe necesariamente ser correcta. ¿Fueron realmente destruidos?

—Eso hubiera sido lo sensato. ¿Qué otra cosa puede hacerse con un fracaso?

—¿Cómo sabemos que los robots humanoides fueron un fracaso, salvo porque fueron retirados?

—¿No te basta que se retiraran y se destruyeran?

—Yo no he dicho "y se destruyeran", amigo Giskard. Esto es más de lo que sabemos. Sabemos solamente que fueron retirados.

—¿Por qué iban a hacerlo, a menos que fueran un fracaso?

—Y si no lo fueron, ¿podía haber alguna razón para retirarlos?

—No se me ocurre ninguna, amigo Daneel.

—Vuelve a pensar, amigo Giskard. Recuerda que estamos hablando de robots humanoides que pudieran ser peligrosos por su naturaleza humanoide. En una anterior discusión nos pareció que había un plan trazado en Aurora para derrotar a los colonizadores, pero drásticamente, de un solo golpe. Decidimos que estos planes estarían centrados en el planeta Tierra. Hasta aquí, ¿estoy en lo cierto?

—Sí, amigo Daneel.

—¿No podría ser que el doctor Amadiro fuera el foco y centro de dicho plan? Su antipatía por el planeta Tierra se ha hecho patente en estas veinte décadas. Si el doctor Amadiro ha construido cierto número de robots humanoides, ¿dónde podrían haber sido mandados, ya que han desaparecido de nuestra vista? Recuerda que si los robotistas de Solaria pueden distorsionar las tres leyes, los de Aurora pueden hacer lo mismo.

—¿Estás sugiriendo, amigo Daneel, que los robots humanoides han sido enviados a la Tierra?

—Exactamente. Una vez allí, su cometido sería engañar a la gente gracias a su aspecto humano y hacer posible lo que el doctor Amadiro disponga como ataque a la Tierra.

—No tienes pruebas de ello.

—Pero es posible. Considera los pasos que se han dado.

—Si así fuera, deberíamos ir a la Tierra. Tendríamos que estar allí y, de algún modo, evitar el desastre.

—En efecto.

—Pero no podemos ir, a menos que vaya Gladia, y no es probable que ocurra.

—Si puedes influir en el capitán para que lleve su nave a la Tierra, Gladia no tendrá elección y deberá ir.

—No puedo hacerlo sin lastimarle —dijo Giskard—. Está firmemente decidido a ir a su planeta Baleymundo. Debemos maniobrar para viajar a la Tierra después de que haya hecho lo que se propone hacer en Baleymundo.

—Después puede ser demasiado tarde.

—No puedo hacer más. No debo dañar a un ser humano.

—Si fuera demasiado tarde…, amigo Giskard, piensa en lo que significaría.

—No puedo pensar en lo que significaría. Solamente sé que no puedo dañar a un ser humano.

—Entonces, la primera ley no basta y debemos…

No pudo continuar. Ambos robots se sumieron en un silencio impotente.

30

Baleymundo apareció lentamente ante sus ojos, con toda nitidez, a medida que la nave se acercaba. Gladia lo contempló fijamente desde su visor del camarote; era la primera vez que veía un mundo de los colonizadores.

Protestó de la prolongación del viaje cuando D.G. se lo comunicó por primera vez, pero éste se encogió de hombros, y riendo explicó:

—¿Qué quiere? Debo llevar el arma de su mundo —exageró ligeramente el "su"— a mi pueblo. Y también debo informarle.,

—El Consejo aurorano concedió permiso para llevarme a Solaria, a condición de que me devolviera.

—No fue exactamente así. Pudo haber algún compromiso informal al efecto, pero no hay nada escrito. Ningún acuerdo formal.

—Cualquier compromiso informal me obligaría a mí o a cualquier individuo civilizado, D.G.

—No me cabe duda, pero nosotros los mercaderes vivimos por el dinero y por la firmas rubricadas al pie de los documentos legales. Jamás, por ningún motivo, violaría un contrato escrito o me negaría cumplir aquello por lo que he aceptado el pago,

Gladia se irguió:

—¿Es una insinuación de que debo pagarle para que me devuelva a casa?

—¡Señora!

—Vamos, vamos, D.G., no malgaste su falsa indignación. Si me va a retener prisionera en su planeta, dígalo de una vez, y dígame por qué. Quiero saber exactamente cuál es mi situación.

—Ni es mi prisionera, ni lo será. De hecho, cumpliré ese compromiso no escrito. La llevaré a casa. Pero primero debo ir a Baleymundo y usted tiene que venir conmigo.

— ¿Por qué debo ir con usted?

—La gente de mi mundo querrá verla. Es usted la heroína de Solaria. Nos salvó. No puede privarles de la oportunidad de vitorearla hasta enronquecer. Además, fue usted la amiga de mi antepasado.

—¿Qué es lo que saben, o creen saber, de aquello? —preguntó Gladia, tajante.

—Nada que la desacredite, se lo aseguro —respondió D.G.—. Usted es una leyenda y las leyendas son más grandes que todo, aunque confieso que para una leyenda es fácil ser mayor que usted, y mucho más noble. Normalmente, yo no la hubiera querido en este mundo porque no iba a estar a la altura de la leyenda. No es lo bastante alta, ni lo bastante hermosa, ni majestuosa. Pero, cuando se sepa la historia de Solaria, reunirá usted, de pronto, todos los requisitos. En verdad, puede que no quieran dejar que se marche. Recuerde que estamos hablando de Baleymundo, el planeta donde la historia del antepasado se toma más en serio que cualquier otra… y usted es parte de la historia.

—No debe tomar esto como excusa para mantenerme prisionera.

—Le prometo que no será así. Y le prometo que la llevaré a casa cuando pueda…, cuando pueda.

Gladia no se sintió tan indignada como creía que tenía derecho a estar. Quería ver cómo era en realidad un mundo de colonos y, después de todo, éste era el mundo peculiar de Elijah Baley. Su hijo lo había fundado.

Él mismo había pasado en él las últimas décadas de su vida. En Baleymundo habría vestigios de él: el nombre del planeta, sus descendientes, su leyenda.

Así que contempló el planeta…, y pensó en Elijah.

31

La contemplación no le proporcionó gran cosa. Se sintió decepcionada. No había gran cosa que ver por entre la capa de nubes que cubría el planeta. Desde su relativamente corta experiencia como viajera del espacio, le pareció que la capa de nubes era más densa de lo habitual en planetas deshabitados. Ahora sólo faltaban unas hora para aterrizar, y…

La señal luminosa se encendió. Gladia se apresuró a pulsar el botón ESPERE, en respuesta. Unos segundos después pulsó el botón ENTRE. D.G. entró sonriente.

—¿Es mal momento, señora?

—No. Era simplemente cuestión de ponerme los guantes y mis filtros nasales. Me figuro que debería llevarlos todo el tiempo, pero no sé por qué se me hace pesado llevarlos, y cada vez me preocupa menos la infección.

—La costumbre crea descuidos, señora.

—No les llamemos descuidos —dijo Gladia y se dio cuenta de que sonreía.

—Gracias. No tardaremos en aterrizar, señora. Le he traído un sobretodo, cuidadosamente esterilizado y metido en esta bolsa de plástico; no ha sido tocado por manos colonizadoras. Es fácil de poner. No tendrá ningún problema y descubrirá que cubre todo excepto la nariz y los ojos.

—¿Sólo para mí, D.G.?

—No, no. Todo el mundo los lleva para salir en esta estación del año. Es invierno ahora en la capital y hace mucho frío. Vivimos en un mundo frío, con una gran capa de nubes, mucha lluvia y nevadas frecuentes.

—¿Incluso en las regiones tropicales?

—Allí suele hacer un tiempo caluroso y seco. No obstante, la población se agrupa en las regiones frescas. Nos gusta. Entona y estimula. Los mares, que se poblaron con especies de la Tierra, son fértiles, así que los peces y otras criaturas se han multiplicado abundantemente. No faltan los alimentos aunque los espacios agrícolas son limitados, y no seremos nunca la cesta del pan de la Galaxia. Los veranos son cortos, pero muy calurosos; entonces se llenan las playas, aunque no las encontrará interesantes porque existe un fuerte tabú nudista.

—Parece un clima peculiar.

—Es una cuestión de distribución tierra-mar, una órbita planetaria algo más excéntrica que la mayoría y unas pocas cosas más. A mí, francamente, no me preocupa. —Se encogió de hombros. —No es mi campo de interés.

—Porque es un mercader. Imagino que no vendrá con frecuencia al planeta.

—En efecto, pero no soy mercader por escapar de él. Me gusta esto. Aunque tal vez me gustaría menos si estuviera más aquí. Si lo enfocamos así, Baleymundo y sus duras condiciones de vida sirven un importante propósito. Animan el comercio. Baleymundo produce hombres que surcan los mares en busca de comida y hay cierta similitud entre navegar por el mar y por el espacio. Yo diría que un tercio de todos los mercaderes que recorren el espacio, son gente de Baleymundo.

—Parece encontrarse en un estado eufórico, D.G. —dijo Gladia.

—¿De verdad? Ahora me siento de muy buen humor. Tengo motivos para ello. Y usted también.

—¡Oh!

—Es obvio, ¿no? Salimos con vida de Solaria. Sabemos exactamente cuál es el peligro solario. Nos hemos apoderado de un arma poco corriente que debería interesar a nuestro ejército. Y usted va a ser la heroína de Baleymundo. Los altos funcionarios del país ya conocen lo ocurrido y están impacientes por saludarla. Además, es también la heroína de la nave. Casi cada uno de los hombres de a bordo se ofreció para traerle este sobretodo. Están ansiosos de acercársele y bañarse en su aura, por decirlo así.

—Vaya cambio —comentó secamente Gladia.

—En efecto, Niss, el tripulante al que Daneel castigó…

—Lo recuerdo bien, D.G.

—Está deseoso de pedirle perdón. Y traerá a sus cuatro compañeros para que ellos también se excusen. Vienen dispuestos a patear en su presencia al que se atreva a ofenderla. No es una mala persona, señora.

—Estoy segura de que no lo es. Asegúrele que está perdonado y el incidente olvidado. Y si puede arreglarlo, yo…, yo le estrecharé la mano, y quizás, alguno de los demás, antes de desembarcar. Pero, por favor, procure que no se apiñen alrededor.

—La comprendo, pero no puedo garantizarle que no haya un cierto apiñamiento en Baleyciudad… Es la capital de Baleymundo. A veces no hay modo de evitar que ciertos altos funcionarios traten de ganar ventajas políticas dejándose ver a su lado, sonriendo y saludando.

—¡Josafat!, como diría su antepasado.

—No diga esto una vez. llegada a tierra, señora. Es una exclamación reservada para él. Que alguien más la diga es considerado de mal gusto.

Habrá discursos y vítores y toda clase de formalidades sin sentido. Lo siento, señora.

—Ojalá pudiera prescindir —musitó pensativa—, pero supongo que no hay medio de evitarlo.

—Ninguno, señora.

—¿Cuánto durará?

—Hasta que se cansen. Algunos días, quizá, pero habrá cierta variedad.

—¿Y cuánto tiempo vamos a quedarnos en el planeta?

—Hasta que me canse. Lo siento, señora, pero tengo mucho trabajo, gente que ver, lugares adonde ir…

—Y mujeres que amar.

—¡Ay de la fragilidad humana! —respondió D.G. con una amplia sonrisa.

—Lo hace todo menos babear.

—Es una debilidad. No acabo de decidirme a hacerlo.

—Está medio loco, ¿verdad? —sonrió Gladia.

—Nunca dije que no lo estuviera. Pero, dejando esto a un lado, tengo que pensar también en cosas tan aburridas como el hecho de que mis oficiales y mi tripulación quieran ver a sus familias y amigos, recuperar sueño perdido, y divertirse un poco planetariamente. Y por si le interesan los sentimientos de las cosas inanimadas, hay que repasar la nave, repararla, refrescarla y recargarla de carburante. Cositas así.

— ¿Y cuánto tiempo llevarán esas cositas?

—Meses quizá. ¿Quién sabe?

—¿Y qué voy a hacer yo mientras tanto?

—Conocer nuestro mundo, ampliar sus horizontes.

—Pero su mundo no es precisamente el lugar de recreo de la Galaxia.

—Cierto, pero me esforzaré por mantenerla interesada. —Miró el reloj. —Una advertencia más, señora. No mencione su edad.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Podría surgir en cualquier conversación. Se espera que les dirija unas palabras, y podría decirles por ejemplo: "En el curso de mis veintitrés décadas de vida, nunca he sido tan feliz de ver a alguien, como lo estoy de ver al pueblo de Baleymundo." Si siente la tentación de decir algo parecido al principio de esta frase, por favor, resista.

—Lo haré. En cualquier caso, no tengo la menor intención de permitirme hipérboles… Pero, como simple curiosidad, ¿por qué no?

—Sencillamente, porque es mejor que no conozcan su edad.

—Pero la conocen, ¿verdad? Saben que fui la amiga de su antepasado y saben cuándo vivió. ¿O acaso tienen la impresión de que —le miró, inquisitiva— soy una descendiente lejana de aquella Gladia?

—No, no, saben quién es y la edad que tiene, pero sólo lo saben mentalmente —se tocó la frente— y a poca gente le trabaja la cabeza, como habrá observado.

—En efecto, Incluso en Aurora.

—Muy bien. No querría que los colonos se mostraran especiales a este respecto. Verá, su aspecto es de —se detuvo a pensarlo— cuarenta, ó a lo sumo cuarenta y cinco, y así la aceptarán en sus entrañas, que es donde las personas corrientes tienen localizada su máquina de pensar, si no les habla de su verdadera edad.

—¿De veras importa?

—Mire, el colono normal no quiere robots. Ni le gustan los robots ni los desea. Estamos satisfechos de no ser como los espaciales. La longevidad es distinta. Cuarenta décadas es muchísimo más que diez.

—Pocos de nosotros llegan a las cuarenta décadas.

—Y pocos de nosotros alcanzan las diez. Hacemos ver las ventajas de la vida breve: calidad contra cantidad, rapidez evolutiva, un mundo siempre cambiante, pero nada hace que la gente se sienta feliz por vivir diez décadas, cuando imagina que podría vivir cuarenta, así que en un momento dado la propaganda produce un latigazo y es mejor no decir nada. No suelen ver a espaciales, como puede imaginar, así que no tienen ocasión de rechinar los dientes por el hecho de que los espaciales parecen jóvenes y vigorosos cuando en realidad son el doble de viejos que el más viejo colono que jamás vivió. Si se les ocurre pensar, verán todo esto en usted y les desquiciará.

Gladia comentó con amargura:

—¿Quiere que les diga un discurso y les cuente exactamente lo que significan cuarenta décadas? ¿Quiere que les diga cuántos años sobrevive uno la primavera de la esperanza, por no decir nada de los amigos y conocidos? Les hablaré del vacío de hijos y familia, del interminable ir y venir de un marido tras otro, el recuerdo borroso de los acoplamientos entre uno y otro; del momento en que uno ha visto todo lo que quería ver, y oído todo lo que quería oír, y encontrar imposible pensar un nuevo pensamiento, y olvidar lo que la excitación y el descubrimiento representan, y aprender, año tras año, cuan intenso puede hacerse el aburrimiento.

—La gente de Baleymundo no querría creerlo. Ni yo tampoco. ¿Es así como piensan los espaciales o se lo está inventando?

—Sólo sé con certeza cómo siento yo, pero he observado a otros apagándose a medida que envejecían; he visto cómo su carácter se agriaba y sus ambiciones se reducían y sus indiferencias crecían.

D.G. apretó los labios y su expresión se hizo sombría:

—¿Es alto el número de suicidios, entre los espaciales?

—Prácticamente inexistente.

—Pues esto no encaja con lo que me ha dicho.

—Piense un poco. Estamos rodeados de robots dedicados a mantenernos vivos. No hay modo de matarnos cuando nuestros activos y vigilantes robots están siempre a nuestro lado. Dudo de que alguno de nosotros lo intentara siquiera. Yo ni lo soñaría, aunque sólo fuera por la idea de lo que significaría para todos mis robots domésticos y mucho más para Daniel y Giskard.

—Pero, sabe de sobra que no viven. Que no tienen sentimientos.

Gladia sacudió la cabeza.

—Lo dice sólo porque nunca ha vivido con ellos… En todo caso, creo que sobrestima el deseo de longevidad entre su gente. Usted sabe mi edad, mira mi apariencia y no le molesta.

—Porque estoy convencido de que los mundos espaciales deben declinar y morir, que los mundos de los colonizadores son la esperanza en el futuro de la humanidad, y que lo que lo asegurará es nuestra característica vida breve. Escuchando lo que acaba de decirme, asumiendo que sea verdad, me afirmo en mi creencia.

—No se sienta demasiado seguro. Pueden surgir sus propios e insuperables problemas si no los tiene ya.

—Es indudablemente posible, señora, pero por ahora tengo que dejarla. La nave está preparándose para tocar tierra y debo vigilar inteligentemente la computadora que la controla, o nadie creerá que soy su capitán.

Salió y Gladia quedó en sombría abstracción por unos segundos, tirando distraída del plástico que envolvía el sobretodo.

Había llegado a conseguir una sensación de equilibrio en Aurora, una forma de dejar que la vida transcurriera tranquila. Comida tras comida, día tras día, estación tras estación, había ido pasando y la tranquilidad casi la había aislado de la tediosa espera por la única aventura que le quedaba, la aventura final de la muerte.

Y ahora había estado en Solaria y había despertado los recuerdos de una infancia lejana en un mundo que se había acabado, de modo que su tranquilidad se había hecho trizas…, quizá para siempre, de modo que ahora estaba descubierta e indefensa ante el horror de una vida que continuaba.

¿Con qué podía sustituir la tranquilidad desaparecida?

Captó los ojos relucientes de Giskard puestos en ella y le suplicó:

—Ayúdame en todo esto, Giskard.

32

Hacía frío. El cielo estaba gris de nubes y el aire relucía por una ligera nevada. Manchones de nieve en polvo giraban con la brisa, y lejos, más allá del aeródromo espacial, Gladia podía ver montones de nieve distantes.

Había mucha gente reunida acá y allá, contenida por barreras para evitar que se acercaran demasiado. Todos vestían sobretodos de diferentes tipos y colores, y todos parecían balones, transformando la humanidad en objetos con ojos pero sin forma. Algunos llevaban viseras que brillaban transparentes sobre sus rostros.

Gladia se llevó la mano enguantada a la cara. Excepto por la nariz se sentía bien protegida. El sobretodo hacía más que aislar; parecía producir su propio calor.

Miró tras sí, Daneel y Giskard estaban a su alcance, cada uno con su sobretodo. Primero había protestado:

—No necesitan abrigos. Son insensibles al frío.

—Ya lo sé —le había dicho D.G.—, pero dice que no irá a ninguna parte sin ellos, y no podemos dejar a Daneel sentado ahí fuera expuesto al frío. Parecería contra natura. Tampoco deseamos despertar hostilidad dejando claramente ver que son robots.

—Tienen que saber que llevo conmigo a mis robots, y el rostro de Giskard lo descubrirán aunque lleve un sobretodo.

—Puede que lo sepan, pero es posible que no piensen en ello si no les obligamos a hacerlo, así que no forcemos las cosas.

Ahora D.G. le indicó que entrara en un coche que tenía el techo y los lados transparentes. Le explicó sonriendo:

—Quieren verla mientras viajemos, señora.

Gladia se sentó a un lado y D.G. al otro.

—Yo soy un co-héroe —le anunció.

—¿Le importa mucho?

—¡Oh, sí! Significa una gratificación para mi tripulación y a lo mejor un ascenso para mí. Y no lo desprecio.

Daneel y Giskard también entraron y ocuparon unos asientos situados delante de la pareja. Daneel, frente a Gladia; Giskard frente a D.G. Delante iba otro coche sin transparencias, y una hilera de lo menos una docena, detrás. Se oyó cómo les vitoreaban y un bosque de brazos levantados de la masa humana, saludándolos. D.G. sonrió y levantó el brazo en correspondencia, e indicó a Gladia que hiciera lo mismo. Agitó la mano de un modo indiferente. El interior del coche estaba caliente y su nariz había dejado de ser insensible. Observó:

—Hay un brillo desagradable en las ventanas. ¿No puede eliminarse?

—Indudablemente, pero no se hará. Es algo tan imperceptible como un campo magnético, lo mejor que hemos podido montar. Entre toda esa gente entusiasmada, aunque han sido registrados, podría alguno esconder un arma y no queremos que le ocurra nada.

—¿Quiere decir que alguien podría intentar matarme?

(Los ojos de Daneel observaban a la gente por su lado del coche; Giskard, por el otro.)

—Es improbable, pero es usted una espacial y a los colonizadores no les gustan los espaciales. Algunos pueden odiarles con tal virulencia que sólo vean en usted su espacialidad… Pero no se preocupe. Incluso si alguien lo intentara, y como le digo es improbable, no lo conseguiría.

Los coches empezaron a moverse, todos a la vez, con gran suavidad, Gladia se levantó, asombrada. No había nadie delante del panel que les aislaba. Preguntó:

—¿Quién conduce?

—Los coches están completamente computarizados; —explicó D.G—. ¿Deduzco que los coches espaciales no lo están?

—Los conducen los robots.

D.G. siguió saludando y Gladia, maquinalmente, siguió su ejemplo.

—Los nuestros, no.

—Pero una computadora es esencialmente lo mismo que un robot,

—Una computadora no es humanoide y no llama la atención de la gente. Pese a las similitudes que pueda haber, psicológicamente son totalmente distintos.

Gladia contemplaba el paisaje, opresivamente desnudo, árido. Aun teniendo en cuenta que era invierno, había algo desolado en las matas sin hojas y en los escasos árboles, cuyo aspecto descarnado ponía de relieve aquella muerte que parecía apoderarse de todo, D.G., que observó su depresión y la relacionó con las miradas que dirigía a un lado y otro, le dijo:

—Está muy feo todo ahora, señora. Pero en verano no está mal. Hay llanuras cubiertas de hierba, huertas, campos de trigo…

—¿Y bosques?

—Grandes bosques sombríos, no. Todavía estamos en un mundo que va creciendo. Todavía lo estamos moldeando. Tiene solamente un siglo y medio. El primer paso fue cultivar pequeñas huertas para los primeros colonos, utilizando semillas importadas. Luego metimos peces e invertebrados de todo tipo en el océano, haciendo lo imposible para establecer una ecología automantenida. Es un proceso relativamente fácil si la composición química del océano es apropiada. En caso contrario, el planeta no es habitable sin una enorme modificación química y esto aún no se ha probado, aunque hay todo tipo de proyectos para tales procedimientos. Por fin, tratamos de que la tierra florezca, lo que es siempre difícil, siempre muy lento.

—¿Todos los mundos colonizados han seguido este patrón?

—Lo están siguiendo. Ninguno está realmente terminado. Baleymundo es el más antiguo y queda aún mucho por hacer. Un par de siglos más, y los mundos de los colonos serán mundos ricos y llenos de vida, tanto en tierra como en el mar, aunque para entonces habrá mundos todavía más nuevos, abriéndose paso a través de sus diversas fases preliminares. Estoy seguro de que los mundos espaciales pasaron por el mismo proceso.

—Hace muchos siglos…, y más de prisa, creo yo. Teníamos robots para ayudarnos.

—Nos arreglaremos —contestó D.G., seco.

—¿Qué hay de la vida autóctona, de las plantas y animales que se criaban en este mundo antes de que llegaran los humanos?

—Insignificante. Cosas pequeñas, débiles. Los científicos están interesados, por supuesto, así que la vida indígena prosigue en acuarios especiales, jardines botánicos y zoológicos. Todavía quedan remotas lagunas y una considerable extensión de tierra que no ha sido aún transformada. Algo de vida indígena vive allí todavía.

—Pero estas extensiones desérticas se irán transformando sucesivamente .

—Así lo esperamos.

—¿No cree usted que el planeta pertenece realmente a esas cosas pequeñas e insignificantes?

—No, no soy tan sentimental. El planeta y todo el Universo pertenecen a la inteligencia. Los espaciales están de acuerdo. ¿Dónde ha ido a parar la vida indígena de Solaria? ¿Y la de Aurora?

La fila de coches, que había ido avanzando tortuosamente desde el aeródromo espacial, llegó ahora a un área pavimentada en la que se veían varios edificios bajos y rematados por cúpulas.

—Plaza de la Capital —explicó D.G. en voz baja—. Esto es el latido oficial del planeta. Aquí están las oficinas del gobierno. El Congreso Planetario se reúne ahí y la Mansión Ejecutiva.

—Lo siento, D.G., pero todo esto no impresiona mucho. Estos edificios son pequeños y poco interesantes.

D.G. sonrió:

—Sólo ve algún que otro remate, señora. Los edificios en sí están situados bajo tierra: todos ellos interconectados: Es un complejo único en realidad, y aún está creciendo. Es una ciudad concentrada, ¿sabe? Ésta, junto con las áreas residenciales que la rodean, forma Baleyciudad.

—¿Se proponen tenerlo todo bajo tierra? ¿Toda la ciudad? ¿Todo el mundo?

—La mayoría de nosotros anticipamos un mundo subterráneo, sí.

—Tengo entendido que ,en la Tierra tienen ciudades subterráneas.

—En efecto. Las llamadas Cuevas de Acero.

—Entonces, ¿aquí las imitan?

—No es una simple imitación. Aportamos nuestras ideas y… Vamos a pararnos, señora, y en cualquier momento nos van pedir que bajemos. Yo que usted, me sujetaría bien las aberturas del sobretodo. En invierno, el viento en esta plaza es legendario.

Gladia obedeció, sujetándose torpemente las aberturas con dificultad.

—¿Dice que no es una simple imitación?

—No. Diseñamos bajo tierra teniendo en cuenta el tiempo. Como el tiempo aquí, en general, es más duro que el de la Tierra, hay que llevar a cabo ciertas modificaciones en la arquitectura. Si se edifica bien, se requiere muy poca energía para mantener el complejo caliente en invierno y fresco en verano. La verdad es que, en cierto modo, nos conservamos calientes en invierno, en parte, con el calor almacenado del verano anterior, y frescos en verano con el frío del invierno pasado.

— ¿Y qué hay de la ventilación?

—Esto gasta parte de los ahorros, pero no todos. Funciona, y algún día emularemos las estructuras de la Tierra. Ésta es, por supuesto, la máxima ambición: hacer que Baleymundo sea el reflejo de la Tierra.

—Ignoraba que la Tierra fuera tan admirable, que se hiciera deseable crear una imitación —comentó Gladia.

D.G. se volvió a mirarla, airado.

—No vuelva a hablar así, señora, mientras esté con los colonos…, ni siquiera conmigo. El planeta Tierra no es para tomarlo en broma.

—Perdone, D.G., no quería ofenderle.

—No lo sabía. Pero ahora sí lo sabe. Vamos, hay que salir. La portezuela lateral se deslizó silenciosamente y D.G. se volvió y salió. Alargó la mano para ayudar a Gladia y le dijo:

—Va a dirigir la palabra al Congreso Planetario, y cada funcionario que pueda introducirse como sea, lo hará.

Gladia, que ya había tendido su mano para tomar la de D.G., y que ya también había empezado a sentir el viento helado, se echó de pronto atrás.

—¿Tengo que hablarles? No se me había dicho nada.

D.G. la miró asombrado.

—Yo imaginé que lo daría por sentado.

—Pues, no. Y no puedo dirigirme a ellos. No lo he hecho nunca.

—Debe hacerlo. No es tan terrible. Es sólo cuestión de pronunciar unas pocas palabras después de los discursos largos y aburridos de bienvenida.

—Pero, ¿qué puedo decirles?

—Nada complicado, se lo aseguro. Sólo paz y amor y bla, bla, bla… Dedíqueles medio minuto. Si quiere, puedo garabatearle algo.

Y Gladia salió del coche seguida de sus robots. Su mente era un torbellino.