LA CRISIS

7

Con robótica cortesía Daneel y Giskard acompañaron a Mandamus y a sus robots fuera de la propiedad. Aprovechando que estaban fuera, recorrieron los jardines para asegurarse de que los robots inferiores estaban en sus puestos, y tomaron nota de las condiciones climáticas (nublado y un poco más frío de lo que correspondía a la estación)

Daneel dijo:

—El doctor Mandamus ha admitido abiertamente que los mundos de los colonos son ahora más fuertes que los de los espaciales. No esperaba que lo hiciera.

—Ni yo —asintió Giskard—. Estaba seguro de que los colonos aumentarían su poder comparado con el de los espaciales, Elijah Baley lo predijo hace muchas décadas, pero no veía cómo podría determinar cuándo se haría patente para el Consejo aurorano. Me parecía que la inercia social mantendría al Consejo firmemente convencido de la superioridad espacial mucho después de que ésta desapareciera, pero no podía calcular cuánto tiempo seguirían engañándose.

—Me asombra que el colega Elijah lo previera hace tanto tiempo.

—Los seres humanos piensan sobre ellos mismos en una forma que nosotros no podemos. – De haber sido Giskard humano, la observación hubiera podido parecer envidiosa o nostálgica, pero al ser un robot, era simplemente real. Y prosiguió: —He tratado de adquirir más conocimientos, aunque no de la forma de pensar, sino leyendo detalladamente historia de la humanidad. Estoy seguro de que en el largo recuento de los acontecimientos humanos debe de haber, escondidas, unas leyes para la humanidad equivalentes a las tres leyes de la robótica.

—Gladia me dijo una vez —observó Daneel— que era una esperanza imposible.

—Puede que así sea, amigo Daneel, pero aunque tengo la impresión de que estas leyes de la humanidad deben existir, no puedo encontrarlas. Cada generalización que intento plantear, por más amplia y sencilla que sea, contiene numerosas excepciones. No obstante, si esas leyes existieran y yo pudiera encontrarlas, comprendería mejor a los seres humanos y estaría más seguro de que estoy obedeciendo mejor las tres leyes.

—Si el colega Elijah comprendía a los seres humanos, debía conocer las leyes de la humanidad.

—Presumiblemente, pero las conocía a través de algo que el ser humano llama intuición, una palabra que no comprendo, ilustrando un concepto del que no sé nada. Es de presumir que se encuentra más allá de la razón y yo sólo dispongo de la razón.

7a

Eso y los recuerdos.

Los recuerdos que naturalmente no funcionaban según los sistemas humanos. Carecían de la rememoración imperfecta, de la impresión borrosa, de la adición y sustracción dictadas por anhelos y egoísmos, por no hablar de los deseos, lagunas y retrocesos que transforman el recuerdo en horas interminables de soñar despierto.

Se trataba de la memoria robótica marcando los acontecimientos exactamente como habían ocurrido, pero de un modo ampliamente acelerado. Lo segundos se funden en nanosegundos, de modo que los días se reviven con tan rápida precisión que no cabe un hueco perceptible en la conversación.

Como había hecho innumerables veces anteriormente, Giskard revivió su visita a la Tierra, buscando comprender la capacidad de prever el futuro de Elijah Baley, sin encontrarla nunca.

¡Tierra!

Fastolfe llegó a la Tierra en una nave aurorana, con un cargamento completo de compañeros de viaje, tanto humanos como robots. Sin embargo, una vez en órbita, solamente Fastolfe condujo el módulo al aterrizaje. Le habían puesto inyecciones para estimular su mecanismo de inmunización y llevaba los necesarios guantes, lentes de contacto y tapones en la nariz. Como consecuencia se sintió perfectamente a salvo, pero ningún otro aurorano estuvo dispuesto a seguirle como parte de una delegación.

Fastolfe no se molestó, le parecía (como más tarde explicó a Giskard) que le recibirían mejor si llegaba solo. Una delegación traería a los terrícolas recuerdos de los malos días (para ellos) de la Ciudad espacial, cuando los espaciales disponían de una base permanente en la Tierra y dominaban directamente el mundo.

Pero se llevó consigo a Giskard. Llegar sin ningún robot era impensable, incluso para Fastolfe; llegar con más de uno hubiera creado un tenso malestar entre los terrícolas antirrobots que deseaba visitar y con los que intentaba negociar.

Para empezar, se entrevistaría con Baley, su enlace con la Tierra y su gente. Ésa era la excusa racional para el encuentro. La verdadera razón era que Fastolfe deseaba intensamente volver a ver a Baley; ciertamente le debía mucho.

(Que Giskard quería ver a Baley, y que para ello tensó ligeramente la emoción y el impulso en el cerebro de Fastolfe para que la visita se llevara a cabo, Fastolfe no pudo saberlo ni siquiera imaginarlo.)

Baley esperaba en el momento de aterrizar y con él un pequeño grupo de funcionarios de la Tierra, así que transcurrió un tedioso espacio de tiempo durante el cual tuvo que someterse al protocolo y a las cortesías.

Pasaron horas antes de que Fastolfe y Baley pudieran retirarse. No hubiera ocurrido tan pronto de no ser por la intervención callada e imperceptible de Giskard. Con sólo un pequeño toque en las mentes de los más importantes de los funcionarios que se aburrían visiblemente (siempre resulta más seguro dedicarse a acentuar una emoción ya existente; de este modo, no se puede dañar).

Baley y Fastolfe se sentaron en un pequeño comedor privado que generalmente estaba disponible para altos cargos del gobierno. Podían marcarse los platos en un menú computarizado y les servían unos portadores también computarizados.

Fastolfe, sonriendo, exclamó:

—Muy avanzado, pero estos portadores no son sino robots especializados. Me sorprende que la Tierra los utilice. Por supuesto, no son de manufactura espacial.

—No, no lo son —respondió Baley gravemente—. Son de cosecha propia, por decirlo así. Éstos se utilizan solamente para altos cargos, y es la primera vez que los disfruto. Pero no pienso volver a hacerlo.

—Algún día tendrá un alto cargo y los disfrutará diariamente.

—Jamás —dijo Baley.

Colocaron los platos delante de cada uno; el portador era lo bastante sofisticado como para ignorar a Giskard, que permanecía de pie, impasible, detrás de la silla de Fastolfe.

Por un momento Baley comió en silencio y después comentó.

—Es un placer volver a verle, doctor Fastolfe.

—Ese placer es igualmente mío. No he olvidado que hace dos años, cuando estuvo en Aurora, me libró de la sospecha de destrucción del robot Jander, y la volvió limpiamente sobre mí excesivamente confiado oponente, el buen Amadiro.

—Aún me estremezco cuando lo pienso —dijo Baley—. Y saludos a ti también, Giskard. Confío en que no te hayas olvidado de mí.

—Eso sería del todo imposible, señor —respondió Giskard.

—Bien, doctor, confío en que la situación política de Aurora continúe siendo favorable. Las noticias que tenemos aquí parecen confirmarlo, pero no confío en los análisis de la Tierra sobre los asuntos de Aurora.

—Puede confiar… de momento. Mi partido mantiene un firme control del Consejo. Amadiro hace una oposición sorda, pero sospecho que tardará años, antes de que su gente se recupere del golpe que les propinó usted.

Pero ¿cómo están las cosas aquí en la Tierra? ¿Y las de usted?

—Bastante bien. Dígame, doctor Fastolfe. —El rostro de Baley se contrajo ligeramente como turbado. —¿Ha traído con usted a Daneel?

Fastolfe contestó lentamente:

—Sí, pero he tenido que dejarle a bordo. Pensé que no sería político llegar acompañado por un robot que parece un ser humano. Con lo contraria a los robots que se ha vuelto la Tierra, tuve la impresión de que un robot humanoide parecería una provocación deliberada.

—Le comprendo —suspiró Baley.

— ¿Es verdad que su gobierno planea prohibir el empleo de robots en las ciudades? —preguntó Fastolfe.

—Sospecho que no tardará en ocurrir. Habrá un período de gracia, naturalmente, para minimizar los inconvenientes y la pérdida económica. Los robots se reservarán para el campo, donde son necesarios a la agricultura y a la minería. También allí paulatinamente se irán eliminando; el plan contempla que no haya robots en ninguno de los mundos nuevos.

—Ya que menciona los mundos nuevos, ¿ha abandonado ya su hijo la Tierra?

—Sí, hace unos meses. Recibimos noticias suyas. Llegó bien a su nuevo mundo con algunos centenares de colonos, como se llaman a sí mismos. Tiene cierta vegetación natural y una atmósfera baja en oxígeno. Probablemente, con el paso del tiempo se vuelva como la Tierra. Entretanto, se han montado unas cúpulas, se ha hecho un llamamiento para nuevos colonos y todo el mundo está ocupado en terraformarlo. Las cartas de Bentley y algún contacto ocasional por hiperondas son esperanzadores, pero no impiden que su madre le eche mucho de menos.

—¿Y usted irá, Baley?

—No estoy muy seguro de que vivir en un mundo extraño, bajo una cúpula, sea mi idea de la felicidad, doctor Fastolfe. No tengo ni la juventud ni el entusiasmo de Ben, pero pienso que tendré que ir dentro de dos o tres años. En todo caso, ya he advertido al Departamento de mi intención de emigrar.

—Me imagino que esto les preocupará.

—En absoluto. Dicen estar preocupados, pero se alegran de deshacerse de mí. Soy demasiado notorio.

— ¿Y cómo reacciona el gobierno de la Tierra ante ese afán de expansión a la Galaxia?

—Nervioso. No lo prohíben del todo, pero ciertamente colaboran poco. Siguen sospechando que los espaciales están en contra y que harán algo desagradable para impedirlo.

—Inercia social —observó Fastolfe—. Nos juzgan de acuerdo con nuestro anterior comportamiento. Obviamente, hemos dejado bien claro que ahora animamos a que la Tierra colonice nuevos planetas y que también nosotros tenemos la intención de hacerlo.

—Espero que pueda explicar eso a nuestro gobierno. Pero, doctor Fastolfe, quiero hacerle otra pregunta sobre un punto de menor importancia. ¿Cómo está…? —y calló.

—¿Gladia? —dijo Fastolfe disimulando su diversión—. ¿Ha olvidado ya su nombre?

—No, no. Simplemente dudaba en…, en…

—Está bien, y vive bien. Me ha pedido que le transmita sus saludos, imagino que no necesita impulsos para tenerla presente en la memoria.

—Su origen solario no se le tiene en cuenta, ¿verdad?

—No, ni tampoco su papel en el fracaso del doctor Amadiro. Todo lo contrario. Le aseguro que cuido de ella… Sin embargo, no quiero dejarle que se salga del tema, Baley. ¿Qué ocurrirá si el funcionariado de la Tierra continúa oponiéndose a la inmigración y expansión? ¿Podrá continuar este proceso pese a la oposición?

—Posiblemente —respondió Baley—, pero no se lo aseguro. Entre los hombres de la Tierra hay una sustancial oposición. Es difícil desprenderse, separarse, de las enormes ciudades subterráneas que son nuestros hogares.

—Sus entrañas.

—Nuestras entrañas, si lo prefiere. Ir a mundos nuevos y tener que vivir por espacio de décadas en condiciones primitivas; no volver a conocer la comodidad en lo que nos resta de vida…, ¡es difícil!

Cuando pienso en ello decido no ir. Me ocurre especialmente si me paso la noche en vela. He decidido no ir cientos de veces y puede que mantenga esta decisión. Si yo lo paso mal cuando, en cierto modo, he sido el que ha originado todo esto, ¿quién es capaz de ir alegre y libremente? Sin los ánimos del gobierno o, para serle brutalmente franco, sin el zapato del gobierno aplicado al fundillo del pantalón del pueblo, el proyecto puede fracasar.

Fastolfe asintió.

—Intentaré persuadir a su gobierno. Pero ¿y si fracaso?

—Si fracasa—dijo Baley en voz baja—y, por lo tanto, si nuestro pueblo fracasa, sólo queda una alternativa. Los propios espaciales deben colonizar la Galaxia. Debe hacerse el trabajo.

— ¿Y se conformaría viendo a los espaciales en plena expansión llenando la Galaxia, mientras los de la Tierra permanecen en su único planeta?

—Nada de eso, pero sería mejor que la actual situación no expansionista por una y otra parte. Hace muchos siglos que los hombres de la Tierra corrieron hacia las estrellas, fundaron algunos de los mundos que ahora se llaman mundos espaciales, y estos primeros colonizaron a otros. Sin embargo, ha transcurrido mucho tiempo desde que los espaciales o los de la Tierra han colonizado con éxito y han desarrollado un nuevo mundo. Esto no puede permitirse que continúe.

—De acuerdo. Pero ¿cuál es la razón por la que desea la expansión, Baley?

—Creo que sin expansión de cualquier tipo la humanidad no puede avanzar. No tiene que ser necesariamente una expansión geográfica, pero ésta es la forma más clara para inducir a otros tipos de expansión. Si la expansión geográfica puede llevarse a cabo de modo que no sea a expensas de otros seres inteligentes, si quedan espacios vacíos a donde ir, ¿por qué no? Resistirse a la expansión en estas circunstancias es asegurar la decadencia.

—Entonces, ¿se da cuenta de estas alternativas? Expansión y avance, no-expansión y decadencia?

—Sí, así lo creo. Por tanto, si la Tierra rechaza la expansión, los espaciales deben aceptarla. La humanidad, ya sean terrícolas o espaciales, tiene que desplegarse. Me gustaría ver a los de la Tierra iniciando la tarea, pero de no ser así, la expansión espacial es mejor que la falta de expansión. Una alternativa o la otra.

— ¿Y si uno se expande y el otro no?

—Entonces la sociedad que lo lleve a cabo se hará cada vez más fuerte y la no-expansiva se irá debilitando.

—¿Está seguro de ellos?

—Creo que sería inevitable.

Fastolfe asintió.

—En realidad estoy de acuerdo. Por eso trato de persuadir a espaciales y terrícolas para que se expansionen y avancen. Ésta es una tercera alternativa y, creo, que es la mejor.

7b

Los recuerdos fluctuaron a lo largo de los días siguientes. Masas increíbles de gente moviéndose descuidadamente, unos delante de otros en riadas y retrocesos, autopistas montadas y desmontadas, interminables conferencias con innumerables funcionarios, mentes en multitudes.

Especialmente las mentes en multitudes.

Las mentes en multitudes tan compactas que Giskard no podía aislar a los individuos. Una masa de mentes mezclándose, fundiéndose entre sí en una oscuridad vasta y latente, y con todo lo que podía detectar que no eran más que chispazos periódicos de sospecha y aversión que surgían cada vez que uno de la multitud se detenía para mirarle.

Sólo cuando Fastolfe conferenciaba con ciertos altos cargos, podía Giskard intervenir en la mente individual y esto, por supuesto, resultaba positivo.

La memoria se hizo lenta en un momento dado, ya al final de la estancia en la Tierra, cuando Giskard pudo finalmente maniobrar a solas otra vez con Baley. Giskard alteró mínimamente unas mentes a fin de asegurarse de que no les interrumpirían por algún tiempo.

Baley se excusó, diciendo:

—No es que te haya ignorado, Giskard. Sencillamente no he tenido oportunidad de estar a solas contigo. No cuento demasiado en la Tierra y no me es posible ordenar mis idas y venidas.

—Naturalmente, lo he comprendido así, señor, pero ahora disponemos de algún tiempo para estar juntos.

—Bien. El doctor Fastolfe me dice que Gladia está bien. Puede que me lo diga por pura amabilidad, sabiendo que eso es lo que yo quiero oír. Te ordeno que seas sincero. ¿Está Gladia realmente bien?

—El doctor Fastolfe le ha dicho la verdad, señor.

—Confío en que te acuerdes de mi petición cuando te vi en Aurora, que guardaras a Gladia y la protegieras de todo mal.

—El amigo Daneel y yo, señor, tenemos en cuenta su petición. He arreglado para que cuando el doctor Fastolfe deje de vivir, tanto mi amigo Daneel como yo pasemos a formar parte del personal de Gladia. Entonces estaremos en mejor posición para mantenerla a salvo de cualquier mal.

—Eso —dijo Baley con tristeza— será después de que yo muera.

—Lo comprendo, señor, y lo lamento.

—Sí, pero no puede evitarse y llegará una crisis…, o puede que llegue bastante antes, pero de todos modos será después de mi tiempo.

—¿De qué se trata, señor?, ¿En qué piensa?, ¿Qué será esa crisis?

—Giskard, es una crisis que puede surgir porque el doctor Fastolfe es una persona sumamente persuasiva. O quizás, hay otro factor asociado a él que está realizando la tarea.

—¿Señor?

—Cada uno de los personajes que el doctor Fastolfe ha visto y entrevistado, parece ahora un entusiasta en favor de la emigración. No lo estaban antes, y si lo estaban, era con enormes reservas. De pronto, los que dirigen la opinión están en favor, y otros están seguros de seguirles. Esto se extenderá como una epidemia.

—¿No es eso lo que desea, señor?

—Sí, lo es, pero quizás es mucho más de lo que yo deseo. Nos extenderemos por la Galaxia… ¿y si los espaciales no lo hacen?

—¿Por qué no iban a hacerlo?

—No lo sé. Lo menciono en plan de suposición, como posibilidad. Si no lo hacen, ¿qué pasará?

—La Tierra y los mundos que colonicen se harán más fuertes.

—Y los espaciales más débiles. Pero habrá un período de tiempo durante el cual los espaciales seguirán siendo más fuertes que la Tierra y sus colonos aunque por un margen cada vez menor. Inevitablemente los espaciales se darán cuenta de que los de la Tierra son un peligro creciente.

En ese momento los mundos espaciales decidirán que a la Tierra y a sus colonos hay que pararles antes de que sea demasiado tarde, y les parecerá que hay que tomar medidas drásticas. Éste será un período de crisis que determinará el futuro de la historia de los seres humanos.

—Comprendo su punto de vista, señor.

Baley permaneció un momento pensativo y silencioso, luego dijo casi en un murmullo como si temiera que le oyeran:

—¿Quién conoce tus facultades?

—Entre los seres humanos solamente usted, y no puede decírselo a nadie.

—Sé perfectamente que no puedo. El caso es que has sido tú, y no Fastolfe, quien ha conseguido el cambio que ha hecho que cada uno de los que han entrado en contacto contigo se haya decidido por la emigración. Y para conseguir esto es por lo que te has arreglado para que Fastolfe te trajera a la Tierra antes que a Daneel. Tú eras esencial y Daneel hubiera podido ser una distracción.

Giskard explicó:

—Sentí que era necesario mantener el personal al mínimo a fin de hacer que mi tarea fuera menos difícil, evitando las fricciones entre la gente de la Tierra. Siento, señor, la ausencia de Daneel. Me doy cuenta de su gran decepción al no haber podido saludarle.

—Bien. —Baley movió la cabeza—. Comprendo la necesidad y confío que explicarás a Daneel cuánto le he echado de menos. En todo caso, sigo con lo mío. Si la Tierra se embarca en una gran política de colonización del mundo, y si los espaciales se quedan rezagados en la carrera de expansión, la responsabilidad y, por tanto, la crisis que se presentará indefectiblemente, será tuya. Por esta razón, debes también considerar responsabilidad tuya utilizar tus facultades para proteger a la Tierra cuando se presente la crisis.

—Haré todo lo que pueda, señor.

—Y si tuvieras éxito, Amadiro o sus seguidores se volverán contra Gladia. No olvides protegerla.

—Ni Daneel ni yo lo olvidaremos.

—Gracias, Giskard.

Cuando Giskard entró tras de Fastolfe en el módulo para iniciar el viaje a Aurora, volvió a ver a Baley. Esta vez no tuvo oportunidad de hablarle.

Baley agitó la mano y formó una palabra sin sonido; "Recuerda."

Giskard percibió la palabra y, además, la emoción que contenía.

Después de eso, Giskard no volvió a ver a Baley nunca más.

8

Giskard no encontró nunca la posibilidad de repasar las vividas imágenes de aquella visita a la Tierra, sin que apareciera la imagen de la visita clave a Amadiro en el Instituto de Robótica.

Fue una conferencia difícil de arreglar. Amadiro, con el peso de su derrota, no quiso exacerbar su humillación yendo a la vivienda de Fastolfe.

—Bueno —dijo Fastolfe a Giskard—, puedo permitirme ser magnánimo en la victoria. Iré a verle. Además, debo verle.

Fastolfe era miembro del Instituto de Robótica desde que Baley aniquiló a Amadiro y sus ambiciones políticas. A cambio, Fastolfe pasó al Instituto todos los datos para la construcción y mantenimiento de robots humaniformes. Se habían construido cierto número y luego el proyecto se abandonó, lo que irritó a Fastolfe.

En un primer momento, la intención de Fastolfe fue llegar al Instituto sin que le acompañara ningún robot. Era como si se colocara sin protección, y, por decirlo así, desnudo en medio de la que era todavía fortaleza del enemigo. Hubiera sido una muestra de humildad y confianza, pero habría indicado también una completa confianza en sí mismo. Amadiro comprendería que Fastolfe, completamente solo, se aseguraba que él, con todos los recursos del Instituto a su disposición, no se atrevería a tocar a su único enemigo que venía, descuidado e indefenso, a ponerse al alcance de sus puños.

No obstante, sin saber bien cómo, Fastolfe eligió hacerse acompañar de Giskard.

Amadiro parecía haber perdido un poco de peso desde la última vez que Fastolfe le vio, pero seguía siendo un ejemplar formidable, alto y fornido. Le faltaba la sonrisa confiada que en otro tiempo había sido su distintivo. Cuando trató de esbozarla al entrar Fastolfe, pareció más una fea mueca que se disolvió en una mirada de sombrío disgusto.

—Bien, Kelden —exclamó Fastolfe utilizando el nombre familiar de Amadiro—, no nos vemos con frecuencia, a pesar de llevar ahora cuatro años de colegas.

—Dejémonos de falsa cordialidad, Fastolfe —dijo Amadiro con voz rabiosa y claramente fastidiado—, y diríjase a mí como a Amadiro. No somos colegas, excepto de nombre, y no es ningún secreto, ni lo ha sido nunca, mi creencia de que su política exterior es suicida para nosotros.

Tres de los robots de Amadiro, grandes y resplandecientes, se hallaban presentes; Fastolfe los miró enarcando las cejas.

—Está bien protegido, Amadiro, contra un hombre que viene en son de paz con su único robot.

—No le atacarán, Fastolfe, lo sabe muy bien. Pero ¿por qué ha traído a Giskard? ¿Por qué no a Daneel, su obra maestra?

—¿Estaría Daneel a salvo de su alcance, Amadiro?

—Supongo que se trata de una broma. Ya no necesito a Daneel. Construimos nuestros propios humaniformes.

—Sobre la base de mi diseño.

—Mejorado.

—No obstante, no se sirve de los humaniformes. Por eso es por lo que he venido a verle. Sé que mi posición en el Instituto es puramente nominal y que incluso mi presencia no es bien vista, y menos aún mis opiniones y recomendaciones. No obstante, como miembro del Instituto protesto contra la no-utilización de los humaniformes.

—¿Cómo quiere que los utilice?

—La intención era que los humaniformes abrieran nuevos mundos a los que los espaciales pudieran emigrar, eventualmente, después de que esos mundos fueran terraformados y completamente habitables, ¿no es verdad?

—Pero eso fue algo a lo que usted se opuso, Fastolfe, ¿no es cierto?

—Sí, lo hice —dijo Fastolfe—. Quería que los espaciales emigraran a nuevos mundos y que hicieran su propia terraformación. Sin embargo, veo que no ocurre así, ni es fácil que ocurra. Enviemos a los humaniformes. Siempre serán mejores que nada.

—Todas nuestras alternativas acabarán en nada mientras sus puntos de vista dominen el Consejo, Fastolfe. Los espaciales no viajarán a mundos sin vida y en formación; tampoco, al parecer, les gustan los robots humaniformes.

—No ha dado siquiera oportunidad de que gusten a los espaciales. La gente de la Tierra está empezando a colonizar nuevos planetas, incluso los primitivos y en formación. Y lo hacen sin ayuda robótica.

—Conoce perfectamente las diferencias entre los de la Tierra y nosotros. Hay ocho mil millones de terrícolas, y muchos más colonizadores.

—Y hay cinco mil millones y medio de espaciales.

—Los números no son la única diferencia —observó Amadiro con amargura—. Se reproducen como insectos.

—En absoluto. La población de la Tierra ha sido estable durante siglos.

—Pero el potencial está allí. Si se empeñan en llevar a cabo la emigración, pueden producir fácilmente ciento sesenta millones de seres nuevos cada año y este número crecerá a medida que se vayan llenando los nuevos mundos.

—Tenemos la capacidad biológica de producir cien millones de seres nuevos cada año.

—Pero no la capacidad sociológica. Somos longevos; no deseamos ser reemplazados tan rápidamente.

—Podemos mandar una gran parte de cuerpos nuevos a los otros mundos.

—No querrán ir. Valoramos nuestros cuerpos, que son fuertes, sanos y capaces de sobrevivir sanos y robustos por espacio de unas cuarenta décadas. Los terrícolas no dan valor a unos cuerpos que se agotan en menos de diez décadas y que están atosigados por las enfermedades y la degeneración, incluso en un período de tiempo tan breve. No les importa enviar millones al año a una miseria segura y a una muerte probable. En realidad, incluso las víctimas no necesitan temer a la miseria y a la muerte, porque ¿qué otra cosa tienen en la Tierra? Los terrícolas que emigran huyen de su mundo pestilente convencidos de que cualquier cambio apenas puede ser peor. Nosotros, por el contrario, valoramos nuestros bien trazados y cómodos planetas y no los abandonaríamos a la ligera.

Fastolfe suspiró y dijo:

—He oído estas objeciones tantas veces… Puedo señalar un solo reparo, Amadiro, y es que Aurora fue en su origen un mundo escabroso e informe, que tuvo que ser terraformado hasta ser aceptable, y lo mismo ocurrió con cada mundo espacial.

Amadiro protestó:

—He oído hasta producirme náuseas todos sus argumentos, pero no me cansaré de contestarle. Aurora pudo haber sido primitivo cuando se colonizó, pero Aurora fue colonizado por gente de la Tierra… Los otros mundos espaciales, cuando no fueron colonizados por terrícolas, lo fueron por espaciales que aún no habían olvidado su herencia terrícola. Los tiempos ya no son apropiados para eso. Lo que pudo hacerse entonces, ya no se puede hacer ahora.—

Amadiro torció la boca y prosiguió:

—No, Fastolfe, lo que su política ha conseguido ha sido empezar la creación de una Galaxia que será solamente habitada por gente de la Tierra, mientras que los espaciales se secarán y morirán. Puede ver cómo está ocurriendo ahora. Su famoso viaje a la Tierra hace dos años fue el punto de partida. No sé cómo traicionó a su propia gente animando a esos medio humanos a que empiecen una expansión. En sólo dos años hay numerosos terrícolas en cada uno de los veinticuatro mundos, y otros nuevos se van añadiendo incesantemente.

—No exagere —protestó Fastolfe—. Ni uno solo de esos mundos colonizados es apto para la ocupación humana, ni lo será en varias décadas. No todos podrán sobrevivir y, mientras se ocupen los mundos más cercanos, las oportunidades de colonizar mundos más alejados disminuirán, de modo que el ímpetu inicial se irá apagando. Yo animé su expansión porque contaba también con la nuestra. Podemos estar a la par con ellos si hacemos el mismo esfuerzo y, en sana competencia, podemos llenar juntos la Galaxia.

—No —dijo Amadiro—, su idea es la más destructiva de todas las políticas, un idealismo insensato. La expansión es unilateral y lo seguirá siendo, haga lo que hiciere. La gente de la Tierra invade y se extiende sin trabas y habrá que detenerla antes de que sea demasiado tarde.

—¿Cómo se propone hacerlo? Tenemos un tratado de amistad con la Tierra en el que específicamente nos comprometemos a no detener su expansión en el espacio, siempre y cuando no se toque ningún planeta situado a veinte años luz de un mundo espacial. Lo han cumplido escrupulosamente.

—Todo el mundo sabe lo del tratado. Todo el mundo sabe también que ningún tratado se ha mantenido si se ve que obra en contra de los intereses nacionales del signatario más poderoso. No concedo ningún valor al tratado.

—Yo sí. Y se mantendrá.

Amadiro meneó la cabeza:

—Tiene una fe conmovedora. ¿Cómo podrá mantenerse cuando usted no esté en el poder?

—Me propongo seguir en el poder durante cierto tiempo.

—A medida que la Tierra y sus colonos se hagan más fuertes, los espaciales tendrán miedo y usted no seguirá en el poder después de eso.

—Y si usted rompe el tratado y destruye los mundos de los colonizadores y cierra de golpe las puertas de la Tierra, ¿emigrarán los espaciales y llenarán la Galaxia?

—Puede que no. Pero si decidimos no hacerlo, si decidimos que estamos cómodos así, ¿qué diferencia habrá?

—En ese caso, no será la Galaxia un imperio humano.

—Y entonces, ¿qué?

—Que los espaciales se idiotizarán y degenerarán, incluso si la Tierra se mantiene prisionera y se idiotiza y degenera.

—Esto no es más que la trampa que nos tiende su partido, Fastolfe. No hay la menor evidencia de que esto pueda ocurrir Y si ocurre, usted lo habría elegido así. Por lo menos así no veremos a los bárbaros de vida breve pasar a ser los herederos de la Galaxia.

—¿Está usted sugiriendo en serio, Amadiro, que preferiría ver morir a la civilización espacial, con tal de poder evitar la expansión de la Tierra?

—No cuento con nuestra muerte, Fastolfe, pero si ocurre lo peor, pues sí; para mí mi propia muerte es algo que temo menos que el triunfo de unos seres subhumanos, de vida breve y plagados de enfermedades.

—De los que nosotros descendemos.

—Y con los que ya no estamos realmente emparentados genéticamente. ¿Somos acaso gusanos porque un billón de años atrás los gusanos estaban entre nuestros antepasados?

Fastolfe, con los labios apretados, se levantó para marcharse. Amadiro, rabioso, no hizo el menor gesto para detenerle.

9

Daneel no tenía forma de saber directamente que Giskard estaba perdido entre recuerdos. En primer lugar, porque la expresión de Giskard no variaba, y en segundo lugar porque no se perdía en los recuerdos como hacen los humanos. De todos modos no le hacía perder mucho tiempo.

Por el contrario, la misma línea de pensamiento que había obligado a Giskard a pensar en el pasado, hacía a Daneel pensar en los mismos acontecimientos, tal y como se los había contado hacía muchísimo tiempo Giskard. Tampoco éste se sorprendía de ello.

Su conversación seguía sin pausas anormales, pero de una forma marcadamente nueva, como si cada uno pensara en el pasado en beneficio de los dos.

—Podría parecer, amigo Giskard, que puesto que los auroranos reconocen ahora que son más débiles que los de la Tierra y de sus muchos mundos colonizados, la crisis que predijo Elijah Baley ha sido superada.

—Así parece, amigo Daneel.

—Tú trabajaste para que así fuera.

—Sí, lo hice. Mantuve al Consejo en manos de Fastolfe. Hice cuanto pude para moldear a los que, a su vez, moldeaban la opinión pública.

—Sin embargo, estoy inquieto.

—Yo he sentido inquietud a lo largo de las fases del proceso —dijo Giskard— aunque me he esforzado por no dañar a nadie. He tocado mentalmente a aquellos humanos que únicamente necesitaban el más ligero impulso. En la Tierra, sólo tuve que disminuir el miedo a las represalias, y elegí precisamente a aquellos en los que el miedo ya era insignificante.

Solamente rompí un hilo que probablemente ya estaba gastado y a punto de ceder. En Aurora ocurrió al revés. Los políticos aquí se mostraban reacios a apoyar la política que condujera a una salida de su cómodo mundo, sólo tuve que confirmar la idea y reforzar el firme cordón que los sostenía. Hacer esto me ha sumido en una constante, aunque débil, inquietud.

—¿Por qué? Fomentaste la expansión de la Tierra y desanimaste la expansión de los espaciales, seguro de que es así como debía ser.

—¿Cómo debía ser? ¿Crees amigo Daneel, que un terrícola cuenta más que un espacial, aunque ambos sean seres humanos?

—Hay diferencia. Elijah Baley preferiría ver a sus propios connacionales derrotados, antes que ver la Galaxia deshabitada. El doctor Amadiro, por el contrario, preferiría ver disminuidos tanto a los terrícolas como a los espaciales antes que ver la expansión de la Tierra. El primero mira con esperanza el triunfo de ambos, el segundo se conforma con no ver el triunfo de ninguno. ¿No deberíamos elegir lo primero, amigo Giskard?

—Sí, amigo Daneel. Así parece. Sin embargo, ¿hasta qué extremo están influidos tus sentimientos por el valor especial de tu antiguo colega Elijah Baley?

—Valoro la memoria de mi colega Elijah Baley, y la gente de la Tierra es su gente.

—Ya lo veo. Llevo muchas décadas diciendo que tiendes a pensar como un ser humano, amigo Daneel, pero me pregunto si esto es necesariamente un cumplido. Sin embargo, aunque tiendes a pensar como un ser humano, no eres un ser humano y, pese a todo, estás sujeto por las tres leyes. No puedes lastimar a un ser humano, tanto si se trata de un terrícola como de un espacial.

—Hay veces, amigo Giskard, que uno debe preferir un ser humano a otro. Hemos recibido órdenes especiales de proteger a Gladia. En alguna ocasión puede que me vea obligado a perjudicar a un ser humano para proteger a Gladia y creo que, en igualdad de condiciones, estaría dispuesto a dañar un poquito a un espacial a fin de proteger a un terrícola.

—Es lo que piensas. Pero, deberías guiarte por circunstancias específicas. Descubrirás que no puedes generalizar —comentó Giskard—.

Me ocurre a mí lo mismo. Al animar a la Tierra y desanimar a Aurora, imposibilité al doctor Fastolfe de que persuadiera al gobierno aurorano de patrocinar una política de emigración, y situar dos fuerzas expansivas en la Galaxia. No puedo evitar darme cuenta de que aquellos esfuerzos acabaron en nada. Esto tenía forzosamente que sumirle en la desesperación y quizás aceleró su muerte. Lo he sentido en la mente y me ha resultado doloroso. Y, no obstante, amigo Daneel…

Giskard se calló y Daneel mostró interés:

—¿Sí?

—No haber hecho lo que hice, habría rebajado enormemente la capacidad de expansión de la Tierra, sin por ello mejorar las gestiones de Aurora en ese sentido. El doctor Fastolfe se habría visto frustrado por ambas partes, la Tierra y Aurora, y además le hubieran despedido de su puesto de poder, por causa de Amadiro. Su frustración, en este caso, hubiera sido mayor. Fue al doctor Fastolfe, en vida, al que dediqué, mi mayor lealtad y elegí el tipo de acción que le frustrara menos, sin dañar en exceso a otros individuos con los que tuve que actuar. Si bien el doctor Fastolfe se veía continuamente descorazonado por su falta de habilidad para persuadir a los auroranos, y a los espaciales en general, de pasar a nuevos mundos, fue por lo menos feliz ante la actividad de los terrícolas emigrantes.

— ¿Y no pudiste animar tanto a los terrícolas como a los auroranos, y así dar doble satisfacción al doctor Fastolfe?

—Esto también se me ocurrió a mí, amigo Daneel. Estudié tal posibilidad y decidí que no funcionaría. Podía animar a los terrícolas a emigrar mediante un cambio insignificante que no podía hacerles ningún daño.

Haber intentado lo mismo con los auroranos hubiera requerido un cambio tan importante que les causaría mucho daño. La primera ley me lo impedía.

—Una lástima.

—Cierto. Imagina lo que hubiera podido hacerse, de haber alterado radicalmente la actividad mental del doctor Amadiro. No obstante, ¿cómo podía cambiar su idea fija de oponerse al doctor Fastolfe? Habría sido algo así como obligarle a realizar un giro de ciento ochenta grados. Una vuelta tan completa, tanto de la cabeza en sí como de su contenido emocional, podría producirle la muerte, creo, con igual eficiencia.

"El precio de mi poder, amigo Daneel —prosiguió Giskard— es el dilema, cada vez mayor, en que me veo sumido constantemente. La primera ley de robótica, que prohíbe lastimar a los seres humanos, trata generalmente de los daños físicos visibles que podemos ver fácilmente todos nosotros y sobre los cuales podemos emitir juicios. Sólo yo me doy cuenta de las emociones humanas y estados de ánimo, así que conozco las formas más sutiles de dañar sin poder comprenderlas del todo. En muchas ocasiones me veo obligado a actuar sin demasiada seguridad y esto supone una tensión continua de mis circuitos.

"Y, así y todo, siento que he obrado bien. He sacado a los espaciales de su punto de crisis. Aurora se da cuenta de la fuerza creciente de los colonizadores y ahora se verá obligada a evitar el conflicto. Deben reconocer que es demasiado tarde para represalias y así nuestra promesa a Elijah Baley se cumple. Hemos puesto a la Tierra camino de llenar la Galaxia y del establecimiento del imperio galáctico.

Regresaban a casa de Gladia, pero de pronto Daneel se detuvo y la leve presión de su mano sobre el hombro de Giskard, hizo que éste también se detuviera. Dijo Daneel:

—El cuadro que me has pintado es muy atractivo. Haría que el colega Elijah se sintiera orgulloso de nosotros si, como dices, hemos conseguido eso. "Robots al Imperio", diría Elijah y quizá me daría una palmada en la espalda. Pero, como te he dicho, estoy inquieto, amigo Giskard.

—¿Respecto de qué, amigo Daneel?

—No puedo evitar preguntarme si realmente hemos superado la crisis de la que habló el colega Elijah, tantas décadas atrás. ¿Es en realidad demasiado tarde para represalias espaciales?

— ¿Por qué tienes estas dudas, amigo Daneel?

—Me las ha provocado el comportamiento del doctor Mandamus.

La mirada de Giskard se fijó en Daneel por unos segundos y en medio del silencio oyeron el susurro de las hojas movidas por la brisa. Las nubes se separaban y el sol aparecería pronto. Su conversación, según su estilo telegráfico, había llevado poco tiempo y Gladia no se preocuparía, lo sabían, por su ausencia.

—¿Qué ha habido en la conversación que te cause inquietud? —preguntó Giskard.

—En cuatro ocasiones distintas, tuve la oportunidad de observar como Elijah Baley manejaba un problema desconcertante. En cada una de ellas observé el modo en que conseguía sacar conclusiones útiles de información limitada y a veces engañosa. Desde entonces he intentado siempre, dentro de mis limitaciones, pensar como él.

—Me parece, amigo Daneel, que no te ha ido mal en este aspecto. Ya te he dicho que tiendes a pensar como un ser humano.

—Entonces habrás observado que el doctor Mandamus traía dos asuntos que quería discutir con Gladia. Insistió en ello. Uno era el asunto de su propia ascendencia, si era o no de Elijah Baley. El segundo, pedir a Gladia que recibiera a un colono e informara después. De los dos, el segundo era importante para el Consejo. La importancia del primero era sólo para él.

—El doctor Mandamus presentó el asunto de su ascendencia como importante también para el doctor Amadiro — observó Giskard.

—En ese caso sería un asunto de importancia personal para dos personas, no para una sola, amigo Giskard. Así y todo, no sería tema importante para el Consejo y por tanto para el planeta en general.

—Sigue, amigo Daneel.

—No obstante, el asunto de Estado, como lo calificó el propio doctor Mandamus, fue tratado en segundo lugar, casi como si se le ocurriera de pronto, y acabó con él enseguida. A decir verdad, me pareció un tema que no requería una visita personal. Pudo haberse tratado por imagen holográfica y a través de cualquier funcionario del Consejo. Por el contrario, el doctor Mandamus tocó el tema de su ascendencia en primer lugar, lo discutió con gran lujo de detalles, siendo un asunto que sólo él y nadie más podía tratar.

— ¿Cuál es tu conclusión, amigo Daneel?

—Creo que el asunto del colono fue aprovechado por el doctor Mandamus como excusa para una conversación personal con Gladia, a fin de poder discutir su ascendencia en privado. Era esto y nada más que esto lo que verdaderamente le interesaba… ¿Tienes algún medio de confirmar esta suposición, amigo Giskard?

El sol de Aurora no había salido aún de entre las nubes y el leve resplandor de los ojos de Giskard era bien visible. Dijo:

—La tensión mental del doctor Mandamus parecía mucho más intensa en la primera parte de la entrevista que en la segunda. Esto quizá te sirva para corroborarlo, amigo Daneel.

—Entonces debemos preguntarnos por qué la cuestión de la ascendencia del doctor Mandamus es un asunto de tanta importancia para él.

—El doctor Mandamus lo explicó. Solamente demostrando que no desciende de Elijah Baley se le abrirá el camino de la promoción. El doctor Amadiro, de cuya buena voluntad depende su futuro, se pondría decididamente contra él si fuera descendiente de Elijah Baley.

—Eso fue lo que dijo, amigo Giskard, pero lo que ocurrió durante la entrevista me hace pensar lo contrario.

—¿Por qué dices eso? Por favor, sigue pensando como un ser humano, amigo Daneel. Lo encuentro muy instructivo.

—Gracias, amigo Giskard —dijo Daneel gravemente—. ¿Observaste que ni una sola de las aclaraciones de Gladia, respecto de la imposibilidad de que el doctor Mandamus descendiera del colega Elijah, fue considerada convincente? El doctor Mandamus dijo que el doctor Amadiro no aceptaría la declaración.

—Sí, ¿y qué deduces de ello?

—Que si el doctor Mandamus estaba tan convencido de que el doctor Amadiro no aceptaría ningún argumento en contra de Elijah Baley como antepasado, uno no puede menos que preguntarse por qué se molestó en interrogar a Gladia sobre el asunto. Por lo visto sabia, desde un principio, que sería inútil.

—Quizás, amigo Daneel, pero es pura especulación. ¿Puedes avanzar un motivo plausible de su acto?

—Sí, puedo. Creo que preguntó sobre su ascendencia, no para convencer a un implacable doctor Amadiro, sino para convencerse a sí mismo.

—En este caso, ¿por qué mencionar al doctor Amadiro? ¿Por qué no decir simplemente "quiero saber"?

Una tenue sonrisa iluminó el rostro de Daneel, un cambio de expresión que el otro robot hubiera sido incapaz de lograr. Dijo:

—Si hubiera dicho "Quiero saber" a Gladia, seguramente le hubiera contestado que no era asunto de su incumbencia y no habría descubierto nada. Sin embargo, Gladia siente tanta aversión al doctor Amadiro, como éste a Elijah Baley. Gladia tenía forzosamente que ofenderse ante cualquier postura del doctor Amadiro referida a ella. Se pondría furiosa, incluso si la cosa hubiera sido más o menos cierta, muchísimo más que si fuera absolutamente falsa, como en este caso. Se esforzaría por demostrar que el doctor Amadiro estaba equivocado y presentaría hasta la última prueba necesaria para lograr su fin.

En este caso, la fría seguridad del doctor Mandamus al decir que cada una de las pruebas era insuficiente, no haría sino enfurecerla más y llevarla a las últimas revelaciones. La estrategia del doctor Mandamus fue elegida para asegurarse de que averiguaría el máximo sobre Gladia, y al final él quedó convencido de que no tenía a un terrícola como antepasado; por lo menos en las últimas veinte décadas. La opinión de Amadiro a este respecto, creo que no tenía realmente nada que ver.

—Amigo Daneel —dijo Giskard—, éste es un punto de vista muy interesante pero me parece infundado. ¿Cómo puedes llegar a la conclusión de que no es una suposición tuya?

—¿No te parece. amigo Giskard, que cuando el doctor Mandamus terminó su encuesta sobre su ascendencia, sin haber obtenido pruebas suficientes para satisfacer al doctor Amadiro, como quería que creyéramos, hubiera debido mostrarse deprimido y descorazonado? Según su propia afirmación, esto significaba que no tenía la menor probabilidad de ascender y que jamás alcanzaría el cargo de jefe del Instituto de Robótica. En cambio a mí me pareció que lejos de estar deprimido, rebosaba de júbilo.

Yo solamente puedo juzgar por la apariencia externa, pero tú puedes saber más. Dime, amigo Giskard, cuál era su actitud mental al término de esta parte de su conversación con Gladia.

—Volviendo a ese punto, amigo Daneel, no fue solamente jubilosa sino triunfante. Tienes razón. Después de haberme explicado el proceso de tu pensamiento, la sensación de triunfo que detecté claramente, marca la exactitud de tu razonamiento. De verdad, ahora que lo has puesto en evidencia, no me explico cómo no fui capaz de verlo yo.

—Ésta, amigo Giskard, fue mi reacción a los razonamientos de Elijah Baley. El que haya podido razonar así ahora es debido, en parte, al fuerte estímulo ante la existencia de la crisis actual. Eso me obliga a pensar de forma más concluyente.

—Te menosprecias, amigo Daneel. Llevas mucho tiempo pensando concluyentemente. Pero, ¿por qué hablas de una crisis actual? Piensa un momento y explícate. ¿Cómo puedes pasar de la sensación de triunfo del doctor Mandamus al no ser descendiente del señor Baley, a esta crisis de que me hablas?

—El doctor Mandamus puede habernos engañado en sus declaraciones respecto al doctor Amadiro, pero es justo suponer que es verdad que desea el ascenso; que ambiciona el cargo de jefe del Instituto. ¿No es así, amigo Giskard?

Giskard tardó un instante en contestar, como si estuviera pensando, luego dijo:

—Yo no investigué su ambición. Estudié su mente sin un propósito definido y sólo me di cuenta de las manifestaciones superficiales. Sin embargo, pudo haber destellos de ambición cuando habló de ascenso. No tengo base suficiente para estar de acuerdo contigo, amigo Daneel, pero tampoco la tengo para disentir.

—Aceptemos que el doctor Mandamus es un hombre ambicioso, y veamos a dónde nos lleva esto; ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Entonces no parece plausible que su sentimiento de triunfo, una vez convencido de que no descendía del colega Elijah, procediera de que su ambición no se realizaría. No podía ser por la aprobación del doctor Amadiro puesto que hemos llegado a la conclusión de que la excusa de Amadiro fue introducida por el doctor Mandamus como diversión. Su ambición quedaba servida ahora por alguna otra razón.

—¿Qué otra razón?

—No veo aparecer ninguna de entre la evidencia que tenemos. Pero en plan especulativo, puedo sugerirte una. ¿Qué te parece si el doctor Mandamus sabe o puede hacer algo que le lleve a un éxito espectacular, algo que le haga conseguir la jefatura con toda seguridad? Recuerda que al final de su investigación sobre su ascendencia, el doctor Mandamus dijo: "Todavía me quedan métodos poderosos." Supón que fuera verdad, que sólo pudiera servirse de estos métodos si no es descendiente de Elijah Baley. Su júbilo por haberse convencido de su no-descendencia, procedería de que ahora podía emplearlos y asegurarse una carrera fulgurante.

—Pero, ¿qué serán esos métodos poderosos, amigo Daneel?

—Debemos continuar especulando. Sabemos que el doctor Amadiro no desea otra cosa que derrotar a la Tierra y forzarla a su anterior posición de dependencia de los mundos espaciales. Si el doctor Mandamus tiene medios para conseguirlo, puede sacar todo lo que quiera del doctor Amadiro, incluso una garantía de su sucesión a la jefatura. No obstante, pudiera ser que el doctor Mandamus sintiera reparos en derrotar a la Tierra y humillarla, a menos que tuviera la seguridad de que no existía parentesco con su gente. El hecho de descender de Elijah Baley le inhibiría. Al no descender de él, le permite actuar y esto le llena de júbilo.

—¿Quieres decir que el doctor Mandamus tiene conciencia?

—¿Conciencia?

—Sí, es una palabra que los humanos emplean a veces. Yo he descubierto que se aplica a una persona que sigue las reglas del comportamiento que le obligan a actuar de modo que a veces se opone a su interés inmediato. Si el doctor Mandamus siente que no puede permitirse progresar a expensas de aquellos con los que le une un lejano parentesco, le supongo un hombre de conciencia. He pensado mucho en estas cosas, amigo Daneel, pues parecen indicar que los seres humanos poseen leyes que gobiernan su comportamiento, por lo menos en algunos casos.

—¿Y puedes decir si el doctor Mandamus es, en verdad, un hombre que tiene conciencia?

—¿Por mi estudio de sus emociones? No, yo no buscaba nada de eso, pero si tu análisis es correcto, parece que sí. Si empezamos por suponerle un hombre de conciencia, y retrocedemos en nuestro análisis, llegamos a otras conclusiones. Si el doctor Mandamus creía tener a un terrícola en su pasado de hace unas diecinueve décadas, podía sentirse empujado, en contra de su conciencia, a encabezar un intento de derrota a la Tierra como un modo para liberarse del estigma de su ascendencia. Al no ser descendiente, no se sentirá insoportablemente impelido a actuar contra la Tierra y su conciencia podrá libremente llevarle a dejar la Tierra en paz.

—No, amigo Giskard, esto no encaja con los hechos. Por aliviado que se sintiera al no tener que actuar violentamente contra la Tierra, quedaba sin medios de satisfacer al doctor Amadiro y asegurar su promoción. Dada su naturaleza ambiciosa, se quedaría sin el sentimiento de triunfo que tan claramente notaste.

—Comprendo. Así llegamos a la conclusión de que el doctor Mandamus tiene un sistema para derrotar a la Tierra.

—Sí, y si es así, la crisis prevista por el colega Elijah no ha sido superada, sino que está aquí ahora.

—Pero nos queda —dijo Giskard pensativo— la pregunta clave que no se ha contestado, amigo Daneel. ¿Qué tipo de crisis es? ¿Cuál es el peligro mortal? ¿Puedes también deducir esto?

—No puedo hacerlo, amigo Giskard. He llegado tan lejos como he podido. Quizá si el colega Elijah viviera aún, podría llegar más lejos, pero yo no puedo… Aquí dependo de ti, amigo Giskard.

—¿De mí? ¿Cómo?

—Tú puedes estudiar la mente del doctor Mandamus, ya que ni yo, ni nadie más, puede hacerlo. Puedes descubrir la naturaleza de la crisis.

—Me temo que no, amigo Daneel. Si hubiera vivido yo con un ser humano durante un largo período de tiempo, como viví con el doctor Fastolfe, como vivo ahora con Gladia, podría poco a poco abrir las capas de la mente, una hoja tras otra, ir deshaciendo el complicado nudo, y aprender mucho sin dañarles. Hacer esto con el doctor Mandamus después de un breve encuentro, o después de cien breves encuentros, alcanzaría poco. Las emociones son fácilmente aparentes, los pensamientos no. Si, acuciado por la urgencia, tratara de apresurarme, forzando el proceso, tengo la seguridad de que le lesionaría… y esto no puedo hacerlo.

—Sin embargo, el destino de millones de gentes en la Tierra y más millones en el resto de la Galaxia puede que dependa de ello.

—Puede que dependa. Pero esto es una conjetura. Lesionar a un ser humano es un hecho. Piensa que tal vez el único que conozca la naturaleza de la crisis sea el doctor Mandamus, y que él puede conducirla a buen fin. No podría utilizar su conocimiento o habilidad para obligar al doctor Amadiro a concederle la jefatura si éste la consiguiera a través de otra fuente.

—Cierto. Podría ser.

—En este caso, amigo Daneel, no es necesario conocer la naturaleza de la crisis. Si se pudiera impedir que el doctor Mandamus le contara algo al doctor Amadiro, ni a nadie más, sea lo que fuere lo que él sepa, la crisis no ocurrirá.

—Pero alguien más podría descubrir lo mismo que ahora conoce el doctor Mandamus.

—Sí, pero ignoramos cuándo sucederá. Probablemente disponemos de tiempo para ahondar más y descubrir más… y estar mejor preparados para representar un papel más útil.

—Muy bien.

—Si hay que coartar al doctor Mandamus, sólo puede hacerse lesionando su mente hasta el extremo de que ya no sea efectiva, o destruyendo su vida directamente. Sólo yo poseo la habilidad de lesionarle adecuadamente, pero no puedo hacerlo. No obstante, cualquiera de nosotros puede acabar físicamente con su vida. Tampoco puede hacerlo. ¿Puedes hacerlo tú, amigo Daneel?

Después de una pausa, Daneel murmuró al fin:

—No puedo. Lo sabes bien.

—¿Aunque sepas que está en juego el destino futuro de millones de gentes de la Tierra y de otras partes? —preguntó Giskard.

—No puedo decidirme a dañar al doctor Mandamus.

—Y yo tampoco. Así que nos dejan con la seguridad de que se acerca una crisis mortal, cuya naturaleza ignoramos y no podemos descubrir y que, por tanto, somos impotentes para detenerla.

Se contemplaron en silencio, sin que nada se reflejara en sus rostros, pero envueltos, en cierto modo, por un aura de desesperación.